viernes, 11 de octubre de 2019

MATERNIDAD DIVINA DE NUESTRA SEÑORA - II CLASE

Feliz fiesta de la Maternidad Divina de María Santísima - 11 de octubre



Si consultamos la Sagrada Escritura, los Santos Padres y el Magisterio de la Iglesia sobre la Virgen María, todos nos dirán al unísono que la verdadera razón de todas las grandezas de María es su título de Madre de Dios, de Madre del Salvador.
«Concebirás en tu seno, y darás a luz un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Este será llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob eternamente, y su reino no tendrá fin». Así le hablaba el arcángel Gabriel a la que era Virgen por antonomasia, dejándonos entender que, si su Hijo iba a ser Rey, Ella pasaba a ser Reina; y que, así como para Jesús la unión hipostática era la raíz de todos sus demás privilegios de Sacerdote, Maestro, Rey y Salvador, así también la maternidad divina era para Ella la razón de ser de todos los favores y prerrogativas con que Dios la había adornado y la seguiría adornando.
No es otro el lenguaje de los Santos Padres. Según San Juan Damasceno y San Ildefonso, la Maternidad divina se equipara en cierto modo a la generación eterna del Verbo: por ella la Virgen confiere al Hijo de Dios, sin corrupción ni alteración de su integridad, su propia condición humana, de manera similar a como el Padre comunica al Verbo, por vía de entendimiento y sin ninguna alteración ni división, su propia naturaleza divina. Y conocida es la afirmación de Santo Tomás de Aquino, de que la Maternidad divina de María encierra una dignidad y perfección en cierto modo infinita, por cuanto por ella la Virgen se ve elevada al orden divino.
La gracia que santifica a la Santísima Virgen es una sola, pero plena: «Ave, gratia plena». Esta gracia tiene como razón única la divina maternidad de María; pero, desde esta divina maternidad, se extiende a todos los demás privilegios de Nuestra Señora, que son o preparaciones o consecuencias de la misma. La misma gracia que convertía a María en Madre de Dios, debía santificarla previamente en el seno de su madre, haciéndola inmaculada, para que el purísimo seno de María fuese fiel reflejo del seno del Padre; esa misma gracia debía dotarla de una plenitud tal que la convirtiese en la digna consorte y colaboradora de Cristo en su obra; de esa misma gracia debían derivarse sus demás privilegios de ser Corredentora, Mediadora universal, Reina de cielos y tierra, Abogada de los pecadores, Madre de las almas redimidas. Cuando se ha dicho que María es Madre de Dios, se ha dicho al mismo tiempo todo lo otro.
Así como el diamante es único, pero tiene muchas caras, que realzan su belleza y su brillo, así también la maternidad divina de María es la gracia excepcional que comunica en María la luz, la belleza y el brillo a todos sus demás privilegios; y, a su vez, todos ellos no hacen más que manifestar clara y esplendorosamente a los ojos de la Iglesia la riqueza inagotable de este título de «Teotocos» y de «Deipara», que la ensalza definitivamente por encima de toda la obra de Dios, después de Cristo.
Dei Genetrix, intercede pro nobis: Virgen Santísima, Madre de Dios, intercede por nosotros, pobres pecadores, y no te olvides de que esta grandeza nos la debes en cierto modo a nosotros, ya que sólo porque necesitábamos un Redentor quiso encarnarse el Hijo de Dios y elegirte por Madre suya.

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