Siempre la Iglesia fue perfectamente consciente de que fue fundada por Cristo, impartidora de sus Sacramentos y portadora de la Verdad absoluta y salvadora.
Cuando la infiltración "iluminada" por la Nouvelle Téologíe accedió a los altos cargos de la Iglesia, asumió oficialmente como doctrina el Liberalismo, el modernismo condenado antes. Se cambió la autoridad de la Iglesia en un modo liberal hacia el mundo, los herejes, los conspiradores los infieles y los enemigos. Esta liberalización, naturalmente se proyectó al Derecho Canónico, el proceso de canonizaciones...el Catecismo; ni el Ritual de Exorcismos se salvó de la epidemia disolvente del liberalismo: todo fue contaminado. En ese liberalismo pluralista todo entraba: Los hermanitos mayores, el Islam, el protestantismo, los herejes, los neoteólogos penalizados por Pío XII, las religiones paganas, el animismo...Lo único que quedó afuera es el Catolicismo, y su defensor excomulgado. Contra él se usó una autoridad arbitraria, absurda y tiránica, anticatólica e impía.
Mas allá de eso, ese liberalismo adoptado también se evidencia en el lenguaje: ya no es como antes, claro, preciso, fuerte, viril; ahora es eufemístico, dulzón, de "ingénua" y ambigua grandilocuencia idealista, que a veces recuerda al poeta Lammartine; impreciso, vago, borroso, indeterminado -y contradictorio, por si faltara algo. Ya no existe convicción de la posesión de la Verdad absoluta. Mas bien ahora es el Mundo y los enemigos quienes tienen la razón: hay que pedirles perdón y escucharlos, y aprender.
Teologìa, Filosofía, ideología hacen el lenguaje, el cual es expresión de aquellas. Y viceversa: hay una retroalimentación: un feed back.
El relativismo tiene un lenguaje que naturalmente es muy distinto al de la Iglesia Católica que es portadora de la Verdad.
La única "verdad absoluta" poseída por esas tristes décadas de una clerecía liberal y modernista, -que sigue en su puesto, desgraciadamente- pareció ser que el Catolicismo debía ser callado cueste lo que cueste.
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