domingo, 17 de noviembre de 2019

XXIII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS


XXIII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
II clase, verde
Gloria, Credo y prefacio de la Santísima Trinidad

PROEMIO LITÚRGICO

 “Jesús, dueño de la vida, tomó de la mano a la niña muerta, y esta se levantó. También es para nosotros fuente de vida eterna. Las palabras que leemos en el Introito nos declaran hermosamente la bondad infinita de Dios y el poder de la oración. Dios es el Autor de la paz; por lo mismo a Él debemos acudir siempre que nos sobrevenga alguna aflicción. Él ha prometido atender a nuestras oraciones. En la Epístola nos exhorta San Pablo a la mortificación, a la imitación de sus virtudes, a que tengamos nuestro corazón ocupado en los bienes, no de la tierra, sino en los verdaderos, que son los del cielo. Es esta Epístola un hermoso y breve programa de la vida cristiana. El poder maravilloso de Jesús, su divina omnipotencia, su bondad sin límites, resplandecen admirablemente en el Evangelio. Si deseamos la salud así del alma como del cuerpo, vayamos a Jesús. Él es en verdad Médico divino. (1)

EL TIEMPO después de Pentecostés es imagen de la larga peregrinación que la Iglesia recorre hasta llegar al cielo, y estos Domingos describen sus últimas etapas. Por eso precisamente se leen por ahora en el Breviario los escritos de los Profetas mayores y menores, que nos anuncian lo que ocurrirá hacia el fi n del mundo. Cuando los caldeos hubieron deportado los judíos a Babilonia, recorrió Jeremías las ruinas de Jerusalén, pronunciando sus Lamentaciones y diciendo: “Mira, Señor, que ha caído postrada en la desolación la ciudad antes nadando en riquezas, que está asentada en la tristeza la señora de las Naciones. Llorando está día y noche, y sus lágrimas surcan sus mejillas” (Resp. 2º, Dom. 1º de nov.). Pero el mismo Profeta canta sobre esas ruinas el advenimiento del Mesías, el cual habrá de restaurar todas las cosas: “El Señor ha redimido a su pueblo y le ha libertado; y vendrán y saltarán de júbilo en el monte Sión y se alegrarán con los bienes del Señor” (Resp. 1º, Lun. 2º sem.). Además, Jeremías fue una fi gura de las más expresivas de Jesús paciente, y grande su prestigio de santidad. Uno de los cautivos de Babilonia fue el sacerdote Ezequiel. Había éste vaticinado el cautiverio de su pueblo de Israel, cuando dijo: “Ahora el fi n viene sobre ti (Jerusalén), y enviaré mi furor contra ti, y te juzgaré según tus caminos, y no tendré conmiseración de ti” (1ª lec., Miérc. 2ª sem.). Ezequiel tiene páginas en extremo consoladoras, en que nos habla de la bondad divina para con el pecador, y cómo no quiere sino “que el impío salga de su mal camino, y que viva”. Entre las muchas y muy misteriosas visiones y profecías con que fue favorecido del cielo, tuvo Ezequiel una en que el Señor le mostró sobre un alto monte el Templo futuro, indicándole el culto perfecto que de su pueblo esperaba el día que Él lo volviese a plantar en las colinas eternas de Sión (1ª lec., Viern. 2ª sem.). Daniel que estuvo también cautivo en Babilonia, fue gran privado del rey Nabucodonosor, haciéndose querer y distinguiéndose por sus grandes prendas y por su apego a la santa Ley de Dios, pues, a trueque de guardarla, no temió perder la privanza regia, ni bajar al foso de los leones. Dios los amansaría; y Dios los amansó y nada le hicieron.”Varón de grandes deseos el Señor le favoreció siempre y dióle la gracia de interpretar los sueños. Él descifró el enigma del sueño de Nabucodonosor, en que vio una piedrecita rodada del monte derribar la estatua magna hecha de oro, de plata, de hierro y de barro. Esa piedrecita era fi gura de Cristo, el cual en la humildad de su carne mortal, derrumbó al mundo y al demonio con todo su poderío, a esos colosos de mucha apariencia y de poca consistencia representados en la estatua misteriosa (Lun. 3ª sem.). También acabó con el ídolo Dagón, o sea, que dio al traste con el demonio y con todo su imperio, anunciando de un modo certero la próxima venida de Cristo Rey, fijando el número de semanas de años que faltaban hasta su venida. La profecía de Oseas se lee también en estos días (4ª sem. de nov.). Oseas anunció asimismo la ruina del reino de Israel y la vocación de los gentiles a la religión verdadera, de ese pueblo antes maldito pero a quien se dirá algún día: “Vosotros sois los hijos del Dios vivo” (Noct. 1°, 4ª sem.). También afirma el santo profeta que los mismos judíos carnales al fi n creerán en el único Dios verdadero, en Textos propios de la Santa Misa 23º Domingo después de Pentecostés (2ª clase - Ornamentos verdes) ABSÓLVE, quæsumus, Dómine, tuórum delicta populórum: ut a peccatórum néxibus, quæ pro nostra fragilitáte contráximus, tua benignitáte liberémur. Per Dóminum nostrum Jesum Christum, Fílium tuum: Qui tecum vivit et regnat in unitáte. ROGÁMOSTE, Señor, absuelvas a tu pueblo de sus delitos; para que seamos libres, por tu bondad, de los lazos de los pecados, que nuestra flaqueza nos ha hecho cometer. Por Nuestro Señor Jesucristo, etc. Fratres: Imitatóres mei estóte, et ob- serváte eos, qui ita ámbulant, sicut habétis formam nostram. Multi enim ámbulant, quos sæpe dicébam vobis (nunc autem et fl ens dico) inimícos crucis Christi: quorum fi nis intéritus: quorum Deus venter est: et gloria in confusióne ipsórum, qui terrena sápiunt. Nostra autem conversátio in cælis est: unde étiam Salvatórem exspectámus Dóminum nostrum Jesum Christum, qui reformábit corpus humilitátis nostræ, con fi gurátum córpori claritátis suæ, secúndum operatiónem, qua étiam possit subícere sibi ómnia. Itaque, fratres mei caríssimi, et desideratíssimi, gáudium meum, et Introito (Jeremías XXIX) DICIT DÓMINUS: Ego cógito cogitatiónes pacis, et non affl ictiónis: invocábitis me, et ego exáudiam vos: et redúcam captivitátem vestram de cunctis locis. Ps. 84 Benedixísti, Dómine, terram tuam: avertísti captivitátem Jacob. V. Gloria Patri. DICE EL SEÑOR: Yo abrigo pensamientos de paz, y no de cólera; me invocaréis, y Yo os oiré; y haré volver a vuestros cautivos de todos los lugares. Sal. Has bendecido, Señor, a tu tierra; has terminado con la cautividad de Jacob. V. Gloria al Padre. Oración-Colecta Epístola (Filipenses III, 17-21; IV, 1-3) San Pablo llora la muerte de los hombres sensuales, cuyo dios parecen ser los placeres del cuerpo y cuyo paradero será la corrupción y el infierno; y, en cambio, exhorta a vivir celestialmente para resucitar un día gloriosos con Cristo. HERMANOS: Sed imitadores míos, y mirad a los que andan según el modelo que tenéis en mí. Porque hay muchos, de quienes otras veces os he hablado (y ahora lo repito llorando), que son enemigos de la cruz de Cristo: cuyo fi n es la muerte, cuyo dios es el vientre, y ponen su gloria precisamente en lo que les debía servir de confusión, que gustan sólo de las cosas terrenas. Mas, nuestra morada está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador Nuestro Señor Jesucristo, el cual reformará nuestro flaco cuerpo para hacerlo conforme a su cuerpo glorioso, con el poder con Cristo, reconociendo al que es piedra angular, que vino a derrumbar la valla de separación que dividía al pueblo judío del gentil; pues todos, por la gracia de Cristo, podrán ser hijos de Abrahán según el espíritu, y compartir sus promesas. (S. Agustin). Afirma también Oseas que “los hijos de Israel se quedarán durante largos días sin rey y sin príncipe, sin sacrificio y sin altares, sin sacerdocio y sin profecías”. Y ¿quién no ve todo esto cumplido al pie de la letra? (3º Noct.. 4ª sem.) (2)


TEXTOS DE LA SANTA MISA
Introito. Jer. 29, 11, 12 y 14. -Dice el Señor: Yo tengo designios de paz sobre vosotros, y no de aflicción; me invocaréis y Yo os escucharé; os haré volver del cautiverio y os reuniré de todos los lugares adonde os había desterrado. Salmo. 84, 2.- Habéis bendecido, Señor, vuestra tierra; habéis acabado con el cautiverio de Jacob. Gloria al Padre...

Oración. -Perdonad, Señor, los pecados de vuestro pueblo, para que, por vuestra bondad, seamos libres de los pecados, que habíamos contraído por nuestra fragilidad. Por nuestro Señor Jesucristo...

Epístola. Fil. 3, 17-21. -Hermanos: Seguid mi ejemplo y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en mí. Porque, como os decía muchas veces y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la Cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran acosas terrenas. Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, manteneos así, en el Señor, queri­dos. Ruego a Evodia y ruego a Síntique que se pongan de acuerdo en el Señor. Y a ti, leal compañero, te pido que ayudes a estas mujeres, que compartieron conmigo la lu­cha por el evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nom­bres están en el Libro de la Vida.

Gradual. Sal. 43, 8-9. -Nos salvaste, Señor, de nuestros enemigos, humillaste a los que nos aborrecen. Todos los días nos glori­amos en el Señor, siempre damos gracias a tu nombre.

Aleluya. Sal. 129,1.- Aleluya, aleluya. Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz. Aleluya.

Evangelio. Mat. 9, 18-26. -En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, se acercó un personaje que se postró ante y le dijo; Mi hija acaba de morir. Pero ven, pon tu mano sobre ella, y vivirá. Jesús se levantó y lo acompañaba con sus discípulos. Entonces una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto. Porque se decía: Con sólo tocar su manto, me curaré. Jesús se volvió, y al verla le dijo: ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado. Y desde aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y cuando vio a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo; ¡Fuera! La niña no está muerta, sino dormida. Y se reían de Él. Cuando echaron a la gente, entró Él, tomó la niña de la mano, y ella se levantó. Y se divulgó la noticia por toda aquella región.

Ofertorio. Ps. 129, 1-2. -Desde lo más íntimo de mi corazón clamé a Vos, oh se­ñor; oíd benignamente mis oraciones, Dios mío; porque a Vos llamé desde lo más ínti­mo, Señor.

Secreta. -Os ofrecemos, Señor, este sacrificio de alabanza, para que aumentéis nuestros deseos de obsequiaros Y acabéis de perfeccionar lo que habéis empezado sin mérito alguno nuestro. Por nuestro S. J. C...

Prefacio de la Santísima Trinidad.- En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, darte gracias en todo tiempo y lugar, Señor, santo Padre, omnipotente y eterno Dios, que con tu unigénito Hijo y con el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor, no en la individualidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia. Por lo cual, cuanto nos has revelado de tu gloria, lo creemos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De suerte, que confe­sando una verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las personas, la unidad en la esencia, y la igualdad en la majestad, la cual alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines, que no cesan de cantar a diario, diciendo a una voz. Santo…

Comunión. Marc. 11, 24. -En verdad os aseguro que cuantas Cosas pidiereis en la oración, tened viva fe de conseguirlas y se os concederán.

Poscomunión. -Os suplicamos, oh Dios omnipotente, que a los que alegráis con vuestros misterios, no permitáis sean vícti­mas de humanos peligros. Por N. S. C.


COMENTARIO
Como habitualmente, traemos el siempre meduloso comentario del Padre Castellani; luego recopilación de los SS.PP. y por último nuestro propio comentario, que hoy no será especifico sobre este Evangelio; sino que versará sobre el tema de la Fe -y milagros en segundo término-, que es el que trata el Evangelio de hoy.  Adjuntamos el link de nuestro audio en Adoración y Liberación sobre el tema de la Necesidad de la Fe para la salvación: aquí: https://www.youtube.com/watch?v=fbbT2pzGj5s&list=PLQnsAqxpBzG2YcEBckC_2S8JhYKLA3bCa&index=6&t=198s

COMENTARIO DEL PADRE CASTELLANI

DOMINGO VIGESIMOTERCERO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS [Mt 9, 18-26] Mc 5, 21-43 El evangelio de hoy (vigesimotercero después de Pentecostés, Mateo IX, 18) narra dos milagros enchufados, el de la Hemorroísa y el de la Hija de Jairos, que son interesantes para reflexionar –entre otras cosas– sobre la física del milagro; porque están ornados de ( 23) varias circunstancias sorprendentes. Mateo cuenta el hecho en un resumen seco y Lucas con varios pormenores nuevos; pero Marcos, el meturgemán de San Pedro, hace un relato movido y vívido de testigo presencial, donde creería uno oír la misma voz de Pedro, que fue de él no solamente espectador, sino en cierto modo actor. En efecto, Pedro pone las dos palabras mágicas de Cristo en arameo “Talitha koum (i)” (“Niña, despierta, te digo”), llama a Juan “hermano de Jácome”; seguramente fue quien respondió a Jesús: “¿Cómo preguntas quién te ha tocado si la turba te está atropellando y pechando?”; y fue introducido con los dos hermanos Zebedeo y los dos padres al dormitorio de la finadita a presenciar el milagro: “cinco medio-hombres”, dice San Agustín; porque el dolor y el temor los tenían allí en suspenso y como alelados. Un milagro depende de la voluntad del taumaturgo y de la fe del que lo recibe; y aparentemente está sometido a ciertas leyes que desconocemos: son conocidas las circunstancias en que se producen los milagros de Lourdes. Naturalmente, Dios no tiene leyes; pero evidentemente también si quiere hacer un hecho propio suyo, que lo señale a Él, no necesita descompaginar la creación con una especie de alcaldada o acto de violencia, sino manejar las naturas de las cosas que Él ha hecho, y que Él únicamente conoce hasta el fino fondo. Dios está dentro de las cosas y de sus leyes y no fuera de ellas. Aquí está el error de los que niegan el milagro, como Le Dantec, alegando que Dios no puede destruir las leyes naturales: puesto que no necesita destruirlas. Aquí también está el error de los que, viendo una cierta uniformidad en el modo en que ocurren los milagros, sostienen que no son milagros, sino efectos de leyes naturales que todavía desconocemos; como Beresford y los modernistas en general. J. D. Beresford, arquitecto y gran escritor inglés, ha encarnado la doctrina modernista de la “fe-que-cura” (“the healing faith”) en su novela The Hampdenshire Wonder y en otros libros. Trata de desarmar el mecanismo del milagro, atribuyéndolo a la voluntad humana exaltada e inflamada por la fe y el amor; aunque la “Fe” de que habla no es la fe sobrenatural sino una especie de confianza ciega y frenética; y el “Amor” no es el amor de Dios sino el amor humano. Dice con razón que debe haber un lazo genético entre el espíritu y la materia, la cual del espíritu procede; y por tanto, todo lo que hace falta es que el espíritu, en un momento de exaltación pasional –y aquí es donde yerra– recupere por un momento ese lazo e influjo escondido; pero sabemos que ese influjo escondido no está en manos del hombre, sino sólo del Creador, y a lo más, del ángel. La teoría es muy bonita, y la novela está bien hecha; pero con todo lo que sabe, Beresford no ha podido jamás resucitar un muerto, ni siquiera curar un dolor de muelas. Eso sí, ha ganado fama y dinero con sus novelas agradablemente religiosas en los medios protestantes. Esta misma teoría la enseña una secta protestante, muy poderosa en Norteamérica, que se llama la Cristian Science. Cristo exigía la fe a sus milagrados; y a veces el milagro dependía del grado o existencia de esa fe; pero no exigía fe a los muertos que resucitó. La fe, pues, es causa (concausa) del milagro; pero no es causa física de él –como yerra Beresford– sino causa moral: en el sentido de que Cristo se interesaba en sus milagros sólo en cuanto eran medios de llevar a los hombres a la conversión interior, y a creer en Él y en sus tremendas palabras. De ahí viene la curiosa circunstancia –en este milagro tan acusada– de la prohibición de contarlos, que impartía a sus favorecidos. “Echó a todos fuera, menos a los padres... y les mandó enérgicamente que no dijeran nada...”(24). ¿Para qué, si como nota Mateo, en seguida lo supieron todos? Pues simplemente para no fomentar en el pueblo la angurria de milagros: que no pusiesen el milagro delante de la predicación; y no convirtiesen al Mesías en un Supercurandero, así como querían convertirlo los fariseos en un Superdictador o un Superpolítico nacionalista. Lo primero que le interesa a Cristo es la predicación del Evangelio: hasta el milagro viene después de eso. Aquí en Buenos Aires me parece ver –y ojalá me equivoque– un fenómeno monstruoso: el único lazo religioso que une a los fieles con la jerarquía y da a la jerarquía su razón de ser, que es la predicación, no existe; o digamos, más moderadamente, como si no existiera. “Id y enseñad a todas las gentes.” En las parroquias no se enseña nada, ni en las “cátedras” de las Catedrales. ¿Qué es una gran parroquia de Buenos Aires? Ciertamente no es una parroquia medioeval, un núcleo de gente unida por la fe, que se conoce, conoce al Pastor y es conocida por él: “mis ovejas me conocen y yo las conozco”, dice Cristo. Hablando breve y mal, una parroquia de Buenos Aires es un gran edificio donde concurren masas desconocidas a comprar “sacramentos” que para muchos, que no tienen fe sobrenatural sino simple superstición –justamente por falta de enseñanza–, no son sacramentos, sino ceremonias mágicas. Hay excepciones. Hablo en general. El único lazo unitivo que quedaría para formar mal que bien una verdadera comunidad religiosa sería la predicación del Evangelio; y no se predica el Evangelio. Yo he recorrido las principales parroquias de Buenos Aires, he oído a los principales “oradores” y sé que no se predica el Evangelio, no se enseña la fe. Si San Pedro y San Pablo volviesen al mundo, esto es lo que dirían. Pero dejen no más, ya volverán Enoch y Elías. A todo esto, por meterme a criticón, no he contado el milagro de la rusita Jairós, tan repicado por los tres Evangelistas Sinópticos. Jesús estaba “cerca del mar”, es decir, en la playa de Cafarnaúm. Vino un archisinagogo, se echó a sus pies y lloró; y cuando un fariseo llora, ya no es fariseo. Y le “suplicaba grandemente” que fuese a su casa y pusiese sus manos sobre la cabeza de su hija única para que viva, “porque está en las últimas”. Jesús se puso en camino sin decir palabra; mas si el eclesiástico hubiese tenido la fe del Centurión Romano y hubiese dicho: “Rabbí, no es necesario que te molestes haciendo este camino: tú puedes curarla desde aquí con una sólo palabra” se hubiese ahorrado un gran disgusto y susto. Más fe tuvo la Hemorroisa. Jesús caminaba como llevado en andas por una turbamulta. De repente se detuvo y preguntó: “¿Quién me ha tocado?”. Los Discípulos – Pedro sin duda– le dijeron que esa pregunta era chusca: muchísima gente lo tocaba. “No, porque yo he sentido salir virtud de mí”, y miró alrededor. Entonces una mujer se adelantó, se postró delante, y “confesó”, dice Pedro-Marcos: contó todo. Sumía de hemorragias doce años hacía. Había gastado toda su fortuna en médicos, la habían hecho sufrir mucho y la habían dejado peor San Lucas, que fue médico, omite este detalle, pero Marcos lo particulariza casi con ferocidad: “Había visto muchos médicos, la habían atormentado, y dejado peor que antes.” También, los médicos de aquel tiempo no se andaban en chiquitas. Los libros judíos (el Talmud de aquel tiempo, nos dejan conocer algunas recetas; para curar el flujo de sangre, por ejemplo: sentarse en una encrucijada teniendo en la mano un vaso de vino nuevo; el médico venía por detrás en puntillas y le daba un gran grito para asustar al flujo de sangre; si el vino no se derramaba, el flujo se debía sanar; el médico ya estaba pagado, de modo que si no se sanaba, la culpa era de la enferma. Otro remedio era buscar granos de avena en la bosta de un mulo blanco; comiendo uno, el flujo debía cesar por dos días; comiendo dos por tres días; y comiendo uno durante tres días, debía cesar para siempre. Otro remedio y éste decisivo: azotarse los muslos con ortigas a la media noche un día sí y otro no durante un mes de Kislew –que corresponde a nuestro noviembre-diciembre– y la enfermedad debía desaparecer; pero no desapareció. Otros remedios que seguían, hacían desaparecer las ganas de sanarse. La medicina era ejercida por los Escribas, y consistía en un poco de empirismo y mucha superstición. En la Mishna (Talmud existe esta sentencia: “El mejor de los médicos merece el infierno.” “Hija, tu fe te ha curado, vete en paz y sé sana de tu plaga.” La tradición retiene que la mujer favorecida se llamaba “Ber-niké” o Verónica, y fue la misma que en la Vía Dolorosa enjugó con un lienzo el rostro de su Salvador caído –y allí había también flujo de sangre– el cual quedó estampado en él. Ésta había pensado entre sí: “si llego solamente a tocar la orla de su vestido, seré salva”. El pudor la cohibía de exponer su enfermedad delante de todos; y sentía altamente del Rabbí de Nazareth. Estaba aún hablando con ella, cuando llegó mensaje al dignatario sinagogal de que su hija había muerto. Jesús interrumpió: “No temas, cree solamente.” Cuando llegó estaban preparando el entierro y estaban allí las Lloronas y los Ululantes, según esa costumbre oriental que se conserva todavía en lugares de Suditalia y yo he visto en el Andalucía: llorar, gemir y hacer largos y sollozantes monólogos elegiacos; costumbre que tiene una raíz psicológica y aun higiénica, pues el dolor interno se templa y se encauza por medio de su manifestación externa, así como todas las emociones por medio de su expresión cuerdamente graduada; como atestigua la famosa teoría de “la purificación por la tragedia”, de Aristóteles. Esta ceremonia de los llantos teatrales, ridícula para nosotros los “civilizados”, tiene por fin hacer salir la pena para fuera y que no se vaya para adentro y dañe25 . Cristo paró el tumulto gritando: “¿Por qué lloráis y alborotáis? No esta muerta la niña, duerme.” Para Cristo la muerte es un sueño (“Lázaro duerme”), y eso ha de ser para el cristiano... Se burlaron de Él. Hizo salir a todos y tomando de la mano a la niña, la “despertó”. Se despierta al que duerme, no se despierta al que está muerto. Pero ésa es la locura del amor, que no quiere creer que haya cadáveres. “No está muerta la niña: duerme.” Había allí siete hombres, es decir: cinco medio hombres, uno que ya no era hombre, y uno que era más que hombre... –estas son florituras de San Agustín–. La niña comenzó a caminar y los presentes “quedaron estupendamente estupefactos”. Mandó que le diesen de comer, y ordenó “vehementemente” que no lo contaran a nadie. Tenía doce años. La leyenda ha querido también seguir los pasos de la niña resucitada. Se casó poco después y de sus hijos naturalmente uno fue obispo, otro fue sacerdote y otro centurión romano; todos mártires. Eso ya no lo sabemos cierto; pero es muy probable que de su estada en el más allá sólo conservó el recuerdo borroso de un sueño, lo mismo que Lázaro; porque de otro modo, no sería fácil seguir viviendo. ¿Por qué hizo salir a todos antes de obrar el portento? Primero, porque se habían reído de Él y no merecían verlo. Segundo y principal, por la razón antes dicha, de que Cristo no quería hacer espectáculos sino crear fe. Hoy día hay gente que piensa que hay que hacer espectáculos clamorosos y multitudinosos para crear la fe. Ojalá que les vaya bien con su sistema, pero me parece que eso más que fe es política. Bueno, ojalá que les vaya bien con su política. Pero hasta ahora no lo hemos visto. La fe es interior, la fe no ama los alborotos, la fe no hace aspavientos, la fe se nutre en el silencio: ella es callada y operosa, es sosegada, es modesta, es fecunda, es más amiga de las obras que de las palabras, es fuerte, es aguantadora, es discreta. Es pudorosa. Los hombres profundamente religiosos no ostentan su religiosidad, como los Don Juan Tenorio de la religión, porque todo amor profundo es ruboroso; lo cual no impide que reconozcan a Cristo ante los hombres cuando es necesario. (3)
NOTAS PROPIAS DE CASTELLANI
23) La anécdota del sargento salteño no está tomada del libro La Historia que he vivido, todavía no publicado al escribirse esta homilía; sino de un relato oral de don Carlos Ibarguren al autor (19 de junio de 1957). Maleas. [Ver nota 68; n. del E.].
(24) El texto griego dice: “pareéngeilen, diestéilato” (“les gritó, les bramó que no lo contaran”).


SANTOS PADRES

 Evangelio según san Mateo, 9:18-22 

Diciéndoles El estas cosas, se le aproximó un príncipe de la sinagoga, y le adoró diciendo: "Señor, mi hija es ahora un cadáver; mas ven, pon tu mano sobre ella y vivirá". Y levantándose Jesús le seguía en compañía de sus discípulos. Y he aquí una mujer, que padecía hacía doce años flujos de sangre, se le acercó por detrás y tocó la orla de su vestido. Porque decía ella en su interior: "si llegare a tocar tan sólo su vestido, quedaré sana": Y volviéndose Jesús, y viéndola, dijo: "Confía, hija, tu fe te ha sanado", y desde aquella hora quedó completamente sana. (vv. 18-22)
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
Después de las palabras, siguió la acción, que debía cerrar por completo la boca a los fariseos, puesto que el mismo Jefe de la sinagoga se había acercado a Jesús para pedirle un milagro. Grande era su tristeza, porque era hija única la difunta, tenía doce años y estaba en los primeros albores de la vida y por eso dice: "Mientras El les hablaba estas cosas: He aquí que se le aproximó uno de los principales".
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 28
San Marcos y San Lucas refieren el mismo hecho, aunque no en el mismo orden, porque colocan este hecho después de su salida del país de los Gerasenos, cuando atravesó el lago después de haber arrojado a los demonios que se posesionaron del cuerpo de los cerdos. Según San Marcos, debió acontecer este hecho después que Jesús atravesó por segunda vez el lago, aunque no se sabe cuánto tiempo después. Debió indudablemente haber algún intervalo, porque de otra manera no tendría lugar en la narración de San Mateo la permanencia de Jesús en el convite de la casa de Mateo: a continuación de este hecho, sigue inmediatamente el de la hija del jefe de la sinagoga. Porque si el referido jefe se hubiera acercado a Jesús en el momento en que estaba haciendo las comparaciones de la pieza de paño nuevo y del vino nuevo, no hubiera habido interposición alguna entre sus acciones y palabras. Pero en la narración de San Marcos, existe un espacio donde se pudieron interponer otras cosas. San Lucas no contradice a San Mateo cuando dice: "He aquí que un hombre llamado Jairo" ( Lc 8,41) . No debe colocarse este hecho a continuación, sino después de lo que refiere San Mateo, sobre el convite de los publicanos, en los términos siguientes: Mientras El les decía estas cosas, he aquí, que un príncipe (es decir, Jairo, príncipe de la sinagoga) se acercó a El y le adoró diciéndole: "Señor, mi hija acaba de morir". Se debe tener presente (para evitar toda aparente contradicción), que los otros dos evangelistas no dicen que estuviera muerta, sino próxima a morir. Hasta afirman que vinieron después a anunciarle la muerte, a fin de no incomodar al Maestro. Es preciso admitir, que San Mateo, para mayor brevedad, se contentó con referir la petición, dirigida al Señor, de que hiciera lo que realmente ejecutó, es decir, de que resucitara a una difunta. Porque en este pasaje no debemos fijarnos en las palabras del padre sobre su hija, sino (y esto es lo esencial) en la voluntad. Estaba él tan desesperado de que pudiera resucitar, que no se imaginaba encontrar viva a la que dejó difunta. Dos evangelistas, pues, dan testimonio de lo que dijo Jairo mientras que San Mateo de lo que deseó y lo que pensó. Evidentemente, si uno de los primeros hubiera dicho que el mismo padre dijo que no se molestase a Jesús, porque su hija estaba ya muerta, semejantes palabras estarían en contradicción con las de San Mateo. Pero no se expresa en la narración que estuviera conforme con las noticias que le daban sus criados. De aquí la absoluta necesidad en que estamos de no dar a las palabras de cada uno más valor que el que les da su propia voluntad, a quien están subordinadas las palabras y de no inventar mentiras por haber dicho en otros términos lo que realmente quiso decir, aunque con palabras distintas.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
O también: Lo que el príncipe dijo de la muerte de su hija, no es más que una exageración propia del que anuncia una desgracia. Porque es natural en todos los que piden algo presentar sus males como mayores y decir más de lo que realmente es, con el objeto de interesar más a aquellos a quienes suplican. De aquí aquellas palabras: "Pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá". Ve aquí su confianza. Exige dos cosas de Cristo: el que vaya a su casa y el que ponga su mano, precisamente lo que el Sirio Naaman exigió del profeta ( 2Re 5). Porque necesitan ver y apreciar las cosas de una manera sensible los que sólo tienen disposiciones vulgares.
Remigio
Admirable e igualmente digna de imitación es la humildad y la mansedumbre del Señor, porque en seguida que fue suplicado, siguió al que le suplicó: por eso se dice: "Y levantándose le seguía". De esta manera enseña lo mismo a los súbditos que a los superiores: a los súbditos les dejó el ejemplo de la obediencia y manifestó a los superiores la solicitud y la prontitud que deben tener en la enseñanza: de suerte que deben acudir en seguida a cualquier parte donde hubiere una persona muerta en su alma.
Sigue: Iban con El sus discípulos.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
San Marcos y San Lucas dicen, que llevó consigo tres de sus discípulos, esto es, a Pedro, Santiago y Juan. A Mateo no le llevó para estimular más su deseo y a causa de la imperfección de sus disposiciones. Honra con esta distinción a aquellos, a fin de que los otros se hagan iguales a ellos y en cuanto a San Mateo, le era suficiente el haber visto la curación de la mujer que padecía el flujo de sangre, de la cual se dice: He aquí que una mujer, que padecía un flujo de sangre, se acercó por detrás y tocó la orla del vestido del Señor.
San Jerónimo
Esta mujer, que padecía un flujo de sangre, no se acerca al Señor ni en su casa, ni en la ciudad (porque según la ley no podía habitar en las ciudades) sino en el camino por donde pasaba el Señor, de suerte que el Señor, cuando iba a curar a una, curó también a otra.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
Por eso no se acerca en público al Señor, porque tenía vergüenza a causa de la enfermedad que padecía y por la que ella, apoyada en la ley, se tenía por muy impura; por eso se esconde y se oculta.
Remigio
Debemos en esta acción alabar la humildad de la mujer, que no se acerca de frente al Señor, sino por detrás, juzgándose indigna de tocar los pies del Señor. No toca todo el vestido, sino solamente su franja, porque el vestido del Señor tenía una franja conforme con el precepto de la ley. Llevaban los fariseos en sus vestidos unas franjas, que ellos estimaban mucho, en las que colocaban unas espinas; pero las de la franja del vestido del Señor no eran para herir, sino para curar y por eso decía la mujer en su interior: "Si tan sólo tocare su vestido, quedaré curada". Admirable es su fe, porque desesperando de los médicos, en los que había gastado su capital (como dice San Marcos) comprendió que había un médico celestial, puso en El toda su esperanza y mereció ser curada según las palabras: Mas volviéndose Jesús y viéndola, dijo: "Confía, hija, tu fe te ha salvado".
Rábano
¿Por qué mandó que tuviera confianza aquella mujer, que si no la hubiera tenido no hubiera buscado en El la salud? Exigió de ella fuerza y perseverancia en la fe, a fin de que llegara a tener una salud segura y verdadera.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2
O bien porque la mujer era tímida, le dijo: "Confía" y la llama hija, porque con la fe se hizo hija.
San Jerónimo
Y no dijo: porque tu fe te ha de sanar, sino te sanó porque en el acto mismo de creer fue curada.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,1
Aun no tenía ella un conocimiento exacto acerca de Cristo, pues creía que podía permanecer oculta a sus miradas. Pero no le permitió Cristo que se escondiese, no porque El ambicionase gloria alguna, sino por varios motivos: Primeramente, calma su temor para que no le remordiera la conciencia de haber arrebatado un don; en segundo lugar, la reprende de haber querido permanecer oculta; en tercer lugar, pone su fe a la vista de todos, para que a todos sirva de estímulo. Mostrando, en fin, que sabe todas las cosas, nos da una señal de su divinidad, no menor que la que nos dio con el derramamiento de su sangre: "Y esta mujer fue curada en aquel instante".
Glosa
Por aquella palabra: "desde aquella hora", debe entenderse no desde aquella en que Jesús se volvió hacia la mujer, sino desde el momento en que ella tocó la franja: como expresamente dicen otros evangelistas ( Mc 5,29; Lc 8,44) y hasta de las mismas palabras del Señor se colige claramente.
San Hilario, in Matthaeum, 3
Debemos admirar en este acontecimiento el gran poder del Señor, puesto que, permaneciendo ese poder dentro de un cuerpo, comunica a las cosas inanimadas la virtud de sanar, hasta el extremo de comunicarse la operación divina por la franja de los vestidos. No estaba Dios limitado en el estrecho límite de un cuerpo y su unión con el cuerpo no tenía por objeto encerrar en él todo su poder, sino elevar la fragilidad de nuestra carne hasta la obra de la redención.
Se entiende en sentido místico, por el príncipe de la sinagoga a la ley, que suplica al Señor devuelva la vida al cadáver de este pueblo, a quien la misma ley había estado alimentando con la esperanza de la venida de Cristo.
Rábano
También representa a Moisés y se le llama Jairo, esto es, el que ilumina o es iluminado, porque él recibió las palabras de la vida eterna para trasmitírnoslas a nosotros y hacerlas brillar de esta manera en los demás, al mismo tiempo que él mismo es iluminado por el Espíritu Santo. La hija, pues, del príncipe de la sinagoga, esto es, la sinagoga, de edad de doce años, es decir, de la pubertad, está abatida por la gangrena de los errores, en el momento que está obligada a engendrar hijos para Dios. Por eso el Verbo de Dios corre hacia esta hija del príncipe para salvar a los hijos de Israel; la Iglesia santa formada por las naciones, que perdían sus fuerzas por los crímenes interiores que las corroían, consiguió salvarse por la fe que estaba preparada para otros. Es digno de notarse, que la hija del príncipe estaba en la edad de los doce años y la mujer curada del flujo de la sangre estuvo padeciendo esta enfermedad durante doce años. Así que, cuando aquella nació, principió ésta a padecer, casi al mismo tiempo en que la sinagoga nació de entre los patriarcas y las naciones extrañas comenzaron a afearse con el corrompido veneno de la idolatría. El flujo de sangre puede tomarse en dos sentidos: por la corrupción y mancha de la idolatría, o también por todas las maldades practicadas bajo el imperio del placer de la carne y de la sangre. De ahí que, cuando la sinagoga tuvo vigor, luchó la Iglesia y sus pecados fueron la causa de que pasara la salud a otras naciones ( Rom 11). La Iglesia se acerca al Señor, lo toca, cuando se aproxima a El por la fe.
Glosa
Creyó, dijo, tocó; porque con estas tres cosas, la fe, la palabra y la obra, se consigue la salud.
Rábano
Y se acercó por detrás, según aquellas palabras: "Si alguno me quiere servir, sígame" ( Jn 12,26). O bien, porque no viendo ella en la carne a la persona de Dios, llega a conocerlo después que fueron cumplidos los misterios de su Encarnación. Por eso toca la franja del vestido, figura del pueblo gentil, que no habiendo visto a Cristo en su carne, recibió sus palabras de la Encarnación. Porque el vestido representa el misterio de la Encarnación, en la que se cubrió la divinidad y las palabras que siguen a la Encarnación, representan la franja del vestido. Toca, no el vestido, sino la franja, porque no vio a Dios en la carne, sino que recibió por los Apóstoles la palabra de la Encarnación. ¡Dichoso el que toca con su fe, aun cuando no sea más que las extremidades del Verbo! No recupera la salud en la ciudad, sino en el camino por donde iba el Señor; por esta razón dijeron los Apóstoles: "porque por vuestra conducta os hacéis indignos de la vida eterna; por eso nos volvemos a los gentiles" ( Hch 13,46). Los gentiles comenzaron a gozar la salvación desde la llegada del Señor.

 Evangelio según san Mateo, 9:23-26 

Y cuando llegó Jesús a la casa del príncipe y vio a los flautistas, y a las turbas que se agolpaban, les dijo: "Retiraos; porque no está muerta la niña, sino dormida". Y ellos se burlaban de El. Y después que hubo sido echada fuera la muchedumbre, entró y cogió la mano de la niña, y dijo: "Niña, levántate". Y resucitó la niña. Y se extendió el rumor de este prodigio por toda aquella tierra. (vv. 23-26)
Glosa
A la curación de la mujer que padecía el flujo, sigue la resurrección de la niña difunta, según aquellas palabras: "Y habiendo llegado Jesús a la casa del príncipe".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2
Debemos considerar en este pasaje, lo mucho que se detiene Jesús hablando con la mujer curada, con el objeto de dar tiempo a que muriera la niña y resaltara más la señal de su resurrección. Lo mismo hizo con Lázaro, que permaneció muerto hasta el tercer día. Sigue: Y cuando vio a los flautistas y a la muchedumbre que se agolpaba, prueba evidente de la muerte.
San Ambrosio, in Lucam, 6,62
Según costumbre antigua solían asistir a los entierros hombres que iban tocando flautas a fin de mover al llanto.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2
Pero Cristo arrojó a todos los flautistas, e hizo entrar a los parientes de la niña, a fin de que no pudieran atribuir a causas diferentes la resurrección de la niña. Antes de la resurrección, los anima a que tengan esperanza con estas palabras: "Retiraos; porque no está muerta la niña, sino dormida".
Rábano
Como si dijera: Para vosotros está muerta, pero para Dios, que puede resucitarla, tanto en el cuerpo como en el espíritu, está dormida.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2
Estas palabras, que levantaron una gran agitación en los que se hallaban presentes, demuestran lo fácil que es para Cristo el resucitar a los muertos: como sucedió con Lázaro : "Nuestro amigo Lázaro duerme" ( Jn 11,11). Nos enseñan, además, que no debemos tener miedo a la muerte. El mismo había de morir también y valiéndose de la muerte de otros hombres inspira confianza a sus discípulos y les enseña a sufrir con valor la muerte. Porque desde su venida, la muerte no es ya más que un sueño. Al oír los que se hallaban presentes este lenguaje del Señor se burlaban de El. Pero Jesús despreció esta burla, a fin de que la misma burla de los flautistas y los demás circunstantes fuera una prueba evidente de la realidad de la muerte. Muchas veces no creen los hombres en los milagros y se les convence con sus mismas contestaciones: como aconteció con Lázaro cuando dijo Jesús: "¿Dónde le pusisteis?" ( Jn 11,34), a lo que contestaron ellos: "Ven y ve cómo ya huele (porque ya han pasado cuatro días)" ( Jn 11,39). Ante esta confesión, no podían menos de creer que efectivamente estaba muerto y que resucitó a un muerto.
San Jerónimo
No eran dignos de presenciar el hecho misterioso de la resurrección aquellos que cubrían de oprobios y de injurias al que tales cosas hacía. Por eso se dice: "Y como hubiese echado fuera a las turbas, entró, tomó la mano de la niña y ésta resucitó".
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 31,2
El no le da una nueva vida, sino que le devuelve la misma que había perdido y la saca como de un sueño, para de este modo prepararla a que creyera (como si lo viera) en su resurrección. Y no sólo resucita a la niña, sino que, como dicen otros evangelistas, mandó que le dieran de comer, con el objeto de que vieran no era una ilusión lo que acababa de hacer. Y sigue: "Y se extendió su fama por todo el país".
Glosa
A fin de que no se tuviera por una ficción la grandeza y la novedad de este milagro y que su realidad se extendiera entre el público.
San Hilario
En sentido místico, entra el Señor en casa del príncipe (es decir, en la sinagoga), en el momento en que los cantores cantaban el himno del duelo según prevenía la ley.
San Jerónimo
Hasta hoy permanece en la casa del príncipe la niña difunta y los que parecen maestros, no son más que músicos de flauta que tocan composiciones fúnebres. La turba de los judíos no es la del pueblo que cree, sino la del pueblo que se agita; pero una vez que hubieren entrado todas las naciones, todo Israel conseguirá su salvación ( Rom 11).
San Hilario, in Matthaeum, 9
A fin de que podamos comprender que era limitado el número de los creyentes, fue arrojada toda la muchedumbre que burlándose con sus palabras y sus acciones se hizo indigna de asistir a la resurrección, a pesar de que el Señor deseó salvarla.
San Jerónimo
Y tomó la mano de la niña y ésta se levantó; porque no se levantará la sinagoga, que es un cadáver de los judíos, hasta que éstos no purifiquen primero sus manos, que están llenas de sangre ( Is 1).
San Hilario, in Matthaeum, 9
La fama que se extendió por todo aquel país, nos hace ver que Cristo fue elegido para dar la salud y publica de un modo claro sus dones y sus obras.
Rábano
En sentido moral, la niña difunta en su casa figura al alma muerta en sus pensamientos. Y dice el Salvador, que la niña no hace más que dormir; porque los que pecan en esta vida, aun pueden resucitar mediante la penitencia: los tocadores de flauta no hacen más que adular y ensalzar a la muerta.
San Gregorio Magno, Moralia, 18
Con el objeto de resucitar a la difunta, echa fuera a la muchedumbre. Porque no resucitará el alma que interiormente está muerta, si no arroja antes de lo más íntimo de su corazón la multitud de cuidados temporales.
Rábano
La niña es resucitada en su casa en presencia de unos cuantos testigos, el hombre joven fuera de la puerta y Lázaro delante de mucha gente; porque el que falta públicamente necesita dar una reparación pública y al que comete una falta ligera, se le puede borrar con una penitencia suave y oculta.

COMENTARIO
Reproducimos nuestro comentario escrito al Evangelio del Domingo XX, que cuadra en términos generales con el Evangelio de hoy, sobre el tema de Fe y milagros. Es totalmente pertinente, abstrayendo el episodio puntual de ese Domingo.
También, y especialmente, recomendamos nuestro audio sobre la necesidad de la Fe para la salvación es pertinente; su link está a continuación.

LA FE Y SU NECESIDAD CAPITAL PARA AGRADAR A DIOS Y SALVARNOS
 (no es exactamente lo mismo este comentario escrito que el audio del link que pegamos antes)
Este dignatario probablemente subordinado de Herodes y alto rango, ya que tenía criados que le salieron al encuentro cuando llegaba a su casa, fue a Jesús, que iba por segunda vez a Caná de Galilea, y le rogó que fuera hasta su casa, que estaba a unas horas de camino por lo que se ve, a sanar a su hijo que se estaba muriendo. Jesús como otras veces, -no siempre pero sí otras veces- responde seco y poco y amigable: ¡Si no ven milagros y prodigios no creen! Exclamación cargada de significados.
Primero, es obvio que Jesús quiere una Fe no basada en milagros y prodigios; esto resulta claro teniendo en cuenta aquello de: “¡Crean aunque sea por las obras!”, que les dice a los judíos. Esas obras son los milagros y ese «aunque sea» quiere decir que hay que creer sobre todo por la Palabra, las obras ya son la prueba visible para el hombre recto; pero la Palabra es suficiente para suscitar la Fe, y en ella debe basarse, sin despreciar los milagros que la confirman.
Segundo, ¿porqué esta dureza con este hombre? ¿Porque era romano? Nada que ver. Vemos como trató al fausto Centurión aquel de las palabras llenas fe, eternas : Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum; sed tantum dic verbo, et sanabitur anima mea. (Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, pero di una palabra y quedará sana mi alma). Palabras que quedaron plasmadas hasta el Fin en la Liturgia.
Este alto dignatario, de hoy, tiene una llama de fe imperfecta y fluctuante, pero quiere crecer. Es de notar la diferencia con el Centurión: Este pide a Cristo que lo cure “de Palabra” sin moverse de su lugar, y aquel dignatario le pide ir hasta su casa para que su hijo no muera. Hay una gran diferencia. Cristo, con su expresión que parece malhumorada y dura, exige un esfuerzo al hombre para fortalecer su Fe. Cristo no es empalagoso ni afeminado; suele hablar


duro y exigente, pero está lleno de un amor que pide siempre un paso más para perfeccionarse. Es verdad que algunos casos no pide nada, solo da: cada alma es distinta y está en distinta situación. Pero a la larga, siempre pide caminar, ir hacia adelante espiritualmente; no quedarse.
Una cosa se constata con claridad meridiana en el Evangelio: El entusiasmo vivo y notorio, no excento de feliz asombro, que le suscita a Cristo la Fe; y por el contrario, el fastidio, malhumor, frustración e ira que le produce la falta de Fe.
Recordemos aquel arranque de cólera de «Oh, raza incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? ¿Hasta cuándo estaré con ustedes?,  que asusta a los pobres discípulos que no pudieron expulsar un demonio. Y aquello a Pedro hundiéndose en las aguas después de haber caminado sobre ellas: ¿Hombre de poca fe, porqué dudaste?
Y, por otra parte, aquello a la mujer cananea sirofenicia, a la que también trata dura y secamente, y hasta málamente al principio; ella grita, ¡Hijo de David ten piedad de mí! Pero Él la ignora; incluso los discípulos interceden para que la atienda y deje de vociferar, pero Él firme en su dureza responde que ha venido nada mas que para las ovejas perdidas de Israel. Ella misma rompe todas las barreras y viene a postrarse humildemente ante Él y le ruega, ¡Señor socórreme!, pero Jesús le da una de las respuestas mas desagradables del Evangelio: No es bueno quitar el pan a los hijos para dárselo a los perros. A lo que aquella pagana, notablemente inspirada por una Fe vencedora, da esa respuesta que desarma completamente a Cristo: ¡Sí Señor, pero los perritos también comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos!
El Señor está lejos de ser ese hippie tiernamente empalagoso, afeminado y sonriente que suele ser retratado por la teología y la catequesis progremodernista postconciliar. Jesucristo es Dios y es Hombre, hombre sano y viril, fuerte y exigente, a la vez que lleno de amor redentor. Exige a fondo a la mujer con dureza para que saque de sí todo lo bueno que tiene y eso quede plasmado eternamente en la memoria de este mundo a partir de ese momento, como en la eternidad.
A su dureza y , mayor humildad y confianza; una fe inclaudicable de la mujer. Jesús se deja vencer; Jesús ha vencido: ha hecho estallar públicamente la fe de la mujer para que quede grabada en el Evangelio como ejemplo y será alabada eternamente por los ángeles con la alegría de Dios.
¡Mujer! Grande es tu fe! Hágase como tú quieres.
El mismo entusiasmo asombrado, admirado, de Cristo ante la Fe del Centurión antes mencionado: ¡Yo les digo que ni en Israel he encontrado tanta fe! ¡Ve! ¡Que se haga como creíste!
También a la mujer hermorroisa: ¡Vete, tu fe te ha salvado!
¡Cristo se admira, si, se admira! Por la fe. Y por el contrario, se fastidia, se pone mal, se frustra, se irrita, por la falta de Fe. En su pueblo, Nazareth, no hizo ningún milagro por la falta de fe.
La Fe nos hace agradables a Dios, dice la Carta a los Hebreos y hace una enumeración de los santos que la tuvieron y las cosas extraordinarias para Dios que hicieron.
La Fe es absolutamente necesaria para la salvación. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Único, para que todo aquel QUE CREA EN EL, tenga vida eterna, revela divinamente el Evangelio de San Juan…… El que crea, se salvará; el que no crea, se condenará.
La primera prédica de la vida pública del Señor; su primera exhortación al mundo es: El tiempo se ha cumplido; El Reino de Dios se ha acercado, CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO.
Hay muchos pasajes más. La Fe, principio de respuesta libre del hombre al amor de Dios, debe ser obviamente complementada con las obras de amor, y sostenida y potenciada por la Esperanza.
La Fe cree, la Esperanza espera, y la Caridad Ama. Pero la Fe es el inicio de las virtudes infusas teologales: sin ella no hay nada. El Amor es lo mayor, pero sin el principio de la Fe, que es la respuesta inicial del hombre a Dios, no hay nada.

San Pedro, el Apóstol de la Fe, -a pesar de sus debilidades, es el mayor, y sobre el cual fundo su Iglesia. En uno de los pasajes mas conmovedores y asombrosos de la Revelación, Jesús Resucitado, el Dios Todopoderoso y Eterno, se inclina sobre el pobre pescador y pecador como mendigando amor, le pregunta: ¿Simón, me amas? … ¿Simón, me amas MAS QUE ESTOS? Esa pregunta es un reconocimiento del superior amor de Pedro -esto no se contrapone a la autodenominación de Discípulo amado que se hace Juan. Juan es el amado, pero Pedro el más amado. Pero este es otro asunto para tratar en otro lugar.
La teología de Rhaner, sobre todo, con su infausto hallazgo (¡comillas odiosas!) del Cristiano Anónimo, ha trazado la autopista de la Apostasía en la Iglesia.
Cristiano anónimo es cualquier hombre aún cuando no tenga una pizca de fe y sea absolutamente ignorante de todo sobre Cristo y su Iglesia. Ese cristiano anónimo ya está redimido aún sin fe, porque la Redención de Cristo, según esta aberrante y trágica desviación, está ínsita en la naturaleza del hombre. El hombre está automáticamente impregnado de la redención lo quiera o no. NO ES NECESARIA LA FE, NI NADA EN REALIDAD, PARA REDIMIRSE.
Esto ha tenido varios cauces de apostasía y disolución: Si todos los hombre son cristianos anónimos y ya están redimidos, de nada sirve la misión, de nada sirven los Sacramentos, de nada sirve ninguna disciplina ni austeridad ni ascetismo. Caída de las vocaciones sacerdotales y religiosas, caída del ímpetu misionero….pérdida de la conciencia de la importancia capital de la Fe para la Salvación, caída del ascetismo y la conciencia de la importancia de los Sacramentos…..caída de la Fe en general. Apostasía en carrera.
Sin Fe en Cristo no hay salvación. Y la Fe debe ser en Cristo verdadero, con Iglesia y todo. El hombre debe buscar la Verdad. Para aquellos que viven en regiones remotas sin Iglesia ni Palabra ni Sacramentos, Dios tiene un trato extraordinario. Dios sopesa todos los atenuantes y circunstancias. Pero repitámoslo una vez mas, el Evangelio, el Nuevo Testamento, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia hasta 1962, hablan claramente de la necesidad de la Fe para la Salvación.
Después de esa fecha todo se oscurece, sobre todo después del II Concilio, por efecto principalmente de teólogos como Rhaner, ruina de la Iglesia y de infinidad de almas.
La Fe no es un sentimiento; la fe es un conocimiento sobrenatural infundido por Dios en el hombre abierto que responde a su amor. Sabiendo que la Gracia de Dios siempre precede todo lo del hombre.
Y la Fe para ser verdadera y viva, debe ser íntegra; creer toda la Revelación. Ninguna selección personal o modernista sirve. No hay para Dios cristiano my way; solo hay cristianos a la manera de Cristo, que acepten toda la Revelación.
Es hora de recobrar la conciencia de la importancia capital de la Fe, y la Fe misma, abrevando en las aguas puras de la Escritura, vivida por la Tradición e intrepretada por el Magisterio de 1962 años de Iglesia. Siempre desechando el mayor veneno que Lucifer ha destilado en la iglesia: el Modernismo.
La Santísima Virgen que recibe el elogio de Dios en el Evangelio, de manera indirecta y directa, lo recibe por su Fe.
«Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron» Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.»» –
Bendita tu entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, dice Isabel llena del Espíritu Santo a María….FELIZ LA QUE HA CREÍDO!
Que Ella, que agradó a Dios por su Fe, nos ayude a nosotros y a la vapuleada iglesia de hoy a recuperar una Fe sana e íntegra que nuevamente entusiasme y admire al Señor.

Reiteramos nuestra recomendación de escuchar el audio sobre este tema en Adoración y Liberación, aquí: https://www.youtube.com/watch?v=fbbT2pzGj5s&list=PLQnsAqxpBzG2YcEBckC_2S8JhYKLA3bCa&index=6&t=198s  
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