miércoles, 10 de febrero de 2021

SANTA ESCOLÁSTICA, VIRGEN

 SANTA ESCOLÁSTICA, VIRGEN (10 de febrero) - P. Juan Croisset, S.J.

10 de febrero
SANTA ESCOLÁSTICA, VIRGEN
P. Juan Croisset, S.J

Santa Escolástica, hermana de San Benito, nació en el territorio de Nurcia, del ducado de Espoleto en Umbría, de una de las casas más nobles de Italia. Así ella como su santo hermano fueron recibidos en el mundo como una especie, de milagroso don con que el Cielo le regalaba; porque, habiendo vivido sus padres muchos años en matrimonio sin tener hijos, al fin con oraciones y limosnas alcanzaron estos dos grandes modelos de la perfección religiosa.

Criaron á Escolástica con todo aquel desvelo que se podía esperar de una madre tan piadosa como la condesa de Nurcia. Persuadida esta virtuosísima señora que las primeras impresiones de los niños influyen mucho en lo restante de su vida, se aplicó principalmente á inspirar desde luego en su tierna hija aquellas grandes máximas de religión, aquel gran menosprecio de todas las vanidades, aquella grande estimación de los consejos del Evangelio, en cuyo ejercicio halló únicamente todo su gusto y todas sus delicias.

Las santas inclinaciones de Escolástica, su devoción anticipada, su docilidad y su modestia hicieron conocer presto á su madre que el Cielo se la había prestado no más que como depósito, y que ciertamente la tenía el Señor escogida para esposa suya.

Con efecto, declarándose desde luego enemiga de aquellos entretenimientos pueriles y de aquellas ligeras diversiones que casi nacen con los niños, no había para Escolástica otro entretenimiento de más gusto que hacer oración á Dios y oír con suma docilidad las prudentes y saludables instrucciones de su virtuosa madre.

Era tenida Escolástica por una de las damas más hermosas de su tiempo. Su calidad, y los ricos bienes que había heredado con el retiro de su hermano y con la muerte de sus padres, la hicieron ser pretendida de los mayores señores de toda Italia; pero mucho antes había renunciado á las lisonjeras esperanzas del mundo, consagrándose a Dios desde su infancia con voto de perpetua castidad.

No obstante de ser de un genio vivo, nervioso y brillante, de natural dulce y amigo de complacer, de un aire garboso, des­pejado, capaz de arrebatarse las admiraciones y los aplausos, toda su inclinación era al retiro. Para ella no tenían las galas particular atractivo, mirábalas con indiferencia y aun con desprecio. Habíasela impreso altamente en el alma la importante lección que muchas veces la repetía su buena madre, conviene á saber: que los adornos postizos, por ricos y brillantes que fuesen, no eran capaces de dar un grado de mérito; que el mayor y más apreciable elogio de una doncella era el poderse decir de ella con verdad que era modesta y piadosa.

Nacida con tan bellas disposiciones para la virtud, criada con máimas tan cristianas, y nutrida en los más santos ejercicios de la caridad y de la devoción, hacía Escolástica maravillosos progresos en el camino del Cielo, siendo en el mundo el ejemplo y admiración de las más santas doncellas, cuando se supo en la familia el partido que había abrazado San Benito, y las maravillas que ya se contaban de él en toda la universal Iglesia.

A nadie edificó más ni movió tanto la generosa resolución de su hermano como á nuestra piadosísima Escolástica, que, después de la muerte de sus padres, vivía aún con mayor recogimiento en el retiro de su casa. Considerando que la perfección evangélica que profesaba San Benito, igualmente se proponía á todos los cristianos; que no era ella menos interesada que él en trabajar eficazmente en el negocio importante de su eterna salvación, y en tomar todas las medidas para ser una gran Santa, distribuyó sus bienes entre los pobres, y, acompañada únicamente de una criada de su confianza, partió en secreto en busca de su hermano.

Había algunos años que San Benito, dejando el desierto de Sublac, después de echar por tierra los ídolos y abolir el paganismo en el monte Casino, había fundado aquel célebre monasterio, que fue como la cuna monástica en el Occidente, y como el seminario dé aquel prodigioso número de santos que pueblan el Cielo, y son brillante inmortal honor de la militante Iglesia.

Teniendo noticia San Benito que ya estaba cerca su santa hermana, salió de la celda; y temiendo que traspasase los límites que había señalado, fuera de los cuales no había permiso para entrar mujer alguna, de cualquier condición que fuese, se adelanto á recibirla, acompañado de algunos monjes, y la habló fuera de la clausura.

Fácil es de imaginar cuál sería la primera conversación de aquellas dos santas almas, prevenidas desde la cuna con las más dulces bendiciones del Cielo, y abrasadas ambas con el fuego del divino amor. San Benito confió á su hermana parte de las gracias y de las maravillas con que Dios le había favorecido; y Escolástica le correspondió á San Benito declarándole los extraordinarios favores con que el Señor la había colmado.

Mientras los dos santos hermanos se estaban dulcemente entreteniendo con las misericordias que habían recibido del Señor, es fama que se vieron coronados de una luz resplandeciente, y que se sintieron penetrados de una gracia interior que obró grandes cosas en sus almas, dándoles á conocer los intentos de la Divina Providencia, que destinaba á uno y á otra para que trabajasen sin intermisión en la salvación y en la perfección de las personas que determinaba confiar á su cuidado. Durante estas celestiales operaciones declaró Santa Escolástica á su hermano el ánimo que tenía de pasar lo restante de su vida en una soledad no distante de la suya, suplicándole quisiese ser su padre espiritual, y prescribirla las reglas que había de observar para el gobierno y aprovechamiento de su alma.

Consintió en ello San Benito, porque ya el Cielo le había revelado la vocación de su hermana; y habiendo hecho fabricar una celda no lejos del monasterio para ella y para su criada, les dio, poco más ó menos, las mismas reglas que había dispuesto para sus monjes.

La fama de la eminente santidad de esta nueva fundadora atrajo desde luego un gran número de doncellas, que, entregándose á su gobierno y al de San Benito, se obligaron como ella á guardar la misma regla.

Tal fue el nacimiento y el origen de aquella célebre Orden tan dichosamente extendida, que llegó á contar hasta catorce mil monasterios de vírgenes propagadas por todo el Occidente; habiéndose visto con admiración tantas ilustres princesas venir á sepultar bajo la oscuridad de un velo los más brillantes esplendores del mundo; y viéndose cada día tantas nobilísimas doncellas, distinguidas por su elevado nacimiento y por el conjunto de sus singulares prendas, que, á ejemplo de Santa Escolástica, prefieren la cruz de Jesucristo al aparente lustre y engañoso fausto mundano, y á los más halagüeños tentadores gustos de la vida.

Habiendo recibido Santa Escolástica la regla para vivir, que la dio su hermano San Benito, todo su pensamiento y toda su ocupación en adelante fue dar todo el lleno á la alta idea de perfección á que era llamada. Aunque su vida hasta entonces había sido austera y penitente, dobló sus rigores; apenas interrumpía jamás el recogimiento interior, y su oración era continua. La tierna devoción que desde la cuna había profesado siempre á la Reina de las vírgenes creció á lo sumo; hallando nuevo aliento en la dulce confianza de esta amabilísima Madre, encendióse con tanta vehemencia el fuego del amor á Dios, que apenas podía contener los divinos ardores que la abrasaban.

Nunca hizo voto de clausura; y, con todo eso, la guardó siempre con la mayor estrechez. Sólo se reservó el derecho de ir una vez al año á visitar á San Benito, así para darle cuenta de su comunidad y de lo particular de su alma, como para recibir sus órdenes y aprovecharse de sus consejos.

Noticiosa nuestra Santa, según todas las señas, del día de su muerte, vino á hacer su última visita anual á su santo hermano. Después de haber cantado los salmos y de haber conversado, como lo acostumbraban, sobre varias materias de piedad, se despidió San Benito para restituirse al monasterio; pero la Santa le rogó tuviese á bien detenerse hasta el día siguiente, para lograr el consuelo de hablar más despacio sobre la bienaventuranza de la vida eterna. Negóse Benito resueltamente, y entonces, bajando un poco la cabeza nuestra Escolástica y apoyándola sobre las manos, se recogió interiormente haciendo una breve oración. Apenas la acabó, cuando el aire, que estaba claro, sereno y despejado, se turbó de repente. Fraguóse una tempestad de relámpagos y truenos, acompañados de una lluvia tan copiosa, que no fue posible ni á Benito, ni á los monjes que le acompañaban, salir para volverse al monasterio. Quejóse el Santo amorosamente á su hermana; pero ella se justificó con que lo hacía el Cielo en defensa de su razón y de su causa. San Gregorio; que refiere este suceso, representa una grande idea de la virtud y del mérito de Santa Escolástica, resolviendo que la victoria en aquella piadosa contestación se declaró por la que tenia un amor á Dios más perfecto y más fuerte.

Habiéndose restituido nuestra Santa el día siguiente por la mañana al lugar de su retiro, murió con la muerte de los justos tres días después.

En el instante en que expiró se hallaba solo San Benito en su acostumbrada contemplación; y levantando los ojos, dice San Gregorio, que vio el alma de su santa hermana volar al Cielo en figura de una candida paloma. Inundado de alegría á vista de la dicha que gozaba su amada Escolástica, dio parte á sus discípulos, y todos rindieron al Señor humildes y devotas gracias. Envió después algunos monjes, para que condujesen el santo cuerpo á Monte Casino; pero fue preciso conceder á sus hijas el justo consuelo de tributar las últimas honras á su buena madre por espacio de tres días, después de los cuales se trasladó aquel precioso tesoro á la iglesia del monasterio, y San Benito la hizo enterrar en la sepultura que tenía destinada para sí. Murió Santa Escolástica, por los años del Señor de 543, cerca de los sesenta y tres de su edad.

Estuvo el cuerpo de la Santa en Monte Casino hasta la mitad del siglo VII, en que, habiendo arruinado los longobardos aquel famoso monasterio, fueron trasladadas á Mans las preciosas reliquias, donde son honradas con extraordinaria devoción. El año de 1562 se apoderaron los hugonotes (herejes calvinistas franceses) de esta ciudad, mataron inhumanamente á los sacerdotes, pusieron fuego á las iglesias, profanaron los vasos sagrados, llevaron las arcas, cajas y relicarios preciosos donde estaban colocadas las reliquias, ó depositados los cuerpos santos, después de sacar éstos y aquéllas, arrojándolas por el suelo; y cuando iban á ejecutar lo mismo con las de Santa Escolástica para quemarlas, se apoderó de ellos un terror pánico, que los obligó á huir precipitadamente, sin descubrirse el motivo; lo que se atribuyó generalmente á su poderosa y singular protección, y no contribuyó poco á aumentar la devoción de los pueblos.

La Misa es en honra de la Santa, y la oración es la que sigue:

Oh Dios, que sois nuestra salud, oíd benignamente nuestras oraciones, para que, así como celebramos con gozo la festividad de vuestra virgen Santa Escolástica, así consigamos el fervor de una devoción piadosa. Por Nuestro Señor Jesucristo, etc.

La Epístola es del cap. 10 y 11 de la segunda de San Pablo a los corintios.

Hermanos: El que se gloría, gloríese en el Señor. Porque el que se alaba á sí mismo, no es el que está acrisolado, sino el que alaba á Dios. Ojalá sufrieseis algún poco de mi ignorancia; pero, con todo eso, sufridme: porque yo estoy lleno de emulación en Dios por vosotros. Puesto que os he desposado para presentaros como una casta virgen á un solo hombre, á Cristo.

REFLEXIONES

¿De qué podemos gloriarnos? ¿Qué somos? ¿Qué tenemos nosotros que no nos humille poderosamente? Corrupción en el corazón, tinieblas en el entendimiento, miserias en el cuerpo. ¡Qué inclinación más rápida, más vehemente á todo lo malo! ¡Qué dificultad en convertirnos á todo lo bueno! ¡Qué manantial inagotable de miserias! Nos recreamos con la idea de un mérito imaginario, que en realidad no es más que una hermosa ilusión de nuestro amor propio y de nuestro orgullo. Pero quiero suponer que poseamos alguna prenda apreciable, algún talento; ¿sería éste legítimo motivo para tenernos por más, para envanecernos? ¿Qué tienes, dice el Apóstol, que no lo hayas recibido? Y si no lo tienes, ¿de qué te glorías como si fuera cosecha tuya, y como si no te lo hubieran dado graciosamente? ¿Qué gloria más falsa que la que se funda en lo que está fuera de nosotros, y en lo que no ha de ser nuestro por toda la eternidad? Si nos queremos gloriar, gloriémonos en el Señor, no sólo atribuyéndole toda la gloria del bien que hacemos por su gracia, sino estando muy persuadidos á que no hay gloria verdadera sino la que nace de la virtud. Alabarse uno á sí mismo, vanidad necia, prueba evidente de un cortísimo mérito, y de una pobreza de entendimiento aún mucho más corto. Aun las alabanzas que otros nos dan no son menos vanas; la lisonja acompaña al interés, y la simulación á la lisonja; fuera de que este incienso no produce más que humo. Desengañémonos, que ni tenemos otro mérito, ni somos dignos de otra alabanza, sino en cuanto somos agradables á los ojos del Señor.

El Evangelio es del cap. 25 de San Mateo, y el mismo que el dia 9.

MEDITACIÓN

De la pureza.

Punto primero. — Considera que el Reino de los Cielos se compara á las vírgenes, para darnos á entender la indispensable necesidad que tiene todo cristiano de vivir una vida pura. No se ha de creer que la pureza es una virtud de mero consejo; es de riguroso precepto, y se puede añadir que es como la basa, como el cimiento de todas las demás virtudes. La caridad se apaga, la humildad desaparece, la devoción se evapora, hasta la misma fe titubea cuando falta la pureza; ella da un bello y nuevo lustre á todas las virtudes; como, al contrario, todas las desluce, todas las tizna la menor mancha que admita el alma en esta materia. Comprende por aquí la necesidad y el mérito de esta inestimable virtud.

Aunque hubieras amontonado tesoros infinitos de gracias y de merecimientos; aunque poseyeras el don de hacer milagros, la pérdida de la pureza arrastra tras de sí la pérdida de todas estas gracias, todo cae con esta hermosísima flor. No se complace Dios sino con las almas puras, la menor mancha ofende su vista. Bienaventurados los limpios de corazón, dice el Salvador del mundo, porque ellos verán á Dios.

No todos pueden dar limosna ni hacer grandes penitencias; pero todos, sean los que fueren, pueden y deben ser castos. No se ha concedido á todos los cristianos el don de la virginidad; pero la castidad ha de ser indispensablemente la virtud más favorecida, la más amada de todos los cristianos. Nuestro divino Salvador, que sufrió se profiriesen contra su sagrada Persona las más feas calumnias, que le tratasen de embustero, de impío, de blasfemo, fue tan celoso del honor de su pureza, que en este punto no permitió á sus enemigos que ni aun levemente le tocasen. Mira Dios con extraordinaria ternura á las almas castas; á ellas solas se comunica, y se puede decir que, de ordinario, la medida de las gracias se proporciona á la perfección de la pureza. San Juan ¿es puro, es virgen? Pues goza el privilegio de recostarse y de descansar en el pecho, en el corazón de Jesucristo.

¡Oh mi Dios! ¿Conócese el día de hoy el precio de una virtud tan necesaria y tan rara? Y, por ventura, ¿se ignora que ninguna cosa manchada entrará jamás en el Reino de los Cielos?

¿No sabes, dice el Apóstol, que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo que habita en ti? Pues si alguno tiene atrevimiento para profanar el templo de Dios, le hará perecer, porque el templo de Dios es santo, y tú mismo eres ese templo. ¡Ah, Señor! ¿Entiéndese, créese el día de hoy esta doctrina? ¿Practicase esta moral? ¿Es la pureza la que caracteriza las costumbres y la vida de los cristianos? Mi Dios, ¡y cuántas reflexiones nacen de estas reflexiones! No permitáis, Señor, que sean para mayor confusión mía.

Punto segundo. — Considera que esta inestimable virtud es tan delicada como preciosa, y que, si merece nuestro aprecio, no pide menos toda nuestra atención.

Es la pureza todo un tesoro que, como dice San Pablo, le llevamos en vasos frágiles y quebradizos. Basta un tropiezo para caer, para hacer pedazos estos vasos, y para perder este tesoro. ¿Con qué tiento caminaría un hombre que se viese obligado á conducir un rico tesoro en vasos de vidrio por precipicios, por despeñaderos, por caminos peligrosos y resbaladizos? ¿Y deberemos nosotros caminar con menos tiento?

No hay virtud tan delicada, ninguna más expuesta, ninguna tiene tantos enemigos. Pocos objetos se presentan, pocas conversaciones se oyen, que no sean otros tantos lazos que el demonio nos arma. Si no velamos continuamente sobre nosotros mismos, si no observamos todos nuestros movimientos, daremos tantas caídas como pasos. Nuestros sentidos están de inteligencia con el enemigo; nuestro propio corazón nos hace traición; nuestro espíritu cada instante mueve una sedición, y se amotina. El aire del mundo agosta la pureza, como el viento fuerte y seco marchita las flores. Ni el retiro sólo sirve de abrigo, ni aun el desierto es asilo seguro; siempre llevamos con nosotros mismos al enemigo, que quiere perdernos. Si no velamos eternamente y si no oramos sin cesar; si no se está siempre alerta y sobre aviso contra tantos atractivos; si no se debilitan las fuerzas del enemigo con la mortificación de los sentidos y con las penitencias corporales; si no se cobra nuevo vigor y no se afilan las armas con la frecuencia de Sacramentos; si no se huye cuidadosamente de los escollos y de los peligros; si no se vive con retiro, con modestia y con circunspección cristiana, no podremos menos de ser vencidos. Pues ¿qué esperan los que no se valen de estas precauciones y no se sirven de estas armas?

Esas personas mundanas, eternamente expuestas sin el menor prrservativo al aire más contagioso; esas personas inmortificadas, que no saben negar el más mínimo gusto á sus sentidos; esos hombres, esas mujeres del gran mundo que pasan sus días en una delicada ociosidad, que hacen profesión de ser poco devotas, y, por consiguiente, poco cristianas; esas gentes que se desvían de los Sacramentos, ¿tienen una vida muy inocente y muy pura? Si eso es así, no es menor milagro que el del Profeta San Daniel, metido toda una noche en el lago de los leones sin ser despedazado; no es menor maravilla que la de los tres mancebos israelitas en medio de las llamas del horno, sin que les tocasen en un pelo. ¡Ah, Señor! Este voluntario atolondramiento en el peligro, ¿no será acaso para perecer en él con menos susto, con menos remordimiento?

No permitáis, divino Salvador mío, que pierda mi inocencia. Conozco el mérito y la importancia de esta delicada virtud, no ignoro los peligros, y estoy resuelto á tomar todas las precauciones para no caer en los lazos; pero, después de todo esto, sólo cuento con vuestra gracia, la que pido con confianza, y la espero de vuestra infinita bondad.

JACULATORIAS

Criad, Dios mío, en mi corazón limpio y puro; renovad en mis entrañas un espíritu recto, sin el cual es imposible agradaros.— Ps. 50.

Bienaventurados los limpios y castos de corazón, porque ellos verán á Dios. — San Mateo, 5.

PROPÓSITOS

I. Es la pureza una virtud tan delicada, que no puede estar expuesta por mucho tiempo sin peligro. El retiro la guarda, la modestia la conserva, y la frugalidad la nutre. Es aquel lirio que sólo crece en los valles; es aquella rosa á quien defienden las espinas; es aquella preciosa tierna flor que con un leve soplo se marchita. ¿Qué cuidados no merece? ¿Qué precauciones no es menester tomar? ¿Quieres conservar este tesoro? Pues no le expongas demasiado. Los grandes concursos del mundo, las diversiones, los espectáculos profanos, son los famosos escollos de la inocencia y de la castidad. Esta virtud nunca cría canas en el bullicio del mundo; ni aun se deja ver en él sino para perecer. El pudor y la circunspección son como las murallas de la pureza. La menor brecha que se abra en ellas arruina la plaza. ¿Quieres, pues, guardar esta preciosa y delicada virtud? Pues observa inviolablemente las leyes siguientes: Primera: Sé modesto escrupulosamente, y jamás te dispenses en esta ley con cualquier pretexto que sea, solo ó acompañado, en particular ó en público, guarda todas las reglas de la más exacta modestia. Segunda: Aunque la extravagancia de las modas tenga el día de hoy tanto imperio sobre el espíritu y sobre el corazón de los mundanos, guárdate bien de seguir las que pueden vulnerar la modestia cristiana. Tercera: La desnudez de las pinturas es un veneno sutil, que entra por los ojos y penetra hasta el corazón. No toleres en tu casa pintura alguna indecente. Cuarta: Todo libro que trata de galanteos es pernicioso. Todas esas novelas, todos esos cuentos, todas esas cartas, todas esas poesías, todos esos romances amorosos, son enemigos mortales de la inocencia y de la castidad.

2.    No basta desviar de ti ni apartarte tú de todo lo que pueda lastimar la pureza: es menester cultivar con cuidado todo lo que la nutre, todo lo que la perfecciona. Primero: el vicio contrario á esta virtud es el vicio ordinario de las almas orgullosas y soberbias; sé manso, sé apacible, sé humilde, y conservarás puro el corazón. Segundo: la castidad es una virtud tan preciosa, tan necesaria á todo género de personas, que incesantemente se debe estar pidiendo á Dios nos la conceda. Haz todos los días alguna oración particular para conseguirla, como, por ejemplo, la siguiente:

«Dadme, ¡oh Señor de la pureza!, dadme gracia para conservar toda mi vida esta preciosa virtud. Haced que arregle de suerte mi imaginación, que tenga tan á raya mis sentidos, que me desvíe con tanto cuidado de todas las ocasiones, que mire con tanto horror todo lo que pueda manchar mi cuerpo y mi alma; en fin, que en este punto tenga una conciencia tan delicada, que nada, nada pueda tiznar en mí esta virtud inestimable».

3. Profesa una particular devoción á la Reina de las vírgenes. María es Madre de la pureza y concede infaliblemente esta virtud á los que la aman con ternura y la sirven con fidelidad.


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martes, 9 de febrero de 2021

SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

 

9 de febrero
SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA,OBISPO Y DOCTOR
Vidas de los Santos de A. Butler




Se ha llamado a san Cirilo el Doctor de la Encarnación, como a San Agustín se le dio el título de Doctor de la Divina Gracia. En la misa siria y maronita se le conmemora como «Torre de la verdad e intérprete del Verbo de Dios hecho carne». Toda su vida se apegó a la regla de nunca fomentar doctrina alguna que no hubiera aprendido de los antiguos Padres, pero sus libros contra Juliano el Apóstata demuestran que también había leído a los escritores profanos. El mismo decía a menudo que descuidaba la elocuencia humana, y ciertamente es de lamentar que no haya cultivado un estilo más claro y que hubiera escrito en un griego más puro. A la muerte de su tío Teófilo en 412, fue elevado a la sede de Alejandría. Comenzó a ejercer su autoridad haciendo que se cerrasen las iglesias de los novacianos y se apoderó de sus vasos sagrados, una acción condenada por el historiador eclesiástico Sócrates; no sabemos las razones que tuvo para obrar de esta manera. Luego echó fuera a los judíos, que eran numerosos y que habían gozado de privilegios en la ciudad desde tiempos de Alejandro el Grande. Tomó esta medida por la actitud sediciosa y por varios actos de violencia cometidos por ellos; aunque tuvo la aprobación del emperador Teodosio, esto exasperó a Orestes el gobernador. Esta desdichada desavenencia con Orestes acarreó graves dificultades.

Había una mujer pagana, Hypatia, de carácter noble, que en aquel tiempo era la profesora de filosofía más influyente en Alejandría. Su fama era tan grande, que acudían a ella discípulos de todas partes. Entre sus discípulos se contaba al gran obispo Synesio, que le presentaba sus obras para que ella las criticara. Era muy respetada por el gobernador, quien consultaba con ella asuntos aún de la administración civil. En ninguna parte había un populacho tan indómito, más inclinado a desórdenes y actos de violencia que en Alejandría. Habiendo entrado en ellos la sospecha de que Hypatia había provocado al gobernador contra su obispo, la plebe la atacó en las calles (año 424), sacándola de su carroza, y despedazando su cuerpo, con pena inmensa y escándalo de todos los buenos, particularmente de Cirilo. Sólo otro hecho sabemos referente a este primer período de su episcopado. Habían anidado ciertos prejuicios contra san Juan Crisóstomo, cuando estuvo con Teófilo en el Sínodo de la Encina; Cirilo tenía algo de la obstinación de su tío, y no era fácil inducirlo a incluir el nombre del Crisóstomo en los dípticos de la Iglesia de Alejandría.

En el año 428, Nestorio, un sacerdote monje de Antioquía, fue elegido arzobispo de Constantinopla. Este enseñaba, al igual que algunos de su clero, que había dos personas distintas en Cristo, la de Dios y la de hombre, unidas solamente por una unión moral, por lo que según ellos, Dios-cabeza (Dios parte superior o principal) moraba en la humanidad meramente como en su templo. Consiguientemente, negaba la Encarnación de Dios hecho hombre. También decía que no se debía llamar a la Santísima Virgen Madre de Dios, sino sólo del hombre Cristo, cuya humanidad era únicamente el templo de la divinidad y no una naturaleza hipostáticamente unida a la Persona divina. Sus homilías resultaron muy ofensivas y levantaron protestas de todos lados contra los errores que contenían. San Cirilo le envió una suave amonestación, pero Nestorio le respondió con altivez y desprecio. Ambas partes apelaron al papa san Celestino I, quien después de examinar la doctrina en un concilio de Roma, la condenó y pronunció sentencia de excomunión y destitución contra Nestorio, a menos que en los siguientes diez días, a partir de la fecha en que recibiera aviso de la sentencia, se retractara de sus errores. San Cirilo, quien fue nombrado para ver que la sentencia se cumpliera, le envió a Nestorio, con su tercera y última citación, doce proposiciones con anatemas que debía firmar como prueba de su ortodoxia. Nestorio, sin embargo, se mostró más obstinado que nunca. Aunque es discutible si Nestorio sostenía todas las opiniones que se le atribuyen, él fue sin ninguna duda quien originó la herejía que lleva su nombre.

Esto dio ocasión a que se convocara el tercer concilio general, que se celebró en Efeso en 431, al que asistieron doscientos obispos con san Cirilo a la cabeza, como obispo de mayor edad y representante del papa Celestino. Nestorio estaba en la ciudad, pero se negó a comparecer; entonces, después de haber leído sus sermones y otras pruebas recibidas en su contra, sus doctrinas fueron condenadas y se pronunció la sentencia de excomunión y destitución. Seis días después, llegaron a Éfeso el arzobispo Juan de Antioquía, con cuarenta y un obispos que no habían podido llegar a Éfeso a tiempo. Estaban a favor de Nestorio, aunque no compartían sus errores, de los cuales ciertamente lo consideraban inocente. En lugar de asociarse al concilio, se reunieron aparte y tuvieron la presunción de destituir a san Cirilo, acusándolo a su vez de herejía. Ambos partidos apelaron al emperador, quien ordenó arrestaran a Cirilo y a Nestorio y los pusieran en prisión. Cuando llegaron los tres legados del papa Celestino, el asunto tomó otro aspecto. Después de cuidadosa consideración de lo que se había hecho, los legados confirmaron la condenación de Nestorio, aprobaron la conducta de Cirilo, y declararon nula e inválida la sentencia que se había pronunciado contra él. Así, fue rehabilitado honrosamente y, aunque los obispos de la provincia de Antioquía continuaron su cisma por un tiempo, hicieron las paces con san Cirilo en 433, condenaron entonces a Nestorio y dieron una declaración clara y ortodoxa de su propia fe. Nestorio se retiró a su antiguo monasterio de Antioquía, pero después fue desterrado al desierto egipcio.

San Cirilo, que así triunfó de la herejía por su intrepidez y valor, pasó el resto de su vida sosteniendo la fe de la Iglesia y trabajando en las labores de su sede, hasta su muerte en 444. Los alejandrinos le dieron el título de Maestro del Mundo, mientras que el papa Celestino lo llamaba «el generoso defensor de la fe católica» y «varón apostólico». Fue hombre de carácter fuerte e impulsivo, valiente, pero algunas veces demasiado vehemente y aun violento. El abad Chapman ha comentado que con más paciencia y diplomacia de su parte se hubiera evitado que surgiera la Iglesia nestoriana, que por largo tiempo fue una potencia en el Oriente. Pero tenemos que agradecerle la firme e inflexible posición que tomó con respecto al dogma de la Encarnación, actitud que llevó a las declaraciones claras del gran concilio que presidió. Aunque desde su tiempo el nestorianismo y el pelagianismo han tratado de levantar la cabeza tomando diferentes nombres en varias regiones del mundo, nunca más han llegado a ser una verdadera amenaza para la Iglesia católica. Debemos agradecer a Cirilo que en nuestras generaciones no tengamos duda alguna sobre lo que debemos creer con respecto al misterio sobre el cual fundamos nuestra fe como cristianos. Fue declarado Doctor de la Iglesia Universal en 1882, y en el decimoquinto centenario de su muerte, en 1944, el Papa Pío XII escribió una encíclica, «Orientalis Ecclesiae», sobre «esta lumbrera de la sabiduría cristiana y héroe valiente del apostolado».

La gran devoción que este santo tuvo al Santísimo Sacramento, se pone de manifiesto por la frecuencia con lo que subraya los efectos que produce en aquellos que lo reciben dignamente. Afirma con énfasis que por la Sagrada Comunión formamos un mismo cuerpo con Cristo y seguramente debe ser difícil para los que tienen la misma fe definida en los seis primeros concilios generales, cerrar los ojos ante la evidente convicción con que San Cirilo afirmaba su doctrina eucarística, antes del año 431. En una carta a Nestorio, que recibió el beneplácito general y oficial de los Padres de Efeso, escribían «Proclamando la muerte según la carne del Hijo unigénito de Dios, engendrado, o sea, Jesucristo, y confesando su Resurrección de entre los muertos y su Ascensión al Cielo, celebramos el sacrificio incruento en nuestras iglesias; y así nos acercamos a las condiciones místicas, y nos santificamos por la participación de la Carne sagrada y Sangre preciosa de Cristo el Salvador de todos nosotros. Y lo recibimos, no como carne ordinaria (que Dios no lo permita), ni como carne de un hombre santificado y asociado con el Verbo, de acuerdo con la unidad del rito, o teniendo un morador divino, sino realmente como la verdadera carne del Verbo mismo» (Migne, PG., LXXVII, 113). Y a Calosyrius, obispo de Arsinoe le escribió: «He oído decir que la consagración sacramental no aprovecha para la santificación, si una porción de la misma se guarda para otro día. Al decir esto yerran. Porque Cristo no se altera, ni su Cuerpo sagrado se cambia; sino que la virtud de la consagración y la gracia que da vida todavía permanecen en ella» (Migne, PG , LXXVI, 1073).

Nuestro conocimiento de san Cirilo se deriva principalmente de sus propios escritos y de los escritores eclesiásticos Sócrates, Sozomeno y Teodoreto. El aspecto de su vida y obra presentada por Butler es el aspecto tradicional, y no se hacen en este artículo referencias a las discusiones que, debido principalmente al descubrimiento en 1895 de la obra de Nestorio conocida como «Bazar de Heráclides de Damasco», se han entablado desde entonces sobre el heresiarca y sus enseñanzas; según algunos autores, esa obra permitiría afirmar que, si bien las condenas de Cirilo a las doctrinas tal cual él las entendía son correctas, no necesariamente coinciden con lo que realmente Nestorio decía, dejando así a salvo su voluntad de constituir una herejía.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler»


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jueves, 4 de febrero de 2021

SAN ANDRÉS CORSINI, OBISPO Y CONFESOR

 

4 de febrero
SAN ANDRÉS CORSINI,
OBISPO Y CONFESOR
P. Juan Croisset, S.J.



San Andrés, de la noble y antigua casa de Corsini, en la ciudad de Florencia, nació en la misma ciudad el año de 1302, á los 30 de Noviembre, día en que se celebra la fiesta del glorioso Apóstol, cuyo nombre se le dio.

El día antes que le diese á luz su piadosa madre, tuvo una visión que la asustó mucho, llenándola de cuidados. Parecíala que había parido un pequeñito lobo, el cual, entrando en la iglesia de los Padres carmelitas, se convirtió de repente en un manso corderillo.

Estaba dotado Andrés de un natural excelente; pero, por otra parte, tan vivo y tan inclinado á todo género de pasatiempos, que ni los buenos ejemplos de sus padres, ni los prudentes consejos de los mejores maestros, fueron bastantes para que no se verificase con muchas ventajas el sueño de su piadosa madre.

Contribuyó mucho á esto la compañía de otros caballeritos de su edad, algunos ligeros, otros disolutos, que en poco tiempo y sin mucha resistencia le condujeron por el espacioso camino del vicio.

Un día en que Andrés se disponía para salir á cierta diversión, menos decente, advirtió que su buena madre se estaba deshaciendo en lágrimas. Parte por ternura y parte por curiosidad, la preguntó el motivo de su llanto: Lloro, hijo mío, le respondió la virtuosa señora, porque con harto dolor de mi corazón veo demasiadamente verificada la primera parte de un sueño que tuve la noche antes del día en que naciste para tanto desconsuelo mío. Soñé que daba á luz un pequeño lobo; pero no te disimularé que igualmente soñé que este lobo se convertía en un apacible corderilloluego que entraba en la iglesia de los PP. Carmelitas. Tu padre y yo creímos que, consagrándote desde luego á la clementísima Virgen, podíamos eludir el funesto efecto de un pronóstico tan triste; pero nuestra precaución sólo ha servido para que tu proceder desordenado traspase el alma con mayor tormento. Esas costumbres perdidas acreditan con sobrada verdad que mi visión fue más que sueño. Dichosa yo si antes de morir pudiera ver todo el pronóstico cumplido, logrando él gusto de verte convertido en cordero inocente, ya que ahora te lloro sangriento y lascivo lobo.

Estas palabras, acompañadas de copioso llanto y pronunciadas con aquel tono dulce y penetrante que inspiran la piedad y la ternura, tocaron el corazón del generoso mancebo.

No os moriréis, madre y señora, respondió Andrés bañado en lágrimas, no os moriréis sin ver la dichosa transformación que deseáis; pasará este lobo á ser cordero, y sólo siento haber malogrado tanto tiempo en el funesto vaticinio, cumpliendo, con tanto estrago de mi alma como dolor de la vuestra, todo el significado que simboliza esta fiera; voy, señora, á que se justifique de lleno vuestra misteriosa visión. Vos me consagrasteis á la Madre de mi Dios; no he de destruir vuestro sacrificio, y voy yo á cumplir lo que prometisteis vos. Consolaos, madre mía, que no se han perdido vuestras oraciones ni se han malogrado vuestras lágrimas; perdonad las pesadumbres que os ha dado mi dureza, olvidad mi rebeldía, no os acordéis de mis ingratitudes, y sirvan de medianeras con Dios vuestras oraciones para que perdone mis pecados.

Dijo; y, sin dar lugar á que la piadosa señora volviese en sí del gustoso embeleso en que la suspendió una mudanza tan pronta como no esperada, salió de casa, dirigiéndose á la iglesia de los carmelitas; postróse ante el altar de la Santísima Virgen, y, deshecho en lágrimas, se ofreció á Dios y á su Purísima Madre, como víctima que, aunque consagrada á los dos desde su nacimiento, el mundo la había descaminado, teniéndola infelizmente aprisionada en sus cadenas por el dilatado espacio de más de doce años. Aceptó el Cielo el sacrificio, y mudó el Señor enteramente su corazón.

Pidió el santo hábito con tanta instancia, y dio pruebas tan concluyentes de ser su vocación legítima, que fue recibido en la Orden, para ser dentro de poco tiempo uno de sus más brillantes astros. Su fervor fue el asombro de los más perfectos, y los más ancianos miraron con admiración los progresos del novicio.

Irritado el demonio á vista de unos progresos tan rápidos en la virtud, se cree comúnmente que, tomando la figura de un pariente suyo, intentó persuadirle con artificioso engaño que, dejando el hábito religioso, se restituyese al siglo; pero el observante novicio, sin hacer caso del tentador, le volvió las espaldas, alegando que no tenía licencia para hablar. Cubrióse de confusión el enemigo, no pudiendo sufrir una observancia tan ejemplar, y, desapareciendo prontamente, dio bastante á entender su malignidad y su artificio.

Hecha la profesión, se impuso una severa ley de no aflojar jamás en los ejercicios ni el fervor del noviciado. No pudo subir más de punto ni su humildad, ni su puntualidad, ni su obediencia. Nunca supo entibiarse su fervor, ni su devoción desmentirse. Concedió el Sñor á nuestro Santo el don de profecía y de milagros.

Ordenado de sacerdote, decía la Misa con fervor tan encendido, que, al verle en el altar, no parecía un sacerdote; parecía un serafín. Celebrando un día el divino sacrificio entre estos celestiales ardores, se le apareció la Santísima Virgen, y le consoló con estas palabras que destilaban ternura: Tú eres mi siervo, y yo me gloriaré en ti. A la verdad, no parecía posible ni más reverente devoción, ni ternura más filial que la que profesaba nuestro Santo á la Madre de Dios. Esta era su devoción favorecida, ésta su distintivo y su carácter; por eso nunca admitía otro título que el de siervo de María; con él se honraba y con él se regalaba.

Habiéndose graduado en París de doctor en Teología, volvió á Florencia, donde le hicieron prior de su convento. Aquí fue donde descubrió los extraordinarios talentos que había recibido del cielo para el mayor bien de las almas. Mostró, entre otros, el don de profecía, porque, teniendo á un niño en los brazos y mirándole con atención, comenzó á llorar amargamente. Preguntado por el motivo de aquel llanto, que parecía intempestivo: Lloro, dijo, porque este niño tendrá desastrado fin, y será la ruina de su casa. Él tiempo y el suceso verificaron demasiadamente el profético vaticinio.

Eran las brillantes virtudes de nuestro Santo admiración y ejemplo de toda la Toscana, á tiempo que vacó el obispado de Fiésoli, ciudad que sólo dista una legua de Florencia. Nombróle todo el pueblo por su obispo; pero, noticioso Andrés, huyó á esconderse en la Cartuja; lo que hizo tan á tiempo, y con tanto secreto, que burló cuantas diligencias se practicaron para encontrarle. Perdidas ya las esperanzas de dar con él, iba el pueblo á juntarse para proceder á otra elección, cuando un niño de tres años levantó la voz y dijo: Andés, á quien Dios ha escogido para nuestro obispo, está haciendo oración en la Cartuja. A vista de una señal tan visible, no dudando ya el Santo que el Cielo le llamaba para aquella tan alta dignidad, sólo pensó en desempeñar sus obligaciones, añadiendo nuevos grados de perfección á la santidad de su vida.

Elegido después por el pueblo, con aprobación de la Iglesia, obispo de Fiésoli, este nuevo cargo no le embarazó vivir como carmelita; antes persuadido á que un obispo está obligado á vida más ejemplar y más santa que un simple religioso, aumentó nuevas penitencias á sus mortificaciones ordinarias. Sobre el cilicio común añadió una cadena de hierro que daba vuelta á toda la cintura, y á la diaria carga del Oficio divino aumentó la sobrecarga de los siete salmos penitenciales, que siempre se acababan con una sangrienta disciplina. Su cama eran unos sarmientos: la mayor parte de la noche la pasaba en oración; ayunaba casi todos los días. Huía cuidadosamente todo trato con mujeres; nunca las hablaba sino con los ojos en el suelo, y no permitió jamás que entrase alguna en su cuarto.

La vida tan ejemplar de un obispo, por precisión había de merecer mil bendiciones á su pueblo. Un pastor tan vigilante y tan santo, poco había de tardar en reducir al aprisco todas las ovejas descarriadas. No hubo pecador tan obstinado que no se rindiese á sus avisos; ninguno tan rebelde que pudiese resistirse á las solicitudes de su celo.

Entre otros, era muy visible el milagroso don que poseía para componer discordias y para desterrar el rencor de los pechos enemistados. Esto obligó al papa Urbano V á echar mano de nuestro Andrés para que pasase á Bolonia en calidad de legado suyo, para pacificar las discordias que despedazaban aquel numeroso pueblo. Apenas entró en él aquel ángel de paz, cuando calmó la sedición; uniéronse los ánimos con reconciliación sincera, y las portentosas conversiones que logró dieron á conocer cuánto puede hacer un obispo santo.

Habiendo llegado á los setenta y un años de su edad, y estando celebrando la Misa del Gallo la noche de Navidad en su iglesia catedral, tuvo un secreto prenuncio de su cercana muerte. Sintióse acometido de una maligna fiebre á la mañana siguiente, y comenzó á prepararse con alegría para la última hora, que desde el primer instante de su conversión había tenido presente en la memoria toda la vida. Fue universal el desconsuelo en toda la ciudad; no se eva­cuaba su pobre cuarto de los muchos que concurrían á verle, y todos se deshacían en lágrimas; sólo Andrés se conservaba con un semblante risueño, y tan tranquilo, que en su serenidad leían todos verificado aquel oráculo, que para los santos es dulce cosa el morir. Fue su dichoso tránsito el 6 de Enero, día de la Epifanía, en el año de 1373. Llevóse su cadáver á la ciudad de Florencia, y fue enterrado en la iglesia de los PP. Carmelitas, como el Santo lo había significado. Confirmó el Cielo la general opinión que se tenía de su santidad con multitud de milagros, y sesenta y siete años después de su muerte, el de 1440, fue solemnemente beatificado por el papa Eugenio IV, hasta que finalmente, en el año de 1629, Urbano VIII le canonizó, y fijó su fiesta al día 4 de Febrero, mandando que se rezase de él en toda la Iglesia.

LaMisa es en honra de San Andrés, y la oración la que sigue:

¡ Oh Dios, que continuamente nos estás proponiendo en tu Iglesia nuevos ejemplos de virtud! Concede á tu pueblo la gracia de que siga de tal manera los pasos del bienaventurado Andrés, tu confesor y pontífice, que merezca conseguir el mismo premio. Por nuestro Señor Jesucristo, etc.

La Epístola es del cap. 44 y 45 de la Sabiduría.

He aquí un sacerdote grande que en sus días agradó á Dios, y fue hallado justo, y en el tiempo de la cólera se hizo la reconciliación. No se halló semejante á él en la observancia de la ley del Altísimo. Por eso el Señor con juramento le hizo célebre en su pueblo. Dióle la bendición de todas las gentes, y confirmó en su cabeza su testamento. Le reconoció por sus bendiciones, y le conservó su misericordia, y halló gracia en los ojos del Señor. Engrandecióle en presencia de los reyes, y le dio la corona de la gloria. Hizo con él una alianza eterna, y le dio el sumo sacerdocio, y le colmó de gloria para que ejerciese el sacerdocio, y fuese alabado su nombre, y le ofreciese incienso digno de él, en olor de suavidad.

REFLEXIONES

El que agradó á Dios mientras vivió, ¿qué más ha menester para ser un hombre feliz, para hacerse respetable? Sólo este rasgo vale todos los elogios. Esté uno adornado de todas cuantas bellas prendas se estiman en el mundo: tenga ingenio, hermosura, posea grandes riquezas, goce de todos los gustos de los deleites de la vida: será infeliz, será despreciable, será digno de compasión, si tiene la desgracia de no agradar á Dios. ¿Qué mérito puede dar á ninguno el favor ni la estimación de los hombres? Toda la estimación humana ¿podrá dar una sola virtud á quien no la tiene? Sólo Dios no puede engañarse: su aprobación es inseparable del verdadero mérito: el que la logra, seguramente se la merece: su amistad fabrica nuestra gloria, y también nuestra dicha. Sin ella, la más dilatada prosperidad, la más brillante fortuna, sólo pueden hacer, á lo más, unos sepulcros dorados, ó dados de un aparente barniz.

Teme a Dios, dice el Sabio, guarda sus Mandamientos; es esto todo el hombre. No hay virtud sin la más exacta observancia de la ley de Dios. Si quieres entrar en la vida, dice el Señor, guarda los Mandamientos. ¡Qué error, qué desacierto cometen los que se dispensan de esta observancia! En vano son estas obras de supererogación: si no guardas los Mandamientos, nada haces.

Por benéfica, por dadivosa que sea la estimación y la amistad de los grandes, sus favores son limitados y de corta duración; á lo más, unos pergaminos inútiles, ó unos títulos pomposos, son los que sobreviven á nuestra sepultura. Pero ¿nos hacen por eso más felices? Muy de otra manera trata Dios á los que le sirven; cólmalos á manos llenas con la bendición de todos los pueblos; su amor y sus dones se extienden más allá de todos los siglos. Los monarcas más poderosos se postran humildemente á los pies de un pastorcillo simple, de un pobre oficial á quien Dios elevó á su Gloria; y esta gloria ha de durar para siempre. Y después de esto, ¿nos hará poca fuerza la dicha de agradar á Dios? Y después de esto, ¿se tendrá poco temor á la desdicha de desagradarle? ¿Dónde está nuestro entendimiento? ¿Dónde nuestra fe? 

El Evangelio es del cap. 25 de San Mateo.

En aquel tiempo dijo Jesús á sus discípulos esta parábola: Un hombre que debía ir muy lejos de su país, llamó á sus criados y les entregó sus bienes. Y á uno dio cinco talentos, á otro dos, y á otro uno, á cada cual según sus fuerzas, y se partió al punto. Fue, pues, el que había recibido los cinco talentos á comerciar con ellos, y ganó otros cinco: igualmente, el que había recibido dos, ganó otros dos; pero, el que había recibido uno, hizo un hoyo en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Mas después de mucho tiempo vino el señor de aquellos criados, y les tomó cuentas, y, llegando el que había recibido cinco talentos, le ofreció otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; he aquí otros cinco que he ganado. Díjole su señor: Bien está, siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, te daré el cuidado de lo mucho: entra en el gozo de tu señor. Llegó también el que había recibido dos talentos, y dijo: Señor, dos talentos me entregaste; he aquí otros dos más que he granjeado. Díjole su señor: Bien está, siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, te daré el cuidado de lo mucho; entra en el gozo de tu señor.

MEDITACIÓN

Del buen uso de los talentos que hemos recibido.

Punto primero.—Considera que ninguno hay que no haya recibido del Cielo cierto número de talentos con obligación de aprovecharlos bien. Dones naturales, gracias sobrenaturales, beneficios generales y particulares, todo se nos ha concedido para nuestra salvación; ninguno fue casual. Esta nobleza, ese ingenio, esa educación, esas bellas prendas, esa salud, ese tiempo; en una palabra, todo el orden, toda la economía de la Divina Providencia, respecto de nosotros, puede y debe ser comprendida en la parábola de los talentos. Y ¿qué debemos pensar de tantos auxilios sobrenaturales, de tantas inspiraciones, de tantas gracias extraordinarias? Todo se lo debemos á los méritos del Hombre Dios; bienes suyos son, que depositó en nuestras manos; ninguno hay que no sea de gran precio; frutos son de su preciosa sangre. ¡Qué pérdida, Señor, qué desdicha la de quien no sabe, ó no quiere usar bien de ellos!

No te basta conservar el talento recibido: el mal siervo tuvo cuidado de enterrarle; pero fue condenado, porque no le benefició poniéndole á ganancia. Ya se sabe que Dios en este particular es un amo estrecho y riguroso: no se puede alegar ignorancia en este punto; conque será muy culpable quien le sirviere con negligencia ó con disgusto.

Háyase recibido poco, ó háyase recibido mucho, siempre se recibe lo bastante para poder merecer más; pero es menester trabajar, es preciso hacer sudar lo que se ha recibido. ¿Qué riesgo puede haber en un negocio cuya ganancia pende únicamente de nuestra voluntad? No hay piratas, no hay escollos, no hay naufragios que no podamos evitar. La medida del lucro es, por lo común, el motivo del trabajo; en este comercio solamente son pobres los que nada quieren hacer para ser ricos. Pues ¿no tendrá el amo mil razones para tratar de perversos á unos criados tan holgazanes y tan ingratos? ¿Qué caso se hace de un amo cuando se usa tan mal de sus beneficios? Y ¿se merecerá su benevolencia cuando se hace tan poco ó tan ningún caso de darle gusto?

¡Ah mi Dios, y á cuántos ha de hacer gemir esta verdad bien penetrada! Vos me habéis colmado de beneficios, y yo he recibido talentos de vuestra mano; pero ¿me he aprovechado bien de ellos? ¡Oh Señor, qué reprensión! Y ¡oh qué cruel dolor, qué amargo remordimiento!

Punto segundo.—Considera el uso que hemos hecho hasta aquí de los talentos recibidos. Cada talento fue un beneficio. Y ¿cuál ha sido nuestro reconocimiento? Todos se nos concedieron para mayor gloria de Dios y para nuestra salvación. ¿Y los hemos empleado únicamente á este soberano, á este importantísimo fin?

Este tiempo tan precioso, cuyos momentos están todos contados, ¿ha sido fecundo en buenas obras y en merecimientos? El fruto del buen uso del tiempo será la dichosa eternidad. ¿Es posible que no hayamos perdido nada de él? Ya estamos en el segundo mes del año nuevo: ¿dónde está el fruto de nuestros propósitos? ¿Hemos adelantado mucho en el negocio de nuestra salvación?

Los bienes que poseemos se nos dieron para ganar con ellos otros bienes más preciosos y más reales: y ¿hemos agenciado mucho con ellos? ¿Nos hemos valido de esos bienes únicamente para comprar mucho cielo? ¿para granjear amigos que nos sean útiles con Dios? ¿Será posible que no temamos algún cargo cuando llegue el caso de dar cuenta?

El entendimiento, la salud, las demás prendas, también entran en el número de los talentos. Pero ¿se les ha hecho valer mucho? Servirse de ellos únicamente para complacer al mundo, ¿no es peor que sepultarlos? ¿Daráse el Señor por satisfecho de este empleo? ¡Ah mi Dios! Por esta cuenta, ¡qué de siervos inútiles! ¡Cuántos serán despedidos! ¡ Cuántos condenados á las tinieblas exteriores!

Pero cuando se nos reproduzcan aquellas gracias tan abundantes, aquellas inspiraciones tan saludables, aquellos auxilios tan poderosos, ¡mi Dios, que de talentos! Misas, sacramentos, ejercicios espirituales, actos de religión, todo entra en el cúmulo del capital que se pone. ¿Corresponde al fondo la ganancia, y los réditos al capital? Para que se nos pasen las cuentas es menester que el capital se doble por lo menos, en virtud de la correspondencia y de la fiel cooperación á la gracia. ¡Oh Señor, qué motivos tan justos para estremecernos al considerar bien esta parábola! El amo, muy presto estará en casa, de vuelta de su viaje. Y ¿no tenemos razón para temer? ¿Podremos ponernos en su presencia con entera confianza?

Los santos sí que fueron prudentes y discretos en no aplicarse más que á cultivar sus talentos, para que diesen de sí todo lo posible. En los primeros años de su vida no los cultivó mucho San Andrés Corsino; pero en lo restante de ella reparó con ventaja su fervor las quiebras de su inconsiderada juventud. ¿A qué aguardamos nosotros para reformar nuestras costumbres, para enmendar tantos desórdenes, para dar principio á una nueva vida? Dentro de pocos días se nos pedirá estrecha cuenta de nuestros talentos. ¡Qué desdicha, si nos presentamos con las manos vacías! Se castiga severamente á quien no granjeó con ellos: ¿qué será al que abusó, al que se valió de ellos mismos para su mayor perdición?

No tengo, Señor, otro recurso que á vuestra misericordia infinita. Perdido soy, condenado soy para siempre, si me juzgáis según el rigor de vuestra justicia. Distéisme, Señor, talentos; pero ¿cómo he usado de ellos? Mas, en fin, concededme todavía un poco de tiempo, ¡oh dulce Salvador mío!, que yo os daré buena cuenta: asistidme con vuestra gracia, y dejaré de ser en adelante siervo inútil y perezoso.

JACULATORIAS

Esto es hecho, Señor: voy á serviros con fidelidad; concededme la perfecta inteligencia de vuestros santos Mandamientos.—Ps. 118.

Ya, Señor, llegó el tiempo de trabajar en mi salvación, y de aprovechar hacia el Cielo los talentos que me habéis concedido, de los cuales tan mal he usado hasta aquí.—Ps. 11.

PROPÓSITOS

1.    Conocer las reglas que se deben observar para vivir bien, y aun confesarlas, no sólo es cosa fácil, sino muy común; pero ¿de qué servirá este conocimiento y esta confesión, si no por eso se vive mejor? Acordémonos que la virtud cristiana es ciencia práctica. El Infierno está lleno de especulaciones estériles y de máximas muy cristianas, pero infecundas. No permita Dios que las tuyas sean semejantes; no puedes negar que has usado perversamente de los talentos que Dios te concedió. ¡Qué abuso de las prendas naturales, y de tantas gracias sobrenaturales! ¿Qué cuenta darías á Dios, si ahora te la pidiera, de tantos beneficios recibidos? ¿En qué has empleado ese entendimiento, esa robustez, esos bienes de fortuna, ese tiempo tan precioso? ¿Cuántas bellas horas has perdido?

2.  Te has de poner un perpetuo entredicho á toda lectura de novelas, romances, comedias amatorias, poesías galantes y todo género de libros emponzoñados, que sólo agradan porque matan, disimulando el veneno en el artificio. Guárdate bien de valerte jamás de tu ingenio, de tu discreción ó de tu agudeza para equívocos indecentes, alusiones impuras, zumbas picantes, chanzas malignas; ni para aquellas torpes alegorías que debajo de las voces más simples y más comunes introducen un sutilísimo veneno hasta el corazón. Toma una fuerte resolución de no estar jamás ocioso; es preciosísimo el tiempo, y su pérdida es irreparable; no emplearle en trabajar por la salvación, es perderle. ¿Y será bien usar de la salud no saber valerse de ella sino para contentar á sus pasiones? No hay desorden, no hay exceso que no la estrague, que no la abrevie la vida. El tiempo de la enfermedad ¿será muy oportuno para convertirse? La salud es don de Dios; pues determina en este mismo día el uso que has de hacer en adelante de este apreciable don. El supremo dominio de nuestros bienes le tiene Dios; nosotros los poseemos con la obligación de reconocerle homenaje y de rendirle tributo. Arregla las limosnas á proporción de tu renta, consultándolo con un prudente director. Eres hábil, sobresaliente en alguna facultad ó en algún arte; á Dios debes ese don; pero ¡qué delito aprovecharte de esa, habilidad para perder á las almas!


FUENTE

DE LA PRESUNCIÓN Y EL OPTIMISMO HISTÓRICO FALSAMENTE CATÓLICOS

  Cuando ocurre una manifestación sobrenatural que produce una revelación privada -y estamos hablando de aprobación sobrenatural por la Igle...