jueves, 12 de septiembre de 2019

EL SANTO NOMBRE DE MARÍA, III CLASE

“Del tesoro de su divinidad sacó el Señor el nombre de la Virgen María, decretando que todo se haga por Ella, en Ella, con Ella y de Ella; y que de la misma manera que nada se hizo sin Él, así nada deberá rehacerse sin Ella”, dice San Pedro Damiano del dulcísimo Nombre de la Madre de Dios, cuya fiesta fue declarada universal en el año 1683, por decreto del Papa Inocencio XI. Dio ocasión a ella la gloriosa victoria del gran Sobieski, rey de Polonia, sobre las huestes sarracenas. La ciudad de Viena estaba cercada por el ejército musulmán y a punto ya de rendirse; pero se presentó Sobieski con sus bravos el día 8 de septiembre; asistió a la Santa Misa con los brazos en cruz, y en ella comulgó. De allí salió al combate invocando el Santísimo Nombre de María, y logró tan señalado triunfo, que más de mil sarracenos quedaron tendidos en el campo de batalla. Sobieski entró en la ciudad seguido del Emperador de Austria, para dar gracias en el templo a Dios y a su Madre, entonando el Te Deum. Y porque esta victoria se alcanzó el 12 de septriembre, en su recuerdo se celebra en este día la fiesta del Dulce Nombre de María.
Nombre bendito y santo, superior a cualquier otro nombre después del de Jesús. Nombre dulcísimo para los ángeles en el cielo, por ser el nombre de su Reina; y dulcísimo también para los hombres en la tierra, por ser el nombre de nuestra Madre. Nombre tan dulce y amable, que no se puede pronunciar sin que el que lo profiera se sienta inflamado en el amor de Dios y de María. Como el de Jesús, él es también júbilo para el corazón, miel para la boca y melodía para el oído de sus devotos, según San Antonio de Padua.
En medio de las amarguras de este mundo, hagamos nuestra la exclamación de San Alfonso María de Ligorio: “Oh María, llena de gracia, haced que vuestro nombre sea la respiración de mi alma! No me cansaré jamás de acudir a Vos, repitiendo constantemente: María! María! Qué inefable consuelo, qué dulcedumbre, qué ternura experimenta mi alma! Oh María!, amable María, cuando pronuncio vuestro nombre, doy gracias a Dios por haberos dado para mi felicidad nombre tan dulce y amable.”


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