sábado, 22 de mayo de 2021

LA HISTORIA: La Fe en Dios, la Duda y el Leviatán.

En la época áurea medieval, la Iglesia -aún
con sus mas y sus menos- tenía la absoluta y clara certeza de que la Fe, que provée esa convicción férrea e indubitable en la Verdad, era signo de la grandeza y elevación humanas; y así lo transmitía a la civilización occidental y cristiana; la impregnaba con esta verdad.
A partir del nominalismo contestador de la escolástica, la Reforma protestante (sí, paradógicamente es subjetivista, su "fe" es fideísmo subjetivista) y Descartes, luego la Ilustración, la Duda ontológica profunda comienza a desplazar a la Fe y la Certeza como signo de "distinción". La Fe se desplaza en optimismo y confianza en el Progreso Humano Indefinido que la ciencia y la tecnología aportarán; esto si, sin duda.
En la nouvelle téologie, personalistas, Balthasar, y sobre todo Rhaner, teología escéptica y agnóstica, ya el descanso intelectual firme en la certeza de la Verdad y la Fe se consideran mezquidad, cerrazón, o directamente fanatismo triunfalista y atentado a un dios que se expresa en la diversidad del Miundo en proposiciones y religiones aún contradictorias.
La certeza obligatoria ahora es obedecer al Sistema, al Mundo por el cual la divinidad se expresa en la Historia; al Leviatán, al Poder, a la Potencia Absoluta visible y tangible. De eso está prohibido dudar. La Fe teologal en Dios devino en idolatría del superestado inmanente mundial.
La Fe teologal firme se considera hoy incluso en gran parte de la jerarquía de la Iglesia y la masa de bautizados, como locura fanática, fundamentalista, antisocial, oscurantista, y cuantas imbecilidades mas.
Es el signo de que la apostasía avanza.
Pero la Verdad no la hace el número. El número de imbéciles es infinito, nos revelan ya los libros sapienciales de la Escritura.
El Señor nos lo dice claro:
<<Quien se bautice y crea en Mí será salvo. Quien no crea será condenado.>>
Y así lo ha sabido y lo sabe la Tradición de la Iglesia.
La Fe es absolutamente necesaria para la salvación.

EL MODERNISMO Y LA SUPRESIÓN DE LA JERARQUÍA ONTOLÓGICA

 La mente tradicional tiene claro un aspecto de la realidad ontológica profunda: la jerarquía de los seres. Sobre todo la distancia infinita del Creador y la criatura, y luego las demás diferencias.

La mente moderna es igualitarista: en el orden de la realidad profunda -a la que pueda llegar su mente dadas sus graves limitaciones agnósticas y subjetivistas- aborrece las diferencias jerárquicas ontológicas; o sencillamente diferencias naturales. Trata de igualar, de nivelar todo hacia abajo. Democracia, igualdad sexual, racial, cultural, panteísmo ecologista, etc.
El modernismo es por eso, en el fondo, panteísta.
(Paradógicamente, también late el extremo contrario, el darwinismo social. El descarrilamiento filosófico conduce a todo extremo absurdo)
Por eso en teología neomodernista está clara la tendencia del difuminado de la jerarquía entre Creador y Criatura; la igualación entre el Sacerdocio Ministerial y el bautismal; la disolución y rebajamiento de la Ley Divina en el concepto general de "norma"; el antropocentrismo y la deificación naturalista e intrínsecamente necesaria de la naturaleza humana.
Sobre todo en la nueva liturgia conciliar se nota esta aberración: Dios, en el Santísmo, es corrido al costado o se le da la espalda. El Altar de Sacrificio Redentor se convierte en una mesa para una comida convivial humana. El hombre es lo importante. Y se busca de todas las maneras posibles "acortar la distancia" ontológica entre Dios y el hombre. De allí que se cae en la desacralización del culto, en la profanación, la banalidad, la estupidez. La anulación del poder la liturgia al fin y al cabo y su conversión en esteticismo ritual socio religioso.
En el fondo es el aborrecimiento a la infinita superioridad de Dios.
Es el rechazo y el odio a Dios.

viernes, 21 de mayo de 2021

EL ORIGEN INICUO DEL II CONCILIO VATICANO Y SU AGGIORNAMIENTO

 Yo creo que el culto divino, tal como lo regulan la liturgia, el ceremonial, los ritos y los preceptos de la Iglesia romana, sufrirá próximamente en un Concilio ecuménico una transformación que, al mismo tiempo que le devolverá la venerable sencillez de la edad de oro apostólica, la pondrá en armonía con el nuevo estado de la conciencia y la civilización moderna


Canónigo Roca (1830-1893) Sacerdote apóstata, ocultista y excomulgado.








DESARROLLO

DESARROLLO 2

DE LA IGLESIA DE CRISTO A LA "NUEVA IGLESIA CONCILIAR"

 De la Iglesia de Cristo que escucha a Dios y da su Revelación al mundo irredento para transformarlo, a a "iglesia nueva" que escucha al mundo y pretente configurar a Dios y su revelación, y transformarse a sí misma en función del mundo.

De la Iglesia de Cristo que corrige los errores internos y los del mundo, a la "iglesia nueva" que no corrige (solo castiga a los Católicos) sino que usa la "medicina de la misericordia"; es decir, la impunidad para herejes y conspiradores; y le dice al mundo lo que quiere escuchar, negando a Cristo.
De la Iglesia de Cristo que pide perdón a Cristo por sus pecados y su falta de fervor en la conquista del mundo, a la "nueva iglesia" que pide perdón al mundo por las gloriosas conquistas evangélicas hechas con sangre de mártires en el pasado.
De la Iglesia de Cristo que gana terreno al mundo evangelizando con sangre de mártires y salvando almas, a la "nueva iglesia" que con la libertad religiosa condenada liberal laicista masónica declarada le devuelve al mundo, al Leviatán, al Diablo, los terrenos antiguamente ganados, y se pone sumisa, obscenamente bajo la bota del Leviatán, afirmando que esto es amor.
De la Iglesia de Cristo que tiene como modelo a Cristo y a los Santos, a la "nueva iglesia" que tiene como modelo al mundo.






jueves, 20 de mayo de 2021

SAN BERNARDINO DE SIENA, CONFESOR

 

20 de mayo
SAN BERNARDINO DE SIENA, CONFESOR
Vidas de los Santos de A. Butler



(1444 p.c.) - San Bernardino nació en la Massa Marittima de Toscana, donde su padre, que pertenecía a la noble familia sienesa de los Albizeschi, ejercía el cargo de gobernador. Bernardino quedó huérfano de padre y madre antes de cumplir los siete años. Una tía materna de Bernardino, junto con su hija, se encargó de su educación; ambas mujeres, que eran excelentes, le educaron piadosamente y le quisieron como a un hijo. A los once o doce años, Bernardino ingresó en una escuela de Siena, donde cursó brillantemente los estudios que hacían en aquella época los jóvenes de su posición. Bernardino era muy bien parecido y tan simpático, que todos estaban contentos en su compañía. Pero no soportaba las blasfemias: en cuanto oía a cualquiera profanar el santo nombre de Dios, se le encendían las mejillas y reprendía implacablemente al blasfemo. Cierta vez en la que un compañero suyo intentó inducirle al vicio, Bernardino le golpeó violentamente en el rostro; en otra ocasión semejante, incitó a sus compañeros a arrojar piedras y lodo al vicioso. Pero, fuera de aquellas ocasiones en que se indignaba justamente, Bernardino era pacífico y bondadoso y, precisamente, durante toda su vida se distinguió por su afabilidad, paciencia y cortesía.

A los diecisiete años, ingresó en una cofradía de Nuesrta Señora, cuyos miembros se comprometían a practicar ciertos ejercicios de piedad y a cuidar a los enfermos. Desde entonces empezó a practicar también severas mortificaciones corporales. En 1400, estalló en Siena una violenta epidemia de peste. Entre doce y veinte personas morían diariamente en el famoso hospital de Santa María della Scala y la mayor parte de los enfermeros cayeron víctimas de la epidemia. Bernardino se ofreció entonces a tomar la dirección del establecimiento, junto con otros jóvenes a los que había convencido de que debían sacrificar la vida, si era necesario, para asistir a los enfermos. La ciudad aceptó los servicios de los piadosos jóvenes, quienes trabajaron incansablemente durante cuatro meses, día y noche, bajo la dirección de Bernardino. El santo, que asistía personalmente a los enfermos y los preparaba para la muerte, supervisaba también el trabajo de sus compañeros y miraba por el orden y la limpieza del hospital. Varios de sus compañeros murieron durante la epidemia; Bernardino escapó milagrosamente del contagio y retornó a su casa cuando desapareció el mal; pero estaba tan agotado, que una fiebre le clavó en el lecho durante varios meses.

Cuando se rehizo, un deber de caridad le esperaba en el seno de su familia. Una tía suya, llamada Bartolomea, había perdido la vista y no podía levantarse de la cama. Bernardino se consagró a cuidarla con el mismo celo que a las víctimas de la epidemia. Catorce meses más tarde, Dios llamó a sí a la inválida, que murió en los brazos de su sobrino. Libre ya de todos los lazos terrenos, Bernardino se entregó a la oración y el ayuno para averiguar lo que Dios quería de él. Poco después tomó en Siena el hábito franciscano. Pero, como sus amigos y conocidos insistiesen en ir a visitarle al convento, el joven novicio recabó de sus superiores el permiso de retirarse al convento de Colombaio, en las afueras de la ciudad, donde se observaba la regla de San Francisco en todo su rigor. Ahí hizo sus votos, en 1403. Exactamente un año más tarde, el día de la Natividad de la Virgen, que era también el aniversario de su propio nacimiento, de su bautismo y de su toma de hábito, recibió la ordenación sacerdotal.

Poco sabemos de la vida de Bernardino durante los doce años siguientes. Predicaba de vez en cuando; pero la mayor parte del tiempo vivía retirado. Dios le preparaba poco a poco para su doble misión de apóstol y reformador. Cuando llegó la hora fijada por Dios, Bernardino conoció la voluntad divina de un modo singular. Un novicio del convento de Fiésole, en el que se hallaba Bernardino, le advirtió durante tres días consecutivos al terminar los maitines: "Hermano Bernardino, no ocultes más los dones que Dios te ha concedido. Ve a Lombardía, donde todos te esperan". Tanto Bernardino como sus superiores vieron en aquello una señal de la voluntad divina y obedecieron. El santo inició su carrera apostólica en Milán. Llegó ahí a fines de 1417; aunque nadie le conocía en la ciudad, su elocuencia y su celo empezaron pronto a reunir enormes multitudes. Cuando terminó de predicar la cuaresma, el pueblo le exigió la promesa de que volvería, antes de dejarle partir a predicar en otras regiones de Lombardía. Al principio, Bernardino tenía cierta dificultad en hacerse oír desde el pulpito; pero su voz se hizo, paulatinamente, más clara y penetrante gracias a la intercesión de la Santísima Virgen, a quien Bernardino invocaba con fervor.

Resulta imposible seguir al santo en todas sus misiones, ya que predicó en toda Italia, excepto en el reino de Ñapóles. Viajaba siempre a pie; con frecuencia predicaba durante varias horas seguidas y pronunciaba varios sermones en un día. En las ciudades de cierta importancia tenía que hablar al aire libre, pues no había iglesia con capacidad para las multitudes que acudían a oírle. En todas partes aconsejaba la penitencia, ponía al descubierto los vicios más difundidos y propagaba la devoción al Santo Nombre de Jesús. Al terminar sus sermones, exponía a la veneración del pueblo un cuadro en el que estaban pintadas las siglas I.H.S. rodeadas por rayos; exhortaba al auditorio a implorar la misericordia divina y les daba la bendición con el cuadro. En los sitios en que había pleitos reconciliaba a los enemigos y los instaba a sustituir los escudos de los güelfos y de los gibelinos, que se hallaban generalmente sobre las puertas de las casas, por las iniciales del nombre de Jesús. En Bolonia, donde los juegos de azar se practicaban con entusiasmo, el santo predicó con tal éxito, que los habitantes renunciaron al juego y quemaron las cartas y los dados en público. Un fabricante de barajas se quejó de que el santo le había privado de su único medio de subsistencia; San Bernardino le aconsejó que fabricase estampas con las siglas del nombre de Jesús y el comerciante hizo con ello más dinero que con las barajas. En toda Italia se comentaba el éxito de las misiones de San Bernardino y se hablaba de las conversiones, de las restituciones de bienes robados, de la reparación de las injurias y de la reforma de las costumbres. Sin embargo, no faltaba quien se opusiera a la predicación del santo y se le acusaba de fomentar las prácticas supersticiosas. Sus enemigos llegaron a acusarle ante el Papa Martín V, quien le prohibió predicar temporalmente. Pero, después de un detenido examen de la doctrina y conducta de Bernardino, el mismo Pontífice le autorizó a predicar en todas partes. En 1427, Martín V propuso a San Bernardino la sede de Siena; pero el santo se negó a aceptarla y lo mismo hizo, más tarde, con las diócesis de Ferrara y Urbino. Para excusarse de aceptar, alegó que si se limitaba a una sola diócesis, tendría que abandonar a muchas almas.

Sin embargo, en 1430, tuvo que dejar el trabajo misional, al ser nombrado vicario general de los frailes de la estricta observancia. Dicho movimiento de la Orden de San Francisco había comenzado a mediados del siglo XIV en el convento de Brogliano, entre Camerino y Asís, pero no logró imponerse sino hasta la época de San Bernardino, quien fue su segundo fundador y organizador. Cuando éste tomó el hábito, sólo había en Italia unos trescientos frailes de la observancia; cuando murió, había ya más de cuatro mil. En todas las misiones del santo se le reunía un grupo de jóvenes que le pedían la admisión en su orofen, y se le hacían ofrecimientos para la fundación de conventos de la observancia. Por consiguiente, nada tenía de extraño que la orden hubiese confiado oficialmente al santo la tarea de consolidar la reforma. San Bernardino desempeñó su oficio con tal prudencia y tacto, que muchas comunidades de la rama conventual se adhirieron espontáneamente a la rama de la observancia. Los primeros observantes despreciaban la ciencia y las riquezas; pero San Bernardino, que no ignoraba los peligros de la incultura, especialmente en una época en que se solicitaba a los observantes para que actuasen como confesores, les impuso la obligación de seguir un curso regular de teología y derecho canónico. El santo poseía una cultura considerable, como se ve por los sermones latinos que compuso en Capriola y por el hecho de que, en el Concilio de Florencia, habló a los delegados griegos en su idioma.

Por importante que fuese la tarea que se le había canfiado, San Bernardino añoraba el trabajo apostólico directo, que consideraba como su verdadera vocación. Finalmente, en 1442, obtuvo del Papa la autorización de renunciar al oficio de vicario general. Inmediatamente empezó a misioner en Romana, Ferrara y Lombardía. El santo, cuya salud se había debilitado mucho, parecía un cadáver; sin embargo, el único lujo que se permitió fue el de emplear un borrico para sus viajes. En 1444, predicó en Massa Marittima durante cincuenta días consecutivos una misión cuaresmal para exhortar a sus compatriotas a conservar la paz en la ciudad. También aprovechó la ocasión para despedirse de su pueblo natal. Aunque estaba ya moribundo, continuó su trabajo apostólico y emprendió un viaje a Nápoles, sin dejar de predicar en el camino. Al llegar a Aquila, estaba ya exhausto. Ahí murió en el claustro de los conventuales, el 20 de mayo de 1444, víspera de la Ascensión. Estaba a punto de cumplir sesenta y cuatro años, de los cuales había pasado cuarenta y dos en religión. Fue sepultado en Aquila, y Dios honró su tumba con numerosos milagros. Fue canonizado seis años después de su muerte.

Existen muchas biografías latinas antiguas de San Bernardino; se hallan enumeradas en detalle en BHL., nn. 1188-1201. En Acta Sanctorum, mayo, vol. v, están publicadas algunas de ellas y hay extractos de otras. También los estudios modernos sobre la vida y la obra de San Bernardino son muy numerosos. La primera edición de la biografía escrita por P. Thureaus-Dangin apareció en 1896. Dignas de mencionarse son también las obras de K. Hefele, en alemán (1912); A. G. Ferrers Howell, en inglés (1913); V. Facchinetti (1933), y Píero Bargellini (1933), ambas en italiano. Abundan las obras excelentes. En los tiempos modernos se han descubierto y publicado muchos nuevos documentos; cf. Archivum Historicum Francíscanum, sobre todo vols. VI, VIH, IX, XII XV, etc. Quien desee una bibliografía más detallada la encontrará en las obras de B. Stasiewski, Der Hl. Bernardin von Siena (1931), y V. Facchinetti, Bullettino Bibliográfico (1930). El esbozo biográfico de M. Ward, St Bernardino, the People's Preacher (1914), es muy agradable. En el año de 1944, quinto centenario de la muerte del santo, se publicaron muchos libros sobre él, particularmente en italiano. En Analecta Bollandiana, vol. LXX (1953), pp. 282-322, hay una biografía.

lunes, 17 de mayo de 2021

SAN PASCUAL BAILÓN, CONFESOR

 

17 de mayo
SAN PASCUAL BAILÓN, CONFESOR
Vidas de los Santos de A. Butler



(1592 p.c.) - El Martirologio Romano nos dice que San Pascual Bailón fue un hombre de maravillosa inocencia y vida austera, a quien proclamó la Santa Sede patrono de los congresos eucarísticos y de las confradías del Santísimo Sacramento. No podemos menos de maravillarnos de que ese humilde frailecillo, que nunca fue sacerdote, cuyos padres eran campesinos y cuyo nombre apenas era conocido en el oscuro pueblo español donde nació, presida actualmente, desde el cielo, las imponentes asambleas de los congresos eucarísticos. Gracias al P. Jiménez, hermano en religión, superior y biógrafo del santo, poseemos bastantes noticias sobre los primeros años de su vida. Pascual nació en Torre Hermosa, en las fronteras de Castilla y Aragón, el día de Pentecostés. Como en España se llama a esa fiesta "la Pascua de Pentecostés", el niño fue bautizado con el nombre de Pascual. Los padres de Pascual, Martín Bailón e Isabel Jubera, formaban una piadosa pareja de campesinos, muy modestos; prácticamente no poseían más que un rebaño de ovejas. Pascual empezó a trabajar como pastor a los siete años, primero, al cuidado del rebaño de su padre y después al de otros rebaños. En esa ocupación trabajó hasta los veinticuatro años. Probablemente la mayor parte de los incidentes que se cuentan de él, en aquella época de su vida, son legendarios; pero hay entre ellos uno o dos que son verdaderos. Así, por ejemplo, Pascual, que nunca había ido a la escuela, aprendió solo a leer y escribir, pues ansiaba poder rezar el oficio parvo de la Virgen, que era entonces el libro de oraciones de los laicos. A pesar de que las veredas eran muy pedregosas y estaban cubiertas de cardos, Pascual no usaba sandalias; vivía muy pobremente, ayunaba con frecuencia y llevaba bajo su capa de pastor una especie de hábito religioso. Cuando no podía asistir a misa, se arrodillaba a hacer oración durante largas horas, con los ojos fijos en el lejano santuario de Nuestra Señora de la Sierra, donde se celebraba el santo sacrificio. Cincuenta años más tarde, un anciano pastor, que había conocido a Pascual en aquella época, atestiguó que más de una vez, en esas ocsaiones, los ángeles llevaron el Santísimo Sacramento al pastorcito con la hostia suspendida sobre un cáliz para que pudiese verla y adorarla. También se cuenta que San Francisco y Santa Clara se aparecieron a Pascual y le dijeron que debía ingresar en la Orden de los Frailes Menores. Más convincente que éste, es el testimonio que se refiere al escrupuloso sentido de justicia del pastorcito. El daño que sus ovejas causaban, de cuando en cuando, en las-viñas y sembrados le preocupaba tanto, que insistía en compensar a los propietarios y, con frecuencia lo hacía así de su propia bolsa, aunque ganaba muy poco. Sus compañeros le respetaban por ello, pero encontraban exagerados sus escrúpulos.

A los dieciocho o diecinueve años, Pascual pidió, por primera vez, la admisión en la Orden de los Frailes Menores Descalzos. Por entonces, vivía aún San Pedro de Alcántara, el autor de la austera reforma que había poblado los conventos de monjes fervorosos. Probablemente los frailes del convento de Loreto, que no conocían a aquel joven procedente de un pueblo a trescientos kilómetros de distancia, no estaban muy seguros de su firmeza y demoraron la admisión. Algunos años más tarde, le recibieron en el convento y muy pronto comprendieron que Dios les había puesto un tesoro entre las manos. Aunque toda la comunidad vivía todavía en el fervor de los primeros años de la reforma, el hermano Pascual se distinguió pronto en todas las virtudes religiosas. Muy probablemente, los biógrafos del santo exageran un tanto en sus elogios. Pero la descripción que el P. Jiménez nos dejó de su amigo, tiene toda la sencillez de la verdad. La caridad de Pascual maravillaba aun a aquellos hombres tan mortificados, que compartían con él las austeridades de la vida y de la regla común. El santo se mostraba inflexible en cuestiones de conciencia. Se cuenta que un día, cuando ejercía el oficio de portero, se presentaron dos damas que querían confesarse con el padre guardián. "Dígales que no estoy", le ordenó éste. "Les diré que Vuestra Reverencia está ocupado", respondió Pascual. "No •—insistió el guardián—; dígales que no estoy". Entonces el hermanito replicó humilde y respetuosamente: "Padre mío, no puedo decir que vuestra reverencia no está, pues eso sería una mentira y un pecado venial". Dicho esto, volvió tranquilamente a la portería. Estos chispazos de independencia, que iluminan de vez en cuando la monotonía de los catálogos de virtudes, nos permiten asomarnos, por momentos, a la realidad de aquella alma tan fervorosa y tan transparente.

Da gusto leer las ingenuas mañas de que el santo se valía para conseguir, de cuando en cuando, alguna cosa mejor para los pobres y los enfermos; y saber que las lágrimas asomaban a los ojos de aquel hombre austero y poco comunicativo, cuando tenía ocasión de palpar la miseria de los otros. Aunque San Pascual nunca reía, no por ello dejaba de ser alegre. Su piedad y su espíritu de penitencia no tenían nada de triste. El P. Jiménez narra que, en cierta ocasión, cuando el santo se hallaba solo en el refectorio, poniendo la mesa, uno de sus hermanos se asomó por una ventanita y le vio ejecutar una deliciosa danza frente a la estatua de la Virgen que presidía en la sala, como un nuevo "juglar de Nuestra Señora". El curioso fraile se retiró sin hacer ruido; a los pocos minutos entró en el refectorio y pronunció el saludo habitual: "Alabado sea Jesucristo", y encontró a Pascual tan radiante de alegría, que su recuerdo le estimuló en la devoción durante varias semanas. El P. Jiménez, que era nada menos que provincial de los alcantarinos en la época de mayor fervor de la reforma de San Pedro, nos dejó este autorizado testimonio: "No recuerdo haber visto jamás una sola falta en el hermano Pascual, aunque viví con él en varios de nuestros conventos y fuimos compañeros de viaje en dos ocasiones. Ahora bien, el cansancio y la monotonía de los viajes dan fácilmente ocasión de descuidarse un poco en la virtud..."

Pero el rasgo más conocido de San Pascual, por lo menos fuera de España, es su devoción al Santísimo Sacramento. Muchos años antes de que empezasen a organizarse los congresos eucarísticos y de que el santo fuese nombrado patrono de ellos, el P. Salmerón escribió una biografía titulada: "Vida del Santo del Sacramento, San Pascual Bailón". Pascual era, para sus hermanos en religión, "el Santo del Santísimo Sacramento", porque acostumbraba pasar largas horas arrodillado ante el tabernáculo, con los brazos en cruz. Ya el P. Jiménez, el primero de los biógrafos de San Pascual, decía que el santo hermanito, en cuanto tenía un momento libre, se dirigía apresuradamente a la capilla y que su mayor delicia era ayudar a una misa tras otra, desde muy temprano. Al terminar los maitines y laudes, cuando el resto de la comunidad se retiraba a dormir, San Pascual se quedaba con frecuencia arrodillado en el coro; ahí le sorprendía la aurora, dispuesto a ayudar a las misas que iban a celebrarse.

No podemos citar aquí las largas y sencillas oraciones que el santo rezaba después de la comunión, tal como las dejó escritas el P. Jiménez. Dicho autor supone que el mismo San Pascual las había compuesto, pero la cosa no es tan clara. San Pascual tenía un "cartapacio", que él mismo. se había fabricado con trozos de papel que encontró en el basurero; en él había escrito, con su hermosa letra, algunas oraciones y reflexiones que él compuso o que había encontrado en sus lecturas. Se conserva todavía uno de esos cartapacios; probablemente San Pascual tenía dos. Poco después de su muerte, algunas de las oraciones de los cartapacios llegaron a oídos del Beato Juan de Ribera, que era entonces arzobispo de Valencia. El beato quedó tan impresionado, que inmediatamente pidió una reliquia de aquel hermanito lego que había llegado a un conocimiento tan profundo de las cosas divinas. El P. Jiménez le llevó la reliquia y el arzobispo le dijo: "¡Ah!, Padre Provincial, las almas sencillas nos están robando el cielo. No nos queda más que quemar todos nuestros libros." A lo que el P. Jiménez replicó: "Señor, los culpables no son los libros sino nuestra soberbia; eso es lo que deberíamos quemar."

Según parece, San Pascual, el santo de la Eucaristía, sufrió una vez, en propia carne, los feroces ataques con que los protestantes manifestaban su odio a los sacramentos y a los católicos. Había sido enviado a Francia a llevar un mensaje muy importante al P. Cristóbal de Cheffontaines, destacado erudito bretón, que ejercía entonces el cargo de superior general de los observantes. En aquella época en que las guerras de religión estaban en su apogeo, era una locura atravesar Francia vestido con el hábito; resulta muy difícil explicarse por qué los superiores escogieron a aquel sencillo hermanito lego, que no sabía una palabra de francés. Tal vez pensaban que su sencillez y confianza en Dios era más eficaz que otros métodos diplomáticos. San Pascual desempeñó con éxito su misión, pero sufrió muchos malos tratos y, en varias ocasiones, salvó la vida casi por milagro. En una población fue apedreado por los hugonotes y recibió una herida en un hombro que le hizo sufrir toda la vida. Según cuentan casi todos sus biógrafos, empezando por el P. Jiménez, en Orleáns fue sometido a un interrogatorio acerca del Santísimo Sacramento. El santo confesó valientemente la fe y venció a sus adversarios en una disputa pública, gracias a la ayuda sobrenatural de Dios. Entonces los hugonotes le apedrearon nuevamente, pero ninguna de las piedras dio en el blanco. Confesaremos que no nos inclinamos mucho a creer que San Pascual haya realmente tomado parte en una disputa pública formal.

San Pascual murió en el convento de Villarreal, un domingo de Pentecostés, a los cincuenta y dos años de edad. Expiró con el nombre de Jesús en los labios, precisamente cuando las campanas anunciaban el momento de la consagración en la misa mayor. Inmediatamente el pueblo empezó a venerarle como santo, por los numerosos milagros que había obrado en vida y que siguió obrando en el sepulcro. Probablemente las autoridades eclesiásticas decidieron introducir rápidamente su causa por razón del número de milagros. Pascual fue beatificado en 1618, antes que el mismo San Pedro de Alcántara, quien había muerto treinta años antes que él y había reformado la orden a la que Pascual perteneció. Tal vez uno de los factores a los que se debe atribuir la rapidez de la beatificación del santo hermanito es que, en su tumba se oyeron, durante dos siglos, unos "golpecitos" que el pueblo interpretó muy pronto en un sentido portentoso. Los biógrafos del santo consagran largas páginas a los "golpecitos" y a sus interpretaciones. San Pascual fue canonizado en 1690.

Casi todos los datos que poseemos sobre San Pascual provienen de la biografía escrita por el P. Jiménez y del proceso de beatificación. En Acta Sanctorum, mayo, vol. IV, hay una traducción latina, un tanto abreviada, de la biografía del P. Jiménez. Existen numerosas biografías en español, italiano y francés, como las de Salmerón, Olmi, Briganti, Beufays, Du Lys y L. A. de Porrentruy. Esta última fue traducida al inglés por O. Stainforth, bajo el título de The Saint of the Eucharist (1908). Véase el esbozo biográfico escrito en francés por O. Englebert (1944), y Léon, Aureole Séraphique (trad. ingl.), vol. n, pp. 177-197. Probablemente la mejor de las biografías modernas es la que escribió en alemán el P. Grotcken (1909).

FUENTE

sábado, 15 de mayo de 2021

SAN PÍO X Y SU RECHAZO DE LA PRETENSIÓN SIONISTA

 RECHAZO VIRIL Y CLARO DE SAN PÍO X A TEODORO HERTZL Y SU PRETENSIÓN ZIO - NIZTA (debo escribir así para no ser censurado y castigado) EL "HERMANITO MAYOR"

Muchos formateados con la herramienta liberal-modernista y abdicante hacia el Mundo, del II Concilio y su ideología de fusión con él, no tienen la menor idea de la posición de la Iglesia de SIEMPRE.
<<Ayer fui recibido por el Papa Pío X. Me recibió de pie y tendió la mano que no besé. Se sentó en un sillón, especie de trono para “los asuntos menores” y me invitó a sentarme cerca de él. El Papa es un sacerdote lugareño, más bien rudo, para quien el Cristianismo permanece como una cosa viviente, aún en el Vaticano. Le expuse mi demanda en pocas palabras. Pero, tal vez enojado porque no le había besado la mano, me contestó de modo demasiado brusco:
— "No podemos favorecer vuestro movimiento. No podemos impedir a los judíos ir a Jerusalén, pero no podemos jamás favorecerlo. La tierra de Jerusalén si no ha sido sagrada, ha sido santificada por la vida de Jesucristo. Como jefe de la Iglesia no puedo daros otra contestación. Los judíos no han reconocido a Nuestro Señor. Nosotros no podemos reconocer al pueblo judío."
De modo que el antiguo conflicto entre Roma y Jerusalem, personificado por mi interlocutor y por mí, revivía en nosotros. Al principio traté de mostrarme conciliador. Le expuse mi pequeño discurso sobre la extraterritorialidad. Esto no pareció impresionarlo. “Gerusalemme”, dijo, no debía a ningún precio, caer en manos de los judíos.
— Y sobre el estatuto actual, ¿qué pensáis vos, Santidad?
— "Lo sé; es lamentable ver a los turcos en posesión de nuestros lugares Santos. Pero debemos resignarnos. En cuanto a favorecer el deseo de los judíos a establecerse allí, nos es imposible."
Le repliqué que nosotros fundábamos nuestro movimiento en el sufrimiento de los judíos, y queríamos dejar al margen todas las incidencias religiosas.
— "Bien, pero Nos, en cuanto Jefe de la Iglesia Católica, no podemos adoptar la misma actitud. Se produciría una de las dos cosas siguientes: o bien los judíos conservarán su antigua Fe y continuarán esperando al Mesías, que nosotros los cristianos creemos que ya ha venido sobre la tierra, y en este caso ellos niegan la divinidad de Cristo y no los podemos ayudar, o bien irán a Palestina sin profesar ninguna religión, en cuyo caso nada tenemos que hacer con ellos. La fe judía ha sido el fundamento de la nuestra, pero ha sido superada por las enseñanzas de Cristo y no podemos admitir que hoy día tenga alguna validez. Los judíos que debían haber sido los primeros en reconocer a Jesucristo, no lo han hecho hasta hoy."
Yo tenía a flor de labio la observación: “Esto ocurre en todas las familias; nadie cree en sus parientes próximos”; pero de hecho contesté: “El terror y la persecución no eran ciertamente los mejores medios para convertir a los judíos”.
Su réplica tuvo, en su simplicidad, un elemento de grandeza:
— "Nuestro Señor vino al mundo sin poder. Era povero. Vino in pace. No persiguió a nadie. Fue abbandonato aún por sus apóstoles. No fue hasta más tarde que alcanzó su verdadera estatura. La Iglesia empleó tres siglos en evolucionar. Los judíos tuvieron, por consiguiente, todo el tiempo necesario para aceptar la divinidad de Cristo sin presión y sin violencias. Pero eligieron no hacerlo y no lo han hecho hasta hoy."
— Pero los judíos pasan pruebas terribles. No sé si Vuestra Santidad conoce todo el horror de su tragedia. Tenemos necesidad de una tierra para esos errantes.
— "¿Debe ser Gerusalemme?"
— Nosotros no pedimos Jerusalem sino Palestina, la tierra secular.
— "Nos no podemos declararnos a favor de ese proyecto".>>
Teodoro Herzl
Nota: He aquí el testimonio luego de su visita a San Pío X, en Roma, el 26 de enero de 1904. Aparecido originalmente en “La Terre Retrovée”, 1º de Julio de 1956.




viernes, 14 de mayo de 2021

SAN BONIFACIO, OBISPO Y MÁRTIR

 

 SAN BONIFACIO, OBISPO Y MARTIR - El Año Litúrgico - Dom Próspero Gueranguer

 

 

 

Después de encomiar las excelsas virtudes del Patriarca de Occidente, y de describir los rasgos esenciales de su Regla, S. S. Pío XII, con su encíclica "Fulgens radiatur", dada con ocasión del XIV centenario de la muerte de S. Benito, pone de relieve la extraordinaria influencia de la Orden que fundó únicamente para el servicio de Dios.

INFLUENCIA DE LA ORDEN BENEDICTINA. — La historia lo atestigua. "En el curso de aquella época de tinieblas, en que reinaba la ignorancia en los hombres y el desorden en las cosas, los hijos de San Benito fueron casi los únicos que se ocuparon en conservar los monumentos doctrinales y literarios, en transmitirlos con todo cuidado, y comentarlos. Fueron los primeros que cultivaron las artes, las ciencias, la enseñanza, y las difundieron de todos los modos posibles.

Ellos fueron los enviados por los Sumos Pontífices a extender con fruto por los confines del mundo el reino de Cristo, no con la espada, ni con la violencia, ni con el exterminio, sino con la Cruz y el arado, por medio de la verdad y la caridad. Donde quiera que fuesen estas tropas sin armas, compuestas de predicadores de la religión cristiana, de artesanos, de labradores, de maestros en las ciencias divinas y humanas, la tierra hasta entonces dejada en baldío, comenzaba a ser cultivada; las artes plásticas y las bellas artes se desarrollaban; los habitantes, abandonando su vida salvaje y brutal, eran instruidos en las costumbres sociales y en la civilización. Porque ante ellos, resplandecía, como rayo luminoso, la doctrina y las virtudes evangélicas. "Multitud de apóstoles, ardiendo en celeste caridad, recorrieron todas las regiones inexploradas y bárbaras de toda Europa. Las regaron con sus sudores y su sangre generosa, y después de pacificar a los pueblos, les llevaron la luz de la doctrina católica y de la santidad...

"De hecho, no sólo Gran Bretaña, Francia, Holanda y Frigia, Dinamarca, Alemania, Pannonia y los países Escandinavos, sino también una multitud inmensa de pueblos eslavos se glorían de haber tenido como apóstoles a los monjes, a los cuales consideran como el honor de su historia y los ilustres fundadores de su civilización."

SAN BONIFACIO. — Uno de estos monjes es el santo que la Iglesia propone hoy a nuestra admiración, a nuestro culto y a nuestro agradecimiento. Monje celoso y sabio, pronto se reveló su vocación de misionero, y fueron tales sus éxitos apostólicos, que los Papas y los Reyes acudieron a él, no sólo para convertir a los pueblos paganos, sino para fundar y reformar las iglesias. Fué obispo, legado y diplomático. Con razón el Papa Gregorio II cambió su nombre de Winfrido por el de Bonifacio, esto es, Bienhechor. Fué uno de los personajes más ilustres del siglo vin, y quizás el s"anto más glorioso. Acabó su brillante carrera con el martirio, demostrando así que, siempre y en todas partes, no le había guiado más que un purísimo amor de Dios, y de los hombres.

VIDA. — S. Bonifacio nació hacia el 680 en el reino anglosajón de Wesse. A los 7 años entró en la Abadía de Exeter. Enviado a la de Nursling para que continuase sus estudios y después enseñar, se distinguió por su fidelidad a todas las observaciones de la Regla y por su celo en predicar a los grandes y pequeños de los alrededores.

Su deseo de llevar la verdad a los paganos, le obligó a partir, con tres compañeros para Frisia, donde permaneció algún tiempo. Volvió a su monasterio y partió otra vez para ir a Roma en el año 718. El Papa Gregorio XI le entregó una carta de investidura autorizándole para que predicase la fe a los idólatras de Alemania. San Bonifacio se dirigió hacia Baviera, Turingla, y finalmente se estableció en Frisia, que acababan de conquistar los francos, y donde se hallaba ya San Willibrordo. Después de tres años, se internó en el país y evangelizó la región de Hesse. En el 722, Gregorio II le consagró Obispo, pero no le dió una diócesis fija. En el 724 estaba en Turingia, luego pasó a Baviera, donde estableció numerosos obispados, de modo que al cabo de 20 años fueron evangelizadas todas las regiones de Alemania, sometidas a los francos. Después de la muerte de Carlos Martel, emprendió, con ayuda de su hijo Pipino, la reforma de la Iglesia franca, convocó concilios para extinguir la simonía e hizo que todos los obispos se sometiesen a la jurisdicción del vicario de Cristo. Puso su sede en Maguncia en el año 747, pero, cuando quiso volver a Frisia, fué martirizado en Dokkum el 5 de Junio de 754. Su cuerpo fué trasladado al Monasterio de Fulda, en el cual es venerado de toda Alemania católica, de la que es el Patrón.

PLEGARIA. — Ante el celo de tu alma, la grandeza de tus obras y la gloria de tu martirio, la admiración iguala en nosotros al reconocimiento, oh tú, a quien tantos pueblos te son deudores. Sin ti no hubiera sido posible la formación del Sacro Imperio; sin ti hubiera perecido la Iglesia franca a causa de la simonía de sus obispos; sin ti varias naciones, desde Holanda hasta el Tirol, habrían permanecido bárbaras e idólatras: Por lo cual también nosotros nos regocijamos por la gloria que el Señor te ha concedido en el cielo.

"Me alegraré en Jerusalén y me gozaré en mi pueblo; y no se oirá el grito de los llantos ni la voz de la angustia. Mis elegidos no trabajarán en vano ni engendrarán en la tribulación; porque son raza bendecida por el Señor y sus hijos son benditos con ellos." ' Ojalá estas palabras se verifiquen más y más. La herejía ha manchado el campo de tu apostolado, y después de guerras sangrientas, las naciones quieren reconstituir en Europa la unidad y la paz que tanto procuraste establecer. Dios quiera que los príncipes comprendan que no se encontrará esta unidad y esta paz, sino en el retorno a la fe que predicaste, en la obediencia a la Iglesia y al Papa como nos lo enseñaste con tu ejemplo.

Ruega por nosotros: pide a Dios que suscite en nuestro mundo moderno apóstoles poderosos en obras y en palabras, como tú lo fuiste. Ven de nuevo a salvar a Europa de la anarquía, destruyendo el reino de Satanás y devolviéndonos la fe.

 

 

sábado, 8 de mayo de 2021

LA MISA DE SIEMPRE Y LA CELEBRACIÓN DE PABLO VI - COMPARACIÓN

LA MISA DE SIEMPRE Y LA CELEBRACIÓN CONCILIAR DE PABLO VI


El crecimiento de la feligresía en todos nuestros prioratos y capillas nos exige recordar los principios del combate doctrinal y litúrgico de la FSSPX. El presente sermón explica brevemente el porqué de la defensa de la misa tradicional y nuestro rechazo absoluto de la liturgia reformada después del Concilio Vaticano II.

Amadísimos hermanos:

Este domingo VI° después de Pentecostés deja el paso a la fiesta de la Preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo, dando así comienzo al mes que se le dedica con el rezo de las Letanías propias luego del santo rosario.

Esta Sangre divina, precio de nuestra redención, que fue derramada de una manera cruenta y visible en la cruz es la misma – y no otra – es la misma que se sigue derramando de un modo incruento e invisible en los sagrados altares al celebrarse la santa misa.

Por tal motivo y viendo cómo se ha ido acrecentando nuestra feligresía, nos ha parecido más que conveniente dedicar esta predicación dominical a profundizar las razones de la adhesión a este rito multisecular, llamado del San Pio V, y a las profundas diferencias que tenemos con el nuevo, llamado de Pablo VI.

La misa de siempre

Bien sabemos todos lo que es la misa. Así pues, el catecismo nos enseña que es el sacrificio del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo en nuestros altares bajo las especies de pan y vino en memoria del sacrificio de la Cruz, siendo substancialmente el mismo en cuanto a que el mismo Jesucristo que se ofreció en la cruz es también el que se ofrece por manos de los sacerdotes, sus ministros, sobre nuestros altares, difiriendo solamente en cuanto al modo; a saber: derramando su sangre y mereciendo por nosotros, en la Cruz, y sin derramamiento de sangre, y aplicando sus méritos en los altares, en la misa.

Asimismo hay otra relación – enseña la iglesia – entre ambos. Es decir que en la misa se representa de un modo sensible, visible, palpable, el derramamiento de la Sangre de Jesus en la Cruz porque en virtud de las palabras de la consagración se hace presente bajo las especies del pan sólo el Cuerpo, y bajo las especies del vino solamente su Sangre, si bien, por connatural concomitancia y por la Unión Hipostática, está presente Jesucristo todo entero bajo cada una de las especies sacramentales.

Nuestro señor es a su vez víctima y ministro de su sacrificio, Él es el ministro principal y nosotros sacerdotes – como enseña Santo Tomás – los ministros, las causas instrumentales; esos ministros secundarios unidos, de cuya unión les viene su eficacia, al ministro principal que es nuestro Señor. Él habla a través de nuestra boca, de nuestra lengua; pero yo no consagro mi cuerpo sino el Cuerpo de Cristo, pues hablo “in persona Christi”.

Así pues, si bien la santa misa tiene su punto culminante en la doble consagración, en donde nuestro Señor se hace presente verdadera, real y substancialmente; este punto culminante no deja de tener estrecha e íntima relación con el ofertorio de la misa, en donde, por sus oraciones, se debe manifestar y expresar aquello que le va a dar el sentido a la inmolación, aquello que viene a justificar el motivo por el cual nuestro Señor va a subir al patíbulo de la Cruz. Las intenciones expresadas en las oraciones del ofertorio, se van a identificar con aquellas intenciones que nuestro Señor albergaba en su corazón al desafío que su Padre eterno le iba a poner. De la misma manera que – si se nos permite una comparación – cuando uno hace una promesa, por ejemplo, ir a un santuario mariano, lo hace por una única o múltiple intención bien determinada, bien precisa, bien concreta.

Con este principio pasemos a ver las intenciones que tuvo cristo en la Cruz y que nos descubre la liturgia siguiendo las oraciones del ofertorio tocantes solamente a la hostia y al cáliz. Así pues, al ofrecer la hostia el celebrante debe elevar los ojos al cielo para luego posarlos en la patena diciendo:

Suscipe sancte Pater… hanc immaculatam hostiam… Recibe Padre Santo esta hostia inmaculada que yo, indigno siervo tuvo, te ofrezco a Ti, mi Dios vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, y por todos los circunstantes y por todos los fieles cristianos vivos y difuntos.

 

El Padre eterno se presenta como el término del sacrificio. El Padre a quien Adán desobedeció generando el pecado original del género humano y la ruptura de nuestra amistad con el Cielo desde el paraíso terrenal, es Aquel a quien se le ofrece el sacrificio de su Hijo de tal modo que Él lo reciba con agrado.

La Iglesia llama a este pan “hostia”, y no lo llama pan. No dice “suscipe sanctum panem” – lo podría decir – dice: “suscipe hanc immaculatam hostiam”, una inmaculada hostia porque el “hostium” para el mundo de los antiguos ¿quién era? El hostium era aquel que se entregaba para ser inmolado y ser intercambiado con aquellos que eran rehenes y estaban cautivos, próximos a su inmolación. El hostium era el “comodín”, que se entregaba a cambio de liberar a los rehenes; lo que fue el carisma tan propio de la orden de los mercedarios. De modo tal que el hostium era una víctima de inmolación por los terceros. El celebrante en el ofertorio nombrando al pan como hostia y no como pan, nos enseña que ya la Iglesia ve a Cristo que se va a inmolar por todos nosotros como hostium y no como pan, con una finalidad: por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, es decir, por un motivo propiciatorio, por un motivo de expiación, por un alcance que trasciende incluso a los que están presentes y que es abarcativo del espacio y del tiempo, que es abarcativo a los difuntos que están en el purgatorio, y por eso agrega: y por todos los circunstantes, y también por los fieles cristianos, vivos y difuntos para concluir: a fin de que nos aproveche a mí – celebrante – y a ellos – los fieles – para la vida eterna, distinguiendo de este modo, a su vez, el sacerdocio ministerial de la participación de los fieles por el simple carácter bautismal.

Al tomar el cáliz el celebrante dice:

Te ofrecemos señor el cáliz de la salvación, rogando a tu clemencia, que ascienda con olor de suavidad hasta la presencia de tu divina majestad por nuestra salvación y la de todo el mundo.

 

En primer lugar vemos como tampoco es mencionada la palabra “vino” sino “cáliz”, para marcar el aspecto sufriente: el cáliz de amargura, el cáliz del dolor; términos tan usuales en los relatos evangélicos y tan propio para designar el cúmulo de dolores, de sufrimientos; y para designar la propia sangre de Cristo vertida desde la agonía hasta su Pasión y muerte. Asimismo agrega:

Rogando a tu clemencia que ascienda con olor de suavidad hasta la presencia de tu divina Majestad.

 

Haciendo con esto una clara alusión del sacrificio del inocente Abel por su hermano homicida Caín. ¿Por qué mató Caín a Abel? En el Génesis no figura tan claramente como luego el Apóstol lo menciona: ¿Porque mató a su hermano? Caín ofrecía sacrificios, Abel ofrecía sacrificios. Caín de los frutos del campo, de sus cosechas, y Abel de sus ganados. ¿Por qué lo mató? Porque Caín era mezquino, Caín ofrecía de todo un poco, mientras que Abel sólo ofrecía lo mejor de sus ganados, de sus primicias. Esto lo llevó a la irracional envidia que terminó a precio de sangre. Por fin, la oración vuelve a remarcar como con la hostia el pedido universal de la salvación. Así pues, las oraciones mencionadas dejan de manifiesto cómo nuestro Señor se ofrece al Padre eterno por la redención del género humano a precio de sangre que va a consumar en la Cruz y místicamente la va a renovar en la doble consagración. El ofertorio da la inteligencia del porqué de la doble consagración, del porqué de la muerte de Cristo.


"No es posible que esa misa obligue en conciencia"

La misa nueva

Cuando miramos, mis queridos hermanos, el ofertorio de la misa de Pablo VI, la misa llamada “nueva”, no podemos menos de ver el contraste tan grande y la nueva realidad que hay en juego. Así pues, en una simetría perfecta, las dos oraciones rezan:

Bendito seas señor, Dios del universo, por este pan – luego dirá por este vino – fruto de la tierra – o de la vid – y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos. El será para nosotros pan – o bebida – de salvación.

 

¿Qué podemos decir al respecto? Que estas oraciones no hacen sino virar el eje central desplazándolo hacia el hombre. Lo que se ofrece, se ofrece al “Dios del Universo” – terminología tan familiar a las logias – pero ya no se ofrece explícitamente a Dios padre, a quien Adán ofendió. Lo que se ofrece es pan, y ya no es una hostia. Ya no está la noción del hostium que se va a inmolar por otros. Lo que se ofrece es algo terrenal y horizontal y no ya algo divino y vertical. Lo que se ofrece es el fruto del trabajo del hombre y ya no se ofrece más a nuestro Señor. Lo que se ofrece es para que sea un intercambio alimenticio: se da un alimento corporal en vista de uno espiritual y no ya una víctima divina que se ofrecerá por todos los hombres en expiación de sus pecados, ofensas y negligencias. Lo que se ofrece hace alusión a los presentes pero deja de lado a los ausentes, al resto de los vivos esparcidos en la extensión del mundo, y menos se hace mención de las almas de los fieles difuntos. Lo que se ofrece hace alusión a que la misa es una cena, un banquete espiritual, una reunión de comensales, una Sinaxis y no ya un sacrificio, una expiación de culpas, una inmolación del Hijo de Dios, una renovación del Calvario, una prolongación de la Cruz del Viernes Santo. De ahí que el celebrante esté de cara al resto de los invitados y no de cara hacia la cruz: “versus orientem”, tanto él como el pueblo cristiano. De ahí que tenga un marcado papel de animador en vez de desaparecer de la mirada de los fieles. De ahí que celebre sobre una mesa, sin reliquias, con un solo mantel y no ya sobre un altar en donde hay reliquias de mártires.

Mis queridos hermanos: si la misa es una prolongación del sacrificio de la Cruz de nuestro Señor, si la misa es una renovación del sacrificio expiatorio, si sólo hay un único sacrificio, el del Viernes Santo, y este guarda una unidad y una identidad esencial con la santa misa, más allá del aspecto cuantitativo; si esto es así como la Iglesia nos lo ha enseñado siempre, uno se puede preguntar: ¿Cómo es posible que nuestro Señor se haya encarnado y que haya muerto en la Cruz con la principal intención de recibir y de transformar nuestros trabajos materiales en comidas espirituales? ¿Cómo es posible que se inmole nuestro Señor en la doble consagración por una razón tan insignificante y tan ajena a la expiación de los pecados, tanto del primero como del último que se cometerá hasta el fin del mundo, con una noción tan ajena a la redención del género humano? ¿Cómo es posible todo esto?

Amadísimos hermanos: más allá de que en la misa nueva haya consagración y pueda ser válida – aunque en más de un caso lo podemos dudar por la deficiencia de la materia, de la forma, del tono narrativo; asunto para tratar en otra ocasión – es una misa que no es agradable a Dios. es una misa cual el sacrificio de Caín: mezquina, y no es pura. Esa es la razón de porqué – y ustedes lo recordarán si han visto el video un obispo bajo la tormenta – cuando el Cardenal Ratzinger convoca a Monseñor Lefebvre en nombre del papa y le dice: Monseñor, ponga su mano sobre este misal – el de Pablo VI – y diga que va a celebrar la misa, y entonces todos los problemas con Ecône, con la Fraternidad, desaparecerán, Monseñor responde: No puedo. No respondió: “no quiero; quiero mantener mis ideas; por una cuestión de orgullo no voy a dar el brazo a torcer”, no dijo eso, dijo: no puedo, porque es un problema de conciencia. La misa nueva aunque válida, no es buena; ha dejado de significar su realidad y está imbuida de un espíritu protestante. Basta ver las ceremonias, lo que son, y encima en un devenir cuyo fin no se ve, no se vislumbra. Y entonces, si tanto Monseñor como nosotros, sus hijos, estuviéramos equivocados y fuéramos unos exagerados, unos soñadores de pesadillas, cabría la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible entonces que el Cardenal Ottaviani, jefe del Santo Oficio en la época del Papa Pablo VI, y el cardenal Bacci hayan escrito un Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae que entregaron al papa mentado, en el que afirman que el rito que él se proponía promulgar:

Se aparta – cita literal – de manera impresionante, en conjunto, – en cuanto todo –, en detalle, – en cuanto a la parte –, de la teología católica de la santa misa cual fue formulada en la sesión XXIIa del concilio de Trento, el cual, al fijar definitivamente los cánones del rito levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad del misterio?

 

Entonces, ¿Cómo es posible que esta misa obligue en conciencia bajo pena de pecado grave con las deficiencias indicadas y tantísimas otras que se consignan en la obra citada y que recomendamos vivamente a las personas que son nuevas, que la puedan leer para interiorizarse del problema tan profundo que tiene? No es posible que esa misa obligue en conciencia.

Por fin, mis queridos hermanos, la predicación de hoy ha sido un poco más larga de lo común. En cierto modo, si proponemos una charla sobre estos temas, quién sabe si tuviésemos la ocasión de hablarle a toda la feligresía y no tan solo a un mínimo grupo reducido. Hemos aprovechado esto porque es necesario que todos tengamos la inteligencia bien esclarecida y podamos dar razones del porqué de nuestra adhesión a este rito multisecular que llega a los Apóstoles mismos, que llega a nuestro Señor, que llega a esos cuarenta días en su resurrección cuando se quedó con los suyos enseñándoles a administrar los sacramentos; y del porqué de nuestro rechazo al nuevo rito. Rechazo que no es ni por apegos sentimentales ni por añoranzas del pasado ni por “barroquismo espiritual” o por puras ideologías; como actualmente se podría escuchar.

La nueva misa refleja una nueva doctrina. La nueva misa refleja un nuevo sacerdocio, refleja una nueva concepción de la Iglesia que es antropocéntrica y – por desgracia – es esto lo que hoy vivimos, vemos y padecemos.

Que María Santísima, que estuvo al pie de la Cruz asistiendo a la misa de su Hijo, que sí fue acepta al Padre eterno, nos dé las gracias necesarias para asistir y para participar en ella con mayor entendimiento, con mayor piedad y con mayor respeto para que sepamos valorarla, conservarla y transmitirla con toda fidelidad.

Ave María Purísma...


FUENTE

jueves, 6 de mayo de 2021

SAN JUAN DE LA CRUZ, DOCTOR DE LA IGLESIA. DIOS NO TIENE MAS NADA QUE REVELAR: TODO YA LO DIJO EN CRISTO, EN LA REVELACIÓN DE ESCRITURA Y TRADICIÓN. NO HAY QUE ESPERAR OTRAS REVELACIONES

 

“Dios nos ha hablado en Cristo”

* San Juan de la Cruz,
“Subida al monte Carmelo” (II, 22, 3-4)

La principal causa por la cual en la ley antigua eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios, y convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen visiones y revelaciones de Dios, era porque entonces no estaba aún fundada la fe ni establecida la ley evangélica; y así, era menester que preguntasen a Dios y que él hablase, ahora por palabras, ahora por visiones y revelaciones, ahora en figuras y semejanzas, ahora en otras muchas maneras de significaciones. Porque todo lo que respondía y hablaba y obraba y revelaba eran misterios de nuestra fe y cosas tocantes a ella o enderezadas a ella. Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces.

Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo –que es una Palabra suya, que no tiene otra–, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.

Y éste es el sentido de aquella autoridad, con que san Pablo quiere inducir a los hebreos a que se aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios de la ley de Moisés, y pongan los ojos en Cristo solamente, diciendo:

«Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en estos días, nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez».

Hebreros 1, 1-2

En lo cual da a entender el Apóstol, que Dios ha quedado ya como mudo, y no tiene más qué hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos el todo, que es su Hijo.

Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera:

«Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas».

«Porque desde el día que bajé con mi espíritu sobre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi amado Hijo en que me he complacido; a él oíd (Bautismo de Jesús: Mateo 3, 17; Transfiguración de Jesús: Mateo 17, 1-6; Marcos 9, 1-8; Lucas 9, 28-36), ya alcé yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y respuestas, y se la di a él; oídle a él, porque yo no tengo más fe qué revelar, más cosas qué manifestar. Que si antes hablaba, era prometiéndoos a Cristo; y si me preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de los evangelistas y apóstoles».




DE LA PRESUNCIÓN Y EL OPTIMISMO HISTÓRICO FALSAMENTE CATÓLICOS

  Cuando ocurre una manifestación sobrenatural que produce una revelación privada -y estamos hablando de aprobación sobrenatural por la Igle...