San Francisco de Sales decía que se puede ser mártir, no solo al confesar a Dios ante los hombres, sino también al confesar a los hombres ante Dios. Evocamos gustosamente estas palabras al contemplar al Santo Cura de Ars, incansablemente fiel a su confesionario, donde, desde toda Francia e incluso otros lugares, las almas pecaminosas y angustiadas acudían a buscar la luz y la paz.
A este largo suplicio, que duraba días enteros y se alargó por muchos años, el santo agregó el de los ayunos y las vigilias que alimentaron una oración continua. Así, habiéndose convertido en hostia con Cristo, mereció primero la conversión de su apática parroquia, y luego la de muchos pecadores que acudían a él desde los lugares más remotos.
La figura de San Juan Vianney (1786-1859) brilla por su simplicidad, su pobreza y su desapego extremo de las cosas de este mundo. Desprovisto de grandes capacidades intelectuales, rebosaba de fe y celo pastoral. Su solicitud y su juicio recto y seguro lo convierten en el ideal y modelo de los buenos sacerdotes: él es el santo Cura de Ars.
Dios lo glorificó con el don de los milagros; y cuando, cansado por la fatiga y las austeridades, San Juan Bautista Vianney entregó su alma a Dios, no dejó de hacer sentir su influencia benéfica y saludable sobre las almas, y especialmente sobre el clero parroquial.
Beatificado por San Pío X, el Papa Pío XI lo canonizó en 1925 y estableció la fiesta del Santo Cura de Ars en el calendario de la Iglesia universal en 1928. Al año siguiente, lo proclamó Patrono Celestial de todos los párrocos y de los sacerdotes a cargo de las almas en todo el mundo.
"Oh Dios todopoderoso y misericordioso, que hiciste a San Juan María admirable por su celo pastoral, continua y ardiente penitencia: haz que, con su ejemplo e intercesión, podamos ganar para Cristo las almas de nuestros hermanos y alcanzar eternamente con ellos la vida eterna. Por Nuestro Señor". (Oración de la Misa)
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