lunes, 5 de agosto de 2019

TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR, II CLASE

San Mateo 17:

"1. Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto." "2. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 3. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. 4. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» 5. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.»""6. Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. 7. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo.» 8. Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. 9. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.»" 


La transfiguración del Señor muestra los misterios últimos de la Fe, y  tiene como propósito sostener con la Esperanza trascendente a los apóstoles predilectos, ante el escándalo de la Pasión y Muerte del Señor que se avecina.
El Señor les muestra su Gloria, su Divinidad, su Eternidad, en la medida que lo podían asimilar. Recordemos las consoladores revelaciones del Apóstol San Juan en su Carta:

Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El porque le veremos como El es.

Luego ellos, fortalecidos lo suficiente, sostendrían a los demás en el difícil trance. 

El Maestro; el que hacía milagros, resucitaba muertos, echaba demonios, hacía caminar a los paralíticos, hablar a los mudos, ver a los ciegos....también calmaba tormentas en el mar...Sería  traicionado por uno de los suyos y entregado a los judíos; estos presionarían al vacilante y tibio Pilato y lograrían arrancarle una condena a regañadientes; sería burlado, humillado, vapuleado, azotado, y sería ajusticiado a la manera romana entre dos delincuentes.
Un golpe durísimo a fe incipiente y débil de los pobres discípulos.
Entonces el Señor muestra que la Esperanza -la certeza de los bienes eternos, la felicidad indefectible que es ante todo el Señor mismo en su Gloria, sostiene en las pruebas de la vida.


El Padre se expresa en la voz eterna que hace caer rostro en tierra a los discípulos;


 Este es mi Hijo, el Amado, en quien tengo puesta mi complacencia;

 el Espíritu en la nube  -el Espíritu Santo vendrá sobre tí, y el Poder del Señor te cubrirá con su sombra....recordemos...- y el Señor transfigurado. La teofanía y epifanía de la Santísima Trinidad para mostrar a sus predilectos quien realmente es, y sostenerlos.


Moisés y Elías se aparecen y hablan con Jesús. Esto quiere significar que la Ley y los Profetas apuntan a Cristo: el Antiguo Testamento anuncia a Cristo.


Por último, el Padre nos ordena: Escúchenlo!. Esa es nuestra primera obra: Escuchar al Señor en su Palabra y serle fiel siendo fiel a su Palabra. Esa Palabra que custodia la Iglesia, que es vivida en su Tradición -la otra fuente de la Revelación- e interpretada por el Magisterio.

La Transfiguración del Señor debe alentarnos a pedir el fortalecimiento de la Esperanza sobrenatural y trascendente -que no se debe confundir con optimismo- para que levantados por ella sobrevolemos las asperezas, pruebas y tribulaciones de esta vida. Sin la visión que la Esperanza nos da de los bienes futuros, del gozo de la eternidad en el Seno del Señor, nada realmente bueno en el orden a la salvación se puede hacer acá abajo. Porque todo lo que hacemos debe apuntar a lo alto: anuncio, denuncia, testimonio de vida, caridad fraterna...Todo debe tener como meta al Señor mismo.
La esperanza ultraterrena, lejos de alienar al hombre de las realidades terrestres, por el contrario, le da la capacidad de verlas en su real valor, con la mirada de Dios, de manera que puede actuar sobre ellas y usar de ellas con verdadera eficacia contribuyendo a su último fin: la Salvación eterna.





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