lunes, 21 de noviembre de 2022

QUIEN ES JOSEPH RATZINGER. Historia y teología. Sin relatos seudopiadosos.

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VII Ratzinger: un Prefecto sin fe en la Congregación para la Fe El «teólogo» Ratzinger La «discreción» y la tenacidad del papa Montini, aseguraron a la «nueva teología» el predominio incuestionable en mundo católico. El triunfo de la «nueva teología», sin embargo, no señaló el triunfo de la Fe católica. Al contrario. «Jamás una encíclica pontificia, que tenía apenas 15 años, fue desautorizada, en tan poco tiempo y de manera tan completa, por aquellos a quien ella condenaba, como la “Humani Generis”», escribió el teólogo alemán Dörmann a propósito del Concilio (Il cammino teologico di Giovanni Paolo II verso Assisi), y el cuadro de la situación actual fue trazado por el jesuita Henrici, «nuevo teólogo»: «Mientras que las cátedras teológicas son hegemonizadas por los colegas de “Concilium” [ala avanzada del modernismo], casi todos los teólogos nombrados obispos en los últimos años provienen de las filas de “Communio” [ala moderada del mismo modernismo] […] Balthasar, de Lubac y Ratzinger, sus fundadores, han llegado los tres a ser cardenales» (30 Giorni, diciembre de 1991). En las Universidades eclesiásticas, también en las pontificias, se estudian los padres fundadores de la «nouvelle théologie» y se hacen tesis de licenciatura sobre Blondel, de Lubac y von Balthasar. L’Osservatore Romano y La Civiltà Cattolica exaltan su figura y su «pensamiento» y la prensa católica se adecua: ad instar Principis, totus componitur orbis. Un «nuevo teólogo» preside incluso la Congregación para la Doctrina de la Fe, la que fue la suprema Congregación del Santo Oficio: el card. Joseph Ratzinger. Si distinguiremos en él el «teólogo» del Prefecto es sólo por comodidad de exposición. En este caso, en efecto, dicha distinción no se sostiene tanto porque, como veremos, nos hallamos, no en materia opinable, sino en el campo de la Fe, y un Prefecto de la Congregación de la Fe sin fe es un contrasentido, como porque el prefecto Ratzinger está en perfecta sintonía con el «teólogo» Ratzinger. Del «teólogo» Ratzinger se indica como obra fundamental su Introduzione al Cristianesimo – lezioni sul Simbolo apostolico en venta en las librerías católicas y que en Italia ha alcanzado su octava edición en 1986 editada – no por casualidad – por Queriniana de Brescia, editorial exclusivamente de obras de la «nueva teología» [trad. en castellano: Introducción al 63 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Cristianismo, Sígueme, 2001]. Introducción al Cristianismo (Einführung in das Christentum) es presentada de esta manera en Rapporto sulla Fede [trad. en castellano: Informe sobre la Fe]: «una especie de clásico, continuamente reeditado, con el cual se ha formado una generación de clérigos y de laicos, atraídos por un pensamiento totalmente “católico” y, al mismo tiempo, totalmente “abierto” al nuevo clima del Vaticano II» (p. 14). Nos detendremos en pocas y fundamentales consideraciones, suficientes para hacerse una idea exacta de la «teología» del actual Prefecto de la Congregación para la Fe. Una cuestión gravísima Es verdad de fe divina y católica, esto es, fundada en la autoridad de Dios revelante (Sagrada Escritura y Tradición) y también en la autoridad del infalible Magisterio de la Iglesia, que, en Jesús, Dios se ha hecho hombre y precisamente la segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios como el Padre, unió a Sí una naturaleza humana, por lo que en Cristo hay dos naturalezas (la humana y la divina) unidas en la única Persona divina (unión hipostática o personal). Cualquiera que quiera permanecer siendo católico y salvarse debe profesar esta verdad fundamental propuesta para ser creída siempre y en todo lugar por la Iglesia y defendida por ella contra la herejía (Concilios de Efeso, Calcedonia y V de Constantinopla). ¿Qué decir, por tanto, cuando estamos obligados a constatar que el actual Prefecto de la Congregación para la Fe, en sus libros de «teología», profesa, en cambio, que en Jesús, no Dios se ha hecho hombre, sino que un hombre se ha convertido en Dios? ¿Quién es, en efecto, Jesucristo para Ratzinger? Es «aquel Hombre en el que viene a la luz la nota definitiva de la esencia humana y que, precisamente por esto [sic!], es, al mismo tiempo, Dios mismo» (Introduzione al Cristianesimo, p. 150; la cursiva está en el texto). ¿Qué quiere decir esto sino que el hombre, en su «nota definitiva» es Dios y que Cristo es un hombre, el cual es, o mejor, se ha convertido en Dios por el solo hecho de que en El ha venido a la luz la «nota definitiva de la esencia humana»? Dios es hombre y el hombre es Dios La cuestión, por otra parte, es planteada con toda claridad y resuelta afirmativamente por el mismo Ratzinger. Este, en efecto, se pregunta: «¿podemos verdaderamente diluir la cristología (el hablar de Cristo) en la teología (el hablar de Dios); o deberemos, en cambio, hacer una apasionada propaganda en favor de Jesús como hombre, planteando la cristología bajo 64 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) forma de humanismo y de antropología? ¿O quizá el auténtico hombre, precisamente por el hecho de ser integralmente tal, debería ser Dios y, consiguientemente, Dios debería ser un auténtico hombre? ¿Sería acaso posible que el más radical humanismo y la fe en el Dios revelante vengan aquí a encontrarse, más aún, lleguen a confluir el uno en la otra?» (p. 165; la palabra «hombre», en el texto original, aparece en cursiva). La respuesta es que la lucha combatida en los primeros cinco siglos de la Iglesia en torno a estos problemas «ha conducido, en los concilios ecuménicos de entonces, a una respuesta positiva [sic!] a las tres preguntas» (p. 165; también aquí, la cursiva aparece en el texto). Comprendida entre ellas, por tanto, la pregunta central, que, por ello, sin traicionar el pensamiento del autor, podemos trascribir como sigue: «el auténtico hombre, precisamente por el hecho de ser íntegramente tal, es Dios y, consiguientemente, Dios es un auténtico hombre». Una «cristología» coherente en la herejía Toda la «cristología» de Ratzinger se desarrolla coherentemente en torno a este asunto fundamental y sería muy difícil dar una explicación diferente a las afirmaciones que, en su Introdución al Cristianismo, se repiten a ritmo vertiginoso, entre las cuales las siguientes, que transcribimos por honestidad de documentación. El «núcleo central» de la «”cristología del Hijo” expuesta por Juan» sería este: «El servir no es ya considerado como una acción, detrás de la cual subsiste por su cuenta la persona de Jesús; es admitido, en cambio, como un hecho que inviste la entera existencia de Jesús, de modo que su mismo ser es puro servicio. Y, precisamente porque este ser suyo no es otra cosa sino servicio, es también un ser de hijo. Bajo este aspecto, la inversión cristiana de valores solamente ahora ha alcanzado su objetivo; sólo en este punto resulta perfectamente claro que el que se dedica totalmente al servicio de los demás, de manera absolutamente desinteresada y anonadándose a sí mismo, se convierte formalmente en el altruista por antonomasia, de manera que precisamente y sólo él es el verdadero hombre, el hombre del futuro, el caso de incidencia en el que confluyen juntos el hombre y Dios» (pp. 178-179; también aquí la negrita corresponde a la cursiva del texto). «Su [de Jesús] ser, en cambio, es una pura ‘actualitas’, compuesta de un “desde” y un “para”. Y es, precisamente por esto, porque este ser suyo no resulta ya disociable de su ‘actualitas’, por lo que él viene a coincidir con Dios, pero permaneciendo al mismo tiempo el hombre ejemplar: el hombre del futuro, a 65 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) través del cual nos es concedido ver hasta qué punto el hombre es todavía un ser ‘in fieri’, el gran ausente, constatando cómo ha comenzado apenas, se puede decir, a ser verdaderamente él mismo [es decir… Dios]» (p. 180; aquí las negritas son nuestras). Fue la «primitiva comunidad cristiana» la que aplicó por primera vez a Jesús el Salmo 2: «Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado. Pídeme y te daré en herencia las naciones». Esta aplicación – nos explica Ratzinger – intentaba expresar solamente la convicción de que «a quien entrevé el significado de la vida humana, no en el poder y en la auto-afirmación, sino en el radical existir sólo para los demás, antes bien, demostrando con la cruz que encarna el ser para los demás, a este – digo – y sólo a este, Dios le dijo: “Hijo mío eres tú; hoy te he engendrado”» y Ratzinger precisa: «Tú eres mi Hijo; hoy – o sea, en esta situación [en la cruz] – te he engendrado» y concluye: «La idea del ‘Hijo de Dios’… entró de esta manera y de esta forma en la interpretación de la cruz y de la resurrección, basada en el Salmo 2, incluyéndose en la profesión de fe en Jesús de Nazaret» (pp. 172-173). Y puede ser suficiente por ahora. El vuelco Para Ratzinger, por tanto, Jesús no es Dios porque es Hijo natural de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, «engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre», porque su Persona comparte ab aeterno la infinita naturaleza divina y, por tanto, posee sus infinitas perfecciones, sino que es un hombre que «llegó a coincidir con Dios» en el momento en que, en la cruz, encarnó el «ser para los otros», el «altruista por antonomasia». El, por tanto, se distingue de nosotros y de los demás hombres sólo por el grado de desarrollo humano conseguido y no por el abismo que separa a Dios del hombre, al Creador de la criatura. La cristología de la Iglesia es rechazada por Ratzinger como una «triunfalista cristología de la glorificación… una cristología despectiva que no sabría qué hacer con un hombre [sic!] crucificado y reducido al rango de siervo, por lo que, en vez de aceptarlo, se crearía nuevamente un mito ontológico de Dios» (p. 178). A la «cristología de la glorificación», que crea «un mito ontológico de Dios», Ratzinger opone su «cristología del servicio», que él afirma encontrar en el Evangelio de San Juan, y para la cual «Hijo» significaría únicamente «siervo perfecto» (véase pp. 142- 143). Por el contrario, el hombre Jesús, que, por su servir perfecto, ha llegado a «coincidir» con Dios, revela al hombre que el hombre es un Dios in fieri y que, 66 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) entre el hombre y Dios, por ello, existe una identidad esencial. Y, tergiversando incluso a Dante, Ratzinger nos dice que esta sería la «conmovedora conclusión de la “Divina Comedia” de Dante, en el momento en que él, contemplando el misterio de Dios, ve con extático arrobamiento su propia imagen, o sea, un rostro humano, exactamente en el centro de un deslumbrante círculo de llamas formado por “el amor que mueve el sol y las demás estrellas» (p. 149). La confirmación inequívoca Que este es el pensamiento de Ratzinger es confirmado, una vez más, y de modo inequívoco, por la concepción de Cristo como «último hombre» expuesta a partir de la p. 185. Aquí, Ratzinger fuerza otro pasaje de la Sagrada Escritura (y precisamente a San Pablo), haciendo absoluto caso omiso a que la exégesis católica, en los pasajes que atañen al dogma debe seguir el sentido que ha considerado siempre la Santa Madre Iglesia: «… un aspecto totalmente diferente – escribe – presentan las cosas cuando se entiende la clave de la argumentación paulina, que nos enseña a comprender a Cristo como el ‘último hombre’ (eschatos Adam: Icor. 15, 45), es decir, como el hombre definitivo, que introduce al hombre en su futuro, consistente en el hecho de que él no es solamente hombre, sino que forma, en cambio, un todo único con Dios» (p. 185, la negrita es nuestra). E, inmediatamente después, bajo el título «Cristo, el último hombre» prosigue: «Hemos llegado ahora al punto en el que poder intentar exponer, de manera resumida, qué intentamos decir cuando afirmamos: “Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios y nuestro Señor”. Tras las consideraciones que hemos realizado hasta aquí, podemos decir, ante todo, esto: la fe cristiana cree en Jesús de Nazaret, viendo en él al hombre ejemplar (así, en efecto, se puede traducir sustancialmente, haciendo entender perfectamente la idea, el arriba citado concepto paulino de ‘último Adán’) [que, en cambio, quiere decir solamente el “segundo Adán”, cabeza de la humanidad redimida, en contraposición al “primer Adán”]. Pero, precisamente en cuanto hombre ejemplar, normativo, él traspasa los confines de lo humano; sólo así y sólo en virtud de esto, él es verdaderamente el hombre ejemplar» (pp. 185-186; la negrita es nuestra). Y el motivo sería este: «la apertura hacia el Todo, el Infinito, es el componente constitutivo del hombre. El hombre es verdaderamente tal porque se erige infinitamente alto sobre sí mismo; y, por consiguiente, es tanto más hombre, cuanto menos está cerrado en sí mismo, cuanto menos está ‘limitado’. Sin embargo, entonces – repitámoslo una vez más – el hombre al máximo de su potencialidad, más aún, el verdadero hombre, es precisamente el que está desvinculado al máximo, el 67 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) que no sólo roza el infinito – ¡el Infinito! – sino que se hace totalmente uno con él: Jesucristo. En él, el proceso de ‘humanación’ ha alcanzado verdaderamente su meta» (pp. 186-187; las negritas son nuestras). El «mérito» de Teilhard Y, como para disiparnos toda duda tanto sobre su pensamiento como sobre sus «fuentes» de su «teología», Ratzinger apela al más triste y atrevido de los «nuevos teólogos», Teilhard de Chardin, el jesuita «apóstata» (R. Valnève): «Hay que reconocer el mérito de Teilhard de Chardin de haber repensado estas conexiones en el cuadro moderno del mundo, reorganizándolas de una nueva manera» (p. 187). Siguen numerosas citaciones textuales de las obras de Teilhard. A nosotros nos bastará referir la última, que es además la conclusión: «el flujo cósmico se mueve “en dirección de un estadio inimaginable, casi ‘monomolecular’…, en el que todo Ego… está destinado a alcanzar su punto de culminación en una especie de Super-Ego”. El hombre en cuanto ‘yo’ es, sí, un término: pero la orientación asumida por el movimiento del ser y por su propia existencia nos lo muestra al mismo tiempo como una figura que se encuadra en un ‘Super-yo’, el cual no lo extingue, sino que lo abraza; ahora bien, es solamente en este estadio de unificación donde puede aparecer la forma del hombre futuro, en la cual el factor humano podrá decirse que habrá alcanzado su meta [la perfecta “humanación” llamada sólo impropiamente divinización o “sobrenatural”]» (p. 189). Y este delirio monista-panteísta sería para Ratzinger – increíble, pero cierto – el contenido de la… ¡cristología de San Pablo! «Creemos – concluye – que se puede admitir tranquilamente [sic!] que aquí, sobre la base de la actual concepción del mundo y ciertamente con un vocabulario de sabor tal vez un tanto demasiado biológico [¡sólo esto!], se encuentra en sustancia entendida y hecho de nuevo comprensible el planteamiento de la cristología paulina» (p. 189). E inmediatamente después: «La fe ve en Jesús al hombre en el que – hablando en términos que derivan del esquema biológico – es como si resultase ya actuado el próximo salto evolutivo […]. Por ello, la verdadera fe verá en Cristo el inicio de un movimiento en el cual la humanidad fragmentada es gradualmente recompuesta y reabsorbida en el ser del único Adán, en el único ‘cuerpo’ del hombre escatológico. Verá siempre en él la puesta en marcha hacia el futuro del hombre, en el que este será íntegramente ‘socializado’, incorporado en una única entidad» (pp. 189-190). Estamos en el perfecto vuelco de la Fe católica: no es Dios el que se ha hecho hombre, sino el hombre el que se ha manifestado como Dios en Jesucristo. 68 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Las «fuentes» ¿Cómo ha llegado Ratzinger a semejante vuelco? Nos lo explica el card. Siri en Getsemani – Riflessioni sul movimiento teologico contemporaneo, Roma, 1980. El «monismo cósmico» o «idealismo antropocéntrico» o «antropocentrismo fundamental», en el cual Ratzinger disuelve la teología, es el desemboque obligado del error de de Lubac acerca del sobrenatural implicado en el natural, con el objetivo de que el «sobrenatural» viene necesariamente a coincidir con el máximo desarrollo de la naturaleza humana: «Revelando al Padre – escribe de Lubac – y siendo revelado por él, Cristo termina de revelar al hombre a sí mismo. […]. Para Cristo, la persona es adulta, el Hombre emerge definitivamente del universo» (H. de Lubac, Catholicisme, ed. du Cerf, Paris, 1938, IV ed., 1947, pp. 295-296). Es exactamente la «cristología» de Ratzinger en embrión. El card. Siri se pregunta también: «¿Cuál puede ser el significado de esta afirmación? O Cristo es únicamente hombre, o el hombre es divino» (Getsemani – Riflessioni sul movimento teologico contemporaneo, p. 56). Nosotros añadimos que el «sobrenatural» que se explica a partir del natural es también el centro de la «nueva filosofía» de Blondel, el cual explica el «consortium divinae naturae», la participación del hombre de la naturaleza divina como un «restituir, por así decir, a Dios a Dios en nosotros» (Carta a de Lubac, 5 de abril de 1932). El error de De Lubac (y de Blondel) – demuestra Siri – madura posteriormente en K. Rahner S. J., el cual se pregunta si «se puede incluso intentar ver la unio hypostatica en la línea de este perfeccionamiento absoluto de lo que existe en el hombre» (citado de Naturaleza y gracia en Getsemani, p. 73). La respuesta positiva, antes que en Ratzinger, se encuentra en el mismo Rahner, el cual «altera radicalmente el pensamiento y la fe de la Iglesia a propósito del misterio de la encarnación del Verbo de Dios en Jesucristo como es expresado en el Evangelio y en la Tradición» (Siri, op. cit., p. 79) y lo altera exactamente en el sentido en el que lo altera Ratzinger (véase Siri, op. cit., pp. 76 ss.), el cual Ratzinger fue y permanece, no obstante alguna marginal toma de distancia, discípulo de Rahner (fue también su fiel colaborador durante el Concilio: véase R. Viltgen, Le Rhin se jette dans le Tibre). En Rahner – escribe el card. Siri – «aparece claramente una antropología fundamental que, no sólo concuerda con el pensamiento del P. de Lubac, sino que lo supera de modo que transforma, en la conciencia de sus adeptos de la nueva teología, artículos de fe, como, por ejemplo, los de la Encarnación y de la Inmaculada Concepción» (op. cit., p. 73). Y todavía: «cuando uno piensa y se expresa de modo que se proponen postulados como el de la identidad de la esencia de Dios y del hombre [precisamente es el postulado de la “cristología” de Ratzinger], que invierten la doctrina surgida de la Revelación, no seguimos el filón de la verdad, sino el 69 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) del error [o, más exactamente, de la herejía] […]. He aquí adónde se llega si se parte de un [erróneo] concepto relativo a un gran misterio, como el misterio del sobrenatural, artificialmente presentado [por de Lubac y compañía] como perteneciente a la doctrina de la Iglesia… Unos tras otros, todos los principios, todos los criterios y todos los fundamentos de la fe han sido puestos en cuestión y se desmoronan» (op. cit., pp. 74 s. y p. 82). «Por el camino de la fantasía, del error y de la herejía» la vuelta al modernismo El card. Siri se hace eco del padre Garrigou-Lagrange O. P., que ya en 1946, había resumido así la «cristología» de la «nouvelle théologie»: «… el mundo material habría evolucionado hacia el espíritu y el mundo espiritual evolucionaría naturalmente, por así decir, hacia el orden sobrenatural y hacia la plenitud de Cristo. Así, la Encarnación del Verbo, el Cuerpo místico y el Cristo universal serían momentos de la Evolución… He aquí lo que queda delos dogmas cristianos en esta teoría que se aleja de nuestro Credo en la medida que se acerca al evolucionismo hegeliano» (La nouvelle théologie où va-t-elle?). Y el gran teólogo dominico había lanzado su grito de alarma: «¿Dónde va la “nueva teología”? Vuelve al modernismo… por el camino de la fantasía, del error y de la herejía» (ivi). Ratzinger afirma, repitiendo el antiguo juego de sus «maestros», que este delirio monista-panteísta, además de en la «cristología paulina» (interpretada por Teilhard), se podría encontrar en las «más antiguas profesiones de fe» y en el Evangelio de San Juan (pp. 179 s.) y nos haría «claro» el verdadero «sentido» de los dogmas de Efeso y de Calcedonia (p. 197). Esta afirmación, sin embargo, además de ser insostenible, constituye por sí misma otra gravísima herejía. Si fuera así, en efecto, deberíamos decir que la Iglesia, infalible por promesa divina, tras los primeros siglos (y hasta la «nueva teología»)… ¡perdió la memoria, olvidando el sentido de la doctrina de San Pablo, del Evangelio de San Juan, de las más antiguas profesiones de fe y de los dogmas cristológicos y de la misma divina Revelación! La triste realidad es bien distinta: Ratzinger recupera, a menudo literalmente, como hemos demostrado, a los «maestros» de la «nueva teología» y, con ellos, abandonada la «filosofía del ser» por la filosofía del «devenir», rechazados la Tradición y el Magisterio, camina «tranquilamente» (para usar un término que le agrada) «por el camino de la fantasía, del error y de la herejía» volviendo al modernismo, que «en Cristo no reconoce nada más que un hombre», aunque «de elevadísima naturaleza, como jamás se vio otro ni jamás se encontrará», y, en cambio, en el hombre ve un Dios, porque «el principio de la fe es inmanente en el hombre… este principio es Dios» y, por 70 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) tanto, «Dios es inmanente en el hombre»; para algunos modernistas en sentido panteísta, «lo que es más coherente – escribe San Pío X – con el resto de su doctrinas» (San Pío X, Pascendi). Por necesidad (tenemos un sólo artículo que oponer a un libro repleto de «fantasías», «errores» y «herejías»), hemos limitado nuestra atención a la «cristología» de Ratzinger. El lector, sin embargo, puede comprender perfectamente que, alterado este punto fundamental de la teología, todo el resto resulta alterado: la soteriología (la «satisfacción vicaria» sería ¡sólo una infeliz invención medieval de San Anselmo de Aosta!), la mariología (la concepción virginal queda en la niebla y de maternidad divina, ni siquiera se habla) y, sucesivamente, todos los artículos del Credo, que Ratzinger ilustra en su Introducción al Cristianismo, que más propiamente debería titularse Introducción a la apostasía. El Prefecto ¿Ha desmentido quizá el Prefecto Ratzinger al teólogo Ratzinger? Todo lo contrario. Sus obras «teológicas», comprendida la Introducción al Cristianismo, continúan siendo reeditadas inmutadas; el prefecto Ratzinger nunca ha considerado deber corregir o retractar nada. Sobre sus obras «teológicas» podrán continuar formándose otras «generaciones de clérigos», que ignorarán la teología católica e tergiversarán las más elementales verdades de Fe católica. El prefecto Ratzinger hace más todavía: tiene bajo su patrocinio y colabora oficialmente en la revista Communio, órgano de prensa de «los que piensan que han vencido», de la cual Communio fue fundador junto a de Lubac y von Balthasar. El 28 de mayo de 1992, Ratzinger, seguro de su prestigio de Prefecto para la Fe, pudo celebrar su vigésimo aniversario nada menos que en Roma, en el aula magna de la Gregoriana, ante una numerosa audiencia de cardenales y de profesores de las facultades teológicas romanas. Communio es editada en varias lenguas, y, bajo el patrocinio del Prefecto para la Fe, indica oficiosa, pero claramente, al Clero de los diferentes Países, la línea deseada por «Roma»: la de Blondel, de de Lubac y de von Balthasar, el «camino de la fantasía, del error y de la herejía» (la «tela de araña» la llamó 30 Giorni, diciembre de 1991, sin darse cuenta, sin embargo, de la exactitud del término). El «juego de roles» ¿Es acaso casualidad, además, que los colaboradores de Communio hayan ido ocupando poco a poco las sedes episcopales que quedan vacantes? Il Sabato (6 de junio de 1992), en un artículo que celebraba los veinte años de Communio, escribía: 71 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) «Han pasado veinte años. Communio ha vencido su partida. Al menos desde el punto de vista de la batalla por la hegemonía eclesiástica. A los tres teólogos “disidentes” que, aquella noche, en la via Aurelia, bautizaron la idea, la Iglesia les ha concedido el premio de mayor prestigio: el capelo cardenalicio. Pero ha habido gloria para todos. ¡Los mejores colaboradores de Communio han sido promovidos a obispos! Los alemanes Karl Lehmann y Walter Kasper, el italiano Angelo Scola, el suizo Eugenio Corecco, el austriaco Christoph Schönborn, el francés André-Jean Léonard, el brasileño Karl Romer. Un ejército de obispos-teólogos, cuyo influjo en la Iglesia va mucho más allá de la respectiva jurisdicción diocesana. Verdadera think tank de la Iglesia de Karol Wojtyla». ¿Y acaso es casualidad que, en cambio, «las cátedras teológicas son hegemonizadas por los colegas de “Concilium”»? (30 Giorni, diciembre de 1991). ¿Acaso no es el prefecto Ratzinger el que no les molesta ni les castiga? ¿Y no corresponde perfectamente todo esto al concepto modernista de la autoridad, expuesto por San Pío X en la Pascendi y encontrado por nosotros en labios de mons. Montini, en el coloquio con Jean Guitton (véase sì sì no no, 15 de marzo de 1993, p. 3)? Para los modernistas – explica San Pío X – la evolución doctrinal en la Iglesia «es como el resultado de dos fuerzas que se hacen la guerra, de las cuales una es progresiva y la otra conservadora» y el ejercicio de la fuerza conservadora «es el propio de la autoridad religiosa», mientras que a la fuerza progresiva le corresponde estimular la evolución. Es, por tanto, lógico, según la lógica modernista, que los ultraprogresistas de Concilium y los «moderados» de Communio se hayan repartido las tareas: a los colaboradores de Concilium, como «fuerza progresiva», las Universidades, el campo de la «investigación» teológica, la «hegemonía» cultural, y a los colaboradores de Communio, como «como fuerza conservadora», la autoridad religiosa, la «hegemonía eclesiástica». Ninguna ilusión, por tanto: actualmente no hay ninguna lucha entre «católicos liberales» y «católicos conservadores»; los «conservadores», o sea, los católicos tout court, han sido eliminados del cuadro eclesiástico oficial; la lucha es entre modernistas que sacan hasta el extremo las conclusiones de sus erróneos principios y modernistas «moderados», y no se trata de verdadera lucha, sino de escaramuzas o, más exactamente, de un «juego de roles». Roma, ocupada por los «nuevos teólogos» Como elemento impulsor del carro de la «nueva teología», el prefecto Ratzinger ha llenado Roma de «nuevos teólogos» y, especialmente, la Congregación y las Comisiones presididas por él. De este modo, encontramos «promoviendo la sana doctrina», bajo la prefectura del card. Ratzinger, en la 72 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Congregación para la Fe, a un obispo Lehmann, que niega la Resurrección corpórea de Jesús (pero, también para Ratzinger, Jesús es «el que murió en la cruz y resucitó a los ojos de la fe [sic!]», p. 172), un Georges Cottier O. P., «gran experto» en masonería y «fautor del diálogo entre la Iglesia y las Logias», un Albert Vanhoye S. J., para el cual «Jesús no era sacerdote» (pero ni siquiera lo es para Ratzinger ni para su «maestro» Rahner), un Marcello Bordoni, para el cual permanecer anclados al dogma cristológico de Calcedonia es un intolerable «fixismo» (pero también lo es para Ratzinger; véase para Lehmann, sì sì no no, 15 de marzo de 1993, para Cottier, 29 de febrero de 1992, para Vanhoye, 15 de marzo de 1987, para Bordoni, 15 de febrero de 1993). Del mismo modo, en la Pontificia Comisión Bíblica, resurgida de su largo letargo y de la cual el prefecto Ratzinger es ex officio Presidente, se han sucedido como Secretarios un Henri Cazelles, sulpiciano, pionero de la exégesis neomodernista, cuya Introduction à la Bible fue, en su tiempo, objeto de censura por parte de la Congregación romana para los Seminarios (véase sì sì no no, 30 de abril de 1989), y además también el arriba alabado Albert Vanhoye S. J., mientras que entre los miembros encontramos a un Gianfranco Ravasi, que hace estrago públicamente de la Sagrada Escritura y de la Fe, y un Giuseppe Segalla, que niega a Juan su Evangelio y divulga el criticismo más avanzado (véase sì sì no no, a. IV, n. 11, p. 2). Del mismo modo, en la comisión teológica internacional, de la que Ratzinger es Presidente y cuyos miembros son elegidos a propuesta suya, figuran entre otros, el obispo Walter Kasper, para el cual los textos evangélicos «en que se habla de un Resucitado que es tocado con las manos y que come con los discípulos» son «afirmaciones más bien groseras… que corren el peligro de justificar una fe pascual demasiado burda» (pero tampoco a Ratzinger le agrada una «descripción grosera y corpórea de la resurrección»: véase Introduzione al Cristianesimo, p. 252; para Kasper, véase Gesù, il Cristo, Queriniana, Brescia, VI ed., p. 192), el obispo Christoph Schönborn O. P., secretario redaccional del nuevo «Catecismo» y que, en el primer aniversario de la muerte de von Balthasar, celebró su super-Iglesia ecuménica, la «Catholica» no católica, en la iglesia de Santa María en Basilea (véase H. U. von Balthasar. Figura e Opera, ed. Piemme, pp. 431 ss.), el obispo André-Jean Léonard, «hegeliano… Obispo de Namur, responsable del Seminario de Saint Paul a donde Lustiger envía a sus seminaristas [¡todo queda en familia!]» (30 Giorni, diciembre de 1991, p. 67), etc., etc. Con y sin discreción ¿Qué decir, además, de los modos más «discretos», pero no menos eficaces, con los que el prefecto Ratzinger promueve la «nueva teología»? ¿Walter 73 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Kasper es elegido Obispo de Rottenburg-Stuttgart? Su «viejo colega» Ratzinger le escribe: «Para la Iglesia católica, en un periodo turbulento, Usted es un don precioso» (30 Giorni, mayo de 1989). ¿Urs von Balthasar muere la noche antes de recibir la «merecida honorificencia del cardenalato»? El prefecto Ratzinger pronuncia personalmente el sermón fúnebre en el cementerio de Lucerna, señalando al difunto como un teólogo «probatus»: «lo que el Papa – dice – quería expresar con este gesto de reconocimiento, más aún, de honor, sigue siendo válido: no ya solamente individuos privados, sino la Iglesia, en su responsabilidad ministerial oficial [sic!] nos dice que él fue un auténtico maestro de fe, un guía seguro hacia las fuentes del agua viva, un testimonio de la Palabra, del cual podemos conocer a Cristo, conocer la vida» (citado en H. U. von Balthasar. Figura e Opera, a cargo de Lehmann y Kasper, ed. Piemme, pp. 457 s.). El prefecto Ratzinger, además, patrocina en primera persona la apertura en Roma de un «centro de formación para candidatos a la vida consagrada», formación «inspirada en la vida y en las obras de Henri de Lubac, Hans Urs von Balthasar y Adrienne von Speyr» (30 Giorni, agosto-septiembre de 1990). Finalmente, y para contener dentro de los límites de lo necesario nuestro tema, el prefecto Ratzinger presentó a la prensa la «Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo», subrayando que este documento «afirma – quizá por primera vez con esta claridad – que existen decisiones del magisterio que no pueden ser una última palabra sobre la materia en cuanto tal, sino que, en un anclaje sustancial en el problema, son ante todo también una expresión de prudencia pastoral, una especie de disposición provisional» (L’Osservatore Romano, 27 de junio de 1990, p. 6) y puso como ejemplo de «disposiciones provisionales» hoy «en los detalles de sus determinaciones de contenido… superadas»: 1) las «declaraciones de los Papas del pasado siglo sobre la libertad religiosa»; 2) las «decisiones antimodernistas del inicio de este siglo»; 3) las «decisiones de la Comisión bíblica de aquel tiempo»: en resumen: los tres baluartes puestos por los Romanos Pontífices contra el modernismo en campo social, doctrinal y exegético. ¿Es necesario añadir algo más para demostrar que el prefecto Ratzinger está en perfecta sintonía con el «teólogo» Ratzinger? Sí, debemos añadir que Elio Guerriero, jefe de redacción de Communio, está perfectamente de acuerdo con nosotros en este punto. Ilustrando el victorioso avance de la «nueva teología» en Jesus, abril de 1992, escribía: «Siempre se subraya en Roma el trabajo desarrollado por Joseph Ratzinger tanto como teólogo como como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe». Tras lo cual, del «restaurador» Ratzinger no queda sino el mito. 74 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) El mito del «restaurador» Cómo pudo nacer este mito (si ha sido alimentado después artificialmente es otro tema) no es difícil de comprender. En el Prólogo a la Introduzione al Cristianesimo, por ejemplo, Ratzinger escribe: «El problema de saber exactamente cuál es el contenido y el significado de la fe cristiana está hoy envuelto por un nebuloso halo de incertidumbre, que es denso y espeso como quizá nunca antes de ahora lo fue en la historia». Y esto porque «quien ha seguido, al menos un poco, el movimiento teológico del pasado decenio y no pertenece al ejército de aquellos descerebrados que consideran siempre y sistemáticamente lo nuevo como automáticamente mejor», se pregunta preocupado si «nuestra teología… ¿no ha dado interpretaciones progresivamente descendientes de la pretensión de la fe que a menudo se recibió de manera sofocante? ¿Y no se tiene la impresión de que tales interpretaciones han suprimido tan pocas cosas que no se ha perdido nada importante, y al mismo tiempo tantas, que el hombre siempre se ha atrevido a dar un paso más hacia adelante?» (p. 7). ¿Qué católico, que ame a la Iglesia y sufra por la actual crisis, no suscribiría semejantes afirmaciones? Ya en este Prólogo, que ha permanecido inmutado desde 1968, se encuentra lo suficiente para crear en torno a Ratzinger el mito del «restaurador». ¿Pero qué opone Ratzinger a la progresiva demolición de la Fe perpetrada por la teología contemporánea? Opone la… absolución global de la misma teología de la cual – afirma él – «no se puede afirmar… honestamente que… tomada en su conjunto, haya tomado un rumbo de este tipo». Y opone sobre todo, como corrección, el mismo repudio de la Tradición y del Magisterio, por el cual la teología de los últimos decenios ha llegado a envolver «el contenido y el significado de la fe cristiana» en un «nebuloso halo de incertidumbre… denso y espeso como quizá nunca antes de ahora lo fue en la historia». La deplorada tendencia cada vez más reductiva de dicha teología, en efecto, según Ratzinger, «no podrá remediarse obstinándose en permanecer unido sólo al noble metal de las fórmulas fijas vigente en el pasado, que sigue siendo, a fin de cuentas, [no pronunciamientos solemnes del Magisterio, sino] un montón de metal: un peso que carga las espaldas, en vez de favorecer, en virtud de su valor, la posibilidad de alcanzar la verdadera libertad [que viene de este modo a tomar subrepticiamente el lugar del a verdad]» (p. 8). Que, después, esta premisa lleve, de la misma manera, «seguramente» allí a donde ha llegado la «teología» contemporánea parece escapársele a Ratzinger. Sin embargo, su entero libro lo demuestra. Ya San Pío X advertía que no todos 75 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) los modernistas eran capaces de sacar de sus erróneas premisas sus irremediablemente inevitables conclusiones (véase Pascendi). Ratzinger es siempre así: a los excesos de los cuales toma (a menudo con bromas felizmente cáusticas) distancia, no opone nunca la verdad católica, sino un error aparentemente más moderado y que, irremediablemente en la lógica del error, lleva a las mismas devastadoras conclusiones. Como se expresa él mismo en Rapporto sulla Fede, Ratzinger como «equilibrado progresista» es partidario de una «evolución tranquila de la doctrina» sin «huidas solitarias hacia delante», pero también «sin nostalgias anacronistas» por un «pasado irremediablemente pasado», es decir, por la Fe católica dejada «tranquilamente» a sus espaldas (pp. 14-15-29). Si no le agrada el progresismo avanzado, a Ratzinger tampoco le agrada la Tradición católica: «Es al hoy de la Iglesia al que debemos permanecer fieles, no al ayer o al mañana» (Rapporto sulla Fede, p. 29; las cursivas se encuentran en el texto). Es por esto por lo que el católico, que tiene fe y ama a la Iglesia, podrá suscribir algunas afirmaciones críticas de Ratzinger (y también del último de Lubac y de von Balthasar), pero, si examina qué propone el pretendido «restaurador» en el lugar de los deplorados «abusos», no podrá suscribir ni siquiera una línea. Además, porque la pendiente es exactamente la misma y, aunque dulcemente, conduce al mismo repudio total de la divina Revelación, es decir, a la apostasía. Las obras del «teólogo» Ratzinger lo demuestran incontestablemente.







LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN EL TEMPLO

 Hoy, celebramos junto con toda la Iglesia, la Presentación en el Templo de la niña Santa María.

Es en una antigua y piadosa tradición que encontramos los orígenes de esta fiesta mariana que surge en el escrito apócrifo llamado "Protoevangelio de Santiago". Este relato cuenta que cuando la Virgen María era muy niña sus padres San Joaquín y Santa Ana la llevaron al templo de Jerusalén y allá la dejaron por un tiempo, junto con otro grupo de niñas, para ser instruida muy cuidadosamente respecto a la religión y a todos los deberes para con Dios.

Históricamente, el inicio de esta celebración fue la dedicación de la Iglesia de Santa María la Nueva en Jerusalén en el año 543. Estas fiestas se vienen conmemorando en Oriente desde el siglo VI, inclusive el emperador Miguel Comeno cuenta sobre esto en una Constitución de 1166.

Más adelante, en 1372, el canciller en la corte del Rey de Chipre, habiendo sido enviado a Aviñón, en calidad de embajador ante el Papa Gregorio XI, le contó la magnificencia con que en Grecia celebraban esta fiesta el 21 de noviembre. El Papa entonces la introdujo en Aviñón, y Sixto V la impuso a toda la Iglesia.

sábado, 19 de noviembre de 2022

REFLEXIONES SOBRE LA CARTA DE RATZINGER, NOVIEMBRE 2022, POR MONS. VIGANÓ

DE HOC MUNDO

La secularización de la autoridad como requisito para la libertad religiosa y el diálogo ecuménico teorizado por el Concilio Vaticano II

Regnum meum non est de hoc mundo

Jn.18,36

I.  Antecedentes

La herida que infligió el Concilio al cuerpo de la Iglesia, y consecuentemente a todo el cuerpo de la sociedad, no se ha sanado en modo alguno al cabo de sesenta años, sino que se está gangrenando con gravísimos daños  a la vista de todos. El tono entusiasta y de autobombo con que el sanedrín bergogliano ensalza al Concilio no puede disimular   los estragos que ha causado en la Iglesia y en las almas.

En un comentario anterior sobre la autorreferencialidad de la iglesia conciliar (aquí) puse de manifiesto algunos aspectos cruciales de esta crisis de identidad, a los cuales se ha añadido últimamente un elemento que considero fundamental si se quiere entender el carácter subversivo del Concilio: me refiero a la carta que ha enviado Benedicto XVI al rector de la Universidad Franciscana de Steubenville (aquí) el pasado 7 de octubre. Quiero ocuparme más a fondo de este tema; el texto de Ratzinger es indispensable para identificar los antecedentes ideológicos y las formas en que se cumple en la práctica la revolución inaugurada por el Concilio Vaticano II en los frentes doctrinal, moral, litúrgico y disciplinario de la Iglesia Católica.

II. La revolución permanente

He dicho adrede «la revolución doctrinal inaugurada por el Concilio Vaticano II[ porque me parece que ya es evidente que los intolerables excesos en los que cae Bergoglio desde hace casi diez años no son otra cosa que la aplicación coherente en el ámbito eclesial del principio de revolución permanente que en el ámbito social teorizaron Marx, Engels y Trotski. El concepto de revolución permanente nace de la constatación por parte de los ideólogos bolcheviques de que el proletariado no se tomaba con mucho entusiasmo los métodos comunistas, porque si se quería propagar por el mundo la lucha de clases era necesario imponerla y hacerla irreversible, ya que sólo la revolución genera el caos que impulsa la acción subversiva contra el orden social.

La iglesia bergogliana ha adoptado un modo análogo de proceder: en vista de que la revolución conciliar no ha sido acogida con entusiasmo por el proletariado católico, el Comité Central de Santa Marta recurre a métodos de Lenin para extender la mentalidad del Concilio a aspectos doctrinales a los que en un principio ninguno de sus propulsores se habría atrevido a tocar.

De ahí el Sínodo de la Sinodalidad, es decir la instauración de una especie de concilio permanente y aun de aggionarmento permanente (aquí) que promocione supuestas peticiones de las bases -el equivalente eclesial del proletariado- como el diaconado femenino y la inclusión radical de los divorciados, concubinarios, polígamos, parejas homosexuales con hijos adoptados y partidarios del movimiento LGBTQ (aquí). Como se observará, estas peticiones, todas ellas totalmente inaceptables desde una perspectiva doctrinal y moral fiel al Magisterio, no representa de manera espontánea y fiel lo que el clero y los fieles piden a la autoridad suprema de la Iglesia. Es una  ficción fraudulenta de la propaganda bergogliana, que ha llegado al extremo de imponer mediante la autoridad de Bergoglio verdaderas falsificaciones siguiendo el modelo de maniobras ensayadas en el sínodo anterior sobre la familia que engendró el ese monstruo herético llamado Amoris laetitia.

También en este caso se adultera la realidad para ajustarla por la fuerza al propio pensamiento distópico, a la presuntuosa idea de que se tiene una solución mejor que la que dispusieron la sabiduría milenaria de la Iglesia y la voluntad de su Fundador. Asistimos a la manipulación de masas aplicada en el terreno de la Iglesia, a las técnicas de los peores regímenes totalitarios, adoptadas actualmente tanto por la élite mundialista con la farsa pandémica y la transición ecológica como por la secta bergogliana, que respalda la Agenda 2030 de la Fundación Rockefeller y aliada con ella.

III. Síntesis ratzingeriana de Pueblo de Dios y Cuerpo Místico

La carta del 7 de octubre expone cuanto ya había declarado Benedicto XVI en el discurso al Parlamento Federal alemán el 22 de septiembre de 2011 (aquí). La primera formulación de la crítica al agustinismo medieval[1] se halla, sin embargo, en la disertación Pueblo y casa de Dios en la doctrina de San Agustín y sobre la Iglesia, (aquí), que se celebró en París en el lejano año 1954 con ocasión del Congreso Agustiniano (aquí).

Invocando una idea desarrollada por la escuela de Harnack [2], Ratzinger afirma:

«Las dos ciudades no representaban a ningún organismo societal. Eran más bien la representación de las dos fuerzas elementales de la fe y la incredulidad en la historia. […] La Ciudad de Dios no se identifica sin más con la institución eclesial. En este sentido, el agustinismo medieval cometió un error fatal que hoy, por fortuna, ha sido definitivamente superado ». 

El tema de la disertación, al que se alude de pasada en la carta, es el de la doctrina eclesiológica del Cuerpo Místico, tratado exhaustivamente en la encíclica Mystici Corporis de Pío XII. A finales de los cincuenta, con la enfermedad del Pontífice, se  vuelve a plantear una rerum novarum cupiditas [3] de los teólogos progresistas, para los cuales la dimensión sobrenatural de la Iglesia era demasiado espiritual y había que sustituirla por tanto por la más seductora expresión agustina de pueblo de Dios, que fácilmente se puede interpretar tanto en clave ecuménica como incluyendo al pueblo hebreo de la Antigua Alianza, y también en clave democrática por sus posibles consecuencias sociológicas y políticas. Semejante planteamiento ideológico denota unas raíces modernistas, plenamente coherente con el pensamiento de Harnack y de su alumno.

Es evidente que este planteamiento tema de un Ratzinger que tenía veintinueve años será objeto también de debate en el Concilio, por lo que no sorprende el orgullo con el que el papa emérito invoca precisamente temas que fueron determinantes en su formación teológica y su trayectoria eclesiástica y serán puestos en práctica por su sucesor.

El planteamiento filosófico de Josef Ratzinger es esencialmente hegeliano, por lo que está imbuida de idealismo absoluto [4], fiel al esquema tesis-antítesis-síntesis. En este caso, entre la tesis católica del Cuerpo Místico y la antítesis progresista del pueblo de Dios, el Concilio y el postconcilio habrían terminado por acoger la síntesis teorizada en la disertación de 1954: «La Iglesia es el pueblo de Dios que existe como cuerpo de Cristo», en la que Cristo se entrega al fiel como Cuerpo y lo transforma en su propio Cuerpo.

Si se mira bien, es una tesis osada que corre el riesgo de confundir la diferencia sustancial entre el Cuerpo de Cristo verdaderamente presente en su integridad en las especies eucarísticas y el Cuerpo de Cristo  realizado místicamente por la unión de los miembros vivos de la Iglesia con su Cabeza divina. Esta confusión habría dado lugar más tarde a que no pocos teólogos progresistas o totalmente heréticos cayeran bien a los protestantes gracias a la formulación imprecisa del Cuerpo de Cristo. Asimismo, también habría dado motivo a Francisco para hacer suyas las atrevidas metáforas pauperísticas de la Eucaristía de Raniero Cantalamessa, para quien la presencia real se realizaría entre los que acogiéndolas  lo acogerían a Él.

IV. La Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo

El problema que se plantea es bien complejo. Presenta dos aspectos; uno ad intra, referido a lo que es y quiere ser la iglesia conciliar, y otro ad extra, relativo a su misión en el mundo y a la relación con las demás religiones. El aspecto ad intra tiene que ver con la naturaleza de la institución, aspirando a deconstruirla en clave democrática y sinodal con el falso propuesto de haber  redescubierto «una dimensión espiritual más amplia» en detrimento del dogma. El aspecto ad extra supone un planteamiento ecuménico del mundo, el diálogo con las sectas y las religiones falsas, la renuncia a la evangelización de los pueblos y la sustitución de ésta por un mensaje ecológico y filantrópico sin dogmas ni moral.

Según el emérito, el error del Agustín medieval consistiría en haber identificado la Ciudad de Dios con la Iglesia visible, cuando es evidente que es el modelo para la Christianitas, o sea la sociedad transnacional en la que las leyes y el ordenamiento cumplen las aspiraciones del salmista: Beatus populus, cujus Dominus Deus ejus (Sal. 143, 15)

La doctrina nos enseña que precisamente a causa de su dimensión terrenal la Iglesia militante es a la vez santa como la Jerusalén celestial y pecadora en sus miembros, infalible en su Magisterio y falible en sus miembros. Y ni siquiera es cierto que San Agustín y sus comentadores medievales vieran en el Estado la Ciudad del Diablo; al contrario, le reconocieron un papel providencial en la economía de la salvación y la necesidad de que las autoridades civiles no sólo se ajusten a la ley natural, sino también al Magisterio católico.

Si hay una ciudad del Diablo reconocible por su maldad ontológica, hay que identificarla con el Nuevo Orden Mundial y con todas las organizaciones, también multinacionales,  empeñadas   en implantar la sinarquía mundialista. No es excepción a ello la secta bergogliana, ni es tampoco casual que ésta esté aliada con los criminales subversivos mencionados y los apoye.

V. La crítica ratzingeriana al agustinismo medieval

Otro gravísimo error teológico que adultera la verdadera naturaleza de la Iglesia está en el cimiento esencialmente laicista de la Iglesia conciliar, que trata de adaptar la realidad objetiva a su propio esquema ideológico en constante mutación.

Empleo el término laicista porque me parece evidente que esta perspectiva está totalmente desprovisto de una mirada sobrenatural: la mirada sobrenatural global que sabe ver las realidades terrenas sub specie aeternitatis no por mera especulación intelectual, sino porque está animada por las virtudes teologales. En las vanas palabrerías de esos intelectuales, surge desconsoladora una falta de pasión, de corazón, de sangre. Todo es teórico, todo está hecho para banalizar asépticamente la Redención y destruir el orden cristiano haciendo suyos los orwellianos métodos de la cultura de la cancelación.

Este error, insinuado en los textos del Concilio, y en particular en Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa y en Nostra aetate para la relación con las religiones no cristianas y el judaísmo, pone a la iglesia conciliar en una situación de deliberada ruptura con la Iglesia Católica, «por primera vez» según las palabras de Benedicto XVI, el cual afirma:

«Se trataba de la libertad de escoger y practicar la religión, así como de la libertad para cambiar de religión, por ser derechos fundamentales del hombre. Precisamente en virtud de sus más profundas razones, una concesión así no podía ser ajena a la fe cristiana, que había entrado en el mundo afirmando que el Estado no podía decidir sobre la verdad ni exigir culto alguno. La fe cristiana reivindicaba la libertad para las convicciones religiosas y para su ejercicio en el culto, sin infringir por ello los derechos del Estado en su propio ordenamiento: los cristianos rezaban por el Emperador, pero no lo adoraban. Desde este punto de vista se puede afirmar que con su aparición el cristianismo ha traído al mundo el principio de la libertad de religión»[5].

El equívoco tiene su fundamento en el doble significado que se atribuye a la expresión libertad religiosa: en el sentido católico expresa la libertad del bautizado para profesar la verdadera Fe públicamente y sin trabas por parte del Estado; y en el sentido modernista se refiere a la libertad abstracta de cualquier creyente para que se le reconozcan los mismos derechos y libertades por parte del Estado.

Otro equívoco surge cuando se considera indiferente que el Estado reconozca derechos y privilegios particulares a la Iglesia, que el Estado profese una religión falsa o se declare laico y prohíba el ejercicio de la verdadera religión o la equipare a un culto cualquiera. A lo largo de los siglos, la Iglesia siempre ha procurado contrapesar prudentemente los propios derechos con la situación de los países en que el catolicismo no era tolerado o era objeto de persecución; provocar a gobernantes anticatólicos para que persiguieran a sus fieles sería una falta de consideración o una imprudencia.

Con todo, que la Iglesia pueda pedir tolerancia para ella y para sus fieles en situaciones de inferioridad numérica no significa que valgan los mismos derechos para otras realidades en que la Iglesia vea reconocida su misión institucional por un Estado que se declara oficialmente católico.

Sin embargo, en nombre de la libertad religiosa teorizada por el Concilio ha sido la propia Iglesia la que ha pedido a naciones como España o Italia que renuncien a reconocerla como religión de Estado, modificando los concordatos y abrogando los privilegios que siglos de catolicismo le habían reconocido en el ámbito jurídico. Desde esta perspectiva, resulta impropio afirmar que con su aparición el cristianismo ha traído al mundo el principio de la libertad religiosa. En realidad, precisamente por esa misma   diversidad  ha tenido que afrontar la persecución y el martirio de sus fieles. Los primeros cristianos no pedían que admitieran a la Santísima Trinidad en el Panteón, sino que les dejaran profesar ese monoteísmo que tanto sorprendía a los romanos. Y esa libertad de culto la reivindicaban para ellos, no desde luego para los paganos, a los procuraban (con éxito) convertir a la Fe verdadera.

Al parecer se olvidan de que la Iglesia es titular de derechos que proceden directamente de Dios, y que al Estado le corresponde reconocérselos y tutelarlos no por una mera cuestión de igualdad, sino porque la religión católica es objetiva, verdadera y socialmente indispensable para alcanzar el bien común. A tal efecto viene bien citar a León XIII:

«Si hay que curar a la sociedad humana, ésta sólo podrá curarla el retorno a la vida y a las costumbres cristianas, ya que, cuando se trata de restaurar las sociedades decadentes, hay que hacerlas volver a sus principios. Porque la perfección de toda sociedad está en buscar y conseguir aquello para que fue instituida, de modo que sea causa de los movimientos y actos sociales la misma causa que originó la sociedad. Por lo cual, apartarse de lo estatuido es corrupción, tornar a ello es curación»[6].

Que el Estado niegue o no el reconocimiento de estos derechos es algo accidental, y la Iglesia es libre para decidir no imponerse. Pero no le corresponde reivindicar derechos para quien siembra el error, a fin de ganar aprobación o manifestar un celo ecuménico totalmente ajeno a su misión.

VI. La falsificación de la realidad para hacer cierta una idea falsa

Si se observa bien, el pensamiento tradicional está mucho más atento a la misión de quienes ejercen cargos institucionales -como el Papa, el Rey, prelados, gobernantes, fieles y súbditos- que al concepto abstracto de la situación. Porque el Señor murió para salvar nuestras almas, no personas jurídicas. Y la Iglesia tiene el deber de convertir a todas las gentes, entre ellas a los mandatarios de las naciones, para que el cargo que ejercen sea vivificado por la Iglesia y redunde en mayor bien del pueblo al que gobiernan.

Ese fantasmagórico Agustín medieval no se equivocó, ni al dar a conocer el paradigma sobrenatural al que deben ajustarse las autoridades terrenales, sean espirituales o temporales, tienen que ajustarse, ni al teorizarse la subordinación del poder civil al religioso, ambos subordinados al de Dios.

El error fatal lo cometió por el contrario el profesor en el ámbito fuertemente ideologizado del modernismo eclesiástico y del progresismo político, cuyos partidarios tratan de atribuir sin base alguna al agustinismo político una formulación doctrinal de su invención que se corresponde con el mensaje de los primeros siglos. San Agustín nunca sostuvo que la autoridad del Estado estuviera desvinculada en modo alguno de la verdadera religión. El obispo de Hipona afirma todo lo contrario:

«[Consideramos dichos a los emperadores cristianos] que ejercen el poder con justicia si en medio de los elogios de los aduladores y las serviles reverencias de los cortesanos no se ensoberbecen y recuerdan que son hombres; si ponen el poder al servicio de la majestad de Dios para propagar su culto; si temen, aman y honran a Dios; si aman más reino, en el que no temen tener rivales; si son ponderados en la aplicación de los castigos y propensos a la clemencia; si imponen penas por exigencias de gobierno y para defender al Estado y no para desfogar su odio a los rivales; si no hacen uso de la clemencia para dejar impunes las infracciones de la ley sino con esperanza de corrección; si compensan las decisiones severas que en muchos casos se ven obligados a tomar con la suavidad de la compasión y la magnificencia; si contiene la lujuria cuantas más posibilidades tiene de desbocarse; si prefieren dominar las bajas pasiones que a un pueblo numeroso y no obran así por el deseo de una gloria efímera  sino por amor a la felicidad eterna; si no se olvidan de ofrecer al Dios verdadero el sacrificio de la humildad, la clemencia y la oración por los propios pecados. Declaramos que nos alegramos de los emperadores cristianos que manifiestan esas cualidades con la esperanza de que más tarde lo sean de hecho cuando gocen del objeto de nuestra esperanza»[7].

Ciertamente no es posible que una sociedad constituida por personas que a nivel individual tienen el deber moral de reconocer la Revelación divina y obedecer los Mandamientos de la Ley de Dios, así como la autoridad de la Iglesia, se sustraiga al mismo deber. Como tampoco es cierto que la presencia de otras religiones numéricamente relevantes dejando de lado las aberraciones doctrinales que enseñan, pueda legitimar una actitud de reconocimiento   rassegnato  de marginalización de la única religión verdadera, y menos cuando semejante pérdida de consenso y de apoyo por parte del Estado y de la sociedad se deben ante todo a la dejación de funciones por parte de la Jerarquía católica en base a las desviaciones conciliares.

VII. Sacralidad de la autoridad contra las derivas totalitarias

La formulación de San Agustín -que no se limita a La Ciudad de Dios, sino que se precisa ampliamente y de modo ortodoxo en toda su obra- se debe entender en armonía con las Sagradas Escrituras y el Magisterio católico, herederos por otra parte del concepto vicario de la autoridad civil que caracterizó al pueblo de Israel, cuyos monarcas representaban la autoridad de Dios, como sucedió más tarde con los reyes cristianos a partir de Bizancio.

La sacralidad de la autoridad civil, heredada de la civilización grecorromana, estaba hasta tal punto arraigada en el mundo cristiano que llegó a asumir connotaciones ceremoniales propias del orden sagrado. Pensemos por ejemplo en la unción con el crisma, o en las vestiduras litúrgicas el emperador del Sacro Imperio Romano o en las funciones prelaticias del Dux de Venecia. Y también en la Italia de los concejos municipales medievales, a los que se suele presentar como más laicos que la monarquía, el concepto de república bien ordenada se desarrolló en el medioevo de forma coherente con la Fe, y Ambrogio Lorenzetti lo puso de relieve en los frescos de la Alegoría del buen gobierno en el Palacio Público de Siena.

Separar artificialmente la armonía y la complementariedad (como jerárquica entre la autoridad espiritual y la temporal fue una operación desgraciada que ha supuesto la antesala de la tiranía y la anarquía cada vez que se ha puesto en práctica. El motivo incluso salta a la vista: Cristo es a la vez Rey de la Iglesia y de las Naciones, porque toda autoridad proviene de Dios (Rom.13,1). Negar que los gobernantes tengan el deber de someterse a la señoría de Cristo es un error gravísimo, porque al prescindir de la ley moral el Estado puede imponer su propia voluntad haciendo caso omiso de la voluntad de Dios subvirtiendo por tanto el orden natural divino en la Ciudad de Dios para sustituirlo por el libre arbitrio y el caos infernal de la Ciudad del Diablo.

Esto nos permite entender que tanto una como la otra ciudad son modelos a los que tender, sin abstrusas espiritualizaciones ni toscos realismos. Nos damos igualmente cuenta de que tras estas especulaciones meramente intelectuales se oculta un planteamiento idealista de matriz hegeliana, producto de la voluntad de crear una realidad ficticia contrapuesta a la voluntad de Dios. Es más, también el deseo de imponer una alternativa prometeica a la Pasión del Salvador que se escandaliza de la Cruz redentora porque en la economía de la Redención la Cruz es trono real: regnavit a ligno Deo. Creer que el mundo pueda no ser cristiano y prescindir de Dios valiéndose por sí mismo es una quimera infernal y blasfema.

VIII. Secularización de la autoridad eclesiástica

Por otra parte, si se quería dar una pátina teológica a la laicidad del Estado como consecuencia necesaria de la libertad de culto  teorizada para los individuos, era forzoso negar los antecedentes doctrinales de las Escrituras, los Padres y el Magisterio invocando una supuesta corrupción del verdadero mensaje cristiano por parte de pensadores medievales. Como vemos, las desviaciones doctrinales se basan siempre en la mentira, en falsificaciones históricas y en la ignorancia de los interlocutores, a los que quiere imponer los propios errores.

Las consecuencias son devastadoras y están a la vista: cuando una societas perfecta no es obligada a reconocer como su Soberano al Señor, esto pasa también necesariamente en la Iglesia terrena, cuya Jerarquía puede entonces optar por ejercer su autoridad con el mero fin de mantener el poder en vez de ceñirse a los límites claramente fijados por su divino Fundador. No es casual que el postconcilio se haya desvivido por borrar la doctrina de la Realeza de Cristo, llegando al extremo de manipular los textos litúrgicos de la fiesta que instituyó Pío XI en 1925 por medio de la encíclica Quas primas.

Ratzinger habla de una eclesiología suya personal, y afirma que ni la Iglesia puede llamarse Ciudad de Dios ni puede tampoco seguir considerando vigente la doctrina que definió Pío XII en la encíclica Mystici Corporis de 1943. Dice el Emérito: «Por su parte, la espiritualización total del concepto de Iglesia está desprovista del realismo de la fe y de sus instituciones en el mundo. Por eso, la cuestión de la Iglesia en el mundo terminó por volverse el problema central del debate». Tan central que alteró la doctrina católica para mostrarse al día, dialogante, inclusivo y filantrópico. Pero precisamente el haber perdido de vista su misión de Domina gentium ha llevado a la iglesia conciliar a asumir una postura de dejación, una postura marginal, de falta de relevancia social. Es el precio de sangre con el que se ha manchado al traicionar a Cristo desobedeciendo su mandato y dejándose contaminar por las ideas del mundo. Y si hasta Pío XII la Iglesia tenía por modelo la Ciudad de Dios y se consideraba Cuerpo Místico de Cristo, a pesar de la debilidad de sus miembros, se diría que en las últimas décadas el modelo en el que se inspiran los promotores del Concilio es más bien el de la Ciudad del Diablo, en vista del apoyo que brinda la Santa Sede a la ideología mundialista, a los delirios neomalthusianos de la economía verde, al transhumanismo y  toda la narrativa de género y LGTBQ.

30 de octubre de 2022

Domini Nostri Jesu Christi Regis

[1] Por agustinismo medieval se entiende el desarrollo del pensamiento iniciado por San Agustín, en particular en lo relativo a las consecuencias políticas y sociales de la doctrina sobre la Ciudad de Dios y la Ciudad del Diablo, que para los novatores habría falseado el pensamiento original de San Agustín, exacerbando entre otras cosas el concepto teocrático del poder, ya sea civil o eclesiástico. Huelga decir que semejante crítica no es sino un pretexto y se basa en grandes falsificaciones de la historia. La idea de que toda potestad procede Dios ya la tenía bien clara el Obispo de Hipona, y su explicitación en el agustinismo político medieval tiene plena coherencia con la Tradición.

[2] Adolf von Harnack (1851-1930), fue un teólogo protestante e historiador alemán de la religión. Las características fundamentales de la teología de Harnack era la aspiración a una supuesta libertad sin restricciones para estudiar la historia de la Iglesia y del Nuevo Testamento; escepticismo hacia la teología especulativa, sea ortodoxa o liberal; y un cristianismo práctico que impregnase la vida y no se redujera a un mero sistema teológico. Harnack rechazaba la historicidad del Evangelio de San Juan (pues pensaba que hacía excesivo hincapié en la divinidad de Nuestro Señor), y prefería los Sinópticos. Rechazaba asimismo los milagros. Su religiosidad crítica de la Tradición está imbuida de numerosos ideales sociales, como deja ver en un ensayo de 1907. Para Harnack, la misión del cristiano en el mundo está ante todo en el servicio a la sociedad. Acepta influencias del idealismo: la elaboración de una teoría abstracta basada en principios modernistas deber forzosamente negar a priori la divinidad de Cristo, los milagros, las profecías y todo lo que no confirme la tesis. Esto invalidad todo estudio científico, filosófico y teológico serio, reduciéndolo a propaganda.

[3] Sallustio, Bellum Catilinæ, 48 Rerum novarum cupiditas Catilinæ animum incendebat:  Catilina ardía en deseos de hacer una revolución [literalmente: era un maniático de las novedades].

[4] El idealismo hegeliano insiste en el abandono de la lógica aristotélica (que excluye la contradicción) prefiriendo una nueva lógica a la que llama sustancial. El ser ya no se opone estáticamente al no ser, sino que se le hace coincidir con éste último y llega más allá del devenir. El idealismo hegeliano, que resuelve todas las contradicciones de la realidad en la Razón absoluta, tendrá un resultado inmanentísta, reconociendo en sí mismo y no en un principio trascendente la meta final de la filosofía.

[5] Joseph Ratzinger, Opera omnia, volume VII/1, Gli insegnamenti del Concilio Vaticano II, Libreria Editrice Vaticana, 2016, Prefazione (Castel Gandolfo, 2 agosto 2012).

[6Rerum novarum, 22

[7] De Civitate Dei, V, 24

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)


FUENTE




viernes, 18 de noviembre de 2022

LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO - SOBRE LA CONSPIRACIÓN MODERNISTA DE LA NOUVELLE TEOLOGIE

Los que piensan que han vencido

Hirpinus

Sí sí no no

Traducido por Marianus el eremita (Adelante la Fe)

2 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

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INDICE

Introducción …………………………………………………………………………………………………… 1

I. El triunfo de la secta modernista ………………………………………………………………… 2

II. Verdadera y falsa restauración ………………………………………………………………..… 12

III. La «nueva» filosofía de M. Blondel …………………………………………………………..… 17

IV. Henri de Lubac S.J., un “maestro” que nunca fue discípulo ……………………..… 26

V. Urs von Balthasar ……………………………………………………………..……………………..… 37

VI. Pablo VI …………………………………………………………………………………………………..… 51

VII. Ratzinger: un Prefecto sin fe en la Congregación para la Fe ………………...… 62

VIII. El papado de Karol Wojtyla, tiempo de prueba gravísima para la Iglesia . 76

IX. La desobediencia al Magisterio infalible, distintivo de la “nueva teología” . 88

3 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Introducción de Adelante la Fe

Les presentamos nuestra traducción de la magistral serie de artículos «Los

que piensan que han vencido», publicados por sí sí no no a inicio de los

90 pero que siguen siendo de lectura imprescindible y de absoluta

actualidad, pues ilustran de forma documentada y meridianamente clara

que la actual crisis de la Iglesia hunde sus raíces mucho más allá del papa

Francisco.

Desde el Concilio Vaticano II hemos asistido a un fenómeno, hoy recrudecido,

en el que vemos como hay quienes denodadamente han luchado contra el

modernismo extremista que trataba de asaltar la iglesia (teología de la

liberación…), pero no han sido, ni son, capaces de identificar el

neomodernismo larvado de la nouvelle théologie, la cual fue

condenada especialmente por Pío XII que la definió como «falsas opiniones

que amenazan con subvertir los fundamentos de la doctrina católica» (Humani

generis); a pesar de esto, sus promotores tuvieron un papel fundamental en

el Concilio y pasaron de estar prohibidos antes del Vaticano II, a ser algunos

incluso promovidos a cardenales tras el mismo, siendo a su vez teólogos de

referencia de los papas postconciliares sin excepción.

Así, víctimas de esta tremenda confusión, o desinformación, no es nada raro

ver como personas que son capaces de reaccionar ante el extremismo de un

Francisco, Boff, un Kung, una Caram, o un Kasper, tienen entre sus autores

de cabecera a neomodernistas como de Lubac, von Balthasar y similares,

teniendo a su vez una profunda admiración por los pontificados de Juan Pablo

II, Benedicto XVI e incluso Pablo VI, como si la actual crisis de la Iglesia fuera

por completo ajena a sus responsabilidades. Es por ello imprescindible la

difusión de esta obra que pone el dedo en la llaga sobre el neomodernismo

de la nouvelle théologie que nos lleva reinando desde hace más de 50 años,

yendo al corazón auténtico de la crisis eclesial y denunciando sus nombres y

heterodoxias. Algo que muchos parecen desconocer.

Conociendo la enfermedad, conoceremos la cura, lo contrario es un camino

a ninguna parte.

4 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

I

El triunfo de la secta modernista

La denuncia de San Pío X

San Pío X, en la encíclica Pascendi contra el modernismo denunció que los

fautores del error se escondían ahora «en el mismo seno de la Iglesia» y que

sus «consejos de destrucción» los agitaban, «no… fuera de la Iglesia,

sino dentro de ella; por lo cual el peligro se esconde como en sus mismas venas

y en sus vísceras».

Con Motu Proprio del 18 de noviembre de 1907, el santo Pontífice, añadía a la

encíclica Pascendi y al decreto Lamentabili contra el modernismo «la

excomunión para aquellos que contradigan estos documentos». En aquella

ocasión, el Papa se dirigía a los Obispos y a los Superiores Generales de todo

el mundo en estos términos:

«Nos volvemos a recomendar vivamente a los Ordinarios diocesanos y a los

Superiores de los Institutos Religiosos que velen con toda diligencia sobre los

profesores, especialmente de los Seminarios; y cuando los vean infectados de

errores modernistas y de malsanas novedades, esto es, menos sometidos a las

prescripciones de la Santa Sede, de cualquier modo publicadas, los alejen

absolutamente de la enseñanza. De igual modo, excluyan de las sagradas

Ordenaciones a aquellos jóvenes que arrojen la más pequeña duda de ir detrás

de doctrinas condenadas o dañosas novedades» (Motu Proprio del 18 de

noviembre de 1907).

Finalmente, a distancia de tres años, en el Motu Proprio del 1 de septiembre

de 1910, San Pío X hacía esta gravísima denuncia: «Los modernistas, aun

después de que la encíclica Pascendi les ha quitado la máscara bajo la que se

escondían, no han abandonado sus diseños de turbar la paz de la Iglesia. No han

dejado, en efecto, de buscar nuevos adeptos y de reunirlos en asociación

secreta» (en latín: «Haud enim intermiserunt novos aucupari et in

clandestinum foedus ascire socios»).

Por tanto, San Pío X sabía que el modernismo buscaba sus adeptos sobre todo

en los Seminarios y en las casas de formación de los Religiosos y que allí iba

organizándose secretamente en una especie de secta: «clandestinum foedus».

5 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

La denuncia del padre Garrigou-Lagrange O. P.

En 1946, el padre Garrigou-Lagrange O. P., en su magistral y hoy actualísimo

artículo «La nouvelle théologie où va-t-elle?» (¿Dónde va la nueva

teología? Respuesta del gran teólogo dominico: «Vuelve al modernismo»)

denunciaba, a su vez, la obra de corrupción doctrinal en acto por todos los

medios entre el clero y los intelectuales católicos: «folios dactilografiados…

son distribuidos (algunos desde 1934) al clero, a los seminaristas, a los

intelectuales católicos; se encuentra en ellos las más singulares aserciones y

negaciones sobre el pecado original y la presencia real» y sobre todas las

demás verdades de fe (negación de la eternidad del infierno, poligenismo,

etc.). El padre Garrigou-Lagrange citaba amplios fragmentos de ellos, donde

se encuentran, por adelantado, todas las «novedades» heréticas de este

postconcilio. Sólo una prueba:

«Una convergencia general de las religiones hacia un Cristo universal, que, en

el fondo, satisface a todas: tal me parece la única conversión posible para el

Mundo y la única religión imaginable para una Religión del futuro». Es la

esencia del actual ecumenismo, que quiere hacer converger a todas las

religiones en Cristo, separado de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia

católica. «“Lumen Gentium”, luz de los gentiles, de los paganos es Cristo, no su

Iglesia» explicó repetida y agotadoramente de Lubac (cfr. sì sì no no del 15 de

octubre de 1991, pp. 1 ss.).

La confirmación

La confirmación de la traición y de la larga desobediencia al Magisterio viene

hoy, a años de distancia, en la euforia del efímero triunfo, de los mismos

exponentes de la «nueva teología». Así, en la revista Communio (patrocinada

por el card. Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe)

nov.-dic. De 1990, en el artículo La maduración del Concilio – Experiencias de

teología en el preconcilio, el jesuita Peter Henrici, que nació en 1928 y estudió

en Suiza, Alemania, Francia y Bélgica, nos hace saber que:

1) en los escolasticados de los Jesuitas de dichos Países (el «Rin», que, con el

Vaticano II, desembocará en el «Tíber» contaminándolo: véase R. M.

Wiltgen, Le Rhin se jette dans le Tibre), con claro desprecio de las directivas y

de la obligación impuesta por todos los Romanos Pontífices de «seguir

religiosamente la doctrina, el método y los principios de Santo Tomás» (véase

can. 1366 n. 2 del Código de Derecho Canónico entonces en vigor y la Carta

al card. Bisleti de Pío XI en mayo de 1923; Humani Generis de Pío XII), los

estudios escolásticos oficiales eran solo una fachada: «el manual del antiguo

estilo (escolástico) – escribe el jesuita Henrici – […] como mucho era solamente

6 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

hojeado» (y así la teología católica fue despreciada y combatida por los

«innovadores» sin ser ni siquiera conocida: «Nosotros – escribía en 1946 el

padre Garrigou-Lagrange – no pensamos que los escritores de quienes hemos

hablado [de Lubac, Bouillard, etc.] abandonan la doctrina de Santo Tomás;

ellos no la siguieron jamás porque nunca la comprendieron bien. Y esto es

doloroso e inquietante»: La nouvelle théologie: où va-t-elle?);

2) tras la fachada de los estudios oficiales, se difundía clandestinamente entre

los mejores alumnos el modernismo, cuyas instancias iban emergiendo de

nuevo en la «nouvelle théologie» (véase P. Parente, La teologia, ed. Studium,

Roma, 1952, p. 62): «A quienes tenían intereses especialmente sobresalientes –

escribe Henrici – el prefecto de estudios les aconsejaba como primera lectura

los dos primeros capítulos del Surnaturel de Henri de Lubac – ¡el más

prohibido de los “libros prohibidos”! – y después su Corpus Mysticum y esto

con el fin de llegar a adquirir una sensibilidad para el hecho de que enunciados

teológicos iguales en tiempos diferentes pueden tener un significado

diferente» (y así, ¡adiós inmutable Tradición divino-apostólica! ¡adiós

desarrollo homogéneo del dogma! ¡adiós verdad inmutable! Con toda razón

los teólogos romanos y en particular el padre Garrigou-Lagrange, acusaron a

la «nueva teología» de amenazar a la Iglesia con su relativismo

dogmático, «privándola de su sana Tradición»: véase sì sì no no del 15 de abril

de 1992, p. 5);

3) estos desobedientes, para los cuales el Magisterio pontificio era menos que

nada, fueron premiados en su desobediencia por el «prurito de novedad» que

prevaleció en el Concilio:

«para el “aggiornamento” – escribe Henrici – los Padres conciliares tuvieron

que apoyarse (no pudiendo hacer de otra manera, se podría decir) en el trabajo

desarrollado ya por los teólogos antes del Concilio» o, en otros términos y

mejor, aquellos Padres que se dejaron fascinar por la sirena del

“aggiornamento”, acabaron apoyándose en el trabajo de aquellos que,

despreciando las directivas de la Iglesia, habían cultivado una «nueva

teología» en oposición y ruptura con la teología católica;

4) muchos de estos Padres conciliares en realidad no conocían la «nueva

teología», hasta aquel momento cultivada clandestinamente y en círculos

cerrados, e, ignorantes y engañados, le dieron con los textos del

Concilio «una especie de autenticación eclesial»:

«Si estos textos – escribe Henrici – pudieron parecer nuevos, es sólo por el

hecho de que el trabajo de los teólogos [nuevos] y el estado de la teología

católica [nueva] al final de los años 50 eran ampliamente desconocidos para

7 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

aquellos no encargados de los trabajos [sic!] (y, entre estos, deben citarse

no pocos Padres conciliares), o también porque ahora parte de los resultados

de este trabajo, que hasta hacía poco tiempo habían sido objeto de

censura, era reconocida como ortodoxa».

El testimonio de un veterano

Los mismos tonos triunfalistas en el «testimonio» dado por un veterano de la

«nouvelle théologie», el jesuita Henri Bouillard, con ocasión de la

inauguración (30-31 de marzo de 1973) del Centro de Archivo Maurice

Blondel en el Instituto superior de Filosofía de la Universidad Católica de

Lovaina (Bélgica).

Después de haber reconocido el influjo sobre la «nouvelle théologie» de la

filosofía de Blondel, que «contribuyó de la manera más decisiva a la

renovación [léase: vuelco] de la teología fundamental» (Journées

d’inauguration 30-31 mars 1973: Textes des interventions, p. 43), el jesuita

Bouillard declara que «el pensamiento blondeliano, progresivamente y en sus

tesis esenciales, condujo a la victoria»: las tesis (ortodoxas) descartadas por

Blondel están «hoy caducadas, perimées» y los errores sostenidos hoy por

él «nos parecen ir por sí mismos [¡por fuerza! Impuestos con el prestigio de la

autoridad – ¡y qué Autoridad! – están exentos ipso facto de toda

demostración]».

El Concilio

La prueba contundente de la «victoria» es para Bouillard el… Concilio

Vaticano II: «se dejó de concebir el orden natural y el orden sobrenatural como

dos estadios superpuestos sin vínculo interno. El esfuerzo por descartar tal

concepción indujo incluso a algunos teólogos actuales a restringir lo más

posible el uso de estos términos. El concilio Vaticano II evitó, en sus

principales documentos, el uso del término “sobrenatural”» (p. 44). Es

exactamente esto lo que señala, pero desde la orilla opuesta de la ortodoxia

católica, Romano Amerio en Iota Unum (ed. Ricciardi, Milano-Napoli, 1985,

cap. XXXV):

«Pero si los no cristianos están destinados a unirse a los cristianos no ya por

una mutación que les lleve fuera de sí al Cristo de la Iglesia católica, sino por

una profundización de su misma creencia [los budistas son invitados a ser

buenos budistas, los musulmanes buenos musulmanes, etc.] entonces parece

que Cristo, esto es el principio del ecumene, se encuentra en el fondo de su

conciencia natural y se cae ciertamente en la negación del sobrenatural o en

el igualamiento del natural al sobrenatural de la gracia. El principio de la

8 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

salvación no viene caelitus sino funditus: es inmanente a la humana

naturaleza y brilla en todos los hombres».

En cuanto al Concilio, R. Amerio escribe:

«El Concilio no habla de luz sobrenatural sino de “plenitud de luz”. El

naturalismo que deja su impronta en los dos documentos Ad gentes y Nostra

aetate está patente también en la terminología, ya que no aperece nunca en

ellos el vocablo “sobrenatural”». Y en una nota cita la voz «sobrenatural» en

las Concordantiae ya cit., esto es, Delhaye-Gueret-Tombeur, Concilium

Vaticanum II. Concordance, Index, Listes de frequence, Tables comparatives,

Lovaina, 1974. Por tanto, es verdadera, documentada y documentable, la

aserción de Bouillard: el Concilio, bajo el influjo del neomodernismo

triunfante, evitó en «sus principales documentos» y, precisamente, en

aquellos que se refieren al ecumenismo, el uso del término «sobrenatural». El

Concilio habría así sancionado en sus principales documentos la victoria del

naturalismo, que es la esencia del modernismo y el fondo secreto, ma non

troppo, de la filosofía de Blondel y de la teología de de Lubac y de «su banda».

Y entonces – preguntémonos – ¿qué se nos propone hoy sustancialmente a

nosotros católicos en nombre del Concilio? Nada más que la «nouvelle

théologie» condenada por Pío XII. ¿Y qué se esconde bajo esta nueva enseña?

Nada más que el modernismo condenado por San Pío X y que, en sus más

coherentes conclusiones, conduce a la más radical negación del hecho

histórico de la Divina Revelación, de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo

y del origen divino de la Iglesia.

«Los que han vencido»

Más recientemente, en 30 Giorni (diciembre de 1991) el mismo p. Henrici S.

J., que más arriba ha confirmado oficialmente cuanto ya sabíamos, esto es:

1) que la «nouvelle Théologie», condenada por Pío XII en la Humani Generis,

perfectamente en línea con la encíclica de San Pío X contra el

modernismo, «se convirtió en la teología oficial del Vaticano II»;

2) que los puestos clave de la Iglesia o están ya o están destinados a estar en

manos de los hodiernos exponentes de la «nouvelle théologie», cuyo órgano

de prensa es la mencionada revista Communio: «casi todos los teólogos

nombrados obispos en los últimos años provienen de las filas de Communio. Un

rosario de nombres importantes con perspectiva de la más alta carrera: los

alemanes Lehman y Kasper, los suizos von Schönborn y Corecco, el italiano

Scola, el francés Léonard, el brasileño Romer. Se lamenta con sorna el jesuita

Peter Henrici, docente de Historia de la filosofía moderna en la Gregoriana y

9 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

redactor de la edición alemana: “Balthasar, de Lubac y Ratzinger, los

fundadores, han llegado los tres a ser cardenales. En la segunda generación

muchos han sido elegidos obispos. Esto crea a veces problemas de

recambio”». Debe añadirse a este rosario de nombres importantes «el

dominico Georges Cottier, teólogo [¡ay de nosotros!] de la casa pontificia»

y «Jean Duchesne, press-agent del card. Lustiger». Del «hegeliano André

Léonard, hoy obispo de Namur» leemos también que es «responsable del

Seminario de Saint Paul donde Lustiger [también él de la “banda”, por

tanto] envía a sus seminaristas». «Son los que – se dice – han vencido», escribía

como conclusión 30 Giorni.

La ruptura

El lector nos perdonará la insistencia, pero la agresión neomodernista a la

Iglesia, a su doctrina, a sus instituciones y a las almas es una realidad tan

grave, pilotada como es desde lo alto, que no será nunca excesiva la

documentación que se ofrezca, con el fin de sacudir el torpor de muchos,

poniéndoles en guardia del peligro que les amenaza.

Análogas voces de triunfo y confesiones indirectas de la traición pueden

señalarse en toda la producción neomodernista de este

postconcilio. Vaticano II/Balance y Perspectivas veinticinco años

después/1962-1987, a cargo de René Latourelle S. J. «es la obra – así

afirma Avvenire – realizada por tres instituciones universitarias de la

Compañía de Jesús en Roma (Universidad Gregoriana, Instituto Bíblico e

Instituto Oriental)»; 68 colaboradores de 20 naciones, todos (salvo dos)

miembros de la «Compañía», ilustran en ella el triunfo de la «nueva teología»

y el favor a ella concedido por el papa Montini (cfr. sì sì no no del 15 de mayo

de 1988, pp. 1 ss.). «Si no se puede ciertamente hablar de excomuniones y de

sucesivas canonizaciones… – escribe el p. Martina S. J. en la p. 46 – algunos

grandes teólogos fueron, sin embargo, objeto en aquellos años de diversas

medidas restrictivas, para asumir después un papel relevante entre los

principales peritos conciliares e influyeron ampliamente en la génesis de

los decretos del Vaticano II. Algunos libros, en 1950, fueron eliminados de

las bibliotecas, pero, después del Concilio, sus autores llegaron a ser

cardenales (de Lubac, Daniélou). Algunas iniciativas pastorales (curas obreros)

fueron condenadas e interrumpidas para ser después retomadas durante y

después del Concilio».

La Humani Generis de Pío XII (1950) era tan pronto, a pocos años de distancia,

completamente desautorizada por otro Papa, que favoreció activamente el

triunfo de aquellos que su predecesor había condenado. Ante lo cual los

católicos mejor informados, que habían seguido fielmente las directivas

romanas, se preguntaban a quién debían obediencia: si al Papa de ayer en

10 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

línea con todos sus Predecesores o al Papa de hoy en evidente ruptura con la

orientación constante de la Iglesia.

Finalmente, más bien recientemente, L’Osservatore Romano (septiembre

pasado [1992, ndt]), con ocasión del aniversario de la muerte de de Lubac, ha

dedicado la entera p. 6 a celebrar las «grandes tesis de un precursor [de

Lubac] del Concilio Vaticano II». Se lee allí:

«Pensamos en Blondel, en Gilson, en Mounier y en Maritain, y naturalmente en

de Lubac, en Chenu y en tantos otros que tanto en el plano filosófico como en el

teológico fueron los que prepararon actitudes, costumbres mentales y

metodológicas que después obtuvieron del Concilio Vaticano II una amplia

tematización».

Por tanto, si alguna duda fuera todavía posible, tienen razón los

«neomodernistas»: la «nueva teología», condenada por Pío XII en la Humani

Generis como cúmulo de «falsas opiniones que amenazan con subvertir los

fundamentos de la doctrina católica» se ha convertido hoy en «la teología

oficial del Vaticano II» (P. Henrici S. J., Communio arriba citado). ¿Y por qué

Pablo VI nunca se sorprendía de la «autodemolición» de la Iglesia?

El largo desprecio del Papado

Como conclusión de esta introducción a nuestro estudio sobre la «nueva

teología» recordaremos cuanto se lee en las Actas de la canonización de San

Pío X a propósito de una carta del card. Maffi al Secretario de Estado pro

tempore card. De Lai:

«Esta carta refleja crudamente el conjunto de críticas, que serpenteaban aquí y

allí, en aquellos años, no sólo contra la prensa así llamada intransigente, sino

en general contra el gobierno de Pío X, y sobre todo contra los que estaban cerca

de él. Era en el fondo la reacción a la acción enérgica de Pío X contra el

modernismo y a las medidas tomadas por él, en todos los sectores, para

restablecer la disciplina eclesiástica. Era la expresión de la resistencia a

menudo pasiva, pero real, que oponían a las directivas de la Santa Sede, no

sólo los modernistas y sus simpatizantes, que no conocían, sin embargo, o no

veían la gravedad del peligro y el verdadero fondo de las cosas, como se veía

desde lo alto» (Disquisitio circa quasdam obiectiones modum agendi Servi Dei

respicientes in modernismi debellatione).

Es esta larga «resistencia a menudo pasiva, pero real» del mismo episcopado

la que preparó la actual crisis en la Iglesia, la cual crisis no es sino el triunfo

(temporáneo, naturalmente) del modernismo en la Iglesia católica. No es en

11 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

absoluto superfluo, por tanto, sino más bien necesario y urgente conocer un

poco mejor quiénes son y qué quieren «los que han vencido», o, mejor, piensan

que han vencido solamente porque no creen en el «non praevalebunt».

12 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

II

Verdadera y falsa restauración

Los que piensan que «han vencido» son los neomodernistas fieles a la línea (si

así puede llamarse) de los padres fundadores de la «nouvelle théologie» o

«nueva teología» y, especialmente, a la línea (tortuosa y oscura) trazada por

el jesuita Henri de Lubac y por el ex-jesuita Hans Urs von Balthasar. «Se

exaltan los exponentes de la nueva teología como si fueran ellos la piedra

angular de la Iglesia» escribió con razón el pensador don Julio Meinvielle («De

la cábala al progresismo», ed. Calchaquí, Salta (Argentina), 1970).

Antes de presentar a estos «santos padres» del mundo católico postconciliar,

es, sin embargo, oportuno ilustrar aquí brevemente la esencia de la «nueva

teología».

El principio simple de una herejía compleja

El sacerdote y teólogo alemán Johannes Dörmann, en su óptimo

libro «L’étrange théologie de Jean-Paul II et l’esprit d’Assise» (Ed. Fideliter,

Eguelshardt (Francia), 1992) [Ed. en castellano: «Itinerario teológico de Juan

Pablo II hacia la jornada mundial de oración de las religiones en Asís», Fund.

San Pío X, Madrid, 1994], escribe:

«La “nouvelle théologie” se presenta bajo dos aspectos, pero es simple en su

principio, y, por esto, pueden agruparse sus múltiples formas bajo el mismo

nombre. Sus diferentes formas tienen en común el repudio de la teología

tradicional» (p. 55).

Lo que significa el repudio de la «teología tradicional» lo explica el Autor

concisa y eficazmente a propósito del último Concilio, que consideró deber

renunciar por motivos «pastorales» al lenguaje escolástico: «Los teólogos

manipuladores vieron perfectamente que en esta cuestión del lenguaje se

trataba la cuestión, toda la cuestión de la teología y de la fe. Porque el lenguaje

escolástico estaba indisolublemente vinculado a la filosofía escolástica, la

filosofía escolástica a la teología escolástica y esta última finalmente a la

tradición dogmática de la Iglesia» (p. 52). Y, por tanto, el adiós al lenguaje

escolástico se habría resuelto en último análisis en el adiós a la Tradición

divino-apostólica custodiada fielmente por la Iglesia.

«El abandono por parte de los padres del “lenguaje escolástico” – escribe aún

Dörmann – era para ellos [los teólogos manipuladores del Concilio] la

condición sine qua non de la ruptura con la antigua dogmática, para instalar

13 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

la “nueva teología” después de haber dejado de utilizar la “antigua” y haberse

despedido de ella» (p. 53).

La utopía

¿Y cómo estuvo y está motivada esta «despedida» de la teología tradicional,

es decir, de la teología católica tout court, indisolublemente vinculada a la

Tradición dogmática de la Iglesia? Con «esta simple y seductora idea: una

“nueva teología” en la perspectiva del carácter científico moderno y de la

imagen moderna del mundo y de la historia» (p. 55). En otros términos, con la

antigua y siempre renaciente utopía de la Iglesia conciliada con el «mundo

moderno», es decir, con el pensamiento filosófico moderno, con el cual Pío

IX (cfr. Syllabus, proposición octogésima) declaró que la Iglesia no puede ni

debe conciliarse, dado su carácter esencialmente anticristiano:

«Los hombres [modernos] son en general extraños a las verdades y a los bienes

sobrenaturales y creen poder satisfacerse sólo en la razón humana y en el orden

natural de las cosas y poder conseguir en ellas su propia perfección y

felicidad» (Vaticano I, esquema preparatorio de doctrina catholica).

«Para los miembros de la “nouvelle théologie” – continúa Dörmann – el lema

“aggiornamento” significaba la decidida apertura de la Iglesia al pensamiento

moderno [extraño a la verdad y a los bienes sobrenaturales] para llegar a una

teología totalmente diferente de la cual debería nacer una nueva

Iglesia [secularizada] adaptada a su época» (op. cit., p. 54). Es la idéntica

utopía del modernismo. «¿Dónde va la nouvelle théologie? Vuelve al

modernismo» escribía el padre Garrigou-Lagrange O. P.

«Por el camino del escepticismo, de la fantasía y de la herejía»

Y, en efecto, excavando más a fondo, bajo el principio simple de la nueva

teología (el adiós a la «antigua» y, por ello, envejecida teología) encontramos

la misma perversión de la noción de verdad que es el fundamento del

modernismo:

«La verdad no es más inmutable que el mismo hombre ya que ella evoluciona

en él, con él y para él» (San Pío X, decreto Lamentabili, proposición

quincuagésima octava). Por lo que el padre Garrigou-Lagrange O. P., no

profetizando, sino simplemente extrayendo las lógicas conclusiones, escribía

en 1946:

14 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

«¿Dónde irá esta nueva teología con los nuevos maestros en los que se inspira?

¿Dónde sino por el camino del escepticismo, de la fantasía y de la herejía?» (La

nouvelle théologie où va-t-elle?, en Angelicum 23, 1946, pp. 136-154).

Una utopía culpable

Lo veremos. A nosotros nos interesa aquí subrayar que el intento de conciliar

a la Iglesia con el «mundo moderno» (es decir, con la filosofía moderna

subjetivista e inmanentista y la «cultura» embebida de subjetivismo e

inmanentismo que promanó de ella) no es una utopía inculpable. A tal intento,

en efecto, cerró repetidamente el camino el Magisterio de los Romanos

Pontífices, especialmente Gregorio XVI con la Mirari Vos (1832), Pío IX con

el Syllabus (1864), San Pío X con la Pascendi (1907) y, en los umbrales del

último Concilio, Pío XII con la Humani Generis (1950). En esta última

Encíclica, desatendida y después desautorizada y sepultada por los mismos a

quienes ella había condenado, Pío XII, ilustrando el clima precedente al

Concilio, señala «con ansiedad» y claridad los peligros de la «nueva teología»,

que, buscando su fundamento fuera de la filosofía perenne, pone en peligro

todo el edificio del dogma católico. Sobre todo, Pío XII no deja de subrayar el

desprecio al Magisterio que se advierte bajo tal actitud:

«[…] la razón será debidamente cultivada: si […] ella se nutrirá de aquella sana

filosofía que es como un patrimonio heredado de las precedentes edades

cristianas y que posee una más alta autoridad porque el mismo Magisterio de

la Iglesia confrontó con la verdad revelada sus principios y sus principales

aserciones puestas a la luz y fijadas lentamente a través de los tiempos por

hombres de gran ingenio. Esta misma filosofía, confirmada y comúnmente

admitida por la Iglesia, defiende el genuino valor de la cognición humana, los

inquebrantables principios de la metafísica – esto es, de razón suficiente, de

causalidad y de finalidad – y finalmente sostiene que se puede alcanzar la

verdad cierta e inmutable.

En esta filosofía hay ciertamente muchas cosas que no se refieren a la fe y a las

costumbres, ni directa ni indirectamente, y que, por esto, la Iglesia deja a la

libre discusión de los competentes en esta materia; pero no existe en ella la

misma libertad respecto a muchas otras, especialmente respecto a los

principios y a las principales aserciones de las que ya hablamos [valor del

conocimiento humano, inquebrantables principios de la metafísica, etc.] […].

La verdad en toda su manifestación filosófica no puede estar sujeta a cotidianas

mutaciones especialmente tratándose de los principios de por sí conocidos de

la razón humana o de aquellas aserciones que se apoyan tanto en la sabiduría

15 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

de los siglos como también en el consenso y en el fundamento de la

Revelación divina […].

Por esto debe deplorarse más que nunca que hoy la filosofía confirmada y

admitida por la Iglesia sea objeto de desprecio por parte de algunos, de

modo que, con imprudencia, la declaran anticuada por la forma y racionalista

por el proceso de pensamiento. […].

Sin embargo, mientras que desprecian esta filosofía, exaltan las demás, tanto

antiguas como recientes, tanto de pueblos orientales como de los occidentales,

de manera que parecen querer insinuar que todas las filosofías u opiniones, con

el añadido – si es necesario – de alguna corrección o de algún complemento, se

pueden conciliar con el dogma católico. Pero ningún católico puede poner en

duda cuánto todo esto es falso, especialmente cuando se trata de sistemas como

el inmanentismo, el idealismo, el materialismo tanto histórico como dialéctico,

o también como el existencialismo, cuando profesa el ateísmo o cuando niega el

valor del razonamiento en el campo de la metafísica. […].

Sería verdaderamente inútil deplorar estas aberraciones si todos, también en

el campo filosófico, fueran respetuosos con la debida veneración hacia el

Magisterio de la Iglesia, que, por institución divina, tiene la misión no sólo de

custodiar e interpretar el depósito de la Revelación, sino también de velar

sobre las mismas ciencias filosóficas para que los dogmas católicos no

reciban ningún daño por opiniones no rectas».

Queda así confirmado cuanto desde hace años llevamos repitiendo y

documentando: aun siendo miembros de la jerarquía católica, los

neomodernistas son y permanecen siendo unos desobedientes al Magisterio

constante y, por esto, infalible de la Iglesia, y la «obediencia» que de facto

ellos imponen al nuevo curso eclesial se concretiza en una imposición de

desobediencia a la Iglesia.

Verdadera y falsa «restauración»

De cuanto se ha dicho más arriba se sigue que la auténtica restauración

recorrerá el camino inverso al que ha llevado a la ruptura con la Tradición

doctrinal de la Iglesia: vuelta a la filosofía perenne y por tanto a la teología

escolástica y por tanto a la tradición dogmática de la Iglesia, en obediencia a

las directivas constantes del Magisterio Pontificio.

Los neomodernistas fieles a la «línea» de de Lubac y de von Balthasar se las

dan hoy de «moderados» e incluso de «restauradores», pero no intentan

repudiar en absoluto la «nueva teología», de la cual – lo quieran o no – es hija

16 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

la crisis que paraliza en nuestros días la vida de la Iglesia. «Nuestra línea –

decía “seguro” el padre Henrici S. J. a 30 Giorni (diciembre de 1991) – es la de

extremo centro. Ni excesiva atención [sic!] al Magisterio, ni contestación. Ni

derecha ni izquierda. Adhesión a la tradición [que, en el lenguaje de de Lubac

y de los «nuevos» teólogos, no es – lo veremos – la Tradición dogmática de la

Iglesia] en la línea de la théologie nouvelle de Lyon [sede de de Lubac y de

otros «padres fundadores»], que subrayaba la no contraposición [léase:

identificación] entre naturaleza y sobrenaturaleza, entre fe y cultura, y que se

convirtió en la teología oficial del Vaticano II».

¡«Théologie nouvelle» que Pío XII, en la Humani Generis, había condenado

como un cúmulo de «falsas opiniones que amenazan con subvertir los

fundamentos de la doctrina católica»! Es, por tanto, más que nunca, necesario

saber qué hay detrás de la «moderación» de estos neomodernistas de

«extremo centro», sí, pero, no obstante, neomodernistas.

17 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

III

La «nueva» filosofía de M. Blondel

Pasamos ahora a los santos padres de la «nueva teología».

El primer paso de la «nouvelle théologie» para despedirse de la teología

católica tradicional y, por tanto, de la tradición dogmática es, lo hemos visto,

el abandono de la filosofía escolástica. No debe por esto sorprender si Urs

von Balthasar, al sostener que «el infierno existe, pero está vacío» apele, entre

otros, a Maurice Blondel (véase sì sì no no, 15 de noviembre de 1992, p. 1). Este

filósofo, que, a pesar de sus aspiraciones y de sus «amigos», ocupa un espacio

muy modesto en la historia de la filosofía, ocupa, en cambio, un lugar muy

importante en la historia del neomodernismo o «nouvelle théologie».

Una filosofía fantasma

Nacido en Dijón en 1861 y muerto el 5 de junio de 1949 en Aix en Provenza, en

cuya Universidad enseño filosofía durante 30 años, Maurice Blondel fue hasta

el final de sus días objeto de una larga polémica, que se volvió tormentosa por

su comportamiento escurridizo y proteiforme. Este comportamiento,

típicamente modernista, fue así estigmatizado por el padre de Tonquedec S.

I. en el Dictionnaire apologetique de la Foi catholique: «… me doy cuenta de que,

a pesar de todo esfuerzo por dar a la controversia [con Blondel] una base

documental lo más amplia posible, dicha controversia no podrá acabarse sino

ante un público que tenga a la vista sus obras. Desgraciadamente este público

no existe. Las obras de M. Blondel [que de Tonquedec poseía y citaba

ampliamente] han desaparecido desde hace tiempo de las librerías; los

opúsculos en los cuales ha recogido sus artículos más importantes no han sido

puestos a la venta. Por tanto, la doctrina contenida en sus escritos se encuentra

en una condición singular: objeto de explicaciones, de rectificaciones, de

discusiones sin fin, sostenida por una propaganda muy activa y ardiente,

permanece inaccesible en su tenor original. Así, ella da a muchos la

impresión de algo de inaferrable y escurridizo, cuyo aspecto se modifica

según los momentos y las circunstancias. Poquísimas personas, aun entre las

que estudian por profesión filosofía religiosa, son capaces de controlar las

afirmaciones del autor y de sus amigos sobre el significado y el contenido de sus

escritos» (voz miracle, Nota adicional sobre la interpretación de los escritos de

M.Blondel).

Sistemas de modernistas

Quiénes fueran estos «amigos» de Blondel se dice rápido: el padre de Lubac

y su «banda»: Bouillard, Fessard, von Balthasar, Auguste Valensin, etc.; en

18 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

resumen, los padres fundadores de la «nouvelle théologie», condenada por Pío

XII en la Humani Generis y hoy – como reconoce el padre Henrici S. J.

– convertida en «teología oficial del Vaticano II» (véase sì sì no no, 31 de

diciembre de 1992, pp. 1 ss.).

En 1925, el mismo Dictionnaire Apologetique, bajo la voz immanence (méthode

d’), publicaba (signo de la confusión que reinaba entonces sobre la posición

real de Blondel), junto a la intensa y documentada crítica anti-blondeliana del

jesuita de Tonquedec, también la defensa de Blondel por obra del también

jesuita Auguste Valensin, de la «banda» de de Lubac.

Valentin S. J. se exoneraba preliminarmente de toda documentación con el

siguiente motivo:

«En la exposición que sigue no se encontrarán, por así decir, citaciones [de las

obras de Blondel]; las pocas frases entre comillas no son siempre

absolutamente literales; ha sido modificado el tiempo de un verbo o suprimida

alguna palabra para adaptarla al contexto y el uso que se hace de ellas es sólo

literario. Esta exclusión es sistemática: una citación desgajada del contexto no

probaría nada; puede sólo servir como tapadera para una interpretación

aventurada, sin ser segura» (Dictionnaire Apologetique de la Foi catholique,

voz immanence (méthode d’), 1º estudio, col. 580). A lo que el padre de

Tonqeudec, el cual, por el contrario, fundaba su crítica en citaciones

numerosas y textuales, replicaba justamente: «Ciertamente, es posible falsear

el espíritu de un texto que se cita, pero se concederá que es todavía más fácil

hacerlo cuando no es citado en absoluto. El documento resiste, por su misma

presencia, ciertas interpretaciones. Tenerlo constantemente a la vista es

indudablemente la mejor garantía contra el error y la más alta forma de

honestidad de un crítico hacia el autor y sus lectores» (ivi, voz miracle, Nota

adicional sobre la interpretación de los escritos de M. Blondel, col. 533).

Bajo el pretexto apologético la ruina del dogma católicos

En realidad, los «amigos» de Blondel – de Lubac y su «banda» – tenían

motivos para dejar entre la niebla la filosofía del que, en sus intenciones,

habría debido ser el fundador de la nueva «filosofía cristiana».

Blondel presentaba su filosofía como un método apologético para conquistar

al «hombre moderno»:

«Las pruebas clásicas [de la credibilidad del dogma católico] – escribía él –

suponiendo una filosofía objetiva, no hacen presa de estos espíritus llenos de

positivismo y de kantismo. Ahora bien, cuando se quieren salvar las almas, es

19 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

necesario ir a buscarlas adonde se encuentran y, si han caído en el subjetivismo,

es aquí donde es necesario buscarlas» (L’Action). La desgracia, sin embargo, era

que, si la apologética clásica suponía y supone una filosofía objetiva, la nueva

«apologética» de Blondel suponía, en cambio, una filosofía subjetivista e

inmanentista, típica del protestantismo y del modernismo y ya condenada

por San Pío X en la Pascendi por sus ruinosas consecuencias en el dogma

católico.

Cuando Blondel afirma (L’Action, pp. 402-403) que la verdad del catolicismo

se capta más con la voluntad y la experiencia que con la inteligencia (la fe «no

pasa de la mente al corazón», sino que pasaría, en cambio, del corazón a la

mente), se mueve en el ámbito del agnosticismo o escepticismo religioso, que

es el fundamento del modernismo y que lleva a los modernistas a exaltar la

«experiencia» religiosa, que, sola, haría que el hombre estuviera cierto de la

existencia de Dios (pietismo, pseudomisticismo, de los cuales están afectados

la mayor parte de los actuales «movimientos eclesiales»). Y, en efecto, para

Blondel, la tarea de la apologética no es producir argumentaciones racionales

sobre la existencia de Dios y sobre la credibilidad del Cristianismo, sino llevar

al incrédulo a tener «una experiencia efectiva» del catolicismo, a llevar a

quien todavía no tiene fe a «actuar como si la tuviese» (L’Action, pp. 402-403),

en resumen, a tener «experiencia» de lo divino; lo que es exactamente la

apologética modernista condenada por San Pío X en la Pascendi.

Más aún: cuando Blondel afirma que el sobrenatural es una exigencia de la

naturaleza humana, porque «nada puede entrar en el hombre que no salga de

él y no corresponda de algún modo a una necesidad suya de expansión», se

mueve en el ámbito del inmanentismo (Spinoza, Kant, etc.), para el cual el

espíritu humano es la realidad a la cual todo se reconduce; inmanentismo que

es la esencia del modernismo, porque «el jugo del modernismo es, en efecto,

esto: que el alma religiosa obtiene no de otra parte, sino de sí misma el objeto y

el motivo de su propia fe» (R. Amerio, Iota Unum, Ricciardi ed., Roma-Napoli,

I. ed., p. 37, nota 17). Lo que en la práctica quiere decir que no ha habido en la

historia ninguna revelación divina externa y que Nuestro Señor Jesucristo

habrá sido la conciencia más sublime, como dice Renan, de la humanidad,

pero no es Dios.

La nueva «filosofía cristiana»

Es decir, Blondel fue, sí, a buscar al «hombre moderno» (identificado sic et

simpliciter con el filósofo moderno) enfermo de escepticismo y de

subjetivismo allí «adonde está», pero no para sacarlo de sus gravísimos

errores, sino para empantanarse en los mismos errores. Y esta nueva

«filosofía cristiana», en el pensamiento de Blondel, pero más aún en las

intenciones de sus «amigos» de la «nueva teología», habría debido suplantar

20 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

a la «filosofía perenne» de la Iglesia católica, la filosofía objetiva de la realidad,

que, fijada lentamente a través de los tiempos por los más grandes ingenios

filosóficos de la humanidad, alcanzó su vértice en el tomismo.

En la encíclica Humani Generis (1950), Pío XII hará hincapié una vez más,

contra los «nuevos teólogos», en la importancia fundamental que la Iglesia

reconoce a dicha filosofía, también para evitar desviaciones en el dogma. La

Iglesia, en efecto, como escribe una lúcida inteligencia contemporánea, «no

se ha vinculado a la filosofía griega por una casualidad fortuita», sino más bien

porque «la filosofía griega es la del sentido común, del realismo, de la

inteligencia humana fiel a sí misma» y, por esto, «siempre que es repudiada se

pagan las consecuencias». Y, en efecto, hoy que «el Concilio se ha descargado…

de aquel realismo del que siempre la Iglesia había cuidado» y ha roto «aquella

solidaridad entre realismo sobrenatural de la fe y realismo natural de la

inteligencia… que duró cerca de dos mil años» y que «con diferentes peripecias

fue el eje del cristianismo, el perno de la Iglesia constituida, depositaria y

custodia vigilante de la fe, de la inteligencia y de las costumbres», hemos visto

y vemos verter «en el odre vaciado… el viento de todas las tempestades de la

subjetividad humana» (Marcel de Corte, L’intelligenza in pericolo di morte, ed.

Volpe Roma).

La alarma

En aquel tiempo, por tanto, el padre Auguste Valensin S. J., al asumir la

defensa de Blondel, tenía sus razones para eximirse de citar sus pasajes

textuales y para «adaptar» oportunamente las raras frases citadas. Por

ejemplo, la afirmación de Blondel de que «nada puede entrar en el hombre que

no salga de él y no corresponda en algún modo a una necesidad suya de

expansión» se convierte en la defensa del padre A. Valensin: «nada puede

entrar en el hombre que no corresponda en algún modo a una necesidad suya

de expansión» (Dictionnaire Apologetique, cit., col. 581). La eliminación de

la frase relativa: «que no salga de él» servía claramente para evitar a Blondel

la acusación de inmanentismo y de subjetivismo.

Los errores de Blondel, sin embargo, habían llamado la atención de los

grandes teólogos tomistas (de Tonquedec, Labourdette, Garrigou-Lagrange,

etc.), a los que se unió en un segundo momento también el jesuita Charles

Boyer. Ellos lanzaron la alarma, confutando los errores de la nueva «filosofía

cristiana», indicando sus ruinosas consecuencias en el dogma, subrayando el

insanable contraste con el Magisterio infalible de la Iglesia.

Hoy «los que piensan que han vencido» pretenderían reducir aquella

polémica de importancia vital para la Iglesia a una mezquina cuestión

21 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

personal. No fue así. Las luminosas confutaciones de de Tonquedec, de

Labourdette y del padre Garrigou-Lagrange, permanecen ahí para dar

testimonio de lo contrario y la actual crisis de la Iglesia demuestra la amplitud

de miras de aquellos nobles ingenios.

El perno de la cuestión

El error capital de Blondel, que es además el perno de toda la cuestión agitada

en la Iglesia por los modernistas, es puesto así a la luz sintéticamente por el

padre Garrigou-Lagrange:

«M. Maurice Blondel, hemos visto, escribía en los Annales de Philosophie

chretienne, 15 de junio de 1906, p. 235: “A la abstracta y quimérica adaequatio

rei et intellectus [conformidad de la mente con el objeto conocido] la

sustituye la búsqueda metódica de este derecho, la adaequatio realis mentis et

vitae [la adecuación del intelecto a la vida]» (La nouvelle théologie où va-t-

elle? en Angelicum 23, 1946). Esta proposición – observaba el ilustre teólogo

dominico – es precisamente la proposición «extraída de la filosofía de la

acción y condenada por el Santo Oficio el 1 de diciembre de 1924: “La verdad no

se encuentra en ningún acto particular del intelecto, en el cual existiría la

conformidad con el objeto conocido [conformitas cum obiecto], como dicen los

escolásticos, sino que la verdad está siempre en devenir y consiste en una

adecuación progresiva del intelecto con la vida [in adaequatione progressiva

intellectus et vitae], esto es, en cierto movimiento perpetuo, con el cual el

intelecto se esfuerza por interpretar y explicar lo que la expresión produce o la

acción exige de modo que en todo el progreso no exista nunca nada

determinado y fijo» (La nouvelle théologie où va-t-elle?, en Angelicum, 23,

1946). Es la vuelta al error fundamental del modernismo:

«La verdad no es más inmutable que el mismo hombre, ya que ella evoluciona

en él, con él y para él» (Dz 2058), por lo que San Pío X escribía de los

modernistas: «Ellos pervierten la eterna noción de verdad» (Dz 2080).

«No carece de grave responsabilidad – escribía todavía el padre Garrigou-

Lagrange – llamar “quimérica” a la definición tradicional de la verdad

admitida durante siglos en la Iglesia y hablar de “sustituirla” por otra, en todos

los campos, comprendido entre ellos el campo de la fe teologal», porque «un

error sobre la noción primera de verdad lleva consigo un error sobre todo el

resto» (ivi). Contemporáneamente (1946), el gran teólogo dominico, con una

carta personal, suplicaba a Blondel que «retractase, antes de morir, su

definición de la verdad, si no quería estar demasiado tiempo en el

Purgatorio» (Centre d’Archives Maurice Blondel, Journées d’inauguration, 30-

31 de marzo de 1973, Textes des interventions). Uno de los frutos más amargos

22 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

del error capital de Blondel es hoy la así llamada «Tradición viva», que no se

preocupa del indispensable vínculo lógico con lo que la Iglesia siempre ha

creído y enseñado desde los orígenes, porque, también en el progreso

dogmático, en la profundización de la Verdad revelada, no hay «nunca nada

determinado y fijo» (véase sì sì no no, 15 de octubre de 1991, p. 4).

Los «repensamientos» de Blondel

El padre de Tonquedec, desde 1924 (Dictionnaire Apologetique, cit., col. 601),

había subrayado la «semejanza impresionante» entre el pensamiento de

Blondel y algunas tesis condenadas por San Pío X en la Pascendi. Esta

semejanza – escribía él – «existe a veces incluso en los términos empleados por

una y otra parte, y esta coincidencia, con toda probabilidad, no es producto de

la casualidad» (ivi). Para el padre de Tonquedec, Blondel había escapado del

anatema personal y directo solamente por sus «imprecisiones de

pensamiento», por «vacilaciones» y «contradicciones», que se repiten en sus

escritos, a veces a una sola página de distancia.

¿Tenía Blondel al menos buena fe? El padre de Tonquedec tenía buenos

motivos para dudar de ello, como la deformación que hizo sufrir al

pensamiento de Santo Tomás para llevarlo a decir exactamente lo opuesto de

lo que dice (ivi, nota 3), el «abuso» de «negaciones sumarias y

categóricas» invariablemente opuestas por Blondel a las críticas

documentadas de sus opositores, el continuo refugiarse tras un «No me

habéis comprendido», los repetidos intentos de «explicar» su propio

pensamiento para afirmar después, de manera totalmente gratuita, que

nunca había estado en contraste con la ortodoxia católica, etc. (ivi, coll. 611-

612). En realidad, Blondel estuvo toda la vida ocupado en el intento de

«explicar» su pensamiento en sentido ortodoxo, de tal modo que, hasta

nuestros días, se han dado de Blondel los juicios más contrastantes. Si

algunos opositores acabaron creyendo al menos en la sinceridad de las

«explicaciones» de Blondel, los críticos más perspicaces y mejor informados

no se desarmaron.

Así, el Ami du clergé (4 de marzo de 1937, p. 155) escribía:

«La Pensée y L’être et les êtres no son sino la expresión reelaborada

de L’Action. Blondel ciertamente la ha corregido para mejor o también ha

retractado algunos particulares; ha acogido algunas constataciones

psicológicas y hecho oportunas declaraciones de ortodoxia. En el fondo, no

ha cambiado ni siquiera una iota de su doctrina. Y lo decimos francamente

y sin animosidad, porque es así, para retomar una palabra que él no ama

repetir».

23 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Del mismo parecer fueron el padre Descoqs y el padre de Tonquedec:

«me ha sido imposible, con gran pesar para mí, aceptar la interpretación que

actualmente M. Blondel da de sus obras. Su interpretación me parece, en efecto,

forzada, arbitraria, inspirada por la preocupación, honorabilísima

indudablemente, pero un poco febril, por defender la ortodoxia de sus propios

textos. El desacuerdo entre las otras ocasiones y hoy no versa sólo entre

palabras y detalles, sino sobre líneas orgánicas de su pensamiento.

En “L’Action” y en la “Lettre sur l’Apologetique” existe todo lo contrario a una

“apologetique du seuil” [una apologética de acercamiento]. Existe una filosofía

general, una teoría del conocimiento, una metafísica, una lógica, fragmentos de

teología, etc. Es imposible reducir todo esto a aquello. Nadie que haya leído

íntegramente los escritos de M. Blondel podrá aceptar esta equivalencia,

aunque sea por la palabra del autor. Tampoco esta “apologetique du seuil” – de

la que estoy contento de decir que la acepto íntegramente en la forma que le

dio M. Auguste Valensin – conserva ya el mismo aspecto cuando se la considera

en relación con la restante doctrina. Ella resulta intrínsecamente

transformada, radicalmente traspuesta según sea aislada o referida a una

filosofía de la que ella es originalmente su conclusión y que confiere un

significado particular a sus fórmulas más ambiguas. Esta filosofía, novísima,

atrevida y exclusivista comprende una parte negativa de las más acentuadas,

que no se deja cancelar sin que el conjunto resulte falseado» (Dictionnaire

Apologetique, cit.). A su vez, el padre Garrigou-Lagrange, acerca de la nueva

noción de «verdad» sostenida por Blondel, escribía: «¿Corrigen acaso las

últimas obras de M. Blondel esta desviación? Hemos visto que no es posible

afirmarlo» (La nouvelle théologie où va-t-elle?, cit.).

Las «confesiones» de «los que han vencido»

Los críticos tenaces de Blondel no se equivocaban. Del comportamiento

anguilesco del padre de la «nueva filosofía cristiana» dan hoy la confirmación

y la clave los mismos «nuevos teólogos»: «después de “L’Action” de 1893 y la

“Lettre” de 1896, Blondel fue a menudo acusado de “modernismo” por polemistas

que lo confundían todo [sic!] y él multiplica las precauciones, manteniendo su

silencio o refugiándose a menudo en artículos de tema histórico [¡el padre de

Lubac, “famoso por hacer teología a través de la historia” (don Ennio

Innocenti, véase sì sì no no, 15 de diciembre de 1992, p. 5) aprenderá bien la

lección!] […]. Es más, para responder a sus detractores, Blondel ofrece

demasiado a menudo una interpretación débil, minimalista, de sus primeras

obras» (Centre d’Archive Maurice Blondel, op. cit., p. 50). Y de la

correspondencia Blondel-de Lubac sabemos que, el 20 de diciembre de 1931,

Blondel preguntaba a de Lubac si alguna de sus tesis «superaba la medida».

24 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

De Lubac (3 de abril de 1932) responde con un reproche «en sentido

contrario»: el padre de la «nueva filosofía» se deja «avergonzar» demasiado

por los teólogos que le critican obligándole a dar «tantas explicaciones». Esto

impide el «libre desarrollo» de su pensamiento, que «era lo bastante

espontáneamente católico para deber recubrirse de excesivas timideces». «Sí,

admiro – continúa de Lubac – la premura minuciosa con la cual Usted se

critica a sí mismo, pero me quedo un poco entristecido al pensar que este

trabajo retrasa quizá las obras más importantes que esperamos con tanta

impaciencia…» (H. de Lubac, Memoria intorno alle mie opere, Jaca Book, p. 21

[trad. en castellano: Memoria en torno a mis escritos, Encuentro, Madrid,

2000]).

Encantado por la flauta mágica de su «amigo», Blondel recupera ánimos y, a

vuelta de correo (5 de abril de 1932), confiesa: «cuando hace más de 40 años

afronté problemas para los cuales no estaba suficientemente armado, reinaba

un extrinsecismo [=tomismo, filosofía perenne] intransigente y, si yo hubiera

dicho entonces lo que Usted espera, habría creído ser un temerario y habría

comprometido todo el esfuerzo que debía hacer, toda la causa que debía

defender, afrontando censuras que habrían sido casi inevitables y

ciertamente retardadoras. Era necesario encontrar el tiempo para madurar

mi pensamiento y para amansar a los espíritus rebeldes. Las lentitudes de las

que se lamenta son, desde este doble punto de vista, excusables. Y antes de

lanzarme hacia las tesis discutibles, quería hacer discernir lo esencial no

percibido, lo incontestable que, sin embargo, era contestado; de aquí la

necesidad de aceptar los modos tradicionales (tradición por lo demás

reciente, pero que se convirtió en escolástica) y de adaptarme a la

perspectiva de partida de una renovación, de una ulterior

profundización. Usted conoce las dificultades, los riesgos – todavía presentes

– en medio de los cuales perseguí un plan que las pruebas de salud y los

compromisos profesionales o los mismos consejos de prudencia y de espera

que me eran prodigados, hacían todavía más gravoso. No soy, por ello,

completamente responsable de los retrasos o de las timideces que usted deplora

como “enfant” de una nueva generación y como maestro de una ciencia

teológica que he estado siempre lejos de poseer» (ivi, pp. 23-24). Por tanto,

Blondel, con sistema típico de los modernistas, escondía voluntariamente su

verdadero pensamiento para permanecer oficialmente en la Iglesia y

«renovarla» desde dentro.

Está en esta correspondencia Blondel-de Lubac todo el modernismo (y su

pronlongación histórica: el neomodernismo) con sus maniobras subterráneas

para no tropezar con censuras que le habrían irremediablemente

comprometido y con su soberbia obstinación, sorda a toda crítica y a toda

advertencia. Las cartas (no «amenazantes», sino simplemente caritativas) con

las cuales Garrigou-Lagrange intentó hasta el final poner a Blondel frente a

25 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

sus propias gravísimas responsabilidades, «en vez de surtir el efecto deseado,

son entregadas a de Lubac y utilizadas y hechas circular de forma confidencial

por estos para desacreditar al autor» (A. Russo: H. de Lubac: teologia e dogma

della storia/L’influsso del Blondel, ed. Studium, Roma, p. 334).

Para desgracia suya, Blondel se había topado con de Lubac y con su «banda»,

que en su «filosofía cristiana» veían la base de su nueva «teología católica», y

en Roma podrá contar con la simpatía del sustituto de la Secretaría de Estado,

mons. Montini. Pero de esto volveremos a hablar.

26 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

IV

Henri de Lubac S.J.,

un “maestro” que nunca fue discípulo

Propensiones «liberales» y deformación teológica

Vayamos al jesuita Henri de Lubac, padre de la «nouvelle théologie».

Partiremos de su formación filosófico-teológica porque ella demuestra el

clima de desprecio por la autoridad y las directivas de la Roma católica en el

cual maduró la crisis actual en la Iglesia.

Contra la agresión de los modernistas, San Pío X había pedido que fueran

alejados de los Seminarios y de las casas de formación de los religiosos los

profesores sospechosos y que fueran excluidos de las ordenaciones «aquellos

jóvenes que arrojen la más pequeña duda de correr detrás de doctrinas

condenadas o dañosas novedades» (Motu Propio, 18 de noviembre de 1907).

Según estas directivas, el joven de Lubac no debería haber sido jamás

ordenado. Es él mismo el que da fe, en la Memoria en torno a mis escritos,

(Encuentro, Madrid, 2000), de sus simpatías por el liberalismo católico,

repetidamente condenado por los Romanos Pontífices, simpatías que lo

predisponían a «correr detrás de sistemas y de tendencias inquietas del

pensamiento moderno» (P. Parente, La teologia, ed. Studium).

Del card. Couillé, por ejemplo, de Lubac escribe: «aureolado por mí desde mi

adolescencia a causa del recuerdo de mons. Dupanloup, de quien había sido

colaborador». Mons. Dupanloup, el «héroe», más aún, el «santo» del

adolescente de Lubac, había sido exponente de relieve de la corriente liberal

en el Vaticano I y abandonó aquel Concilio antes de su conclusión para no

asistir a la proclamación de la infalibilidad pontificia, de la que fue opositor.

Al contrario que mons. Lavallée, rector de las facultades católicas de Lyon, de

Lubac escribe: «lo que me molestó siempre un poquito en mis relaciones con él

fue… su reputación de tradicionalista extremo», aunque «no era, sin embargo,

“integrista”» (debe advertirse la gradación) (p. 5). Este horror por el

«integrismo» y los «integristas» no abandonará a de Lubac hasta el final de

sus días, como veremos.

Contra la agresión de los modernistas, San Pío X y todos sus sucesores hasta

Pío XII habían confirmado la obligación de «seguir religiosamente [sancte] la

doctrina, el método y los principios de Santo Tomás» (San Pío X, Motu Proprio,

cit; Pío XII, Humani Generis; véase CIC, canon 1366 n. 2). Tampoco de esta

27 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

directiva romana, sin embargo, en las casas de formación de los Jesuitas

frecuentadas por de Lubac, se hacía poco o ningún caso. Así, durante los

estudios de filosofía en Jersey (1920-1923), el joven de Lubac pudo leer «con

pasión L’Action, la Lettre (sobre apologética) y varios otros estudios de Maurice

Blondel. Por una loable excepción, algunos maestros nuestros de entonces,

cuyas prohibiciones eran severas, permitían, sin animarnos sin embargo, que

siguiéramos el pensamiento del filósofo de Aix» (Memoria, p. 10).

Y todavía en la p. 192: «Entre los autores de menor talla, nos volvía locos

Lachelier [que se mueve, como Blondel, en el ámbito del kantismo],

recomendado por el padre Auguste Valensin por su estilo más aún que por sus

ideas [aun cuando fuera verdad, con el estilo penetraban también sus ideas].

Es necesario recordar que, en aquel tiempo, en el escolasticado de filosofía,

semejantes lecturas eran, en su mayoría, un fruto semiprohibido. Gracias a

maestros y a consejeros indulgentes no fueron sin embargo jamás lecturas

clandestinas». Y así, el joven de Lubac, en cambio de recibir una seria y sana

formación filosófica, base indispensable par una seria y sana formación

teológica, se deformó, «gracias a maestros y a consejeros indulgentes», con la

lectura apasionada de filósofos viciados de inmanentismo y subjetivismo.

«Maestros» que nunca fueron discípulos

El daño de una «formación» semejante es enorme e irreparable:

«Debido a que la doctrina tradicional de Santo Tomás es la más fuerte, la más

luminosa y la más segura en sus principios – se debe creer en esto a la Iglesia –

, es un deber dotarse de esta fuerza y de esta luz para descartar las teorías

arriesgadas o falsas. ¿No se hace a menudo lo contrario? Se estudia, cueste lo

que cueste, una filosofía o una teología desvanecida y sin cohesión; después se

toma contacto con Santo Tomás y con la tradición esporádicamente. Este

contacto no es una formación; peor todavía falsea la puesta en práctica de la

idea escolástica y tradicional. Si, realmente, Santo Tomás es un guía seguro y

fecundo, un incomparable guía, es a él a quien es necesario recurrir ante todo

y sobre todo; es su doctrina purísima la que es necesario dar en la formación

teológica; su lectura, para ser verdaderamente formadora, no

debe añadirse como un estudio secundario y accesorio» (Lavaud, en La Vie

Spirituelle, 1923, pp. 174 ss., citado por J. B. Aubry, L’étude de la Tradition, p.

100).

Esta carencia de una sólida formación filosófica y teológica es el «defecto de

origen» constatable en todos los «nuevos teólogos».

28 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Henri Bouillard, veterano de la «banda» de de Lubac, con ocasión de la

inauguración del Centre d’Archives Maurice Blondel (Lovaina, 30-31 de marzo

de 1973) dio el siguiente «testimonio»:

«Hice parte de aquellos jóvenes estudiantes de teología que, en torno a 1930, se

procuraban un ejemplar policopiado de “L’Action” [la obra principal de

Blondel], libro entonces imposible de encontrar en las librerías. La obra era

sospechosa y su lectura, sin un guía competente, era difícil. Pero,

profundamente defraudados por la filosofía escolástica y por la apologética

enseñada en los Seminarios [mal o sin convicción por parte de profesores

fascinados ellos también por la «filosofía moderna»] buscábamos una

iniciación entre otras al pensamiento moderno y, más aún, el medio, que no

encontrábamos en otro lugar, para comprender y justificar nuestra fe».

También como profesor, continúa Bouillard, «el conjunto de mis lecciones se

inspiraba ampliamente en el pensamiento blondeliano. Otros teólogos [entre

los cuales su amigo de Lubac] se habían comprometido desde hacía tiempo con

este camino y otros se introducían a su vez en él. Debo, por tanto, atestiguar no

sólo que Blondel me enseñó, sino también la influencia que ejerció en numerosos

teólogos y, a través de ellos, en la teología en general» (Centre d’Archives

Maurice Blondel, Journées d’inauguration 30-31 mars 1973. Textes des

interventions, p. 41). Con razón, por tanto, el padre Garrigou-Lagrange

escribirá de de Lubac, de Bouillard y de sus compañeros: «no pensamos que…

abandonan la doctrina de Santo Tomás; nunca se adhirieron a ella porque

nunca la comprendieron bien. Y esto es doloroso e inquietante» (La nouvelle

théologie où va-t-elle?, en Angelicum, 23, 1946). Como siempre, los

«innovadores», por decirlo como San Alfonso, «quieren ser considerados como

maestros cuando nunca fueron discípulos» (A. M. Tannoia, Vita, L. II, c. LV).

Desprecio de Roma y falsa obediencia

Con las «novedades», el joven de Lubac absorbió inevitablemente el

desprecio de las directivas «romanas». «Entre los contemporáneos – escribe

él – seguidos en la época de mi formación tengo una deuda particular hacia

Blondel, Marechal, Rousselot» (op. cit.). Y, sin embargo, ninguno de los tres

tenía precisamente olor de ortodoxia ni en el Santo Oficio ni en la sede

romana de la Compañía de Jesús (ivi, pp. 13 ss.). Y, del jesuita Pierre Charles,

de Lubac escribe: «su prestigio había crecido [sic!] a nuestros ojos a causa de

la semidesgracia en la que había caído [ante las autoridades romanas], como el

padre Huby, después del caso de “Les yeux de la Foi”», obra de Rousselot, que

los jesuitas arriba citados Charles y Huby intentaron repetidamente publicar

contra la oposición de «Roma» (op. cit., p. 14).

29 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Más tarde, de Lubac aprendió cómo se puede practicar una real

desobediencia bajo la obediencia más formal. El padre Podechard, «el más

sumiso de los hijos de la Iglesia», narra de Lubac, había apenas concluido un

curso sobre el siervo de Yahvé en la facultad lionesa de teología: «le dije que

debería precisamente haber redactado un libro y publicarlo. Es imposible, me

replicó. – ¿Y por qué? – Estoy a la base de posiciones críticas que hoy no son

admitidas. Ve, Padre, sobre estas cuestiones bíblicas, la Iglesia y yo no nos

entendemos precisamente; es necesario, por tanto, que uno de los dos calle y es

normal que sea yo» (p. 17). Lo que, sin embargo, no impedía al «más sumiso de

los hijos de la Iglesia» hablar sin ningún tipo de reparo, en sus cursos,

proponiendo a los jóvenes eclesiásticos tesis que él sabía perfectamente que

eran desaprobadas por la Iglesia.

De Lubac aprenderá la lección y, a su tiempo, sabrá esconder él también su

real desobediencia bajo una sumisión formal. Con conocimiento de causa, Pío

XII, en la Humani Generis, escribirá que los «nuevos teólogos» enseñaban el

error «de manera prudente y cubierta»: «si bien se habla con prudencia en los

libros impresos, se expresan más libremente en los escritos transmitidos

privadamente en las lecciones y en las conferencias». Lo veremos también con

von Balthasar. Y esto explica cómo el mundo católico, con el Vaticano II, haya

podido «despertarse» modernista sin quejarse en absoluto (cfr. San

Jerónimo: «el mundo se despertó arriano y gimió por ello»).

La «simbiosis intelectual» con Blondel

El primer paso de la «nouvelle théologie» para despedirse de la Tradición

dogmática de la Iglesia es el abandono de la filosofía escolástica y este paso,

lo hemos visto en el número precedente, fue dado por Maurice Blondel. El

segundo paso es el abandono de la teología católica tradicional y quien dio

este segundo paso fue Henri de Lubac.

El «modernista teólogo» – había escrito San Pío X – critica a «la Iglesia porque

ella, con suma obstinación, rechaza someter y acomodar sus dogmas a las

opiniones de la filosofía [moderna]»; por su parte, «una vez tirada a la basura

la antigua teología», se esfuerza «por poner en boga otra nueva, obediente

totalmente a los delirios de los filósofos» (Pascendi). Toda teología, en efecto,

presupone una filosofía y la «nueva teología» de de Lubac presupone la

«nueva filosofía» de Blondel.

El 8 de abril de 1932, Henri de Lubac S. J. escribía a Blondel que ahora era

posible la «elaboración de una (nueva) teología del sobrenatural» «desde el

momento en que su [de Blondel] obra filosófica le había preparado el

camino» (op. cit., p. 26). Más bien recientemente, en marzo de

30 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

1991, L’Osservatore Romano dedicó una página entera a la presentación

(elogiadora naturalmente) del volumen Henri de Lubac: teologia e dogma nella

storia / L’influsso di Blondel, ed. Studium, Roma. El autor, A. Russo, discípulo

italiano del teutónico Walter Kasper (también él de los «que creen que han

vencido»), escribe que la correspondencia de Lubac-Blondel «nos da ejemplo

de una simbiosis intelectual que raramente se encuentra en la historia del

pensamiento» (p. 307). Es, en realidad, una historia antigua: «ogni simil al suo

simil s’appiglia / todo lo que es semejante a su semejante se agarra». Muchas

cosas unían a Blondel y a de Lubac: la misma desconfianza en el valor

cognoscitivo de la razón (antiintelecualismo, es decir, agnosticismo o

escepticismo), la misma falta de vigor intelectual (constatada ya por el padre

de Tonquedec en Blondel y que no es difícil constatar en los escritos de de

Lubac), el mismo complejo de inferioridad frente al «hombre moderno»

(identificado con el filósofo moderno, enfermo de escepticismo y de

subjetivismo), el mismo temor como intelectuales, escondido bajo el ansia

apologética de un «apostolado pacificador» (Blondel), de «quedarse o ser

echado por la puerta» (A. Russo, op. cit.) por una cultura que rechaza a Cristo

y a su Iglesia y el correlativo espejismo de conciliar la pseudofilosofía

moderna con la fe, así como Santo Tomás había conciliado con la fe la filosofía

de su tiempo. Se les escapaba a Blondel y a de Lubac que Santo Tomás había

sanado una filosofía sanable, porque era fundamentalmente sana, pero que ni

siquiera un pensador del temple de Santo Tomás (respecto al cual Blondel es

comparable como el ratón frente a la montaña) podría sanar los sofismas de

los filósofos modernos. No existe conflicto entre la fe y la recta razón

(Dz. 1799), pero existe conflicto entre fe y filosofía moderna porque esta vaga

muy lejos de la sana razón. Querer releer la Fe con las categorías de la filosofía

moderna es disolver la Fe en los errores de la filosofía moderna, sin liberar

por ello al «pensamiento cristiano» (y a sí mismos) del ostracismo, al que la

cultura moderna lo ha arrojado.

Esto en cuanto al error, que no es susceptible de conversión. En cuanto a los

que yerran, se debe recordar que muy difícilmente se reconduce a la verdad

a quien, como los filósofos modernos, se equivoca en los principios (S. Th., II-

II, q. 156 a. 3 ad 2) y, en todo caso, quien se equivoca en los principios debe

ser corregido en los principios. Asumir, en cambio, estos principios erróneos

(agnosticismo, subjetivismo, etc.) como punto de partida para una «nueva

filosofía cristiana» y, por tanto, para una «nueva teología», conduce

inevitablemente a conclusiones erróneas, dado que es imposible sacar

conclusiones verdaderas de principios falsos.

Por ello, la «simbiosis intelectual» entre de Lubac y Blondel, que existió

(aunque no sabemos si no se encuentra otra igual en la «historia del

pensamiento», como quiere Russo), no podía sino conducir a resultados muy

infelices, y no sólo para los dos directos interesados.

31 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

El desprecio del Magisterio infalible

De Lubac y Blondel estaban de acuerdo en el mismo desprecio del Magisterio

infalible. Y este desprecio aparece evidente cuando se piensa que ellos

tuvieron que sostener (o más exactamente insinuar y difundir más o menos

clandestinamente, porque no las sostuvieron nunca a cara descubierta) sus

«novedades» no contra una escuela teológica diferente, en materia opinable,

sino contra el Magisterio de la Iglesia, en cuya materia existía una enseñanza

constante y repetidas condenas de los Romanos Pontífices.

Cuando Blondel y, por el camino de su «filosofía», de Lubac consideraban el

sobrenatural una exigencia, un necesario perfeccionamiento de la

naturaleza, que sin él se encontraría frustrada en sus aspiraciones esenciales

y, por tanto, en un estado anormal y, por consiguiente, negaban que se pueda

admitir, ni si quiera por hipótesis, un estado de «naturaleza pura», se

encontraban frente a la doctrina universal y constante de la Iglesia sobre la

gratuidad del sobrenatural: si el sobrenatural es necesario para la naturaleza,

ya no es gratuito, sino debido y, si es debido a la naturaleza, ya no es

sobrenatural, sino… natural, y, en efecto, el naturalismo es el fondo real del

modernismo, así como de la «nueva teología».

La gratuidad del sobrenatural fue constantemente enseñada por la Iglesia y

defendida por ella contra los errores de Bayo y de Lutero, que, de modo

equivocado, apelaban ellos también, como Blondel y de Lubac, a San Agustín.

Contra el modernismo, San Pío X había reafirmado la doctrina perenne de la

Iglesia:

«nos vemos obligados a lamentarnos gravemente de que no faltan católicos [y

aquí el padre de Tonquedec no podía sino pensar en Blondel] que, aunque

rechazan la doctrina de la inmanencia como doctrina, sin embargo usan de ella

para la apologética; y lo hacen con tan poca cautela que parecen admitir en la

naturaleza humana no sólo una capacidad o una conveniencia para el orden

sobrenatural, cosa que los apologistas católicos, con las debidas restricciones,

demuestran siempre, sino una estricta y verdadera exigencia» (Pascendi).

En la naturaleza humana, por tanto, el filósofo, el apologista y el teólogo

católicos no pueden admitir más que «una capacidad o una

conveniencia» (potencia obedencial) para recibir el sobrenatural. Sobrepasar

estos límites es retirar, queriendo o sin querer, una piedra fundamental de la

teología católica con la consiguiente ruina de todo el resto, como vemos hoy,

que del «sobrenatural», que ya no es tal, de Blondel y de de Lubac, al «cambio

antropológico» y a los «cristianos anónimos» de Karl Rahner, al

indiferentismo religioso o «ecumenismo», a la irrelevancia de la Iglesia para

32 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

la salvación, el paso es verdaderamente corto (véase sì sì no no, 15 de octubre

de 1991, pp. 1 ss.).

La Pascendi es de 1907. En 1932, Blondel, con evidente desprecio del

Magisterio infalible de la Iglesia, está todavía incubando o, como él dice,

«madurando» su concepción heterodoxa del sobrenatural. A su vez, de

Lubac, exaltado como modelo de «obediencia» y de «fidelidad» a la Iglesia con

ocasión de su muerte (véase sì sì no no, 15 de octubre de 1991, pp. 1 ss.), con

el mismo desprecio evidente del Magisterio, lo anima y hace del sobrenatural

naturalizado de Blondel el fundamento de su «nueva teología».

Del mismo modo, cuando Blondel y de Lubac asoman y difunden una «nueva»

noción de «verdad», vitalista y evolucionista, saben que esta noción ha sido

condenada por San Pío X en la Pascendi (Dz 2058 y 2080) y después por el

Santo Oficio el 1 de diciembre de 1924 (véase sì sì no no, 30 de enero de 1993),

pero prosiguen imperturbables en su erróneo camino.

Los «reformadores»

En realidad, lo que impresiona en Blondel y en de Lubac es precisamente su

ponerse a sí mismos como criterio indiscutible de verdad contra el secular

Magisterio de la Iglesia: su causa es la causa del «cristianismo

auténtico» (Blondel a de Lubac, 15 de abril de 1945 y 16 de marzo de 1946, en

A. Russo, op. cit., pp. 307 y 309); ellos son los artífices del retorno a

la «tradición más auténtica» (de Lubac, en A. Russo, op. cit., p. 373), quienes

han devuelto vida a la «antigua doctrina» (ivi), de la cual, para ellos,

el «pensamiento cristiano» y, necesariamente, el Magisterio de la Iglesia se

habrían desviado durante siglos, lo que es «una cosa absurda y sumamente

ultrajante para la misma Iglesia» (Gregorio XVI, Mirari vos).

San Pío X, en la Pascendi, describió perfectamente la conciencia falseada de

los modernistas, que le quitaba toda esperanza en su arrepentimiento:

«Lo que se les atribuye como culpa, ellos lo consideran como sacrosanto deber…

Aunque les reprenda la autoridad, la conciencia del deber les sostiene […]. Y así

continúan su camino, continúan aunque sean reprendidos y condenados,

ocultando una increíble audacia con el velo de una aparente humildad. Inclinan

aparentemente la cabeza; pero la mano y la mente prosiguen con más ánimo su

trabajo. Y así, actúan consciente y voluntariamente; tanto porque es regla suya

que la autoridad debe ser empujada, no derribada, como porque necesitan no

salir del círculo de la Iglesia, para poder cambiar poco a poco la conciencia

colectiva» (Pascendi). Y todavía:

33 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

«Se maravillan estos porque Nos los citamos entre los enemigos de la Iglesia;

pero no podrá sorprenderse nadie de que, dejadas a parte las intenciones de las

cuales sólo Dios es juez, se examinen sus doctrinas [es el criterio objetivo para

juzgar] y su manera de hablar y de actuar. En verdad, no se aleja de la verdad

quien los tenga por los más dañinos enemigos de la Iglesia» (ivi).

El arma del desprecio y de la denigración

De Lubac, como Blondel (véase sì sì no no, 31 de enero de 1993), usó sistemas

como modernista para no descubrirse excesivamente con el fin de «no salir

del círculo de la Iglesia para poder cambiar poco a poco la conciencia

colectiva» (San Pío X, Pascendi). A pesar de esto, los grandes teólogos

tomistas vieron inmediatamente a dónde iban a parar las «novedades»

asomadas por él cauta y solapadamente. Inmediatamente, el futuro card.

Journet, recio en su formación tomista, señala que «el padre de Lubac no llega

jamás a distinguir la filosofía de la teología» (Memoria, cit., p. 7), es decir, el

natural del sobrenatural, y advierte sucesivamente en él a un «fideísta» (ivi,

p. 20).

A de Lubac no le fue difícil engañar al «excelente» Charles Journet (ivi, pp. 7

y 20), pero no fue así con los demás. A sus argumentaciones opondrá el arma

del desprecio y de la denigración.

En 1946, el padre Garrigou-Lagrange lanza su grave advertencia: «¿Dónde va

la nouvelle théologie? Vuelve al modernismo», porque, para Blondel y para

los «nuevos teólogos», «la verdad ya no es lo que es, sino lo que deviene y cambia

continuamente» y esto «conduce al relativismo más completo» (La nouelle

théologie…, cit). Además, con una carta personal, el gran teólogo diminico

apela a Blondel, ya de avanzada edad, a su responsabilidad ante Dios. En vano.

De Lubac «utiliza» las cartas para «desacreditar al autor» (A. Russo, op. cit.;

véase sì sì no no, cit.) e interviene rápidamente para tranquilizar al inquieto

Blondel: «¡La carta que [el padre Garrigou-Lagrange] le ha enviado se explica

por el despecho [¡cree el ladrón que todos son de su condición!] por haber

visto rechazado un artículo suyo por la misma Revue thomiste! El no es sólo el

espíritu angosto que conocíamos: se está convirtiendo en un auténtico maníaco;

desde hace algunos meses está fabricándose un espectro de herejía, para darse

la satisfacción de salvar la ortodoxia. Apela al sentido común, pero es

precisamente él el que no lo tiene. Lo que se le podría responder es que el hecho

de pertenecer a una Orden que tiene por lema “Veritas” no le confiere ningún

carisma de infalibilidad […]. Usted no es responsable de ninguna de las

desviaciones teológicas que él imagina.

34 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

En este momento hay un fuerte ataque integrista, denuncias y chismorreos de

todo tipo confluyen en la habitación del padre Garrigou-Lagrange…» (cit. por

A. Russo, op. cit., pp. 354 s.).

Y el 28 de julio de 1948 llegará a hablar de «visiones simplicistas sobre el

absoluto de la verdad» en el padre Garrigou-Lagrange («ses vues simplicistes

sur l’absolu de la verité», ivi, p. 356).

Salvo que, el 17 de septiembre de 1946, Pío XII, interviniendo personalmente

en la cuestión, había expuesto idénticas «visiones semplicistas», que han sido

siempre de la Iglesia, sobre el absoluto de la verdad. A los Padres de la

Compañía de Jesús, en una alocución que causó un gran revuelo, había

expresado su parecer sobre una ventilada «nueva teología que se desarrolla

junto con el desarrollo continuo de todas las cosas, semper itura, numquam

perventura, siempre en camino [hacia la verdad], sin llegar nunca a la meta».

«Si una tal opinión – había advertido el Santo Padre – debiera ser abrazada,

¿qué sería de la unidad y estabilidad de la fe?» (Acta Apostolicae Sedis, 38, S., 2,

13, 1946, p. 385).

La advertencia había caído en el vacío. Y en el vacío caerá también para de

Lubac (entre tanto Blondel había muerto) la Humani Generis (1950), que

reafirma la inmutabilidad de la verdad y condena la «nueva teología del

sobrenatural» de de Lubac: «Me parece – escribe este de la gran Encíclica –

, como muchos otros documentos eclesiásticos, muy unilateral; ello no me ha

maravillado: es un poco la ley de este género. Pero no he encontrado nada en él

que me impresionase» (Memoria, cit., p 240). Y a las críticas cerradas y

luminosas de sus grandes opositores (Garrigou-Lagrange, Labourdette,

Boyer, etc.) continuará respondiendo con el desprecio y la denigración:

«He sido atacado, es verdad – escribe a su provincial el 1 de julio de 1950 – por

algunos teólogos (en general bastante poco estimados [sic!] a causa de su

notoria ignorancia [sic!] de la tradición católica o por algún otro

motivo)» (Memoria, cit., p. 210), y más adelante habla de «críticas

obstinadas» de un «grupito feroz». (Es el sistema usado todavía hoy por «los

que piensan que han vencido»: véase la tan injuriosa como injusta caricatura

que del padre Garrigou-Lagrange ofrece en Vaticano II – Balance y

Perspectivas el padre Martina S. J., que reserva un trato análogo también para

Pío IX).

Idéntico sistema «transversal» usa de Lubac para sus compañeros de los

cuales se siente defensor: Teilhard de Chardin S. J., el cual hace teología a

través de la ciencia así como de Lubac hace teología a través de la historia,

¿es criticado por sus errores teológicos? ¡De Lubac advierte que la culpa es

35 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

de la «ignorancia de sus críticos sobre el estado actual de la ciencia [sic] y de

los problemas que se derivan de ello»! (pro-memoria a sus superiores del 6 de

marzo de 1947, en Memoria… cit., p. 178).

La crisis postconciliar y el «examen de conciencia» de de Lubac

Ni las advertencias y las condenas de los Romanos Pontífices ni las

argumentaciones de sus grandes adversarios rompen su seguridad de

«reformador».

Para dañar tanta seguridad será necesario el espantoso desastre del

postconcilio.

Del estado de ánimo de de Lubac (y de von Balthasar) se hará eco –

volveremos a hablar de ello – Pablo VI en el célebre discurso del 30 de junio

de 1972 sobre el «humo de satanás en el templo de Dios», que es la confesión

de una ilusión largamente cultivada y obstinadamente perseguida:

«Se creía que después del concilio habría llegado una día de sol para la historia

de la Iglesia. Ha llegado, en cambio, un día de nubes, de tempestad, de

oscuridad».

La imposibilidad de cabalgar el tigre de la contestación desencadenada y el

desastre que desmiente las halagüeñas ilusiones de los «reformadores»

obligan a de Lubac a un «examen de conciencia», que él registra en la

citada Memoria en torno a mis escritos. Estamos, sin embargo, muy lejos de

una conversión. El admite como mucho que «esta época no está

menos [sic!] sujeta a los extravíos, a los pasos en falso, a las ilusiones, a los

asaltos del espíritu del mal» y continúa:

«Lo que percibo hoy de estos asaltos no me hace maldecir mi época, sino que me

mueve a preguntarme: ¿no habría hecho mejor, considerando más seriamente

desde el inicio mi carácter de creyente, mi papel de sacerdote y de miembro de

una Orden apostólica, en resumen, mi vocación, si hubiera concentrado más,

con mayor decisión, mi trabajo intelectual precisamente en el centro de la fe y

de la vida cristiana, en cambio de dispersarlo en campos más o menos

periféricos, según mis gustos o según la actualidad? […] ¿No me habría

preparado de esta manera para intervenir, con un poco más de competencia y

sobre todo de autoridad moral, en el gran debate espiritual de nuestra

generación? ¿No estaría en este momento un poco menos desprovisto para

iluminar a unos y animar a otros?». Y todavía: «Desde hace siete u ocho años

estoy paralizado por el miedo a afrontar de cara, de manera concreta, los

problemas esenciales en su candente actualidad. ¿Ha sido sabiduría o

36 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

debilidad? ¿He acertado o me he equivocado? […] ¿No habré acabado

aparentemente, a pesar mío, en el clan integrista que me horroriza?» (pp.

389 ss.). Entre tantas dudas, una sola parece no haber rozado la conciencia

de de Lubac, esto es, que aquel «integrismo», cuyo «horror» le paralizaba, no

era sino fidelidad a la ortodoxia católica fiel e infaliblemente custodiada por

la Iglesia y por él despreciada, para dispersarse en «campos más o menos

periféricos», según sus «gustos o según la actualidad», pretendiendo además

– lo que es peor – ser «maestro» en la Iglesia sin haber sido nunca discípulo:

«¡Oh! Verdaderamente ciegos y guías de ciegos, que, hinchados del soberbio

nombre de ciencia, deliran hasta el punto de pervertir el eterno concepto de

verdad y el genuino sentimiento religioso: vendiendo un nuevo sistema con el

cual, llevados por un descarado y desenfrenado afán de novedad, no buscan la

verdad donde ciertamente se encuentra; y, despreciadas las santas y apostólicas

tradiciones, se adhieren a doctrinas vacías, fútiles, inciertas, reprobadas por la

Iglesia, y, con ellas, hombres insensatísimos, se creen que apuntalan y sostienen

la misma verdad» (San Pío X, Pascendi, citación de la Singulari Nos de

Gregorio XVI).

37 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

V

Urs von Balthasar

Otro exponente de la «nueva teología», exaltado hoy como «piedra angular

de la Iglesia» (J. Meinvielle), es el ex-jesuita suizo Hans Urs von Balthasar.

Si Maurice Blondel encarna el tipo del modernista filósofo y apologista, si

Henri de Lubac es el tipo del modernista-teólogo, Urs von Balthasar encarna

el aspecto pseudomístico y ecuménico del modernismo.

Tenemos en las manos Hans von Balthasar – Figura e Opera (ed. Piemme) a

cargo de Karl Lehmann y Walter Kasper, miembros emergentes de la

«nouvelle théologie». El libro, «escrito – leemos en la contraportada – por sus

amigos y discípulos» [Henrici, Haas, Lustiger, Roten, Greiner, Treitler, Löaser,

Antonio Sicari, Ildefonso Murillo, Dumont, O’Donnel, Guido Sommavilla, Rino

Fisichella, Max Schönborn y… Ratzinger] «pretende hacer redescubrir toda la

importancia y el valor de su [de von Balthasar] obra y de su persona».

Descubrámosla también nosotros. Es sumamente importante.

«Brillante, pero vacío»

Fue amante de la música desde su primera juventud e, igual que Montini, de

la literatura más que de los estudios filosóficos y teológicos (ivi, pp. 29 ss.).

Sólo la filosofía «mística» de Plotino tuvo el poder de «fascinarlo». Por el

contrario, la filosofía y la teología escolástica suscitaron su «rabiosa»

aversión:

«Todo el estudio durante los años de formación en la Orden de los jesuitas fue

una lucha sin tregua con el desconsuelo de la teología, con lo que los hombres

habían hecho de la gloria de la Revelación; no podía soportar esta figura de la

Palabra de Dios, habría deseado dar golpes a derecha e izquierda con la furia

de un Sansón, habría deseado, con su fuerza, destruir el templo y sepultarme a

mí mismo allí debajo. Pero esto era (si bien la misión se animase) querer

imponer mis planes, era un vivir a partir de mi infinita indignación porque las

cosas estaban así. Todo esto yo no lo decía casi a nadie. Przywara lo comprendía

todo, aun sin palabras, por lo demás no había nadie que hubiera podido

comprenderlo. Escribí la “Apokalypse” con la saña que aspira a tirar abajo un

mundo con la violencia y reconstruirlo desde sus fundamentos, cueste lo que

cueste» (ivi, p. 35, citado por la introducción a Erde und Himmel). La «misión»

del futuro destructor se perfilaba. Por el momento, el resultado fue que sus

estudios en la Compañía de Jesús concluyeron «con la doble licenciatura

eclesiástica en filosofía y teología; Balthasar nunca obtuvo un doctorado en

estas materias» (ivi, pp. 33-34). En compensación, sin embargo, el joven von

38 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Balthasar había aprendido a correr él también tras los sistemas y las

tendencias inquietas del pensamiento moderno, animado en esto por

los «grandes animadores de la época de sus estudios» (Figura e Opere, cit., p.

35): Erich Przywara en el estudiantado de Pullach-Munich, que le «obligó» «a

confrontar a Agustín y Tomás con Hegel, con Scheler, con Heidegger» (Urs von

Balthasar, Prüfet alles, p. 9), y Henri de Lubac en el estudiantado de Lyon-

Fourvière. «Por fortuna y para consuelo – escribe von Balthasar – Henri de

Lubac vivía en casa con nosotros. Fue él el que, además del material de estudio

escolástico, nos dirigió a los Padres de la Iglesia y, con magnanimidad, nos

prestaba a todos [Balthasar, Daniélou y Bouillard] sus propios borradores y

extractos» (ibidem). Fue así que von Balthasar, «durante las lecciones, con los

oídos tapados con algodones, se leyó todo Agustín» y aprendió de los apuntes

magnánimamente prestados por de Lubac a contraponer artificiosamente la

patrística y la escolástica, cuyo lenguaje riguroso no permitía los juegos

interpretativos a los cuales los «nuevos teólogos» se entregaban con los

textos de los Padres de la Iglesia (véase Figura e Opera, cit., p. 36).

Contemporáneamente, von Balthasar tomaba conocimiento de la poesía

francesa: Péguy, Bernanos, Claudel, en cuya traducción trabajará durante

veinticinco años.

Al término de sus estudios, el que, en palabras de de Lubac, sería «el hombre

más docto de nuestro siglo» (otro sistema de los modernistas es crearse

recíprocamente un halo de inexistente grandeza: véase San Pío X, Pascendi),

lleva consigo sólo una noción, tan vasta como superficial en campos elegidos

por afición por él. El padre Labourdette O. P., con una «estocada» que dejará

su marca, definirá a uno de los primeros artículos de von Balthasar «una

página brillante, pero vacía» (ivi, pp. 47-48).

Con este «defecto de origen», von Balthasar estaba preparado para engrosar

el número de los eclesiásticos modernistas «que, fingiendo amor por la Iglesia,

carentes de todo sólido presidio de saber filosófico y teológico, antes bien,

penetrados todos de las venenosas doctrinas de los enemigos de la Iglesia, se las

dan, sin ningún timo de pudor, de reformadores de la Iglesia misma» (San Pio

X, Pascendi).

Privado de una firme formación filosófico-teológica, cultor apasionado de

poesía y de música, von Balthasar mezclará con increíble superficialidad

teología y literatura y creerá poder «crear» una teología «suya» con la misma

inventiva con la cual un artista crea su obra de arte: «Solamente mucho más

tarde, – escribe él – cuando el rayo de la vocación se encontraba ya desde años

atrás tras de mí y hube terminado los estudios filosóficos en Pullach

(acompañado de lejos por Erich Przywara) y los cuatro años de teología en Lyon

(inspirado por Henri de Lubac), con mis condiscípulos Daniélou, Varillon,

Bouillard y otros muchos, comprendí qué gran ayuda para la concepción de mi

39 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

teología debía llegar a ser el conocimiento de Goethe, Hölderlin, Nietzsche,

Hofmannstahl y sobre todo de los padres de la Iglesia, a los cuales me había

encaminado de Lubac. El postulado fundamental de mi obra Gloria fue la

capacidad de ver una “Gestalt” [forma complexiva] en su coherente totalidad: la

mirada goethiana debía ser aplicada al fenómeno [sic!] de Jesús y a la

convergencia de las teologías neotestamentarias» (Il nostro compito, Jaca Book,

p. 29).

«El conquistador de (mal) convertidos»

El 26 de julio de 1936, von Balthasar es ordenado sacerdote en la iglesia de

San Miguel de Munich. En 1939, hace una vez más los ejercicios espirituales

de treinta días, pero con el padre Steger, que «era, en el ámbito alemán, uno

de los primeros que entendió la espiritualidad ignaciana no tanto ascética como

místicamente» (ivi, p. 37). Esta propensión hacia la mística, manifestada ya a

contacto con la filosofía de Plotino, se revelará mucho más dañina para von

Balthasar «carente de todo sólido presidio de saber filosófico y teológico».

Inmediatamente después lo encontramos como capellán de los estudiantes

de Basilea, donde cultiva música y poesía (esta vez alemana). Organiza

también cursos para los estudiantes y llama, entre otros oradores, a Karl

Rahner, Congar y de Lubac; al término de aquellas veladas, «se sentaba al

piano y – de memoria – tocaba el Don Giovanni de Mozart» (ivi, pp. 39 ss.).

En Basilea se encuentra con el protestante Karl Barth, que «se convierte [tras

Przywara y de Lubac] en el tercer gran inspirador de la teología de Balthasar».

La teoría de la predestinación de Barth – escribe él – «me atraía poderosa y

constantemente» (Unser Auftrag, p. 85), pero el influjo más decisivo lo ejerció

el «radical cristocentrismo de Barth» (Figura e Opera, cit., p. 43): de aquí la

idea de un ecumenismo que los reúna a todos en torno a un Cristo, separado

de su inseparable Iglesia, que es, a fin de cuentas, el «solus Christus» de

Lutero, aunque filtrado, como veremos, a través de Hegel.

El Vaticano II estaba, sin embargo, todavía lejos y, por ello, «el encuentro con

los protestantes tenía lugar en aquellos años en Suiza casi

inevitablemente [sic!] bajo la perspectiva de la conversión» (Henrici S. J., ivi, p.

44).

Fue así que, en 1940, von Balthasar bautizó (¿a pesar suyo?) al izquierdoso

Beguin, que en 1950 sucederá al filo-comunista Mounier en la dirección de la

revista Esprit (y L’Osservatore Romano del 3 de marzo de 1979, p. 3, escribirá

que Beguin y Esprit prepararon el Vaticano II). Hecho todavía más

40 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

importante, von Balthasar bautizó a la «convertida» Adrienne von Speyr,

médico, casada en segundas nupcias con el prof. Kaegi, «mujer llena de humor

y de espíritu, de lengua mordaz, bien vista en sociedad» (ivi, p. 45).

Von Balthasar tuvo muy pronto en Basilea fama de «conquistador de

convertidos» (op. cit., p. 44). A nosotros nos parecería más exacto decir de

malconvertidos. De Beguin hemos hablado. De von Speyr nos toca hablar más

ampliamente, dado que, como de Lubac estuvo en «simbiosis intelectual» con

Blondel, von Balthasar estuvo en «simbiosis teológica y psicológica» con

Adrienne von Speyr (op. cit., p. 147).

El tándem con Adrienne

«Inmediatamente después de su conversión [de Adrienne], comenzaron a

surgir voces de milagros, que sucedían manifiestamente en los coloquios y

visitas a ella, y se murmuraba de visiones que ella habría tenido». Son

«chismorreados» también sus «regulares y largos encuentros con su director

espiritual [von Balthasar]» (ivi).

Para publicar los escritos «místicos» de Adrienne, von Balthasar funda la

editorial «Johannes» y, siempre por Adrienne, dado que los Superiores no

veían claro el «misticismo» de von Speyr, von Balthasar, en la víspera de la

profesión solemne, sale de la Compañía de Jesús, eligiendo «la obediencia

inmediata» a Dios.

Desde entonces, von Balthasar trabajará a la sombra de Adrienne, huésped en

la casa de su marido, ocupándose de literatura, teología «estética» (y

estetizante), dictados «místicos» de ella, hasta que, en 1960, la movilización

neomodernista para el Concilio lo empleará en la «febril» preparación del

Vaticano II: «Radio, televisión: ¡cuánta prisa y solicitudes para escribir sin

fin!» (ivi, p. 59).

«En Dios no es posible la contradicción»

«Este no es el lugar – leemos en la p. 51 – para someter los carismas de

Adrienne a un examen teológico-crítico». Y, en cambio, habría sido

precisamente el lugar y el caso, dado que el mismo von Balthasar afirma: «Su

obra y la mía no son separables ni psicológica ni filológicamente. Son las dos

mitades de un todo que tiene en el centro una única fundación» (p. 60, cit.

por Recehschaft o, en italiano, Il filo di Arianna attraverso la mia opera), e

inicia «Il nostro compito» (Jaca Book) escribiendo: «Este libro tiene sobre todo

el fin de impedir que, después de mi muerte, se intente separar mi obra de la de

Adrienne von Speyr» (p. 13).

41 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Nuestros lectores recordarán el clamoroso testimonio dado por las dos

«gobernantas» italianas de von Speyr; testimonio publicado el pasado verano

por Avvenire e Il popolo de Pordenone (véase sì sì no no, 15 de octubre de

1992, p. 7: Infortuni estivi: H. Urs von Balthasar e Adrienne von Speyr). Aquí,

sin embargo, prescindiremos de ellos. Es suficiente, en efecto, como hubiera

sido suficiente para von Balthasar, aplicar los criterios que la Iglesia aplica en

casos semejantes para rechazar como falso el «misticismo» de Adrienne.

Dejaremos a parte también la rareza de los «carismas» de Adrienne, como los

«estigmas» recibidos cuando era todavía protestante, la «posibilidad dada a

su confesor [von Balthasar] de “transferir hacia atrás” a Adrianne a toda época

suya para recorrer su biografía» (Il nostro compito, p. 13, nota 1), la virginidad,

dicho por ella, recuperada después de dos matrimonios y cosas por el estilo.

Nos será suficiente, como habría sido suficiente para von Balthasar, aplicar el

criterio fundamental para juzgar toda pretendida «revelación» en la

Iglesia: «Es necesario considerar como absolutamente falsas las revelaciones

que se oponen al dogma o a la moral. En Dios no es posible la contradicción».

A la luz de este criterio fundamental, examinemos aquí, entre muchos, dos

puntos que están en el origen de dos gravísimas desviaciones conciliares y

post-conciliares:

1) la «teología de la sexualidad» de Adrianne von Speyr

2) su concepción de la Iglesia, es decir, la «Catholica».

Pero, para Adrienne y von Balthasar, Dios puede contradecirse

Según von Speyr o según von Balthasar (estamos de acuerdo con von

Balthasar en que es imposible separarles), Adrienne habría recibido del Cielo

la tarea de «repensar» el «valor positivo de la corporeidad [es decir, de la

sexualidad] dentro de la religión de la encarnación» (H. U. von Balthasar, Il

nostro compito, p. 25). Salvo que este «valor positivo» es tan «positivo» que

anula las… consecuencias del pecado original y la advertencia del Espíritu

Santo «el que ama el peligro, perecerá en él». «Las recetas de mantenerse lejos,

de no ver, en cuanto se refiere a la esfera de lo corpóreo, están hoy

agotadas» escribe Adrienne en su Diario (p. 1703; véase Il nostro compito, p.

91). Lo que está claramente contra el dogma del pecado original y la

enseñanza tradicional de la Iglesia en campo moral.

Fiel a su «revolución sensual», Adrienne concibe y expresa su relación

«espiritual» con von Balthasar mediante las categorías más crudas de la

sexualidad. Así, la génesis del instituto secular «Johannes» «es descrita como

42 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

un periodo de gestación en el que el instituto es el niño, Adrienne su madre y

Balthasar el padre» (Communio, mayo-junio de 1989, p. 91). He aquí pues

cómo «Ignacio» (que sería San Ignacio) explica a Adrienne que recibió los

estigmas (siendo protestante) para von Balthasar: «si bien [Adrienne y

Balthasar] fueran vírgenes [Adrienne prodigiosa e independientemente del

«valor positivo» de la sexualidad], esta era una manera con la que la mujer

podía ser marcada por el hombre» (Commnunio, mayo-junio de 1989, pp. 91

ss., citado de Erde und Immel, la obra póstuma de Adrienne, II, par. 1645). Y

para que no existan dudas sobre el lenguaje atribuido por la «mística»

Adrienne a «Ignacio» se lee todavía lo que sigue:

«La fecundidad espiritual del hombre será puesta en la carne de la mujer, para

que pueda llegar a ser fructífera. En este sentido, la fecundidad de Hans Urs von

Balthasar fue puesta en los estigmas que Adrienne había recibido para él» (ivi,

citado también de E. u. I., II, par. 680). Y puede ser suficiente para

preguntarse fundadamente si no nos encontramos ante un caso de

sensualismo pseudo-místico.

Aquí, sin embargo, nos interesa sobre todo indicar, en la «inteligencia del

valor positivo de la corporeidad» por parte de Adrienne, una de las causas, si

no la causa determinante de la actual exaltación de la sexualidad, en auge

desgraciadamente también entre los religiosos siguiendo el eslogan de la

«integración afectiva».

¿Y von Balthasar? Tampoco admitía que «pueda ser disminuido el significado

del cuerpo masculino y femenino (y, por tanto, del sujeto humano masculino y

femenino) [¡de aquí el «Queridos hermanos y hermanas» y los discursos sobre

la «masculinidad» y la «feminidad» de Juan Pablo II!] precisamente allí donde

se habla de una seria encarnación del Hijo de Dios» (A. Sicari O. C.

D., Communio, nov-dic. de 1991, p. 89). Y en su concepción estetizante de la

teología, deploraba: «¿Dónde ha ido a parar el eros en la teología y el

comentario al Cantar de los cantares [entendido como poema erótico,

naturalmente], que hace parte del centro de la teología?» (Figura e Opera, cit.,

pp. 58 s.).

Existe, sin embargo, algo peor. Von Balthasar sabe perfectamente que la

«teología mística» de la visionaria no cuadra con la doctrina católica. «En la

obra teológica complexiva de Adrienne – escribe – existen algunas partes que,

sacadas de contexto, podrían resultar tal vez extrañas [y así siguen siendo en

su contexto]» (Il nostro compito, p. 14). En el Prólogo, además, admite

claramente que las obras de Adrienne son «a primera vista asombrosas y

quizá desorientadoras [sic!] para algunos lectores» (ivi, p. 9). Esto, sin

embargo, en von Balthasar no suscita dudas sobre el carisma de Adrienne,

43 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

sino que, si bien en la… ¡doctrina católica! «Las cosas – escribe – están a

menudo de manera que la teología actual no llega (o no llega todavía) [sic!] a

comprender lo que se indica [en las visiones y en los dictados de

Adrienne]» (ivi, p. 16). Lo que no puede decirse si no admitiendo que la

doctrina católica pueda evolucionar en contradicción consigo misma, dado

que la «teología mística» de Adrienne no es oscura o, mejor, solamente

oscura, sino que es también la antítesis de la teología católica.

Desgraciadamente, von Balthasar no sólo no aplicaba (quizá no los poseía) los

criterios teológicos necesarios para ver con claridad el «misticismo» de von

Speyr, sino que compartía con Blondel y de Lubac la nueva noción vitalista y

evolucionista de la verdad, por la cual en Dios y, por tanto, en el desarrollo

de la doctrina católica, «es posible la contradicción». Esto aparecerá todavía

más evidente por el segundo punto que vamos a empezar a examinar y que

nos permitirá comprender la bocanada de locura ecuménica que embistió a

algunos responsables de la Iglesia católica, extendiéndose sin ningún freno.

La «Catholica» no católica

Adrienne afirma que, para ella, a von Balthasar le fue confiada por el Cielo una

«misión eclesial». Urs von Balthasar habla de ello en Il nostro compito, p. 61

(Unser Auftrag, p. 78; véase también Communio, mayo-junio de 1989, p. 102,

que da, entre paréntesis, las necesarias explicaciones del texto). Adrienne, en

una visión «mariana» dice a Dios: «nosotros [Adrienne y von

Balthasar] deseamos ambos amarte, servirte y darte gracias por “la Iglesia que

nos confías”». En el texto, estas palabras están en francés: «Nous voulons tous

deux t’aimer, te servir et te remercier de “l’Eglise que tu nous confies”». «Estas

últimas palabras – continúa Adrienne – fueron improvisadamente

pronunciadas y dictadas por la Madre de Dios, esto es, nosotras [la Madre de

Dios y Adrienne] las dijimos las dos juntas, y al niño (el nuestro [de Adrienne

y de von Balthasar], ya sabes) me lo entregó, durante una fracción de segundo,

en mis brazos, pero no era sólo el niño, era la Una Sancta en miniature [en

miniatura], y así me parece que exista una justa unidad de todo lo que nos ha

sido asignado, es trabajo en Dios para la Catholica».

¿Qué es este otro «niño» de Adrienne y von Balthasar, esta «Iglesia» llamada

la «Catholica», que Dios les habría confiado?

En la introducción a la Mística objetiva de Adrienne von Speyr, a cargo de

Barbara Albrecht (Jaca Book, p. 72), leemos sobre la «mística» Adrienne esta

asombrosa afirmación:

44 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

«Aunque [Adrienne] se separó clara y decididamente de la forma protestante

del cristianismo por una necesidad interior, falta en su concepto de ‘católico’

cualquier delimitación confesional». Por tanto, si la separación del

protestantismo en Adrienne fue clara y decidida, todo lo contrario que clara

y decidida fue su conversión al Catolicismo. A menos que no se dé al término

«católico» un significado absolutamente diferente del usual.

Debe advertirse incidentalmente que cuanto escribe Albrecht corresponde

perfectamente al testimonio de la gobernanta italiana de von Speyr, que,

como buena católica véneta, afirma decididamente: «Leí yo también

esta historia de la “mística”. Pero no me gusta nada; ¿para qué escribir tantas

estupideces? La Señora no era de iglesia: ¿sabe que iba a Misa dos veces al

año, en Navidad y en Pascua?» (Il Popolo di Pordenone, 16 de agosto de 1992,

p. 3, las cursivas aparecen en el texto original; véase también sì sì no no cit.).

El mismo concepto de «católico», carente de «cualquier determinación

confesional», lo encontramos en von Balthasar, el cual afirma ser deudor de

él también de von Speyr. Sobre Katolisch (Cattolico, 1975), en efecto,

escribe: «la pequeña obra es al mismo tiempo un homenaje a mis maestros E.

Przywara y H. de Lubac como también a Adrienne von Speyr, todos los cuales,

frente a una angosta teología escolástica, me mostraron la dimensión de la

realidad católica vasta como el mundo» (Il nostro compito, Jaca Book, p. 67).

Y en esta «catolicidad que nada omite» (ivi, p. 32), todo encuentra su lugar y

su justificación: la verdadera y las falsas religiones, la Iglesia católica y las

sectas heréticas y/o cismáticas, lo sagrado y lo profano, la religión y el

ateísmo; en resumen: el error y la verdad, el bien y el mal. Exactamente como

en la dialéctica hegeliana.

El iceberg

Profundicemos el tema: Urs von Balthasar – admite Communio – es exaltado

como «teólogo de la belleza» y «al mismo tiempo es criticado por su estilo

hermético y complicado» (mayo-junio de 1989, p. 83). Además – escribe

también Communio – cuanto de él es conocido y se dice «representa – honni

soit qui mal y pense — sólo la punta del iceberg». Echemos un vistazo, por

tanto, a lo que navega bajo el agua, es decir, más allá de metáforas, a lo que

se esconde bajo el estilo hermético y complicado, para ver si existe o no razón

para pensar mal.

Aparentemente, los escritos de von Balthasar son abstrusos y herméticos y

su comportamiento incomprensible. Por ejemplo, trabaja para demoler la

teología católica y la Roma católica, pero critica duramente a Karl Rahner y

el «complejo anti-romano»; quiere un ecumenismo lo más latitudinario

45 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

posible, que abrace también las religiones paganas e idólatras, pero critica la

«tendencia a la liquidación» de los católicos post-conciliares. Basta, sin

embargo, con poseer la adecuada clave interpretativa de su teología y todo

se hace claro. Esta clave interpretativa es el idealismo en general y la lógica

hegeliana en particular, que – como se sabe – es diametralmente opuesta a

la lógica aristotélica y tomista, como también al sentido común.

Mientras que la lógica aristotélica, en efecto, tiene como fundamento suyo el

principio de identidad o de no contradicción, según el cual los opuestos se

excluyen, la lógica hegeliana está fundada sobre el principio exactamente

contrario: los opuestos no sólo no se excluyen, sino que son el alma de la

realidad, siendo momentos necesarios, aunque abstractos, de la realidad, la

cual es una «síntesis» de opuestos en la cual dichos opuestos (afirmación y

negación, «tesis» y «antítesis») encuentran su superación y su verdadera

realidad.

Urs von Balthasar aplicó a la eclesiología esta lógica abstrusa y hermética,

porque ignora el «terror a la contradicción» connatural a todo hombre de

sentido común, y de ello salió el actual… ecumenismo: las muchas «Iglesias»,

las varias «religiones», los mismos «ateísmos» con sus contradicciones no

asustan a von Balthasar ni, a su juicio, deben asustar a nadie, porque sólo son

momentos (tesis y antítesis, afiramaciones y negaciones) del proceso que

conducirá inevitablemente, por intrínseca necesidad, a la síntesis que es la

«Catholica» («la catolicidad que nada omite», la universalidad sin exclusiones

de ningún tipo), en la cual se realizará (finalmente, después de dos mil años)

la verdadera Iglesia de Cristo.

Una vez en posesión de esta «clave», la teología de von Balthasar de

«hermética» se vuelve transparente y todos pueden ver la enormidad del

iceberg que navega bajo el agua contra la santa Iglesia de Dios.

Del «delirio filosófico» al delirio ecuménico

Del «delirio filosófico» de Hegel (así lo definió Schopenhauer) no podía sino

nacer el actual delirio ecuménico.

Con esta clave interpretativa, en efecto, es posible comprender todos los

enigmas de von Balthasar y del actual ecumenismo, del cual es el «maestro»

y el «autor». Se comprende, en efecto, por qué en el diálogo

ecuménico «permanece una sola cosa: confiarse a las configuraciones

eclesiales y teológicas y a la rivalidad entre ellas» (Figura e Opera, cit., p. 417).

Es el necesario juego de los opuestos que solamente conducirá a la

síntesis: «Si se toma en serio esta indicación [“confiarse… a la rivalidad”] –

46 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

escribe von Balthasar –, ella exige entonces mucho a aquellos que luchan

cristianamente por la catolicidad: sobre todo no fijarse [los católicos no menos

que los otros] en ningún sistema, del cual, a priori, se suponga que sería

omnicomprensivo; que ofrecería la visual más amplia, dejaría a sus espaldas

los puntos de vista contrapuestos» (ivi, citado de Aunspruch auf Katolizität, p.

66). Esta omnicomprensividad, en efecto, será dada sólo a la «Catholica», que

es la síntesis, y no a los actuales sistemas (incluido entre ellos el «sistema»

católico), que son tesis y antítesis destinadas a superarse anulándose en la

síntesis.

A los «sistemas» actuales se les piden sólo dos cosas: por una parte, para

favorecer la síntesis, la «relajación y el deshielo» de su propia rigidez en torno

a un punto de vista que excluya los puntos de vista opuestos; por otra,

la «competición», dejar jugar a la «rivalidad» con los demás sistemas,

incluidas entre ellos las «formas de cristianismo anónimo» (ivi, pp. 69-70). La

síntesis, en efecto, surge precisamente del juego de los contrarios. Todo ello

es incomprensible para la lógica aristotélico-tomista, que es la lógica del

sentido común, pero no para la lógica hegeliana.

Se comprende entonces por qué el actual ecumenismo (véase Asís) pone en

el mismo plano y, sin embargo, mantiene separadas a las varias «religiones»

(«no queremos sincretismos» y es verdad) y, aun promoviendo el «diálogo»

más diseminado, quiere que los budistas sean buenos budistas, los católicos

buenos católicos (según la «nueva teología», se entiende), los protestantes

buenos protestantes y así sucesivamente: la «competición», el juego de

las «rivalidades», de las condiciones y de las contraposiciones es esencial al

proceso que conducirá a la super-Iglesia ecuménica, la «Catholica», síntesis

de todas las religiones, solamente en la cual las contradicciones y las

contraposiciones serán superadas.

Se comprende perfectamente también por qué von Balthasar tuvo, como de

Lubac, su personal «crisis» post-conciliar, que, sin embargo, tampoco fue

para él una conversión (véase Figura e Opera, cit. pp. 434 ss.). No entraba, en

efecto, en su lógica, tomada prestada de Hegel, que los católicos liquidaran

sic et simpliciter su identidad: la Catholica es también ella, más aún, sobre

todo ella «communio [comunión] entre lo que aparentemente parece

excluirse» (Communio, julio-agosto de 1992, H. Urs von Balthasar, Communio:

un programma) y, por tanto, los contrastes son esenciales a la realización de

dicha «comunión», exactamente como, en la lógica hegeliana, la tesis y la

antítesis son esenciales a la realización de la síntesis, por lo cual si la tesis

deja la «competición» y se vuelve también ella antítesis, no se dará nunca la

síntesis (véase Figura e Opera, cit., pp. 417 s.).

47 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

He aquí por qué la Iglesia católica no debe «poner entre paréntesis», sino que

debe «integrar» (es la «palabra clave» para von Balthasar) en el «todo

católico» (= la Catholica) lo que es juzgado actualmente como «extra

católico» (ivi, p. 446). En su cacareado y mayoritariamente mal entendido

libro El complejo antirromano, que lleva el subtítulo increíble y significativo

(y mayoritariamente no apreciado): «¿Cómo se puede integrar el Papado en al

Iglesia universal [= Catholica]?», von Balthasar sugiere precisamente el modo

de integrar «este elemento que aparece engorroso en el todo católico», que

claramente no es la Iglesia católica. Y he aquí el modo sugerido: la Iglesia debe

ser no sólo petrina, sino también paulina, mariana y joánica (ivi, p. 447). Y así,

el primado de jurisdicción, definido por el Vaticano I se desvanece tras un

vago primado de la caridad, inventado por von Balthasar (y por sus

«hermanos separados»), por lo cual Juan Pablo II viaja desde hace años por el

mundo como San Pablo explicando a los periodistas que ¡él ha recibido no

sólo el carisma petrino, sino también el paulino!

La apostasía

Sin embargo, basta conocer el Catecismo de la Iglesia católica (no el nuevo,

se entiende) para comprender que el ecumenismo de von Balthasar es una

verdadera propuesta de apostasía.

Cristoph Schönborn, secretario redaccional (¡el que lee contemple!) del

nuevo «Catecismo», con ocasión del primer aniversario de la muerte de von

Balthasar, ilustró su ecumenismo en la iglesia de Santa María en Basilea

(véase Figura e Opera, cit., pp. 431 ss.; Il contributo di Hans Urs von Balthasar

all’ecumenismo).

¿Qué es el ecumenismo para von Balthasar? la «integración en el todo de la

Catholica» (ivi, p. 448), la cual Catholica no existe todavía, es por

ahora «prometida, esperanza escatológica». He aquí, en efecto, cómo

Schönborn explica el «alcance ecuménico» de la «figura» de María en von

Balthasar: «en María aparece la Iglesia como la ecclesia sancta et immaculata,

en la que la figura plena de la Iglesia, su “catolicidad”, es no

sólo promesa, esperanza escatológica, sino plenitud ya realizada». Por tanto,

en contra de la Fe constante e infalible de la Iglesia, reafirmada por Pío XI en

la Mortalium animos, en contra del dogma que todo católico tiene el deber

de profesar («Credo Ecclesiam unam, sancta, catholicam»), la catolicidad de la

Iglesia no es una realidad realizada desde hace dos mil años, sino una realidad

que debe todavía realizarse, una simple «promesa, esperanza

escatológica» (que no se ve por qué tendremos que esperar, dado que, si fuera

así, habrían fracasado todas las promesas de inmediata realización hechas

por Nuestro Señor Jesucristo).

48 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Y la actual Iglesia católica ¿qué es para von Balthasar? Un «sistema» entre

tantos, una de las muchas «configuraciones eclesiales», tesis o antítesis (según

rechace o sea rechazada) que será superada y anulada por la «Catholica», al

igual que las sectas, que las religiones paganas e idólatras y que los

diversos «marxismos».

En el Catolicismo, en efecto, no menos que en el protestantismo, para von

Balthasar, «la negación del otro, el rechazo de la comunión» habría

producido «una unidad que, en el fondo, era solamente reunirse en torno a un

punto de vista rígido» (véase Figura e Opera, cit., p. 407).

La Iglesia católica es «la realización romana de la Catholica» (ivi, p. 405); la

Iglesia católica, al igual que las sectas heréticas y/o cismáticas, que el mismo

judaísmo y que las demás «formas anónimas de Cristianismo», es «el todo en

el fragmento», en el que el todo es la Catholica y la Iglesia católica es uno de

tantos fragmentos, que inevitablemente remiten al todo: «Cada fragmento –

escribe von Balthasar – suscita el pensamiento del sagrado vaso del cual

provenía, cada cuerpo es leído por el espíritu, a partir de la intacta obra

entera» (citado en Figura e Opera, p. 409) y la Iglesia católica es

un «fragmento», un «cuerpo» entre tantos otros.

¡Y entonces aparece claro por qué no se enseña ya que la Iglesia de

Cristo «es» la Iglesia católica, sino que se continúa enseñando con el Vaticano

II (véase en nuevo «Catecismo») que la Iglesia de Cristo «subsistit

in», «subsiste» en la Iglesia católica, exactamente como «el todo en el

fragmento»! He aquí por qué, en el «diálogo ecuménico», el católico, en

materia de fe (estése atentos) debe aprender no menos de los demás:

«para los católicos es extraordinariamente imperativo escuchar atentamente

la voz de quien nos sugiere y nos remite a algún pedazo que falta [sic!] o es

escasamente valorado de la integridad de la fe» (H. Urs von Balthasar, en Kleine

Fibel, p. 92, citado en Figura e Opera, p. 444).

He aquí por qué hoy – como escribe Romano Amerio – «se profesa

abiertamente que la unión no se debe hacer por conversiones individuales, sino

por acuerdo de grandes colectivos [las varias tesis y antítesis] como son las

Iglesias», y esta unión debe hacerse no ya por un retorno de los separados a

la Iglesia católica, sino «por un movimiento de todas las confesiones hacia un

centro que está fuera de cada una [la síntesis en devenir]» (R. Amerio, Iota

Unum, Ricciardi ed., Roma-Napoli, I ed., p. 473). Y aquí, la propuesta de

apostasía, esto es, de abandono de toda la doctrina de la Fe, se hace patente.

¿Dónde se encuentra la Divina Revelación en su integridad y pureza sino en

49 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

la Iglesia católica? Proponer más o menos larvadamente a los católicos el

éxodo de la Iglesia católica es proponer la apostasía:

«La fe en Jesucristo no permanecerá pura e incontaminada si no será sostenida

y defendida por la fe en la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (I Tim. III,

15)» (Pío XI, Mitt brennender sorge).

El desprecio del Magisterio

Como conclusión, nos interesa subrayar que von Balthasar, al igual que

Blondel y de Lubac, cultivó «su» teología con evidente desprecio del

Magisterio de la Iglesia, en particular de San Pío X, que, en la Pascendi (1907),

condena el ecumenismo, en el cual desemboca inevitablemente el

naturalismo de los modernistas, y de Pío XII, que, en la Humani Generis,

condena tanto el intento de conciliar el idealismo, y, por tanto, Hegel, con la

teología católica, como el ecumenismo, en el cual todos habrían estado «sí,

unificados, pero en la ruina común».

«¿Dónde va la nueva teología con los nuevos maestros en que se inspira?

¿Dónde sino por la vía del escepticismo, de la fantasía y de la herejía?» escribía

en 1946 el padre Garrigou-Lagrange. Y los nuevos «maestros» eran Hegel y

Blondel, al que Fessard (de la «banda» de de Lubac), no sin razón,

llamaba «nuestro Hegel» (véase A. Russo, H. de Lubac: teologia e dogma nella

storia – L’influsso di Blondel). Hoy, en campo ecuménico, más que en la

fantasía, estamos en el delirio.

En uno de los más escandalosos documentos «ecuménicos», «Subsidios para

una correcta presentación del judaísmo», a cargo de la Comisión para las

relaciones con el judaísmo, presidida por el card. Willebrands (véase sì sì no

no de agosto de 1985, pp. 1 ss.), se lee que católicos y judíos tienden, «aunque

partiendo de dos puntos de vista distintos [léase: opuestos], hacia fines

análogos [sic!]: la venida o el retorno [¡es lo mismo!] del Mesías». Es,

exactamente, el pensamiento (si así se le puede llamar) de von Balthasar, que,

como Hegel, encuentra la manera de conciliar todos los opuestos, haciendo

violencia a la realidad de los hechos: «Pedro, el negador, abandona el juicio al

Señor y se solidariza [sic!] con los judíos [cucificadores de Cristo]… junto a

vosotros judíos, también nosotros cristianos esperamos la (re-) venida [sic!] del

Mesías» (H. U. von Balthasar, Communio: un programma, retomado

en Communio, julio-agosto de 1992, p. 57).

Von Balthasar, sin embargo, y sus compañeros de la nueva teología, no

habrían conseguido imponer en la Iglesia sus nebulosas elucubraciones, que

no tienen de su parte ni a la fuerza de la verdad de razón ni a la fuerza de la

50 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

verdad revelada, si no hubiera ascendido a la cátedra de Pedro J. B. Montini,

mal teólogo y filo-modernista, que puso al servicio de la «nouvelle théologie»

su altísima autoridad, y si su sucesor no fuera su continuador y su eufórico

divulgador. Pero de esto volveremos a hablar.

51 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

VI

Pablo VI

La «nouvelle théologie» – los lectores que nos han seguido hasta aquí se

habrán dado cuenta –, para decirlo con Pirandello, no es una cosa seria.

Extremadamente serio, sin embargo, es el hecho de que para imponerse en

el mundo católico, haya podido y puede aún en estos momentos contar con

la fuerza de la autoridad de quien en la Iglesia es el sucesor de Pedro. Es, por

tanto, necesario considerar el «golpe maestro de satanás»: la Autoridad

suprema de quien tiene la tarea de custodiar y defender la Fe, puesta, en

cambio, al servicio del modernismo «síntesis de todas las herejías» (San Pío X).

B. Montini, un «aficionado» de la nueva teología

«Se decía Giovanni Battista Montini aficionado a las “filosofías de la Acción”,

popularizadas entre nosotros por Laberthonnière, Blondel y Ed. Le Roy»,

escribía en 1970 el abbé Raymond Dulac (La nouvelle présentation du Nouvel

Ordo Missae, en Courrier de Rome, n. 74).

El «se decía» es hoy ampliamente confirmado por Paul VI secret (ed. Desclée

de Brower, 1979), en el cual Jean Guitton recogió y publicó, después de la

muerte del papa Montini, las notas que él se había preocupado de redactar

de sus amigables coloquios. De estas notas resulta que G. B. Montini era

cultor admirado de la «nueva teología», en particular de de Lubac: «8 de

septiembre de 1969: – El Papa hace un elogio del padre de Lubac. Reivindica su

genio, su seguridad, la amplitud de su documentación. Se asombra de que

algunos lo consideren “superado” [es la suerte de los “innovadores”]» (p.

110); «28 de abril de 1974: – El Papa me hace grandes elogios de los teólogos

actuales. Cita a Mananche, de Lubac, a los cuales da la palma, Congar, Rahner

(que dice que es bastante oscuro) y el card. Journet (al que encuentra un poco

escolástico)» (p. 141). Este fastidio por la escolástica y la admiración por la

«nouvelle théologie» databan de lejos en G. B. Montini.

¿Una carta de Pío XII?

Mientras que en Francia hervían del modo más agudo las polémicas en torno

a la ortodoxia de Blondel (véase sì sì no no, 31 de enero de 1993), que pervertía

modernistamente la noción eterna de verdad, reducía el sobrenatural al

natural y, por inclinarse como buen samaritano hacia el «hombre moderno»,

se empantanaba en los errores de la filosofía moderna, llegaba, como agua

sobre el fuego, la siguiente carta de la Secretaría de Estado de Pío XII, en la

que entonces era sustituto mons. G. B. Montini:

«Vaticano, 2 de diciembre de 1944

52 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Señor profesor,

Su trilogía sobre “La philosophie et l’esprit chrétien”, de la cual ha publicado su

primer volumen, se confirma como un monumento de alta y benéfica

apologética; ¿cómo no podía ser agradable para Su Santidad [Pío XII] su filial

obsequio? Nadie puede ignorar la importancia de semejante tema, en el cual

son estudiadas con tanta sagacidad las relaciones de la filosofía y del

cristianismo, de la razón y de la fe, del natural y del sobrenatural, cuya

inconmensurabilidad subrayáis muy bien, sin excluir la “simbiosis” y el fin

único al cual el hombre no puede legítimamente sustraerse, misterio lleno de

misericordia y de bondad infinita, al cual todos los espíritus nobles y pensativos

no pueden sino unirse para su más grande progreso intelectual y moral, así

como para su más grande y verdadera felicidad.

Sus especulaciones filosóficas, que son todas ellas respetuosas de la

trascendencia del dato revelado, no dejan por ello de

aplicarse fructuosamente sobre el conjunto de los misterios de la fe, para

hacerles encontrar una mejor escucha en una generación demasiado embebida

de una autonomía de la razón, de la cual hoy se conoce incluso demasiado su

fracaso.

Usted ha realizado esto con tanto talento como fe y, salvo alguna expresión

que el rigor teológico habría deseado que fuera más precisa, Su especulación

puede y debe llevar a los ambientes cultos una preciosa contribución a la

mejor inteligencia y aceptación del mensaje cristiano, único camino de

salvación para los individuos como para la sociedad. ¡En realidad, el

atormentado mundo de hoy está de tal modo en busca de la verdad y de las vías

que conducen a ella de la manera más segura!

Y a este propósito, ¿no sería quizá oportuno recordar una vez más que,

considerándola solamente desde el punto de vista de su valor filosófico, la

especulación que procede de la philosophia perennis ofrece realmente a las

aparentes antinomias del universo soluciones positivas, altísimas para

satisfacer la inteligencia, sin pretender, bien entendido, extinguir una sed

de luz más grande? […] Su caridad intelectual de buen Samaritano,

inclinándose hacia la humanidad herida, esforzándose por comprenderla y

hablando su mismo lenguaje, contribuirá eficazmente a volverla a situar en las

indeclinables y salvadoras perspectivas de su vocación divina.

Así, alegrándose vivamente de las mejores noticias sobre Su apreciada salud, el

Santo Padre hace ardientes votos para que tenga fuerzas para llevar a buen fin

esta importante obra y Le envía de todo corazón su Bendición apostólica.

53 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Acepte con gusto, Señor Profesor, la respetuosa seguridad de mi religiosa

devoción.

fdo. Giovanni Battista Montini, sustituto».

Más Montini que Pacelli

De este modo, la obra de Blondel, «salvo alguna expresión que un rigor

teológico habría deseado que fuera más precisa», era aprobada en bloque

desde lo alto, cerrando autorizadamente la boca a sus opositores, que la

impugnaban en nombre de la doctrina perenne de la Iglesia. A estos

opositores (de Tonquedec, Labourdette, Garrigou-Lagrange, etc.), como si no

estuvieran en juego los fundamentos mismos de la Fe, sino que se tratase de

una disputa teológica en materia todavía opinable, se les contentaba con el

elogio de la philosophia perennis, en tímida forma interrogativa y sin excluir

la posibilidad de una «luz más grande», que vendría o podría venir de una

«nueva teología». ¿Y todos los estudios críticos, rigurosos y documentados

sobre las desviaciones explícitas e implícitas del pensamiento de Blondel?

Echados a la papelera con increíble desenvoltura.

Había, sin embargo, un «pero». La carta a Blondel era un reconocimiento

enviado, sí, en nombre de Pío XII, pero que llevaba la firma de Montini, con la

expresión de su «religiosa devoción».

En realidad, el contenido de la carta es más montiniano que pacelliano.

Cuando Pío XII tomará personalmente la palabra sobre la «nueva teología» y

sobre la «nueva filosofía» que subyace a ella, en el discurso a los Padres de la

Compañía de Jesús (1946) y después en la Humani Generis (1950) (véase sì sì

no no, 15 de febrero de 1993, p. 4), expresará un parecer totalmente opuesto

y ponderado de modo absolutamente contrario.

Además, sobre la falta de lealtad de G. B. Montini cuando trabajaba en la

Secretaría de Estado, existen hoy muchos testimonios concordes e

irrefutables de parte no adversa.

La «desconfianza» de Pío XII

Entre los misterios del aislamiento en el cual se cerró el pontificado de Pío

XII existe el imprevisto alejamiento de G. B. Montini de la Curia Romana. Este,

como se sabe, fue nombrado Arzobispo de Milán, pero, de manera

significativa, nunca fue creado Cardenal mientras vivió Pío XII, si bien su sede

fuera cardenalicia. De esta manera, el papa Pacelli lo alejaba de la Secretaría

de Estado y, al mismo tiempo, lo excluía del futuro cónclave, haciendo

comprender claramente a su sucesor, con la tácita negación de la púrpura,

que aquél destino había sido un «promoveatur tu amoveatur» y por motivos

muy graves.

54 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

El tiempo comenzó a retirar el velo de este misterio. En Paul VI secret, Jean

Guitton, hablando de la contestación de que fue objeto la Humanae Vitae,

escribe de Pablo VI: «El atraviesa una prueba análoga a la que él había causado

a Pío XII: la de la diffidentia [en latín y en cursiva en el texto]. En el caso de Pío

XII, la desconfianza venía de lo alto, porque Pío XII parecía haber perdido la

confianza que había depositado en él. Pablo VI advierte que la encíclica

Humanae Vitae está a punto de causarle una prueba inversa, en la cual la

desconfianza vendrá, no de lo alto, sino de la base» (Paul VI secret, cit., p. 144).

Sobre la sobrevenida «diffidentia» de Pío XII hacia Montini, escribe también

el jesuita Martina en Vaticano II – Bilancio e Prospettive. En la p. 39 habla

del «alejamiento del “sustituto” Montini, “promovido” a arzobispo de Milán,

nunca nombrado cardenal y ni una sola vez recibido por el papa (con el que,

durante años, había tenido contactos diarios) en audiencia privada». En nota,

Martina escribe: «El significativo episodio no está todavía aclarado. Influyeron

en la remoción varios factores, la escasa simpatía de la que mons. Montini

gozaba en la Secretaría de Estado, la irritación de Pío XII por una

cierta independencia de juicio de su colaborador, el retraso de Montini al

comunicar al papa algunos hechos, con la esperanza de que entre tanto las cosas

se hubieran resuelto [como si el Papa fuera él y Pío XII el… “sustituto”».

Maniobras a la izquierda

A su vez, en Pie XII devant l’histoire, mons. Roche, íntimo colaborador del

card. Tisserant, nos desvela una razón precisa de la «diffidentia» de Pío XII:

el sustituto Montini estableció, contra las directivas del Papa y a sus espaldas,

contactos con Stalin durante la segunda guerra mundial.

Pío XII fue informado de ello por el Arzobispo protestante de Upsala, que

había obtenido las pruebas del servicio secreto sueco. Sucesivamente, en

octubre de 1954, por un informe secreto del Arzobispo de Riga, encarcelado

por los soviéticos, Pío XII tuvo la confirmación de que «en su nombre, había

habido contactos con los perseguidores por parte de una alta personalidad de

la Secretaría de Estado». Por la traición de Montini, escribe mons. Roche, «La

amargura [de Pío XII] fue tan viva, que su salud se resintió y él se resignó a

gobernar solo la marcha de los asuntos exteriores vaticanos» (cfr. sì sì no no, 15

de septiembre de 1984, pp. 1 ss. Acuerdo Montini-Stalin y 15 de abril de 1986,

p. 5, Un hecho histórico: la “traición” de mons. Montini). Es cierto, por tanto,

que Montini maniobró a la izquierda en campo político, a espaldas de Pío XII,

para realizar sus utopías juveniles: «con la izquierda se puede colaborar, con la

derecha no» (véase Frappani-Molinari, Montini giovane, ed. Marietti).

55 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Y contra la Humani Generis

Es asimismo cierto que Montini maniobró a espaldas de Pío XII para realizar

sus utopías filo-modernistas, que, de joven, le habían movido a frecuentar,

como único Sacerdote, el salón del conde Gallarati-Scotti, exponente del

modernismo lombardo y del cual L’Osservatore Romano, 7 de julio de 1976,

bajo Montini convertido en Pablo VI, celebrará así «el decenio de su muerte»:

«En los últimos años [a Gallarati-Scotti], un gran consuelo le vino del Concilio

Vaticano porque sintió que las amarguras experimentadas de joven [en las

condenas del Modernismo] no habían sido sufridas en vano: la Iglesia entraba

en un camino duro y difícil, en el que, sin embargo, muchas cosas, entonces

deseadas, se convertían en realidad viva».

Esta vez es Jean Guitton el que nos descubre a Montini, todavía sustituto, en

flagrante delito de traición contra Pío XII y la Humani Generis. En Paul VI

secret, él transcribe las notas redactadas fielmente la noche misma del

coloquio mantenido con el entonces mons. Montini sobre la gran Encíclica

contra el neomodernismo a penas publicada.

A Guitton, el cual teme que la Humani Generis pueda ser interpretada como

un obstáculo para el «progreso del pensamiento», Montini, sustituto en la

Secretaría de Estado de Pío XII, le responde:

«Ha indudablemente advertido los matices introducidas en el texto pontificio.

La Encíclica, por ejemplo, no habla de errores (errores), sino solamente de

opiniones (opiniones) [¡como si los errores no sean también precisamente

opiniones!]. Esto significa que la Santa Sede intenta condenar, no errores

propiamente dichos, sino modos de pensar que podrían llevar a errores, pero

que de por sí siguen siendo respetables. Por lo demás, hay tres razones para

que la Encíclica no sea deformada. La primera, puedo confiárselo, es la

voluntad expresada por el Santo Padre. La segunda es la mentalidad del

episcopado francés, tan grande de espíritu, tan abierto a las corrientes

contemporáneas. Ciertamente, cualquier episcopado es llevado (porque tiene

un contacto inmediato con las almas, porque debe ser fiel a su encargo, que

es pastoral, como se dice…) es siempre llevado, digo, a ensanchar los caminos

de la doctrina y de la fe [en esta frase está en embrión todo el “espíritu” del

“pastoral” Vaticano II]. E indudablemente, tiene razón. Aquí en Roma, tenemos

igualmente el deber de velar sobre la parte doctrinal. Somos especialmente

sensibles a todo lo que podría alterar la pureza de la doctrina, que es verdad. El

Supremo Pontífice debe “custodiar el depósito” como dice San Pablo.

Finalmente, mi tercera razón: los franceses son inteligentes».

56 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

La traición

El comportamiento del sustituto Montini era gravísimo.

Pío XII, en la Humani Generis, había condenado con tonos graves y solemnes

la «nueva teología», había indicado su desemboque fatal para la Fe y había

ordenado, para no faltar a su «sacro deber», que los Obispos y los Superiores

generales, «cargada de manera gravísima su conciencia», vigilasen «con toda

diligencia que opiniones de tal género no sean sostenidas en las escuelas o en

las reuniones y conferencias, ni con escritos de cualquier género, ni mucho

menos enseñadas, de ninguna manera, a los clérigos ni a los fieles».

Los profesores de los Institutos católicos – continuaba el Papa – «sepan que

no pueden ejercitar con tranquila conciencia el oficio de enseñar que les ha sido

confiado, si no aceptan religiosamente las normas que hemos establecido y no

las observan exactamente en la enseñanza de sus materias». Y he aquí que a

dos pasos del Papa, en la misma Secretaría de Estado, G. B. Montini no tenía

escrúpulo de afirmar que, en cambio, los errores condenados por Pío XII eran

opiniones «respetables» y los animaba asegurando en confidencia que esta

era la «voluntad expresada» por el mismo Pío XII, el cual, en la Humani

Generis, habría desempeñado solamente y de mala gana su función, porque,

dada la tarea frenadora de la autoridad, no podía permitirse hacer otra cosa

(teoría eminentemente modernista de la autoridad, sobre la que volveremos),

sino que, en Roma, se confiaba en la «grandeza de espíritu» del episcopado

francés, para que se ensancharan «pastoralmente» los «caminos de la

doctrina y de la fe» y – guiño final – él, Montini, sabía que los franceses

eran «inteligentes», y a… buen entendedor pocas palabras bastan. Así,

mientras Pío XII cerraba las puertas al neomodernismo, el Sustituto Montini,

a sus espaldas, las volvía a abrir.

También esta vez, Pío XII supo de la traición. G. Martina S. J., en la obra citada

(pp. 56-57), tras haber hecho referencia a la interpretación de la Humani

Generis dada por el Sustituto Montini a Jean Guitton, continúa:

«Pero su [de Montini] esfuerzo por redimensionar el alcance de la intervención

pontificia no debía resultar agradable a Pío XII, que se lamentó, en cambio, con

el director de la Civiltà Cattolica de los esfuerzos por minimizar su documento,

que no era una simple advertencia, y deploró el nulo cuidado prestado por los

representantes de la Compañía de Jesús, a quienes se había dirigido en

septiembre de 1946, de seguir fielmente las directivas pontificias».

Continuaron las medidas disciplinarias contra de Lubac y su «banda» por

parte de la Compañía y contra Montini por parte de Pío XII, que lo

57 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

«promovió» a Arzobispo de Milán, pero jamás lo nombró Cardenal ni quiso

jamás recibirlo en audiencia.

Poder de la Autoridad al servicio del error

Así las cosas y volviendo a la carta «de Pío XII» a Blondel, no nos maravillaría

en absoluto descubrir uno día u otro que, de dicha carta, Pío XII, que no la

firmó, supo poco o mal y que Montini, que actuaba como Papa sin ser Papa,

puso desde entonces la Suprema Autoridad del Sucesor de Pedro al servicio

de la «nueva teología». Y desde entonces, los efectos fueron desastrosísimos.

En efecto, la Documentation Catholique, 8 de julio de 1945, col. 498-499,

publicaba la carta firmada por el Sustituto Montini bajo el título «Carta del

Papa a M. M. Blondel», acompañándola de la exposición elogiadora de

la «doctrina y principales obras» de Blondel. Deploraba los «dos exclusivismos

erróneos»: el racionalismo y la… teología católica, que por razones opuestas

habían hecho respectivamente objeto de «ostracismo» y

de «incomprensión» a la nueva «filosofía cristiana» de Blondel, que, en

cambio – concluía triunfalmente – «el testimonio de S. S. Pío XII, que tenemos

la alegría de publicar, ratifica plenamente».

A su vez, Bruno de Solages, rector del Institut Catholique de Toulouse y amigo

de de Lubac, entrando en el campo de batalla para defender a Blondel, oponía

al padre Garrigou-Lagrange el argumento de… autoridad: la carta «enviada

por Pío XII, a través de mons. Montini» con «elogios significativos» a las obras

de Blondel (véase A. Russo, Henri de Lubac…, p. 347). Gerard Philps (Lovaina),

después, en Erasmus, 1946, (pp. 202-205), hacía de ella un argumento para

defender también el sobrenatural naturalizado de de Lubac:

«Si el p. de Lubac rechaza resueltamente la posibilidad de la naturaleza pura,

no es más condenable que los autores agustinos que la Santa Sede ha acogido

más de una vez bajo su protección, como ha hecho recientemente en favor de

Maurice Blondel» (cit. por H. de Lubac en Memoria entorno alla mia opera,

Jaca Book, p. 68).

En Italia, mons. Natale Bussi, al que mons. Rossano nos ha descubierto

después como filo-modernista (véase sì sì no no, 15 de noviembre de 1991), en

la traducción italiana de la apologética de Falcon (ed. Paoline, 1951), anulaba

la confutación lúcida y rigurosa de los errores de Blondel (pp. 39 ss.) con el

siguiente asterisco añadido a la nota 1 de la p. 39:

«*Evidentemente, no se puede identificar el pensamiento de Blondel con los

desarrollos que dio al principio de inmanencia L. Laberthonnière, condenado

por el S. Oficio, mientras que Blondel, en los últimos años, obtuvo la más

autorizada garantía de la ortodoxia de su doctrina en una carta de la

58 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Secretaría de Estado del 2 de diciembre de 1944, la cual, sin embargo,

exceptúa alguna expresión del mismo Blondel, que el rigor teológico habría

deseado que fuera más precisa».

El «golpe maestro de satanás»

En resumen, la carta «de Pío XII» con firma de Montini fue como un ensayo

del desastre post-conciliar: la «nueva teología» habría destrozado toda

resistencia y se habría impuesto en el mundo católico, con sólo poder contar

con el apoyo, si bien «discreto», de la Suprema Autoridad. Esta ocasión le fue

ofrecida por la subida de G. B. Montini al solio pontificio.

Desde el exilio milanés, el Arzobispo de Milán había continuado animando a

los «nuevos teólogos» contra Pío XII y la Humani Generis y, bajo el

pontificado de Juan XXIII, pudo favorecerlos todavía mejor por el ascendente

que le era dado ejercer sobre Roncalli. Da testimonio de ello en los siguientes

términos Urs von Balthasar en Henri de Lubac – Sein organisches

Lebenswerk (traducido en italiano en la habitual Jaca Book, 1978):

«El P. Garrigou-Lagrange lanzaba contra de Lubac y sus amigos la palabra

clave “Nouvelle Théologie” (1946), el papa [Pío XII] atacó airado [adviértase la…

delicadez de la frase; ¡y muy bien también la editorial de “Comunión y

Liberación”!], el Osservatore Romano incluía el discurso; el padre general

Janssens se comportó en un primer momento leal hacia de Lubac, pero después,

conforme aumentaban los ataques desde todos los países, su comportamiento

se hacía más diplomático. Se va entre tanto a excavar lo que pueda aparecer

sospechoso también en otras obras. Con la Humani Generis el rayo cayó sobre

el escolasticado lionés y de Lubac fue indicado como el principal chivo

expiatorio… Sus libros, difamados, fueron retirados de las bibliotecas de la

Compañía de Jesús y dejaron de estar a la venta…»

Después, poco a poco, el clima – según von Balthasar – se serenó: «Del

arzobispo Montini vinieron palabras de adhesión y de ánimo (fue él quien más

tarde, convertido en el papa Pablo VI, insistió para que de Lubac, en la clausura

del congreso tomista, en la gran sala de la cancillería, hablase sobre Teilhard de

Chardin)… Hasta el nombramiento de de Lubac por parte de Juan XXIII como

consultor de los trabajos preparatorios de la comisión teológica, junto con el P.

Congar».

Creado Cardenal por Juan XXIII, que le abrió así el camino al pontificado

cerrado para él por Pío XII, G. B. Montini pudo ser finalmente Papa y poner

libremente la fuerza de la autoridad adquirida – ¡y qué autoridad! – al servicio

de la «nueva teología».

59 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

La tenacidad del «Papa-tentenna» [Papa indeciso, ndt]

Convertido en Pablo VI, Montini comenzó abriendo las puertas del Concilio a

los «nuevos teólogos» mucho más ampliamente de lo que ya había

conseguido hacer influyendo sobre Juan XXIII. «Muchos teólogos de gran

fama [es decir, sospechosos para el Santo Oficio y algunos ya condenados],

ausentes al principio, entraron progresivamente en el círculo de los expertos,

gracias a la influencia discreta de Pablo VI, que les manifestaba su favor

recibiéndoles en audiencia privada, concelebrando con ellos y alabando su

colaboración» (R. Latourelle S. J. en Vaticano II – Bilancio e Prospettive,

Cittadella ed., Assisi, obra realizada por las tres instituciones universitarias

de la Compañía de Jesús en Roma con la participación del Instituto Paolo VI

de Brescia).

La misma «influencia discreta» ejerció Pablo VI sobre los Padres conciliares

para que, ignorantes y confiados en «Pedro», ratificaran aquella misma

«nueva teología» que Pío XII había condenado en la Humani Generis.

Recuérdese lo que escribe el jesuita Henrici (¡recientemente nombrado

Obispo!): «para el “aggiornamento”, los Padres conciliares tuvieron que

apoyarse (no pudiendo hacer otra cosa, se podría decir) en el trabajo

desarrollado ya por los teólogos antes del Concilio. […] en los textos aprobados

por el Concilio, les dieron, por así decir, una especie de autenticación eclesial.

Si estos textos pudieron parecer nuevos, es solamente por el hecho de que el

trabajo de los teólogos y el estado de la teología católica al final de los años

50 eran ampliamente desconocidos para aquellos no encargados de los

trabajos (y entre estos debían citarse no pocos Padres conciliares), o

también porque, ahora, parte de los resultados de este trabajo, que hasta poco

tiempo antes habían sido objeto de censura, era reconocida como

ortodoxa» (Communio, nov-dic. 1990).

La «discreción» usada por Pablo VI, que, como da testimonio A. Bugnini,

intentaba sólo evitar previsibles e indeseables reacciones (véase A.

Bugnini, La riforma liturgica, pp. 297-299), alimentó la leyenda de un «Papa-

tentenna» [Papa indeciso, ndt], pero los hechos comprueban que Pablo VI

sabía lo que quería y actuó en aquella dirección, con «discreción» sí, pero

todavía con mayor obstinación: «Con una firmeza metódica y tenaz que

desmiente una leyenda igualmente tenaz, él [Pablo VI] maneja la

barca», escribía en 1963 de Lubac, naturalmente admirado (Memoria intorno

alle mie opere, Jaca Book, p. 420).

Hemos citado entre los grandes adversarios de de Lubac al padre Charles

Boyer S. J., rector de la Gregoriana. El mismo de Lubac nos hace saber con

cuánta «discreción» y «firmeza» este teólogo fue doblegado por Pablo VI, que

60 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

encontró la manera de rehabilitar de un solo golpe, sin otro argumento que

el de la propia autoridad, tanto a de Lubac como a Teilhard de Chardin, cuyas

obras habían sido alcanzadas por un Monitum del Santo Oficio:

«En Theilard posthume – así escribe de Lubac – hice referencia a la

conferencia que tuve que dar sobre él en Roma en 1963. La invitación me había

sido dirigida por el padre Charles Boyer, prefecto de la Gregoriana. He vuelto a

encontrar apenas su carta. Cuando se sabe que el p. Boyer fue el mayor

adversario romano de Teilhard (¡y no menos mío!), esta carta asume todo su

significado:

“Pontificia Accademia romana de Santo Tomás de Aquino y de Religión católica.

Roma, 10 de junio de 1963. Reverendo Padre, Pax Christi! Usted debe haber

recibido a su tiempo el aviso del VI Congreso Tomista Internacional.

Comprendo que otras ocupaciones no le hayan permitido prestarle interés. Pero

he aquí por lo que me atrevo a hablarle de ello de nuevo. Habiendo sido

recibido en estos días por el Santo Padre, he tenido ocasión de constatar la

gran estima que tiene por su persona y sus escritos. Al mismo tiempo, me ha

expresado, si bien con alguna reserva, un juicio sobre el padre Teilhard que

no le habría desagradado. Mis reflexiones me han llevado por ello a pensar

que en el congreso deberemos oír una exposición favorable al pensamiento del

padre Teilhard de Chardin sobre nuestro tema (‘De Deo’). Nadie podría hacerlo

mejor que usted. Le ruego, por tanto, simplemente que participe en nuestro

congreso, cuya fecha está fijada precisamente antes de la apertura de la cuarta

sesión del concilio: del 6 al 11 de septiembre. Usted podría venir sólo durante los

últimos días y conformarse, si no puede más, con una breve

comunicación”…» (Memoria intorno alle mie opere, p. 451). Así fue que de

Lubac, por deseo de Pablo VI y por invitación de uno de sus más valerosos

adversarios, podía exaltar a Teilhard de Chardin S. J. en la sala de la cancillería

como clausura del… ¡congreso tomista! El camino «del escepticismo, de la

fantasía y de la herejía» (Garrigou-Lagrange) estaba abierto.

Con la misma «firmeza metódica y tenaz», Pablo VI doblegó, desanimó y

destruyó (como en el caso de mons. Lefevre) toda resistencia y – lo que es

peor – puso las palancas del poder en las manos de los «innovadores»

asegurándoles el futuro con una serie de reformas, incluida entre ellas la

reforma de las normas para la elección del Romano Pontífice.

Ante el desastre, Pablo VI pareció tener él también su crisis personal, pero

tampoco para él, como para de Lubac y los «nuevos teólogos», fue una

conversión, sino solo un vano intento de desconocer la paternidad de tanta

ruina, responsabilizando de ella a los innovadores «abusivos». Pero de esto

hablaremos más ampliamente. Por ahora baste recordar, como demostración

61 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

de cuanto se ha dicho, que, en 1976, dos años después de los clamorosos

discursos (1974) sobre la «autodemolición» de la Iglesia y el «humo de

satanás» en el Templo de Dios y dos años antes de su propia muerte (1978),

Pablo VI escribía a de Lubac con ocasión de su ochenta cumpleaños: «Usted

ha levantado, querido hijo, un monumento más perdurable que el bronce para

la admiración y la utilidad de todos los estudiosos». ¡Qué verdad es que la

perversión modernista de la inteligencia quita toda esperanza de

arrepentimiento!

62 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

VII

Ratzinger:

un Prefecto sin fe en la Congregación para la Fe

El «teólogo» Ratzinger

La «discreción» y la tenacidad del papa Montini, aseguraron a la «nueva

teología» el predominio incuestionable en mundo católico.

El triunfo de la «nueva teología», sin embargo, no señaló el triunfo de la Fe

católica. Al contrario. «Jamás una encíclica pontificia, que tenía apenas 15

años, fue desautorizada, en tan poco tiempo y de manera tan completa, por

aquellos a quien ella condenaba, como la “Humani Generis”», escribió el

teólogo alemán Dörmann a propósito del Concilio (Il cammino teologico di

Giovanni Paolo II verso Assisi), y el cuadro de la situación actual fue trazado

por el jesuita Henrici, «nuevo teólogo»: «Mientras que las cátedras teológicas

son hegemonizadas por los colegas de “Concilium” [ala avanzada del

modernismo], casi todos los teólogos nombrados obispos en los últimos años

provienen de las filas de “Communio” [ala moderada del mismo modernismo]

[…] Balthasar, de Lubac y Ratzinger, sus fundadores, han llegado los tres a ser

cardenales» (30 Giorni, diciembre de 1991).

En las Universidades eclesiásticas, también en las pontificias, se estudian los

padres fundadores de la «nouvelle théologie» y se hacen tesis de licenciatura

sobre Blondel, de Lubac y von Balthasar. L’Osservatore Romano y La Civiltà

Cattolica exaltan su figura y su «pensamiento» y la prensa católica se adecua:

ad instar Principis, totus componitur orbis.

Un «nuevo teólogo» preside incluso la Congregación para la Doctrina de la

Fe, la que fue la suprema Congregación del Santo Oficio: el card. Joseph

Ratzinger.

Si distinguiremos en él el «teólogo» del Prefecto es sólo por comodidad de

exposición. En este caso, en efecto, dicha distinción no se sostiene tanto

porque, como veremos, nos hallamos, no en materia opinable, sino en el

campo de la Fe, y un Prefecto de la Congregación de la Fe sin fe es un

contrasentido, como porque el prefecto Ratzinger está en perfecta sintonía

con el «teólogo» Ratzinger.

Del «teólogo» Ratzinger se indica como obra fundamental su Introduzione al

Cristianesimo – lezioni sul Simbolo apostolico en venta en las librerías

católicas y que en Italia ha alcanzado su octava edición en 1986 editada – no

por casualidad – por Queriniana de Brescia, editorial exclusivamente de

obras de la «nueva teología» [trad. en castellano: Introducción al

63 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Cristianismo, Sígueme, 2001]. Introducción al Cristianismo (Einführung in das

Christentum) es presentada de esta manera en Rapporto sulla Fede [trad. en

castellano: Informe sobre la Fe]: «una especie de clásico, continuamente

reeditado, con el cual se ha formado una generación de clérigos y de laicos,

atraídos por un pensamiento totalmente “católico” y, al mismo tiempo,

totalmente “abierto” al nuevo clima del Vaticano II» (p. 14). Nos detendremos

en pocas y fundamentales consideraciones, suficientes para hacerse una idea

exacta de la «teología» del actual Prefecto de la Congregación para la Fe.

Una cuestión gravísima

Es verdad de fe divina y católica, esto es, fundada en la autoridad de Dios

revelante (Sagrada Escritura y Tradición) y también en la autoridad del

infalible Magisterio de la Iglesia, que, en Jesús, Dios se ha hecho hombre y

precisamente la segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios como el

Padre, unió a Sí una naturaleza humana, por lo que en Cristo hay dos

naturalezas (la humana y la divina) unidas en la única Persona divina (unión

hipostática o personal). Cualquiera que quiera permanecer siendo católico y

salvarse debe profesar esta verdad fundamental propuesta para ser creída

siempre y en todo lugar por la Iglesia y defendida por ella contra la herejía

(Concilios de Efeso, Calcedonia y V de Constantinopla). ¿Qué decir, por tanto,

cuando estamos obligados a constatar que el actual Prefecto de la

Congregación para la Fe, en sus libros de «teología», profesa, en cambio, que

en Jesús, no Dios se ha hecho hombre, sino que un hombre se ha convertido

en Dios? ¿Quién es, en efecto, Jesucristo para Ratzinger? Es «aquel Hombre

en el que viene a la luz la nota definitiva de la esencia humana y que,

precisamente por esto [sic!], es, al mismo tiempo, Dios mismo» (Introduzione

al Cristianesimo, p. 150; la cursiva está en el texto).

¿Qué quiere decir esto sino que el hombre, en su «nota definitiva» es Dios y

que Cristo es un hombre, el cual es, o mejor, se ha convertido en Dios por el

solo hecho de que en El ha venido a la luz la «nota definitiva de la esencia

humana»?

Dios es hombre y el hombre es Dios

La cuestión, por otra parte, es planteada con toda claridad y resuelta

afirmativamente por el mismo Ratzinger. Este, en efecto, se pregunta:

«¿podemos verdaderamente diluir la cristología (el hablar de Cristo) en la

teología (el hablar de Dios); o deberemos, en cambio, hacer una apasionada

propaganda en favor de Jesús como hombre, planteando la cristología bajo

64 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

forma de humanismo y de antropología? ¿O quizá el auténtico hombre,

precisamente por el hecho de ser integralmente tal, debería ser Dios y,

consiguientemente, Dios debería ser un auténtico hombre? ¿Sería acaso posible

que el más radical humanismo y la fe en el Dios revelante vengan aquí a

encontrarse, más aún, lleguen a confluir el uno en la otra?» (p. 165; la palabra

«hombre», en el texto original, aparece en cursiva).

La respuesta es que la lucha combatida en los primeros cinco siglos de la

Iglesia en torno a estos problemas «ha conducido, en los concilios

ecuménicos de entonces, a una respuesta positiva [sic!] a las tres preguntas»

(p. 165; también aquí, la cursiva aparece en el texto). Comprendida entre ellas,

por tanto, la pregunta central, que, por ello, sin traicionar el pensamiento del

autor, podemos trascribir como sigue: «el auténtico hombre, precisamente por

el hecho de ser íntegramente tal, es Dios y, consiguientemente, Dios es un

auténtico hombre».

Una «cristología» coherente en la herejía

Toda la «cristología» de Ratzinger se desarrolla coherentemente en torno a

este asunto fundamental y sería muy difícil dar una explicación diferente a

las afirmaciones que, en su Introdución al Cristianismo, se repiten a ritmo

vertiginoso, entre las cuales las siguientes, que transcribimos por honestidad

de documentación.

El «núcleo central» de la «”cristología del Hijo” expuesta por Juan» sería este:

«El servir no es ya considerado como una acción, detrás de la cual subsiste por

su cuenta la persona de Jesús; es admitido, en cambio, como un hecho que

inviste la entera existencia de Jesús, de modo que su mismo ser es puro servicio.

Y, precisamente porque este ser suyo no es otra cosa sino servicio, es también

un ser de hijo. Bajo este aspecto, la inversión cristiana de valores solamente

ahora ha alcanzado su objetivo; sólo en este punto resulta perfectamente claro

que el que se dedica totalmente al servicio de los demás, de manera

absolutamente desinteresada y anonadándose a sí mismo, se convierte

formalmente en el altruista por antonomasia, de manera que precisamente y

sólo él es el verdadero hombre, el hombre del futuro, el caso de incidencia en el

que confluyen juntos el hombre y Dios» (pp. 178-179; también aquí la negrita

corresponde a la cursiva del texto).

«Su [de Jesús] ser, en cambio, es una pura ‘actualitas’, compuesta de un “desde”

y un “para”. Y es, precisamente por esto, porque este ser suyo no resulta ya

disociable de su ‘actualitas’, por lo que él viene a coincidir con Dios, pero

permaneciendo al mismo tiempo el hombre ejemplar: el hombre del futuro, a

65 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

través del cual nos es concedido ver hasta qué punto el hombre es todavía un

ser ‘in fieri’, el gran ausente, constatando cómo ha comenzado apenas, se puede

decir, a ser verdaderamente él mismo [es decir… Dios]» (p. 180; aquí las

negritas son nuestras).

Fue la «primitiva comunidad cristiana» la que aplicó por primera vez a Jesús

el Salmo 2: «Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado. Pídeme y te daré en

herencia las naciones». Esta aplicación – nos explica Ratzinger – intentaba

expresar solamente la convicción de que «a quien entrevé el significado de la

vida humana, no en el poder y en la auto-afirmación, sino en el radical existir

sólo para los demás, antes bien, demostrando con la cruz que encarna el ser

para los demás, a este – digo – y sólo a este, Dios le dijo: “Hijo mío eres tú; hoy

te he engendrado”» y Ratzinger precisa: «Tú eres mi Hijo; hoy – o sea, en esta

situación [en la cruz] – te he engendrado» y concluye: «La idea del ‘Hijo de

Dios’… entró de esta manera y de esta forma en la interpretación de la cruz y

de la resurrección, basada en el Salmo 2, incluyéndose en la profesión de fe en

Jesús de Nazaret» (pp. 172-173).

Y puede ser suficiente por ahora.

El vuelco

Para Ratzinger, por tanto, Jesús no es Dios porque es Hijo natural de Dios,

nacido del Padre antes de todos los siglos, «engendrado, no creado, de la

misma naturaleza del Padre», porque su Persona comparte ab aeterno la

infinita naturaleza divina y, por tanto, posee sus infinitas perfecciones, sino

que es un hombre que «llegó a coincidir con Dios» en el momento en que, en

la cruz, encarnó el «ser para los otros», el «altruista por antonomasia».

El, por tanto, se distingue de nosotros y de los demás hombres sólo por el

grado de desarrollo humano conseguido y no por el abismo que separa a Dios

del hombre, al Creador de la criatura. La cristología de la Iglesia es rechazada

por Ratzinger como una «triunfalista cristología de la glorificación… una

cristología despectiva que no sabría qué hacer con un hombre [sic!] crucificado

y reducido al rango de siervo, por lo que, en vez de aceptarlo, se crearía

nuevamente un mito ontológico de Dios» (p. 178). A la «cristología de la

glorificación», que crea «un mito ontológico de Dios», Ratzinger opone su

«cristología del servicio», que él afirma encontrar en el Evangelio de San Juan,

y para la cual «Hijo» significaría únicamente «siervo perfecto» (véase pp. 142-

143).

Por el contrario, el hombre Jesús, que, por su servir perfecto, ha llegado a

«coincidir» con Dios, revela al hombre que el hombre es un Dios in fieri y que,

66 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

entre el hombre y Dios, por ello, existe una identidad esencial. Y,

tergiversando incluso a Dante, Ratzinger nos dice que esta sería la

«conmovedora conclusión de la “Divina Comedia” de Dante, en el momento en

que él, contemplando el misterio de Dios, ve con extático arrobamiento su

propia imagen, o sea, un rostro humano, exactamente en el centro de un

deslumbrante círculo de llamas formado por “el amor que mueve el sol y las

demás estrellas» (p. 149).

La confirmación inequívoca

Que este es el pensamiento de Ratzinger es confirmado, una vez más, y de

modo inequívoco, por la concepción de Cristo como «último hombre»

expuesta a partir de la p. 185. Aquí, Ratzinger fuerza otro pasaje de la Sagrada

Escritura (y precisamente a San Pablo), haciendo absoluto caso omiso a que

la exégesis católica, en los pasajes que atañen al dogma debe seguir el sentido

que ha considerado siempre la Santa Madre Iglesia: «… un aspecto totalmente

diferente – escribe – presentan las cosas cuando se entiende la clave de la

argumentación paulina, que nos enseña a comprender a Cristo como el ‘último

hombre’ (eschatos Adam: Icor. 15, 45), es decir, como el hombre definitivo, que

introduce al hombre en su futuro, consistente en el hecho de que él no es

solamente hombre, sino que forma, en cambio, un todo único con Dios» (p.

185, la negrita es nuestra). E, inmediatamente después, bajo el título «Cristo,

el último hombre» prosigue:

«Hemos llegado ahora al punto en el que poder intentar exponer, de manera

resumida, qué intentamos decir cuando afirmamos: “Creo en Jesucristo, Hijo

único de Dios y nuestro Señor”. Tras las consideraciones que hemos realizado

hasta aquí, podemos decir, ante todo, esto: la fe cristiana cree en Jesús de

Nazaret, viendo en él al hombre ejemplar (así, en efecto, se puede traducir

sustancialmente, haciendo entender perfectamente la idea, el arriba citado

concepto paulino de ‘último Adán’) [que, en cambio, quiere decir solamente el

“segundo Adán”, cabeza de la humanidad redimida, en contraposición al

“primer Adán”]. Pero, precisamente en cuanto hombre ejemplar, normativo,

él traspasa los confines de lo humano; sólo así y sólo en virtud de esto, él es

verdaderamente el hombre ejemplar» (pp. 185-186; la negrita es nuestra). Y el

motivo sería este:

«la apertura hacia el Todo, el Infinito, es el componente constitutivo del hombre.

El hombre es verdaderamente tal porque se erige infinitamente alto sobre sí

mismo; y, por consiguiente, es tanto más hombre, cuanto menos está cerrado

en sí mismo, cuanto menos está ‘limitado’. Sin embargo, entonces – repitámoslo

una vez más – el hombre al máximo de su potencialidad, más aún, el

verdadero hombre, es precisamente el que está desvinculado al máximo, el

67 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

que no sólo roza el infinito – ¡el Infinito! – sino que se hace totalmente uno

con él: Jesucristo. En él, el proceso de ‘humanación’ ha alcanzado

verdaderamente su meta» (pp. 186-187; las negritas son nuestras).

El «mérito» de Teilhard

Y, como para disiparnos toda duda tanto sobre su pensamiento como sobre

sus «fuentes» de su «teología», Ratzinger apela al más triste y atrevido de los

«nuevos teólogos», Teilhard de Chardin, el jesuita «apóstata» (R. Valnève):

«Hay que reconocer el mérito de Teilhard de Chardin de haber repensado estas

conexiones en el cuadro moderno del mundo, reorganizándolas de una nueva

manera» (p. 187). Siguen numerosas citaciones textuales de las obras de

Teilhard. A nosotros nos bastará referir la última, que es además la

conclusión:

«el flujo cósmico se mueve “en dirección de un estadio inimaginable, casi

‘monomolecular’…, en el que todo Ego… está destinado a alcanzar su punto de

culminación en una especie de Super-Ego”. El hombre en cuanto ‘yo’ es, sí, un

término: pero la orientación asumida por el movimiento del ser y por su propia

existencia nos lo muestra al mismo tiempo como una figura que se encuadra en

un ‘Super-yo’, el cual no lo extingue, sino que lo abraza; ahora bien, es

solamente en este estadio de unificación donde puede aparecer la forma del

hombre futuro, en la cual el factor humano podrá decirse que habrá alcanzado

su meta [la perfecta “humanación” llamada sólo impropiamente divinización

o “sobrenatural”]» (p. 189). Y este delirio monista-panteísta sería para

Ratzinger – increíble, pero cierto – el contenido de la… ¡cristología de San

Pablo! «Creemos – concluye – que se puede admitir tranquilamente [sic!] que

aquí, sobre la base de la actual concepción del mundo y ciertamente con un

vocabulario de sabor tal vez un tanto demasiado biológico [¡sólo esto!], se

encuentra en sustancia entendida y hecho de nuevo comprensible el

planteamiento de la cristología paulina» (p. 189). E inmediatamente después:

«La fe ve en Jesús al hombre en el que – hablando en términos que derivan del

esquema biológico – es como si resultase ya actuado el próximo salto

evolutivo […]. Por ello, la verdadera fe verá en Cristo el inicio de un

movimiento en el cual la humanidad fragmentada es gradualmente

recompuesta y reabsorbida en el ser del único Adán, en el único ‘cuerpo’

del hombre escatológico. Verá siempre en él la puesta en marcha hacia el

futuro del hombre, en el que este será íntegramente ‘socializado’,

incorporado en una única entidad» (pp. 189-190).

Estamos en el perfecto vuelco de la Fe católica: no es Dios el que se ha hecho

hombre, sino el hombre el que se ha manifestado como Dios en Jesucristo.

68 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Las «fuentes»

¿Cómo ha llegado Ratzinger a semejante vuelco? Nos lo explica el card. Siri

en Getsemani – Riflessioni sul movimiento teologico contemporaneo, Roma,

1980. El «monismo cósmico» o «idealismo antropocéntrico» o

«antropocentrismo fundamental», en el cual Ratzinger disuelve la teología, es

el desemboque obligado del error de de Lubac acerca del sobrenatural

implicado en el natural, con el objetivo de que el «sobrenatural» viene

necesariamente a coincidir con el máximo desarrollo de la naturaleza

humana: «Revelando al Padre – escribe de Lubac – y siendo revelado por él,

Cristo termina de revelar al hombre a sí mismo. […]. Para Cristo, la persona

es adulta, el Hombre emerge definitivamente del universo» (H. de Lubac,

Catholicisme, ed. du Cerf, Paris, 1938, IV ed., 1947, pp. 295-296). Es

exactamente la «cristología» de Ratzinger en embrión. El card. Siri se

pregunta también: «¿Cuál puede ser el significado de esta afirmación? O Cristo

es únicamente hombre, o el hombre es divino» (Getsemani – Riflessioni sul

movimento teologico contemporaneo, p. 56). Nosotros añadimos que el

«sobrenatural» que se explica a partir del natural es también el centro de la

«nueva filosofía» de Blondel, el cual explica el «consortium divinae naturae»,

la participación del hombre de la naturaleza divina como un «restituir, por así

decir, a Dios a Dios en nosotros» (Carta a de Lubac, 5 de abril de 1932).

El error de De Lubac (y de Blondel) – demuestra Siri – madura

posteriormente en K. Rahner S. J., el cual se pregunta si «se puede incluso

intentar ver la unio hypostatica en la línea de este perfeccionamiento absoluto

de lo que existe en el hombre» (citado de Naturaleza y gracia en Getsemani, p.

73). La respuesta positiva, antes que en Ratzinger, se encuentra en el mismo

Rahner, el cual «altera radicalmente el pensamiento y la fe de la Iglesia a

propósito del misterio de la encarnación del Verbo de Dios en Jesucristo como

es expresado en el Evangelio y en la Tradición» (Siri, op. cit., p. 79) y lo altera

exactamente en el sentido en el que lo altera Ratzinger (véase Siri, op. cit., pp.

76 ss.), el cual Ratzinger fue y permanece, no obstante alguna marginal toma

de distancia, discípulo de Rahner (fue también su fiel colaborador durante el

Concilio: véase R. Viltgen, Le Rhin se jette dans le Tibre). En Rahner – escribe

el card. Siri – «aparece claramente una antropología fundamental que, no sólo

concuerda con el pensamiento del P. de Lubac, sino que lo supera de modo que

transforma, en la conciencia de sus adeptos de la nueva teología, artículos de

fe, como, por ejemplo, los de la Encarnación y de la Inmaculada Concepción»

(op. cit., p. 73). Y todavía: «cuando uno piensa y se expresa de modo que se

proponen postulados como el de la identidad de la esencia de Dios y del hombre

[precisamente es el postulado de la “cristología” de Ratzinger], que invierten

la doctrina surgida de la Revelación, no seguimos el filón de la verdad, sino el

69 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

del error [o, más exactamente, de la herejía] […]. He aquí adónde se llega si se

parte de un [erróneo] concepto relativo a un gran misterio, como el misterio

del sobrenatural, artificialmente presentado [por de Lubac y compañía] como

perteneciente a la doctrina de la Iglesia… Unos tras otros, todos los principios,

todos los criterios y todos los fundamentos de la fe han sido puestos en cuestión

y se desmoronan» (op. cit., pp. 74 s. y p. 82).

«Por el camino de la fantasía, del error y de la herejía» la vuelta al

modernismo

El card. Siri se hace eco del padre Garrigou-Lagrange O. P., que ya en 1946,

había resumido así la «cristología» de la «nouvelle théologie»:

«… el mundo material habría evolucionado hacia el espíritu y el mundo

espiritual evolucionaría naturalmente, por así decir, hacia el orden

sobrenatural y hacia la plenitud de Cristo. Así, la Encarnación del Verbo, el

Cuerpo místico y el Cristo universal serían momentos de la Evolución… He aquí

lo que queda delos dogmas cristianos en esta teoría que se aleja de nuestro

Credo en la medida que se acerca al evolucionismo hegeliano» (La nouvelle

théologie où va-t-elle?). Y el gran teólogo dominico había lanzado su grito de

alarma: «¿Dónde va la “nueva teología”? Vuelve al modernismo… por el camino

de la fantasía, del error y de la herejía» (ivi). Ratzinger afirma, repitiendo el

antiguo juego de sus «maestros», que este delirio monista-panteísta, además

de en la «cristología paulina» (interpretada por Teilhard), se podría encontrar

en las «más antiguas profesiones de fe» y en el Evangelio de San Juan (pp. 179

s.) y nos haría «claro» el verdadero «sentido» de los dogmas de Efeso y de

Calcedonia (p. 197). Esta afirmación, sin embargo, además de ser insostenible,

constituye por sí misma otra gravísima herejía. Si fuera así, en efecto,

deberíamos decir que la Iglesia, infalible por promesa divina, tras los primeros

siglos (y hasta la «nueva teología»)… ¡perdió la memoria, olvidando el sentido

de la doctrina de San Pablo, del Evangelio de San Juan, de las más antiguas

profesiones de fe y de los dogmas cristológicos y de la misma divina

Revelación!

La triste realidad es bien distinta: Ratzinger recupera, a menudo literalmente,

como hemos demostrado, a los «maestros» de la «nueva teología» y, con

ellos, abandonada la «filosofía del ser» por la filosofía del «devenir»,

rechazados la Tradición y el Magisterio, camina «tranquilamente» (para usar

un término que le agrada) «por el camino de la fantasía, del error y de la

herejía» volviendo al modernismo, que «en Cristo no reconoce nada más que

un hombre», aunque «de elevadísima naturaleza, como jamás se vio otro ni

jamás se encontrará», y, en cambio, en el hombre ve un Dios, porque «el

principio de la fe es inmanente en el hombre… este principio es Dios» y, por

70 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

tanto, «Dios es inmanente en el hombre»; para algunos modernistas en sentido

panteísta, «lo que es más coherente – escribe San Pío X – con el resto de su

doctrinas» (San Pío X, Pascendi).

Por necesidad (tenemos un sólo artículo que oponer a un libro repleto de

«fantasías», «errores» y «herejías»), hemos limitado nuestra atención a la

«cristología» de Ratzinger. El lector, sin embargo, puede comprender

perfectamente que, alterado este punto fundamental de la teología, todo el

resto resulta alterado: la soteriología (la «satisfacción vicaria» sería ¡sólo una

infeliz invención medieval de San Anselmo de Aosta!), la mariología (la

concepción virginal queda en la niebla y de maternidad divina, ni siquiera se

habla) y, sucesivamente, todos los artículos del Credo, que Ratzinger ilustra

en su Introducción al Cristianismo, que más propiamente debería titularse

Introducción a la apostasía.

El Prefecto

¿Ha desmentido quizá el Prefecto Ratzinger al teólogo Ratzinger? Todo lo

contrario. Sus obras «teológicas», comprendida la Introducción al

Cristianismo, continúan siendo reeditadas inmutadas; el prefecto Ratzinger

nunca ha considerado deber corregir o retractar nada. Sobre sus obras

«teológicas» podrán continuar formándose otras «generaciones de clérigos»,

que ignorarán la teología católica e tergiversarán las más elementales

verdades de Fe católica.

El prefecto Ratzinger hace más todavía: tiene bajo su patrocinio y colabora

oficialmente en la revista Communio, órgano de prensa de «los que piensan

que han vencido», de la cual Communio fue fundador junto a de Lubac y von

Balthasar. El 28 de mayo de 1992, Ratzinger, seguro de su prestigio de

Prefecto para la Fe, pudo celebrar su vigésimo aniversario nada menos que

en Roma, en el aula magna de la Gregoriana, ante una numerosa audiencia de

cardenales y de profesores de las facultades teológicas romanas. Communio

es editada en varias lenguas, y, bajo el patrocinio del Prefecto para la Fe,

indica oficiosa, pero claramente, al Clero de los diferentes Países, la línea

deseada por «Roma»: la de Blondel, de de Lubac y de von Balthasar, el

«camino de la fantasía, del error y de la herejía» (la «tela de araña» la llamó 30

Giorni, diciembre de 1991, sin darse cuenta, sin embargo, de la exactitud del

término).

El «juego de roles»

¿Es acaso casualidad, además, que los colaboradores de Communio hayan ido

ocupando poco a poco las sedes episcopales que quedan vacantes? Il Sabato

(6 de junio de 1992), en un artículo que celebraba los veinte años de

Communio, escribía:

71 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

«Han pasado veinte años. Communio ha vencido su partida. Al menos desde el

punto de vista de la batalla por la hegemonía eclesiástica. A los tres teólogos

“disidentes” que, aquella noche, en la via Aurelia, bautizaron la idea, la Iglesia

les ha concedido el premio de mayor prestigio: el capelo cardenalicio.

Pero ha habido gloria para todos. ¡Los mejores colaboradores de Communio han

sido promovidos a obispos! Los alemanes Karl Lehmann y Walter Kasper, el

italiano Angelo Scola, el suizo Eugenio Corecco, el austriaco Christoph

Schönborn, el francés André-Jean Léonard, el brasileño Karl Romer. Un ejército

de obispos-teólogos, cuyo influjo en la Iglesia va mucho más allá de la respectiva

jurisdicción diocesana. Verdadera think tank de la Iglesia de Karol Wojtyla».

¿Y acaso es casualidad que, en cambio, «las cátedras teológicas son

hegemonizadas por los colegas de “Concilium”»? (30 Giorni, diciembre de 1991).

¿Acaso no es el prefecto Ratzinger el que no les molesta ni les castiga? ¿Y no

corresponde perfectamente todo esto al concepto modernista de la

autoridad, expuesto por San Pío X en la Pascendi y encontrado por nosotros

en labios de mons. Montini, en el coloquio con Jean Guitton (véase sì sì no no,

15 de marzo de 1993, p. 3)? Para los modernistas – explica San Pío X – la

evolución doctrinal en la Iglesia «es como el resultado de dos fuerzas que se

hacen la guerra, de las cuales una es progresiva y la otra conservadora» y el

ejercicio de la fuerza conservadora «es el propio de la autoridad religiosa»,

mientras que a la fuerza progresiva le corresponde estimular la evolución. Es,

por tanto, lógico, según la lógica modernista, que los ultraprogresistas de

Concilium y los «moderados» de Communio se hayan repartido las tareas: a

los colaboradores de Concilium, como «fuerza progresiva», las

Universidades, el campo de la «investigación» teológica, la «hegemonía»

cultural, y a los colaboradores de Communio, como «como fuerza

conservadora», la autoridad religiosa, la «hegemonía eclesiástica». Ninguna

ilusión, por tanto: actualmente no hay ninguna lucha entre «católicos

liberales» y «católicos conservadores»; los «conservadores», o sea, los

católicos tout court, han sido eliminados del cuadro eclesiástico oficial; la

lucha es entre modernistas que sacan hasta el extremo las conclusiones de

sus erróneos principios y modernistas «moderados», y no se trata de

verdadera lucha, sino de escaramuzas o, más exactamente, de un «juego de

roles».

Roma, ocupada por los «nuevos teólogos»

Como elemento impulsor del carro de la «nueva teología», el prefecto

Ratzinger ha llenado Roma de «nuevos teólogos» y, especialmente, la

Congregación y las Comisiones presididas por él. De este modo, encontramos

«promoviendo la sana doctrina», bajo la prefectura del card. Ratzinger, en la

72 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Congregación para la Fe, a un obispo Lehmann, que niega la Resurrección

corpórea de Jesús (pero, también para Ratzinger, Jesús es «el que murió en la

cruz y resucitó a los ojos de la fe [sic!]», p. 172), un Georges Cottier O. P., «gran

experto» en masonería y «fautor del diálogo entre la Iglesia y las Logias», un

Albert Vanhoye S. J., para el cual «Jesús no era sacerdote» (pero ni siquiera lo

es para Ratzinger ni para su «maestro» Rahner), un Marcello Bordoni, para el

cual permanecer anclados al dogma cristológico de Calcedonia es un

intolerable «fixismo» (pero también lo es para Ratzinger; véase para

Lehmann, sì sì no no, 15 de marzo de 1993, para Cottier, 29 de febrero de 1992,

para Vanhoye, 15 de marzo de 1987, para Bordoni, 15 de febrero de 1993).

Del mismo modo, en la Pontificia Comisión Bíblica, resurgida de su largo

letargo y de la cual el prefecto Ratzinger es ex officio Presidente, se han

sucedido como Secretarios un Henri Cazelles, sulpiciano, pionero de la

exégesis neomodernista, cuya Introduction à la Bible fue, en su tiempo, objeto

de censura por parte de la Congregación romana para los Seminarios (véase

sì sì no no, 30 de abril de 1989), y además también el arriba alabado Albert

Vanhoye S. J., mientras que entre los miembros encontramos a un Gianfranco

Ravasi, que hace estrago públicamente de la Sagrada Escritura y de la Fe, y

un Giuseppe Segalla, que niega a Juan su Evangelio y divulga el criticismo más

avanzado (véase sì sì no no, a. IV, n. 11, p. 2).

Del mismo modo, en la comisión teológica internacional, de la que Ratzinger

es Presidente y cuyos miembros son elegidos a propuesta suya, figuran entre

otros, el obispo Walter Kasper, para el cual los textos evangélicos «en que se

habla de un Resucitado que es tocado con las manos y que come con los

discípulos» son «afirmaciones más bien groseras… que corren el peligro de

justificar una fe pascual demasiado burda» (pero tampoco a Ratzinger le

agrada una «descripción grosera y corpórea de la resurrección»: véase

Introduzione al Cristianesimo, p. 252; para Kasper, véase Gesù, il Cristo,

Queriniana, Brescia, VI ed., p. 192), el obispo Christoph Schönborn O. P.,

secretario redaccional del nuevo «Catecismo» y que, en el primer aniversario

de la muerte de von Balthasar, celebró su super-Iglesia ecuménica, la

«Catholica» no católica, en la iglesia de Santa María en Basilea (véase H. U.

von Balthasar. Figura e Opera, ed. Piemme, pp. 431 ss.), el obispo André-Jean

Léonard, «hegeliano… Obispo de Namur, responsable del Seminario de Saint

Paul a donde Lustiger envía a sus seminaristas [¡todo queda en familia!]» (30

Giorni, diciembre de 1991, p. 67), etc., etc.

Con y sin discreción

¿Qué decir, además, de los modos más «discretos», pero no menos eficaces,

con los que el prefecto Ratzinger promueve la «nueva teología»? ¿Walter

73 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Kasper es elegido Obispo de Rottenburg-Stuttgart? Su «viejo colega»

Ratzinger le escribe: «Para la Iglesia católica, en un periodo turbulento, Usted

es un don precioso» (30 Giorni, mayo de 1989). ¿Urs von Balthasar muere la

noche antes de recibir la «merecida honorificencia del cardenalato»? El

prefecto Ratzinger pronuncia personalmente el sermón fúnebre en el

cementerio de Lucerna, señalando al difunto como un teólogo «probatus»:

«lo que el Papa – dice – quería expresar con este gesto de reconocimiento, más

aún, de honor, sigue siendo válido: no ya solamente individuos privados, sino la

Iglesia, en su responsabilidad ministerial oficial [sic!] nos dice que él fue un

auténtico maestro de fe, un guía seguro hacia las fuentes del agua viva, un

testimonio de la Palabra, del cual podemos conocer a Cristo, conocer la vida»

(citado en H. U. von Balthasar. Figura e Opera, a cargo de Lehmann y Kasper,

ed. Piemme, pp. 457 s.).

El prefecto Ratzinger, además, patrocina en primera persona la apertura en

Roma de un «centro de formación para candidatos a la vida consagrada»,

formación «inspirada en la vida y en las obras de Henri de Lubac, Hans Urs von

Balthasar y Adrienne von Speyr» (30 Giorni, agosto-septiembre de 1990).

Finalmente, y para contener dentro de los límites de lo necesario nuestro

tema, el prefecto Ratzinger presentó a la prensa la «Instrucción sobre la

vocación eclesial del teólogo», subrayando que este documento «afirma –

quizá por primera vez con esta claridad – que existen decisiones del magisterio

que no pueden ser una última palabra sobre la materia en cuanto tal, sino que,

en un anclaje sustancial en el problema, son ante todo también una expresión

de prudencia pastoral, una especie de disposición provisional»

(L’Osservatore Romano, 27 de junio de 1990, p. 6) y puso como ejemplo de

«disposiciones provisionales» hoy «en los detalles de sus determinaciones de

contenido… superadas»: 1) las «declaraciones de los Papas del pasado siglo sobre

la libertad religiosa»; 2) las «decisiones antimodernistas del inicio de este siglo»;

3) las «decisiones de la Comisión bíblica de aquel tiempo»: en resumen: los tres

baluartes puestos por los Romanos Pontífices contra el modernismo en

campo social, doctrinal y exegético.

¿Es necesario añadir algo más para demostrar que el prefecto Ratzinger está

en perfecta sintonía con el «teólogo» Ratzinger? Sí, debemos añadir que Elio

Guerriero, jefe de redacción de Communio, está perfectamente de acuerdo

con nosotros en este punto. Ilustrando el victorioso avance de la «nueva

teología» en Jesus, abril de 1992, escribía: «Siempre se subraya en Roma el

trabajo desarrollado por Joseph Ratzinger tanto como teólogo como como

prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe». Tras lo cual, del

«restaurador» Ratzinger no queda sino el mito.

74 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

El mito del «restaurador»

Cómo pudo nacer este mito (si ha sido alimentado después artificialmente es

otro tema) no es difícil de comprender.

En el Prólogo a la Introduzione al Cristianesimo, por ejemplo, Ratzinger

escribe:

«El problema de saber exactamente cuál es el contenido y el significado de la fe

cristiana está hoy envuelto por un nebuloso halo de incertidumbre, que es denso

y espeso como quizá nunca antes de ahora lo fue en la historia». Y esto porque

«quien ha seguido, al menos un poco, el movimiento teológico del pasado

decenio y no pertenece al ejército de aquellos descerebrados que consideran

siempre y sistemáticamente lo nuevo como automáticamente mejor», se

pregunta preocupado si «nuestra teología… ¿no ha dado interpretaciones

progresivamente descendientes de la pretensión de la fe que a menudo se recibió

de manera sofocante? ¿Y no se tiene la impresión de que tales interpretaciones

han suprimido tan pocas cosas que no se ha perdido nada importante, y al

mismo tiempo tantas, que el hombre siempre se ha atrevido a dar un paso más

hacia adelante?» (p. 7).

¿Qué católico, que ame a la Iglesia y sufra por la actual crisis, no suscribiría

semejantes afirmaciones? Ya en este Prólogo, que ha permanecido inmutado

desde 1968, se encuentra lo suficiente para crear en torno a Ratzinger el mito

del «restaurador». ¿Pero qué opone Ratzinger a la progresiva demolición de

la Fe perpetrada por la teología contemporánea? Opone la… absolución

global de la misma teología de la cual – afirma él – «no se puede afirmar…

honestamente que… tomada en su conjunto, haya tomado un rumbo de este

tipo». Y opone sobre todo, como corrección, el mismo repudio de la Tradición

y del Magisterio, por el cual la teología de los últimos decenios ha llegado a

envolver «el contenido y el significado de la fe cristiana» en un «nebuloso halo

de incertidumbre… denso y espeso como quizá nunca antes de ahora lo fue en

la historia». La deplorada tendencia cada vez más reductiva de dicha teología,

en efecto, según Ratzinger, «no podrá remediarse obstinándose en permanecer

unido sólo al noble metal de las fórmulas fijas vigente en el pasado, que sigue

siendo, a fin de cuentas, [no pronunciamientos solemnes del Magisterio, sino]

un montón de metal: un peso que carga las espaldas, en vez de favorecer, en

virtud de su valor, la posibilidad de alcanzar la verdadera libertad [que viene

de este modo a tomar subrepticiamente el lugar del a verdad]» (p. 8). Que,

después, esta premisa lleve, de la misma manera, «seguramente» allí a donde

ha llegado la «teología» contemporánea parece escapársele a Ratzinger. Sin

embargo, su entero libro lo demuestra. Ya San Pío X advertía que no todos

75 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

los modernistas eran capaces de sacar de sus erróneas premisas sus

irremediablemente inevitables conclusiones (véase Pascendi).

Ratzinger es siempre así: a los excesos de los cuales toma (a menudo con

bromas felizmente cáusticas) distancia, no opone nunca la verdad católica,

sino un error aparentemente más moderado y que, irremediablemente en la

lógica del error, lleva a las mismas devastadoras conclusiones.

Como se expresa él mismo en Rapporto sulla Fede, Ratzinger como

«equilibrado progresista» es partidario de una «evolución tranquila de la

doctrina» sin «huidas solitarias hacia delante», pero también «sin nostalgias

anacronistas» por un «pasado irremediablemente pasado», es decir, por la Fe

católica dejada «tranquilamente» a sus espaldas (pp. 14-15-29). Si no le agrada

el progresismo avanzado, a Ratzinger tampoco le agrada la Tradición católica:

«Es al hoy de la Iglesia al que debemos permanecer fieles, no al ayer o al

mañana» (Rapporto sulla Fede, p. 29; las cursivas se encuentran en el texto).

Es por esto por lo que el católico, que tiene fe y ama a la Iglesia, podrá

suscribir algunas afirmaciones críticas de Ratzinger (y también del último de

Lubac y de von Balthasar), pero, si examina qué propone el pretendido

«restaurador» en el lugar de los deplorados «abusos», no podrá suscribir ni

siquiera una línea. Además, porque la pendiente es exactamente la misma y,

aunque dulcemente, conduce al mismo repudio total de la divina Revelación,

es decir, a la apostasía. Las obras del «teólogo» Ratzinger lo demuestran

incontestablemente.

76 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

VIII

El papado de Karol Wojtyla,

tiempo de prueba gravísima para la Iglesia

Una prueba enorme

¿Y si un «nuevo teólogo» se sienta en la cátedra de Pedro? Indudablemente

la prueba infligida a la Iglesia en tal caso es sin igual. Por muchos motivos.

Ante todo, porque, tratándose de neomodernismo, los errores teológicos

personales del Papa «no ponen ya el hacha a las ramas o a los brotes, sino a la

raíz misma, esto es, a la fe y a sus fibras más profundas» (San Pío X, Pascendi).

Además, estos errores «teológicos» están destinados a influenciar

profundamente al mundo católico: el católico está acostumbrado a pensar

que la fe personal del Papa se identifica con la de la Iglesia y, en el mundo

católico como en ninguna otra sociedad, es verdadero el dicho de que ad

instar Principis totus componitur orbis, todos se ajustan al comportamiento

del que se sienta en el solio de Pedro. Por esto, un Papa puede imponer de

facto, sin ninguna imposición formal, una orientación herética dentro del

curso eclesial. Lo hemos visto con la acción «discreta» del papa Montini en

favor del neomodernismo o «nouvelle théologie».

La prueba, por tanto, es enorme, pero no insuperable. Procedamos por

grados.

Karol Wojtyla, «nuevo teólogo»

Si el papa Montini fue un admirador entusiasta de los «nuevos teólogos», Juan

Pablo II es personalmente cultor de la nueva «teología». Lo demostró el

teólogo alemán Johannes Dörmann, apenado por la iniciativa de Asís, en un

estudio sereno, objetivo y científico sobre los escritos de Karol Wojtyla: El

cammino teologico di Giovanni Paolo II verso Assisi.

El libro, que se propone ser el primer volumen de una trilogía, examina la

«teología» que inspiró la iniciativa ecuménica de Asís y demuestra que esta

«teología» está ya presente en los textos de Wojtyla, profesor, obispo y

cardenal. El autor se propone demostrar además que la misma «nueva

teología» constituye el núcleo central de las encíclicas doctrinales de Juan

Pablo II (segundo volumen) y es la fuente inspiradora de sus viajes pastorales

a Africa y a Asia (tercer volumen). Nosotros resumiremos aquí brevísima y

libremente el contenido del primer volumen, que es fundamental y suficiente

para nuestro fin. Lo resumiremos teniendo presente la edición en lengua

francesa, a cargo de Fideliter (112 route du Waldeck – 57230 Eguelshardt,

77 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Francia), en la cual el título original alemán ha sido traducido así: La extraña

teología de Juan Pablo II y el espíritu de Asís.

El error central de la «teología» de Karol Wojtyla, error que está en la base de

su ecumenismo y, por tanto, de la iniciativa de Asís, es este: no sólo Cristo ha

muerto por todos los hombres (como enseña la Iglesia católica), sino que (y

aquí está la novedad) todo hombre, «lo sepa o no, lo acepte o no en la fe», (K.

Wojtyla, Segno di Contraddizione, Milano, 1977, cap. 11 [trad. en castellano:

Signo de Contradicción, BAC, Madrid, 1979) está, originalmente desde su

nacimiento, en un estado de redención efectiva, aunque inconsciente. Y esto

vale para todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares.

Esta tesis contradice la Sagrada Escritura, la Tradición, el dogma de la Iglesia

y, a juicio de Dörmann, no tiene una base sólida ni siquiera en los textos del

Concilio. Por el contrario, conecta con la «nueva teología», que afirma la

salvación incondicionada de todos los hombres, la redención universal, no ya

sólo objetiva, sino también subjetiva: no sólo todos pueden salvarse, sino que

todos, de hecho, ya están salvados (piénsese en el «el infierno existe, pero está

vacío» de von Balthasar).

De esta «nueva» concepción de la redención subjetiva o justificación

universal brotan una «nueva» eclesiología, un nuevo concepto de Revelación

y de Fe.

Una «nueva» eclesiología

Si el Hijo de Dios, como quiere el «teólogo» Wojtyla, por su Encarnación, se

ha unido a «todo hombre», si la «existencia en Cristo» es la «dimensión»

religiosa de todo hombre, si «cada hombre concreto, histórico» desde el

primer instante de su existencia, «lo quiera o no, lo acepte o no» (y, por tanto,

independientemente de la fe y del bautismo), está unido sobrenaturalmente

a Cristo, se sigue:

1) que todo hombre pertenece de algún modo a la Iglesia;

2) que la Iglesia coincide con la humanidad entera, la cual forma con Cristo

un organismo, por así decir, naturalmente sobrenatural.

Como es evidente, la noción de Iglesia resulta esencialmente modificada y la

distinción entre naturaleza y gracia, entre Iglesia y humanidad, radicalmente

anulada. Como querían precisamente – añadimos nosotros – Blondel y de

Lubac, que, contra el pensamiento de la Iglesia, juzgaban dicha distinción un

«dualismo» intolerable, que debía «superarse» a toda costa.

78 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Una «nueva» noción de Revelación

La Iglesia y la humanidad, por tanto, según la «nueva teología» de Juan Pablo

II, no son distinguibles en su ser profundo porque este «ser profundo» es la

misma «existencia en Cristo», pero se distinguen sólo en el grado de

conciencia que poseen de este ser profundo suyo (es sustancialmente la tesis

de los «cristianos anónimos» de K. Rahner S. J. y de los «cristianismos

anónimos» de von Balthasar). Y aquí emerge una «nueva» noción de

Revelación. Nuestro Señor Jesucristo no habría hecho otra cosa sino

«manifestar plenamente el hombre a sí mismo», no ya manifestándole, como

enseña la Iglesia católica, su estado original de pecador y, por tanto, su radical

necesidad de redención, que debe conseguir mediante la fe y el bautismo,

sino manifestando al hombre su original estado de inconsciente, pero

efectiva redención, su estado naturalmente «sobrenatural». Es sólo esta

conciencia, en efecto, lo que distingue al cristiano del «no cristiano». Esta

«revelación» exterior de Cristo es secundaria y no estrictamente necesaria

porque puede existir, más aún, existe necesariamente también una

revelación interior, común a todos los hombres (fieles e infieles) y a todas las

religiones (no distinguibles ya, por esto, entre verdadera y falsas).

Una «nueva» noción de fe

De este modo, la «fe» es sólo un tomar conciencia de lo que preexiste en el

hombre, del innato, original «sobrenatural» implícito en la naturaleza

humana, y esta toma de conciencia puede suceder, sí, gracias a la revelación

de Cristo, pero puede suceder, más aún, sucede necesariamente de algún

modo, también en la «fe» de los «cristianos anónimos» (no ya, por esto,

infieles) y en los mismos «cristianismos anónimos» (no ya, por esto, falsas

religiones).

La «teología» de Asís

De aquí el «irreversible» diálogo ecuménico, que – añadimos nosotros – es la

«nueva» noción de misión; de aquí la iniciativa de Asís, cuyo «espíritu» está

precisamente en la «nueva teología» de Karol Wojtyla.

«La redención universal subjetiva es la base común… Todas las religiones

encierran verdaderas revelaciones, conocimientos y experiencias de Dios. La fe

abraza a los “creyentes” de todas las religiones. La fe es la fe de la humanidad…

La “revelación ofrecida a los hombres en Cristo”, la fe cristiana, sin embargo,

es… la fe que explicita verdadera y definitivamente el “misterio del hombre”, la

“existencia en Cristo” [de aquí la referencia a Cristo en el discurso final de

Juan Pablo II en Asís]. Esta “oferta” no es, sin embargo, en absoluto necesaria

para la salvación, ni única ni exclusiva. También en las demás religiones, se

encuentran revelación, fe y experiencia de Dios. Sobre la base de la libertad

79 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

religiosa, el diálogo interreligioso, intercambio fraterno de experiencias

religiosas en vista de un enriquecimiento recíproco, es el camino dorado que

conduce a la paz religiosa» (Dörmann, op. cit., pp. 150-151). Hasta aquí

Dörmann, a cuyo libro, por motivos de brevedad, nos vemos obligados a

remitir para la relativa documentación.

Vuelta al modernismo

Es innegable que, con la «nueva teología» del papa Wojtyla, nos encontramos

de nuevo en el modernismo, que reduce la fe (y la misma divina Revelación o

al menos su principio) al sentimiento y a la experiencia religiosa: al

«aparecerse, aunque confuso, que Dios concede a las almas en este mismo

sentimiento religioso» (se comprende así también el favor concedido por Juan

Pablo II a los actuales movimientos eclesiales, todos más o menos

carismáticos, fundados en el sentimiento); se sigue de ello la abolición de toda

diferencia entre religión natural y religión sobrenatural y, la equiparación de

todas las religiones, que pueden llamarse todas al mismo tiempo naturales y

sobrenaturales (San Pío X, Pascendi). El Cristianismo, como las demás

religiones surgidas del subconsciente de un «genio» religioso, habría surgido,

no del Cielo, sino de la subconsciencia religiosa de Cristo, «hombre de

elevadísima naturaleza, como nunca se vio ni nunca se verá», y de la primitiva

comunidad cristiana (ivi). La Revelación se reduce a la toma de conciencia

por parte del hombre de su relación íntima con Dios y es común a todas las

religiones. La Revelación cristiana fue la toma de conciencia de dicha relación

por parte del hombre Jesús; en las demás religiones, por parte de Buda,

Mahoma, etc., etc. En cuanto a la Tradición, no es, como enseña la Iglesia, la

transmisión de verdades reveladas por Dios, sino el renovarse de esta

experiencia religiosa íntima y subjetiva en cada individuo particular a lo largo

de todo el arco de las sucesivas generaciones y, en este sentido, es una

Tradición viva (ivi). Por consiguiente, «los modernistas no niegan, antes bien,

conceden, algunos veladamente, otros muy abiertamente, que todas las

religiones son verdaderas… Como mucho, en el conflicto entre religiones

diferentes, los modernistas podrán sostener que la católica tiene más verdad»,

dada la «elevadísima naturaleza» de Cristo y «que se deba indicar al hombre

que todavía no cree, escondido en él, el mismo germen que hubo en la conciencia

de Cristo y transmitido por Cristo a los hombres» (ivi). «El estudio de la

antropología – escribía Tyrrel, corifeo inglés del modernismo – nos impide

afirmar… que Dios no se revele progresivamente, en la vida moral y social de

cada alma, aunque sobre todo en la de Cristo, en la vida de todas las religiones…,

aunque sobre todo en la vida del Cristianismo… la religiosidad del futuro será

el resultado de la reflexión inductiva sobre las formas pasadas y presentes de la

religión, de un examen de ellas en cuanto están inspiradas por la Luz de la

80 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Verdad que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, y en cuanto

representan, cada una de manera especial, el esfuerzo del Divino Espíritu de

hacerse inteligible en el hombre en armonía con los demás grados de su

desarrollo moral, mental y social» (Rinnovamento, julio-agosto de 1907, Per la

sincerità). Es exactamente este el «espíritu de Asís» y el resorte secreto de los

continuos viajes «pastorales» de Juan Pablo II en Asia y Africa (incluido el

encuentro con los brujos Vudús): «Si voy recorriendo el mundo, para

encontrarme con hombres de todas las civilizaciones y religiones, es porque

confío en las semillas de sabiduría que el Espíritu suscita en las conciencias de

los pueblos: de ahí brota el verdadero recurso para el futuro humano de nuestro

mundo» (Discurso de Juan Pablo II a los jóvenes en Ravena, 11 de mayo de

1986, citado en Tutte le encicliche dei sommi Pontefici, ed. dall’Oglio, p. 1821).

Los «maestros»

¿Por qué camino llegó el «teólogo» Wojtyla al modernismo? Por el camino de

la nouvelle Théologie.

Hoy, los que «piensan que han vencido» son menos cautelosos que en otros

tiempos y, por esto, en una de las intervenciones inaugurales del «Centre

d’Archives Maurice Blondel» en la Universidad (que fue) católica de Lovaina

(¿acaso no han «vencido»?) leemos con toda claridad que para Blondel «el

sobrenatural no es una naturaleza sobreañadida [¿y cuándo ha enseñado esto

la Iglesia?], sino que es fundamentalmente la liberación de toda la naturaleza

[y, por tanto, en cuanto parte integrante de la naturaleza, el sobrenatural es

natural], la participación [¿creada o increada?] en la libertad divina» (Centre

d’Archives Maurice Blondel, Journées d’inauguration – 30-31 mars 1973 –

Textes des interventions, p. 49).

Esta alteración de la fundamental noción católica del sobrenatural, alteración

sostenida pertinazmente también por de Lubac, lleva necesariamente allí a

donde ha llegado la «nueva teología» de Juan Pablo II: a la abolición de toda

distinción entre naturaleza y gracia (si el sobrenatural está implícito en la

naturaleza humana, todos los hombres están, por ello, en estado de gracia,

«lo sepan o no, lo acepten o no por fe») y, por consiguiente, a la herejía de la

redención universal subjetiva, a la identificación de la humanidad con la

Iglesia, a la deformación de la noción de Revelación y de fe, y así

sucesivamente. Ya para de Lubac, por ejemplo, el sobrenatural implicado en

la naturaleza humana y que a partir de ella, por ello, se explica, hace de la

Revelación de Cristo un hecho secundario, accesorio: «deriva de ello – escribe

– que, en sentido estricto, no habría necesidad para el hombre de otra

revelación para conocer a su Dios: fuera de toda intervención sobrenatural, esta

“revelación natural” sería suficiente» (Sulle vie di Dio, p. 21). Y puede bastar

81 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

para comprender que la «nueva teología» pone realmente el hacha, no «a las

ramas o a los brotes, sino a la raíz misma, esto es, a la fe y a las fibras más

profundas de ella» (San Pío X, Pascendi).

La autoridad pontificia puesta al servicio de la «nueva teología»

La iniciativa ecuménica de Asís bastaría, por sí sola, para demostrarlo. No

obstante, dada la gravedad de cuanto vamos afirmando, mencionaremos aquí

otros hechos, cuyo conjunto es suficiente para eliminar toda duda restante.

Ya en el centro de la encíclica inaugural del pontificado de Juan Pablo II

(Redemptor Hominis) aparece la tesis de la redención universal subjetiva, que

el papa Wojtyla lee en la Gaudium et Spes 22, en cuya redacción colaboró

durante el Concilio: «El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en

cierto modo, a todo hombre» (la negrita corresponde a la cursiva del texto

original; véase Tutte le encicliche dei Sommi Pontefici, dall’Oglio, ed.). Y hoy,

como para demostrar inmutada la inspiración del pontificado de Juan Pablo

II, Christoph Schönborn, desde L’Osservatore Romano, nos advierte de que el

«texto-clave» del nuevo «Catecismo» es precisamente y siempre la Gaudium

et Spes 22 (L’Osservatore Romano, 12 de enero de 1993).

Sobre los viajes de Juan Pablo II ya hemos hablado. Todas las iniciativas

ecuménicas y los discursos del actual pontificado encuentran su fundamento

y su explicación, no en la doctrina católica, sino en la «nueva teología»

ilustrada más arriba: todo está centrado en el hombre y en su desarrollo

integral, que comportaría también, de por sí, la toma de conciencia del

sobrenatural inmanente en cada hombre independientemente de la fe y del

bautismo: «lo sepa o no, lo acepte o no por fe».

Si Pablo VI hizo alabar a Teilhard de Chardin como clausura del VI Congreso

tomista internacional, Juan Pablo II ha hecho todavía más: el 12 de mayo de

1981, con ocasión del centenario del nacimiento del jesuita monista-

panteísta, la Secretaría de Estado envió «en nombre del Santo Padre» una

carta altamente laudatoria al rector del Institut Catholique de París. En ella se

exalta «el estupendo eco de sus [de Teilhard] investigaciones, junto con la

irradiación de su personalidad y la riqueza de su pensamiento», se le define

«un hombre tomado por Cristo en lo profundo de su ser, atento a honrar al

mismo tiempo la fe y la razón, respondiendo en esto, como anticipadamente, al

llamamiento de Juan Pablo II: “No tengáis miedo, abrid, abrid de par en par las

puertas a Cristo, los inmensos espacios de la cultura, de la civilización, del

desarrollo”». Un precursor, en resumen, del pontificado de Wojtyla (véase

L’Osservatore Romano, 10 de junio de 1981 y sì sì no no, 15 de junio de 1981).

82 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Y sin embargo, a penas 20 años antes, el Santo Oficio había emanado contra

Teilhard un Monitum, que, aun siendo blando (estamos bajo Juan XXIII y la

influencia de Montini se hace sentir), declara que sus obras «rebosan de tanta

ambigüedad, más aún, de graves errores, que ofenden la doctrina católica». Y

siempre en la misma e inmutada línea, recientemente, el 11 de febrero de 1993,

Juan Pablo II envió – esta vez firmado por él – un mensaje público al arzobispo

de Aix para celebrar el centenario de la publicación de L’Action de Blondel:

«recordando la obra – escribe – pretendemos, ante todo, rendir honor a su

autor, que, en su pensamiento y en su vida, supo hacer coexistir la crítica más

rigurosa y la investigación filosófica más valiente con el catolicismo más

auténtico, bebiendo de las fuentes de la tradición dogmática, patrística y

mística» (L’Osservatore Romano, 12 de mayo de 1993, p. 5). Es la ratificación

póstuma de la herética pretensión de Blondel (y después de de Lubac) de

haber descubierto, después de dos mil años, el «cristianismo auténtico»

(véase sì sì no no, 15 de febrero de 1993, p. 3). No es suficiente. De Blondel

hemos documentado su obstinado desprecio por el Magisterio de la Iglesia y

hemos recordado sus «repensamientos», es decir, sus intentos, que no

convencieron a nadie, de «explicar» en sentido ortodoxo su propio

pensamiento con el fin de no incurrir en incómodas y retardadoras censuras

(véase sì sì no no, 31 de enero de 1993). Pero Juan Pablo II, en su carta elogia

«su valor como pensador, unido a una fidelidad y a un amor indefectibles hacia

la Iglesia» y propone a los «filósofos y a los teólogos actuales» el ejemplo de

Blondel, que «continuó su obra explicando incansable y obstinadamente [sic!]

su pensamiento, sin renunciar a su inspiración» (véase L’Osservatore Romano,

cit.).

La glorificación de los «padres» de la «nueva teología» y el tácito repudio de

la Humani Generis

Bajo el pontificado del papa Wojtyla, los demás padres fundadores de la

«nueva teología» pudieron recoger su parte de gloria en vida además de

muertos. El 2 de febrero de 1983, Juan Pablo II creaba cardenal a de Lubac, en

ese momento casi octogenario. Era una rehabilitación de hecho,

absolutamente injustificada y una igualmente injustificada desautorización

de hecho de la Humani Generis de Pío XII. Era también una señal cierta de la

«nueva» orientación teológica del nuevo Papa. «Se nos ha preguntado a

menudo por qué el sacerdote Wojtyla, que realizó en Roma sus estudios

teológicos bajo Pío XII, no se ha referido seguidamente casi nunca a las

enseñanzas doctrinales de aquel gran Papa. Es que él había elegido

teológicamente a de Lubac contra Pío XII. Esto se comprende mejor hoy»,

escribió en aquella ocasión el diario parisino Present (7 de enero de 1983). En

1991, de Lubac murió y L’Osservatore Romano (5 de septiembre de 1991)

83 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

incluyó en primera página los dos telegramas enviados respectivamente por

Su Santidad Juan Pablo II al card. Lustiger, Arzobispo de París, y al General de

la Compañía de Jesús, con ocasión de la muerte del «venerado» cardenal.

En el primer telegrama se lee: «Acordándome del largo y fiel servicio realizado

por este teólogo, que supo recoger lo mejor de la tradición católica en su

meditación sobre la Iglesia y el mundo moderno, ruego con fervor a Cristo

Salvador que le conceda la recompensa de su paz eterna».

Y en el segundo telegrama:

«En el curso de los años, había apreciado vivamente la vasta cultura, la

abnegación y la probidad intelectual que hicieron de este religioso ejemplar

un gran servidor de la Iglesia, notablemente con ocasión del Concilio Vaticano

II».

Seguía, en la p. 6, el curriculum y el perfil del desaparecido, trazados por la

Redacción de L’Osservatore Romano, que repetidamente (8 y 11 de

septiembre) volvía a alabar la memoria del «padre» de la «nouvelle théologie»,

condenada por Pío XII en la Humani Generis.

Urs von Balthasar, recogió en vida la gloria de parte del papa Wojtyla, no sólo

para sí mismo, sino también para la que él mismo define su «mitad» teológica:

Adrienne von Speyr. En 1985, publicitado por L’Osservatore Romano, se

celebró en Roma un simposio sobre la «mística» Adrienne y von Balthasar en

el Prólogo de Il nostro compito (Jaca Book), nos hace saber que fue el

cumplimento de un «deseo expresado en 1983 por el Santo Padre». El mismo

von Balthasar es creado cardenal, pero muere en la víspera de la «merecida

honorificencia» (Ratzinger). Sin embargo – dirá el mismo Ratzinger en la

homilía fúnebre – «lo que el Papa quería expresar con este gesto de

reconocimiento, más aún, de honor, sigue siendo válido». ¿Cómo discutirselo?

Es un hecho, sin embargo, que el gesto de reconocimiento, más aún, de

honor, fue a la pseudoteología de un pseudoteólogo que anduvo «por el

camino de la fantasía, del error y de la herejía» (véase sì sì no no, 28 de febrero

de 1993; para la homilía de Ratzinger, véase H. U. von Balthasar – Figura e

Opera, p. 541).

La hegemonía de los «nuevos teólogos»

En 1981, Juan Pablo II nombró al «nuevo teólogo» alemán Joseph Ratzinger

Prefecto de la Congregación para la Fe y recientemente lo ha confirmado en

el cargo todavía por un tercer lustro. Es otro significativo «gesto de

reconocimiento» a la «nueva teología». Cómo, en estos años, el ex-Santo

Oficio ha defendido la ortodoxia de las agresiones más virulentas del

neomodernismo se lo dejamos decir al mismo Ratzinger:

84 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

«El mito de la dureza vaticana frente a las desviaciones progresistas se ha

revelado una vacua elucubración. Hasta hoy, se han emitido fundamentalmente

sólo amonestaciones y en ningún caso penas canónicas en sentido propio»

(Discurso a la Conferencia episcopal chilena, véase sì sì no no, 15 de octubre

de 1988). En compensación, Joseph Ratzinger ha asegurado la hegemonía

eclesial de los «nuevos teólogos». Hemos hablado ampliamente de ello en el

número de sì sì no no del 31 de marzo de 1993.

En 1985, se celebra en Roma el Sínodo por el vigésimo aniversario del

Vaticano II. Es nombrado teólogo del Sínodo otro «nuevo teólogo»: Walter

Kasper, «viejo colega» de Ratzinger. Y sin embargo, Kasper niega apertis

verbis la historicidad y la autenticidad de los Evangelios y, «a la uz de la crítica

de las formas» (o Formgeschichte), considera inventados los milagros de

Jesús, desde la tempestad calmada, a la resurrección de Lázaro, a la misma

resurrección corpórea de Jesucristo Nuestro Señor, que, para Kasper,

naturalmente no es Dios (véase W. Kasper, Jesús, el Cristo y sì sì no no, 31 de

octubre de 1985, p. 4 y 30 de abril de 1989). Cuatro años después, el mismo

Walter Kasper, que es también miembro de la Comisión teológica

internacional, sin retractar ni una coma de sus herejías, es nombrado Obispo

de Rottemburg-Stuttgart. No se trata de favores personales entre «viejos

amigos», o al menos no sólo esto, sino, siempre y ante todo, de significativos

«gestos de reconocimiento» a una corriente «teológica» muy precisa. Los

carreristas saben de este modo a qué demonio vender su alma.

El aval a «Communio»

En 1992, se celebran en Roma, bajo el patrocinio de Ratzinger, los 20 años de

la fundación de la revista Communio, órgano oficial de «los que piensan que

han vencido». El 29 de mayo, Juan Pablo II recibe en audiencia a los redactores

de los diferentes Países y pronuncia un solemne discurso, en el cual evoca

«con gratitud el recuerdo de dos de sus iniciadores, eminentes teólogos de la

catolicidad, el cardenal Henri de Lubac y el padre Hans Urs von Balthasar» y

recuerda: «Como arzobispo de Cracovia, yo había tenido ocasión de animar y

promover la edición polaca [de Communio]» (véase Communio, julio-agosto

de 1992). Podemos entonces comprender perfectamente por qué de Lubac,

en vida todavía de Pablo VI, decía a sus amigos: «… el día en que será necesario

un [nuevo] papa, yo tengo mi candidato: Wojtyla» (de Lubac, en la entrevista a

cargo de Angelo Scola, publicada por 30 Giorni, julio de 1985).

Debemos detenernos aquí para no exceder los límites de un artículo, aunque

sea amplio. Citamos solamente al teólogo de la Casa Pontificia Georges

Cottier, también él «nuevo teólogo», los nombramientos episcopales de los

diferentes colaboradores de Communio (Schönborn, Scola, Corecco, Kasper,

85 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Lehmann, Martini, Lustiger, etc.) hechos pasar puntualmente por

«conservadores», mientras que en realidad son modernistas sólo un poco

cautos (y ni siquiera siempre), y todos los nombramientos de las diferentes

Congregaciones y Comisiones romanas, que, en estos momentos, están

llenos de «nuevos teólogos» (véase sì sì no no, 31 de marzo de 1993).

¿Tiene el lector todavía alguna duda sobre la orientación que, cada vez más

decididamente, ha dado a la Iglesia el papa Wojtyla? Considere que La Civiltà

Cattolica, desde siempre indicadora autorizada de las orientaciones de la

Santa Sede, de ser órgano de la ortodoxia católica, se ha transmutado

decididamente en órgano de la «nouvelle théologie». Y la prensa «católica»,

desde Avvenire al más modesto boletín parroquial, se adecua: ad instar

Principis totus componitur orbis.

Los grandes deberes de la hora presentes

No es para sorprenderse, después de todo lo dicho más arriba, que la actual

crisis haya sido paragonada a la crisis arriana, caso típico de herejía que

«amenaza a toda la Iglesia» (San Vicente de Lerins, Commonitorio).

Quien es teólogo sabe que la infalibilidad del Papa «no significa firmeza

personal en la Fe», «no garantiza una inerrancia personal» (Bartmann,

Manuale di Teologia dogmatica) y que, en el caso presente, la infalibilidad no

debe ni siquiera cuestionarse. Además, quien es teólogo sabe que, en la

teología católica, existe también la cuestión del «papa hereje», puntualmente

disputada en los periodos más oscuros de la historia del papado. La prueba

es enorme, en cambio, para quien, no siendo teólogo, está acostumbrado a

extender erróneamente la infalibilidad a todos los actos del poder pontificio

e incluso a la persona privada del Papa.

Prueba enorme, pero – ya lo hemos dicho – no insuperable. Para superar el

escándalo de la hora presente le bastará al católico atenerse a algunas

simples verdades de fe y de razón:

1) Dios no puede contradecirse y, por esto, el Espíritu Santo no puede inspirar

hoy desarrollos doctrinales o praxis en contradicción con lo ya inspirado;

2) la Revelación divina se cerró definitivamente con la muerte del último

Apóstol y, por esto, ni siquiera la Iglesia ni el Papa pueden añadirle o quitarle

nada;

3) a la Iglesia y al Papa no les ha sido prometida la revelación de nuevas

verdades (ni mucho menos de verdades contradictorias), sino la asistencia

divina al anunciar las verdades ya reveladas o al juzgar, sobre la base de la

Divina Revelación, las eventuales controversias doctrinales y, por esto,

86 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

ningún Papa puede contradecir lo que desde siempre está contenido en el

«depósito de la Fe».

«A los sucesores de Pedro les fue prometido el Espíritu Santo, no para que, por

revelación Suya, enseñaran una nueva doctrina, sino para que, con Su

asistencia, custodiaran santamente y expusieran fielmente la revelación

transmitida por medio de los Apóstoles, es decir, el depósito de la Fe» (Vaticano

I, Const. De Ecclesia Christi, Dz. 1836);

4) la infalibilidad fue prometida no al Papa actual solo, sino a los Papas de

todos los tiempos y, por esto, ningún Papa «de hoy» puede contradecir a los

Papas «de ayer»;

5) la infalibilidad no es sólo del Papa, sino también de la Iglesia universal (esto

es, de todos los lugares y de todos los tiempos; véase Vaticano I, Dz. 1839) y,

por esto, ningún Papa puede contradecir lo que en la Iglesia ha sido creído

siempre, en todas partes y por todos («quod semper, quod ubique, quod ab

omnibus creditum est»);

6) que, en el eventual conflicto entre el Papa «de hoy» y los Papas «de ayer»,

entre el Papa «de hoy» y la Iglesia de todos los tiempos, el católico debe

permanecer con los Papas de siempre y con la fe de la Iglesia universal (en el

tiempo y en el espacio), como enseña precisamente Santo Tomás (S. Th., II-

II, q. 2 ad 3).

Estas elementales verdades son sugeridas a todo católico por el «sensus

fidei» y por el sentido común. Añadimos que, cuando un Papa, en vez de

anunciar y custodiar la Verdad revelada y enseñada desde siempre en la

Iglesia, va detrás de sus propias erróneas opiniones personales, que están en

contradicción con dicha Verdad, no actúa como Papa y no puede exigir ni se

le debe prestar obediencia.

Esto puede producir dolor, pero no debe sorprender. La exacta noción de la

infalibilidad, en efecto, no excluye en absoluto esta desgraciada hipótesis. La

infalibilidad significa que la asistencia divina impedirá ciertísimamente que el

Papa llegue a imponer formalmente ex cathedra sus errores personales a toda

la Iglesia, aunque puede permitir que, con otros medios (discursos, escritos,

actos de gobierno, etc.) intente imponerlos, no formalmente, sino de hecho.

Cuando, en el Vaticano I, fue ilustrada a los Obispos la redacción final de la

Constitución sobre la infalibilidad pontificia, el relator oficial, mons. Gasser,

Obispo de Bresanona, explicó su sentido exacto:

«Si toda la Iglesia pudiera ser inducida al error por la mala fe y por la

negligencia de un Papa… la vigilancia de Cristo… impediría un

pronunciamiento infalible» («si per malam fidem et negligentiam pontificis,

87 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

universalis ecclesia in errorem induci possit… tutela Christi… iudicium tale

[infalible] impediretur», Mansi, 52, col. 1212-1214).

La infalibilidad pontificia, por tanto, no nos garantiza en absoluto que la fe

del entero mundo católico no pueda ser puesta jamás en peligro por la

«negligencia» e incluso la «mala fe» de un Sucesor de Pedro, pero nos

garantiza que la «tutela Christi», la divina asistencia, impedirá (asistencia

negativa) un pronunciamiento infalible, ex cathedra, en circunstancias tan

adversas. Como, de hecho, ha sucedido en la actual crisis, comenzando por

el Vaticano II querido solamente «pastoral».

He aquí por qué el teólogo (el verdadero teólogo, queremos decir) sabe que,

en la actual crisis eclesial, la infalibilidad pontificia no es ni siquiera

cuestionada. Esto no quita que la hora presente sea de durísima prueba para

los fieles de la Iglesia, que, para salvarse, deben conservar intacta su propia

fe contra las adversidades de las circunstancias (y, digámoslo también, de

quien se sienta en el trono de Pedro) y dar testimonio de fidelidad a Cristo y

a la Iglesia (que no se identifica con la teología personal de un Papa). Todavía

más grave es la hora presente para las nuevas generaciones, que corren el

riesgo de conocer sólo «una falsa religión cristiana, que está a mil millas de

distancia de la única Iglesia de Cristo» (Pío XI, Mortalium animos, condena

anticipada del actual ecumenismo).

La gravedad de esta hora, por esto, impone graves deberes a todos, a cada

uno según su propio estado de laico, de sacerdote, de teólogo, de obispo y de

cardenal. Además del deber de la oración y de la penitencia (solicitadas tan

insistentemente por la Inmaculada Madre de Dios en Lourdes y en Fátima),

se impone el deber de resistir y oponerse al actual curso eclesial,

defendiendo, no sólo la propia fe, sino también la de los hermanos,

proveyendo, según las propias posibilidades, a las múltiples necesidades de

la hora presente y también recordando, si el propio estado ofrece la ocasión

de ello y todavía más si lo exige, al actual Pontífice los deberes de su cargo

(cfr. San Pablo, Col. 4, 17). Son graves deberes de caridad, a los cuales no se

puede faltar sin pecar mortalmente. Actuar de manera diferente es traicionar

a Cristo, es poner en peligro la propia salvación eterna y la de los demás, es

hacerse cómplice de la «autodemolición» de la Iglesia.

88 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

IX

La desobediencia al Magisterio infalible, distintivo de la

“nueva teología”

En esta serie de artículos, hemos demostrado que, aunque condenado y

combatido por San Pío X (Pascendi) y por sus sucesores hasta Pío XII (Humani

Generis), el modernismo sobrevivió en la Iglesia como secta. La prolongada

desobediencia, hasta aquel momento más o menos clandestina, explotó con

ocasión del pastoral Concilio Vaticano II y, hoy, la «nouvelle théologie» o

neomodernismo triunfa, seguro no por la fuerza de la verdad, sino

únicamente por el favor de la autoridad (suprema o no), con grave engaño y

daño para las almas (lo que nos impide a nosotros y a todos callar).

Hemos visto que como base del neomodernismo está la falsa «filosofía

cristiana» de Blondel, que con la ilusión de conciliar a la Iglesia con el «mundo

moderno», esto es, con la filosofía moderna enferma de escepticismo y de

subjetivismo, pervierte modernistamente «la eterna noción de verdad» (San

Pío X, Pascendi), así como la de «sobrenatural» y, por tanto, la verdadera

«restauración» en la Iglesia estará marcada por la vuelta a la filosofía perenne.

Hemos ilustrado después los errores del jesuita de Lubac, «padre» de una

«nueva teología», que «evoluciona junto al evolucionar de las cosas, semper

itura, numquam perventura, siempre en camino sin alcanzar nunca la meta»

(Pío XII, alocución del 17 de septiembre de 1946). Creemos haber dado un poco

de luz sobre la hermética pseudoteología de von Balthasar, que transfiere al

campo ecuménico el «delirio filosófico» de Hegel. Hemos considerado

después el pensamiento y el comportamiento de tres personalidades

investidas de autoridad (aunque en grado diverso) en la Iglesia y a las cuales,

por ello, debe atribuirse la principal responsabilidad del actual triunfo del

modernismo: Pablo VI (que, de manera más precisa, debe ser definido

filomodernista), Juan Pablo II (que es, en cambio, personalmente un cultor de

la «nueva teología») y el card. Ratzinger.

Nos hemos esforzado en sacar a la luz, más que los errores, el desprecio del

Magisterio infalible de la Iglesia, que es como el distintivo de la «nueva

teología», y permite que sea juzgada por lo que es y vale, incluso por aquellos

que no saben de filosofía ni de teología. Es esto, en efecto, lo que querría el

«nuevo curso eclesial»: cancelar veinte siglos de Cristianismo con el pretexto

de una «vuelta a las fuentes», al «Cristianismo auténtico», en nombre de un

Concilio pastoral (que post factum afirma ser, en cambio, dogmático) y en

nombre de un «Magisterio vivo», «de hoy», que afirma heréticamente que el

Magisterio «de ayer» está muerto. Afirmación herética porque «llevaría

necesariamente a decir que todos los fieles de todos los tiempos, todos los santos,

89 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

los castos, los continentes, las vírgenes, todos los clérigos, los levitas, los obispos,

los miles de confesores, los ejércitos de los mártires, tan gran número de

ciudades y de pueblos, de islas y de provincias, de reyes, de pueblos, de reinos y

de naciones, en una palabra, el mundo entero incorporado a Cristo cabeza

mediante la fe católica, durante tan gran número de siglos ha ignorado, errado,

blasfemado, sin saber lo que debía creer» (San Vicente de Lerins,

Commonitorium).

El mito de la «restauración»

Finalmente, hemos demostrado que la pretendida «restauración» es sólo un

mito nacido del modesto, moderado y de por sí irrelevante conflicto entre el

ala moderada (que está en el poder) y el ala extremista o «integrista» del

neomodernismo. Las eventuales ilusiones generadas por dicho conflicto

deberían haberse disipado completamente por todo lo que hemos venido

documentando desde estas páginas: ninguna «restauración» puede

esperarse de quien aún hoy anda por el «camino del escepticismo, de la

fantasía y de la herejía».

Es cierto, de Lubac, von Balthasar, el papa Montini, el card. Ratzinger y el

mismo Juan Pablo II han deplorado muchas veces algunos excesos del

postconcilio.

De Lubac escribió que «el Concilio ha sido traicionado… por la acción de lo que

se me permitirá llamar un para-concilio» (Memoria in torno alle mie opere, p.

420) y parece hacer suyas las «preocupaciones» de mons. Villepelet:

«aparente inconsciencia de nuestros obispos, desviaciones políticas de su

amada “action catholique”, desórdenes litúrgicos incontrolados, decadencia

interna de los seminarios, trato privilegiado a ex-sacerdotes, desprecio de la

Tradición, descuido doctrinal (eucaristía) y moral (matrimonio, etc.), grave

responsabilidad de algunas revistas...» (ivi, p. 389). Y los demás

neomodernistas o filomoneomodernistas, fieles, por decirlo como Henrici, a

la «línea de la théologie nouvelle de Lyon», es decir, a de Lubac, se hicieron

eco de su «maestro».

Von Balthasar deploró la «tendencia a la liquidación» del ecumenismo

postconciliar (H. U. von Balthasar – Figura e Opera, p. 435). Pablo VI, ante los

alumnos del seminario lombardo lloró por la «autodemolición» de la Iglesia:

«la Iglesia se encuentra en una hora de inquietud, de autocrítica, se diría

incluso de autodemolición. La Iglesia es como si se golpeara a sí misma» (Il

Popolo, 9 de diciembre de 1968). Después, en la intimidad, con Guitton,

lamentó que los sacerdotes «han tomado la mala costumbre de recitar sólo el

Canon II, que es el más breve y el más rápido» (J. Guitton, Paul VI secret, p. 15).

90 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Y en el último coloquio llegó incluso a decir que «en el mundo católico un

pensamiento de tipo no católico parece a veces tener ventaja y es posible que

dentro del catolicismo se haga mañana el más fuerte. Pero no representará

nunca el pensamiento de la Iglesia. Es necesario que subsista un pequeño

rebaño aunque sea pequeñísimo» (ivi, p. 168).

El card. Ratzinger, en Rapporto sulla Fede, deploró también las «huidas hacia

delante» (p. 29) y habló, como de Lubac, de «Concilio traicionado», de un

«desencadenarse, en el interior de la Iglesia, de fuerzas latentes, agresivas,

centrífugas» (p. 28). Finalmente, Juan Pablo II, con ocasión de un encuentro

para las «Misiones al Pueblo», llegó a decir:

«Hay que admitir realistamente y con profunda y dolorosa sensibilidad que los

cristianos, hoy, en gran parte, se sienten perdidos, confundidos, perplejos e

incluso desilusionados; se han esparcido a manos llenas ideas que contrastan

con la Verdad revelada y enseñada desde siempre; se han propagado verdaderas

herejías, en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones,

rebeliones; se ha manipulado la Liturgia; inmersos en el “relativismo”

intelectual y moral, y por ello en el permisivismo, los cristianos son tentados

por el ateísmo, por el agnosticismo, por el iluminismo vagamente moralista, por

un cristianismo sociológico, sin dogmas definitivos y sin moral objetiva»

(L’Osservatore Romano, 7 de febrero de 1981).

La triste realidad

Estas y otras declaraciones, tomadas aisladamente, podrían inducir, y, de

hecho, han inducido a muchos, a creer en un repensamiento e incluso a una

«restauración». Desgraciadamente no es así. Bajo la pretendida

«restauración» prosigue la autodemolición radical de la Iglesia. Debemos, en

efecto, extender a todos los «moderados» lo dicho sobre el card. Ratzinger.

Ante todo, los «abusos» son deplorados como tales, no en relación con la

doctrina católica que debe ser defendida y restaurada, sino en relación con

la propia forma más moderada (y, por ello, más peligrosa) de modernismo,

que los deploradores de los abusos no desean repudiar en absoluto y

continúan tenazmente propugnando. El contraste, ni serio ni profundo,

definido ya por nosotros como una simple escaramuza, es entre los que

consideran «superado» a de Lubac (véase Paul VI secret, p. 110) y los que están

decididos a seguir siéndole fieles. «Nuestra línea es la del extremo centro. Ni

excesiva atención al Magisterio [sic!] ni contestación. Ni derecha ni izquierda.

Unión a la Tradición en la línea de la théologie nouvelle de Lyon [cuna de la

“teología” de de Lubac], que subrayaba la no contraposición [léase:

identificación] entre naturaleza y sobrenaturaleza, [y consiguientemente]

entre fe y cultura, y que se convirtió en la teología oficial del Vaticano II», aclaró

91 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

muy bien el padre Henrici S. J., en la entrevista a 30 Giorni de diciembre de

1991. Y cuál es esta «línea» lo hemos documentado en esta serie de artículos.

Por ello, cuando de Lubac escribe que el «Concilio ha sido traicionado»,

entiende traicionado con respecto a sus personales visiones y expectativas,

no respecto a la Fe católica; cuando el card. Ratiznger defiende el «Concilio

auténtico» entiende el Concilio interpretado a la luz de la «nouvelle

théologie», no de la Tradición católica; cuando Juan Pablo II habla de Concilio

interpretado a la luz de la Tradición, pretende decir: «tradición en la línea de

la théologie nouvelle» de de Lubac, es decir, de la tradición que evoluciona

con la evolución de los tiempos, y no a la luz de la inmutable Tradición

católica. Y si de Lubac parece hacer suyas las «preocupaciones» de mons.

Villeplet, en el mismo lugar escribe:

«Nuestra época “postconciliar” es, ciertamente, aunque quizá por medio de

sacudidas un poco bruscas, visitada por el Espíritu de Dios; creo también que

los signos comienzan a hacerse ver cada vez más [sic!] y quiero hacer mía la

frase de una persona que me escribía en estos últimos días: “La esperanza no

me aparece más como un deber, sino como una primavera”» (Memoria intorno

alle mie opere, p. 389). Las ilusiones sobre la «primavera de la Iglesia» creadas

por parte de la «nueva teología» son verdaderamente duras para morir. Sobre

todo cuando su muerte exige la confesión de sus propios errores y de sus

propias responsabilidades personales del desastre actual. Y, en efecto, el

«padre» de la «nouvelle théologie» declaró hasta el final que nunca había

«encontrado el modo ni sentido la necesidad de precisar nada más» (30 Giorni,

julio de 1985) acerca de su errónea noción de «sobrenatural», que, sin

embargo, se sitúa como la base de todos los errores y las herejías de la

pseudoteología contemporánea, como demostró el card. Siri en Getsemani y

como fue reconocido irresponsablemente por el mismo L’Osservatore

Romano (8 de septiembre de 1991): «H. de Lubac es, sin sombra de duda, uno de

los mayores fundadores de la teología católica contemporánea. Ni Karl Rahner

[ y – ¿por qué olvidarlo? – Hans Küng] ni menos aún H. U. von Balthasar son

pensables sin él».

A su vez, Urs von Balthasar, si deplora la «la tendencia a la liquidación» del

actual ecumenismo, no reniega, sin embargo, mínimamente su «delirio

ecuménico», su herejía – para hablar claro – de una «catolicidad que nada

omite», de una super-Iglesia sin ninguna «delimitación confesional», en la cual

(y esto lo dice Pío XII) «todos estarán, sí, unificados, pero en la ruina común»

(Humani Generis). Y si el papa Montini llora por la autodemolición de la Iglesia

y, en Paul VI secret, deplora que los sacerdotes optan (¿y por qué no deberían

hacerlo?) por el canon «más breve y rápido», en el mismo lugar dice que, con

la reforma litúrgica, «no sólo hemos conservado todo el pasado, sino que hemos

92 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

renovado la fuente, que es la tradición más antigua, la más primitiva, la más

cercana a los orígenes. Ahora bien esta tradición había sido ofuscada en el

curso de los siglos y especialmente en el Concilio de Trento» (p. 158).

Increíble en boca de un Papa, pero desgraciadamente cierto. ¿Qué sería de la

Iglesia católica, si durante tantos siglos y en un Concilio dogmático hubiese

ofuscado o dejado ofuscar la Tradición y, sólo hoy, comenzase a

redescubrirla? Ciertamente no la Iglesia de Cristo, a la cual fue prometida la

infalibilidad al custodiar inalterado el «depósito de la Fe». Y si Pablo VI, en el

último coloquio con Guitton, profetizando como Caifás (Jn. 11, 51 ss.), previó

la apostasía general y un pequeñísimo «resto» fiel, el mismo Pablo VI mostró

de manera perfectamente clara, procesando y condenando a mons. Lefebvre,

su hostilidad hacia el «pequeño rebaño» que, por amor a la Iglesia,

desaprobaba su tenaz obra de demolición.

En cuanto a Ratzinger, si en Rapporto sulla Fede, deplora las «huidas hacia

delante», al mismo tiempo excluye «vueltas hacia atrás»: «Si por restauración

se entiende un volver atrás, entonces ninguna restauración es posible. La

Iglesia va hacia delante en dirección al cumplimiento de la historia, mira hacia

delante al Señor que viene. No, hacia atrás no se vuelve ni se puede volver» (p.

29).

¿Y qué habría deseado y desearía ahora el card. Ratzinger? Una «evolución

tranquila» de la doctrina (p. 39), donde «tranquila» no significa en absoluto

armónica y coherente con dos mil años de Cristianismo: «Es al hoy [en

cursiva en el texto] de la Iglesia al que debemos permanecer fieles, no al ayer o

al mañana: y este hoy de la Iglesia son los documentos del Vaticano II en su

autenticidad» (p. 29). También allí donde estos documentos (véase Nostra

Aetate, Dignitatis Humanae, etc.) contradicen la enseñanza perenne de la

Iglesia.

Y si Juan Pablo II, al inicio de su pontificado, deploró que se han propagado a

manos llenas verdaderas herejías en el campo dogmático y moral, ha

declarado también «irreversible» el nuevo curso eclesial, que, con tenacidad

y firmeza, dignas de la causa exactamente opuesta, continúa propugnando

actualmente.

La confirmación, si es que fuera necesaria una confirmación, de todo lo que

venimos diciendo está en el comportamiento hacia los modernistas

extremistas de aquellos que han sido o están revestidos de autoridad en la

Iglesia: ni Pablo VI, ni Ratzinger, ni Juan Pablo II, han hecho uso de su

autoridad para reprimir los deplorados «abusos», a los cuales parecen

reconocer modernistamente una función estimulante en la «evolución» de la

doctrina y de las instituciones eclesiales (cfr. San Pío X, Pascendi y sì sì no no,

31 de marzo de 1993, p. 4).

93 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Su aversión y sus procedimientos disciplinarios (desde la marginación hasta

la excomunión) son reservados para aquellos que resisten para permanecer

fieles a la doctrina católica.

No moderados, sino incoherentes

Si, por tanto, nos detenemos en la parte «destruens», esto es, en la crítica de

algunos excesos postconciliares, podemos aceptar muchas afirmaciones de

de Lubac, de von Balthasar, de Pablo VI, de Ratzinger y también de Juan Pablo

II. Pero si consideramos la parte «construens», esto es, qué pretenden a su

vez los deploradores implantar en la santa Iglesia de Dios, nos damos cuenta

de que ellos ponen e imponen las idénticas premisas de las cuales han surgido

los deplorados «abusos». Y entonces, la pretendida «moderación» se desvela

por lo que es: o táctica típicamente modernista para no suscitar indeseadas

y retardadoras reacciones, o incapacidad de sacar hasta el fondo todas las

conclusiones de sus propios errores.

Ya San Pío X, en la Pascendi, distinguiendo entre un modernismo «moderado»

y un modernismo «integrista», observaba que este segundo es más coherente

que el primero: aun poniendo todos las mismas premisas, los modernistas

«integristas» llegan inmediatamente a las conclusiones finales, en cambio, los

«moderados» no. Para eliminar la ilusión de poder quedarse a medio camino,

el mismo santo Pontífice, en su admirable encíclica, tuvo el cuidado de

desarrollar hasta el fondo todas las ruinosas consecuencias de los errores que

están a la base del modernismo, atrayéndose de los modernistas de ayer y de

hoy la acusación de haber exagerado el alcance del modernismo. En realidad,

sin embargo, la incapacidad de sacar todas y hasta el fondo las conclusiones

de sus propias falsas premisas, no quita que, una vez puestas estas premisas,

las consecuencias se sigan inevitablemente. Un error pequeño en asunto de

principios, conlleva grandes y graves consecuencias, que muchos, aun

sosteniendo el error de principio, son en absoluto incapaces de prever.

«Amonestamos – escribía por ello San Pío X – … a los profesores que se

persuadan completamente de que separarse, aunque sea poco, del Aquinate,

especialmente en cosas metafísicas, no sucede sin grave daño» (Pascendi). Y el

padre Garrigou-Lagrange se hará eco de él: «Parvus error in principio, por

decirlo con las palabras del mismo Aquinate, est magnus in fine […]. Se dirá

ciertamente que exageramos, pero un error, aunque sea ligero, sobre las

nociones primeras y sobre los principios primeros tiene consecuencias

incalculables que no preveían aquellos que incurrieron en semejante error.

Las consecuencias de las nuevas visiones, de las cuales hemos hablado [la

“nouvelle théologie”] deben, por ello, ir mucho más allá de las previsiones de

los autores que hemos citado [de Lubac, Bouillard, Fessard, etc]» (La nouvelle

94 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

théologie où va-t-elle?, cit). Y que es exactamente así lo sabemos hoy incluso

demasiado bien, por dolorosa experiencia directa.

El «pecado original» del modernismo

Ninguna moderación, por tanto, sino sólo astucia o, en la mejor de las

hipótesis, incoherencia intelectual que, sin embargo, no cancela en los

«moderados» el «pecado de origen» del modernismo, porque la humilde

obediencia al Magisterio infalible de la Iglesia les habría salvado de su propia

incoherencia lógica. Lacordaire, después de su dolorosa crisis «liberal»,

escribía: «Después de diez años de esfuerzos por concebir el verdadero papel de

la filosofía de la Iglesia… ¿dónde he llegado? A las mismas conclusiones que

poseían sin inquietud aquellos que habían confiado más en la autoridad de la

Iglesia que en su propia inteligencia…

Con cuánta admiración advertí la superioridad de la Iglesia, aquel inefable

instinto que la guía, aquel discernimiento divino que aleja de ella toda sombra

de ilusión». Y, en referencia a Lamennais, del cual había sufrido su

fascinación, confesaba con mucha humildad:

«Yo me pregunté cómo una filosofía, de la cual hoy veo tan claramente la

deficiencia, ha podido tanto tiempo mantener suspendida mi razón y

comprendí que, luchando contra una inteligencia superior a la mía y queriendo

luchar yo solo contra ella, era imposible que yo no fuera vencido. Porque la

verdad no es siempre un auxiliar suficiente para restablecer el equilibrio de las

fuerzas, de otro modo, jamás el error triunfaría sobre la verdad. Es necesario,

por ello, que exista en el mundo una autoridad que sostenga a las

inteligencias débiles contra las inteligencias fuertes y que las libre de la

opresión más terrible, la intelectual y, ya que de la libertad de la inteligencia

deriva necesariamente toda otra libertad, he visto en su verdadera luz todas las

cuestiones que hoy dividen al mundo» (Lacordaire, Considerations sur le

système philosophique de M. de la Mennais).

Está precisamente aquí el «pecado original» de los modernistas, moderados

o no: haber confiado en su propia inteligencia en vez de en la infalibilidad de

la Iglesia, la única que les habría preservado del error y de su propia debilidad

intelectual. Y es esto lo que todo hijo de la Iglesia debe incansablemente

oponer a las «novedades»: la humilde sumisión al Magisterio infalible de la

Iglesia, la única que libra a las inteligencias más débiles o menos provistas de

la opresión del error. Magisterio infalible que no debe confundirse con la

teología personal de un «Papa de hoy», sobre todo si se encuentra en ruptura

con el Magisterio de dos mil años, sino que es el Magisterio armónico y

coherente de todos los Papas de todos los tiempos y de todos los Obispos de

todos los tiempos y de todos los lugares que estuvieron en comunión con la

95 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)

Sede Apostólica: lo que siempre, en todas partes y por todos fue creído y

enseñado en la Santa Iglesia de Dios.

Haec est hora vestra et potestas tenebrarum

Solamente con esta vuelta de la Cabeza (visible) y de los miembros a la

Tradición tendrá lugar la verdadera «restauración», será superada la crisis

actual de la Iglesia madurada en un prolongado clima de «resistencia pasiva,

pero real» a las directivas de la Roma católica y será finalmente reparado el

duradero «pecado difundido y general contra la luz que proviene de Roma y que

brilla por los tesoros doctrinales del pasado» (La vie spirituelle, 1923, pp. 174-

175, cit. por Aubry en L’étude de la Tradition, p. 102).

La hora luminosa de la vuelta a la Tradición católica llegará. Es de fe. Si la

actual desolación a la que se ve reducida la Iglesia no bastara para demostrar

que «los que – se dice – han vencido» han perdido, en cambio, ya desde ahora,

bastaría la divina promesa: «Portae inferi non praevalebunt», los poderes

infernales pueden desencadenarse, pero jamás prevalecerán definitivamente

contra la Santa Iglesia de Dios. Haec est hora vestra et potestas tenebrarum,

pero, pasada esta hora de tinieblas, de la «nouvelle théologie» y de sus

cultores quedará sólo el triste y lamentable recuerdo.

A nosotros, que en esta hora de tinieblas debemos de todos modos dirigirnos

al puerto de la salvación eterna, nos corresponde resistir «fortes in fide» (San

Pedro), orando, abriendo el corazón a la gracia y también socorriendo en la

necesidad espiritual de esta grave hora al prójimo que la Divina Providencia

nos ha dado en suerte.

Hirpinus












DE LA PRESUNCIÓN Y EL OPTIMISMO HISTÓRICO FALSAMENTE CATÓLICOS

  Cuando ocurre una manifestación sobrenatural que produce una revelación privada -y estamos hablando de aprobación sobrenatural por la Igle...