sábado, 7 de enero de 2023

ALGUNOS PENSAMIENTOS SOBRE LA ÉPOCA CONCILIAR

 Siempre la Iglesia fue perfectamente consciente de que fue fundada por Cristo, impartidora de sus Sacramentos y portadora de la Verdad absoluta y salvadora.

Por eso en sus definiciones y sus documentos doctrinales y de culto en el lenguaje claro, viril, preciso, autoritario en el mejor de los sentidos, quedaba de manifiesto esa consciencia de traer al mundo la Verdad absoluta de parte de Cristo.
Cuando la infiltración "iluminada" por la Nouvelle Téologíe accedió a los altos cargos de la Iglesia, asumió oficialmente como doctrina el Liberalismo, el modernismo condenado antes. Se cambió la autoridad de la Iglesia en un modo liberal hacia el mundo, los herejes, los conspiradores los infieles y los enemigos. Esta liberalización, naturalmente se proyecto al Derecho Canónico, el proceso de canonizaciones...el Catecismo, ni el Ritual de Exorcismos se salvó de la epidemia disolvente del liberalismo: todo fue contaminado. En ese liberalismo pluralista todo entraba: Los hermanitos mayores, el Islam, el protestantismo, los herejes, los neoteólogos penalizados por Pío XII, las religiones paganas, el animismo...Lo único que quedó afuera es el Catolicismo, y su defensor excomulgado. Contra él se usó una autoridad arbitraria, absurda y tiránica, anticatólica e impía.
Mas allá de eso, ese liberalismo adoptado también se evidencia en el lenguaje: ya no es como antes, claro, preciso, fuerte, viril; ahora es eufemístico, dulzón, de "ingénua" y ambigua grandilocuencia liberal, que a veces recuerda al poeta Lammartine; impreciso, vago, borroso, indeterminado. Ya no existe convicción de la posesión de la Verdad absoluta. Mas bien ahora es el Mundo y los enemigos quien tienen la razón: hay que pedirles perdón y escucharlos, y aprender.
Teologìa, Filosofía, ideología hacen el lenguaje, el cual es expresión de aquellas.
El relativismo tiene un lenguaje que naturalmente es muy distinto al de la Iglesia Católica que es portadora de la Verdad.
La única verdad absoluta poseída por esas tristes décadas de una clerecía liberal y modernista, pareció ser que el Catolicismo debía ser callado cueste lo que cueste.

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Cuando un hombre dañino, nocivo, que ha contribuido a la confusión y al oscurecimiento de la fe en la Iglesia; a la apostasía al fin y cabo -lo cual implica la perdición de muchas almas-, muere, no se vuelve bueno y santo por el hecho de morir.
Su derrotero acá abajo sigue siendo el mismo. Por lo cual la verdad, los hechos objetivos y consecuencias de su accionar deben decirse, sin tener la menor relevancia su deceso.
El sentimentalismo tonto y que en ciertos círculos es un mecanismo de defensa del nefasto paradigma vigente, pretende que el respeto al difunto exige que la verdad sobre sus hechos calle.
Eso es basura.
En todo caso puede hacerse una oración por su alma.
Pero la verdad no cambia y debe decirse. Esto no tiene nada de odio ni nada parecido. Esos son argumentos para tontos o defensores ideológicos.
Decir la verdad sobre personajes con mucha influencia forma parte del amor. Porque está en juego la Verdad sobre temas importantes y capitales. La misión principal de la Iglesia es la salvación de las almas, no cubrir con mentiras el "prestigio" de algún personaje influyente.
Solo la Verdad libera.

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Es hora de volver al lenguaje claro, preciso y viril. Sin pelos en la lengua. La caridad nada tiene que ver con la difuminación del lenguaje cuando se trata de expresar conceptos que tienen influencia en el destino eterno de los hombres.



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