CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS
I clase, negro
Después de regocijarse ayer con aquellos de sus hijos que han llegado a la gloria del cielo, ora hoy la Iglesia por aquellos otros que esperan, en los sufrimientos purificadores del purgatorio, el día en que podrán reunirse con la asamblea de los santos. Nunca como ahora se afirma en la liturgia de una manera tan impresionante la unidad misteriosa que existe entre la Iglesia triunfante y la Iglesia militante y la Iglesia purgante; y nunca tampoco se cumple de una manera tan palpable el doble deber de caridad y de justicia, que se deduce para cada uno de los cristianos de su incorporación al cuerpo místico de Cristo. En virtud del dogma tan consolador de la Comunión de los santos, pueden aplicarse a los unos los méritos y sufrimientos de los otros por la oración de la Iglesia, quien, mediante la santa misa, las indulgencias, las limosnas y los sacrificios de sus hijos, ofrece a Dios los méritos sobrenaturales de Cristo y de sus miembros.
La celebración de la santa misa, sacrificio del calvario renovado en nuestros altares, ha sido siempre para la Iglesia el medio principal de cumplir con respecto a los difuntos la gran ley de la caridad cristiana. Desde el siglo V encontramos ya misas de difuntos. Pero es a san Olidón, cuarto abad de Cluny, a quien se debe esta conmemoración general de todos los fieles difuntos. Él la instituyó en 998 y la hizo celebrar el día siguiente a la fiesta de Todos los Santos. Muy pronto se extendió la costumbre a toda la Iglesia.
Todos los días, en el corazón mismo del Canon de la misa, en un memento especial en que se evoca el recuerdo de los que han dormido en el Señor, suplica a Dios el sacerdote conceda a los difuntos la mansión de la felicidad, de la luz y de la paz. No hay, pues, misa alguna en que no ore por ellos la Iglesia. Mas hoy su pensamiento los recuerda de una manera especial, con la preocupación maternal de no dejar alma alguna del purgatorio sin socorros espirituales y de agruparlos a todos en una misma plegaria. Por un privilegio que el Papa Benedicto XV ha extendido a los sacerdotes del mundo entero, puede cada uno de ellos celebrar hoy tres misas: la Iglesia multiplica, para liberar a las almas del purgatorio, la ofrenda del sacrificio de Cristo, del que saca continuamente, para todos los suyos, frutos infinitos de redención.
TEXTOS DE LA SANTA MISA
Introito. Esd 2, 34-35.- Dales Señor el descanso eterno y la luz perpetua brille para ellos. Salmo 64,2-3. Para Ti, oh Dios se canta un himno en Sion y para Ti entregan ofrendas en Jerusalén; escucha mi oración, a ti vendrá todo lo que está vivo.
Colecta.- Oh Dios, creador y redentor de todos los fieles; concede a las almas de tus siervos y siervas la remisión de todos sus pecados, para que, por nuestras fervorosas súplicas, consigan el perdón que siempre han deseado. Tú que vives y reinas
Epístola. 1 Cor. 15, 51-57.- Hermanos: Os revelo un misterio: No todos vamos a morir, pero todos seremos transformados. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la trompeta final –porque esto sucederá – los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados. Lo que es corruptible debe revestirse de la incorruptibilidad y lo que es mortal debe revestirse de la inmortalidad. Cuando lo que es corruptible se revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? Porque lo que provoca la muerte es el pecado y lo que da fuerza al pecado es la ley. ¡Demos gracias a Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!
Gradual. 4 Esdr2, 34-35 Dales, Señor, el descnaso eterno y brille para ellos la luz perpetua. ℣. Sal 111, 7.- La memoria del justo será eterna y no temerá un renombre funesto.
Tracto.- Absuelve, Señor, las almas de los fieles difuntos de los lazos de sus pecados. ℣. Ayúdales tu gracia para que puedan escapar a la sentencia de condenación y gozar eternamente la dicha de vivir en tu luz.
Secuencia.- Este himno latino del siglo XIII fue compuesto por el amigo de san Francisco de Asís: Tomás de Celano (1200-1260). Describe el día del juicio, con la última trompeta llamando a los muertos ante el trono divino, y en el que el alma suplica la misericordia divina recordando al Señor su pasión redentora y su benevolencia con los pecadores.
1. Oh día de ira aquel en que el mundo se disolverá, como lo atestiguan David y Sibila!
2. Cuán grande será el terror cuando el juez venga a juzgarlo todo con rigor.
3. La trompeta, al esparcir su atronador sonido por la región de los sepulcros, reunirá a todos ante el trono.
4. La muerte se asombrará, y la naturaleza, cuando resucite lo creado, responderá ante el Juez.
5. Se abrirá el libro en el que está escrito todo aquello por lo que el mundo será juzgado.
6. Entonces el Juez tomará asiento. Cuanto estaba oculto será revelado, nada quedará oculto.
7. ¿Qué diré yo, miserable? ¿A qué abogado acudiré cuando aun el justo apenas está seguro?
8. ¡Oh Rey de terrible majestad, que a los que salvas, salvas gratis! ¡Sálvame, fuente de piedad!
9. Acuérdate, piadoso Jesús, de que por mí has venido al mundo; No me pierdas en aquel día.
10. Al buscarme, te sentaste fatigado, me redimiste padeciendo en la cruz. ¡Qué no se pierda tanto trabajo!
11. Oh justo juez de las venganzas, concédeme el perdón en el día en que pidas cuentas.
12. Gimo como reo, la culpa ruboriza mi cara. Perdona, Señor a quien te lo suplica.
13. Tú que perdonaste a María (Magdalena), y escuchaste al ladrón y a mí mismo me diste la esperanza.
14. Mis plegarias no son dignas; pero Tú, buen Señor, muéstrate benigno, para que yo no arda en el fuego.
15. Dame un lugar entre tus ovejas y apártame del infierno, colocándome a tu diestra.
16. Arrojados los malditos a las terribles llamas, convócame con tus elegidos.
17. Te ruego, suplicante y anonadado, con el corazón contrito como el polvo, que me cuides en mi hora final.
18. ¡Oh día de lágrimas, aquel en el que resurgirá del polvo el hombre para ser juzgado como reo!
19. A él/ella perdónale oh Dios. Piadoso Señor Jesús: dales el descanso eterno. Amén
Evangelio. Jn 5, 25-29.- En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “En verdad, en verdad os aseguro que llega la hora, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre. No os asombréis: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio”.
Ofertorio.- Señor, Jesucristo, Rey de gloria, liberad las almas de los fieles difuntos de las llamas del Infierno y del Abismo sin fondo: liberadlos de la boca del león para que el abismo horrible no los engulla y no caigan en los lazos de las tinieblas. 'Que san Miguel, portador del estándar-te, los introduzca en la santa luz; como le prometiste a Abrahán y a su descendencia. Súplicas y alabanzas, Señor, te ofrecemos en sacrificio. Acéptalas en nombre de las almas en cuya memoria hoy las hacemos. Hazlas pasar, Señor, de la muerte a la vida, como antaño pro-metiste a Abraham y a su descendencia''.
Secreta.- Te suplicamos, Señor, mires benigno este sacrificio que por las almas de tus siervos y siervas te ofrecemos, a fin de que habiéndoles dado el mérito de la fe cristiana, le concedas también la recompensa. Por nuestro Señor Jesucristo.
Prefacio de difuntos.- En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro. En él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. Por eso, con los ángeles y arcángeles, con los tronos y dominaciones, y con toda la milicia del ejército celestial cantamos sin cesar el himno de tu gloria:
Comunión.- 4 Esd 2, 35. 34. Brille, Señor, para ellos la luz eterna con tus santos para siempre, porque eres piadoso. V/. Dales Señor el descanso eternos y brille para ellos la luz perpetua; con tus santos para siempre porque eres piadoso.
Poscomunión. Aprovechen, Señor, a las almas de tus siervos y siervas nuestras suplicantes preces, para que las libres de todos su pecados y les de su parte en tu redención. Tú que vives y reinas
Absolución (opcional). Líbrame, Señor, de la muerte éterna, en aquel tremendo día, * cuando tiemblen los cielos y la tierra. ∫ Cuando vengas a juzgar al mundo con el fuego. ℣. Temblando estoy y temo, mientras llega el juicio y la ira venidera. ∫ Cuando vengas a juzgar al mundo con el fuego. ℣. Día aquel, día de ira, de calamidad y miseria, día grande y amargo. ∫ Cuando vengas a juzgar al mundo con el fuego. ℣. Dales, Señor, el descanso eterno, y brille ante sus ojos la luz perpetua. (Se repite desde el principio hasta Tremens.)
Señor, ten piedad, Cristo, ten piedad, Señor, ten piedad. Padre nuestro...
V. Nos dejes caer en la tentación.
R/. Y líbranos del mal.
V/. De las penas del infierno.
R/. Libra, Señor, su/s alma/s
V. Descansen en paz.
R. Amén.
V. Señor, escucha mi oración.
R. Y llegue a ti mi clamor.
V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
Oración.- Te rogamos, Señor, que absuelvas las alma de tus siervos y siervas de todo vínculo de pecado, para que vivan en la gloria de la resurrección, entre tus santos y elegidos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.
V. Concédeles, Señor, el des-canso eterno.
R. Y brille para él la luz eterna.
V. Descansen en paz.
R. Amén.
V. Sus almas y las de todos los fieles difuntos descansen en paz, por la misericordia del Señor.
R. Amén
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