viernes, 16 de diciembre de 2022

PEQUEÑAS REFLEXIONES FILOSÓFICAS: El meollo del modernismo.

Cuando el filósofo empieza a renegar del poder del intelecto del hombre para conocer el Ser, la Realidad en su esencia, en su externa objetividad, entonces no queda otra cosa que concentrarse en sí mismo, en su interior, en su experiencia, en su subjetividad.
Ya el conocimiento no es aprehender la esencia de la realidad objetiva externa tal cual es haciendo el máximo esfuerzo realista posible, amoldando el intelecto a ella, sino quedarse con la percepción interna, subjetiva, como realidad.
Ha empezado la ruina mental del modernismo. La evasión de la Realidad profunda; la evasión y el reniego del conocimiento de Dios y su consecuencia lógica: El erigirse uno mismo el centro de todo.
La construcción de la existencia con pretensión autonóma respecto del Ser, del Logos, de la Verdad, de la Realidad, de Dios.
Por eso la mente modernista solo sirve para ciencia y tecnología: la terminación epitelial de los fenómenos, pero es ciega para el Ser. Ya no le interesa el Ser, el Logos, la Verdad Última, Dios; sino la obra de sus propias manos humanas; que ahora reemplazan a Dios.
El non serviam luciferino al fin y al cabo.

martes, 13 de diciembre de 2022

CONTINUIDAD? UN ANTES Y UN DESPUÉS DE LA MUERTE DE PÍO XII



Pío XII reconocía la grandeza de Monseñor Lefebvre
Y reconocía el veneno de neoteólogos como Henry de Lubac, Yves Congar, etc. a los cuales penalizó y limitó. A de Lubac le prohibió la enseñanza.
Por esos téologos neomodernistas junto con Von Balthasar y Walter Kasper, Danielou, Chenu, Rhaner, Theilard...Pío XII escribió HUMANIS GÉNERIS condenando la Nouvelle Téologíe. A ellos iba dirigida la condena.
Murió Pïo XII
Asumió Juan XXIII, el que había recibido el birrete cardenalicio a pedido suyo, del Masón socialista Auriol, presidente de la república masónica francesa.
Todos esos teólogos ebrios de admiración a la Modernidad, Rhaner, Chenu, Danielou, De Lubac, Congar, Balthasar, Kasper, -junto con otros mas jóvenes, como Ratzinger y Wojtyla- fueron convocados como Peritos, teólogos, asesores y redactores del II Concilio.
Lo que sucede luego de una Revolución: los presos salen de la cárcel y gobiernan.
Esos venenosos neoteólogos volcaron su ideología en el Concilio.
Después de la Inauguración y la fijación del Rumbo, por Roncalli y Montini, Wojtyla y Ratzinger llegaron a ser Papas exaltando a esos nouvelle teólogos; y aplicando su ideología; con algún cosmético conservador- inútil, por otra parte.
El Liberalismo, el modernismo y la protestantización -todo condenado por la Iglesia- se hicieron "magisterio pastoral" y se aplicaron como un Superdogma por un stalinismo clerical jamás visto ni imaginado en la historia de la Iglesia.
Esos neoteólgos, De Lubac, Congar, Von Balthasar y Kasper, fueron exaltados a Cardenales por Juan Pablo II.
Lefebvre fue excomulgado.
Continuidad?
Solo un cretino, un imbécil o un conspirador puede creer y defender una continuidad.



miércoles, 7 de diciembre de 2022

EL NEOMODERNISTA MODERADO: NEOCÓN. EL ABSURDO Y LA INCOHERENCIA IDEOLOGIZADA Y DISFRAZADA DE CATOLICISMO

 Nada mas imbécil, ridículo y mendaz que un neocón diciendo "Viva Cristo Rey!"

Neocón: quien profesa la religión de la "nueva iglesia conciliar"; es decir acepta el personalismo neomodernista y su antropología de la libertad negativa; la libertad religiosa de "sana laicidad" liberal masónica condenada, que expulsa a Cristo de la vida pública aborreciendo su Reino Social en el mundo, con la consiguiente autonomía del hombre respecto de Dios en las realidades temporales sociopolíticas ; aceptando el historicismo y el evolucionismo modernista, que convierte a la Verdad en un epifénómeno de la historia y su evolución. Pone la reforma litúrgica espúria al mismo nivel que la Misa Católica de siempre. Pero todo con cierta moderación -criticando los excesos del progresista radical-, y se aferra a este o a aquel punto de la moral católica, lo cual se hace insostenible e incoherente, en vista de que ha abrazado un núcleo filosófico teológico no católico del cual no se deriva la moral católica. Por último venera, canoniza o endiosa los responsables neomodernistas de este desastre, con grandilocuentes y magníficos títulos -que naturalmente son una burda, sarcástica mentira.



sábado, 3 de diciembre de 2022

PORQUÉ ES TAN MALIGNO, ESTULTO Y DAÑINO EL MODERNISMO

 Porqué es tan estulto, dañino y maligno el modernismo?

Por cuestiones académicas?
NO! porque pretende reemplazar a la verdadera religión que salva al hombre de la perdición eterna, la Católica. Ver condenas, acá, acá, acá, acá. Sobre el modernismo de los Papas conciliares, para descargar pdf sobre la Nouvelle Téologíe, condenada en Humanis Géneris por Pío XII, informe detallado, acá.
El modernismo conduce a la perdición, es nada mas que chamuyo humano con alguna apariencia de seriedad, ciencia y piedad, para los superficiales o no rigurosos intelectualmente, y los que no aman la verdad, y quieren un camino fácil, cómodo y sin esfuerzo ni sacrificio.
Ya lo advirtió Cristo a los fariseos, los protomodernistas (los modernistas actuales son mucho peores) (1) pues ya cuentan con dos milenios de Verdad Revelada y recibieron los Sacramentos de la Salvación: su protervia es infinitamente mas grave que los brutos fariseos:
<<EN VANO ME RINDEN CULTO, PUES LO QUE ENSEÑAN NO ES MAS QUE DOCTRINAS HUMANAS!>>
1) El antiguo fariseo y el modernista comparten una serie de características comunes, a pesar de que puedan parecer distintos a primera vista:
i) Religión humanizada: reemplazo de la Verdad revelada por basura púramente humana. Interpretación aberrante de la Revelación.
ii) Amor por la inmanencia y la "gloria que dan los hombres", la glorificación del "respeto humano": "aterrización".
iii) Soberbia, presunción, rebelión disimulada o no contra la Verdad; contra Dios.
iii) Legalismo. Legalismo y casuística bíblica en los fariseos; legalismo fanático de la Corrección Política del Nuevo Orden Mundial anticristiano en el modernista.
iiii) Acomodamiento con el poder mundano: No tenemos otro Rey que el César!! - Hay que Obedecer a la ONU!!!




lunes, 21 de noviembre de 2022

QUIEN ES JOSEPH RATZINGER. Historia y teología. Sin relatos seudopiadosos.

Para ir directamente al Pdf de Adelante la Fe, acá, pg. 62


VII Ratzinger: un Prefecto sin fe en la Congregación para la Fe El «teólogo» Ratzinger La «discreción» y la tenacidad del papa Montini, aseguraron a la «nueva teología» el predominio incuestionable en mundo católico. El triunfo de la «nueva teología», sin embargo, no señaló el triunfo de la Fe católica. Al contrario. «Jamás una encíclica pontificia, que tenía apenas 15 años, fue desautorizada, en tan poco tiempo y de manera tan completa, por aquellos a quien ella condenaba, como la “Humani Generis”», escribió el teólogo alemán Dörmann a propósito del Concilio (Il cammino teologico di Giovanni Paolo II verso Assisi), y el cuadro de la situación actual fue trazado por el jesuita Henrici, «nuevo teólogo»: «Mientras que las cátedras teológicas son hegemonizadas por los colegas de “Concilium” [ala avanzada del modernismo], casi todos los teólogos nombrados obispos en los últimos años provienen de las filas de “Communio” [ala moderada del mismo modernismo] […] Balthasar, de Lubac y Ratzinger, sus fundadores, han llegado los tres a ser cardenales» (30 Giorni, diciembre de 1991). En las Universidades eclesiásticas, también en las pontificias, se estudian los padres fundadores de la «nouvelle théologie» y se hacen tesis de licenciatura sobre Blondel, de Lubac y von Balthasar. L’Osservatore Romano y La Civiltà Cattolica exaltan su figura y su «pensamiento» y la prensa católica se adecua: ad instar Principis, totus componitur orbis. Un «nuevo teólogo» preside incluso la Congregación para la Doctrina de la Fe, la que fue la suprema Congregación del Santo Oficio: el card. Joseph Ratzinger. Si distinguiremos en él el «teólogo» del Prefecto es sólo por comodidad de exposición. En este caso, en efecto, dicha distinción no se sostiene tanto porque, como veremos, nos hallamos, no en materia opinable, sino en el campo de la Fe, y un Prefecto de la Congregación de la Fe sin fe es un contrasentido, como porque el prefecto Ratzinger está en perfecta sintonía con el «teólogo» Ratzinger. Del «teólogo» Ratzinger se indica como obra fundamental su Introduzione al Cristianesimo – lezioni sul Simbolo apostolico en venta en las librerías católicas y que en Italia ha alcanzado su octava edición en 1986 editada – no por casualidad – por Queriniana de Brescia, editorial exclusivamente de obras de la «nueva teología» [trad. en castellano: Introducción al 63 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Cristianismo, Sígueme, 2001]. Introducción al Cristianismo (Einführung in das Christentum) es presentada de esta manera en Rapporto sulla Fede [trad. en castellano: Informe sobre la Fe]: «una especie de clásico, continuamente reeditado, con el cual se ha formado una generación de clérigos y de laicos, atraídos por un pensamiento totalmente “católico” y, al mismo tiempo, totalmente “abierto” al nuevo clima del Vaticano II» (p. 14). Nos detendremos en pocas y fundamentales consideraciones, suficientes para hacerse una idea exacta de la «teología» del actual Prefecto de la Congregación para la Fe. Una cuestión gravísima Es verdad de fe divina y católica, esto es, fundada en la autoridad de Dios revelante (Sagrada Escritura y Tradición) y también en la autoridad del infalible Magisterio de la Iglesia, que, en Jesús, Dios se ha hecho hombre y precisamente la segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios como el Padre, unió a Sí una naturaleza humana, por lo que en Cristo hay dos naturalezas (la humana y la divina) unidas en la única Persona divina (unión hipostática o personal). Cualquiera que quiera permanecer siendo católico y salvarse debe profesar esta verdad fundamental propuesta para ser creída siempre y en todo lugar por la Iglesia y defendida por ella contra la herejía (Concilios de Efeso, Calcedonia y V de Constantinopla). ¿Qué decir, por tanto, cuando estamos obligados a constatar que el actual Prefecto de la Congregación para la Fe, en sus libros de «teología», profesa, en cambio, que en Jesús, no Dios se ha hecho hombre, sino que un hombre se ha convertido en Dios? ¿Quién es, en efecto, Jesucristo para Ratzinger? Es «aquel Hombre en el que viene a la luz la nota definitiva de la esencia humana y que, precisamente por esto [sic!], es, al mismo tiempo, Dios mismo» (Introduzione al Cristianesimo, p. 150; la cursiva está en el texto). ¿Qué quiere decir esto sino que el hombre, en su «nota definitiva» es Dios y que Cristo es un hombre, el cual es, o mejor, se ha convertido en Dios por el solo hecho de que en El ha venido a la luz la «nota definitiva de la esencia humana»? Dios es hombre y el hombre es Dios La cuestión, por otra parte, es planteada con toda claridad y resuelta afirmativamente por el mismo Ratzinger. Este, en efecto, se pregunta: «¿podemos verdaderamente diluir la cristología (el hablar de Cristo) en la teología (el hablar de Dios); o deberemos, en cambio, hacer una apasionada propaganda en favor de Jesús como hombre, planteando la cristología bajo 64 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) forma de humanismo y de antropología? ¿O quizá el auténtico hombre, precisamente por el hecho de ser integralmente tal, debería ser Dios y, consiguientemente, Dios debería ser un auténtico hombre? ¿Sería acaso posible que el más radical humanismo y la fe en el Dios revelante vengan aquí a encontrarse, más aún, lleguen a confluir el uno en la otra?» (p. 165; la palabra «hombre», en el texto original, aparece en cursiva). La respuesta es que la lucha combatida en los primeros cinco siglos de la Iglesia en torno a estos problemas «ha conducido, en los concilios ecuménicos de entonces, a una respuesta positiva [sic!] a las tres preguntas» (p. 165; también aquí, la cursiva aparece en el texto). Comprendida entre ellas, por tanto, la pregunta central, que, por ello, sin traicionar el pensamiento del autor, podemos trascribir como sigue: «el auténtico hombre, precisamente por el hecho de ser íntegramente tal, es Dios y, consiguientemente, Dios es un auténtico hombre». Una «cristología» coherente en la herejía Toda la «cristología» de Ratzinger se desarrolla coherentemente en torno a este asunto fundamental y sería muy difícil dar una explicación diferente a las afirmaciones que, en su Introdución al Cristianismo, se repiten a ritmo vertiginoso, entre las cuales las siguientes, que transcribimos por honestidad de documentación. El «núcleo central» de la «”cristología del Hijo” expuesta por Juan» sería este: «El servir no es ya considerado como una acción, detrás de la cual subsiste por su cuenta la persona de Jesús; es admitido, en cambio, como un hecho que inviste la entera existencia de Jesús, de modo que su mismo ser es puro servicio. Y, precisamente porque este ser suyo no es otra cosa sino servicio, es también un ser de hijo. Bajo este aspecto, la inversión cristiana de valores solamente ahora ha alcanzado su objetivo; sólo en este punto resulta perfectamente claro que el que se dedica totalmente al servicio de los demás, de manera absolutamente desinteresada y anonadándose a sí mismo, se convierte formalmente en el altruista por antonomasia, de manera que precisamente y sólo él es el verdadero hombre, el hombre del futuro, el caso de incidencia en el que confluyen juntos el hombre y Dios» (pp. 178-179; también aquí la negrita corresponde a la cursiva del texto). «Su [de Jesús] ser, en cambio, es una pura ‘actualitas’, compuesta de un “desde” y un “para”. Y es, precisamente por esto, porque este ser suyo no resulta ya disociable de su ‘actualitas’, por lo que él viene a coincidir con Dios, pero permaneciendo al mismo tiempo el hombre ejemplar: el hombre del futuro, a 65 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) través del cual nos es concedido ver hasta qué punto el hombre es todavía un ser ‘in fieri’, el gran ausente, constatando cómo ha comenzado apenas, se puede decir, a ser verdaderamente él mismo [es decir… Dios]» (p. 180; aquí las negritas son nuestras). Fue la «primitiva comunidad cristiana» la que aplicó por primera vez a Jesús el Salmo 2: «Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado. Pídeme y te daré en herencia las naciones». Esta aplicación – nos explica Ratzinger – intentaba expresar solamente la convicción de que «a quien entrevé el significado de la vida humana, no en el poder y en la auto-afirmación, sino en el radical existir sólo para los demás, antes bien, demostrando con la cruz que encarna el ser para los demás, a este – digo – y sólo a este, Dios le dijo: “Hijo mío eres tú; hoy te he engendrado”» y Ratzinger precisa: «Tú eres mi Hijo; hoy – o sea, en esta situación [en la cruz] – te he engendrado» y concluye: «La idea del ‘Hijo de Dios’… entró de esta manera y de esta forma en la interpretación de la cruz y de la resurrección, basada en el Salmo 2, incluyéndose en la profesión de fe en Jesús de Nazaret» (pp. 172-173). Y puede ser suficiente por ahora. El vuelco Para Ratzinger, por tanto, Jesús no es Dios porque es Hijo natural de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, «engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre», porque su Persona comparte ab aeterno la infinita naturaleza divina y, por tanto, posee sus infinitas perfecciones, sino que es un hombre que «llegó a coincidir con Dios» en el momento en que, en la cruz, encarnó el «ser para los otros», el «altruista por antonomasia». El, por tanto, se distingue de nosotros y de los demás hombres sólo por el grado de desarrollo humano conseguido y no por el abismo que separa a Dios del hombre, al Creador de la criatura. La cristología de la Iglesia es rechazada por Ratzinger como una «triunfalista cristología de la glorificación… una cristología despectiva que no sabría qué hacer con un hombre [sic!] crucificado y reducido al rango de siervo, por lo que, en vez de aceptarlo, se crearía nuevamente un mito ontológico de Dios» (p. 178). A la «cristología de la glorificación», que crea «un mito ontológico de Dios», Ratzinger opone su «cristología del servicio», que él afirma encontrar en el Evangelio de San Juan, y para la cual «Hijo» significaría únicamente «siervo perfecto» (véase pp. 142- 143). Por el contrario, el hombre Jesús, que, por su servir perfecto, ha llegado a «coincidir» con Dios, revela al hombre que el hombre es un Dios in fieri y que, 66 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) entre el hombre y Dios, por ello, existe una identidad esencial. Y, tergiversando incluso a Dante, Ratzinger nos dice que esta sería la «conmovedora conclusión de la “Divina Comedia” de Dante, en el momento en que él, contemplando el misterio de Dios, ve con extático arrobamiento su propia imagen, o sea, un rostro humano, exactamente en el centro de un deslumbrante círculo de llamas formado por “el amor que mueve el sol y las demás estrellas» (p. 149). La confirmación inequívoca Que este es el pensamiento de Ratzinger es confirmado, una vez más, y de modo inequívoco, por la concepción de Cristo como «último hombre» expuesta a partir de la p. 185. Aquí, Ratzinger fuerza otro pasaje de la Sagrada Escritura (y precisamente a San Pablo), haciendo absoluto caso omiso a que la exégesis católica, en los pasajes que atañen al dogma debe seguir el sentido que ha considerado siempre la Santa Madre Iglesia: «… un aspecto totalmente diferente – escribe – presentan las cosas cuando se entiende la clave de la argumentación paulina, que nos enseña a comprender a Cristo como el ‘último hombre’ (eschatos Adam: Icor. 15, 45), es decir, como el hombre definitivo, que introduce al hombre en su futuro, consistente en el hecho de que él no es solamente hombre, sino que forma, en cambio, un todo único con Dios» (p. 185, la negrita es nuestra). E, inmediatamente después, bajo el título «Cristo, el último hombre» prosigue: «Hemos llegado ahora al punto en el que poder intentar exponer, de manera resumida, qué intentamos decir cuando afirmamos: “Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios y nuestro Señor”. Tras las consideraciones que hemos realizado hasta aquí, podemos decir, ante todo, esto: la fe cristiana cree en Jesús de Nazaret, viendo en él al hombre ejemplar (así, en efecto, se puede traducir sustancialmente, haciendo entender perfectamente la idea, el arriba citado concepto paulino de ‘último Adán’) [que, en cambio, quiere decir solamente el “segundo Adán”, cabeza de la humanidad redimida, en contraposición al “primer Adán”]. Pero, precisamente en cuanto hombre ejemplar, normativo, él traspasa los confines de lo humano; sólo así y sólo en virtud de esto, él es verdaderamente el hombre ejemplar» (pp. 185-186; la negrita es nuestra). Y el motivo sería este: «la apertura hacia el Todo, el Infinito, es el componente constitutivo del hombre. El hombre es verdaderamente tal porque se erige infinitamente alto sobre sí mismo; y, por consiguiente, es tanto más hombre, cuanto menos está cerrado en sí mismo, cuanto menos está ‘limitado’. Sin embargo, entonces – repitámoslo una vez más – el hombre al máximo de su potencialidad, más aún, el verdadero hombre, es precisamente el que está desvinculado al máximo, el 67 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) que no sólo roza el infinito – ¡el Infinito! – sino que se hace totalmente uno con él: Jesucristo. En él, el proceso de ‘humanación’ ha alcanzado verdaderamente su meta» (pp. 186-187; las negritas son nuestras). El «mérito» de Teilhard Y, como para disiparnos toda duda tanto sobre su pensamiento como sobre sus «fuentes» de su «teología», Ratzinger apela al más triste y atrevido de los «nuevos teólogos», Teilhard de Chardin, el jesuita «apóstata» (R. Valnève): «Hay que reconocer el mérito de Teilhard de Chardin de haber repensado estas conexiones en el cuadro moderno del mundo, reorganizándolas de una nueva manera» (p. 187). Siguen numerosas citaciones textuales de las obras de Teilhard. A nosotros nos bastará referir la última, que es además la conclusión: «el flujo cósmico se mueve “en dirección de un estadio inimaginable, casi ‘monomolecular’…, en el que todo Ego… está destinado a alcanzar su punto de culminación en una especie de Super-Ego”. El hombre en cuanto ‘yo’ es, sí, un término: pero la orientación asumida por el movimiento del ser y por su propia existencia nos lo muestra al mismo tiempo como una figura que se encuadra en un ‘Super-yo’, el cual no lo extingue, sino que lo abraza; ahora bien, es solamente en este estadio de unificación donde puede aparecer la forma del hombre futuro, en la cual el factor humano podrá decirse que habrá alcanzado su meta [la perfecta “humanación” llamada sólo impropiamente divinización o “sobrenatural”]» (p. 189). Y este delirio monista-panteísta sería para Ratzinger – increíble, pero cierto – el contenido de la… ¡cristología de San Pablo! «Creemos – concluye – que se puede admitir tranquilamente [sic!] que aquí, sobre la base de la actual concepción del mundo y ciertamente con un vocabulario de sabor tal vez un tanto demasiado biológico [¡sólo esto!], se encuentra en sustancia entendida y hecho de nuevo comprensible el planteamiento de la cristología paulina» (p. 189). E inmediatamente después: «La fe ve en Jesús al hombre en el que – hablando en términos que derivan del esquema biológico – es como si resultase ya actuado el próximo salto evolutivo […]. Por ello, la verdadera fe verá en Cristo el inicio de un movimiento en el cual la humanidad fragmentada es gradualmente recompuesta y reabsorbida en el ser del único Adán, en el único ‘cuerpo’ del hombre escatológico. Verá siempre en él la puesta en marcha hacia el futuro del hombre, en el que este será íntegramente ‘socializado’, incorporado en una única entidad» (pp. 189-190). Estamos en el perfecto vuelco de la Fe católica: no es Dios el que se ha hecho hombre, sino el hombre el que se ha manifestado como Dios en Jesucristo. 68 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Las «fuentes» ¿Cómo ha llegado Ratzinger a semejante vuelco? Nos lo explica el card. Siri en Getsemani – Riflessioni sul movimiento teologico contemporaneo, Roma, 1980. El «monismo cósmico» o «idealismo antropocéntrico» o «antropocentrismo fundamental», en el cual Ratzinger disuelve la teología, es el desemboque obligado del error de de Lubac acerca del sobrenatural implicado en el natural, con el objetivo de que el «sobrenatural» viene necesariamente a coincidir con el máximo desarrollo de la naturaleza humana: «Revelando al Padre – escribe de Lubac – y siendo revelado por él, Cristo termina de revelar al hombre a sí mismo. […]. Para Cristo, la persona es adulta, el Hombre emerge definitivamente del universo» (H. de Lubac, Catholicisme, ed. du Cerf, Paris, 1938, IV ed., 1947, pp. 295-296). Es exactamente la «cristología» de Ratzinger en embrión. El card. Siri se pregunta también: «¿Cuál puede ser el significado de esta afirmación? O Cristo es únicamente hombre, o el hombre es divino» (Getsemani – Riflessioni sul movimento teologico contemporaneo, p. 56). Nosotros añadimos que el «sobrenatural» que se explica a partir del natural es también el centro de la «nueva filosofía» de Blondel, el cual explica el «consortium divinae naturae», la participación del hombre de la naturaleza divina como un «restituir, por así decir, a Dios a Dios en nosotros» (Carta a de Lubac, 5 de abril de 1932). El error de De Lubac (y de Blondel) – demuestra Siri – madura posteriormente en K. Rahner S. J., el cual se pregunta si «se puede incluso intentar ver la unio hypostatica en la línea de este perfeccionamiento absoluto de lo que existe en el hombre» (citado de Naturaleza y gracia en Getsemani, p. 73). La respuesta positiva, antes que en Ratzinger, se encuentra en el mismo Rahner, el cual «altera radicalmente el pensamiento y la fe de la Iglesia a propósito del misterio de la encarnación del Verbo de Dios en Jesucristo como es expresado en el Evangelio y en la Tradición» (Siri, op. cit., p. 79) y lo altera exactamente en el sentido en el que lo altera Ratzinger (véase Siri, op. cit., pp. 76 ss.), el cual Ratzinger fue y permanece, no obstante alguna marginal toma de distancia, discípulo de Rahner (fue también su fiel colaborador durante el Concilio: véase R. Viltgen, Le Rhin se jette dans le Tibre). En Rahner – escribe el card. Siri – «aparece claramente una antropología fundamental que, no sólo concuerda con el pensamiento del P. de Lubac, sino que lo supera de modo que transforma, en la conciencia de sus adeptos de la nueva teología, artículos de fe, como, por ejemplo, los de la Encarnación y de la Inmaculada Concepción» (op. cit., p. 73). Y todavía: «cuando uno piensa y se expresa de modo que se proponen postulados como el de la identidad de la esencia de Dios y del hombre [precisamente es el postulado de la “cristología” de Ratzinger], que invierten la doctrina surgida de la Revelación, no seguimos el filón de la verdad, sino el 69 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) del error [o, más exactamente, de la herejía] […]. He aquí adónde se llega si se parte de un [erróneo] concepto relativo a un gran misterio, como el misterio del sobrenatural, artificialmente presentado [por de Lubac y compañía] como perteneciente a la doctrina de la Iglesia… Unos tras otros, todos los principios, todos los criterios y todos los fundamentos de la fe han sido puestos en cuestión y se desmoronan» (op. cit., pp. 74 s. y p. 82). «Por el camino de la fantasía, del error y de la herejía» la vuelta al modernismo El card. Siri se hace eco del padre Garrigou-Lagrange O. P., que ya en 1946, había resumido así la «cristología» de la «nouvelle théologie»: «… el mundo material habría evolucionado hacia el espíritu y el mundo espiritual evolucionaría naturalmente, por así decir, hacia el orden sobrenatural y hacia la plenitud de Cristo. Así, la Encarnación del Verbo, el Cuerpo místico y el Cristo universal serían momentos de la Evolución… He aquí lo que queda delos dogmas cristianos en esta teoría que se aleja de nuestro Credo en la medida que se acerca al evolucionismo hegeliano» (La nouvelle théologie où va-t-elle?). Y el gran teólogo dominico había lanzado su grito de alarma: «¿Dónde va la “nueva teología”? Vuelve al modernismo… por el camino de la fantasía, del error y de la herejía» (ivi). Ratzinger afirma, repitiendo el antiguo juego de sus «maestros», que este delirio monista-panteísta, además de en la «cristología paulina» (interpretada por Teilhard), se podría encontrar en las «más antiguas profesiones de fe» y en el Evangelio de San Juan (pp. 179 s.) y nos haría «claro» el verdadero «sentido» de los dogmas de Efeso y de Calcedonia (p. 197). Esta afirmación, sin embargo, además de ser insostenible, constituye por sí misma otra gravísima herejía. Si fuera así, en efecto, deberíamos decir que la Iglesia, infalible por promesa divina, tras los primeros siglos (y hasta la «nueva teología»)… ¡perdió la memoria, olvidando el sentido de la doctrina de San Pablo, del Evangelio de San Juan, de las más antiguas profesiones de fe y de los dogmas cristológicos y de la misma divina Revelación! La triste realidad es bien distinta: Ratzinger recupera, a menudo literalmente, como hemos demostrado, a los «maestros» de la «nueva teología» y, con ellos, abandonada la «filosofía del ser» por la filosofía del «devenir», rechazados la Tradición y el Magisterio, camina «tranquilamente» (para usar un término que le agrada) «por el camino de la fantasía, del error y de la herejía» volviendo al modernismo, que «en Cristo no reconoce nada más que un hombre», aunque «de elevadísima naturaleza, como jamás se vio otro ni jamás se encontrará», y, en cambio, en el hombre ve un Dios, porque «el principio de la fe es inmanente en el hombre… este principio es Dios» y, por 70 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) tanto, «Dios es inmanente en el hombre»; para algunos modernistas en sentido panteísta, «lo que es más coherente – escribe San Pío X – con el resto de su doctrinas» (San Pío X, Pascendi). Por necesidad (tenemos un sólo artículo que oponer a un libro repleto de «fantasías», «errores» y «herejías»), hemos limitado nuestra atención a la «cristología» de Ratzinger. El lector, sin embargo, puede comprender perfectamente que, alterado este punto fundamental de la teología, todo el resto resulta alterado: la soteriología (la «satisfacción vicaria» sería ¡sólo una infeliz invención medieval de San Anselmo de Aosta!), la mariología (la concepción virginal queda en la niebla y de maternidad divina, ni siquiera se habla) y, sucesivamente, todos los artículos del Credo, que Ratzinger ilustra en su Introducción al Cristianismo, que más propiamente debería titularse Introducción a la apostasía. El Prefecto ¿Ha desmentido quizá el Prefecto Ratzinger al teólogo Ratzinger? Todo lo contrario. Sus obras «teológicas», comprendida la Introducción al Cristianismo, continúan siendo reeditadas inmutadas; el prefecto Ratzinger nunca ha considerado deber corregir o retractar nada. Sobre sus obras «teológicas» podrán continuar formándose otras «generaciones de clérigos», que ignorarán la teología católica e tergiversarán las más elementales verdades de Fe católica. El prefecto Ratzinger hace más todavía: tiene bajo su patrocinio y colabora oficialmente en la revista Communio, órgano de prensa de «los que piensan que han vencido», de la cual Communio fue fundador junto a de Lubac y von Balthasar. El 28 de mayo de 1992, Ratzinger, seguro de su prestigio de Prefecto para la Fe, pudo celebrar su vigésimo aniversario nada menos que en Roma, en el aula magna de la Gregoriana, ante una numerosa audiencia de cardenales y de profesores de las facultades teológicas romanas. Communio es editada en varias lenguas, y, bajo el patrocinio del Prefecto para la Fe, indica oficiosa, pero claramente, al Clero de los diferentes Países, la línea deseada por «Roma»: la de Blondel, de de Lubac y de von Balthasar, el «camino de la fantasía, del error y de la herejía» (la «tela de araña» la llamó 30 Giorni, diciembre de 1991, sin darse cuenta, sin embargo, de la exactitud del término). El «juego de roles» ¿Es acaso casualidad, además, que los colaboradores de Communio hayan ido ocupando poco a poco las sedes episcopales que quedan vacantes? Il Sabato (6 de junio de 1992), en un artículo que celebraba los veinte años de Communio, escribía: 71 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) «Han pasado veinte años. Communio ha vencido su partida. Al menos desde el punto de vista de la batalla por la hegemonía eclesiástica. A los tres teólogos “disidentes” que, aquella noche, en la via Aurelia, bautizaron la idea, la Iglesia les ha concedido el premio de mayor prestigio: el capelo cardenalicio. Pero ha habido gloria para todos. ¡Los mejores colaboradores de Communio han sido promovidos a obispos! Los alemanes Karl Lehmann y Walter Kasper, el italiano Angelo Scola, el suizo Eugenio Corecco, el austriaco Christoph Schönborn, el francés André-Jean Léonard, el brasileño Karl Romer. Un ejército de obispos-teólogos, cuyo influjo en la Iglesia va mucho más allá de la respectiva jurisdicción diocesana. Verdadera think tank de la Iglesia de Karol Wojtyla». ¿Y acaso es casualidad que, en cambio, «las cátedras teológicas son hegemonizadas por los colegas de “Concilium”»? (30 Giorni, diciembre de 1991). ¿Acaso no es el prefecto Ratzinger el que no les molesta ni les castiga? ¿Y no corresponde perfectamente todo esto al concepto modernista de la autoridad, expuesto por San Pío X en la Pascendi y encontrado por nosotros en labios de mons. Montini, en el coloquio con Jean Guitton (véase sì sì no no, 15 de marzo de 1993, p. 3)? Para los modernistas – explica San Pío X – la evolución doctrinal en la Iglesia «es como el resultado de dos fuerzas que se hacen la guerra, de las cuales una es progresiva y la otra conservadora» y el ejercicio de la fuerza conservadora «es el propio de la autoridad religiosa», mientras que a la fuerza progresiva le corresponde estimular la evolución. Es, por tanto, lógico, según la lógica modernista, que los ultraprogresistas de Concilium y los «moderados» de Communio se hayan repartido las tareas: a los colaboradores de Concilium, como «fuerza progresiva», las Universidades, el campo de la «investigación» teológica, la «hegemonía» cultural, y a los colaboradores de Communio, como «como fuerza conservadora», la autoridad religiosa, la «hegemonía eclesiástica». Ninguna ilusión, por tanto: actualmente no hay ninguna lucha entre «católicos liberales» y «católicos conservadores»; los «conservadores», o sea, los católicos tout court, han sido eliminados del cuadro eclesiástico oficial; la lucha es entre modernistas que sacan hasta el extremo las conclusiones de sus erróneos principios y modernistas «moderados», y no se trata de verdadera lucha, sino de escaramuzas o, más exactamente, de un «juego de roles». Roma, ocupada por los «nuevos teólogos» Como elemento impulsor del carro de la «nueva teología», el prefecto Ratzinger ha llenado Roma de «nuevos teólogos» y, especialmente, la Congregación y las Comisiones presididas por él. De este modo, encontramos «promoviendo la sana doctrina», bajo la prefectura del card. Ratzinger, en la 72 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Congregación para la Fe, a un obispo Lehmann, que niega la Resurrección corpórea de Jesús (pero, también para Ratzinger, Jesús es «el que murió en la cruz y resucitó a los ojos de la fe [sic!]», p. 172), un Georges Cottier O. P., «gran experto» en masonería y «fautor del diálogo entre la Iglesia y las Logias», un Albert Vanhoye S. J., para el cual «Jesús no era sacerdote» (pero ni siquiera lo es para Ratzinger ni para su «maestro» Rahner), un Marcello Bordoni, para el cual permanecer anclados al dogma cristológico de Calcedonia es un intolerable «fixismo» (pero también lo es para Ratzinger; véase para Lehmann, sì sì no no, 15 de marzo de 1993, para Cottier, 29 de febrero de 1992, para Vanhoye, 15 de marzo de 1987, para Bordoni, 15 de febrero de 1993). Del mismo modo, en la Pontificia Comisión Bíblica, resurgida de su largo letargo y de la cual el prefecto Ratzinger es ex officio Presidente, se han sucedido como Secretarios un Henri Cazelles, sulpiciano, pionero de la exégesis neomodernista, cuya Introduction à la Bible fue, en su tiempo, objeto de censura por parte de la Congregación romana para los Seminarios (véase sì sì no no, 30 de abril de 1989), y además también el arriba alabado Albert Vanhoye S. J., mientras que entre los miembros encontramos a un Gianfranco Ravasi, que hace estrago públicamente de la Sagrada Escritura y de la Fe, y un Giuseppe Segalla, que niega a Juan su Evangelio y divulga el criticismo más avanzado (véase sì sì no no, a. IV, n. 11, p. 2). Del mismo modo, en la comisión teológica internacional, de la que Ratzinger es Presidente y cuyos miembros son elegidos a propuesta suya, figuran entre otros, el obispo Walter Kasper, para el cual los textos evangélicos «en que se habla de un Resucitado que es tocado con las manos y que come con los discípulos» son «afirmaciones más bien groseras… que corren el peligro de justificar una fe pascual demasiado burda» (pero tampoco a Ratzinger le agrada una «descripción grosera y corpórea de la resurrección»: véase Introduzione al Cristianesimo, p. 252; para Kasper, véase Gesù, il Cristo, Queriniana, Brescia, VI ed., p. 192), el obispo Christoph Schönborn O. P., secretario redaccional del nuevo «Catecismo» y que, en el primer aniversario de la muerte de von Balthasar, celebró su super-Iglesia ecuménica, la «Catholica» no católica, en la iglesia de Santa María en Basilea (véase H. U. von Balthasar. Figura e Opera, ed. Piemme, pp. 431 ss.), el obispo André-Jean Léonard, «hegeliano… Obispo de Namur, responsable del Seminario de Saint Paul a donde Lustiger envía a sus seminaristas [¡todo queda en familia!]» (30 Giorni, diciembre de 1991, p. 67), etc., etc. Con y sin discreción ¿Qué decir, además, de los modos más «discretos», pero no menos eficaces, con los que el prefecto Ratzinger promueve la «nueva teología»? ¿Walter 73 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Kasper es elegido Obispo de Rottenburg-Stuttgart? Su «viejo colega» Ratzinger le escribe: «Para la Iglesia católica, en un periodo turbulento, Usted es un don precioso» (30 Giorni, mayo de 1989). ¿Urs von Balthasar muere la noche antes de recibir la «merecida honorificencia del cardenalato»? El prefecto Ratzinger pronuncia personalmente el sermón fúnebre en el cementerio de Lucerna, señalando al difunto como un teólogo «probatus»: «lo que el Papa – dice – quería expresar con este gesto de reconocimiento, más aún, de honor, sigue siendo válido: no ya solamente individuos privados, sino la Iglesia, en su responsabilidad ministerial oficial [sic!] nos dice que él fue un auténtico maestro de fe, un guía seguro hacia las fuentes del agua viva, un testimonio de la Palabra, del cual podemos conocer a Cristo, conocer la vida» (citado en H. U. von Balthasar. Figura e Opera, a cargo de Lehmann y Kasper, ed. Piemme, pp. 457 s.). El prefecto Ratzinger, además, patrocina en primera persona la apertura en Roma de un «centro de formación para candidatos a la vida consagrada», formación «inspirada en la vida y en las obras de Henri de Lubac, Hans Urs von Balthasar y Adrienne von Speyr» (30 Giorni, agosto-septiembre de 1990). Finalmente, y para contener dentro de los límites de lo necesario nuestro tema, el prefecto Ratzinger presentó a la prensa la «Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo», subrayando que este documento «afirma – quizá por primera vez con esta claridad – que existen decisiones del magisterio que no pueden ser una última palabra sobre la materia en cuanto tal, sino que, en un anclaje sustancial en el problema, son ante todo también una expresión de prudencia pastoral, una especie de disposición provisional» (L’Osservatore Romano, 27 de junio de 1990, p. 6) y puso como ejemplo de «disposiciones provisionales» hoy «en los detalles de sus determinaciones de contenido… superadas»: 1) las «declaraciones de los Papas del pasado siglo sobre la libertad religiosa»; 2) las «decisiones antimodernistas del inicio de este siglo»; 3) las «decisiones de la Comisión bíblica de aquel tiempo»: en resumen: los tres baluartes puestos por los Romanos Pontífices contra el modernismo en campo social, doctrinal y exegético. ¿Es necesario añadir algo más para demostrar que el prefecto Ratzinger está en perfecta sintonía con el «teólogo» Ratzinger? Sí, debemos añadir que Elio Guerriero, jefe de redacción de Communio, está perfectamente de acuerdo con nosotros en este punto. Ilustrando el victorioso avance de la «nueva teología» en Jesus, abril de 1992, escribía: «Siempre se subraya en Roma el trabajo desarrollado por Joseph Ratzinger tanto como teólogo como como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe». Tras lo cual, del «restaurador» Ratzinger no queda sino el mito. 74 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) El mito del «restaurador» Cómo pudo nacer este mito (si ha sido alimentado después artificialmente es otro tema) no es difícil de comprender. En el Prólogo a la Introduzione al Cristianesimo, por ejemplo, Ratzinger escribe: «El problema de saber exactamente cuál es el contenido y el significado de la fe cristiana está hoy envuelto por un nebuloso halo de incertidumbre, que es denso y espeso como quizá nunca antes de ahora lo fue en la historia». Y esto porque «quien ha seguido, al menos un poco, el movimiento teológico del pasado decenio y no pertenece al ejército de aquellos descerebrados que consideran siempre y sistemáticamente lo nuevo como automáticamente mejor», se pregunta preocupado si «nuestra teología… ¿no ha dado interpretaciones progresivamente descendientes de la pretensión de la fe que a menudo se recibió de manera sofocante? ¿Y no se tiene la impresión de que tales interpretaciones han suprimido tan pocas cosas que no se ha perdido nada importante, y al mismo tiempo tantas, que el hombre siempre se ha atrevido a dar un paso más hacia adelante?» (p. 7). ¿Qué católico, que ame a la Iglesia y sufra por la actual crisis, no suscribiría semejantes afirmaciones? Ya en este Prólogo, que ha permanecido inmutado desde 1968, se encuentra lo suficiente para crear en torno a Ratzinger el mito del «restaurador». ¿Pero qué opone Ratzinger a la progresiva demolición de la Fe perpetrada por la teología contemporánea? Opone la… absolución global de la misma teología de la cual – afirma él – «no se puede afirmar… honestamente que… tomada en su conjunto, haya tomado un rumbo de este tipo». Y opone sobre todo, como corrección, el mismo repudio de la Tradición y del Magisterio, por el cual la teología de los últimos decenios ha llegado a envolver «el contenido y el significado de la fe cristiana» en un «nebuloso halo de incertidumbre… denso y espeso como quizá nunca antes de ahora lo fue en la historia». La deplorada tendencia cada vez más reductiva de dicha teología, en efecto, según Ratzinger, «no podrá remediarse obstinándose en permanecer unido sólo al noble metal de las fórmulas fijas vigente en el pasado, que sigue siendo, a fin de cuentas, [no pronunciamientos solemnes del Magisterio, sino] un montón de metal: un peso que carga las espaldas, en vez de favorecer, en virtud de su valor, la posibilidad de alcanzar la verdadera libertad [que viene de este modo a tomar subrepticiamente el lugar del a verdad]» (p. 8). Que, después, esta premisa lleve, de la misma manera, «seguramente» allí a donde ha llegado la «teología» contemporánea parece escapársele a Ratzinger. Sin embargo, su entero libro lo demuestra. Ya San Pío X advertía que no todos 75 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) los modernistas eran capaces de sacar de sus erróneas premisas sus irremediablemente inevitables conclusiones (véase Pascendi). Ratzinger es siempre así: a los excesos de los cuales toma (a menudo con bromas felizmente cáusticas) distancia, no opone nunca la verdad católica, sino un error aparentemente más moderado y que, irremediablemente en la lógica del error, lleva a las mismas devastadoras conclusiones. Como se expresa él mismo en Rapporto sulla Fede, Ratzinger como «equilibrado progresista» es partidario de una «evolución tranquila de la doctrina» sin «huidas solitarias hacia delante», pero también «sin nostalgias anacronistas» por un «pasado irremediablemente pasado», es decir, por la Fe católica dejada «tranquilamente» a sus espaldas (pp. 14-15-29). Si no le agrada el progresismo avanzado, a Ratzinger tampoco le agrada la Tradición católica: «Es al hoy de la Iglesia al que debemos permanecer fieles, no al ayer o al mañana» (Rapporto sulla Fede, p. 29; las cursivas se encuentran en el texto). Es por esto por lo que el católico, que tiene fe y ama a la Iglesia, podrá suscribir algunas afirmaciones críticas de Ratzinger (y también del último de Lubac y de von Balthasar), pero, si examina qué propone el pretendido «restaurador» en el lugar de los deplorados «abusos», no podrá suscribir ni siquiera una línea. Además, porque la pendiente es exactamente la misma y, aunque dulcemente, conduce al mismo repudio total de la divina Revelación, es decir, a la apostasía. Las obras del «teólogo» Ratzinger lo demuestran incontestablemente.







LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EL TEMPLO

 Hoy, celebramos junto con toda la Iglesia, la Presentación en el Templo de la niña Santa María.

Es en una antigua y piadosa tradición que encontramos los orígenes de esta fiesta mariana que surge en el escrito apócrifo llamado "Protoevangelio de Santiago". Este relato cuenta que cuando la Virgen María era muy niña sus padres San Joaquín y Santa Ana la llevaron al templo de Jerusalén y allá la dejaron por un tiempo, junto con otro grupo de niñas, para ser instruida muy cuidadosamente respecto a la religión y a todos los deberes para con Dios.

Históricamente, el inicio de esta celebración fue la dedicación de la Iglesia de Santa María la Nueva en Jerusalén en el año 543. Estas fiestas se vienen conmemorando en Oriente desde el siglo VI, inclusive el emperador Miguel Comeno cuenta sobre esto en una Constitución de 1166.

Más adelante, en 1372, el canciller en la corte del Rey de Chipre, habiendo sido enviado a Aviñón, en calidad de embajador ante el Papa Gregorio XI, le contó la magnificencia con que en Grecia celebraban esta fiesta el 21 de noviembre. El Papa entonces la introdujo en Aviñón, y Sixto V la impuso a toda la Iglesia.

sábado, 19 de noviembre de 2022

REFLEXIONES SOBRE LA CARTA DE RATZINGER, NOVIEMBRE 2022, POR MONS. VIGANÓ

DE HOC MUNDO

La secularización de la autoridad como requisito para la libertad religiosa y el diálogo ecuménico teorizado por el Concilio Vaticano II

Regnum meum non est de hoc mundo

Jn.18,36

I.  Antecedentes

La herida que infligió el Concilio al cuerpo de la Iglesia, y consecuentemente a todo el cuerpo de la sociedad, no se ha sanado en modo alguno al cabo de sesenta años, sino que se está gangrenando con gravísimos daños  a la vista de todos. El tono entusiasta y de autobombo con que el sanedrín bergogliano ensalza al Concilio no puede disimular   los estragos que ha causado en la Iglesia y en las almas.

En un comentario anterior sobre la autorreferencialidad de la iglesia conciliar (aquí) puse de manifiesto algunos aspectos cruciales de esta crisis de identidad, a los cuales se ha añadido últimamente un elemento que considero fundamental si se quiere entender el carácter subversivo del Concilio: me refiero a la carta que ha enviado Benedicto XVI al rector de la Universidad Franciscana de Steubenville (aquí) el pasado 7 de octubre. Quiero ocuparme más a fondo de este tema; el texto de Ratzinger es indispensable para identificar los antecedentes ideológicos y las formas en que se cumple en la práctica la revolución inaugurada por el Concilio Vaticano II en los frentes doctrinal, moral, litúrgico y disciplinario de la Iglesia Católica.

II. La revolución permanente

He dicho adrede «la revolución doctrinal inaugurada por el Concilio Vaticano II[ porque me parece que ya es evidente que los intolerables excesos en los que cae Bergoglio desde hace casi diez años no son otra cosa que la aplicación coherente en el ámbito eclesial del principio de revolución permanente que en el ámbito social teorizaron Marx, Engels y Trotski. El concepto de revolución permanente nace de la constatación por parte de los ideólogos bolcheviques de que el proletariado no se tomaba con mucho entusiasmo los métodos comunistas, porque si se quería propagar por el mundo la lucha de clases era necesario imponerla y hacerla irreversible, ya que sólo la revolución genera el caos que impulsa la acción subversiva contra el orden social.

La iglesia bergogliana ha adoptado un modo análogo de proceder: en vista de que la revolución conciliar no ha sido acogida con entusiasmo por el proletariado católico, el Comité Central de Santa Marta recurre a métodos de Lenin para extender la mentalidad del Concilio a aspectos doctrinales a los que en un principio ninguno de sus propulsores se habría atrevido a tocar.

De ahí el Sínodo de la Sinodalidad, es decir la instauración de una especie de concilio permanente y aun de aggionarmento permanente (aquí) que promocione supuestas peticiones de las bases -el equivalente eclesial del proletariado- como el diaconado femenino y la inclusión radical de los divorciados, concubinarios, polígamos, parejas homosexuales con hijos adoptados y partidarios del movimiento LGBTQ (aquí). Como se observará, estas peticiones, todas ellas totalmente inaceptables desde una perspectiva doctrinal y moral fiel al Magisterio, no representa de manera espontánea y fiel lo que el clero y los fieles piden a la autoridad suprema de la Iglesia. Es una  ficción fraudulenta de la propaganda bergogliana, que ha llegado al extremo de imponer mediante la autoridad de Bergoglio verdaderas falsificaciones siguiendo el modelo de maniobras ensayadas en el sínodo anterior sobre la familia que engendró el ese monstruo herético llamado Amoris laetitia.

También en este caso se adultera la realidad para ajustarla por la fuerza al propio pensamiento distópico, a la presuntuosa idea de que se tiene una solución mejor que la que dispusieron la sabiduría milenaria de la Iglesia y la voluntad de su Fundador. Asistimos a la manipulación de masas aplicada en el terreno de la Iglesia, a las técnicas de los peores regímenes totalitarios, adoptadas actualmente tanto por la élite mundialista con la farsa pandémica y la transición ecológica como por la secta bergogliana, que respalda la Agenda 2030 de la Fundación Rockefeller y aliada con ella.

III. Síntesis ratzingeriana de Pueblo de Dios y Cuerpo Místico

La carta del 7 de octubre expone cuanto ya había declarado Benedicto XVI en el discurso al Parlamento Federal alemán el 22 de septiembre de 2011 (aquí). La primera formulación de la crítica al agustinismo medieval[1] se halla, sin embargo, en la disertación Pueblo y casa de Dios en la doctrina de San Agustín y sobre la Iglesia, (aquí), que se celebró en París en el lejano año 1954 con ocasión del Congreso Agustiniano (aquí).

Invocando una idea desarrollada por la escuela de Harnack [2], Ratzinger afirma:

«Las dos ciudades no representaban a ningún organismo societal. Eran más bien la representación de las dos fuerzas elementales de la fe y la incredulidad en la historia. […] La Ciudad de Dios no se identifica sin más con la institución eclesial. En este sentido, el agustinismo medieval cometió un error fatal que hoy, por fortuna, ha sido definitivamente superado ». 

El tema de la disertación, al que se alude de pasada en la carta, es el de la doctrina eclesiológica del Cuerpo Místico, tratado exhaustivamente en la encíclica Mystici Corporis de Pío XII. A finales de los cincuenta, con la enfermedad del Pontífice, se  vuelve a plantear una rerum novarum cupiditas [3] de los teólogos progresistas, para los cuales la dimensión sobrenatural de la Iglesia era demasiado espiritual y había que sustituirla por tanto por la más seductora expresión agustina de pueblo de Dios, que fácilmente se puede interpretar tanto en clave ecuménica como incluyendo al pueblo hebreo de la Antigua Alianza, y también en clave democrática por sus posibles consecuencias sociológicas y políticas. Semejante planteamiento ideológico denota unas raíces modernistas, plenamente coherente con el pensamiento de Harnack y de su alumno.

Es evidente que este planteamiento tema de un Ratzinger que tenía veintinueve años será objeto también de debate en el Concilio, por lo que no sorprende el orgullo con el que el papa emérito invoca precisamente temas que fueron determinantes en su formación teológica y su trayectoria eclesiástica y serán puestos en práctica por su sucesor.

El planteamiento filosófico de Josef Ratzinger es esencialmente hegeliano, por lo que está imbuida de idealismo absoluto [4], fiel al esquema tesis-antítesis-síntesis. En este caso, entre la tesis católica del Cuerpo Místico y la antítesis progresista del pueblo de Dios, el Concilio y el postconcilio habrían terminado por acoger la síntesis teorizada en la disertación de 1954: «La Iglesia es el pueblo de Dios que existe como cuerpo de Cristo», en la que Cristo se entrega al fiel como Cuerpo y lo transforma en su propio Cuerpo.

Si se mira bien, es una tesis osada que corre el riesgo de confundir la diferencia sustancial entre el Cuerpo de Cristo verdaderamente presente en su integridad en las especies eucarísticas y el Cuerpo de Cristo  realizado místicamente por la unión de los miembros vivos de la Iglesia con su Cabeza divina. Esta confusión habría dado lugar más tarde a que no pocos teólogos progresistas o totalmente heréticos cayeran bien a los protestantes gracias a la formulación imprecisa del Cuerpo de Cristo. Asimismo, también habría dado motivo a Francisco para hacer suyas las atrevidas metáforas pauperísticas de la Eucaristía de Raniero Cantalamessa, para quien la presencia real se realizaría entre los que acogiéndolas  lo acogerían a Él.

IV. La Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo

El problema que se plantea es bien complejo. Presenta dos aspectos; uno ad intra, referido a lo que es y quiere ser la iglesia conciliar, y otro ad extra, relativo a su misión en el mundo y a la relación con las demás religiones. El aspecto ad intra tiene que ver con la naturaleza de la institución, aspirando a deconstruirla en clave democrática y sinodal con el falso propuesto de haber  redescubierto «una dimensión espiritual más amplia» en detrimento del dogma. El aspecto ad extra supone un planteamiento ecuménico del mundo, el diálogo con las sectas y las religiones falsas, la renuncia a la evangelización de los pueblos y la sustitución de ésta por un mensaje ecológico y filantrópico sin dogmas ni moral.

Según el emérito, el error del Agustín medieval consistiría en haber identificado la Ciudad de Dios con la Iglesia visible, cuando es evidente que es el modelo para la Christianitas, o sea la sociedad transnacional en la que las leyes y el ordenamiento cumplen las aspiraciones del salmista: Beatus populus, cujus Dominus Deus ejus (Sal. 143, 15)

La doctrina nos enseña que precisamente a causa de su dimensión terrenal la Iglesia militante es a la vez santa como la Jerusalén celestial y pecadora en sus miembros, infalible en su Magisterio y falible en sus miembros. Y ni siquiera es cierto que San Agustín y sus comentadores medievales vieran en el Estado la Ciudad del Diablo; al contrario, le reconocieron un papel providencial en la economía de la salvación y la necesidad de que las autoridades civiles no sólo se ajusten a la ley natural, sino también al Magisterio católico.

Si hay una ciudad del Diablo reconocible por su maldad ontológica, hay que identificarla con el Nuevo Orden Mundial y con todas las organizaciones, también multinacionales,  empeñadas   en implantar la sinarquía mundialista. No es excepción a ello la secta bergogliana, ni es tampoco casual que ésta esté aliada con los criminales subversivos mencionados y los apoye.

V. La crítica ratzingeriana al agustinismo medieval

Otro gravísimo error teológico que adultera la verdadera naturaleza de la Iglesia está en el cimiento esencialmente laicista de la Iglesia conciliar, que trata de adaptar la realidad objetiva a su propio esquema ideológico en constante mutación.

Empleo el término laicista porque me parece evidente que esta perspectiva está totalmente desprovisto de una mirada sobrenatural: la mirada sobrenatural global que sabe ver las realidades terrenas sub specie aeternitatis no por mera especulación intelectual, sino porque está animada por las virtudes teologales. En las vanas palabrerías de esos intelectuales, surge desconsoladora una falta de pasión, de corazón, de sangre. Todo es teórico, todo está hecho para banalizar asépticamente la Redención y destruir el orden cristiano haciendo suyos los orwellianos métodos de la cultura de la cancelación.

Este error, insinuado en los textos del Concilio, y en particular en Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa y en Nostra aetate para la relación con las religiones no cristianas y el judaísmo, pone a la iglesia conciliar en una situación de deliberada ruptura con la Iglesia Católica, «por primera vez» según las palabras de Benedicto XVI, el cual afirma:

«Se trataba de la libertad de escoger y practicar la religión, así como de la libertad para cambiar de religión, por ser derechos fundamentales del hombre. Precisamente en virtud de sus más profundas razones, una concesión así no podía ser ajena a la fe cristiana, que había entrado en el mundo afirmando que el Estado no podía decidir sobre la verdad ni exigir culto alguno. La fe cristiana reivindicaba la libertad para las convicciones religiosas y para su ejercicio en el culto, sin infringir por ello los derechos del Estado en su propio ordenamiento: los cristianos rezaban por el Emperador, pero no lo adoraban. Desde este punto de vista se puede afirmar que con su aparición el cristianismo ha traído al mundo el principio de la libertad de religión»[5].

El equívoco tiene su fundamento en el doble significado que se atribuye a la expresión libertad religiosa: en el sentido católico expresa la libertad del bautizado para profesar la verdadera Fe públicamente y sin trabas por parte del Estado; y en el sentido modernista se refiere a la libertad abstracta de cualquier creyente para que se le reconozcan los mismos derechos y libertades por parte del Estado.

Otro equívoco surge cuando se considera indiferente que el Estado reconozca derechos y privilegios particulares a la Iglesia, que el Estado profese una religión falsa o se declare laico y prohíba el ejercicio de la verdadera religión o la equipare a un culto cualquiera. A lo largo de los siglos, la Iglesia siempre ha procurado contrapesar prudentemente los propios derechos con la situación de los países en que el catolicismo no era tolerado o era objeto de persecución; provocar a gobernantes anticatólicos para que persiguieran a sus fieles sería una falta de consideración o una imprudencia.

Con todo, que la Iglesia pueda pedir tolerancia para ella y para sus fieles en situaciones de inferioridad numérica no significa que valgan los mismos derechos para otras realidades en que la Iglesia vea reconocida su misión institucional por un Estado que se declara oficialmente católico.

Sin embargo, en nombre de la libertad religiosa teorizada por el Concilio ha sido la propia Iglesia la que ha pedido a naciones como España o Italia que renuncien a reconocerla como religión de Estado, modificando los concordatos y abrogando los privilegios que siglos de catolicismo le habían reconocido en el ámbito jurídico. Desde esta perspectiva, resulta impropio afirmar que con su aparición el cristianismo ha traído al mundo el principio de la libertad religiosa. En realidad, precisamente por esa misma   diversidad  ha tenido que afrontar la persecución y el martirio de sus fieles. Los primeros cristianos no pedían que admitieran a la Santísima Trinidad en el Panteón, sino que les dejaran profesar ese monoteísmo que tanto sorprendía a los romanos. Y esa libertad de culto la reivindicaban para ellos, no desde luego para los paganos, a los procuraban (con éxito) convertir a la Fe verdadera.

Al parecer se olvidan de que la Iglesia es titular de derechos que proceden directamente de Dios, y que al Estado le corresponde reconocérselos y tutelarlos no por una mera cuestión de igualdad, sino porque la religión católica es objetiva, verdadera y socialmente indispensable para alcanzar el bien común. A tal efecto viene bien citar a León XIII:

«Si hay que curar a la sociedad humana, ésta sólo podrá curarla el retorno a la vida y a las costumbres cristianas, ya que, cuando se trata de restaurar las sociedades decadentes, hay que hacerlas volver a sus principios. Porque la perfección de toda sociedad está en buscar y conseguir aquello para que fue instituida, de modo que sea causa de los movimientos y actos sociales la misma causa que originó la sociedad. Por lo cual, apartarse de lo estatuido es corrupción, tornar a ello es curación»[6].

Que el Estado niegue o no el reconocimiento de estos derechos es algo accidental, y la Iglesia es libre para decidir no imponerse. Pero no le corresponde reivindicar derechos para quien siembra el error, a fin de ganar aprobación o manifestar un celo ecuménico totalmente ajeno a su misión.

VI. La falsificación de la realidad para hacer cierta una idea falsa

Si se observa bien, el pensamiento tradicional está mucho más atento a la misión de quienes ejercen cargos institucionales -como el Papa, el Rey, prelados, gobernantes, fieles y súbditos- que al concepto abstracto de la situación. Porque el Señor murió para salvar nuestras almas, no personas jurídicas. Y la Iglesia tiene el deber de convertir a todas las gentes, entre ellas a los mandatarios de las naciones, para que el cargo que ejercen sea vivificado por la Iglesia y redunde en mayor bien del pueblo al que gobiernan.

Ese fantasmagórico Agustín medieval no se equivocó, ni al dar a conocer el paradigma sobrenatural al que deben ajustarse las autoridades terrenales, sean espirituales o temporales, tienen que ajustarse, ni al teorizarse la subordinación del poder civil al religioso, ambos subordinados al de Dios.

El error fatal lo cometió por el contrario el profesor en el ámbito fuertemente ideologizado del modernismo eclesiástico y del progresismo político, cuyos partidarios tratan de atribuir sin base alguna al agustinismo político una formulación doctrinal de su invención que se corresponde con el mensaje de los primeros siglos. San Agustín nunca sostuvo que la autoridad del Estado estuviera desvinculada en modo alguno de la verdadera religión. El obispo de Hipona afirma todo lo contrario:

«[Consideramos dichos a los emperadores cristianos] que ejercen el poder con justicia si en medio de los elogios de los aduladores y las serviles reverencias de los cortesanos no se ensoberbecen y recuerdan que son hombres; si ponen el poder al servicio de la majestad de Dios para propagar su culto; si temen, aman y honran a Dios; si aman más reino, en el que no temen tener rivales; si son ponderados en la aplicación de los castigos y propensos a la clemencia; si imponen penas por exigencias de gobierno y para defender al Estado y no para desfogar su odio a los rivales; si no hacen uso de la clemencia para dejar impunes las infracciones de la ley sino con esperanza de corrección; si compensan las decisiones severas que en muchos casos se ven obligados a tomar con la suavidad de la compasión y la magnificencia; si contiene la lujuria cuantas más posibilidades tiene de desbocarse; si prefieren dominar las bajas pasiones que a un pueblo numeroso y no obran así por el deseo de una gloria efímera  sino por amor a la felicidad eterna; si no se olvidan de ofrecer al Dios verdadero el sacrificio de la humildad, la clemencia y la oración por los propios pecados. Declaramos que nos alegramos de los emperadores cristianos que manifiestan esas cualidades con la esperanza de que más tarde lo sean de hecho cuando gocen del objeto de nuestra esperanza»[7].

Ciertamente no es posible que una sociedad constituida por personas que a nivel individual tienen el deber moral de reconocer la Revelación divina y obedecer los Mandamientos de la Ley de Dios, así como la autoridad de la Iglesia, se sustraiga al mismo deber. Como tampoco es cierto que la presencia de otras religiones numéricamente relevantes dejando de lado las aberraciones doctrinales que enseñan, pueda legitimar una actitud de reconocimiento   rassegnato  de marginalización de la única religión verdadera, y menos cuando semejante pérdida de consenso y de apoyo por parte del Estado y de la sociedad se deben ante todo a la dejación de funciones por parte de la Jerarquía católica en base a las desviaciones conciliares.

VII. Sacralidad de la autoridad contra las derivas totalitarias

La formulación de San Agustín -que no se limita a La Ciudad de Dios, sino que se precisa ampliamente y de modo ortodoxo en toda su obra- se debe entender en armonía con las Sagradas Escrituras y el Magisterio católico, herederos por otra parte del concepto vicario de la autoridad civil que caracterizó al pueblo de Israel, cuyos monarcas representaban la autoridad de Dios, como sucedió más tarde con los reyes cristianos a partir de Bizancio.

La sacralidad de la autoridad civil, heredada de la civilización grecorromana, estaba hasta tal punto arraigada en el mundo cristiano que llegó a asumir connotaciones ceremoniales propias del orden sagrado. Pensemos por ejemplo en la unción con el crisma, o en las vestiduras litúrgicas el emperador del Sacro Imperio Romano o en las funciones prelaticias del Dux de Venecia. Y también en la Italia de los concejos municipales medievales, a los que se suele presentar como más laicos que la monarquía, el concepto de república bien ordenada se desarrolló en el medioevo de forma coherente con la Fe, y Ambrogio Lorenzetti lo puso de relieve en los frescos de la Alegoría del buen gobierno en el Palacio Público de Siena.

Separar artificialmente la armonía y la complementariedad (como jerárquica entre la autoridad espiritual y la temporal fue una operación desgraciada que ha supuesto la antesala de la tiranía y la anarquía cada vez que se ha puesto en práctica. El motivo incluso salta a la vista: Cristo es a la vez Rey de la Iglesia y de las Naciones, porque toda autoridad proviene de Dios (Rom.13,1). Negar que los gobernantes tengan el deber de someterse a la señoría de Cristo es un error gravísimo, porque al prescindir de la ley moral el Estado puede imponer su propia voluntad haciendo caso omiso de la voluntad de Dios subvirtiendo por tanto el orden natural divino en la Ciudad de Dios para sustituirlo por el libre arbitrio y el caos infernal de la Ciudad del Diablo.

Esto nos permite entender que tanto una como la otra ciudad son modelos a los que tender, sin abstrusas espiritualizaciones ni toscos realismos. Nos damos igualmente cuenta de que tras estas especulaciones meramente intelectuales se oculta un planteamiento idealista de matriz hegeliana, producto de la voluntad de crear una realidad ficticia contrapuesta a la voluntad de Dios. Es más, también el deseo de imponer una alternativa prometeica a la Pasión del Salvador que se escandaliza de la Cruz redentora porque en la economía de la Redención la Cruz es trono real: regnavit a ligno Deo. Creer que el mundo pueda no ser cristiano y prescindir de Dios valiéndose por sí mismo es una quimera infernal y blasfema.

VIII. Secularización de la autoridad eclesiástica

Por otra parte, si se quería dar una pátina teológica a la laicidad del Estado como consecuencia necesaria de la libertad de culto  teorizada para los individuos, era forzoso negar los antecedentes doctrinales de las Escrituras, los Padres y el Magisterio invocando una supuesta corrupción del verdadero mensaje cristiano por parte de pensadores medievales. Como vemos, las desviaciones doctrinales se basan siempre en la mentira, en falsificaciones históricas y en la ignorancia de los interlocutores, a los que quiere imponer los propios errores.

Las consecuencias son devastadoras y están a la vista: cuando una societas perfecta no es obligada a reconocer como su Soberano al Señor, esto pasa también necesariamente en la Iglesia terrena, cuya Jerarquía puede entonces optar por ejercer su autoridad con el mero fin de mantener el poder en vez de ceñirse a los límites claramente fijados por su divino Fundador. No es casual que el postconcilio se haya desvivido por borrar la doctrina de la Realeza de Cristo, llegando al extremo de manipular los textos litúrgicos de la fiesta que instituyó Pío XI en 1925 por medio de la encíclica Quas primas.

Ratzinger habla de una eclesiología suya personal, y afirma que ni la Iglesia puede llamarse Ciudad de Dios ni puede tampoco seguir considerando vigente la doctrina que definió Pío XII en la encíclica Mystici Corporis de 1943. Dice el Emérito: «Por su parte, la espiritualización total del concepto de Iglesia está desprovista del realismo de la fe y de sus instituciones en el mundo. Por eso, la cuestión de la Iglesia en el mundo terminó por volverse el problema central del debate». Tan central que alteró la doctrina católica para mostrarse al día, dialogante, inclusivo y filantrópico. Pero precisamente el haber perdido de vista su misión de Domina gentium ha llevado a la iglesia conciliar a asumir una postura de dejación, una postura marginal, de falta de relevancia social. Es el precio de sangre con el que se ha manchado al traicionar a Cristo desobedeciendo su mandato y dejándose contaminar por las ideas del mundo. Y si hasta Pío XII la Iglesia tenía por modelo la Ciudad de Dios y se consideraba Cuerpo Místico de Cristo, a pesar de la debilidad de sus miembros, se diría que en las últimas décadas el modelo en el que se inspiran los promotores del Concilio es más bien el de la Ciudad del Diablo, en vista del apoyo que brinda la Santa Sede a la ideología mundialista, a los delirios neomalthusianos de la economía verde, al transhumanismo y  toda la narrativa de género y LGTBQ.

30 de octubre de 2022

Domini Nostri Jesu Christi Regis

[1] Por agustinismo medieval se entiende el desarrollo del pensamiento iniciado por San Agustín, en particular en lo relativo a las consecuencias políticas y sociales de la doctrina sobre la Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo, que para los novatores habría falseado el pensamiento original de San Agustín, exacerbando entre otras cosas el concepto teocrático del poder, ya sea civil o eclesiástico. Huelga decir que semejante crítica no es sino un pretexto y se basa en grandes falsificaciones de la historia. La idea de que toda potestad procede Dios ya la tenía bien clara el Obispo de Hipona, y su explicitación en el agustinismo político medieval tiene plena coherencia con la Tradición.

[2] Adolf von Harnack (1851-1930), fue un teólogo protestante e historiador alemán de la religión. Las características fundamentales de la teología de Harnack era la aspiración a una supuesta libertad sin restricciones para estudiar la historia de la Iglesia y del Nuevo Testamento; escepticismo hacia la teología especulativa, sea ortodoxa o liberal; y un cristianismo práctico que impregnase la vida y no se redujera a un mero sistema teológico. Harnack rechazaba la historicidad del Evangelio de San Juan (pues pensaba que hacía excesivo hincapié en la divinidad de Nuestro Señor), y prefería los Sinópticos. Rechazaba asimismo los milagros. Su religiosidad crítica de la Tradición está imbuida de numerosos ideales sociales, como deja ver en un ensayo de 1907. Para Harnack, la misión del cristiano en el mundo está ante todo en el servicio a la sociedad. Acepta influencias del idealismo: la elaboración de una teoría abstracta basada en principios modernistas deber forzosamente negar a priori la divinidad de Cristo, los milagros, las profecías y todo lo que no confirme la tesis. Esto invalidad todo estudio científico, filosófico y teológico serio, reduciéndolo a propaganda.

[3] Sallustio, Bellum Catilinæ, 48 Rerum novarum cupiditas Catilinæ animum incendebat:  Catilina ardía en deseos de hacer una revolución [literalmente: era un maniático de las novedades].

[4] El idealismo hegeliano insiste en el abandono de la lógica aristotélica (que excluye la contradicción) prefiriendo una nueva lógica a la que llama sustancial. El ser ya no se opone estáticamente al no ser, sino que se le hace coincidir con éste último y llega más allá del devenir. El idealismo hegeliano, que resuelve todas las contradicciones de la realidad en la Razón absoluta, tendrá un resultado inmanentísta, reconociendo en sí mismo y no en un principio trascendente la meta final de la filosofía.

[5] Joseph Ratzinger, Opera omnia, volume VII/1, Gli insegnamenti del Concilio Vaticano II, Libreria Editrice Vaticana, 2016, Prefazione (Castel Gandolfo, 2 agosto 2012).

[6Rerum novarum, 22

[7] De Civitate Dei, V, 24

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)


FUENTE




DE LA PRESUNCIÓN Y EL OPTIMISMO HISTÓRICO FALSAMENTE CATÓLICOS

  Cuando ocurre una manifestación sobrenatural que produce una revelación privada -y estamos hablando de aprobación sobrenatural por la Igle...