jueves, 10 de octubre de 2019

LA ESPADA, LA GUERRA Y EL ROSARIO - LEPANTO Y SAN PÍO V

«Ni las tropas, ni las armas, ni los comandantes, sino la Virgen María del Rosario es la que nos dio la victoria» San Pío V, elegido Papa en 1566, tuvo el deseo de convocar a la Cristiandad para un doble combate: contra el protestantismo y contra el islam. Contra este último invitó a los príncipes católicos a concretar una alianza, pero todos ellos, ocupados por sus problemas internos, no respondieron a la iniciativa. En 1569 se enteraron los otomanos de que el arsenal veneciano había sido destruido por el fuego, y de que además toda la península itálica estaba amenazada por el hambre debido a una mala cosecha. Selim II aprovechó la ocasión para romper la tregua con Venecia y enviarle un ultimátum: o entregaba la preciada posesión deChipre, o le declaraba la guerra. Venecia pidió auxilio, pero no quería hacer alianza con España, ni España con Venecia, pues Venecia había hecho varias veces alianzas con los turcos. San Pío V intervino exhortando a España a mandar una armada para proteger a Malta y garantizar la ruta que llevaría auxilio a la isla de Chipre. Felipe II aceptó y envió a sus embajadores, ante lo cual Su Santidad nombró a Marco Antonio Colonna, bien visto por Felipe II y por Venecia, como jefe de la armada pontificia. Bajo el mando y mediación del Sumo Pontífice comenzaron las negociaciones entre España y Venecia, pero la desconfianza mutua y los intereses de ambas partes, incidieron en la demora de los acuerdos. San Pío V medió en las discusiones con heroica paciencia y cordura, y sugirió a Don Juan de Austria, hermano bastardo de Felipe II, entoncesjoven de 24 años, como generalísimo de los ejércitos cristianos. Mientras duraban las negociaciones, una peste diezmó la escuadra veneciana, y los turcos conquistaron la isla de Chipre, después de 48 días de heroica resistencia. La pérdida de Chipre consternó a toda la Cristiandad. San Pío V echó la culpa de esta pérdida a los príncipes católicos, que debían deponer su actitud antes de que fuera demasiado tarde, y sólo expiarían sus culpas si se resolvían a unirse en defensa de la Cristiandad. En marzo de 1571 llegaban a Roma las respuestas afirmativas del Rey de España y del Dux de Venecia. Superados los diferendos, se formó entre ambas potencias una Liga con carácter defensivo y ofensivo, para actuar contra el Sultán y sus estados tributarios, Argel, Túnez y Trípoli. La Liga contaría con 200 galeras, 1.000 transportes, 50.000 infantes españoles, italianos y alemanes, 4.500 de caballería ligera, y el número necesario de cañones. Hojitas de Fe nº 216 – 2 – FIESTAS DE LA VIRGEN 1º Preparativos para la batalla. Su Santidad envió a la Liga un estandarte de damasco de seda azul con la imagen del Crucificado, teniendo a sus pies las armas del Papa, de España, de Venecia y de Don Juan de Austria. Don Juan de Austria recibió el estandarte de las manos del Cardenal Granvela, quien le dijo: «Toma, dichoso Príncipe, la insignia del Verbo Humanado; ten la viva señal de la santa Fe, de la cual eres defensor en esta empresa. El te dará una victoria gloriosa sobre el enemigo impío, y por tu mano será abatida la soberbia». Preocupado por las noticias del avance turco, San Pío V mandó una carta a Don Juan exhortándolo a zarpar cuanto antes hacia Mesina, prometiéndole poco después, a través de su nuncio Odescalchi, la victoria por encima de todos los cálculos humanos. Alentado por estas palabras, Don Juan tomó medidas rápidamente. Para preservar el carácter sagrado de la empresa, prohibió las mujeres a bordo, dictó la pena de muerte contra los blasfemos, e impuso un ayuno de 3 días. Ninguno de los 81.000 marinos y soldados dejó de confesarse y comulgar, haciendo lo mismo los galeotes. 2º En formación para la batalla. Los días 16 y 17 de septiembre la flota cristiana zarpó del puerto de Mesina. La flota turca fue localizada en Lepanto, puerto situado alsur del estrecho que une el golfo de Patrás con el deCorinto. El 6 de octubre el viento detuvo a los católicos y empujó a los otomanos hacia fuera del estrecho de Lepanto, facilitando así el combate. El domingo 7 de octubre, antes del amanecer, las naves católicaslevaron anclas y se adentraron en el estrecho de Lepanto. Tronó un cañón que ordenaba formarse para la batalla, y se izó el estandarte de la Liga en el palo mayor de la nave capitana. Don Juan de Austria exclamó: «Aquí venceremos o moriremos». Don Juan mandaba el centro, ladeado por Colonna y Veniero; el catalán Requesens venía un poco más atrás. La escuadra española de Andrea Doria, con 60 naves, formaba el ala derecha en dirección a alta mar. Las 35 naves del Marqués de Santa Cruz aguardaban órdenes en retaguardia para su eventual intervención. Alí-Pachá, el almirante otomano, también dispuso su flota para el combate. El Generalísimo turco pareció querer embestir por el centro y a la vez envolver a los cristianos, aprovechándose de su superioridad numérica de 286 naves contra 208. El viento soplaba desde el este, favorable a los infieles, mientras que los católicos se acercaban al enemigo a fuerza de remos. Cuando las escuadras estuvieron a la vista, el viento amainó. En la escuadra católica Andrea Doria propuso un consejo de guerra para discutir si convenía o no dar combate a un enemigo numéricamente superior; pero Don Juan de Austria le contestó: «No es hora de hablar, sino de luchar». Andrea Doria aconsejó entonces cortar los enormes espolones de las galeras católicas, para tener una más poderosa línea de fuego. FIESTAS DE LA VIRGEN – 3 – Hojitas de Fe nº 216 El comandante supremo, Don Juan de Austria, pasó revista a todaslas naves crucifijo en mano y arengando con ardor para la lucha inminente: «Este es el día en que laCristiandad debe mostrarsu poder, para aniquilar esta secta maldita y obtener una victoria sin precedentes… Estáis aquí por voluntad de Dios, para castigar el furor y la maldad de esos perros bárbaros; poned vuestra esperanza únicamente en el Dios de los ejércitos, que reina y gobierna el universo… Recordad que vais a combatir porla Fe; ningún cobarde ganará el Cielo». Luego se arrodilló en La Real y rezó, haciendo lo mismo todossus hombres. En medio de un silencio imponente, losreligiosos dieron la última bendición y absolución general a los que iban a exponerse a morir por la Fe. Mientras, el enemigo cortaba el silencio con sus cornetas, blasfemias, burlas e imprecaciones, y decía: «Esos cristianos vinieron como un rebaño de ovejas para que los degollemos». La orden de Alí-Pachá era de no hacer prisioneros. 3º La batalla. Alí-Pachá dio un tiro de cañón para llamar a los cristianos a la lucha. Don Juan aceptó el desafío respondiendo con otro cañonazo. En ese momento el viento cambió inesperadamente a favor de los cristianos. El primer cañonazo que partió hacia los infieles hundió una galera; y al grito de «¡Victoria! ¡Victoria! ¡Viva Cristo!», los cruzados se lanzaron con toda energía a la batalla. Los turcos buscaban dar mayor amplitud a su desplazamiento, para envolver uno de los flancos del adversario. Doria trataba de impedir la maniobra, pero se alejó demasiado de la zona que le había sido asignada, abriendo una peligrosa brecha entre el ala de su comando y el centro de la escuadra. El apóstata italiano Uluch Alí entró por el espacio vacío dejado por Doria. Con sus mejores naves se lanzó al combate hacia el centro de los cristianos, y con algunas galeras pesadas mantuvo apartado a Doria. En esta maniobra las tropas de Doria fueron casi aniquiladas, y la reserva del Marqués de Santa Cruz no pudo socorrerlo, pues estaba empeñado en auxiliar a los venecianos del ala izquierda junto al litoral. Alí-Pachá, conociendo por los santos estandartes la galera de Don Juan, embistió por la proa a La Real, y lanzó sobre ella una horda de jenízaros selectos. En ese momento el consejo dado por Doria probó su eficacia: desembarazada del peso que representaba el espolón, la artillería de la nave católica diezmó la tripulación de La Sultana, la nave de Alí-Pachá. En socorro de ésta llegaron 7 galeras turcas, las cuales lanzaron más jenízaros a la lucha sobre el puente ensangrentado de la nave capitana de Don Juan. Por dos veces la horda turca penetró hasta el mástil principal de La Real, pero los bravos veteranos españoles los obligaron a retroceder. Los galeotes, que habían sido armados con espadas, abandonaban los remos cuando había abordajes, y luchaban valientemente contra los turcos. Aun así, la situación se iba volviendo más peligrosa: Don Juan contaba con apenas dos barcos de reserva, su tropa había sufrido muchas bajas, y él mismo había sido herido en un pie. Fue entonces cuando el Marqués de Santa Cruz, después de liberar a los venecianos, vino en socorro de Don Juan, y éste pudo rechazar a los jenízaros. Hojitas de Fe nº 216 – 4 – FIESTAS DE LA VIRGEN Cuando el momento era más crítico, Alí-Pachá, defendiendo La Sultana de otra embestida cristiana, cayó muerto de un tiro de arcabuz español. Eran las 4 de la tarde. El cuerpo del generalísimo de los infieles fue arrastrado a los pies de Don Juan; un soldado español le cortó la cabeza, que por orden de Don Juan fue ensartada en la punta de una lanza para que todos la vieran. Un clamor de alegría victoriosa surgió de la nave capitana. Los turcos estaban derrotados, y el pánico se apoderó rápidamente de sus huestes desde que el estandarte de Cristo comenzó a flamear en La Sultana. Las pérdidas de los infieles fueron enormes: 30.000 muertos, 10.000 prisioneros, 120 galeras apresadas y 50 hundidas o incendiadas, tomadas numerosas banderas y gran parte de la artillería. 12.000 cristianos esclavizados por los moros consiguieron la libertad. El resto de la escuadra enemiga se batió en retirada, mientras las trompetas católicas proclamaban a los cuatro vientos la victoria de la Santa Liga en la mayor batalla navalregistrada porla historia. Se supo después que, en el fragor de la batalla, lossoldados de Mahoma avistaron por encima de los mástiles mayores de la escuadra católica una Señora que los aterraba con su aspecto majestuoso y amenazador. 4º Llegan a Roma noticias de la victoria. Entre tanto, en Roma, el Papa ayunaba y redoblaba sus oraciones por la victoria, instando a cardenales, monjes y fieles a hacer lo mismo, confiando en la eficacia del Santo Rosario. El día 7 de octubre, mientras trabajaba con su tesorero Donato Cesi, el Papa se apartó de repente de su interlocutor, abrió una ventana y entró en éxtasis; y, volviéndose hacia su tesorero, le dijo: «Id con Dios. Ahora no es hora de negocios, sino de dar gracias a Jesucristo, pues nuestra escuadra acaba de vencer»; y se dirigió a su capilla. En la noche del 21 al 22 de octubre el Cardenal Rusticucci despertó al Papa para confirmarle la visión que él había tenido. En un llanto varonil, San Pío V repitió las palabras del viejo Simeón: «Ahora, Señor, ya puedes dejar ir a tu siervo en paz» (Luc. 2 29). A la mañana siguiente se proclamada en San Pedro la feliz noticia, luego de una procesión y un solemne Te Deum. Desde entonces el día 7 de octubre quedó consagrado a nuestra Señora de las Victorias, y más tarde al Santo Rosario; y se agregó en las Letanías Lauretanas la invocación «Auxilio de los Cristianos». El senado veneciano, agradecido, hizo pintar un cuadro que representa la batalla, con la inscripción: «Ni las tropas, ni las armas, ni los comandantes, sino la Virgen María del Rosario es la que nos dio la victoria». Génova y otras ciudades mandaron pintar en sus puertas la imagen de la Virgen del Rosario. Por todas partes, en España y en Italia, se levantaron capillas en honor de Nuestra Señora de las Victorias. La Historia da testimonio de que la lenta decadencia del poderío naval de los otomanos comenzó con la jornada de Lepanto.1

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