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VII Ratzinger: un Prefecto sin fe en la Congregación para la Fe El «teólogo» Ratzinger La «discreción» y la tenacidad del papa Montini, aseguraron a la «nueva teología» el predominio incuestionable en mundo católico. El triunfo de la «nueva teología», sin embargo, no señaló el triunfo de la Fe católica. Al contrario. «Jamás una encíclica pontificia, que tenía apenas 15 años, fue desautorizada, en tan poco tiempo y de manera tan completa, por aquellos a quien ella condenaba, como la “Humani Generis”», escribió el teólogo alemán Dörmann a propósito del Concilio (Il cammino teologico di Giovanni Paolo II verso Assisi), y el cuadro de la situación actual fue trazado por el jesuita Henrici, «nuevo teólogo»: «Mientras que las cátedras teológicas son hegemonizadas por los colegas de “Concilium” [ala avanzada del modernismo], casi todos los teólogos nombrados obispos en los últimos años provienen de las filas de “Communio” [ala moderada del mismo modernismo] […] Balthasar, de Lubac y Ratzinger, sus fundadores, han llegado los tres a ser cardenales» (30 Giorni, diciembre de 1991). En las Universidades eclesiásticas, también en las pontificias, se estudian los padres fundadores de la «nouvelle théologie» y se hacen tesis de licenciatura sobre Blondel, de Lubac y von Balthasar. L’Osservatore Romano y La Civiltà Cattolica exaltan su figura y su «pensamiento» y la prensa católica se adecua: ad instar Principis, totus componitur orbis. Un «nuevo teólogo» preside incluso la Congregación para la Doctrina de la Fe, la que fue la suprema Congregación del Santo Oficio: el card. Joseph Ratzinger. Si distinguiremos en él el «teólogo» del Prefecto es sólo por comodidad de exposición. En este caso, en efecto, dicha distinción no se sostiene tanto porque, como veremos, nos hallamos, no en materia opinable, sino en el campo de la Fe, y un Prefecto de la Congregación de la Fe sin fe es un contrasentido, como porque el prefecto Ratzinger está en perfecta sintonía con el «teólogo» Ratzinger. Del «teólogo» Ratzinger se indica como obra fundamental su Introduzione al Cristianesimo – lezioni sul Simbolo apostolico en venta en las librerías católicas y que en Italia ha alcanzado su octava edición en 1986 editada – no por casualidad – por Queriniana de Brescia, editorial exclusivamente de obras de la «nueva teología» [trad. en castellano: Introducción al 63 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Cristianismo, Sígueme, 2001]. Introducción al Cristianismo (Einführung in das Christentum) es presentada de esta manera en Rapporto sulla Fede [trad. en castellano: Informe sobre la Fe]: «una especie de clásico, continuamente reeditado, con el cual se ha formado una generación de clérigos y de laicos, atraídos por un pensamiento totalmente “católico” y, al mismo tiempo, totalmente “abierto” al nuevo clima del Vaticano II» (p. 14). Nos detendremos en pocas y fundamentales consideraciones, suficientes para hacerse una idea exacta de la «teología» del actual Prefecto de la Congregación para la Fe. Una cuestión gravísima Es verdad de fe divina y católica, esto es, fundada en la autoridad de Dios revelante (Sagrada Escritura y Tradición) y también en la autoridad del infalible Magisterio de la Iglesia, que, en Jesús, Dios se ha hecho hombre y precisamente la segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios como el Padre, unió a Sí una naturaleza humana, por lo que en Cristo hay dos naturalezas (la humana y la divina) unidas en la única Persona divina (unión hipostática o personal). Cualquiera que quiera permanecer siendo católico y salvarse debe profesar esta verdad fundamental propuesta para ser creída siempre y en todo lugar por la Iglesia y defendida por ella contra la herejía (Concilios de Efeso, Calcedonia y V de Constantinopla). ¿Qué decir, por tanto, cuando estamos obligados a constatar que el actual Prefecto de la Congregación para la Fe, en sus libros de «teología», profesa, en cambio, que en Jesús, no Dios se ha hecho hombre, sino que un hombre se ha convertido en Dios? ¿Quién es, en efecto, Jesucristo para Ratzinger? Es «aquel Hombre en el que viene a la luz la nota definitiva de la esencia humana y que, precisamente por esto [sic!], es, al mismo tiempo, Dios mismo» (Introduzione al Cristianesimo, p. 150; la cursiva está en el texto). ¿Qué quiere decir esto sino que el hombre, en su «nota definitiva» es Dios y que Cristo es un hombre, el cual es, o mejor, se ha convertido en Dios por el solo hecho de que en El ha venido a la luz la «nota definitiva de la esencia humana»? Dios es hombre y el hombre es Dios La cuestión, por otra parte, es planteada con toda claridad y resuelta afirmativamente por el mismo Ratzinger. Este, en efecto, se pregunta: «¿podemos verdaderamente diluir la cristología (el hablar de Cristo) en la teología (el hablar de Dios); o deberemos, en cambio, hacer una apasionada propaganda en favor de Jesús como hombre, planteando la cristología bajo 64 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) forma de humanismo y de antropología? ¿O quizá el auténtico hombre, precisamente por el hecho de ser integralmente tal, debería ser Dios y, consiguientemente, Dios debería ser un auténtico hombre? ¿Sería acaso posible que el más radical humanismo y la fe en el Dios revelante vengan aquí a encontrarse, más aún, lleguen a confluir el uno en la otra?» (p. 165; la palabra «hombre», en el texto original, aparece en cursiva). La respuesta es que la lucha combatida en los primeros cinco siglos de la Iglesia en torno a estos problemas «ha conducido, en los concilios ecuménicos de entonces, a una respuesta positiva [sic!] a las tres preguntas» (p. 165; también aquí, la cursiva aparece en el texto). Comprendida entre ellas, por tanto, la pregunta central, que, por ello, sin traicionar el pensamiento del autor, podemos trascribir como sigue: «el auténtico hombre, precisamente por el hecho de ser íntegramente tal, es Dios y, consiguientemente, Dios es un auténtico hombre». Una «cristología» coherente en la herejía Toda la «cristología» de Ratzinger se desarrolla coherentemente en torno a este asunto fundamental y sería muy difícil dar una explicación diferente a las afirmaciones que, en su Introdución al Cristianismo, se repiten a ritmo vertiginoso, entre las cuales las siguientes, que transcribimos por honestidad de documentación. El «núcleo central» de la «”cristología del Hijo” expuesta por Juan» sería este: «El servir no es ya considerado como una acción, detrás de la cual subsiste por su cuenta la persona de Jesús; es admitido, en cambio, como un hecho que inviste la entera existencia de Jesús, de modo que su mismo ser es puro servicio. Y, precisamente porque este ser suyo no es otra cosa sino servicio, es también un ser de hijo. Bajo este aspecto, la inversión cristiana de valores solamente ahora ha alcanzado su objetivo; sólo en este punto resulta perfectamente claro que el que se dedica totalmente al servicio de los demás, de manera absolutamente desinteresada y anonadándose a sí mismo, se convierte formalmente en el altruista por antonomasia, de manera que precisamente y sólo él es el verdadero hombre, el hombre del futuro, el caso de incidencia en el que confluyen juntos el hombre y Dios» (pp. 178-179; también aquí la negrita corresponde a la cursiva del texto). «Su [de Jesús] ser, en cambio, es una pura ‘actualitas’, compuesta de un “desde” y un “para”. Y es, precisamente por esto, porque este ser suyo no resulta ya disociable de su ‘actualitas’, por lo que él viene a coincidir con Dios, pero permaneciendo al mismo tiempo el hombre ejemplar: el hombre del futuro, a 65 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) través del cual nos es concedido ver hasta qué punto el hombre es todavía un ser ‘in fieri’, el gran ausente, constatando cómo ha comenzado apenas, se puede decir, a ser verdaderamente él mismo [es decir… Dios]» (p. 180; aquí las negritas son nuestras). Fue la «primitiva comunidad cristiana» la que aplicó por primera vez a Jesús el Salmo 2: «Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado. Pídeme y te daré en herencia las naciones». Esta aplicación – nos explica Ratzinger – intentaba expresar solamente la convicción de que «a quien entrevé el significado de la vida humana, no en el poder y en la auto-afirmación, sino en el radical existir sólo para los demás, antes bien, demostrando con la cruz que encarna el ser para los demás, a este – digo – y sólo a este, Dios le dijo: “Hijo mío eres tú; hoy te he engendrado”» y Ratzinger precisa: «Tú eres mi Hijo; hoy – o sea, en esta situación [en la cruz] – te he engendrado» y concluye: «La idea del ‘Hijo de Dios’… entró de esta manera y de esta forma en la interpretación de la cruz y de la resurrección, basada en el Salmo 2, incluyéndose en la profesión de fe en Jesús de Nazaret» (pp. 172-173). Y puede ser suficiente por ahora. El vuelco Para Ratzinger, por tanto, Jesús no es Dios porque es Hijo natural de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, «engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre», porque su Persona comparte ab aeterno la infinita naturaleza divina y, por tanto, posee sus infinitas perfecciones, sino que es un hombre que «llegó a coincidir con Dios» en el momento en que, en la cruz, encarnó el «ser para los otros», el «altruista por antonomasia». El, por tanto, se distingue de nosotros y de los demás hombres sólo por el grado de desarrollo humano conseguido y no por el abismo que separa a Dios del hombre, al Creador de la criatura. La cristología de la Iglesia es rechazada por Ratzinger como una «triunfalista cristología de la glorificación… una cristología despectiva que no sabría qué hacer con un hombre [sic!] crucificado y reducido al rango de siervo, por lo que, en vez de aceptarlo, se crearía nuevamente un mito ontológico de Dios» (p. 178). A la «cristología de la glorificación», que crea «un mito ontológico de Dios», Ratzinger opone su «cristología del servicio», que él afirma encontrar en el Evangelio de San Juan, y para la cual «Hijo» significaría únicamente «siervo perfecto» (véase pp. 142- 143). Por el contrario, el hombre Jesús, que, por su servir perfecto, ha llegado a «coincidir» con Dios, revela al hombre que el hombre es un Dios in fieri y que, 66 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) entre el hombre y Dios, por ello, existe una identidad esencial. Y, tergiversando incluso a Dante, Ratzinger nos dice que esta sería la «conmovedora conclusión de la “Divina Comedia” de Dante, en el momento en que él, contemplando el misterio de Dios, ve con extático arrobamiento su propia imagen, o sea, un rostro humano, exactamente en el centro de un deslumbrante círculo de llamas formado por “el amor que mueve el sol y las demás estrellas» (p. 149). La confirmación inequívoca Que este es el pensamiento de Ratzinger es confirmado, una vez más, y de modo inequívoco, por la concepción de Cristo como «último hombre» expuesta a partir de la p. 185. Aquí, Ratzinger fuerza otro pasaje de la Sagrada Escritura (y precisamente a San Pablo), haciendo absoluto caso omiso a que la exégesis católica, en los pasajes que atañen al dogma debe seguir el sentido que ha considerado siempre la Santa Madre Iglesia: «… un aspecto totalmente diferente – escribe – presentan las cosas cuando se entiende la clave de la argumentación paulina, que nos enseña a comprender a Cristo como el ‘último hombre’ (eschatos Adam: Icor. 15, 45), es decir, como el hombre definitivo, que introduce al hombre en su futuro, consistente en el hecho de que él no es solamente hombre, sino que forma, en cambio, un todo único con Dios» (p. 185, la negrita es nuestra). E, inmediatamente después, bajo el título «Cristo, el último hombre» prosigue: «Hemos llegado ahora al punto en el que poder intentar exponer, de manera resumida, qué intentamos decir cuando afirmamos: “Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios y nuestro Señor”. Tras las consideraciones que hemos realizado hasta aquí, podemos decir, ante todo, esto: la fe cristiana cree en Jesús de Nazaret, viendo en él al hombre ejemplar (así, en efecto, se puede traducir sustancialmente, haciendo entender perfectamente la idea, el arriba citado concepto paulino de ‘último Adán’) [que, en cambio, quiere decir solamente el “segundo Adán”, cabeza de la humanidad redimida, en contraposición al “primer Adán”]. Pero, precisamente en cuanto hombre ejemplar, normativo, él traspasa los confines de lo humano; sólo así y sólo en virtud de esto, él es verdaderamente el hombre ejemplar» (pp. 185-186; la negrita es nuestra). Y el motivo sería este: «la apertura hacia el Todo, el Infinito, es el componente constitutivo del hombre. El hombre es verdaderamente tal porque se erige infinitamente alto sobre sí mismo; y, por consiguiente, es tanto más hombre, cuanto menos está cerrado en sí mismo, cuanto menos está ‘limitado’. Sin embargo, entonces – repitámoslo una vez más – el hombre al máximo de su potencialidad, más aún, el verdadero hombre, es precisamente el que está desvinculado al máximo, el 67 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) que no sólo roza el infinito – ¡el Infinito! – sino que se hace totalmente uno con él: Jesucristo. En él, el proceso de ‘humanación’ ha alcanzado verdaderamente su meta» (pp. 186-187; las negritas son nuestras). El «mérito» de Teilhard Y, como para disiparnos toda duda tanto sobre su pensamiento como sobre sus «fuentes» de su «teología», Ratzinger apela al más triste y atrevido de los «nuevos teólogos», Teilhard de Chardin, el jesuita «apóstata» (R. Valnève): «Hay que reconocer el mérito de Teilhard de Chardin de haber repensado estas conexiones en el cuadro moderno del mundo, reorganizándolas de una nueva manera» (p. 187). Siguen numerosas citaciones textuales de las obras de Teilhard. A nosotros nos bastará referir la última, que es además la conclusión: «el flujo cósmico se mueve “en dirección de un estadio inimaginable, casi ‘monomolecular’…, en el que todo Ego… está destinado a alcanzar su punto de culminación en una especie de Super-Ego”. El hombre en cuanto ‘yo’ es, sí, un término: pero la orientación asumida por el movimiento del ser y por su propia existencia nos lo muestra al mismo tiempo como una figura que se encuadra en un ‘Super-yo’, el cual no lo extingue, sino que lo abraza; ahora bien, es solamente en este estadio de unificación donde puede aparecer la forma del hombre futuro, en la cual el factor humano podrá decirse que habrá alcanzado su meta [la perfecta “humanación” llamada sólo impropiamente divinización o “sobrenatural”]» (p. 189). Y este delirio monista-panteísta sería para Ratzinger – increíble, pero cierto – el contenido de la… ¡cristología de San Pablo! «Creemos – concluye – que se puede admitir tranquilamente [sic!] que aquí, sobre la base de la actual concepción del mundo y ciertamente con un vocabulario de sabor tal vez un tanto demasiado biológico [¡sólo esto!], se encuentra en sustancia entendida y hecho de nuevo comprensible el planteamiento de la cristología paulina» (p. 189). E inmediatamente después: «La fe ve en Jesús al hombre en el que – hablando en términos que derivan del esquema biológico – es como si resultase ya actuado el próximo salto evolutivo […]. Por ello, la verdadera fe verá en Cristo el inicio de un movimiento en el cual la humanidad fragmentada es gradualmente recompuesta y reabsorbida en el ser del único Adán, en el único ‘cuerpo’ del hombre escatológico. Verá siempre en él la puesta en marcha hacia el futuro del hombre, en el que este será íntegramente ‘socializado’, incorporado en una única entidad» (pp. 189-190). Estamos en el perfecto vuelco de la Fe católica: no es Dios el que se ha hecho hombre, sino el hombre el que se ha manifestado como Dios en Jesucristo. 68 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Las «fuentes» ¿Cómo ha llegado Ratzinger a semejante vuelco? Nos lo explica el card. Siri en Getsemani – Riflessioni sul movimiento teologico contemporaneo, Roma, 1980. El «monismo cósmico» o «idealismo antropocéntrico» o «antropocentrismo fundamental», en el cual Ratzinger disuelve la teología, es el desemboque obligado del error de de Lubac acerca del sobrenatural implicado en el natural, con el objetivo de que el «sobrenatural» viene necesariamente a coincidir con el máximo desarrollo de la naturaleza humana: «Revelando al Padre – escribe de Lubac – y siendo revelado por él, Cristo termina de revelar al hombre a sí mismo. […]. Para Cristo, la persona es adulta, el Hombre emerge definitivamente del universo» (H. de Lubac, Catholicisme, ed. du Cerf, Paris, 1938, IV ed., 1947, pp. 295-296). Es exactamente la «cristología» de Ratzinger en embrión. El card. Siri se pregunta también: «¿Cuál puede ser el significado de esta afirmación? O Cristo es únicamente hombre, o el hombre es divino» (Getsemani – Riflessioni sul movimento teologico contemporaneo, p. 56). Nosotros añadimos que el «sobrenatural» que se explica a partir del natural es también el centro de la «nueva filosofía» de Blondel, el cual explica el «consortium divinae naturae», la participación del hombre de la naturaleza divina como un «restituir, por así decir, a Dios a Dios en nosotros» (Carta a de Lubac, 5 de abril de 1932). El error de De Lubac (y de Blondel) – demuestra Siri – madura posteriormente en K. Rahner S. J., el cual se pregunta si «se puede incluso intentar ver la unio hypostatica en la línea de este perfeccionamiento absoluto de lo que existe en el hombre» (citado de Naturaleza y gracia en Getsemani, p. 73). La respuesta positiva, antes que en Ratzinger, se encuentra en el mismo Rahner, el cual «altera radicalmente el pensamiento y la fe de la Iglesia a propósito del misterio de la encarnación del Verbo de Dios en Jesucristo como es expresado en el Evangelio y en la Tradición» (Siri, op. cit., p. 79) y lo altera exactamente en el sentido en el que lo altera Ratzinger (véase Siri, op. cit., pp. 76 ss.), el cual Ratzinger fue y permanece, no obstante alguna marginal toma de distancia, discípulo de Rahner (fue también su fiel colaborador durante el Concilio: véase R. Viltgen, Le Rhin se jette dans le Tibre). En Rahner – escribe el card. Siri – «aparece claramente una antropología fundamental que, no sólo concuerda con el pensamiento del P. de Lubac, sino que lo supera de modo que transforma, en la conciencia de sus adeptos de la nueva teología, artículos de fe, como, por ejemplo, los de la Encarnación y de la Inmaculada Concepción» (op. cit., p. 73). Y todavía: «cuando uno piensa y se expresa de modo que se proponen postulados como el de la identidad de la esencia de Dios y del hombre [precisamente es el postulado de la “cristología” de Ratzinger], que invierten la doctrina surgida de la Revelación, no seguimos el filón de la verdad, sino el 69 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) del error [o, más exactamente, de la herejía] […]. He aquí adónde se llega si se parte de un [erróneo] concepto relativo a un gran misterio, como el misterio del sobrenatural, artificialmente presentado [por de Lubac y compañía] como perteneciente a la doctrina de la Iglesia… Unos tras otros, todos los principios, todos los criterios y todos los fundamentos de la fe han sido puestos en cuestión y se desmoronan» (op. cit., pp. 74 s. y p. 82). «Por el camino de la fantasía, del error y de la herejía» la vuelta al modernismo El card. Siri se hace eco del padre Garrigou-Lagrange O. P., que ya en 1946, había resumido así la «cristología» de la «nouvelle théologie»: «… el mundo material habría evolucionado hacia el espíritu y el mundo espiritual evolucionaría naturalmente, por así decir, hacia el orden sobrenatural y hacia la plenitud de Cristo. Así, la Encarnación del Verbo, el Cuerpo místico y el Cristo universal serían momentos de la Evolución… He aquí lo que queda delos dogmas cristianos en esta teoría que se aleja de nuestro Credo en la medida que se acerca al evolucionismo hegeliano» (La nouvelle théologie où va-t-elle?). Y el gran teólogo dominico había lanzado su grito de alarma: «¿Dónde va la “nueva teología”? Vuelve al modernismo… por el camino de la fantasía, del error y de la herejía» (ivi). Ratzinger afirma, repitiendo el antiguo juego de sus «maestros», que este delirio monista-panteísta, además de en la «cristología paulina» (interpretada por Teilhard), se podría encontrar en las «más antiguas profesiones de fe» y en el Evangelio de San Juan (pp. 179 s.) y nos haría «claro» el verdadero «sentido» de los dogmas de Efeso y de Calcedonia (p. 197). Esta afirmación, sin embargo, además de ser insostenible, constituye por sí misma otra gravísima herejía. Si fuera así, en efecto, deberíamos decir que la Iglesia, infalible por promesa divina, tras los primeros siglos (y hasta la «nueva teología»)… ¡perdió la memoria, olvidando el sentido de la doctrina de San Pablo, del Evangelio de San Juan, de las más antiguas profesiones de fe y de los dogmas cristológicos y de la misma divina Revelación! La triste realidad es bien distinta: Ratzinger recupera, a menudo literalmente, como hemos demostrado, a los «maestros» de la «nueva teología» y, con ellos, abandonada la «filosofía del ser» por la filosofía del «devenir», rechazados la Tradición y el Magisterio, camina «tranquilamente» (para usar un término que le agrada) «por el camino de la fantasía, del error y de la herejía» volviendo al modernismo, que «en Cristo no reconoce nada más que un hombre», aunque «de elevadísima naturaleza, como jamás se vio otro ni jamás se encontrará», y, en cambio, en el hombre ve un Dios, porque «el principio de la fe es inmanente en el hombre… este principio es Dios» y, por 70 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) tanto, «Dios es inmanente en el hombre»; para algunos modernistas en sentido panteísta, «lo que es más coherente – escribe San Pío X – con el resto de su doctrinas» (San Pío X, Pascendi). Por necesidad (tenemos un sólo artículo que oponer a un libro repleto de «fantasías», «errores» y «herejías»), hemos limitado nuestra atención a la «cristología» de Ratzinger. El lector, sin embargo, puede comprender perfectamente que, alterado este punto fundamental de la teología, todo el resto resulta alterado: la soteriología (la «satisfacción vicaria» sería ¡sólo una infeliz invención medieval de San Anselmo de Aosta!), la mariología (la concepción virginal queda en la niebla y de maternidad divina, ni siquiera se habla) y, sucesivamente, todos los artículos del Credo, que Ratzinger ilustra en su Introducción al Cristianismo, que más propiamente debería titularse Introducción a la apostasía. El Prefecto ¿Ha desmentido quizá el Prefecto Ratzinger al teólogo Ratzinger? Todo lo contrario. Sus obras «teológicas», comprendida la Introducción al Cristianismo, continúan siendo reeditadas inmutadas; el prefecto Ratzinger nunca ha considerado deber corregir o retractar nada. Sobre sus obras «teológicas» podrán continuar formándose otras «generaciones de clérigos», que ignorarán la teología católica e tergiversarán las más elementales verdades de Fe católica. El prefecto Ratzinger hace más todavía: tiene bajo su patrocinio y colabora oficialmente en la revista Communio, órgano de prensa de «los que piensan que han vencido», de la cual Communio fue fundador junto a de Lubac y von Balthasar. El 28 de mayo de 1992, Ratzinger, seguro de su prestigio de Prefecto para la Fe, pudo celebrar su vigésimo aniversario nada menos que en Roma, en el aula magna de la Gregoriana, ante una numerosa audiencia de cardenales y de profesores de las facultades teológicas romanas. Communio es editada en varias lenguas, y, bajo el patrocinio del Prefecto para la Fe, indica oficiosa, pero claramente, al Clero de los diferentes Países, la línea deseada por «Roma»: la de Blondel, de de Lubac y de von Balthasar, el «camino de la fantasía, del error y de la herejía» (la «tela de araña» la llamó 30 Giorni, diciembre de 1991, sin darse cuenta, sin embargo, de la exactitud del término). El «juego de roles» ¿Es acaso casualidad, además, que los colaboradores de Communio hayan ido ocupando poco a poco las sedes episcopales que quedan vacantes? Il Sabato (6 de junio de 1992), en un artículo que celebraba los veinte años de Communio, escribía: 71 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) «Han pasado veinte años. Communio ha vencido su partida. Al menos desde el punto de vista de la batalla por la hegemonía eclesiástica. A los tres teólogos “disidentes” que, aquella noche, en la via Aurelia, bautizaron la idea, la Iglesia les ha concedido el premio de mayor prestigio: el capelo cardenalicio. Pero ha habido gloria para todos. ¡Los mejores colaboradores de Communio han sido promovidos a obispos! Los alemanes Karl Lehmann y Walter Kasper, el italiano Angelo Scola, el suizo Eugenio Corecco, el austriaco Christoph Schönborn, el francés André-Jean Léonard, el brasileño Karl Romer. Un ejército de obispos-teólogos, cuyo influjo en la Iglesia va mucho más allá de la respectiva jurisdicción diocesana. Verdadera think tank de la Iglesia de Karol Wojtyla». ¿Y acaso es casualidad que, en cambio, «las cátedras teológicas son hegemonizadas por los colegas de “Concilium”»? (30 Giorni, diciembre de 1991). ¿Acaso no es el prefecto Ratzinger el que no les molesta ni les castiga? ¿Y no corresponde perfectamente todo esto al concepto modernista de la autoridad, expuesto por San Pío X en la Pascendi y encontrado por nosotros en labios de mons. Montini, en el coloquio con Jean Guitton (véase sì sì no no, 15 de marzo de 1993, p. 3)? Para los modernistas – explica San Pío X – la evolución doctrinal en la Iglesia «es como el resultado de dos fuerzas que se hacen la guerra, de las cuales una es progresiva y la otra conservadora» y el ejercicio de la fuerza conservadora «es el propio de la autoridad religiosa», mientras que a la fuerza progresiva le corresponde estimular la evolución. Es, por tanto, lógico, según la lógica modernista, que los ultraprogresistas de Concilium y los «moderados» de Communio se hayan repartido las tareas: a los colaboradores de Concilium, como «fuerza progresiva», las Universidades, el campo de la «investigación» teológica, la «hegemonía» cultural, y a los colaboradores de Communio, como «como fuerza conservadora», la autoridad religiosa, la «hegemonía eclesiástica». Ninguna ilusión, por tanto: actualmente no hay ninguna lucha entre «católicos liberales» y «católicos conservadores»; los «conservadores», o sea, los católicos tout court, han sido eliminados del cuadro eclesiástico oficial; la lucha es entre modernistas que sacan hasta el extremo las conclusiones de sus erróneos principios y modernistas «moderados», y no se trata de verdadera lucha, sino de escaramuzas o, más exactamente, de un «juego de roles». Roma, ocupada por los «nuevos teólogos» Como elemento impulsor del carro de la «nueva teología», el prefecto Ratzinger ha llenado Roma de «nuevos teólogos» y, especialmente, la Congregación y las Comisiones presididas por él. De este modo, encontramos «promoviendo la sana doctrina», bajo la prefectura del card. Ratzinger, en la 72 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Congregación para la Fe, a un obispo Lehmann, que niega la Resurrección corpórea de Jesús (pero, también para Ratzinger, Jesús es «el que murió en la cruz y resucitó a los ojos de la fe [sic!]», p. 172), un Georges Cottier O. P., «gran experto» en masonería y «fautor del diálogo entre la Iglesia y las Logias», un Albert Vanhoye S. J., para el cual «Jesús no era sacerdote» (pero ni siquiera lo es para Ratzinger ni para su «maestro» Rahner), un Marcello Bordoni, para el cual permanecer anclados al dogma cristológico de Calcedonia es un intolerable «fixismo» (pero también lo es para Ratzinger; véase para Lehmann, sì sì no no, 15 de marzo de 1993, para Cottier, 29 de febrero de 1992, para Vanhoye, 15 de marzo de 1987, para Bordoni, 15 de febrero de 1993). Del mismo modo, en la Pontificia Comisión Bíblica, resurgida de su largo letargo y de la cual el prefecto Ratzinger es ex officio Presidente, se han sucedido como Secretarios un Henri Cazelles, sulpiciano, pionero de la exégesis neomodernista, cuya Introduction à la Bible fue, en su tiempo, objeto de censura por parte de la Congregación romana para los Seminarios (véase sì sì no no, 30 de abril de 1989), y además también el arriba alabado Albert Vanhoye S. J., mientras que entre los miembros encontramos a un Gianfranco Ravasi, que hace estrago públicamente de la Sagrada Escritura y de la Fe, y un Giuseppe Segalla, que niega a Juan su Evangelio y divulga el criticismo más avanzado (véase sì sì no no, a. IV, n. 11, p. 2). Del mismo modo, en la comisión teológica internacional, de la que Ratzinger es Presidente y cuyos miembros son elegidos a propuesta suya, figuran entre otros, el obispo Walter Kasper, para el cual los textos evangélicos «en que se habla de un Resucitado que es tocado con las manos y que come con los discípulos» son «afirmaciones más bien groseras… que corren el peligro de justificar una fe pascual demasiado burda» (pero tampoco a Ratzinger le agrada una «descripción grosera y corpórea de la resurrección»: véase Introduzione al Cristianesimo, p. 252; para Kasper, véase Gesù, il Cristo, Queriniana, Brescia, VI ed., p. 192), el obispo Christoph Schönborn O. P., secretario redaccional del nuevo «Catecismo» y que, en el primer aniversario de la muerte de von Balthasar, celebró su super-Iglesia ecuménica, la «Catholica» no católica, en la iglesia de Santa María en Basilea (véase H. U. von Balthasar. Figura e Opera, ed. Piemme, pp. 431 ss.), el obispo André-Jean Léonard, «hegeliano… Obispo de Namur, responsable del Seminario de Saint Paul a donde Lustiger envía a sus seminaristas [¡todo queda en familia!]» (30 Giorni, diciembre de 1991, p. 67), etc., etc. Con y sin discreción ¿Qué decir, además, de los modos más «discretos», pero no menos eficaces, con los que el prefecto Ratzinger promueve la «nueva teología»? ¿Walter 73 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) Kasper es elegido Obispo de Rottenburg-Stuttgart? Su «viejo colega» Ratzinger le escribe: «Para la Iglesia católica, en un periodo turbulento, Usted es un don precioso» (30 Giorni, mayo de 1989). ¿Urs von Balthasar muere la noche antes de recibir la «merecida honorificencia del cardenalato»? El prefecto Ratzinger pronuncia personalmente el sermón fúnebre en el cementerio de Lucerna, señalando al difunto como un teólogo «probatus»: «lo que el Papa – dice – quería expresar con este gesto de reconocimiento, más aún, de honor, sigue siendo válido: no ya solamente individuos privados, sino la Iglesia, en su responsabilidad ministerial oficial [sic!] nos dice que él fue un auténtico maestro de fe, un guía seguro hacia las fuentes del agua viva, un testimonio de la Palabra, del cual podemos conocer a Cristo, conocer la vida» (citado en H. U. von Balthasar. Figura e Opera, a cargo de Lehmann y Kasper, ed. Piemme, pp. 457 s.). El prefecto Ratzinger, además, patrocina en primera persona la apertura en Roma de un «centro de formación para candidatos a la vida consagrada», formación «inspirada en la vida y en las obras de Henri de Lubac, Hans Urs von Balthasar y Adrienne von Speyr» (30 Giorni, agosto-septiembre de 1990). Finalmente, y para contener dentro de los límites de lo necesario nuestro tema, el prefecto Ratzinger presentó a la prensa la «Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo», subrayando que este documento «afirma – quizá por primera vez con esta claridad – que existen decisiones del magisterio que no pueden ser una última palabra sobre la materia en cuanto tal, sino que, en un anclaje sustancial en el problema, son ante todo también una expresión de prudencia pastoral, una especie de disposición provisional» (L’Osservatore Romano, 27 de junio de 1990, p. 6) y puso como ejemplo de «disposiciones provisionales» hoy «en los detalles de sus determinaciones de contenido… superadas»: 1) las «declaraciones de los Papas del pasado siglo sobre la libertad religiosa»; 2) las «decisiones antimodernistas del inicio de este siglo»; 3) las «decisiones de la Comisión bíblica de aquel tiempo»: en resumen: los tres baluartes puestos por los Romanos Pontífices contra el modernismo en campo social, doctrinal y exegético. ¿Es necesario añadir algo más para demostrar que el prefecto Ratzinger está en perfecta sintonía con el «teólogo» Ratzinger? Sí, debemos añadir que Elio Guerriero, jefe de redacción de Communio, está perfectamente de acuerdo con nosotros en este punto. Ilustrando el victorioso avance de la «nueva teología» en Jesus, abril de 1992, escribía: «Siempre se subraya en Roma el trabajo desarrollado por Joseph Ratzinger tanto como teólogo como como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe». Tras lo cual, del «restaurador» Ratzinger no queda sino el mito. 74 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) El mito del «restaurador» Cómo pudo nacer este mito (si ha sido alimentado después artificialmente es otro tema) no es difícil de comprender. En el Prólogo a la Introduzione al Cristianesimo, por ejemplo, Ratzinger escribe: «El problema de saber exactamente cuál es el contenido y el significado de la fe cristiana está hoy envuelto por un nebuloso halo de incertidumbre, que es denso y espeso como quizá nunca antes de ahora lo fue en la historia». Y esto porque «quien ha seguido, al menos un poco, el movimiento teológico del pasado decenio y no pertenece al ejército de aquellos descerebrados que consideran siempre y sistemáticamente lo nuevo como automáticamente mejor», se pregunta preocupado si «nuestra teología… ¿no ha dado interpretaciones progresivamente descendientes de la pretensión de la fe que a menudo se recibió de manera sofocante? ¿Y no se tiene la impresión de que tales interpretaciones han suprimido tan pocas cosas que no se ha perdido nada importante, y al mismo tiempo tantas, que el hombre siempre se ha atrevido a dar un paso más hacia adelante?» (p. 7). ¿Qué católico, que ame a la Iglesia y sufra por la actual crisis, no suscribiría semejantes afirmaciones? Ya en este Prólogo, que ha permanecido inmutado desde 1968, se encuentra lo suficiente para crear en torno a Ratzinger el mito del «restaurador». ¿Pero qué opone Ratzinger a la progresiva demolición de la Fe perpetrada por la teología contemporánea? Opone la… absolución global de la misma teología de la cual – afirma él – «no se puede afirmar… honestamente que… tomada en su conjunto, haya tomado un rumbo de este tipo». Y opone sobre todo, como corrección, el mismo repudio de la Tradición y del Magisterio, por el cual la teología de los últimos decenios ha llegado a envolver «el contenido y el significado de la fe cristiana» en un «nebuloso halo de incertidumbre… denso y espeso como quizá nunca antes de ahora lo fue en la historia». La deplorada tendencia cada vez más reductiva de dicha teología, en efecto, según Ratzinger, «no podrá remediarse obstinándose en permanecer unido sólo al noble metal de las fórmulas fijas vigente en el pasado, que sigue siendo, a fin de cuentas, [no pronunciamientos solemnes del Magisterio, sino] un montón de metal: un peso que carga las espaldas, en vez de favorecer, en virtud de su valor, la posibilidad de alcanzar la verdadera libertad [que viene de este modo a tomar subrepticiamente el lugar del a verdad]» (p. 8). Que, después, esta premisa lleve, de la misma manera, «seguramente» allí a donde ha llegado la «teología» contemporánea parece escapársele a Ratzinger. Sin embargo, su entero libro lo demuestra. Ya San Pío X advertía que no todos 75 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe) los modernistas eran capaces de sacar de sus erróneas premisas sus irremediablemente inevitables conclusiones (véase Pascendi). Ratzinger es siempre así: a los excesos de los cuales toma (a menudo con bromas felizmente cáusticas) distancia, no opone nunca la verdad católica, sino un error aparentemente más moderado y que, irremediablemente en la lógica del error, lleva a las mismas devastadoras conclusiones. Como se expresa él mismo en Rapporto sulla Fede, Ratzinger como «equilibrado progresista» es partidario de una «evolución tranquila de la doctrina» sin «huidas solitarias hacia delante», pero también «sin nostalgias anacronistas» por un «pasado irremediablemente pasado», es decir, por la Fe católica dejada «tranquilamente» a sus espaldas (pp. 14-15-29). Si no le agrada el progresismo avanzado, a Ratzinger tampoco le agrada la Tradición católica: «Es al hoy de la Iglesia al que debemos permanecer fieles, no al ayer o al mañana» (Rapporto sulla Fede, p. 29; las cursivas se encuentran en el texto). Es por esto por lo que el católico, que tiene fe y ama a la Iglesia, podrá suscribir algunas afirmaciones críticas de Ratzinger (y también del último de Lubac y de von Balthasar), pero, si examina qué propone el pretendido «restaurador» en el lugar de los deplorados «abusos», no podrá suscribir ni siquiera una línea. Además, porque la pendiente es exactamente la misma y, aunque dulcemente, conduce al mismo repudio total de la divina Revelación, es decir, a la apostasía. Las obras del «teólogo» Ratzinger lo demuestran incontestablemente.
Manifiesta apostasia
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