lunes, 30 de noviembre de 2020

SAN ANDRÉS, APÓSTOL

 

30 de noviembre
SAN ANDRÉS, APÓSTOL,
PATRONO DE RUSIA Y DE ESCOCIA
Vidas de los Santos de A. Butler

 

 

 

Juan de Valdés Leal, S. Andrés. 1647
Iglesia de S. Francisco, Córdoba, España

(Siglo I) San Andrés nació en Betsaida, población de Galilea situada a orillas del lago de Genezaret. Era hijo del pescador Jonás y hermano de Simón Pedro. La Sagrada Escritura no especifica si era mayor o menor que éste. La familia tenía una casa en Cafarnaún y en ella se alojaba Jesús cuando predicaba en esa ciudad. Cuando San Juan Bautista empezó a predicar la penitencia, Andrés se hizo discípulo suyo. Precisamente estaba con su maestro, cuando Juan Bautista, después de haber bautizado a Jesús, le vio pasar y exclamó: "¡He ahí al cordero de Dios!" Andrés recibió luz del cielo para comprender esas palabras misteriosas. Inmediatamente, él y otro discípulo del Bautista siguieron a Jesús, el cual los percibió con los ojos del espíritu antes de verlos con los del cuerpo. Volviéndose, pues, hacia ellos, les dijo: "¿Qué buscáis?" Ellos respondieron que querían saber dónde vivía y Jesús les pidió que le acompañasen a su morada. Andrés y sus compañeros pasaron con Jesús las dos horas que quedaban del día. Andrés comprendió claramente que Jesús era el Mesías y, desde aquel instante, resolvió seguirle. Así pues, fue el primer discípulo de Jesús. Por ello los griegos le llaman "Proclete" (el primer llamado). Andrés llevó más tarde a su hermano a conocer a Jesús, quien le tomó al punto por discípulo y le dio el nombre de Pedro. Desde entonces, Andrés y Pedro fueron discípulos de Jesús. Al principio no le seguían constantemente, como habían de hacerlo más tarde, pero iban a escucharle siempre que podían y luego regresaban al lado de su familia a ocuparse de sus negocios. Cuando el Salvador volvió a Galilea, encontró a Pedro y Andrés pescando en el lago y los llamó definitivamente al ministerio apostólico, anunciándoles que haría de ellos pescadores de hombres. Abandonaron inmediatamente sus redes para seguirle y ya no volvieron a separarse de El. Al año siguiente, nuestro Señor eligió a los doce Apóstoles; el nombre de Andrés figura entre los cuatro primeros en las listas del Evangelio. También se le menciona a propósito de la multiplicación de los panes (Juan, VI, 8-9) y de los gentiles que querían ver a Jesús (Juan, XII, 20-22).

Aparte de unas cuantas palabras de Eusebio, quien dice que San Andrés predicó en Scitia, y de que ciertas "actas" apócrifas que llevan el nombre del apóstol fueron empleadas por los herejes, todo lo que sabemos sobre e! santo procede de escritos apócrifos. Sin embargo, hay una curiosa mención de San Andrés en el documento conocido con el nombre de "Fragmento de Muratori", que data de principios del siglo III: "El cuarto Evangelio (fue escrito) por Juan, uno de los discípulos. Cuando los otros discípulos y obispos le urgieron (a que escribiese), les dijo: "Ayunad conmigo a partir de hoy durante tres días, y después hablaremos unos con otros sobre la revelación que hayamos tenido, ya sea en pro o en contra. Esa misma noche, fue revelado a Andrés, uno de los Apóstoles, que Juan debía escribir y que todos debían revisar lo que escribiese". Teodoreto cuenta que Andrés estuvo en Grecia; San Gregorio Nazianceno especifica que estuvo en Epiro, y San Jerónimo añade que estuvo también en Acaya. San Filastrio dice que del Ponto pasó a Grecia, y que en su época (siglo IV) los habitantes de Sínope afirmaban que poseían un retrato auténtico del santo y que conservaban el ambón desde el cual había predicado en dicha ciudad. Aunque todos estos autores concuerdan en la afirmación de que San Andrés predicó en Grecia, la cosa no es absolutamente cierta. En la Edad Media era creencia general que San Andrés había estado en Bizancio, donde dejó como obispo a su discípulo Staquis (Rom. XVI, 9) . El origen de esa tradición es un documento falso, escrito en una época en que convenía a Constantinopla atribuirse un origen apostólico para no ser menos que Roma, Alejandría y Antioquía. (El primer obispo de Bizancio del que consta por la historia, fue San Metrófanes, en el siglo IV). El género de muerte de San Andrés y el sitio en que murió son también inciertos. La "pasión" apócrifa dice que fue crucificado en Patras de Acaya. Como no fue clavado a la cruz, sino simplemente atado, pudo predicar al pueblo durante dos días antes de morir. Según parece, la tradición de que murió en una cruz en forma de "X" no circuló antes del siglo IV. En tiempos del emperador Constancio II (| 361), las presuntas reliquias de San Andrés fueron trasladadas de Patras a la iglesia de los Apóstoles, en Constantinopla. Los cruzados tomaron Constantinopla en 1204, y, poco después las reliquias fueron robadas y trasladadas a la catedral de Amalfi, en Italia.

San Andrés es el patrono de Rusia y de Escocia. Según una tradición que carece de valor, el santo fue a misionar hasta Kiev. Nadie afirma que haya ido también a Escocia, y la leyenda que se conserva en el Breviario de Aberdeen y en los escritos de Juan de Fordun, no merece crédito alguno. Según dicha leyenda, un tal San Régulo, que era originario de Patras y se encargó de trasladar las reliquias del apóstol en el siglo IV, recibió en sueños aviso de un ángel de que debía trasportar una parte de las mismas al sitio que se le indicaría más tarde. De acuerdo con las instrucciones, Régulo se dirigió hacia el noroeste, "hacia el extremo de la tierra". El ángel le mandó detenerse donde se encuentra actualmente Saint Andrews, Régulo construyó ahí una iglesia para las reliquias, fue elegido primer obispo del lugar y evangelizó al pueblo durante treinta años. Probablemente, esta leyenda data del siglo VIII. El 9 de mayo se celebra en la diócesis de Saint Andrews la, fiesta de la traslación de las reliquias.

El nombre de San Andrés figura en el canon de la misa, junto con los de otros Apóstoles. También figura, con los nombres de la Virgen Santísima y de San Pedro y San Pablo, en la intercalación que sigue al Padrenuestro. Esta mención suele atribuirse a la devoción que el Papa San Gregorio Magno profesaba al santo, aunque tal vez data de fecha anterior.

Duchesne, Delehaye y otros autores descartan la relación de San Andrés con la ciudad de Patras, pero no faltan autores que la afirman como cierta. Por ejemplo, Kellner dice (Heortology, p. 289) : "Más cierto es el hecho de que fue martirizado en Patras, como consta por un documento fidedigno." (El autor se refiere a la pasión que publicó Max Bonnet en Analecta Bollandiana, vol. XIII, pp. 373-378). "Además de este documento, existe una conocida encíclica escrita por los sacerdotes y diáconos de Acaya; aunque puede criticarse esa encíclica en ciertos aspectos, en todo lo esencial concuerda con el relato del martirio." Esto nos parece exagerado. Sin embargo, hay que reconocer que los calendarios griegos y latinos de todas las épocas fijan casi unánimemente la fiesta de San Andrés el 30 de noviembre. El Hieronymianum dice el 5 de febrero: "Patras in Achaia ordinatio episcopatus sancti Andraeae apostoli." La encíclica del clero de Acaya puede verse en Migne, PG., vol. II, pp. 1217-1248. Los escritos apócrifos relativos a San Andrés fueron publicados por M. Bonnet en Analecta Bollandiana, vol. XIII (1894); más tarde fueron reeditados aparte. Existen también textos etíopes, coptos y de otros países de oriente. Véase Dictionnaire de la Bible: Supplément, vol. Ii, cc. 504-509; Flamion, Les actes apocryphes de Vapdtre André (1911); Henecke, Neutestamentliche Apocryphen (1904), pp. 459-473, y Handbuch (1904), pp. 544-562. La leyenda de San Andrés interesó a los ingleses desde muy antiguo; el poema anglo-sajón titulado Andreas, que se basa en dicha leyenda, fue probablemente escrito por Cinevíulfo hacia el año 800. Acerca de la relación de San Andrés con Escocia, cf. W. Skene, Celtic Scotland, vol. I, pp. 296-299. La referencia de Eusebio se halla en Hist. Eccl., lib. ni. El texto del Fragmento de Muratori puede verse en DAC, vol. XII, c. 552, donde hay un facsímile del manuscrito original.




jueves, 26 de noviembre de 2020

SAN SILVESTRE, ABAD

 

26 de noviembre
SAN SILVESTRE ABAD,
Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger



EL FUNDADOR. — Ocurre con frecuencia que Dios lleva el mundo a los que huyen de él; tenemos hoy un ejemplo, entre otros muchos, en Silvestre Gozzolini. Se diría que ha llegado el momento en que maravillada la tierra de la santidad y de la elocuencia de las Ordenes nuevas del siglo XIII, olvida a los monjes y el camino del desierto; pero Dios, que no olvida, conduce silenciosamente a su elegido a la soledad, y otra vez la soledad se estremece y florece como el lirio. La austeridad de los antiguos tiempos, el fervor de las oraciones prolongadas revive de nuevo en Monte Fano y se propagan a otros sesenta monasterios; una nueva familia religiosa, la de los Silvestrinos, conocidos por el hábito azul que los distingue de sus hermanos mayores, hace siete siglos que aclama a San Benito, el Patriarca de Casino, como legislador y como padre suyo.

EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE. — Se cuenta que la ocasión de su vocación fué el espectáculo horrible del cadáver de un hombre poco antes muy señalado por su belleza. Silvestre se dijo: "Yo soy lo que éste fué; lo que éste es, seré yo", y recordó la palabra del Señor: "Si alguno quiere venir en pos de mí, se renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga". Entonces lo dejó todo y se retiró a la soledad.

Al principio de este mes traía a nuestra memoria la Iglesia el pensamiento de la muerte. Nos inducía a rogar especialmente en este período por las almas del purgatorio. En la fiesta de hoy, todavía desea que pensemos en nuestras postrimerías. No debemos olvidar el juicio de Dios: Hacia Dios caminamos; él es "el que viene"; él es hacia quien debemos tender. Tenemos que desprendernos poco a poco y por su amor de los atractivos de la vida presente y pedirle que no vacile en romper la tela de nuestra vida cuando haya llegado su hora. La muerte es la señal del pecado; y es también su castigo. A pesar de todo, nada tiene de espantosa desde que el Señor gustó de esa bebida amarga y nos libró del terror que infundía a los antiguos. Y si la consideramos como el encuentro definitivo con el que hemos buscado y amado tanto tiempo con la fe, nada nos debe asustar. Ella será para nosotros la verdadera unión, el verdadero comienzo de todas las cosas.

En este día, pidamos a San Silvestre que nos alcance la gracia de bien morir, enseñándonos a vivir como él en este austero pero consolador pensamiento y a seguir al Señor renunciando a todo lo que vaya contra su santa voluntad.

VIDA. — El gran anacoreta cuya memoria está ligada a Monte Fano, cerca de Fabriano, en las Marcas, es San Silvestre Gozzolini, fundador de la Congregación Benedictina que tomó su nombre. Nació en Osimo en 1177 e hizo sus estudios de derecho y de teología en Bolonia. Su obispo le procuró un canonicato, pero no tardó en dar el adiós a las dignidades que le esperaban, retirándose a las soledades cubiertas de bosques que rodeaban a su ciudad natal, y desde ese momento ya no pensó más que en levantar el ideal de la vida monástica, harto decaído por cierto. En 1231 logró construir en Monte Fano con la ayuda de algunos discípulos, un pequeño monasterio dedicado a la Reina del cielo y a San Benito. Así empezó la rama benedictina de Monte Fano. Inocencio IV la aprobó por medio de la bula del 27 de junio de 1247. Al morir el fundador, el 27 de noviembre de 1267, la Congregación de los Silvestrinos contaba 433 miembros y 12 monasterios. Clemente VIII insertó su nombre en el Martirologio en 1598 y León XIII extendió su Oficio y su Misa a la Iglesia universal, el 19 de agosto de 18901.

NO HAY MÁS QUE VANIDAD. — Cuán vanas son nobleza y belleza: la muerte, al hacértelo ver, abrió ante ti los senderos de la vida. La frivolidad de un mundo que tan mal uso hace del espejismo de los placeres falaces, no podía comprender al Evangelio, que difiere la felicidad para la vida futura, y hace consistir el camino que a ella nos lleva, en el renunciamiento, en la humillación, en la cruz. Con la Iglesia1 pedimos a Dios clementísimo que en atención a tus méritos tenga a bien concedernos el despreciar como tú las felicidades terrenas que tan pronto se disipan, para saborear un día contigo la eterna y verdadera dicha. Dígnate favorecer con tu ruego nuestras súplicas. Esperamos que el que te ha llevado a la gloria, bendiga y multiplique a tus hijos y favorezca juntamente con ellos a todo el Orden monástico.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA, VIRGEN Y MÁRTIR

 

24 de noviembre
SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA,
VIRGEN Y MÁRTIR
Vidas de los Santos de A. Butler




(Fecha desconocida) Desde el siglo X o aun antes, se venera mucho en el oriente a Santa Catalina de Alejandría. Sin embargo, desde la época de las Cruzadas hasta el siglo XVIII, la santa fue todavía más popular en occidente. En efecto, se le dedicaron numerosas iglesias y se celebraba su fiesta con gran solemnidad; se la incluyó en el número de los Catorce Santos Protectores y se la veneró como patrona de las estudiantes, de los filósofos, de los predicadores, de los apologistas, de los molineros, etc. Adán de San Víctor escribió un poema en su honor. Su voz fue una de las que oyó Santa Juana de Arco. Bossuet le dedicó uno de sus más célebres panegíricos. A pesar de todo, no sabemos con certeza absolutamente nada sobre la vida de la santa.

Según sus "actas", que carecen de valor, pertenecía a una noble familia de Alejandría. En el curso de sus profundos estudios, Catalina conoció el cristianismo y se convirtió a él gracias a una aparición de la Virgen y el Niño Jesús. Cuando estalló la persecución de Majencio, Catalina, que sólo tenía dieciocho años y era extraordinariamente bella, se presentó ante él y le echó en cara su tiranía. Majencio, no pudo contestar a sus argumentos contra los dioses y reunió a cincuenta filósofos para que los rebatiesen. Los filósofos se convirtieron a la fe, vencidos por la sabiduría de Catalina y fueron condenados por el emperador a perecer en la hoguera. En seguida, Majencio trató de convencer a la santa con halagos y le ofreció casarla con un príncipe. Catalina se rehusó indignada, por lo cual fue golpeada y encarcelada. Majencio partió a inspeccionar un campo militar. A su regreso, se enteró de que su esposa y un cortesano habían ido, por curiosidad, a visitar a Catalina y se habían convertido, junto con 200 soldados de la guardia. El emperador los mandó matar, y condenó a Catalina a morir en una rueda erizada de puntas afiladas, (de ahíprocede el nombre de la "rueda de Santa Catalina"). Pero, no bien pusieron los guardias a Catalina sobre la rueda, se desataron milagrosamente sus ataduras, la rueda se rompió, y las puntas de hierro volaron por el aire y mataron a muchos de los presentes. Entonces la santa fue decapitada: de su cuello brotó un líquido blanco como la leche. Existen ciertas variantes de la leyenda, tales como la conversión de Catalina en Armenia y los detalles que inventaron los chipriotas en la Edad Media para probar que la santa había vivido en Chipre.

Todos los textos de las "actas" afirman que los ángeles trasladaron su cuerpo al Sinaí, donde más tarde se construyó una iglesia y un monasterio; pero el caso es que los primeros peregrinos que fueron al Sinaí no sabían nada sobre esa leyenda. El año 527, el emperador Justiniano construyó un monasterio fortificado para los ermitaños del Sinaí. Según se dice, allá fueron trasladadas las presuntas reliquias de Santa Catalina en el siglo VIII o en el IX. Actualmente, el gran monasterio del Sinaí, tan famoso en una época, no es más que una sombra de lo que fue, pero todavía conserva las supuestas reliquias de Santa Catalina, bajo el cuidado de los monjes de la Iglesia ortodoxa de oriente.

Alban Butler cita las siguientes palabras del arzobispo Falconio de Santa Severina: "El significado de la expresión de que los ángeles trasladaron el cuerpo de la Santa al Sinaí, es que los monjes lo llevaron a su monasterio para enriquecerlo devotamente con tan preciosa reliquia. Como es bien sabido, en cierta época, el hábito religioso se designaba con el nombre de 'hábito angélico' y se llamaba a los monjes 'ángeles' por su pureza celestial y sus funciones," Las expresiones "Vida angelical" y "Hábito angélico" se usan todavía con frecuencia en la vida religiosa del oriente. Alban Butler comenta en otra p a r t e : "El sexo femenino no es menos apto que el masculino para las ciencias sublimes, ni se distingue menos por la vivacidad de su genio." Todavía en la actualidad se considera a Santa Catalina como patrona de los filósofos cristianos, por razón de su erudición.

Hay muchas versiones griegas y latinas de la leyenda de Santa Catalina. Los caracteres esenciales del relato no varían mucho de una versión a otra. El texto griego de Simeón Metafrasto, que data de fines del siglo X, puede verse en Migne, P. G.r vol. cxvt, pp. 276- 301. Hay otro texto ligeramente anterior; véase BHG., n 31. El tono de la noticia biográfica del cardenal Schuster, The Sacramentary (1930), vol. v, p. 302, prueba que la opinión general de los historiadores es que la leyenda de Santa Catalina no merece crédito alguno. El cardenal afirma que dicha leyenda "no tiene desgraciadamente ningún documento en su apoyo". Los antiguos calendarios orientales y egipcios no mencionan su nombre. En el occidente, el culto de la santa empezó apenas hacia el siglo X." Cf. Delehaye, Les martyrs d'Egypte (1923), pp. 35-36, 123-124; y Legends of the Saints, p. 57; W. L. Schreiber, Die Legende des hl. Catherine von Alexandria (1931). Acerca de Santa Catalina en el arte, cf. Künstle, lkonographie, vol. n, pp. 369-374, y Drake, Saints and their Emblems (1916), p. 24. Acerca de los aspectos folklóricos, véase Báchtold-Staubli, Handwórterbuch des deutschen Aberglaubens, vol. IV, pp. 1074-1084. Se encontrará una buena presentación de todo el asunto en Baudot y Chaussin, Vies des Saints, vol. xi (1954), pp. 854-872.


FUENTE

martes, 24 de noviembre de 2020

SAN JUAN DE LA CRUZ, Doctor de la Iglesia

24 de noviembre
SAN JUAN DE LA CRUZ,
DOCTOR DE LA IGLESIA
Vidas de los Santos de A. Butler

 



(1591 P.C.) Gonzalo de Yepes pertenecía a una buena familia de Toledo, pero como se casó con una joven de clase inferior, fue desheredado por sus padres y tuvo que ganarse la vida como tejedor de seda. A la muerte de Gonzalo, su esposa, Catalina Alvarez, quedó en la miseria y con tres hijos. Juan, que era el menor, nació en Fontiveros, en Castilla la vieja, en 1542. Asistió a una escuela de niños pobres en Medina del Campo y empezó a aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía aptitudes, entró más tarde a trabajar como criado del director del hospital de Medina del Campo. Así pasó siete años. Al mismo tiempo que continuaba sus estudios en el colegio de los jesuítas, practicaba rudas mortificaciones corporales. A los veintiún años, tomó el hábito en el convento de los carmelitas de Medina del Campo. Su nombre de religión era Juan de San Matías. Después de hacer la profesión, pidió y obtuvo permiso para observar la regla original del Carmelo, sin hacer uso de las mitigaciones que varios Pontífices habían aprobado y eran entonces cosa común en todos los conventos. San Juan hubiese querido ser hermano lego, pero sus superiores no se lo permitieron. Tras haber hecho con éxito sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote en 1567. Las gracias que recibió con el sacerdocio le encendieron en deseos de mayor retiro, de suerte que llegó a pensar en ingresar en la Cartuja.

Santa Teresa fundaba por entonces los conventos de la rama reformada de las carmelitas. Cuando oyó hablar del hermano Juan, en Medina del Campo, la santa se entrevistó con él, quedó admirada de su espíritu religioso y le dijo que Dios le llamaba a santificarse en la orden de Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que el prior general le había dado permiso de fundar dos conventos reformados para hombres y que él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa. Poco después, se llevó a cabo la fundación del primer convento de carmelitas descalzos, en una ruinosa casa de Duruelo. San Juan entró en aquel nuevo Belén con perfecto espíritu de sacrificio. Unos dos meses después, se le unieron otros dos frailes. Los tres renovaron la profesión el domingo de Adviento de 1568, y nuestro santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Fue una elección profética. Poco a poco se extendió la fama de ese oscuro convento, de suerte que Santa Teresa pudo fundar al poco tiempo otro en Pastrana y un tercero en Mancera, a donde trasladó a los frailes de Duruelo.

En 1570, se inauguró el convento de Alcalá, que era a la vez colegio de la Universidad; San Juan fue nombrado rector. Con su ejemplo, supo inspirar a sus religiosos el espíritu de soledad, humildad y mortificación. Pero Dios, que quería purificar su corazón de toda debilidad y apego humanos, le sometió a las más severas pruebas interiores y exteriores. Después de haber gozado de las delicias de la contemplación, San Juan se vio privado de toda devoción sensible. A ese período de sequedad espiritual se añadieron la turbación, los escrúpulos y la repugnancia por los ejercicios espirituales. En tanto que el demonio le atacaba con violentas tentaciones, los hombres le perseguían con calumnias. La prueba más terrible fue sin duda la de los escrúpulos y desolación interior, que el santo describe en "La Noche Oscura del Alma". A esto siguió un período todavía más penoso de oscuridad, sufrimiento espiritual y tentaciones, de suerte que San Juan se sentía como abandonado por Dios. Pero la inundación de luz y amor divinos que sucedió a esta prueba, fue el mejor premio de la paciencia con que la había soportado el siervo de Dios. En cierta ocasión, una mujer muy atractiva tentó descaradamente a San Juan. En vez de emplear el tizón ardiente, como lo había hecho Santo Tomás de Aquino en una ocasión semejante, Juan se valió de palabras suaves para hacer comprender, a la pecadora su triste estado. El mismo método empleó en otra ocasión, aunque en circunstancias diferentes, para hacer entrar en razón a una dama de temperamento tan violento, que el pueblo le había dado el apodo de "Roberto el diablo". En 1571, Santa Teresa asumió por obediencia el oficio de superiora en el convento no reformado de la Encarnación de Avila y llamó a su lado a San Juan de la Cruz para que fuese su director espiritual y su confesor. La santa escribió a su hermana: "Está obrando maravillas aquí. El pueblo le tiene por santo. En mi opinión, lo es y lo ha sido siempre." Tanto los religiosos como los laicos buscaban a San Juan, y Dios confirmó su ministerio con milagros evidentes. Entre tanto, surgían graves dificultades entre los carmelitas descalzos y los mitigados. Aunque el superior general había autorizado a Santa Teresa a emprender la reforma, los frailes antiguos la consideraban como una rebelión contra la orden; por otra parte, debe reconocerse que algunos de los descalzos carecían de tacto y exageraban sus poderes y derechos. Como si eso fuera poco, el prior general, el capítulo general y los nuncios papales, daban órdenes contradictorias. Finalmente, en 1577, el provincial de Castilla mandó a San Juan que retornase al convento de Medina del Campo. El santo se negó a ello, alegando que había sido destinado a Avila por el nuncio del Papa. Entonces el provincial envió un grupo de hombres armados, que irrumpieron en el convento de Avila y se llevaron a San Juan por la fuerza. Sabiendo que el pueblo de Avila profesaba gran veneración al santo, le trasladaron a Toledo. Como Juan se rehusase a abandonar la reforma, le encerraron en una estrecha y oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello demuestra cuan poco había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que profesaban seguirlo.

La celda de San Juan tenía unos tres metros de largo por dos de ancho. La única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer el oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces San Juan coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa en la "Sexta Morada": insultos, calumnias, dolores físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: "No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve preso en Toledo". Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo:

"¿En dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido ?
Como el ciervo huíste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

El prior Maldonado penetró la víspera de la Asunción en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar.

—"Parecíais absorto. ¿En qué pensabais?", le dijo Maldonado.

—'"Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad poder celebrar la misa", replicó Juan.

—"No lo haréis mientras yo sea superior", repuso Maldonado.

En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: "Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta prueba." Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: "Por ahí saldrás y yo te ayudaré." En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue casi un milagro.

El santo se dirigió primero al convento reformado de Beas de Segura y después pasó a la ermita cercana de Monte Calvario. En 1579, fue nombrado superior del colegio de Baeza y, en 1581, fue elegido superior de Los Mártires, en las cercanías de Granada. Aunque era el fundador y jefe espiritual de los carmelitas descalzos, en esa época participó poco en las negociaciones y sucesos que culminaron con el establecimiento de la provincia separada de Los Descalzos, en 1580. En cambio, se consagró a escribir las obras que han hecho de él un doctor de teología mística en la Iglesia. La doctrina de San Juan es plenamente fiel a la tradición antigua: el fin del hombre en la tierra es alcanzar la perfección de la caridad y elevarse a la dignidad de hijo de Dios por el amor; la contemplación no es por sí misma un fin, sino que debe conducir al amor y a la unión con Dios por el amor y, en último término, debe llevar a la experiencia de esa unión a la que todo está ordenado. "No hay trabajo mejor ni más necesario que el amor", dice el santo. "Hemos sido hechos para el amor." "El único instrumento del que Dios se sirve es el amor." "Así como el Padre y el Hijo están unidos por el amor, así el amor es el lazo de unión del alma con Dios." El amor lleva a las alturas de la contemplación, pero como el amor es producto de la fe, que es el único puente que puede salvar el abismo que separa a nuestra inteligencia de la infinitud de Dios, la fe ardiente y vivida es el principio de la experiencia mística. San Juan no se cansó nunca de inculcar esa doctrina tradicional con su estilo maravilloso y sus ardientes palabras. Sin embargo, el santo era hijo de su tiempo, como lo muestra un dibujo que hizo como proyecto para una "crucifixión", y que se conserva en el convento de Avila. En algunos casos las mortificaciones que practicaba rayaban en la exageración. Por ejemplo, sólo dormía unas dos o tres horas y pasaba el resto de la noche orando ante el Santísimo Sacramento. Solía pedir a Dios tres cosas: que no dejase pasar un solo día de su vida sin enviarle sufrimientos, que no le dejase morir en el cargo de superior y que le permitiese morir en la humillación y el desprecio. Con su confianza en Dios (llamaba a la divina Providencia el patrimonio de los pobres), obtuvo milagrosamente en algunos casos provisiones para sus monasterios. Con frecuencia estaba tan absorto en Dios, que debía hacerse violencia para atender los asuntos temporales. Su amor de Dios hacía que su rostro brillase en muchas ocasiones, sobre todo al volver de celebrar la misa. Su corazón era como una ascua ardiente en su pecho, hasta el punto de que llegaba a quemarle la piel. Su experiencia en las cosas espirituales, a la que se añadía la luz del Espíritu Santo, hacían de él un consumado maestro en materia de discreción de espíritus, de modo que no era fácil engañarle diciéndole que algo procedía de Dios.

Después de la muerte de Santa Teresa, ocurrida en 1582, se hizo cada vez más pronunciada una división entre los descalzos. San Juan apoyaba la política de moderación del provincial, Jerónimo de Castro, en tanto que el P. Nicolás Doria, que era muy extremoso, pretendía independizar absolutamente a los descalzos de la otra rama de la orden, el P. Nicolás fue elegido provincial, y el capítulo general nombró a San Juan vicario de Andalucía. El santo se consagró a corregir ciertos abusos, especialmente los que procedían del hecho de que los frailes tuviesen que salir del monasterio a predicar. El santo opinaba que la vocación de los descalzos era esencialmente contemplativa. Ello provocó la oposición contra él. San Juan fundó varios conventos y, al expirar su período de vicario, fue nombrado superior de Granada. Entre tanto, la idea del P. Nicolás había ganado mucho terreno y el capítulo general que se reunió en Madrid en 1588, obtuvo de la Santa Sede un breve que autorizaba una separación aún más pronunciada entre los descalzos y los mitigados. A pesar de las protestas de algunos, se privó al venerable P. Jerónimo Gracián de toda autoridad y se nombró vicario general al P. Doria. La provincia se dividió en seis regiones, cada una de las cuales nombró a un consultor para ayudar al P. Gracián en el gobierno de la congregación. San Juan fue uno de los consultores. La innovación produjo grave descontento, sobre todo entre las religiosas. La venerable Ana de Jesús, que era entonces superiora del convento de Madrid, obtuvo de la Santa Sede un breve de confirmación de las constituciones, sin consultar el asunto con el vicario general. Finalmente, se llegó a un compromiso en ese asunto. Sin embargo, en el capítulo general de Pentecostés de 1591, San Juan habló en defensa del P. Gracián y de las religiosas. El P. Doria, que siempre había creído que el santo estaba aliado con sus enemigos, aprovechó la ocasión para privarle de todos sus cargos y le envió como simple fraile al remoto convento de La Peñuela. Ahí pasó San Juan algunos meses, entregado a la meditación y la oración en las montañas, "porque tengo menos materia de confesión cuando estoy entre las peñas que cuando estoy entre los hombres."

Pero no todos estaban dispuestos a dejar en paz al santo, ni siquiera en aquel rincón perdido. Siendo vicario provincial, San Juan, durante la visita del convento de Sevilla, había llamado al orden a dos frailes y había restringido sus licencias de salir a predicar. Por entonces, los dos frailes se sometieron pero su consultor de la congregación, recorrió toda la provincia tomando informes sobre la vida y conducta de San Juan, lanzando acusaciones contra él y afirmando que tenía pruebas suficientes para hacerle expulsar de la orden. Muchos de los frailes traicionaron la amistad del santo, temerosos de verse comprometidos, y quemaron sus cartas para no caer en desgracia. En medio de esa tempestad San Juan cayó enfermo. El provincial le mandó salir del convento de Peñuela y le dio a escoger entre el de Baeza y el de Ubeda. El primero de esos conventos estaba mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era superior el P. Francisco, a quien San Juan había corregido junto con el P. Diego. Ese fue el convento que escogió. La fatiga del viaje empeoró su estado y le hizo sufrir mucho. Con gran paciencia, se sometió a varias operaciones. El indigno superior le trató inhumanamente, prohibió a los frailes que le visitasen, cambió al enfermero porque le atendía con cariño, sólo le permitía comer los alimentos ordinarios y ni siquiera le daba los que le enviaban algunas personas de fuera. Cuando el provincial fue a Ubeda y se enteró de la situación, hizo cuanto pudo por San Juan y reprendió tan severamente al P. Francisco, que éste abrió los ojos y se arrepintió. Después de tres meses de sufrimientos muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591. Para entonces, no se había disipado todavía la tempestad que la ambición del P. Nicolás y el espíritu de venganza del P. Diego habían provocado contra él en la congregación de la que había sido cofundador y cuya vida había sido el primero en llevar.

La muerte del santo trajo consigo la revalorización de su vida y, tanto el clero como los fieles acudieron en masa a sus funerales. Sus restos fueron trasladados a Segovia, pues en dicho convento había sido superior por última vez. Fue canonizado en 1726. San Juan de la Cruz no fue un sabio, si se le compara con ciertos doctores. Pero Santa Teresa veía en él un alma muy pura, a la que Dios había comunicado grandes tesoros de luz y cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos del santo justifican plenamente este juicio de Santa Teresa, particularmente los poemas de la "Subida al Monte Carmelo", la "Noche Oscura del Alma", la "Llama Viva de Amor" y el "Cántico Espiritual", con sus respectivos comentarios. Así lo reconoció la Iglesia en 1926, al proclamar doctor a San Juan de la Cruz por sus obras místicas. La doctrina de San Juan se resume en el amor del sufrimiento y el completo abandono del alma en Dios. Ello le hizo muy duro consigo mismo; en cambio, con los otros era bueno, amable y condescendiente. Por otra parte, el santo no ignoraba ni temía las cosas materiales, puesto que dijo: "Las cosas naturales son siempre hermosas; son como las migajas de la mesa del Señor." San Juan de la Cruz vivió la renuncia completa que predicó tan persuasivamente. Pero, a diferencia de otros menores que él, fue "libre, como libre es el espíritu de Dios". Su objetivo no era la negación y el vacío, sino la plenitud del amor divino y la unión sustancial del alma con Dios. "Reunió en sí mismo la luz extática de la Sabiduría Divina con la locura estremecida de Cristo despreciado".

A quien desee comprender los hechos que durante largo tiempo impidieron conocer la verdadera historia de San Juan de la Cruz, recomendamos la lectura del Postcriptum con que el P. Benito Zimmerman enriqueció la traducción inglesa de la obra del P. Bruno, St Jean de la Croix (1932). Todavía se conserva en Roma el manuscrito de las deposiciones de los testigos en el proceso de beatificación. Las biografías escritas en la primera mitad del siglo XVII ofrecen muchos datos, pero dejan en la oscuridad numerosos puntos, como por ejemplo, las de José Quiroga y Jerónimo de Santa María, as! como la obra de Francisco de Santa María, Reforma de los Descalzos, vols. I y II. Otras fuentes son la correspondencia y los escritos espirituales de Santa Teresa, las crónicas del Carmelo y aun ciertos documentos de Estado y despachos diplomáticos, porque la administración de Felipe II se distinguió por su interés en todo lo que afectaba la reforma de las órdenes religiosas. La edición más autorizada de las obras de San Juan en español es la del P. Silverio (5 vols., 1929-1931). Además de la excelente biografía del P. Bruno, que se funda en un estudio muy serio de las fuentes, existen algunas otras: D. Lewis (1897); M. M. Cárnica, San Juan de la Cruz (1875); más breve es la biografía de Mons. Demimuid. St. Jean de la Croix (1916), en la colección Les Saints. Véase también J. Baruzi, St. Jean de la Croix et le probléme de Vexpérience mystique (1931); Wenceslaus, Fisonomía de un Doctor (1913); y la serie de artículos publicados en Etudes Carmélitaines a partir de 1932. Cf. igualmente Crisógono y Lucinio, Vida y Obras de San Juan de la Cruz (1946) ; P. Gabriel, St John of the Cross (1946), que es una introducción a la doctrina y las obras del santo; E. A. Peers, St. John of the Cross (ensayos, 1946) ; y las. traducciones inglesas de los poemas, hechas por Roy Campbell (1951) y Peers (1948). Tal vez la mejor introducción de tipo popular es la obra del Profesor Peers, Spirit of Fíame, del que recomendamos también las siguientes obras: Studies of the Spanish Mystics (2 vols., 1927-1930), St. Teresa of Jesús and Other Essays and Adresses (1953), en el que examina la segunda edición (1950) de la biografía del P. Crisógono Garrachón, y A Handbook to the Life and Times of St. Teresa and St. John of the Cross (1954).


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lunes, 23 de noviembre de 2020

SAN CLEMENTE, PAPA Y MARTIR

 

23 de noviembre
SAN CLEMENTE I, PAPA Y MÁRTIR
Vidas de los Santos de A. Butler



(99 P.C.) El tercer sucesor de San Pedro, probablemente San Clemente, fue contemporáneo de los santos Pedro y Pablo, según se cree. En efecto, San Ireneo escribía en la segunda mitad del siglo II: "Vio a los bienaventurados apóstoles y habló con ellos. La predicación de éstos vibraba aún en sus oídos y conservaba sus enseñanzas ante los ojos." Orígenes y otros autores le identifican con el Clemente a quien San Pablo llama su compañero de trabajos (Fil., IV, 3) y así lo repiten la misa y el oficio del santo; pero se trata de una identificación muy dudosa. Ciertamente, no fue nuestro santo el Clemente Flavio condenado a muerte el año 95. Pero no es imposible que haya sido un liberto de la servidumbre del emperador, cuyos ascendientes fueron judíos. No poseemos ningún detalle sobre su vida. Las "actas" del siglo IV, que son apócrifas, afirman que convirtió a una pareja de patricios, llamados Sisinio y Teodora, y a otros 423. Aquello le atrajo el odio del pueblo y el emperador Trajano le desterró a Crimea, donde tuvo que trabajar en las canteras. La fuente más próxima distaba diez kilómetros, pero Clemente descubrió, por inspiración del cielo otro manantial más próximo, donde pudieron beber los numerosos cristianos cautivos. El santo predicó en las canteras con tanto éxito que, al poco tiempo, había ya setenta y cinco iglesias. Entonces, fue arrojado al mar con un ancla colgada al cuello. Los ángeles le construyeron un sepulcro bajo las olas. Cada año, las aguas se abrían milagrosamente para dejar ver el sepulcro.

San Ireneo dice: "En la época de Clemente, estalló una importante sedición entre los hermanos de Corinto. La iglesia de Roma les envió una larga carta para restablecer la paz, renovar la fe y para anunciarles la tradición que había recibido recientemente de los apóstoles." Esa carta hizo famoso el nombre del Papa Clemente I. En los primeros tiempos de la Iglesia, la carta de Clemente tenía casi tanta autoridad como los libros de la Sagrada Escritura y solía leerse junto con ellos en las iglesias. En el manuscrito de la Biblia (Codex Alexandrinus, siglo V) que Cirilo Lukaris, patriarca de Constantinopla, envió al rey Jacobo I de Inglaterra, había una copia de la carta de Clemente. Patricio Young, encargado de la biblioteca real de Inglaterra, la publicó en Oxford,, en 1633.

San Clemente comienza por dar una explicación de que las dificultades por las que atraviesa la Iglesia en Roma (la persecución de Diocleciano) le habían impedido escribir antes. En seguida, recuerda a los corintios cuan edificante había sido su conducta cuando todos eran humildes, cuando deseaban más obedecer que mandar y estaban más prontos a dar que a recibir, cuando estaban satisfechos con los bienes que Dios les había concedido y escuchaban diligentemente su Palabra. En aquella época eran sinceros, inocentes, sabían perdonar las injurias, detestaban la sedición y el cisma. San Clemente se lamenta de que hubiesen olvidado el temor de Dios y cayesen en el orgullo, en la envidia y en las disensiones y los exhorta a deponer la soberbia y la ira, porque Cristo está con los que se humillan y no con los que se exaltan. El cetro de la majestad de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, no se manifestó en el poder sino en la humillación. Clemente invita a los corintios a contemplar el orden del mundo, en el que todo obedece a la voluntad de Dios: los cielos, la tierra, el océano y los astros. Dado que estamos tan cerca de Dios y que El conoce nuestros pensamientos más ocultos, no deberíamos hacer nada contrario a su voluntad y deberíamos honrar a nuestros superiores; las necesidades disciplinares han obligado a crear obispos y diáconos, a quienes se debe toda obediencia. Las disputas son inevitables y los justos serán siempre perseguidos. Pero señala que unos cuantos corintios están arruinando su iglesia. "Obedezca cada uno a sus superiores, según la jerarquía establecida por Dios. Que el fuerte no olvide al débil y que el débil respete al fuerte. Que el rico socorra al pobre y que el pobre bendiga a Dios, a quien debe el socorro del rico. Que el sabio manifieste su sabiduría, no en sus palabras, sino en sus obras. Los grandes no podrían subsistir sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes. En un cuerpo, la cabeza no puede nada sin los pies, ni los pies sin la cabeza. Los miembros menos importantes son útiles y necesarios al conjunto." En seguida, Clemente afirma que en la Iglesia los más pequeños serán los más grandes ante Dios, con tal de que cumplan con su deber. Termina con la petición de que le "envíen pronto de vuelta a sus dos mensajeros, en paz y alegría, para que nos anuncien cuanto antes que reinan ya entre nosotros la paz y concordia por la que tanto hemos orado y que tanto deseamos. Así podremos regocijarnos de vuestra paz".

En la carta hay un pasaje muy conocido, que el historiador anglicano Lightfoot califica de "noble reprensión" y de "primer paso hacia la dominación pontificia". Helo aquí: "Si algunos desobedecen las palabras que El nos ha comunicado, sepan que cometen un pecado grave e incurren en un peligro muy serio. Pero nosotros seremos inocentes de ese pecado." La carta de Clemente es muy importante por sus hermosos pasajes, porque constituye una prueba del prestigio y autoridad de que gozaba la sede romana a fines del siglo I y porque está llena de alusiones históricas incidentales. Además, "constituye un modelo de carta pastoral... una homilía sobre la vida cristiana." Existen otros escritos, llamados "Pseudo-clementinos", que se atribuían antiguamente al Papa. Entre ellos se cuenta otra carta a los corintios, que estaba también incluida en el "codex" alejandrino de la Biblia.

Se venera a San Clemente como mártir, pero los autores más antiguos no mencionan su martirio. No sabemos dónde murió. Tal vez durante su destierro en Crimea. Sin embargo, es muy poco probable que las reliquias que San Cirilo trasladó de Crimea a Roma, a fines del siglo IX, hayan sido realmente las de San Clemente. Dichas reliquias fueron depositadas bajo el altar de San Clemente, en la Vía Celia. Debajo de la iglesia y de la basílica que se construyó encima en el siglo IV, se conservan unas habitaciones de la época imperial. De Rossi pensaba que ahí había vivido San Clemente I. En todo caso, no sabemos quién fue el Clemente que dio su nombre a esa iglesia que se llamaba originalmente "titulus Clementis". El nombre de San Clemente I figura en el canon de la misa. Nuestro santo es uno de los llamados "Padres Apostólicos", que son los que conocieron personalmente a los apóstoles o recibieron su influencia casi directa.

Tal vez, la mejor colección de las alusiones a San Clemente que se hallan en la literatura cristiana primitiva, es la del obispo anglicano de Durham, J. B. Lightfoot, Apostolic Fatkers, pte.I, vol. I, pp. 148-200. Las citas más importantes, como son las del De viris illustribus de San Jerónimo, del Líber Pontificalis y de los sacramentarlos y calendarios, pueden verse en CMH., pp. 615-616. Existe un relato del martirio, en latín y en griego. Franchi de Cavalieri y Delehaye opinan que el original es el texto latino. De dicho relato se deriva la leyenda, perpetuada por el Breviario Romano, acerca del sepulcro marítimo y del ancla que se usó para ahogar a San Clemente. Los textos pueden verse en F. Diekamp, Patres apostolici, vol. II (1913), pp. 50-81. Los Pseudo-clementinos, que se dividen en las Homilías y los Reconocimientos, popularizaron mucho el nombre de San Clemente; pero naturalmente no añaden nada desde el punto de vista histórico o hagiográfico. Se ha escrito mucho sobre San Clemente en los últimos años. Uno de los estudios más recientes y completos es el de H. Delehaye, Etude sur le légendier romain (1936), pp. 96-116. El autor hace notar que, como en el caso de Santa Cecilia, el "titulus Clementis" se transformó con el tiempo en "sancti Clementis". Véase también P. Franchi de Cavalieri, en Note agiografiche, vol. V, pp. 3-40; I. Franko, St Klemens in Chersonesus (1906) ; J. P. Kirsch, Die rbmischen Titelkirchen (1918). En Loeb Classical Library, The Apostolic Fathers (1930), puede verse el texto griego de la carta de San Clemente, junto con una traducción inglesa de Kirsopp Lake. Hay otra traducción más reciente, hecha por J. A. Kleist, en el vol. I de la serie American Ancient Christian WritersThe Epistles of St Clement... and St Ignalius .. . (1946).

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viernes, 20 de noviembre de 2020

SAN FELIX DE VALOIS, CONFESOR

 

20 de noviembre
SAN FÉLIX DE VALOIS, CONFESOR
El Año Litúrgico - Dom Próspero Gueranguer



LA LIBERTAD CRISTIANA. — Otra vez nos encontramos en el calendario litúrgico con un Santo que trabajó con ardor por libertar a sus hermanos de la servidumbre. Tal vez tendríamos motivo de sobra para hablar de la servidumbre, tan triste como la esclavitud de los tiempos paganos, que padecen muchos pueblos oprimidos por un poder despótico que hace sentir su tiranía a las almas y a los cuerpos. Pero, al fln ya del año litúrgico, preferimos recordar otra vez más

la naturaleza de la libertad que consigue el hombre por su adhesión a nuestro Señor Jesucristo mediante la fe. "La vida del que fué justificado por la fe y el bautismo, lo sabemos, es paz con Dios, alegría y libertad. Libertad, dos veces libertad: por razón de lo que el bautismo destruyó en nosotros y por lo que ha edificado. Pero importa mucho definir lo que es la libertad, y su contrario, la servidumbre. "Soy siervo si vivo sujeto a la servidumbre de quien no debo, si el tirano ejerce su poder sobre mí a la fuerza y exteriormente, si me asocia contra mi voluntad a acciones viles, si una de mis partes, la más noble, protesta contra las villanías en que emplea su despótico poder. Sin duda ninguna, en esos casos existe la servidumbre. "Pero cuando estoy bajo la dependencia y en las manos de quien debo; cuando la fuerza que se emplea en mí, obra en lo íntimo, es decir, se dirige a la inteligencia y a la voluntad; cuando me hace trabajar en unión con él en obras altas y dignas; cuando me asocia al trabajo de Dios y con su influencia interior me hace colaborar en un programa de alta moralidad; cuando tengo conciencia de que no sólo Dios, sino también todas las partes superiores de mi alma aplauden a la obra que realizamos juntos, Dios y yo: llama si quieres a esto servidumbre, 8 7 4 EL TIEMPO DESPUES d e PENTECOSTES yo diría que es la libertad suma, la liberación absoluta. "No he sido creado para pertenecer al mal, ni para oscilar indefinidamente a capricho de un poder arbitrario, entre el bien y el mal. La libertad no es la volubilidad: de ningún modo. ¿No es hora ya de darse a Dios sin reservas ni rodeos? Y esto no es servidumbre, aunque los hombres lo llamen así; esto es la libertad absoluta, la exención de toda servidumbre. Es propio de la inteligencia el ser libre; y a la inteligencia de Dios corresponde la mayor libertad que existe. Y como la libertad no se me concedió p a r a estar fluctuando eternamente, sino para adherirme al bien por un acto para mí meritorio y p a r a Dios glorioso; p a r a unirme al bien, a Dios por un movimiento deliberado y nacido en mí: de aquí se sigue que cuando pertenezco sin interrupción, sin reserva, sin limitación, sin rodeos a la eterna belleza; cuando estoy cautivo y preso del afecto, prendido al centro mismo de mi vida; cuando amo, cuando amo de verdad de modo que pudiesen arrancarme el alma, pero no arrancar de mi alma el amor; cuando ya no existe para mí más que un pensamiento, un querer, un deseo, un amor y he podido librarme de todo para entregarme sin límite, en el tiempo y en la eternidad al que se h a adueñado de mí: ¡oh! digamos a los cuatro vientos: ahora sí que soy libre de verdad porque soy únicamente de Dios"1. i Dom Delatte, Epitres de saint Paul, I, 643. SAN FELIX DE VALOIS, CONFESOR 875 VIDA. — Félix pertenecía a la familia real de los Valois. Toda su vida se distingue por su amor a la contemplación, su caridad con los pobres y desgraciados. Siendo niño y adolescente, les repartía con mano generosa su fortuna. Pero la soledad le atraía, y en ella podía entregarse a la contemplación de Dios y de sus misterios. Para evitar toda pretensión al trono, quiso recibir antes las sagradas órdenes y luego se retiró al desierto donde vivió en la mayor austeridad. En él pasó muchos años en compañía de Juan de Mata que vino a juntarse con él. Por consejo de un ángel se pusieron en camino de Roma con el ñn de pedir a Inocencio III que aprobase la creación de una nueva Orden religiosa, para el rescate de los cautivos cristianos, víctimas de los musulmanes y en peligro de apostatar de su fe. El Papa dió a la Orden el nombre de la Santísima Trinidad, y los dos fundadores establecieron su primer monasterio en Cerfroid, diócesis de Meaux. Félix le gobernó y propagó la Orden en las demás provincias. Consolado por los grandes favores de la Virgen María, se durmió en la paz del Señor el 4 de noviembre de 1212. EL AMANTE DE LA CARIDAD. — Félix, a m a n t e santo de la caridad, enséñanos el valor de esta reina de las virtudes y también su naturaleza. Ella te a r r a s t r ó a la soledad, te hizo hallar a Dios, te le hizo ver y amar en tus hermanos. ¿No está aquí el secreto que hace al amor fuerte como la muerte, y le da como a tus hijos la audacia de hacer f r e n t e al infierno 1? Ojalá no cese de ser entre nosotros causa de todos los heroísmos; continúe siendo la parte excelente I Cant., VIII, 6. 8 7 6 el t i e m p o d e s p u e s de p e n t e c o s t es de tu santa Orden, el modo precioso de su adaptación siempre fecunda a las necesidades de una sociedad donde siempre reina de mil formas la tiranía de las peores servidumbres.

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miércoles, 18 de noviembre de 2020

DEDICACIÓN DE LAS BASÍLICAS DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

 

18 de noviembre
LA DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA
DE SAN PEDRO Y DE SAN PABLO
Vidas de los Santos de A. Butler




Así como la archibasílica de San Juan de Letrán y, el 5 de agosto la de Santa María la Mayor, en la fecha de hoy se celebra la dedicación de las otras dos grandes basílicas patriarcales de Roma, en conjunto, a San Pedro y San Pablo. La sangre de los mártires ha corrido en múltiples sitios, pero ninguno más venerable que la parte de la colina Vaticana consagrada por la sangre del Príncipe de los Apóstoles y enriquecida con sus reliquias. San Juan Crisóstomo dice: "Los sepulcros de los siervos de Cristo crucificado son más importantes que los palacios de los reyes, no por la grandeza y belleza de los edificios (aunque también en esto los superan algunas veces), sino por otras causas de mayor peso, como por ejemplo, la multitud de los que acuden a ellos con gozo y devoción. Porque el propio emperador visita las tumbas de los mártires, vestido de púrpura, las besa postrado humildemente por tierra y pide a los santos que intercedan por él. El hombre que ciñe la corona, considera como una gracia muy grande que un fabricante de tiendas y un pescador, ya difuntos, sean sus protectores y defensores y pide esas gracias con gran empeño." Según la tradición, el martirio de San Pedro tuvo lugar en los jardines de Nerón, en el Vaticano donde se construyó el circo de Calígula y, se afirma que fue sepultado cerca de ahí. Algunos autores sostienen que, el año 258, se trasladaron temporalmente las reliquias de San Pedro y San Pablo a una catacumba poco conocida, llamada catacumba de San Sebastián, con objeto de evitar una profanación. Como quiera que haya sido, las reliquias volvieron más tarde al sitio en que se hallaban antes y, el año 323, el emperador Constantino empezó a construir la basílica de San Pedro sobre el supuesto sepulcro del Apóstol. Esa magnífica iglesia permaneció sustancialmente idéntica durante dos siglos. Poco a poco fueron erigiéndose junto a ella, al pie de la colina Vaticana, varios edificios que pertenecían a los Papas. Ahí establecieron su residencia los Romanos Pontífices después del destierro de Aviñón. A mediados del siglo XV, la antigua basílica empezó a resultar insuficiente. En 1506, el Papa Julio II inauguró la nueva basílica proyectada por Bramante. La construcción duró ciento veinte años. El proyecto original sufrió considerables modificaciones, debidas a varios Papas y arquitectos, especialmente a Paulo V y a Miguel Ángel. La nueva basílica de San Pedro, tal como se ve hoy, fue consagrada por Urbano VIII el 18 de noviembre de 1626, aniversario del día de la primera dedicación. El altar mayor está construido sobre el sepulcro de San Pedro, redescubierto en 1942. Aunque la basílica de San Pedro es inferior en dignidad a la de San Juan de Letrán, ha sido siempre la iglesia más importante de la cristiandad, tanto de hecho como en el corazón de los católicos.

El martirio de San Pablo tuvo lugar a unos once kilómetros del de San Pedro, en Aquae Salviae (actualmente Tre Fontane), en la Vía Ostiense. El cadáver fue sepultado a tres kilómetros de ahí, en la propiedad de una dama llamada Lucina, dentro de una reducida bóveda sepulcral. Según cuenta Eusebio (Hist. Eccl., n, 25, 7), un sacerdote romano llamado Cayo decía refiriéndose a las tumbas de San Pedro y San Pablo: "Yo puedo mostraros los trofeos (sepulcros) de los Apóstoles. Si vais al Vaticano o por el camino de Ostia, veréis los trofeos de los fundadores de esta iglesia." Se dice que Constantino empezó también a construir una basílica sobre el sepulcro de San Pablo. Sin embargo, la gran iglesia de San Pablo Extramuros fue construida principalmente por el emperador Teodosío I y el Papa San León Magno. Dicha iglesia conservó su belleza y simplicidad originales hasta 1823, año en que fue consumida por un incendio. Los cristianos y no cristianos del mundo entero contribuyeron a cubrir los gastos de la reconstrucción. En el curso de los trabajos, se descubrió una tumba del siglo IV con la siguiente inscripción: "Paulo Apost. Mart." ("A Pablo, Apóstol y mártir") ; pero no se abrió el sepulcro. La nueva basílica, que es una imitación de la antigua, fue consagrada por el Papa Pío IX el 10 de diciembre de 1854, pero, como lo hace notar el Martirologio Romano, se fijó la fecha de hoy para la conmemoración.

San Agustín dice: "No construimos iglesias ni consagramos sacerdotes, no hacemos ritos ni sacrificios a los mártires, porque nuestro Dios es el Dios de los mártires y no los mártires mismos. Ninguno de los fieles ha oído jamás a un sacerdote decir ante el altar erigido sobre el cuerpo de un mártir para honrar y adorar a Dios: 'Te ofrecemos sacrificios a ti, Pedro, o Pablo, o Cipriano...' Nosotros no construimos iglesias a los mártires como si fuesen dioses. Las iglesias son simplemente recuerdos de aquellos que ya murieron y cuyas almas viven con Dios. Y no erigimos los altares para ofrecer sacrificios a los mártires, sino a su Dios y nuestro Dios."

Véase, The Sacramentary (trad. ingl.) del Card. Schuster, vol. v, pp. 280-287; O. Marucchi, Basiliques et églises de Rome (1902); y Ch. Hülsen, Le chiese di Roma (1927). Ya hemos hablado del martirio y los sepulcros de San Pedro y San Pablo el 29 de junio y el 9 de noviembre.

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martes, 17 de noviembre de 2020

SAN GREGORIO TAUMATURGO, OBISPO Y CONFESOR

17 de noviembre
SAN GREGORIO EL TAUMATURGO,
OBISPO DE NEOCESAREA
Vidas de los Santos de A. Butler



(1463 P.C.) Teodoro, quien más tarde cambió su nombre por el de Gregorio y recibió el sobrenombre de "el Taumaturgo" por sus milagros, nació en Neocesarea del Ponto. Sus padres pertenecían a la nobleza y eran paganos. Cuando Gregorio tenía catorce años, murió su padre. El joven continuó su carrera de leyes. La hermana de Gregorio hizo un viaje a Cesárea de Palestina para ir a reunirse con su esposo, quien ocupaba ahí un cargo oficial. En dicho viaje la acompañaron Gregorio y su hermano Atenodoro, el cual fue más tarde obispo y sufrió mucho por la fe. Poco antes, Orígenes, establecido en Cesárea, había abierto ahí una escuela. Desde la primera entrevista que tuvo con Gregorio y con su hermano, Orígenes cayó en la cuenta de que ambos poseían buenas aptitudes para los estudios y disposiciones para la virtud, por lo que se sintió impulsado a infundirles el amor de la verdad y el deseo de alcanzar el soberano bien del hombre. Fascinados por las palabras de Orígenes, los jóvenes renunciaron a su proyecto de proseguir su carrera de leyes en la escuela de Beirut, e ingresaron en la de Orígenes. Gregorio hace justicia a su maestro, pues asegura que los guiaba por el camino de la virtud, no sólo con sus palabras sino también con su ejemplo. También afirma que les inculcó la idea de que en todas las cosas lo importante es conocer la primera causa, con lo cual los orientó hacia la teología. Orígenes los hizo leer todo lo que los filósofos y los poetas habían escrito sobre Dios, haciéndoles caer en la cuenta de lo que había de falso y de verdadero en cada uno y recalcándoles la impotencia de la mente humana para alcanzar la plenitud de la verdad en el terreno más importante, que es el de la religión. Los dos hermanos acabaron por convertirse plenamente al cristianismo y prosiguieron sus estudios bajo la dirección de tan excelente maestro durante varios años. El año 238 regresaron a su patria. Antes de separarse de Orígenes, Gregorio le dio las gracias en un discurso que pronunció ante un nutrido auditorio, donde alabó los métodos de su maestro y la prudencia con que los había guiado en sus estudios, aparte de dar detalles muy interesantes sobre la pedagogía de Orígenes. También se conserva una carta de Orígenes a su discípulo, en la que llama a Gregorio su "respetado hijo" y le exhorta a emplear en servicio de la religión los talentos que había recibido de Dios; también le aconseja que aproveche todos los elementos de la filosofía pagana que puedan servir para ese fin, como los judíos aprovecharon los despojos de los egipcios para construir el tabernáculo del verdadero Dios.

Gregorio tenía la intención de practicar la abogacía en su patria; pero poco después de su llegada fue elegido obispo de Neocesarea, aunque en la ciudad sólo había diecisiete cristianos. Sabemos muy poco acerca del largo episcopado del santo. Es cierto que San Gregorio de Nissa, en el panegírico de su homónimo, da muchos datos sobre los milagros que valieron a éste el sobrenombre de "el Taumaturgo", pero está probado que la mayoría son legendarios. Como quiera que fuese, Neocesarea era por entonces una ciudad rica y populosa, en la que reinaban la idolatría y el vicio. San Gregorio, consumido por el celo y la caridad, se entregó enérgicamente al cumplimiento de sus deberes pastorales, y Dios le concedió un don extraordinario de milagros. Basilio dice que, "con la ayuda del Espíritu Santo, tenía un poder formidable sobre los malos espíritus. En cierta ocasión, secó un lago que era causa de pleitos entre dos hermanos. Su capacidad de predecir el futuro le elevaba a la altura de los profetas. Los milagros que obraba eran tan notables, que amigos y enemigos le consideraban como un nuevo Moisés."

Poco después de tomar posesión de la sede, San Gregorio fue a alojarse en casa de Musonio, un personaje importante de la ciudad, quien le había invitado a vivir con él. Ese mismo día, empezó el santo a predicar y, antes de caer la noche, había convertido ya a un número suficiente para formar una pequeña iglesia. Al día siguiente, se apretujaban ante la puerta de la casa de Musonio muchos enfermos, a los que Gregorio devolvió la salud y convirtió al cristianismo. Pronto, los cristianos llegaron a ser tan numerosos, que Gregorio pudo construir una iglesia, ya que todos colaboraron en la empresa con sus limosnas y su trabajo. En nuestro artículo del 11 de agosto referimos cómo consiguió San Gregorio que Alejandro el Carbonero fuese elegido obispo de Comana. La prudencia y el tacto de San Gregorio movían a las gentes a consultarle acerca de cuestiones civiles y religiosas y, en ese sentido, fueron muy útiles al santo sus estudios de leyes. San Gregorio de Nissa y su hermano San Basilio, se enteraron por su abuela, Santa Macrina de lo que se decía del Taumaturgo, ya que la santa había vivido cuando era pequeña en Cesárea, más o menos en la época en que murió San Gregorio. San Basilio afirma que la vida del Taumaturgo reflejaba la sublimidad del fervor evangélico. En sus prácticas de devoción mostraba gran reverencia, recogimiento y jamás oraba con la cabeza cubierta. Amaba la sencillez y modestia en las palabras: el "sí" y el "no", constituían la médula de sus conversaciones. Aborrecía la mentira y la falsedad; en sus palabras, lo mismo que en su conducta, no había jamás la menor sombra de cólera o de amargura.

Cuando estalló la persecución de Decio, el año 250, San Gregorio aconsejó a los cristianos que se escondiesen para no exponerse al peligro de perder la fe. El se retiró al desierto, en compañía de un antiguo sacerdote pagano, a quien había convertido y hecho diácono suyo. Los perseguidores se enteraron de que se había refugiado en cierta montaña, enviaron a un pelotón de soldados a buscarle, pero éstos volvieron sin la presa y dijeron que sólo habían encontrado árboles. Entonces, el hombre que había señalado el sitio en que se hallaba escondido San Gregorio, se dirigió al bosque y encontró al santo con su acompañante, entregados a la oración. A la vista de aquellos hombres santos, comprendió que Dios debía protegerlos y que El había hecho que las soldados los confundiesen con los árboles. Así, el que había denunciado a los cristianos se convirtió al cristianismo. A la persecución siguió una epidemia, y a la epidemia una invasión de los godos, por lo que no es de extrañar que San Gregorio haya tenido poco tiempo para escribir si, en semejantes circunstancias, debía dedicarse a sus tareas pastorales. El mismo describe las dificultades de su ministerio en la "Carta Canónica" que escribió con motivo de los problemas suscitados por la invasión de los bárbaros. Se cuenta que el santo organizaba entretenimientos en los días de las fiestas de los mártires y que ello contribuyó a atraer a los paganos y a popularizar las reuniones religiosas entre los cristianos. Por lo demás, seguramente el santo estaba convencido de que también las diversiones sanas, además de las prácticas religiosas, constituían una manera de venerar a los mártires.

En todo caso, San Gregorio es, a lo que sabemos, el único misionero que empleó los mencionados métodos en los tres primeros siglos y se debe advertir que era un griego muy culto.

Poco antes de su muerte, San Gregorio hizo investigaciones para averiguar cuántos infieles quedaban todavía en la ciudad y al enterarse de que sólo había diecisiete, exclamó lleno de gozo: "¡Gracias sean dadas a Dios! Cuando llegué a esta ciudad no había más que diecisiete cristianos." Después de orar por la conversión de los infieles y la santificación de los que ya creían en el verdadero Dios, rogó a sus amigos que no le sepultasen en un sitio distinguido, puesto que había vivido en el mundo como peregrino sin buscarse a sí mismo y quería también compartir la suerte de las gentes ordinarias después de la muerte. Según se dice, las reliquias del santo fueron trasladadas a un monasterio bizantino de Calabria. En todo caso, en el sur de Italia y en Sicilia se le venera especialmente y se le invoca contra los terremotos y las inundaciones, en recuerdo de la forma milagrosa en que detuvo las aguas desbordadas del río Lycus.

Los datos que poseemos sobre el santo, son muy poco satisfactorios, si excluimos lo que el propio Gregorio cuenta de sus relaciones con Orígenes y las alusiones casuales que se encuentran en los escritos de San Basilio, San Jerónimo y Eusebio. San Gregorio de Nissa, en su panegírico, cuenta muchos milagros, pero habla muy poco de la vida del santo. Por otra parte, la biografía griega (cuyo mejor texto es el de Acta Martyrum de Bedjan, vol. VI, 1896, pp. 83-106), es todavía menos fidedigna. Existen además una biografía armenia y una latina, ambas de poco valor. Véase Ryssel, Gregorius Thaumaturgus, sein Leben und seine Schrijten (1880); Funk, en Theologische Quartalschrij (1898), pp. 81 ss.; Journal of Theological Studies (1930), pp. 142-155. Hay un valioso artículo de M. Jugie sobre los sermones que se atribuyen a San Gregorio, en Analecta Bollandiana, vol. XLIII (1925), pp. 86-95; el autor prueba claramente que muchas de las atribuciones carecen de fundamento, pero se inclina a aceptar la autenticidad de los sermones que se conservan en armenio, aunque rechaza el que F. C. Conybare tradujo al inglés en Expositor (1896), pte. I, pp. 161-173. Sin embargo, los críticos admiten generalmente la autenticidad del panegírico de Orígenes, del tratado sobre el Credo, de la epístola canónica y del estudio dedicado a Teopompo; este último sólo se conserva en sirio. La mayor parte de los escritos publicados en Migne, PG., vol. X, son ciertamente espurios, o por lo menos sospechosos. Véase Bardenhewer, Geschichte der altkirchuchen Literatur, vol.II, pp. 315-332.

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FUENTE


jueves, 12 de noviembre de 2020

SAN MARTÍN PAPA Y MÁRTIR

 

12 de noviembre
SAN MARTIN I, PAPA Y MÁRTIR
Vidas de los Santos de A. Butler





(¿656? P.C.) San Martín nació en Todi, ciudad de Umbría, y se distinguió entre el clero de Roma por su santidad y saber. Era diácono cuando el Papa Teodoro I le envió como "apocrisarius" o nuncio, a Constantinopla. En julio del año 649, a la muerte de Teodoro, fue elegido para sucederle en el pontificado. En octubre del año siguiente, reunió un Concilio en Letrán contra los que negaban que Cristo hubiese tenido voluntad humana (monoteletismo). Dicho Concilio formuló la doctrina ortodoxa de las dos voluntades y anatematizó la herejía monoteleta. También censuró dos edictos imperiales: la "Ektesis" de Heraclio y el "Typos" de Constante; el primero, porque contenía una exposición de la fe que favorecía a los monoteletas y el segundo, porque imponía silencio sobre la cuestión de las dos voluntades a ambas partes. Los Padres del Concilio de Letrán hicieron la siguiente declaración, que parece una cita del Papa Honorio I, aunque no se menciona su nombre: "El Señor nos ha mandado hacer el bien y condenar el mal, pero no desarraigar el bien y el mal por igual. No podemos condenar por igual el error y la verdad." Los decretos del Concilio fueron promulgados en todo el oriente y el occidente. San Martín I exhortó a los obispos de África, España e Inglaterra, a acabar con el monoteletismo, y nombró en el oriente un vicario para que pusiese en vigor las decisiones conciliares en los patriarcados de Antioquía y Jerusalén.

Ello molestó al emperador Constante II, quien ya antes había enviado a Roma a un exarca para que sembrase la disensión entre los obispos que asistían al Concilio. Como la misión del exarca hubiese fracasado, Constante envió a Teodoro Kalíopes a Roma con orden de llevar al Papa a Constantinopla. El Papa, que estaba entonces enfermo, se refugió en la basílica de Letrán. Cuando Kalíopes y sus soldados irrumpieron en la basílica, le hallaron recostado frente al altar. El Pontífice no opuso resistencia alguna. Kalíopes le sacó secretamente de Roma y le obligó a embarcarse en Porto. Durante el viaje, que fue muy largo, San Martín estuvo muy enfermo de disentería. En e] otoño del año 653, llegó a Constantinopla, donde estuvo prisionero tres meses. Por entonces escribió en una carta: "No se me ha permitido lavarme, ni siquiera con agua fría, desde hace cuarenta y siete días. Estoy deshecho, aterido de frío y la disentería no me deja reposo... La comida que me dan me hace daño. Espero que Dios, que lo sabe todo, moverá a mis perseguidores al arrepentimiento después de mi muerte." El senado, ante el cual compareció el Pontífice, acusado de traición, le condenó sin haberse dignado oírle. Como San Martín lo hizo notar a sus acusadores, la verdadera causa de su condenación era el haberse negado a firmar el "Typos". Tras haber sido maltratado y envilecido en público, cosa que provocó la indignación del pueblo, San Martín pasó otros tres meses en la prisión. Finalmente, consiguió escapar con vida, gracias a la intercesión del patriarca Pablo en su lecho de muerte y, en abril del año 654, fue desterrado a Kherson, en la Crimea.

El Pontífice escribió un relato sobre el hambre que reinaba en la región, la dificultad para conseguir alimentos, la barbarie de los habitantes y la negligencia con que le trataban:

"Estoy sorprendido de la indiferencia de quienes, habiéndome conocido antes, me han olvidado tan totalmente, que ni siquiera parecen saber que todavía existo. Más me sorprende todavía la indiferencia con que los miembros de la iglesia de San Pedro consideran la suerte de uno de sus hermanos. Si dicha iglesia no tiene dinero, no carece ciertamente de grano, aceite y otras provisiones, de las que podría enviarnos una pequeña cantidad. ¿Cómo es posible que el miedo impida a tantas gentes cumplir el mandato del Señor de socorrer a los necesitados? ¿Acaso he dado muestras de ser un enemigo de la Iglesia universal o de ellos en particular? Como quiera que sea, ruego a Dios, por la intercesión de San Pedro, que los conserve firmes e inconmovibles en la verdadera fe. En cuanto a mi pobre cuerpo, Dios se encargará de cuidarlo. Dios está conmigo, ¿por qué voy a preocuparme? Espero en su misericordia que no prolongará mucho tiempo mi vida."

El deseo de San Martín se cumplió, ya que murió unos dos años después. Fue el último Pontífice mártir. Su fiesta se celebra en el occidente el 12 de noviembre. En el oriente se celebra en diferentes fechas. La liturgia bizantina le llama "glorioso defensor de la verdadera fe" y "ornato de la divina cátedra de Pedro". Un contemporáneo de San Martín I le describió como hombre de gran inteligencia, saber y caridad.

La principal fuente son las cartas del propio santo, aunque no todas han llegado hasta nosotros en forma satisfactoria. Hay también un relato de un contemporáneo (véase la edición de Duchesne del Líber Pontificalis, vol. I, pp. 336 ss., con sus admirables notas), y la Commemoratio, que es una narración escrita por uno de los clérigos que acompañaron al Papa al destierro. Este último documento y las cartas del Pontífice pueden verse en Migne, PL., vols. LXXXVII y CXXIX. La vida de San Eligió escrita por San Ouen, y la biografía griega de San Máximo el Confesor aportan algunos detalles. Basándose en estos documentos, Mons. Duchesne reconstruyó en forma bastante completa la historia del pontificado de Martin I: Lives of the Popes, vol. I, pte. I, pp. 385-405 (1902); pero de entonces acá, se han hecho valiosos estudios sobre el tema, entre los cuales hay que mencionar la publicación hecha por el P. P. Peeters de una biografía inédita del santo en griego (Analecta Bollandiana, vol. LI, 1933, pp. 225-262). Véase también R. Devreesse, La vie de St Máxime le Confesseur, en Analecta Bollandiana, vol. XLVI, 1928, pp. 5-49, y vol. III, 1935, pp. 49 ss.; W. Peitz, en Historisches Jahrbuch, vol. XXXVIII (1917), pp. 213-236 y 428-458; Duchesne, L'Eglie au Véme. siécle, (1925), pp. 445-453; E. Amann, en DTC, vol. X cc. 182-194, etc.

FUENTE

DE LA PRESUNCIÓN Y EL OPTIMISMO HISTÓRICO FALSAMENTE CATÓLICOS

  Cuando ocurre una manifestación sobrenatural que produce una revelación privada -y estamos hablando de aprobación sobrenatural por la Igle...