Los que piensan que han vencido
Hirpinus
Sí sí no no
Traducido por Marianus el eremita (Adelante la Fe)
2 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
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INDICE
Introducción …………………………………………………………………………………………………… 1
I. El triunfo de la secta modernista ………………………………………………………………… 2
II. Verdadera y falsa restauración ………………………………………………………………..… 12
III. La «nueva» filosofía de M. Blondel …………………………………………………………..… 17
IV. Henri de Lubac S.J., un “maestro” que nunca fue discípulo ……………………..… 26
V. Urs von Balthasar ……………………………………………………………..……………………..… 37
VI. Pablo VI …………………………………………………………………………………………………..… 51
VII. Ratzinger: un Prefecto sin fe en la Congregación para la Fe ………………...… 62
VIII. El papado de Karol Wojtyla, tiempo de prueba gravísima para la Iglesia . 76
IX. La desobediencia al Magisterio infalible, distintivo de la “nueva teología” . 88
3 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Introducción de Adelante la Fe
Les presentamos nuestra traducción de la magistral serie de artículos «Los
que piensan que han vencido», publicados por sí sí no no a inicio de los
90 pero que siguen siendo de lectura imprescindible y de absoluta
actualidad, pues ilustran de forma documentada y meridianamente clara
que la actual crisis de la Iglesia hunde sus raíces mucho más allá del papa
Francisco.
Desde el Concilio Vaticano II hemos asistido a un fenómeno, hoy recrudecido,
en el que vemos como hay quienes denodadamente han luchado contra el
modernismo extremista que trataba de asaltar la iglesia (teología de la
liberación…), pero no han sido, ni son, capaces de identificar el
neomodernismo larvado de la nouvelle théologie, la cual fue
condenada especialmente por Pío XII que la definió como «falsas opiniones
que amenazan con subvertir los fundamentos de la doctrina católica» (Humani
generis); a pesar de esto, sus promotores tuvieron un papel fundamental en
el Concilio y pasaron de estar prohibidos antes del Vaticano II, a ser algunos
incluso promovidos a cardenales tras el mismo, siendo a su vez teólogos de
referencia de los papas postconciliares sin excepción.
Así, víctimas de esta tremenda confusión, o desinformación, no es nada raro
ver como personas que son capaces de reaccionar ante el extremismo de un
Francisco, Boff, un Kung, una Caram, o un Kasper, tienen entre sus autores
de cabecera a neomodernistas como de Lubac, von Balthasar y similares,
teniendo a su vez una profunda admiración por los pontificados de Juan Pablo
II, Benedicto XVI e incluso Pablo VI, como si la actual crisis de la Iglesia fuera
por completo ajena a sus responsabilidades. Es por ello imprescindible la
difusión de esta obra que pone el dedo en la llaga sobre el neomodernismo
de la nouvelle théologie que nos lleva reinando desde hace más de 50 años,
yendo al corazón auténtico de la crisis eclesial y denunciando sus nombres y
heterodoxias. Algo que muchos parecen desconocer.
Conociendo la enfermedad, conoceremos la cura, lo contrario es un camino
a ninguna parte.
4 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
I
El triunfo de la secta modernista
La denuncia de San Pío X
San Pío X, en la encíclica Pascendi contra el modernismo denunció que los
fautores del error se escondían ahora «en el mismo seno de la Iglesia» y que
sus «consejos de destrucción» los agitaban, «no… fuera de la Iglesia,
sino dentro de ella; por lo cual el peligro se esconde como en sus mismas venas
y en sus vísceras».
Con Motu Proprio del 18 de noviembre de 1907, el santo Pontífice, añadía a la
encíclica Pascendi y al decreto Lamentabili contra el modernismo «la
excomunión para aquellos que contradigan estos documentos». En aquella
ocasión, el Papa se dirigía a los Obispos y a los Superiores Generales de todo
el mundo en estos términos:
«Nos volvemos a recomendar vivamente a los Ordinarios diocesanos y a los
Superiores de los Institutos Religiosos que velen con toda diligencia sobre los
profesores, especialmente de los Seminarios; y cuando los vean infectados de
errores modernistas y de malsanas novedades, esto es, menos sometidos a las
prescripciones de la Santa Sede, de cualquier modo publicadas, los alejen
absolutamente de la enseñanza. De igual modo, excluyan de las sagradas
Ordenaciones a aquellos jóvenes que arrojen la más pequeña duda de ir detrás
de doctrinas condenadas o dañosas novedades» (Motu Proprio del 18 de
noviembre de 1907).
Finalmente, a distancia de tres años, en el Motu Proprio del 1 de septiembre
de 1910, San Pío X hacía esta gravísima denuncia: «Los modernistas, aun
después de que la encíclica Pascendi les ha quitado la máscara bajo la que se
escondían, no han abandonado sus diseños de turbar la paz de la Iglesia. No han
dejado, en efecto, de buscar nuevos adeptos y de reunirlos en asociación
secreta» (en latín: «Haud enim intermiserunt novos aucupari et in
clandestinum foedus ascire socios»).
Por tanto, San Pío X sabía que el modernismo buscaba sus adeptos sobre todo
en los Seminarios y en las casas de formación de los Religiosos y que allí iba
organizándose secretamente en una especie de secta: «clandestinum foedus».
5 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
La denuncia del padre Garrigou-Lagrange O. P.
En 1946, el padre Garrigou-Lagrange O. P., en su magistral y hoy actualísimo
artículo «La nouvelle théologie où va-t-elle?» (¿Dónde va la nueva
teología? Respuesta del gran teólogo dominico: «Vuelve al modernismo»)
denunciaba, a su vez, la obra de corrupción doctrinal en acto por todos los
medios entre el clero y los intelectuales católicos: «folios dactilografiados…
son distribuidos (algunos desde 1934) al clero, a los seminaristas, a los
intelectuales católicos; se encuentra en ellos las más singulares aserciones y
negaciones sobre el pecado original y la presencia real» y sobre todas las
demás verdades de fe (negación de la eternidad del infierno, poligenismo,
etc.). El padre Garrigou-Lagrange citaba amplios fragmentos de ellos, donde
se encuentran, por adelantado, todas las «novedades» heréticas de este
postconcilio. Sólo una prueba:
«Una convergencia general de las religiones hacia un Cristo universal, que, en
el fondo, satisface a todas: tal me parece la única conversión posible para el
Mundo y la única religión imaginable para una Religión del futuro». Es la
esencia del actual ecumenismo, que quiere hacer converger a todas las
religiones en Cristo, separado de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia
católica. «“Lumen Gentium”, luz de los gentiles, de los paganos es Cristo, no su
Iglesia» explicó repetida y agotadoramente de Lubac (cfr. sì sì no no del 15 de
octubre de 1991, pp. 1 ss.).
La confirmación
La confirmación de la traición y de la larga desobediencia al Magisterio viene
hoy, a años de distancia, en la euforia del efímero triunfo, de los mismos
exponentes de la «nueva teología». Así, en la revista Communio (patrocinada
por el card. Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe)
nov.-dic. De 1990, en el artículo La maduración del Concilio – Experiencias de
teología en el preconcilio, el jesuita Peter Henrici, que nació en 1928 y estudió
en Suiza, Alemania, Francia y Bélgica, nos hace saber que:
1) en los escolasticados de los Jesuitas de dichos Países (el «Rin», que, con el
Vaticano II, desembocará en el «Tíber» contaminándolo: véase R. M.
Wiltgen, Le Rhin se jette dans le Tibre), con claro desprecio de las directivas y
de la obligación impuesta por todos los Romanos Pontífices de «seguir
religiosamente la doctrina, el método y los principios de Santo Tomás» (véase
can. 1366 n. 2 del Código de Derecho Canónico entonces en vigor y la Carta
al card. Bisleti de Pío XI en mayo de 1923; Humani Generis de Pío XII), los
estudios escolásticos oficiales eran solo una fachada: «el manual del antiguo
estilo (escolástico) – escribe el jesuita Henrici – […] como mucho era solamente
6 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
hojeado» (y así la teología católica fue despreciada y combatida por los
«innovadores» sin ser ni siquiera conocida: «Nosotros – escribía en 1946 el
padre Garrigou-Lagrange – no pensamos que los escritores de quienes hemos
hablado [de Lubac, Bouillard, etc.] abandonan la doctrina de Santo Tomás;
ellos no la siguieron jamás porque nunca la comprendieron bien. Y esto es
doloroso e inquietante»: La nouvelle théologie: où va-t-elle?);
2) tras la fachada de los estudios oficiales, se difundía clandestinamente entre
los mejores alumnos el modernismo, cuyas instancias iban emergiendo de
nuevo en la «nouvelle théologie» (véase P. Parente, La teologia, ed. Studium,
Roma, 1952, p. 62): «A quienes tenían intereses especialmente sobresalientes –
escribe Henrici – el prefecto de estudios les aconsejaba como primera lectura
los dos primeros capítulos del Surnaturel de Henri de Lubac – ¡el más
prohibido de los “libros prohibidos”! – y después su Corpus Mysticum y esto
con el fin de llegar a adquirir una sensibilidad para el hecho de que enunciados
teológicos iguales en tiempos diferentes pueden tener un significado
diferente» (y así, ¡adiós inmutable Tradición divino-apostólica! ¡adiós
desarrollo homogéneo del dogma! ¡adiós verdad inmutable! Con toda razón
los teólogos romanos y en particular el padre Garrigou-Lagrange, acusaron a
la «nueva teología» de amenazar a la Iglesia con su relativismo
dogmático, «privándola de su sana Tradición»: véase sì sì no no del 15 de abril
de 1992, p. 5);
3) estos desobedientes, para los cuales el Magisterio pontificio era menos que
nada, fueron premiados en su desobediencia por el «prurito de novedad» que
prevaleció en el Concilio:
«para el “aggiornamento” – escribe Henrici – los Padres conciliares tuvieron
que apoyarse (no pudiendo hacer de otra manera, se podría decir) en el trabajo
desarrollado ya por los teólogos antes del Concilio» o, en otros términos y
mejor, aquellos Padres que se dejaron fascinar por la sirena del
“aggiornamento”, acabaron apoyándose en el trabajo de aquellos que,
despreciando las directivas de la Iglesia, habían cultivado una «nueva
teología» en oposición y ruptura con la teología católica;
4) muchos de estos Padres conciliares en realidad no conocían la «nueva
teología», hasta aquel momento cultivada clandestinamente y en círculos
cerrados, e, ignorantes y engañados, le dieron con los textos del
Concilio «una especie de autenticación eclesial»:
«Si estos textos – escribe Henrici – pudieron parecer nuevos, es sólo por el
hecho de que el trabajo de los teólogos [nuevos] y el estado de la teología
católica [nueva] al final de los años 50 eran ampliamente desconocidos para
7 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
aquellos no encargados de los trabajos [sic!] (y, entre estos, deben citarse
no pocos Padres conciliares), o también porque ahora parte de los resultados
de este trabajo, que hasta hacía poco tiempo habían sido objeto de
censura, era reconocida como ortodoxa».
El testimonio de un veterano
Los mismos tonos triunfalistas en el «testimonio» dado por un veterano de la
«nouvelle théologie», el jesuita Henri Bouillard, con ocasión de la
inauguración (30-31 de marzo de 1973) del Centro de Archivo Maurice
Blondel en el Instituto superior de Filosofía de la Universidad Católica de
Lovaina (Bélgica).
Después de haber reconocido el influjo sobre la «nouvelle théologie» de la
filosofía de Blondel, que «contribuyó de la manera más decisiva a la
renovación [léase: vuelco] de la teología fundamental» (Journées
d’inauguration 30-31 mars 1973: Textes des interventions, p. 43), el jesuita
Bouillard declara que «el pensamiento blondeliano, progresivamente y en sus
tesis esenciales, condujo a la victoria»: las tesis (ortodoxas) descartadas por
Blondel están «hoy caducadas, perimées» y los errores sostenidos hoy por
él «nos parecen ir por sí mismos [¡por fuerza! Impuestos con el prestigio de la
autoridad – ¡y qué Autoridad! – están exentos ipso facto de toda
demostración]».
El Concilio
La prueba contundente de la «victoria» es para Bouillard el… Concilio
Vaticano II: «se dejó de concebir el orden natural y el orden sobrenatural como
dos estadios superpuestos sin vínculo interno. El esfuerzo por descartar tal
concepción indujo incluso a algunos teólogos actuales a restringir lo más
posible el uso de estos términos. El concilio Vaticano II evitó, en sus
principales documentos, el uso del término “sobrenatural”» (p. 44). Es
exactamente esto lo que señala, pero desde la orilla opuesta de la ortodoxia
católica, Romano Amerio en Iota Unum (ed. Ricciardi, Milano-Napoli, 1985,
cap. XXXV):
«Pero si los no cristianos están destinados a unirse a los cristianos no ya por
una mutación que les lleve fuera de sí al Cristo de la Iglesia católica, sino por
una profundización de su misma creencia [los budistas son invitados a ser
buenos budistas, los musulmanes buenos musulmanes, etc.] entonces parece
que Cristo, esto es el principio del ecumene, se encuentra en el fondo de su
conciencia natural y se cae ciertamente en la negación del sobrenatural o en
el igualamiento del natural al sobrenatural de la gracia. El principio de la
8 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
salvación no viene caelitus sino funditus: es inmanente a la humana
naturaleza y brilla en todos los hombres».
En cuanto al Concilio, R. Amerio escribe:
«El Concilio no habla de luz sobrenatural sino de “plenitud de luz”. El
naturalismo que deja su impronta en los dos documentos Ad gentes y Nostra
aetate está patente también en la terminología, ya que no aperece nunca en
ellos el vocablo “sobrenatural”». Y en una nota cita la voz «sobrenatural» en
las Concordantiae ya cit., esto es, Delhaye-Gueret-Tombeur, Concilium
Vaticanum II. Concordance, Index, Listes de frequence, Tables comparatives,
Lovaina, 1974. Por tanto, es verdadera, documentada y documentable, la
aserción de Bouillard: el Concilio, bajo el influjo del neomodernismo
triunfante, evitó en «sus principales documentos» y, precisamente, en
aquellos que se refieren al ecumenismo, el uso del término «sobrenatural». El
Concilio habría así sancionado en sus principales documentos la victoria del
naturalismo, que es la esencia del modernismo y el fondo secreto, ma non
troppo, de la filosofía de Blondel y de la teología de de Lubac y de «su banda».
Y entonces – preguntémonos – ¿qué se nos propone hoy sustancialmente a
nosotros católicos en nombre del Concilio? Nada más que la «nouvelle
théologie» condenada por Pío XII. ¿Y qué se esconde bajo esta nueva enseña?
Nada más que el modernismo condenado por San Pío X y que, en sus más
coherentes conclusiones, conduce a la más radical negación del hecho
histórico de la Divina Revelación, de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo
y del origen divino de la Iglesia.
«Los que han vencido»
Más recientemente, en 30 Giorni (diciembre de 1991) el mismo p. Henrici S.
J., que más arriba ha confirmado oficialmente cuanto ya sabíamos, esto es:
1) que la «nouvelle Théologie», condenada por Pío XII en la Humani Generis,
perfectamente en línea con la encíclica de San Pío X contra el
modernismo, «se convirtió en la teología oficial del Vaticano II»;
2) que los puestos clave de la Iglesia o están ya o están destinados a estar en
manos de los hodiernos exponentes de la «nouvelle théologie», cuyo órgano
de prensa es la mencionada revista Communio: «casi todos los teólogos
nombrados obispos en los últimos años provienen de las filas de Communio. Un
rosario de nombres importantes con perspectiva de la más alta carrera: los
alemanes Lehman y Kasper, los suizos von Schönborn y Corecco, el italiano
Scola, el francés Léonard, el brasileño Romer. Se lamenta con sorna el jesuita
Peter Henrici, docente de Historia de la filosofía moderna en la Gregoriana y
9 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
redactor de la edición alemana: “Balthasar, de Lubac y Ratzinger, los
fundadores, han llegado los tres a ser cardenales. En la segunda generación
muchos han sido elegidos obispos. Esto crea a veces problemas de
recambio”». Debe añadirse a este rosario de nombres importantes «el
dominico Georges Cottier, teólogo [¡ay de nosotros!] de la casa pontificia»
y «Jean Duchesne, press-agent del card. Lustiger». Del «hegeliano André
Léonard, hoy obispo de Namur» leemos también que es «responsable del
Seminario de Saint Paul donde Lustiger [también él de la “banda”, por
tanto] envía a sus seminaristas». «Son los que – se dice – han vencido», escribía
como conclusión 30 Giorni.
La ruptura
El lector nos perdonará la insistencia, pero la agresión neomodernista a la
Iglesia, a su doctrina, a sus instituciones y a las almas es una realidad tan
grave, pilotada como es desde lo alto, que no será nunca excesiva la
documentación que se ofrezca, con el fin de sacudir el torpor de muchos,
poniéndoles en guardia del peligro que les amenaza.
Análogas voces de triunfo y confesiones indirectas de la traición pueden
señalarse en toda la producción neomodernista de este
postconcilio. Vaticano II/Balance y Perspectivas veinticinco años
después/1962-1987, a cargo de René Latourelle S. J. «es la obra – así
afirma Avvenire – realizada por tres instituciones universitarias de la
Compañía de Jesús en Roma (Universidad Gregoriana, Instituto Bíblico e
Instituto Oriental)»; 68 colaboradores de 20 naciones, todos (salvo dos)
miembros de la «Compañía», ilustran en ella el triunfo de la «nueva teología»
y el favor a ella concedido por el papa Montini (cfr. sì sì no no del 15 de mayo
de 1988, pp. 1 ss.). «Si no se puede ciertamente hablar de excomuniones y de
sucesivas canonizaciones… – escribe el p. Martina S. J. en la p. 46 – algunos
grandes teólogos fueron, sin embargo, objeto en aquellos años de diversas
medidas restrictivas, para asumir después un papel relevante entre los
principales peritos conciliares e influyeron ampliamente en la génesis de
los decretos del Vaticano II. Algunos libros, en 1950, fueron eliminados de
las bibliotecas, pero, después del Concilio, sus autores llegaron a ser
cardenales (de Lubac, Daniélou). Algunas iniciativas pastorales (curas obreros)
fueron condenadas e interrumpidas para ser después retomadas durante y
después del Concilio».
La Humani Generis de Pío XII (1950) era tan pronto, a pocos años de distancia,
completamente desautorizada por otro Papa, que favoreció activamente el
triunfo de aquellos que su predecesor había condenado. Ante lo cual los
católicos mejor informados, que habían seguido fielmente las directivas
romanas, se preguntaban a quién debían obediencia: si al Papa de ayer en
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línea con todos sus Predecesores o al Papa de hoy en evidente ruptura con la
orientación constante de la Iglesia.
Finalmente, más bien recientemente, L’Osservatore Romano (septiembre
pasado [1992, ndt]), con ocasión del aniversario de la muerte de de Lubac, ha
dedicado la entera p. 6 a celebrar las «grandes tesis de un precursor [de
Lubac] del Concilio Vaticano II». Se lee allí:
«Pensamos en Blondel, en Gilson, en Mounier y en Maritain, y naturalmente en
de Lubac, en Chenu y en tantos otros que tanto en el plano filosófico como en el
teológico fueron los que prepararon actitudes, costumbres mentales y
metodológicas que después obtuvieron del Concilio Vaticano II una amplia
tematización».
Por tanto, si alguna duda fuera todavía posible, tienen razón los
«neomodernistas»: la «nueva teología», condenada por Pío XII en la Humani
Generis como cúmulo de «falsas opiniones que amenazan con subvertir los
fundamentos de la doctrina católica» se ha convertido hoy en «la teología
oficial del Vaticano II» (P. Henrici S. J., Communio arriba citado). ¿Y por qué
Pablo VI nunca se sorprendía de la «autodemolición» de la Iglesia?
El largo desprecio del Papado
Como conclusión de esta introducción a nuestro estudio sobre la «nueva
teología» recordaremos cuanto se lee en las Actas de la canonización de San
Pío X a propósito de una carta del card. Maffi al Secretario de Estado pro
tempore card. De Lai:
«Esta carta refleja crudamente el conjunto de críticas, que serpenteaban aquí y
allí, en aquellos años, no sólo contra la prensa así llamada intransigente, sino
en general contra el gobierno de Pío X, y sobre todo contra los que estaban cerca
de él. Era en el fondo la reacción a la acción enérgica de Pío X contra el
modernismo y a las medidas tomadas por él, en todos los sectores, para
restablecer la disciplina eclesiástica. Era la expresión de la resistencia a
menudo pasiva, pero real, que oponían a las directivas de la Santa Sede, no
sólo los modernistas y sus simpatizantes, que no conocían, sin embargo, o no
veían la gravedad del peligro y el verdadero fondo de las cosas, como se veía
desde lo alto» (Disquisitio circa quasdam obiectiones modum agendi Servi Dei
respicientes in modernismi debellatione).
Es esta larga «resistencia a menudo pasiva, pero real» del mismo episcopado
la que preparó la actual crisis en la Iglesia, la cual crisis no es sino el triunfo
(temporáneo, naturalmente) del modernismo en la Iglesia católica. No es en
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absoluto superfluo, por tanto, sino más bien necesario y urgente conocer un
poco mejor quiénes son y qué quieren «los que han vencido», o, mejor, piensan
que han vencido solamente porque no creen en el «non praevalebunt».
12 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
II
Verdadera y falsa restauración
Los que piensan que «han vencido» son los neomodernistas fieles a la línea (si
así puede llamarse) de los padres fundadores de la «nouvelle théologie» o
«nueva teología» y, especialmente, a la línea (tortuosa y oscura) trazada por
el jesuita Henri de Lubac y por el ex-jesuita Hans Urs von Balthasar. «Se
exaltan los exponentes de la nueva teología como si fueran ellos la piedra
angular de la Iglesia» escribió con razón el pensador don Julio Meinvielle («De
la cábala al progresismo», ed. Calchaquí, Salta (Argentina), 1970).
Antes de presentar a estos «santos padres» del mundo católico postconciliar,
es, sin embargo, oportuno ilustrar aquí brevemente la esencia de la «nueva
teología».
El principio simple de una herejía compleja
El sacerdote y teólogo alemán Johannes Dörmann, en su óptimo
libro «L’étrange théologie de Jean-Paul II et l’esprit d’Assise» (Ed. Fideliter,
Eguelshardt (Francia), 1992) [Ed. en castellano: «Itinerario teológico de Juan
Pablo II hacia la jornada mundial de oración de las religiones en Asís», Fund.
San Pío X, Madrid, 1994], escribe:
«La “nouvelle théologie” se presenta bajo dos aspectos, pero es simple en su
principio, y, por esto, pueden agruparse sus múltiples formas bajo el mismo
nombre. Sus diferentes formas tienen en común el repudio de la teología
tradicional» (p. 55).
Lo que significa el repudio de la «teología tradicional» lo explica el Autor
concisa y eficazmente a propósito del último Concilio, que consideró deber
renunciar por motivos «pastorales» al lenguaje escolástico: «Los teólogos
manipuladores vieron perfectamente que en esta cuestión del lenguaje se
trataba la cuestión, toda la cuestión de la teología y de la fe. Porque el lenguaje
escolástico estaba indisolublemente vinculado a la filosofía escolástica, la
filosofía escolástica a la teología escolástica y esta última finalmente a la
tradición dogmática de la Iglesia» (p. 52). Y, por tanto, el adiós al lenguaje
escolástico se habría resuelto en último análisis en el adiós a la Tradición
divino-apostólica custodiada fielmente por la Iglesia.
«El abandono por parte de los padres del “lenguaje escolástico” – escribe aún
Dörmann – era para ellos [los teólogos manipuladores del Concilio] la
condición sine qua non de la ruptura con la antigua dogmática, para instalar
13 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
la “nueva teología” después de haber dejado de utilizar la “antigua” y haberse
despedido de ella» (p. 53).
La utopía
¿Y cómo estuvo y está motivada esta «despedida» de la teología tradicional,
es decir, de la teología católica tout court, indisolublemente vinculada a la
Tradición dogmática de la Iglesia? Con «esta simple y seductora idea: una
“nueva teología” en la perspectiva del carácter científico moderno y de la
imagen moderna del mundo y de la historia» (p. 55). En otros términos, con la
antigua y siempre renaciente utopía de la Iglesia conciliada con el «mundo
moderno», es decir, con el pensamiento filosófico moderno, con el cual Pío
IX (cfr. Syllabus, proposición octogésima) declaró que la Iglesia no puede ni
debe conciliarse, dado su carácter esencialmente anticristiano:
«Los hombres [modernos] son en general extraños a las verdades y a los bienes
sobrenaturales y creen poder satisfacerse sólo en la razón humana y en el orden
natural de las cosas y poder conseguir en ellas su propia perfección y
felicidad» (Vaticano I, esquema preparatorio de doctrina catholica).
«Para los miembros de la “nouvelle théologie” – continúa Dörmann – el lema
“aggiornamento” significaba la decidida apertura de la Iglesia al pensamiento
moderno [extraño a la verdad y a los bienes sobrenaturales] para llegar a una
teología totalmente diferente de la cual debería nacer una nueva
Iglesia [secularizada] adaptada a su época» (op. cit., p. 54). Es la idéntica
utopía del modernismo. «¿Dónde va la nouvelle théologie? Vuelve al
modernismo» escribía el padre Garrigou-Lagrange O. P.
«Por el camino del escepticismo, de la fantasía y de la herejía»
Y, en efecto, excavando más a fondo, bajo el principio simple de la nueva
teología (el adiós a la «antigua» y, por ello, envejecida teología) encontramos
la misma perversión de la noción de verdad que es el fundamento del
modernismo:
«La verdad no es más inmutable que el mismo hombre ya que ella evoluciona
en él, con él y para él» (San Pío X, decreto Lamentabili, proposición
quincuagésima octava). Por lo que el padre Garrigou-Lagrange O. P., no
profetizando, sino simplemente extrayendo las lógicas conclusiones, escribía
en 1946:
14 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
«¿Dónde irá esta nueva teología con los nuevos maestros en los que se inspira?
¿Dónde sino por el camino del escepticismo, de la fantasía y de la herejía?» (La
nouvelle théologie où va-t-elle?, en Angelicum 23, 1946, pp. 136-154).
Una utopía culpable
Lo veremos. A nosotros nos interesa aquí subrayar que el intento de conciliar
a la Iglesia con el «mundo moderno» (es decir, con la filosofía moderna
subjetivista e inmanentista y la «cultura» embebida de subjetivismo e
inmanentismo que promanó de ella) no es una utopía inculpable. A tal intento,
en efecto, cerró repetidamente el camino el Magisterio de los Romanos
Pontífices, especialmente Gregorio XVI con la Mirari Vos (1832), Pío IX con
el Syllabus (1864), San Pío X con la Pascendi (1907) y, en los umbrales del
último Concilio, Pío XII con la Humani Generis (1950). En esta última
Encíclica, desatendida y después desautorizada y sepultada por los mismos a
quienes ella había condenado, Pío XII, ilustrando el clima precedente al
Concilio, señala «con ansiedad» y claridad los peligros de la «nueva teología»,
que, buscando su fundamento fuera de la filosofía perenne, pone en peligro
todo el edificio del dogma católico. Sobre todo, Pío XII no deja de subrayar el
desprecio al Magisterio que se advierte bajo tal actitud:
«[…] la razón será debidamente cultivada: si […] ella se nutrirá de aquella sana
filosofía que es como un patrimonio heredado de las precedentes edades
cristianas y que posee una más alta autoridad porque el mismo Magisterio de
la Iglesia confrontó con la verdad revelada sus principios y sus principales
aserciones puestas a la luz y fijadas lentamente a través de los tiempos por
hombres de gran ingenio. Esta misma filosofía, confirmada y comúnmente
admitida por la Iglesia, defiende el genuino valor de la cognición humana, los
inquebrantables principios de la metafísica – esto es, de razón suficiente, de
causalidad y de finalidad – y finalmente sostiene que se puede alcanzar la
verdad cierta e inmutable.
En esta filosofía hay ciertamente muchas cosas que no se refieren a la fe y a las
costumbres, ni directa ni indirectamente, y que, por esto, la Iglesia deja a la
libre discusión de los competentes en esta materia; pero no existe en ella la
misma libertad respecto a muchas otras, especialmente respecto a los
principios y a las principales aserciones de las que ya hablamos [valor del
conocimiento humano, inquebrantables principios de la metafísica, etc.] […].
La verdad en toda su manifestación filosófica no puede estar sujeta a cotidianas
mutaciones especialmente tratándose de los principios de por sí conocidos de
la razón humana o de aquellas aserciones que se apoyan tanto en la sabiduría
15 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
de los siglos como también en el consenso y en el fundamento de la
Revelación divina […].
Por esto debe deplorarse más que nunca que hoy la filosofía confirmada y
admitida por la Iglesia sea objeto de desprecio por parte de algunos, de
modo que, con imprudencia, la declaran anticuada por la forma y racionalista
por el proceso de pensamiento. […].
Sin embargo, mientras que desprecian esta filosofía, exaltan las demás, tanto
antiguas como recientes, tanto de pueblos orientales como de los occidentales,
de manera que parecen querer insinuar que todas las filosofías u opiniones, con
el añadido – si es necesario – de alguna corrección o de algún complemento, se
pueden conciliar con el dogma católico. Pero ningún católico puede poner en
duda cuánto todo esto es falso, especialmente cuando se trata de sistemas como
el inmanentismo, el idealismo, el materialismo tanto histórico como dialéctico,
o también como el existencialismo, cuando profesa el ateísmo o cuando niega el
valor del razonamiento en el campo de la metafísica. […].
Sería verdaderamente inútil deplorar estas aberraciones si todos, también en
el campo filosófico, fueran respetuosos con la debida veneración hacia el
Magisterio de la Iglesia, que, por institución divina, tiene la misión no sólo de
custodiar e interpretar el depósito de la Revelación, sino también de velar
sobre las mismas ciencias filosóficas para que los dogmas católicos no
reciban ningún daño por opiniones no rectas».
Queda así confirmado cuanto desde hace años llevamos repitiendo y
documentando: aun siendo miembros de la jerarquía católica, los
neomodernistas son y permanecen siendo unos desobedientes al Magisterio
constante y, por esto, infalible de la Iglesia, y la «obediencia» que de facto
ellos imponen al nuevo curso eclesial se concretiza en una imposición de
desobediencia a la Iglesia.
Verdadera y falsa «restauración»
De cuanto se ha dicho más arriba se sigue que la auténtica restauración
recorrerá el camino inverso al que ha llevado a la ruptura con la Tradición
doctrinal de la Iglesia: vuelta a la filosofía perenne y por tanto a la teología
escolástica y por tanto a la tradición dogmática de la Iglesia, en obediencia a
las directivas constantes del Magisterio Pontificio.
Los neomodernistas fieles a la «línea» de de Lubac y de von Balthasar se las
dan hoy de «moderados» e incluso de «restauradores», pero no intentan
repudiar en absoluto la «nueva teología», de la cual – lo quieran o no – es hija
16 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
la crisis que paraliza en nuestros días la vida de la Iglesia. «Nuestra línea –
decía “seguro” el padre Henrici S. J. a 30 Giorni (diciembre de 1991) – es la de
extremo centro. Ni excesiva atención [sic!] al Magisterio, ni contestación. Ni
derecha ni izquierda. Adhesión a la tradición [que, en el lenguaje de de Lubac
y de los «nuevos» teólogos, no es – lo veremos – la Tradición dogmática de la
Iglesia] en la línea de la théologie nouvelle de Lyon [sede de de Lubac y de
otros «padres fundadores»], que subrayaba la no contraposición [léase:
identificación] entre naturaleza y sobrenaturaleza, entre fe y cultura, y que se
convirtió en la teología oficial del Vaticano II».
¡«Théologie nouvelle» que Pío XII, en la Humani Generis, había condenado
como un cúmulo de «falsas opiniones que amenazan con subvertir los
fundamentos de la doctrina católica»! Es, por tanto, más que nunca, necesario
saber qué hay detrás de la «moderación» de estos neomodernistas de
«extremo centro», sí, pero, no obstante, neomodernistas.
17 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
III
La «nueva» filosofía de M. Blondel
Pasamos ahora a los santos padres de la «nueva teología».
El primer paso de la «nouvelle théologie» para despedirse de la teología
católica tradicional y, por tanto, de la tradición dogmática es, lo hemos visto,
el abandono de la filosofía escolástica. No debe por esto sorprender si Urs
von Balthasar, al sostener que «el infierno existe, pero está vacío» apele, entre
otros, a Maurice Blondel (véase sì sì no no, 15 de noviembre de 1992, p. 1). Este
filósofo, que, a pesar de sus aspiraciones y de sus «amigos», ocupa un espacio
muy modesto en la historia de la filosofía, ocupa, en cambio, un lugar muy
importante en la historia del neomodernismo o «nouvelle théologie».
Una filosofía fantasma
Nacido en Dijón en 1861 y muerto el 5 de junio de 1949 en Aix en Provenza, en
cuya Universidad enseño filosofía durante 30 años, Maurice Blondel fue hasta
el final de sus días objeto de una larga polémica, que se volvió tormentosa por
su comportamiento escurridizo y proteiforme. Este comportamiento,
típicamente modernista, fue así estigmatizado por el padre de Tonquedec S.
I. en el Dictionnaire apologetique de la Foi catholique: «… me doy cuenta de que,
a pesar de todo esfuerzo por dar a la controversia [con Blondel] una base
documental lo más amplia posible, dicha controversia no podrá acabarse sino
ante un público que tenga a la vista sus obras. Desgraciadamente este público
no existe. Las obras de M. Blondel [que de Tonquedec poseía y citaba
ampliamente] han desaparecido desde hace tiempo de las librerías; los
opúsculos en los cuales ha recogido sus artículos más importantes no han sido
puestos a la venta. Por tanto, la doctrina contenida en sus escritos se encuentra
en una condición singular: objeto de explicaciones, de rectificaciones, de
discusiones sin fin, sostenida por una propaganda muy activa y ardiente,
permanece inaccesible en su tenor original. Así, ella da a muchos la
impresión de algo de inaferrable y escurridizo, cuyo aspecto se modifica
según los momentos y las circunstancias. Poquísimas personas, aun entre las
que estudian por profesión filosofía religiosa, son capaces de controlar las
afirmaciones del autor y de sus amigos sobre el significado y el contenido de sus
escritos» (voz miracle, Nota adicional sobre la interpretación de los escritos de
M.Blondel).
Sistemas de modernistas
Quiénes fueran estos «amigos» de Blondel se dice rápido: el padre de Lubac
y su «banda»: Bouillard, Fessard, von Balthasar, Auguste Valensin, etc.; en
18 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
resumen, los padres fundadores de la «nouvelle théologie», condenada por Pío
XII en la Humani Generis y hoy – como reconoce el padre Henrici S. J.
– convertida en «teología oficial del Vaticano II» (véase sì sì no no, 31 de
diciembre de 1992, pp. 1 ss.).
En 1925, el mismo Dictionnaire Apologetique, bajo la voz immanence (méthode
d’), publicaba (signo de la confusión que reinaba entonces sobre la posición
real de Blondel), junto a la intensa y documentada crítica anti-blondeliana del
jesuita de Tonquedec, también la defensa de Blondel por obra del también
jesuita Auguste Valensin, de la «banda» de de Lubac.
Valentin S. J. se exoneraba preliminarmente de toda documentación con el
siguiente motivo:
«En la exposición que sigue no se encontrarán, por así decir, citaciones [de las
obras de Blondel]; las pocas frases entre comillas no son siempre
absolutamente literales; ha sido modificado el tiempo de un verbo o suprimida
alguna palabra para adaptarla al contexto y el uso que se hace de ellas es sólo
literario. Esta exclusión es sistemática: una citación desgajada del contexto no
probaría nada; puede sólo servir como tapadera para una interpretación
aventurada, sin ser segura» (Dictionnaire Apologetique de la Foi catholique,
voz immanence (méthode d’), 1º estudio, col. 580). A lo que el padre de
Tonqeudec, el cual, por el contrario, fundaba su crítica en citaciones
numerosas y textuales, replicaba justamente: «Ciertamente, es posible falsear
el espíritu de un texto que se cita, pero se concederá que es todavía más fácil
hacerlo cuando no es citado en absoluto. El documento resiste, por su misma
presencia, ciertas interpretaciones. Tenerlo constantemente a la vista es
indudablemente la mejor garantía contra el error y la más alta forma de
honestidad de un crítico hacia el autor y sus lectores» (ivi, voz miracle, Nota
adicional sobre la interpretación de los escritos de M. Blondel, col. 533).
Bajo el pretexto apologético la ruina del dogma católicos
En realidad, los «amigos» de Blondel – de Lubac y su «banda» – tenían
motivos para dejar entre la niebla la filosofía del que, en sus intenciones,
habría debido ser el fundador de la nueva «filosofía cristiana».
Blondel presentaba su filosofía como un método apologético para conquistar
al «hombre moderno»:
«Las pruebas clásicas [de la credibilidad del dogma católico] – escribía él –
suponiendo una filosofía objetiva, no hacen presa de estos espíritus llenos de
positivismo y de kantismo. Ahora bien, cuando se quieren salvar las almas, es
19 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
necesario ir a buscarlas adonde se encuentran y, si han caído en el subjetivismo,
es aquí donde es necesario buscarlas» (L’Action). La desgracia, sin embargo, era
que, si la apologética clásica suponía y supone una filosofía objetiva, la nueva
«apologética» de Blondel suponía, en cambio, una filosofía subjetivista e
inmanentista, típica del protestantismo y del modernismo y ya condenada
por San Pío X en la Pascendi por sus ruinosas consecuencias en el dogma
católico.
Cuando Blondel afirma (L’Action, pp. 402-403) que la verdad del catolicismo
se capta más con la voluntad y la experiencia que con la inteligencia (la fe «no
pasa de la mente al corazón», sino que pasaría, en cambio, del corazón a la
mente), se mueve en el ámbito del agnosticismo o escepticismo religioso, que
es el fundamento del modernismo y que lleva a los modernistas a exaltar la
«experiencia» religiosa, que, sola, haría que el hombre estuviera cierto de la
existencia de Dios (pietismo, pseudomisticismo, de los cuales están afectados
la mayor parte de los actuales «movimientos eclesiales»). Y, en efecto, para
Blondel, la tarea de la apologética no es producir argumentaciones racionales
sobre la existencia de Dios y sobre la credibilidad del Cristianismo, sino llevar
al incrédulo a tener «una experiencia efectiva» del catolicismo, a llevar a
quien todavía no tiene fe a «actuar como si la tuviese» (L’Action, pp. 402-403),
en resumen, a tener «experiencia» de lo divino; lo que es exactamente la
apologética modernista condenada por San Pío X en la Pascendi.
Más aún: cuando Blondel afirma que el sobrenatural es una exigencia de la
naturaleza humana, porque «nada puede entrar en el hombre que no salga de
él y no corresponda de algún modo a una necesidad suya de expansión», se
mueve en el ámbito del inmanentismo (Spinoza, Kant, etc.), para el cual el
espíritu humano es la realidad a la cual todo se reconduce; inmanentismo que
es la esencia del modernismo, porque «el jugo del modernismo es, en efecto,
esto: que el alma religiosa obtiene no de otra parte, sino de sí misma el objeto y
el motivo de su propia fe» (R. Amerio, Iota Unum, Ricciardi ed., Roma-Napoli,
I. ed., p. 37, nota 17). Lo que en la práctica quiere decir que no ha habido en la
historia ninguna revelación divina externa y que Nuestro Señor Jesucristo
habrá sido la conciencia más sublime, como dice Renan, de la humanidad,
pero no es Dios.
La nueva «filosofía cristiana»
Es decir, Blondel fue, sí, a buscar al «hombre moderno» (identificado sic et
simpliciter con el filósofo moderno) enfermo de escepticismo y de
subjetivismo allí «adonde está», pero no para sacarlo de sus gravísimos
errores, sino para empantanarse en los mismos errores. Y esta nueva
«filosofía cristiana», en el pensamiento de Blondel, pero más aún en las
intenciones de sus «amigos» de la «nueva teología», habría debido suplantar
20 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
a la «filosofía perenne» de la Iglesia católica, la filosofía objetiva de la realidad,
que, fijada lentamente a través de los tiempos por los más grandes ingenios
filosóficos de la humanidad, alcanzó su vértice en el tomismo.
En la encíclica Humani Generis (1950), Pío XII hará hincapié una vez más,
contra los «nuevos teólogos», en la importancia fundamental que la Iglesia
reconoce a dicha filosofía, también para evitar desviaciones en el dogma. La
Iglesia, en efecto, como escribe una lúcida inteligencia contemporánea, «no
se ha vinculado a la filosofía griega por una casualidad fortuita», sino más bien
porque «la filosofía griega es la del sentido común, del realismo, de la
inteligencia humana fiel a sí misma» y, por esto, «siempre que es repudiada se
pagan las consecuencias». Y, en efecto, hoy que «el Concilio se ha descargado…
de aquel realismo del que siempre la Iglesia había cuidado» y ha roto «aquella
solidaridad entre realismo sobrenatural de la fe y realismo natural de la
inteligencia… que duró cerca de dos mil años» y que «con diferentes peripecias
fue el eje del cristianismo, el perno de la Iglesia constituida, depositaria y
custodia vigilante de la fe, de la inteligencia y de las costumbres», hemos visto
y vemos verter «en el odre vaciado… el viento de todas las tempestades de la
subjetividad humana» (Marcel de Corte, L’intelligenza in pericolo di morte, ed.
Volpe Roma).
La alarma
En aquel tiempo, por tanto, el padre Auguste Valensin S. J., al asumir la
defensa de Blondel, tenía sus razones para eximirse de citar sus pasajes
textuales y para «adaptar» oportunamente las raras frases citadas. Por
ejemplo, la afirmación de Blondel de que «nada puede entrar en el hombre que
no salga de él y no corresponda en algún modo a una necesidad suya de
expansión» se convierte en la defensa del padre A. Valensin: «nada puede
entrar en el hombre que no corresponda en algún modo a una necesidad suya
de expansión» (Dictionnaire Apologetique, cit., col. 581). La eliminación de
la frase relativa: «que no salga de él» servía claramente para evitar a Blondel
la acusación de inmanentismo y de subjetivismo.
Los errores de Blondel, sin embargo, habían llamado la atención de los
grandes teólogos tomistas (de Tonquedec, Labourdette, Garrigou-Lagrange,
etc.), a los que se unió en un segundo momento también el jesuita Charles
Boyer. Ellos lanzaron la alarma, confutando los errores de la nueva «filosofía
cristiana», indicando sus ruinosas consecuencias en el dogma, subrayando el
insanable contraste con el Magisterio infalible de la Iglesia.
Hoy «los que piensan que han vencido» pretenderían reducir aquella
polémica de importancia vital para la Iglesia a una mezquina cuestión
21 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
personal. No fue así. Las luminosas confutaciones de de Tonquedec, de
Labourdette y del padre Garrigou-Lagrange, permanecen ahí para dar
testimonio de lo contrario y la actual crisis de la Iglesia demuestra la amplitud
de miras de aquellos nobles ingenios.
El perno de la cuestión
El error capital de Blondel, que es además el perno de toda la cuestión agitada
en la Iglesia por los modernistas, es puesto así a la luz sintéticamente por el
padre Garrigou-Lagrange:
«M. Maurice Blondel, hemos visto, escribía en los Annales de Philosophie
chretienne, 15 de junio de 1906, p. 235: “A la abstracta y quimérica adaequatio
rei et intellectus [conformidad de la mente con el objeto conocido] la
sustituye la búsqueda metódica de este derecho, la adaequatio realis mentis et
vitae [la adecuación del intelecto a la vida]» (La nouvelle théologie où va-t-
elle? en Angelicum 23, 1946). Esta proposición – observaba el ilustre teólogo
dominico – es precisamente la proposición «extraída de la filosofía de la
acción y condenada por el Santo Oficio el 1 de diciembre de 1924: “La verdad no
se encuentra en ningún acto particular del intelecto, en el cual existiría la
conformidad con el objeto conocido [conformitas cum obiecto], como dicen los
escolásticos, sino que la verdad está siempre en devenir y consiste en una
adecuación progresiva del intelecto con la vida [in adaequatione progressiva
intellectus et vitae], esto es, en cierto movimiento perpetuo, con el cual el
intelecto se esfuerza por interpretar y explicar lo que la expresión produce o la
acción exige de modo que en todo el progreso no exista nunca nada
determinado y fijo» (La nouvelle théologie où va-t-elle?, en Angelicum, 23,
1946). Es la vuelta al error fundamental del modernismo:
«La verdad no es más inmutable que el mismo hombre, ya que ella evoluciona
en él, con él y para él» (Dz 2058), por lo que San Pío X escribía de los
modernistas: «Ellos pervierten la eterna noción de verdad» (Dz 2080).
«No carece de grave responsabilidad – escribía todavía el padre Garrigou-
Lagrange – llamar “quimérica” a la definición tradicional de la verdad
admitida durante siglos en la Iglesia y hablar de “sustituirla” por otra, en todos
los campos, comprendido entre ellos el campo de la fe teologal», porque «un
error sobre la noción primera de verdad lleva consigo un error sobre todo el
resto» (ivi). Contemporáneamente (1946), el gran teólogo dominico, con una
carta personal, suplicaba a Blondel que «retractase, antes de morir, su
definición de la verdad, si no quería estar demasiado tiempo en el
Purgatorio» (Centre d’Archives Maurice Blondel, Journées d’inauguration, 30-
31 de marzo de 1973, Textes des interventions). Uno de los frutos más amargos
22 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
del error capital de Blondel es hoy la así llamada «Tradición viva», que no se
preocupa del indispensable vínculo lógico con lo que la Iglesia siempre ha
creído y enseñado desde los orígenes, porque, también en el progreso
dogmático, en la profundización de la Verdad revelada, no hay «nunca nada
determinado y fijo» (véase sì sì no no, 15 de octubre de 1991, p. 4).
Los «repensamientos» de Blondel
El padre de Tonquedec, desde 1924 (Dictionnaire Apologetique, cit., col. 601),
había subrayado la «semejanza impresionante» entre el pensamiento de
Blondel y algunas tesis condenadas por San Pío X en la Pascendi. Esta
semejanza – escribía él – «existe a veces incluso en los términos empleados por
una y otra parte, y esta coincidencia, con toda probabilidad, no es producto de
la casualidad» (ivi). Para el padre de Tonquedec, Blondel había escapado del
anatema personal y directo solamente por sus «imprecisiones de
pensamiento», por «vacilaciones» y «contradicciones», que se repiten en sus
escritos, a veces a una sola página de distancia.
¿Tenía Blondel al menos buena fe? El padre de Tonquedec tenía buenos
motivos para dudar de ello, como la deformación que hizo sufrir al
pensamiento de Santo Tomás para llevarlo a decir exactamente lo opuesto de
lo que dice (ivi, nota 3), el «abuso» de «negaciones sumarias y
categóricas» invariablemente opuestas por Blondel a las críticas
documentadas de sus opositores, el continuo refugiarse tras un «No me
habéis comprendido», los repetidos intentos de «explicar» su propio
pensamiento para afirmar después, de manera totalmente gratuita, que
nunca había estado en contraste con la ortodoxia católica, etc. (ivi, coll. 611-
612). En realidad, Blondel estuvo toda la vida ocupado en el intento de
«explicar» su pensamiento en sentido ortodoxo, de tal modo que, hasta
nuestros días, se han dado de Blondel los juicios más contrastantes. Si
algunos opositores acabaron creyendo al menos en la sinceridad de las
«explicaciones» de Blondel, los críticos más perspicaces y mejor informados
no se desarmaron.
Así, el Ami du clergé (4 de marzo de 1937, p. 155) escribía:
«La Pensée y L’être et les êtres no son sino la expresión reelaborada
de L’Action. Blondel ciertamente la ha corregido para mejor o también ha
retractado algunos particulares; ha acogido algunas constataciones
psicológicas y hecho oportunas declaraciones de ortodoxia. En el fondo, no
ha cambiado ni siquiera una iota de su doctrina. Y lo decimos francamente
y sin animosidad, porque es así, para retomar una palabra que él no ama
repetir».
23 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Del mismo parecer fueron el padre Descoqs y el padre de Tonquedec:
«me ha sido imposible, con gran pesar para mí, aceptar la interpretación que
actualmente M. Blondel da de sus obras. Su interpretación me parece, en efecto,
forzada, arbitraria, inspirada por la preocupación, honorabilísima
indudablemente, pero un poco febril, por defender la ortodoxia de sus propios
textos. El desacuerdo entre las otras ocasiones y hoy no versa sólo entre
palabras y detalles, sino sobre líneas orgánicas de su pensamiento.
En “L’Action” y en la “Lettre sur l’Apologetique” existe todo lo contrario a una
“apologetique du seuil” [una apologética de acercamiento]. Existe una filosofía
general, una teoría del conocimiento, una metafísica, una lógica, fragmentos de
teología, etc. Es imposible reducir todo esto a aquello. Nadie que haya leído
íntegramente los escritos de M. Blondel podrá aceptar esta equivalencia,
aunque sea por la palabra del autor. Tampoco esta “apologetique du seuil” – de
la que estoy contento de decir que la acepto íntegramente en la forma que le
dio M. Auguste Valensin – conserva ya el mismo aspecto cuando se la considera
en relación con la restante doctrina. Ella resulta intrínsecamente
transformada, radicalmente traspuesta según sea aislada o referida a una
filosofía de la que ella es originalmente su conclusión y que confiere un
significado particular a sus fórmulas más ambiguas. Esta filosofía, novísima,
atrevida y exclusivista comprende una parte negativa de las más acentuadas,
que no se deja cancelar sin que el conjunto resulte falseado» (Dictionnaire
Apologetique, cit.). A su vez, el padre Garrigou-Lagrange, acerca de la nueva
noción de «verdad» sostenida por Blondel, escribía: «¿Corrigen acaso las
últimas obras de M. Blondel esta desviación? Hemos visto que no es posible
afirmarlo» (La nouvelle théologie où va-t-elle?, cit.).
Las «confesiones» de «los que han vencido»
Los críticos tenaces de Blondel no se equivocaban. Del comportamiento
anguilesco del padre de la «nueva filosofía cristiana» dan hoy la confirmación
y la clave los mismos «nuevos teólogos»: «después de “L’Action” de 1893 y la
“Lettre” de 1896, Blondel fue a menudo acusado de “modernismo” por polemistas
que lo confundían todo [sic!] y él multiplica las precauciones, manteniendo su
silencio o refugiándose a menudo en artículos de tema histórico [¡el padre de
Lubac, “famoso por hacer teología a través de la historia” (don Ennio
Innocenti, véase sì sì no no, 15 de diciembre de 1992, p. 5) aprenderá bien la
lección!] […]. Es más, para responder a sus detractores, Blondel ofrece
demasiado a menudo una interpretación débil, minimalista, de sus primeras
obras» (Centre d’Archive Maurice Blondel, op. cit., p. 50). Y de la
correspondencia Blondel-de Lubac sabemos que, el 20 de diciembre de 1931,
Blondel preguntaba a de Lubac si alguna de sus tesis «superaba la medida».
24 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
De Lubac (3 de abril de 1932) responde con un reproche «en sentido
contrario»: el padre de la «nueva filosofía» se deja «avergonzar» demasiado
por los teólogos que le critican obligándole a dar «tantas explicaciones». Esto
impide el «libre desarrollo» de su pensamiento, que «era lo bastante
espontáneamente católico para deber recubrirse de excesivas timideces». «Sí,
admiro – continúa de Lubac – la premura minuciosa con la cual Usted se
critica a sí mismo, pero me quedo un poco entristecido al pensar que este
trabajo retrasa quizá las obras más importantes que esperamos con tanta
impaciencia…» (H. de Lubac, Memoria intorno alle mie opere, Jaca Book, p. 21
[trad. en castellano: Memoria en torno a mis escritos, Encuentro, Madrid,
2000]).
Encantado por la flauta mágica de su «amigo», Blondel recupera ánimos y, a
vuelta de correo (5 de abril de 1932), confiesa: «cuando hace más de 40 años
afronté problemas para los cuales no estaba suficientemente armado, reinaba
un extrinsecismo [=tomismo, filosofía perenne] intransigente y, si yo hubiera
dicho entonces lo que Usted espera, habría creído ser un temerario y habría
comprometido todo el esfuerzo que debía hacer, toda la causa que debía
defender, afrontando censuras que habrían sido casi inevitables y
ciertamente retardadoras. Era necesario encontrar el tiempo para madurar
mi pensamiento y para amansar a los espíritus rebeldes. Las lentitudes de las
que se lamenta son, desde este doble punto de vista, excusables. Y antes de
lanzarme hacia las tesis discutibles, quería hacer discernir lo esencial no
percibido, lo incontestable que, sin embargo, era contestado; de aquí la
necesidad de aceptar los modos tradicionales (tradición por lo demás
reciente, pero que se convirtió en escolástica) y de adaptarme a la
perspectiva de partida de una renovación, de una ulterior
profundización. Usted conoce las dificultades, los riesgos – todavía presentes
– en medio de los cuales perseguí un plan que las pruebas de salud y los
compromisos profesionales o los mismos consejos de prudencia y de espera
que me eran prodigados, hacían todavía más gravoso. No soy, por ello,
completamente responsable de los retrasos o de las timideces que usted deplora
como “enfant” de una nueva generación y como maestro de una ciencia
teológica que he estado siempre lejos de poseer» (ivi, pp. 23-24). Por tanto,
Blondel, con sistema típico de los modernistas, escondía voluntariamente su
verdadero pensamiento para permanecer oficialmente en la Iglesia y
«renovarla» desde dentro.
Está en esta correspondencia Blondel-de Lubac todo el modernismo (y su
pronlongación histórica: el neomodernismo) con sus maniobras subterráneas
para no tropezar con censuras que le habrían irremediablemente
comprometido y con su soberbia obstinación, sorda a toda crítica y a toda
advertencia. Las cartas (no «amenazantes», sino simplemente caritativas) con
las cuales Garrigou-Lagrange intentó hasta el final poner a Blondel frente a
25 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
sus propias gravísimas responsabilidades, «en vez de surtir el efecto deseado,
son entregadas a de Lubac y utilizadas y hechas circular de forma confidencial
por estos para desacreditar al autor» (A. Russo: H. de Lubac: teologia e dogma
della storia/L’influsso del Blondel, ed. Studium, Roma, p. 334).
Para desgracia suya, Blondel se había topado con de Lubac y con su «banda»,
que en su «filosofía cristiana» veían la base de su nueva «teología católica», y
en Roma podrá contar con la simpatía del sustituto de la Secretaría de Estado,
mons. Montini. Pero de esto volveremos a hablar.
26 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
IV
Henri de Lubac S.J.,
un “maestro” que nunca fue discípulo
Propensiones «liberales» y deformación teológica
Vayamos al jesuita Henri de Lubac, padre de la «nouvelle théologie».
Partiremos de su formación filosófico-teológica porque ella demuestra el
clima de desprecio por la autoridad y las directivas de la Roma católica en el
cual maduró la crisis actual en la Iglesia.
Contra la agresión de los modernistas, San Pío X había pedido que fueran
alejados de los Seminarios y de las casas de formación de los religiosos los
profesores sospechosos y que fueran excluidos de las ordenaciones «aquellos
jóvenes que arrojen la más pequeña duda de correr detrás de doctrinas
condenadas o dañosas novedades» (Motu Propio, 18 de noviembre de 1907).
Según estas directivas, el joven de Lubac no debería haber sido jamás
ordenado. Es él mismo el que da fe, en la Memoria en torno a mis escritos,
(Encuentro, Madrid, 2000), de sus simpatías por el liberalismo católico,
repetidamente condenado por los Romanos Pontífices, simpatías que lo
predisponían a «correr detrás de sistemas y de tendencias inquietas del
pensamiento moderno» (P. Parente, La teologia, ed. Studium).
Del card. Couillé, por ejemplo, de Lubac escribe: «aureolado por mí desde mi
adolescencia a causa del recuerdo de mons. Dupanloup, de quien había sido
colaborador». Mons. Dupanloup, el «héroe», más aún, el «santo» del
adolescente de Lubac, había sido exponente de relieve de la corriente liberal
en el Vaticano I y abandonó aquel Concilio antes de su conclusión para no
asistir a la proclamación de la infalibilidad pontificia, de la que fue opositor.
Al contrario que mons. Lavallée, rector de las facultades católicas de Lyon, de
Lubac escribe: «lo que me molestó siempre un poquito en mis relaciones con él
fue… su reputación de tradicionalista extremo», aunque «no era, sin embargo,
“integrista”» (debe advertirse la gradación) (p. 5). Este horror por el
«integrismo» y los «integristas» no abandonará a de Lubac hasta el final de
sus días, como veremos.
Contra la agresión de los modernistas, San Pío X y todos sus sucesores hasta
Pío XII habían confirmado la obligación de «seguir religiosamente [sancte] la
doctrina, el método y los principios de Santo Tomás» (San Pío X, Motu Proprio,
cit; Pío XII, Humani Generis; véase CIC, canon 1366 n. 2). Tampoco de esta
27 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
directiva romana, sin embargo, en las casas de formación de los Jesuitas
frecuentadas por de Lubac, se hacía poco o ningún caso. Así, durante los
estudios de filosofía en Jersey (1920-1923), el joven de Lubac pudo leer «con
pasión L’Action, la Lettre (sobre apologética) y varios otros estudios de Maurice
Blondel. Por una loable excepción, algunos maestros nuestros de entonces,
cuyas prohibiciones eran severas, permitían, sin animarnos sin embargo, que
siguiéramos el pensamiento del filósofo de Aix» (Memoria, p. 10).
Y todavía en la p. 192: «Entre los autores de menor talla, nos volvía locos
Lachelier [que se mueve, como Blondel, en el ámbito del kantismo],
recomendado por el padre Auguste Valensin por su estilo más aún que por sus
ideas [aun cuando fuera verdad, con el estilo penetraban también sus ideas].
Es necesario recordar que, en aquel tiempo, en el escolasticado de filosofía,
semejantes lecturas eran, en su mayoría, un fruto semiprohibido. Gracias a
maestros y a consejeros indulgentes no fueron sin embargo jamás lecturas
clandestinas». Y así, el joven de Lubac, en cambio de recibir una seria y sana
formación filosófica, base indispensable par una seria y sana formación
teológica, se deformó, «gracias a maestros y a consejeros indulgentes», con la
lectura apasionada de filósofos viciados de inmanentismo y subjetivismo.
«Maestros» que nunca fueron discípulos
El daño de una «formación» semejante es enorme e irreparable:
«Debido a que la doctrina tradicional de Santo Tomás es la más fuerte, la más
luminosa y la más segura en sus principios – se debe creer en esto a la Iglesia –
, es un deber dotarse de esta fuerza y de esta luz para descartar las teorías
arriesgadas o falsas. ¿No se hace a menudo lo contrario? Se estudia, cueste lo
que cueste, una filosofía o una teología desvanecida y sin cohesión; después se
toma contacto con Santo Tomás y con la tradición esporádicamente. Este
contacto no es una formación; peor todavía falsea la puesta en práctica de la
idea escolástica y tradicional. Si, realmente, Santo Tomás es un guía seguro y
fecundo, un incomparable guía, es a él a quien es necesario recurrir ante todo
y sobre todo; es su doctrina purísima la que es necesario dar en la formación
teológica; su lectura, para ser verdaderamente formadora, no
debe añadirse como un estudio secundario y accesorio» (Lavaud, en La Vie
Spirituelle, 1923, pp. 174 ss., citado por J. B. Aubry, L’étude de la Tradition, p.
100).
Esta carencia de una sólida formación filosófica y teológica es el «defecto de
origen» constatable en todos los «nuevos teólogos».
28 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Henri Bouillard, veterano de la «banda» de de Lubac, con ocasión de la
inauguración del Centre d’Archives Maurice Blondel (Lovaina, 30-31 de marzo
de 1973) dio el siguiente «testimonio»:
«Hice parte de aquellos jóvenes estudiantes de teología que, en torno a 1930, se
procuraban un ejemplar policopiado de “L’Action” [la obra principal de
Blondel], libro entonces imposible de encontrar en las librerías. La obra era
sospechosa y su lectura, sin un guía competente, era difícil. Pero,
profundamente defraudados por la filosofía escolástica y por la apologética
enseñada en los Seminarios [mal o sin convicción por parte de profesores
fascinados ellos también por la «filosofía moderna»] buscábamos una
iniciación entre otras al pensamiento moderno y, más aún, el medio, que no
encontrábamos en otro lugar, para comprender y justificar nuestra fe».
También como profesor, continúa Bouillard, «el conjunto de mis lecciones se
inspiraba ampliamente en el pensamiento blondeliano. Otros teólogos [entre
los cuales su amigo de Lubac] se habían comprometido desde hacía tiempo con
este camino y otros se introducían a su vez en él. Debo, por tanto, atestiguar no
sólo que Blondel me enseñó, sino también la influencia que ejerció en numerosos
teólogos y, a través de ellos, en la teología en general» (Centre d’Archives
Maurice Blondel, Journées d’inauguration 30-31 mars 1973. Textes des
interventions, p. 41). Con razón, por tanto, el padre Garrigou-Lagrange
escribirá de de Lubac, de Bouillard y de sus compañeros: «no pensamos que…
abandonan la doctrina de Santo Tomás; nunca se adhirieron a ella porque
nunca la comprendieron bien. Y esto es doloroso e inquietante» (La nouvelle
théologie où va-t-elle?, en Angelicum, 23, 1946). Como siempre, los
«innovadores», por decirlo como San Alfonso, «quieren ser considerados como
maestros cuando nunca fueron discípulos» (A. M. Tannoia, Vita, L. II, c. LV).
Desprecio de Roma y falsa obediencia
Con las «novedades», el joven de Lubac absorbió inevitablemente el
desprecio de las directivas «romanas». «Entre los contemporáneos – escribe
él – seguidos en la época de mi formación tengo una deuda particular hacia
Blondel, Marechal, Rousselot» (op. cit.). Y, sin embargo, ninguno de los tres
tenía precisamente olor de ortodoxia ni en el Santo Oficio ni en la sede
romana de la Compañía de Jesús (ivi, pp. 13 ss.). Y, del jesuita Pierre Charles,
de Lubac escribe: «su prestigio había crecido [sic!] a nuestros ojos a causa de
la semidesgracia en la que había caído [ante las autoridades romanas], como el
padre Huby, después del caso de “Les yeux de la Foi”», obra de Rousselot, que
los jesuitas arriba citados Charles y Huby intentaron repetidamente publicar
contra la oposición de «Roma» (op. cit., p. 14).
29 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Más tarde, de Lubac aprendió cómo se puede practicar una real
desobediencia bajo la obediencia más formal. El padre Podechard, «el más
sumiso de los hijos de la Iglesia», narra de Lubac, había apenas concluido un
curso sobre el siervo de Yahvé en la facultad lionesa de teología: «le dije que
debería precisamente haber redactado un libro y publicarlo. Es imposible, me
replicó. – ¿Y por qué? – Estoy a la base de posiciones críticas que hoy no son
admitidas. Ve, Padre, sobre estas cuestiones bíblicas, la Iglesia y yo no nos
entendemos precisamente; es necesario, por tanto, que uno de los dos calle y es
normal que sea yo» (p. 17). Lo que, sin embargo, no impedía al «más sumiso de
los hijos de la Iglesia» hablar sin ningún tipo de reparo, en sus cursos,
proponiendo a los jóvenes eclesiásticos tesis que él sabía perfectamente que
eran desaprobadas por la Iglesia.
De Lubac aprenderá la lección y, a su tiempo, sabrá esconder él también su
real desobediencia bajo una sumisión formal. Con conocimiento de causa, Pío
XII, en la Humani Generis, escribirá que los «nuevos teólogos» enseñaban el
error «de manera prudente y cubierta»: «si bien se habla con prudencia en los
libros impresos, se expresan más libremente en los escritos transmitidos
privadamente en las lecciones y en las conferencias». Lo veremos también con
von Balthasar. Y esto explica cómo el mundo católico, con el Vaticano II, haya
podido «despertarse» modernista sin quejarse en absoluto (cfr. San
Jerónimo: «el mundo se despertó arriano y gimió por ello»).
La «simbiosis intelectual» con Blondel
El primer paso de la «nouvelle théologie» para despedirse de la Tradición
dogmática de la Iglesia es el abandono de la filosofía escolástica y este paso,
lo hemos visto en el número precedente, fue dado por Maurice Blondel. El
segundo paso es el abandono de la teología católica tradicional y quien dio
este segundo paso fue Henri de Lubac.
El «modernista teólogo» – había escrito San Pío X – critica a «la Iglesia porque
ella, con suma obstinación, rechaza someter y acomodar sus dogmas a las
opiniones de la filosofía [moderna]»; por su parte, «una vez tirada a la basura
la antigua teología», se esfuerza «por poner en boga otra nueva, obediente
totalmente a los delirios de los filósofos» (Pascendi). Toda teología, en efecto,
presupone una filosofía y la «nueva teología» de de Lubac presupone la
«nueva filosofía» de Blondel.
El 8 de abril de 1932, Henri de Lubac S. J. escribía a Blondel que ahora era
posible la «elaboración de una (nueva) teología del sobrenatural» «desde el
momento en que su [de Blondel] obra filosófica le había preparado el
camino» (op. cit., p. 26). Más bien recientemente, en marzo de
30 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
1991, L’Osservatore Romano dedicó una página entera a la presentación
(elogiadora naturalmente) del volumen Henri de Lubac: teologia e dogma nella
storia / L’influsso di Blondel, ed. Studium, Roma. El autor, A. Russo, discípulo
italiano del teutónico Walter Kasper (también él de los «que creen que han
vencido»), escribe que la correspondencia de Lubac-Blondel «nos da ejemplo
de una simbiosis intelectual que raramente se encuentra en la historia del
pensamiento» (p. 307). Es, en realidad, una historia antigua: «ogni simil al suo
simil s’appiglia / todo lo que es semejante a su semejante se agarra». Muchas
cosas unían a Blondel y a de Lubac: la misma desconfianza en el valor
cognoscitivo de la razón (antiintelecualismo, es decir, agnosticismo o
escepticismo), la misma falta de vigor intelectual (constatada ya por el padre
de Tonquedec en Blondel y que no es difícil constatar en los escritos de de
Lubac), el mismo complejo de inferioridad frente al «hombre moderno»
(identificado con el filósofo moderno, enfermo de escepticismo y de
subjetivismo), el mismo temor como intelectuales, escondido bajo el ansia
apologética de un «apostolado pacificador» (Blondel), de «quedarse o ser
echado por la puerta» (A. Russo, op. cit.) por una cultura que rechaza a Cristo
y a su Iglesia y el correlativo espejismo de conciliar la pseudofilosofía
moderna con la fe, así como Santo Tomás había conciliado con la fe la filosofía
de su tiempo. Se les escapaba a Blondel y a de Lubac que Santo Tomás había
sanado una filosofía sanable, porque era fundamentalmente sana, pero que ni
siquiera un pensador del temple de Santo Tomás (respecto al cual Blondel es
comparable como el ratón frente a la montaña) podría sanar los sofismas de
los filósofos modernos. No existe conflicto entre la fe y la recta razón
(Dz. 1799), pero existe conflicto entre fe y filosofía moderna porque esta vaga
muy lejos de la sana razón. Querer releer la Fe con las categorías de la filosofía
moderna es disolver la Fe en los errores de la filosofía moderna, sin liberar
por ello al «pensamiento cristiano» (y a sí mismos) del ostracismo, al que la
cultura moderna lo ha arrojado.
Esto en cuanto al error, que no es susceptible de conversión. En cuanto a los
que yerran, se debe recordar que muy difícilmente se reconduce a la verdad
a quien, como los filósofos modernos, se equivoca en los principios (S. Th., II-
II, q. 156 a. 3 ad 2) y, en todo caso, quien se equivoca en los principios debe
ser corregido en los principios. Asumir, en cambio, estos principios erróneos
(agnosticismo, subjetivismo, etc.) como punto de partida para una «nueva
filosofía cristiana» y, por tanto, para una «nueva teología», conduce
inevitablemente a conclusiones erróneas, dado que es imposible sacar
conclusiones verdaderas de principios falsos.
Por ello, la «simbiosis intelectual» entre de Lubac y Blondel, que existió
(aunque no sabemos si no se encuentra otra igual en la «historia del
pensamiento», como quiere Russo), no podía sino conducir a resultados muy
infelices, y no sólo para los dos directos interesados.
31 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
El desprecio del Magisterio infalible
De Lubac y Blondel estaban de acuerdo en el mismo desprecio del Magisterio
infalible. Y este desprecio aparece evidente cuando se piensa que ellos
tuvieron que sostener (o más exactamente insinuar y difundir más o menos
clandestinamente, porque no las sostuvieron nunca a cara descubierta) sus
«novedades» no contra una escuela teológica diferente, en materia opinable,
sino contra el Magisterio de la Iglesia, en cuya materia existía una enseñanza
constante y repetidas condenas de los Romanos Pontífices.
Cuando Blondel y, por el camino de su «filosofía», de Lubac consideraban el
sobrenatural una exigencia, un necesario perfeccionamiento de la
naturaleza, que sin él se encontraría frustrada en sus aspiraciones esenciales
y, por tanto, en un estado anormal y, por consiguiente, negaban que se pueda
admitir, ni si quiera por hipótesis, un estado de «naturaleza pura», se
encontraban frente a la doctrina universal y constante de la Iglesia sobre la
gratuidad del sobrenatural: si el sobrenatural es necesario para la naturaleza,
ya no es gratuito, sino debido y, si es debido a la naturaleza, ya no es
sobrenatural, sino… natural, y, en efecto, el naturalismo es el fondo real del
modernismo, así como de la «nueva teología».
La gratuidad del sobrenatural fue constantemente enseñada por la Iglesia y
defendida por ella contra los errores de Bayo y de Lutero, que, de modo
equivocado, apelaban ellos también, como Blondel y de Lubac, a San Agustín.
Contra el modernismo, San Pío X había reafirmado la doctrina perenne de la
Iglesia:
«nos vemos obligados a lamentarnos gravemente de que no faltan católicos [y
aquí el padre de Tonquedec no podía sino pensar en Blondel] que, aunque
rechazan la doctrina de la inmanencia como doctrina, sin embargo usan de ella
para la apologética; y lo hacen con tan poca cautela que parecen admitir en la
naturaleza humana no sólo una capacidad o una conveniencia para el orden
sobrenatural, cosa que los apologistas católicos, con las debidas restricciones,
demuestran siempre, sino una estricta y verdadera exigencia» (Pascendi).
En la naturaleza humana, por tanto, el filósofo, el apologista y el teólogo
católicos no pueden admitir más que «una capacidad o una
conveniencia» (potencia obedencial) para recibir el sobrenatural. Sobrepasar
estos límites es retirar, queriendo o sin querer, una piedra fundamental de la
teología católica con la consiguiente ruina de todo el resto, como vemos hoy,
que del «sobrenatural», que ya no es tal, de Blondel y de de Lubac, al «cambio
antropológico» y a los «cristianos anónimos» de Karl Rahner, al
indiferentismo religioso o «ecumenismo», a la irrelevancia de la Iglesia para
32 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
la salvación, el paso es verdaderamente corto (véase sì sì no no, 15 de octubre
de 1991, pp. 1 ss.).
La Pascendi es de 1907. En 1932, Blondel, con evidente desprecio del
Magisterio infalible de la Iglesia, está todavía incubando o, como él dice,
«madurando» su concepción heterodoxa del sobrenatural. A su vez, de
Lubac, exaltado como modelo de «obediencia» y de «fidelidad» a la Iglesia con
ocasión de su muerte (véase sì sì no no, 15 de octubre de 1991, pp. 1 ss.), con
el mismo desprecio evidente del Magisterio, lo anima y hace del sobrenatural
naturalizado de Blondel el fundamento de su «nueva teología».
Del mismo modo, cuando Blondel y de Lubac asoman y difunden una «nueva»
noción de «verdad», vitalista y evolucionista, saben que esta noción ha sido
condenada por San Pío X en la Pascendi (Dz 2058 y 2080) y después por el
Santo Oficio el 1 de diciembre de 1924 (véase sì sì no no, 30 de enero de 1993),
pero prosiguen imperturbables en su erróneo camino.
Los «reformadores»
En realidad, lo que impresiona en Blondel y en de Lubac es precisamente su
ponerse a sí mismos como criterio indiscutible de verdad contra el secular
Magisterio de la Iglesia: su causa es la causa del «cristianismo
auténtico» (Blondel a de Lubac, 15 de abril de 1945 y 16 de marzo de 1946, en
A. Russo, op. cit., pp. 307 y 309); ellos son los artífices del retorno a
la «tradición más auténtica» (de Lubac, en A. Russo, op. cit., p. 373), quienes
han devuelto vida a la «antigua doctrina» (ivi), de la cual, para ellos,
el «pensamiento cristiano» y, necesariamente, el Magisterio de la Iglesia se
habrían desviado durante siglos, lo que es «una cosa absurda y sumamente
ultrajante para la misma Iglesia» (Gregorio XVI, Mirari vos).
San Pío X, en la Pascendi, describió perfectamente la conciencia falseada de
los modernistas, que le quitaba toda esperanza en su arrepentimiento:
«Lo que se les atribuye como culpa, ellos lo consideran como sacrosanto deber…
Aunque les reprenda la autoridad, la conciencia del deber les sostiene […]. Y así
continúan su camino, continúan aunque sean reprendidos y condenados,
ocultando una increíble audacia con el velo de una aparente humildad. Inclinan
aparentemente la cabeza; pero la mano y la mente prosiguen con más ánimo su
trabajo. Y así, actúan consciente y voluntariamente; tanto porque es regla suya
que la autoridad debe ser empujada, no derribada, como porque necesitan no
salir del círculo de la Iglesia, para poder cambiar poco a poco la conciencia
colectiva» (Pascendi). Y todavía:
33 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
«Se maravillan estos porque Nos los citamos entre los enemigos de la Iglesia;
pero no podrá sorprenderse nadie de que, dejadas a parte las intenciones de las
cuales sólo Dios es juez, se examinen sus doctrinas [es el criterio objetivo para
juzgar] y su manera de hablar y de actuar. En verdad, no se aleja de la verdad
quien los tenga por los más dañinos enemigos de la Iglesia» (ivi).
El arma del desprecio y de la denigración
De Lubac, como Blondel (véase sì sì no no, 31 de enero de 1993), usó sistemas
como modernista para no descubrirse excesivamente con el fin de «no salir
del círculo de la Iglesia para poder cambiar poco a poco la conciencia
colectiva» (San Pío X, Pascendi). A pesar de esto, los grandes teólogos
tomistas vieron inmediatamente a dónde iban a parar las «novedades»
asomadas por él cauta y solapadamente. Inmediatamente, el futuro card.
Journet, recio en su formación tomista, señala que «el padre de Lubac no llega
jamás a distinguir la filosofía de la teología» (Memoria, cit., p. 7), es decir, el
natural del sobrenatural, y advierte sucesivamente en él a un «fideísta» (ivi,
p. 20).
A de Lubac no le fue difícil engañar al «excelente» Charles Journet (ivi, pp. 7
y 20), pero no fue así con los demás. A sus argumentaciones opondrá el arma
del desprecio y de la denigración.
En 1946, el padre Garrigou-Lagrange lanza su grave advertencia: «¿Dónde va
la nouvelle théologie? Vuelve al modernismo», porque, para Blondel y para
los «nuevos teólogos», «la verdad ya no es lo que es, sino lo que deviene y cambia
continuamente» y esto «conduce al relativismo más completo» (La nouelle
théologie…, cit). Además, con una carta personal, el gran teólogo diminico
apela a Blondel, ya de avanzada edad, a su responsabilidad ante Dios. En vano.
De Lubac «utiliza» las cartas para «desacreditar al autor» (A. Russo, op. cit.;
véase sì sì no no, cit.) e interviene rápidamente para tranquilizar al inquieto
Blondel: «¡La carta que [el padre Garrigou-Lagrange] le ha enviado se explica
por el despecho [¡cree el ladrón que todos son de su condición!] por haber
visto rechazado un artículo suyo por la misma Revue thomiste! El no es sólo el
espíritu angosto que conocíamos: se está convirtiendo en un auténtico maníaco;
desde hace algunos meses está fabricándose un espectro de herejía, para darse
la satisfacción de salvar la ortodoxia. Apela al sentido común, pero es
precisamente él el que no lo tiene. Lo que se le podría responder es que el hecho
de pertenecer a una Orden que tiene por lema “Veritas” no le confiere ningún
carisma de infalibilidad […]. Usted no es responsable de ninguna de las
desviaciones teológicas que él imagina.
34 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
En este momento hay un fuerte ataque integrista, denuncias y chismorreos de
todo tipo confluyen en la habitación del padre Garrigou-Lagrange…» (cit. por
A. Russo, op. cit., pp. 354 s.).
Y el 28 de julio de 1948 llegará a hablar de «visiones simplicistas sobre el
absoluto de la verdad» en el padre Garrigou-Lagrange («ses vues simplicistes
sur l’absolu de la verité», ivi, p. 356).
Salvo que, el 17 de septiembre de 1946, Pío XII, interviniendo personalmente
en la cuestión, había expuesto idénticas «visiones semplicistas», que han sido
siempre de la Iglesia, sobre el absoluto de la verdad. A los Padres de la
Compañía de Jesús, en una alocución que causó un gran revuelo, había
expresado su parecer sobre una ventilada «nueva teología que se desarrolla
junto con el desarrollo continuo de todas las cosas, semper itura, numquam
perventura, siempre en camino [hacia la verdad], sin llegar nunca a la meta».
«Si una tal opinión – había advertido el Santo Padre – debiera ser abrazada,
¿qué sería de la unidad y estabilidad de la fe?» (Acta Apostolicae Sedis, 38, S., 2,
13, 1946, p. 385).
La advertencia había caído en el vacío. Y en el vacío caerá también para de
Lubac (entre tanto Blondel había muerto) la Humani Generis (1950), que
reafirma la inmutabilidad de la verdad y condena la «nueva teología del
sobrenatural» de de Lubac: «Me parece – escribe este de la gran Encíclica –
, como muchos otros documentos eclesiásticos, muy unilateral; ello no me ha
maravillado: es un poco la ley de este género. Pero no he encontrado nada en él
que me impresionase» (Memoria, cit., p 240). Y a las críticas cerradas y
luminosas de sus grandes opositores (Garrigou-Lagrange, Labourdette,
Boyer, etc.) continuará respondiendo con el desprecio y la denigración:
«He sido atacado, es verdad – escribe a su provincial el 1 de julio de 1950 – por
algunos teólogos (en general bastante poco estimados [sic!] a causa de su
notoria ignorancia [sic!] de la tradición católica o por algún otro
motivo)» (Memoria, cit., p. 210), y más adelante habla de «críticas
obstinadas» de un «grupito feroz». (Es el sistema usado todavía hoy por «los
que piensan que han vencido»: véase la tan injuriosa como injusta caricatura
que del padre Garrigou-Lagrange ofrece en Vaticano II – Balance y
Perspectivas el padre Martina S. J., que reserva un trato análogo también para
Pío IX).
Idéntico sistema «transversal» usa de Lubac para sus compañeros de los
cuales se siente defensor: Teilhard de Chardin S. J., el cual hace teología a
través de la ciencia así como de Lubac hace teología a través de la historia,
¿es criticado por sus errores teológicos? ¡De Lubac advierte que la culpa es
35 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
de la «ignorancia de sus críticos sobre el estado actual de la ciencia [sic] y de
los problemas que se derivan de ello»! (pro-memoria a sus superiores del 6 de
marzo de 1947, en Memoria… cit., p. 178).
La crisis postconciliar y el «examen de conciencia» de de Lubac
Ni las advertencias y las condenas de los Romanos Pontífices ni las
argumentaciones de sus grandes adversarios rompen su seguridad de
«reformador».
Para dañar tanta seguridad será necesario el espantoso desastre del
postconcilio.
Del estado de ánimo de de Lubac (y de von Balthasar) se hará eco –
volveremos a hablar de ello – Pablo VI en el célebre discurso del 30 de junio
de 1972 sobre el «humo de satanás en el templo de Dios», que es la confesión
de una ilusión largamente cultivada y obstinadamente perseguida:
«Se creía que después del concilio habría llegado una día de sol para la historia
de la Iglesia. Ha llegado, en cambio, un día de nubes, de tempestad, de
oscuridad».
La imposibilidad de cabalgar el tigre de la contestación desencadenada y el
desastre que desmiente las halagüeñas ilusiones de los «reformadores»
obligan a de Lubac a un «examen de conciencia», que él registra en la
citada Memoria en torno a mis escritos. Estamos, sin embargo, muy lejos de
una conversión. El admite como mucho que «esta época no está
menos [sic!] sujeta a los extravíos, a los pasos en falso, a las ilusiones, a los
asaltos del espíritu del mal» y continúa:
«Lo que percibo hoy de estos asaltos no me hace maldecir mi época, sino que me
mueve a preguntarme: ¿no habría hecho mejor, considerando más seriamente
desde el inicio mi carácter de creyente, mi papel de sacerdote y de miembro de
una Orden apostólica, en resumen, mi vocación, si hubiera concentrado más,
con mayor decisión, mi trabajo intelectual precisamente en el centro de la fe y
de la vida cristiana, en cambio de dispersarlo en campos más o menos
periféricos, según mis gustos o según la actualidad? […] ¿No me habría
preparado de esta manera para intervenir, con un poco más de competencia y
sobre todo de autoridad moral, en el gran debate espiritual de nuestra
generación? ¿No estaría en este momento un poco menos desprovisto para
iluminar a unos y animar a otros?». Y todavía: «Desde hace siete u ocho años
estoy paralizado por el miedo a afrontar de cara, de manera concreta, los
problemas esenciales en su candente actualidad. ¿Ha sido sabiduría o
36 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
debilidad? ¿He acertado o me he equivocado? […] ¿No habré acabado
aparentemente, a pesar mío, en el clan integrista que me horroriza?» (pp.
389 ss.). Entre tantas dudas, una sola parece no haber rozado la conciencia
de de Lubac, esto es, que aquel «integrismo», cuyo «horror» le paralizaba, no
era sino fidelidad a la ortodoxia católica fiel e infaliblemente custodiada por
la Iglesia y por él despreciada, para dispersarse en «campos más o menos
periféricos», según sus «gustos o según la actualidad», pretendiendo además
– lo que es peor – ser «maestro» en la Iglesia sin haber sido nunca discípulo:
«¡Oh! Verdaderamente ciegos y guías de ciegos, que, hinchados del soberbio
nombre de ciencia, deliran hasta el punto de pervertir el eterno concepto de
verdad y el genuino sentimiento religioso: vendiendo un nuevo sistema con el
cual, llevados por un descarado y desenfrenado afán de novedad, no buscan la
verdad donde ciertamente se encuentra; y, despreciadas las santas y apostólicas
tradiciones, se adhieren a doctrinas vacías, fútiles, inciertas, reprobadas por la
Iglesia, y, con ellas, hombres insensatísimos, se creen que apuntalan y sostienen
la misma verdad» (San Pío X, Pascendi, citación de la Singulari Nos de
Gregorio XVI).
37 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
V
Urs von Balthasar
Otro exponente de la «nueva teología», exaltado hoy como «piedra angular
de la Iglesia» (J. Meinvielle), es el ex-jesuita suizo Hans Urs von Balthasar.
Si Maurice Blondel encarna el tipo del modernista filósofo y apologista, si
Henri de Lubac es el tipo del modernista-teólogo, Urs von Balthasar encarna
el aspecto pseudomístico y ecuménico del modernismo.
Tenemos en las manos Hans von Balthasar – Figura e Opera (ed. Piemme) a
cargo de Karl Lehmann y Walter Kasper, miembros emergentes de la
«nouvelle théologie». El libro, «escrito – leemos en la contraportada – por sus
amigos y discípulos» [Henrici, Haas, Lustiger, Roten, Greiner, Treitler, Löaser,
Antonio Sicari, Ildefonso Murillo, Dumont, O’Donnel, Guido Sommavilla, Rino
Fisichella, Max Schönborn y… Ratzinger] «pretende hacer redescubrir toda la
importancia y el valor de su [de von Balthasar] obra y de su persona».
Descubrámosla también nosotros. Es sumamente importante.
«Brillante, pero vacío»
Fue amante de la música desde su primera juventud e, igual que Montini, de
la literatura más que de los estudios filosóficos y teológicos (ivi, pp. 29 ss.).
Sólo la filosofía «mística» de Plotino tuvo el poder de «fascinarlo». Por el
contrario, la filosofía y la teología escolástica suscitaron su «rabiosa»
aversión:
«Todo el estudio durante los años de formación en la Orden de los jesuitas fue
una lucha sin tregua con el desconsuelo de la teología, con lo que los hombres
habían hecho de la gloria de la Revelación; no podía soportar esta figura de la
Palabra de Dios, habría deseado dar golpes a derecha e izquierda con la furia
de un Sansón, habría deseado, con su fuerza, destruir el templo y sepultarme a
mí mismo allí debajo. Pero esto era (si bien la misión se animase) querer
imponer mis planes, era un vivir a partir de mi infinita indignación porque las
cosas estaban así. Todo esto yo no lo decía casi a nadie. Przywara lo comprendía
todo, aun sin palabras, por lo demás no había nadie que hubiera podido
comprenderlo. Escribí la “Apokalypse” con la saña que aspira a tirar abajo un
mundo con la violencia y reconstruirlo desde sus fundamentos, cueste lo que
cueste» (ivi, p. 35, citado por la introducción a Erde und Himmel). La «misión»
del futuro destructor se perfilaba. Por el momento, el resultado fue que sus
estudios en la Compañía de Jesús concluyeron «con la doble licenciatura
eclesiástica en filosofía y teología; Balthasar nunca obtuvo un doctorado en
estas materias» (ivi, pp. 33-34). En compensación, sin embargo, el joven von
38 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Balthasar había aprendido a correr él también tras los sistemas y las
tendencias inquietas del pensamiento moderno, animado en esto por
los «grandes animadores de la época de sus estudios» (Figura e Opere, cit., p.
35): Erich Przywara en el estudiantado de Pullach-Munich, que le «obligó» «a
confrontar a Agustín y Tomás con Hegel, con Scheler, con Heidegger» (Urs von
Balthasar, Prüfet alles, p. 9), y Henri de Lubac en el estudiantado de Lyon-
Fourvière. «Por fortuna y para consuelo – escribe von Balthasar – Henri de
Lubac vivía en casa con nosotros. Fue él el que, además del material de estudio
escolástico, nos dirigió a los Padres de la Iglesia y, con magnanimidad, nos
prestaba a todos [Balthasar, Daniélou y Bouillard] sus propios borradores y
extractos» (ibidem). Fue así que von Balthasar, «durante las lecciones, con los
oídos tapados con algodones, se leyó todo Agustín» y aprendió de los apuntes
magnánimamente prestados por de Lubac a contraponer artificiosamente la
patrística y la escolástica, cuyo lenguaje riguroso no permitía los juegos
interpretativos a los cuales los «nuevos teólogos» se entregaban con los
textos de los Padres de la Iglesia (véase Figura e Opera, cit., p. 36).
Contemporáneamente, von Balthasar tomaba conocimiento de la poesía
francesa: Péguy, Bernanos, Claudel, en cuya traducción trabajará durante
veinticinco años.
Al término de sus estudios, el que, en palabras de de Lubac, sería «el hombre
más docto de nuestro siglo» (otro sistema de los modernistas es crearse
recíprocamente un halo de inexistente grandeza: véase San Pío X, Pascendi),
lleva consigo sólo una noción, tan vasta como superficial en campos elegidos
por afición por él. El padre Labourdette O. P., con una «estocada» que dejará
su marca, definirá a uno de los primeros artículos de von Balthasar «una
página brillante, pero vacía» (ivi, pp. 47-48).
Con este «defecto de origen», von Balthasar estaba preparado para engrosar
el número de los eclesiásticos modernistas «que, fingiendo amor por la Iglesia,
carentes de todo sólido presidio de saber filosófico y teológico, antes bien,
penetrados todos de las venenosas doctrinas de los enemigos de la Iglesia, se las
dan, sin ningún timo de pudor, de reformadores de la Iglesia misma» (San Pio
X, Pascendi).
Privado de una firme formación filosófico-teológica, cultor apasionado de
poesía y de música, von Balthasar mezclará con increíble superficialidad
teología y literatura y creerá poder «crear» una teología «suya» con la misma
inventiva con la cual un artista crea su obra de arte: «Solamente mucho más
tarde, – escribe él – cuando el rayo de la vocación se encontraba ya desde años
atrás tras de mí y hube terminado los estudios filosóficos en Pullach
(acompañado de lejos por Erich Przywara) y los cuatro años de teología en Lyon
(inspirado por Henri de Lubac), con mis condiscípulos Daniélou, Varillon,
Bouillard y otros muchos, comprendí qué gran ayuda para la concepción de mi
39 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
teología debía llegar a ser el conocimiento de Goethe, Hölderlin, Nietzsche,
Hofmannstahl y sobre todo de los padres de la Iglesia, a los cuales me había
encaminado de Lubac. El postulado fundamental de mi obra Gloria fue la
capacidad de ver una “Gestalt” [forma complexiva] en su coherente totalidad: la
mirada goethiana debía ser aplicada al fenómeno [sic!] de Jesús y a la
convergencia de las teologías neotestamentarias» (Il nostro compito, Jaca Book,
p. 29).
«El conquistador de (mal) convertidos»
El 26 de julio de 1936, von Balthasar es ordenado sacerdote en la iglesia de
San Miguel de Munich. En 1939, hace una vez más los ejercicios espirituales
de treinta días, pero con el padre Steger, que «era, en el ámbito alemán, uno
de los primeros que entendió la espiritualidad ignaciana no tanto ascética como
místicamente» (ivi, p. 37). Esta propensión hacia la mística, manifestada ya a
contacto con la filosofía de Plotino, se revelará mucho más dañina para von
Balthasar «carente de todo sólido presidio de saber filosófico y teológico».
Inmediatamente después lo encontramos como capellán de los estudiantes
de Basilea, donde cultiva música y poesía (esta vez alemana). Organiza
también cursos para los estudiantes y llama, entre otros oradores, a Karl
Rahner, Congar y de Lubac; al término de aquellas veladas, «se sentaba al
piano y – de memoria – tocaba el Don Giovanni de Mozart» (ivi, pp. 39 ss.).
En Basilea se encuentra con el protestante Karl Barth, que «se convierte [tras
Przywara y de Lubac] en el tercer gran inspirador de la teología de Balthasar».
La teoría de la predestinación de Barth – escribe él – «me atraía poderosa y
constantemente» (Unser Auftrag, p. 85), pero el influjo más decisivo lo ejerció
el «radical cristocentrismo de Barth» (Figura e Opera, cit., p. 43): de aquí la
idea de un ecumenismo que los reúna a todos en torno a un Cristo, separado
de su inseparable Iglesia, que es, a fin de cuentas, el «solus Christus» de
Lutero, aunque filtrado, como veremos, a través de Hegel.
El Vaticano II estaba, sin embargo, todavía lejos y, por ello, «el encuentro con
los protestantes tenía lugar en aquellos años en Suiza casi
inevitablemente [sic!] bajo la perspectiva de la conversión» (Henrici S. J., ivi, p.
44).
Fue así que, en 1940, von Balthasar bautizó (¿a pesar suyo?) al izquierdoso
Beguin, que en 1950 sucederá al filo-comunista Mounier en la dirección de la
revista Esprit (y L’Osservatore Romano del 3 de marzo de 1979, p. 3, escribirá
que Beguin y Esprit prepararon el Vaticano II). Hecho todavía más
40 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
importante, von Balthasar bautizó a la «convertida» Adrienne von Speyr,
médico, casada en segundas nupcias con el prof. Kaegi, «mujer llena de humor
y de espíritu, de lengua mordaz, bien vista en sociedad» (ivi, p. 45).
Von Balthasar tuvo muy pronto en Basilea fama de «conquistador de
convertidos» (op. cit., p. 44). A nosotros nos parecería más exacto decir de
malconvertidos. De Beguin hemos hablado. De von Speyr nos toca hablar más
ampliamente, dado que, como de Lubac estuvo en «simbiosis intelectual» con
Blondel, von Balthasar estuvo en «simbiosis teológica y psicológica» con
Adrienne von Speyr (op. cit., p. 147).
El tándem con Adrienne
«Inmediatamente después de su conversión [de Adrienne], comenzaron a
surgir voces de milagros, que sucedían manifiestamente en los coloquios y
visitas a ella, y se murmuraba de visiones que ella habría tenido». Son
«chismorreados» también sus «regulares y largos encuentros con su director
espiritual [von Balthasar]» (ivi).
Para publicar los escritos «místicos» de Adrienne, von Balthasar funda la
editorial «Johannes» y, siempre por Adrienne, dado que los Superiores no
veían claro el «misticismo» de von Speyr, von Balthasar, en la víspera de la
profesión solemne, sale de la Compañía de Jesús, eligiendo «la obediencia
inmediata» a Dios.
Desde entonces, von Balthasar trabajará a la sombra de Adrienne, huésped en
la casa de su marido, ocupándose de literatura, teología «estética» (y
estetizante), dictados «místicos» de ella, hasta que, en 1960, la movilización
neomodernista para el Concilio lo empleará en la «febril» preparación del
Vaticano II: «Radio, televisión: ¡cuánta prisa y solicitudes para escribir sin
fin!» (ivi, p. 59).
«En Dios no es posible la contradicción»
«Este no es el lugar – leemos en la p. 51 – para someter los carismas de
Adrienne a un examen teológico-crítico». Y, en cambio, habría sido
precisamente el lugar y el caso, dado que el mismo von Balthasar afirma: «Su
obra y la mía no son separables ni psicológica ni filológicamente. Son las dos
mitades de un todo que tiene en el centro una única fundación» (p. 60, cit.
por Recehschaft o, en italiano, Il filo di Arianna attraverso la mia opera), e
inicia «Il nostro compito» (Jaca Book) escribiendo: «Este libro tiene sobre todo
el fin de impedir que, después de mi muerte, se intente separar mi obra de la de
Adrienne von Speyr» (p. 13).
41 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Nuestros lectores recordarán el clamoroso testimonio dado por las dos
«gobernantas» italianas de von Speyr; testimonio publicado el pasado verano
por Avvenire e Il popolo de Pordenone (véase sì sì no no, 15 de octubre de
1992, p. 7: Infortuni estivi: H. Urs von Balthasar e Adrienne von Speyr). Aquí,
sin embargo, prescindiremos de ellos. Es suficiente, en efecto, como hubiera
sido suficiente para von Balthasar, aplicar los criterios que la Iglesia aplica en
casos semejantes para rechazar como falso el «misticismo» de Adrienne.
Dejaremos a parte también la rareza de los «carismas» de Adrienne, como los
«estigmas» recibidos cuando era todavía protestante, la «posibilidad dada a
su confesor [von Balthasar] de “transferir hacia atrás” a Adrianne a toda época
suya para recorrer su biografía» (Il nostro compito, p. 13, nota 1), la virginidad,
dicho por ella, recuperada después de dos matrimonios y cosas por el estilo.
Nos será suficiente, como habría sido suficiente para von Balthasar, aplicar el
criterio fundamental para juzgar toda pretendida «revelación» en la
Iglesia: «Es necesario considerar como absolutamente falsas las revelaciones
que se oponen al dogma o a la moral. En Dios no es posible la contradicción».
A la luz de este criterio fundamental, examinemos aquí, entre muchos, dos
puntos que están en el origen de dos gravísimas desviaciones conciliares y
post-conciliares:
1) la «teología de la sexualidad» de Adrianne von Speyr
2) su concepción de la Iglesia, es decir, la «Catholica».
Pero, para Adrienne y von Balthasar, Dios puede contradecirse
Según von Speyr o según von Balthasar (estamos de acuerdo con von
Balthasar en que es imposible separarles), Adrienne habría recibido del Cielo
la tarea de «repensar» el «valor positivo de la corporeidad [es decir, de la
sexualidad] dentro de la religión de la encarnación» (H. U. von Balthasar, Il
nostro compito, p. 25). Salvo que este «valor positivo» es tan «positivo» que
anula las… consecuencias del pecado original y la advertencia del Espíritu
Santo «el que ama el peligro, perecerá en él». «Las recetas de mantenerse lejos,
de no ver, en cuanto se refiere a la esfera de lo corpóreo, están hoy
agotadas» escribe Adrienne en su Diario (p. 1703; véase Il nostro compito, p.
91). Lo que está claramente contra el dogma del pecado original y la
enseñanza tradicional de la Iglesia en campo moral.
Fiel a su «revolución sensual», Adrienne concibe y expresa su relación
«espiritual» con von Balthasar mediante las categorías más crudas de la
sexualidad. Así, la génesis del instituto secular «Johannes» «es descrita como
42 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
un periodo de gestación en el que el instituto es el niño, Adrienne su madre y
Balthasar el padre» (Communio, mayo-junio de 1989, p. 91). He aquí pues
cómo «Ignacio» (que sería San Ignacio) explica a Adrienne que recibió los
estigmas (siendo protestante) para von Balthasar: «si bien [Adrienne y
Balthasar] fueran vírgenes [Adrienne prodigiosa e independientemente del
«valor positivo» de la sexualidad], esta era una manera con la que la mujer
podía ser marcada por el hombre» (Commnunio, mayo-junio de 1989, pp. 91
ss., citado de Erde und Immel, la obra póstuma de Adrienne, II, par. 1645). Y
para que no existan dudas sobre el lenguaje atribuido por la «mística»
Adrienne a «Ignacio» se lee todavía lo que sigue:
«La fecundidad espiritual del hombre será puesta en la carne de la mujer, para
que pueda llegar a ser fructífera. En este sentido, la fecundidad de Hans Urs von
Balthasar fue puesta en los estigmas que Adrienne había recibido para él» (ivi,
citado también de E. u. I., II, par. 680). Y puede ser suficiente para
preguntarse fundadamente si no nos encontramos ante un caso de
sensualismo pseudo-místico.
Aquí, sin embargo, nos interesa sobre todo indicar, en la «inteligencia del
valor positivo de la corporeidad» por parte de Adrienne, una de las causas, si
no la causa determinante de la actual exaltación de la sexualidad, en auge
desgraciadamente también entre los religiosos siguiendo el eslogan de la
«integración afectiva».
¿Y von Balthasar? Tampoco admitía que «pueda ser disminuido el significado
del cuerpo masculino y femenino (y, por tanto, del sujeto humano masculino y
femenino) [¡de aquí el «Queridos hermanos y hermanas» y los discursos sobre
la «masculinidad» y la «feminidad» de Juan Pablo II!] precisamente allí donde
se habla de una seria encarnación del Hijo de Dios» (A. Sicari O. C.
D., Communio, nov-dic. de 1991, p. 89). Y en su concepción estetizante de la
teología, deploraba: «¿Dónde ha ido a parar el eros en la teología y el
comentario al Cantar de los cantares [entendido como poema erótico,
naturalmente], que hace parte del centro de la teología?» (Figura e Opera, cit.,
pp. 58 s.).
Existe, sin embargo, algo peor. Von Balthasar sabe perfectamente que la
«teología mística» de la visionaria no cuadra con la doctrina católica. «En la
obra teológica complexiva de Adrienne – escribe – existen algunas partes que,
sacadas de contexto, podrían resultar tal vez extrañas [y así siguen siendo en
su contexto]» (Il nostro compito, p. 14). En el Prólogo, además, admite
claramente que las obras de Adrienne son «a primera vista asombrosas y
quizá desorientadoras [sic!] para algunos lectores» (ivi, p. 9). Esto, sin
embargo, en von Balthasar no suscita dudas sobre el carisma de Adrienne,
43 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
sino que, si bien en la… ¡doctrina católica! «Las cosas – escribe – están a
menudo de manera que la teología actual no llega (o no llega todavía) [sic!] a
comprender lo que se indica [en las visiones y en los dictados de
Adrienne]» (ivi, p. 16). Lo que no puede decirse si no admitiendo que la
doctrina católica pueda evolucionar en contradicción consigo misma, dado
que la «teología mística» de Adrienne no es oscura o, mejor, solamente
oscura, sino que es también la antítesis de la teología católica.
Desgraciadamente, von Balthasar no sólo no aplicaba (quizá no los poseía) los
criterios teológicos necesarios para ver con claridad el «misticismo» de von
Speyr, sino que compartía con Blondel y de Lubac la nueva noción vitalista y
evolucionista de la verdad, por la cual en Dios y, por tanto, en el desarrollo
de la doctrina católica, «es posible la contradicción». Esto aparecerá todavía
más evidente por el segundo punto que vamos a empezar a examinar y que
nos permitirá comprender la bocanada de locura ecuménica que embistió a
algunos responsables de la Iglesia católica, extendiéndose sin ningún freno.
La «Catholica» no católica
Adrienne afirma que, para ella, a von Balthasar le fue confiada por el Cielo una
«misión eclesial». Urs von Balthasar habla de ello en Il nostro compito, p. 61
(Unser Auftrag, p. 78; véase también Communio, mayo-junio de 1989, p. 102,
que da, entre paréntesis, las necesarias explicaciones del texto). Adrienne, en
una visión «mariana» dice a Dios: «nosotros [Adrienne y von
Balthasar] deseamos ambos amarte, servirte y darte gracias por “la Iglesia que
nos confías”». En el texto, estas palabras están en francés: «Nous voulons tous
deux t’aimer, te servir et te remercier de “l’Eglise que tu nous confies”». «Estas
últimas palabras – continúa Adrienne – fueron improvisadamente
pronunciadas y dictadas por la Madre de Dios, esto es, nosotras [la Madre de
Dios y Adrienne] las dijimos las dos juntas, y al niño (el nuestro [de Adrienne
y de von Balthasar], ya sabes) me lo entregó, durante una fracción de segundo,
en mis brazos, pero no era sólo el niño, era la Una Sancta en miniature [en
miniatura], y así me parece que exista una justa unidad de todo lo que nos ha
sido asignado, es trabajo en Dios para la Catholica».
¿Qué es este otro «niño» de Adrienne y von Balthasar, esta «Iglesia» llamada
la «Catholica», que Dios les habría confiado?
En la introducción a la Mística objetiva de Adrienne von Speyr, a cargo de
Barbara Albrecht (Jaca Book, p. 72), leemos sobre la «mística» Adrienne esta
asombrosa afirmación:
44 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
«Aunque [Adrienne] se separó clara y decididamente de la forma protestante
del cristianismo por una necesidad interior, falta en su concepto de ‘católico’
cualquier delimitación confesional». Por tanto, si la separación del
protestantismo en Adrienne fue clara y decidida, todo lo contrario que clara
y decidida fue su conversión al Catolicismo. A menos que no se dé al término
«católico» un significado absolutamente diferente del usual.
Debe advertirse incidentalmente que cuanto escribe Albrecht corresponde
perfectamente al testimonio de la gobernanta italiana de von Speyr, que,
como buena católica véneta, afirma decididamente: «Leí yo también
esta historia de la “mística”. Pero no me gusta nada; ¿para qué escribir tantas
estupideces? La Señora no era de iglesia: ¿sabe que iba a Misa dos veces al
año, en Navidad y en Pascua?» (Il Popolo di Pordenone, 16 de agosto de 1992,
p. 3, las cursivas aparecen en el texto original; véase también sì sì no no cit.).
El mismo concepto de «católico», carente de «cualquier determinación
confesional», lo encontramos en von Balthasar, el cual afirma ser deudor de
él también de von Speyr. Sobre Katolisch (Cattolico, 1975), en efecto,
escribe: «la pequeña obra es al mismo tiempo un homenaje a mis maestros E.
Przywara y H. de Lubac como también a Adrienne von Speyr, todos los cuales,
frente a una angosta teología escolástica, me mostraron la dimensión de la
realidad católica vasta como el mundo» (Il nostro compito, Jaca Book, p. 67).
Y en esta «catolicidad que nada omite» (ivi, p. 32), todo encuentra su lugar y
su justificación: la verdadera y las falsas religiones, la Iglesia católica y las
sectas heréticas y/o cismáticas, lo sagrado y lo profano, la religión y el
ateísmo; en resumen: el error y la verdad, el bien y el mal. Exactamente como
en la dialéctica hegeliana.
El iceberg
Profundicemos el tema: Urs von Balthasar – admite Communio – es exaltado
como «teólogo de la belleza» y «al mismo tiempo es criticado por su estilo
hermético y complicado» (mayo-junio de 1989, p. 83). Además – escribe
también Communio – cuanto de él es conocido y se dice «representa – honni
soit qui mal y pense — sólo la punta del iceberg». Echemos un vistazo, por
tanto, a lo que navega bajo el agua, es decir, más allá de metáforas, a lo que
se esconde bajo el estilo hermético y complicado, para ver si existe o no razón
para pensar mal.
Aparentemente, los escritos de von Balthasar son abstrusos y herméticos y
su comportamiento incomprensible. Por ejemplo, trabaja para demoler la
teología católica y la Roma católica, pero critica duramente a Karl Rahner y
el «complejo anti-romano»; quiere un ecumenismo lo más latitudinario
45 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
posible, que abrace también las religiones paganas e idólatras, pero critica la
«tendencia a la liquidación» de los católicos post-conciliares. Basta, sin
embargo, con poseer la adecuada clave interpretativa de su teología y todo
se hace claro. Esta clave interpretativa es el idealismo en general y la lógica
hegeliana en particular, que – como se sabe – es diametralmente opuesta a
la lógica aristotélica y tomista, como también al sentido común.
Mientras que la lógica aristotélica, en efecto, tiene como fundamento suyo el
principio de identidad o de no contradicción, según el cual los opuestos se
excluyen, la lógica hegeliana está fundada sobre el principio exactamente
contrario: los opuestos no sólo no se excluyen, sino que son el alma de la
realidad, siendo momentos necesarios, aunque abstractos, de la realidad, la
cual es una «síntesis» de opuestos en la cual dichos opuestos (afirmación y
negación, «tesis» y «antítesis») encuentran su superación y su verdadera
realidad.
Urs von Balthasar aplicó a la eclesiología esta lógica abstrusa y hermética,
porque ignora el «terror a la contradicción» connatural a todo hombre de
sentido común, y de ello salió el actual… ecumenismo: las muchas «Iglesias»,
las varias «religiones», los mismos «ateísmos» con sus contradicciones no
asustan a von Balthasar ni, a su juicio, deben asustar a nadie, porque sólo son
momentos (tesis y antítesis, afiramaciones y negaciones) del proceso que
conducirá inevitablemente, por intrínseca necesidad, a la síntesis que es la
«Catholica» («la catolicidad que nada omite», la universalidad sin exclusiones
de ningún tipo), en la cual se realizará (finalmente, después de dos mil años)
la verdadera Iglesia de Cristo.
Una vez en posesión de esta «clave», la teología de von Balthasar de
«hermética» se vuelve transparente y todos pueden ver la enormidad del
iceberg que navega bajo el agua contra la santa Iglesia de Dios.
Del «delirio filosófico» al delirio ecuménico
Del «delirio filosófico» de Hegel (así lo definió Schopenhauer) no podía sino
nacer el actual delirio ecuménico.
Con esta clave interpretativa, en efecto, es posible comprender todos los
enigmas de von Balthasar y del actual ecumenismo, del cual es el «maestro»
y el «autor». Se comprende, en efecto, por qué en el diálogo
ecuménico «permanece una sola cosa: confiarse a las configuraciones
eclesiales y teológicas y a la rivalidad entre ellas» (Figura e Opera, cit., p. 417).
Es el necesario juego de los opuestos que solamente conducirá a la
síntesis: «Si se toma en serio esta indicación [“confiarse… a la rivalidad”] –
46 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
escribe von Balthasar –, ella exige entonces mucho a aquellos que luchan
cristianamente por la catolicidad: sobre todo no fijarse [los católicos no menos
que los otros] en ningún sistema, del cual, a priori, se suponga que sería
omnicomprensivo; que ofrecería la visual más amplia, dejaría a sus espaldas
los puntos de vista contrapuestos» (ivi, citado de Aunspruch auf Katolizität, p.
66). Esta omnicomprensividad, en efecto, será dada sólo a la «Catholica», que
es la síntesis, y no a los actuales sistemas (incluido entre ellos el «sistema»
católico), que son tesis y antítesis destinadas a superarse anulándose en la
síntesis.
A los «sistemas» actuales se les piden sólo dos cosas: por una parte, para
favorecer la síntesis, la «relajación y el deshielo» de su propia rigidez en torno
a un punto de vista que excluya los puntos de vista opuestos; por otra,
la «competición», dejar jugar a la «rivalidad» con los demás sistemas,
incluidas entre ellos las «formas de cristianismo anónimo» (ivi, pp. 69-70). La
síntesis, en efecto, surge precisamente del juego de los contrarios. Todo ello
es incomprensible para la lógica aristotélico-tomista, que es la lógica del
sentido común, pero no para la lógica hegeliana.
Se comprende entonces por qué el actual ecumenismo (véase Asís) pone en
el mismo plano y, sin embargo, mantiene separadas a las varias «religiones»
(«no queremos sincretismos» y es verdad) y, aun promoviendo el «diálogo»
más diseminado, quiere que los budistas sean buenos budistas, los católicos
buenos católicos (según la «nueva teología», se entiende), los protestantes
buenos protestantes y así sucesivamente: la «competición», el juego de
las «rivalidades», de las condiciones y de las contraposiciones es esencial al
proceso que conducirá a la super-Iglesia ecuménica, la «Catholica», síntesis
de todas las religiones, solamente en la cual las contradicciones y las
contraposiciones serán superadas.
Se comprende perfectamente también por qué von Balthasar tuvo, como de
Lubac, su personal «crisis» post-conciliar, que, sin embargo, tampoco fue
para él una conversión (véase Figura e Opera, cit. pp. 434 ss.). No entraba, en
efecto, en su lógica, tomada prestada de Hegel, que los católicos liquidaran
sic et simpliciter su identidad: la Catholica es también ella, más aún, sobre
todo ella «communio [comunión] entre lo que aparentemente parece
excluirse» (Communio, julio-agosto de 1992, H. Urs von Balthasar, Communio:
un programma) y, por tanto, los contrastes son esenciales a la realización de
dicha «comunión», exactamente como, en la lógica hegeliana, la tesis y la
antítesis son esenciales a la realización de la síntesis, por lo cual si la tesis
deja la «competición» y se vuelve también ella antítesis, no se dará nunca la
síntesis (véase Figura e Opera, cit., pp. 417 s.).
47 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
He aquí por qué la Iglesia católica no debe «poner entre paréntesis», sino que
debe «integrar» (es la «palabra clave» para von Balthasar) en el «todo
católico» (= la Catholica) lo que es juzgado actualmente como «extra
católico» (ivi, p. 446). En su cacareado y mayoritariamente mal entendido
libro El complejo antirromano, que lleva el subtítulo increíble y significativo
(y mayoritariamente no apreciado): «¿Cómo se puede integrar el Papado en al
Iglesia universal [= Catholica]?», von Balthasar sugiere precisamente el modo
de integrar «este elemento que aparece engorroso en el todo católico», que
claramente no es la Iglesia católica. Y he aquí el modo sugerido: la Iglesia debe
ser no sólo petrina, sino también paulina, mariana y joánica (ivi, p. 447). Y así,
el primado de jurisdicción, definido por el Vaticano I se desvanece tras un
vago primado de la caridad, inventado por von Balthasar (y por sus
«hermanos separados»), por lo cual Juan Pablo II viaja desde hace años por el
mundo como San Pablo explicando a los periodistas que ¡él ha recibido no
sólo el carisma petrino, sino también el paulino!
La apostasía
Sin embargo, basta conocer el Catecismo de la Iglesia católica (no el nuevo,
se entiende) para comprender que el ecumenismo de von Balthasar es una
verdadera propuesta de apostasía.
Cristoph Schönborn, secretario redaccional (¡el que lee contemple!) del
nuevo «Catecismo», con ocasión del primer aniversario de la muerte de von
Balthasar, ilustró su ecumenismo en la iglesia de Santa María en Basilea
(véase Figura e Opera, cit., pp. 431 ss.; Il contributo di Hans Urs von Balthasar
all’ecumenismo).
¿Qué es el ecumenismo para von Balthasar? la «integración en el todo de la
Catholica» (ivi, p. 448), la cual Catholica no existe todavía, es por
ahora «prometida, esperanza escatológica». He aquí, en efecto, cómo
Schönborn explica el «alcance ecuménico» de la «figura» de María en von
Balthasar: «en María aparece la Iglesia como la ecclesia sancta et immaculata,
en la que la figura plena de la Iglesia, su “catolicidad”, es no
sólo promesa, esperanza escatológica, sino plenitud ya realizada». Por tanto,
en contra de la Fe constante e infalible de la Iglesia, reafirmada por Pío XI en
la Mortalium animos, en contra del dogma que todo católico tiene el deber
de profesar («Credo Ecclesiam unam, sancta, catholicam»), la catolicidad de la
Iglesia no es una realidad realizada desde hace dos mil años, sino una realidad
que debe todavía realizarse, una simple «promesa, esperanza
escatológica» (que no se ve por qué tendremos que esperar, dado que, si fuera
así, habrían fracasado todas las promesas de inmediata realización hechas
por Nuestro Señor Jesucristo).
48 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Y la actual Iglesia católica ¿qué es para von Balthasar? Un «sistema» entre
tantos, una de las muchas «configuraciones eclesiales», tesis o antítesis (según
rechace o sea rechazada) que será superada y anulada por la «Catholica», al
igual que las sectas, que las religiones paganas e idólatras y que los
diversos «marxismos».
En el Catolicismo, en efecto, no menos que en el protestantismo, para von
Balthasar, «la negación del otro, el rechazo de la comunión» habría
producido «una unidad que, en el fondo, era solamente reunirse en torno a un
punto de vista rígido» (véase Figura e Opera, cit., p. 407).
La Iglesia católica es «la realización romana de la Catholica» (ivi, p. 405); la
Iglesia católica, al igual que las sectas heréticas y/o cismáticas, que el mismo
judaísmo y que las demás «formas anónimas de Cristianismo», es «el todo en
el fragmento», en el que el todo es la Catholica y la Iglesia católica es uno de
tantos fragmentos, que inevitablemente remiten al todo: «Cada fragmento –
escribe von Balthasar – suscita el pensamiento del sagrado vaso del cual
provenía, cada cuerpo es leído por el espíritu, a partir de la intacta obra
entera» (citado en Figura e Opera, p. 409) y la Iglesia católica es
un «fragmento», un «cuerpo» entre tantos otros.
¡Y entonces aparece claro por qué no se enseña ya que la Iglesia de
Cristo «es» la Iglesia católica, sino que se continúa enseñando con el Vaticano
II (véase en nuevo «Catecismo») que la Iglesia de Cristo «subsistit
in», «subsiste» en la Iglesia católica, exactamente como «el todo en el
fragmento»! He aquí por qué, en el «diálogo ecuménico», el católico, en
materia de fe (estése atentos) debe aprender no menos de los demás:
«para los católicos es extraordinariamente imperativo escuchar atentamente
la voz de quien nos sugiere y nos remite a algún pedazo que falta [sic!] o es
escasamente valorado de la integridad de la fe» (H. Urs von Balthasar, en Kleine
Fibel, p. 92, citado en Figura e Opera, p. 444).
He aquí por qué hoy – como escribe Romano Amerio – «se profesa
abiertamente que la unión no se debe hacer por conversiones individuales, sino
por acuerdo de grandes colectivos [las varias tesis y antítesis] como son las
Iglesias», y esta unión debe hacerse no ya por un retorno de los separados a
la Iglesia católica, sino «por un movimiento de todas las confesiones hacia un
centro que está fuera de cada una [la síntesis en devenir]» (R. Amerio, Iota
Unum, Ricciardi ed., Roma-Napoli, I ed., p. 473). Y aquí, la propuesta de
apostasía, esto es, de abandono de toda la doctrina de la Fe, se hace patente.
¿Dónde se encuentra la Divina Revelación en su integridad y pureza sino en
49 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
la Iglesia católica? Proponer más o menos larvadamente a los católicos el
éxodo de la Iglesia católica es proponer la apostasía:
«La fe en Jesucristo no permanecerá pura e incontaminada si no será sostenida
y defendida por la fe en la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (I Tim. III,
15)» (Pío XI, Mitt brennender sorge).
El desprecio del Magisterio
Como conclusión, nos interesa subrayar que von Balthasar, al igual que
Blondel y de Lubac, cultivó «su» teología con evidente desprecio del
Magisterio de la Iglesia, en particular de San Pío X, que, en la Pascendi (1907),
condena el ecumenismo, en el cual desemboca inevitablemente el
naturalismo de los modernistas, y de Pío XII, que, en la Humani Generis,
condena tanto el intento de conciliar el idealismo, y, por tanto, Hegel, con la
teología católica, como el ecumenismo, en el cual todos habrían estado «sí,
unificados, pero en la ruina común».
«¿Dónde va la nueva teología con los nuevos maestros en que se inspira?
¿Dónde sino por la vía del escepticismo, de la fantasía y de la herejía?» escribía
en 1946 el padre Garrigou-Lagrange. Y los nuevos «maestros» eran Hegel y
Blondel, al que Fessard (de la «banda» de de Lubac), no sin razón,
llamaba «nuestro Hegel» (véase A. Russo, H. de Lubac: teologia e dogma nella
storia – L’influsso di Blondel). Hoy, en campo ecuménico, más que en la
fantasía, estamos en el delirio.
En uno de los más escandalosos documentos «ecuménicos», «Subsidios para
una correcta presentación del judaísmo», a cargo de la Comisión para las
relaciones con el judaísmo, presidida por el card. Willebrands (véase sì sì no
no de agosto de 1985, pp. 1 ss.), se lee que católicos y judíos tienden, «aunque
partiendo de dos puntos de vista distintos [léase: opuestos], hacia fines
análogos [sic!]: la venida o el retorno [¡es lo mismo!] del Mesías». Es,
exactamente, el pensamiento (si así se le puede llamar) de von Balthasar, que,
como Hegel, encuentra la manera de conciliar todos los opuestos, haciendo
violencia a la realidad de los hechos: «Pedro, el negador, abandona el juicio al
Señor y se solidariza [sic!] con los judíos [cucificadores de Cristo]… junto a
vosotros judíos, también nosotros cristianos esperamos la (re-) venida [sic!] del
Mesías» (H. U. von Balthasar, Communio: un programma, retomado
en Communio, julio-agosto de 1992, p. 57).
Von Balthasar, sin embargo, y sus compañeros de la nueva teología, no
habrían conseguido imponer en la Iglesia sus nebulosas elucubraciones, que
no tienen de su parte ni a la fuerza de la verdad de razón ni a la fuerza de la
50 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
verdad revelada, si no hubiera ascendido a la cátedra de Pedro J. B. Montini,
mal teólogo y filo-modernista, que puso al servicio de la «nouvelle théologie»
su altísima autoridad, y si su sucesor no fuera su continuador y su eufórico
divulgador. Pero de esto volveremos a hablar.
51 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
VI
Pablo VI
La «nouvelle théologie» – los lectores que nos han seguido hasta aquí se
habrán dado cuenta –, para decirlo con Pirandello, no es una cosa seria.
Extremadamente serio, sin embargo, es el hecho de que para imponerse en
el mundo católico, haya podido y puede aún en estos momentos contar con
la fuerza de la autoridad de quien en la Iglesia es el sucesor de Pedro. Es, por
tanto, necesario considerar el «golpe maestro de satanás»: la Autoridad
suprema de quien tiene la tarea de custodiar y defender la Fe, puesta, en
cambio, al servicio del modernismo «síntesis de todas las herejías» (San Pío X).
B. Montini, un «aficionado» de la nueva teología
«Se decía Giovanni Battista Montini aficionado a las “filosofías de la Acción”,
popularizadas entre nosotros por Laberthonnière, Blondel y Ed. Le Roy»,
escribía en 1970 el abbé Raymond Dulac (La nouvelle présentation du Nouvel
Ordo Missae, en Courrier de Rome, n. 74).
El «se decía» es hoy ampliamente confirmado por Paul VI secret (ed. Desclée
de Brower, 1979), en el cual Jean Guitton recogió y publicó, después de la
muerte del papa Montini, las notas que él se había preocupado de redactar
de sus amigables coloquios. De estas notas resulta que G. B. Montini era
cultor admirado de la «nueva teología», en particular de de Lubac: «8 de
septiembre de 1969: – El Papa hace un elogio del padre de Lubac. Reivindica su
genio, su seguridad, la amplitud de su documentación. Se asombra de que
algunos lo consideren “superado” [es la suerte de los “innovadores”]» (p.
110); «28 de abril de 1974: – El Papa me hace grandes elogios de los teólogos
actuales. Cita a Mananche, de Lubac, a los cuales da la palma, Congar, Rahner
(que dice que es bastante oscuro) y el card. Journet (al que encuentra un poco
escolástico)» (p. 141). Este fastidio por la escolástica y la admiración por la
«nouvelle théologie» databan de lejos en G. B. Montini.
¿Una carta de Pío XII?
Mientras que en Francia hervían del modo más agudo las polémicas en torno
a la ortodoxia de Blondel (véase sì sì no no, 31 de enero de 1993), que pervertía
modernistamente la noción eterna de verdad, reducía el sobrenatural al
natural y, por inclinarse como buen samaritano hacia el «hombre moderno»,
se empantanaba en los errores de la filosofía moderna, llegaba, como agua
sobre el fuego, la siguiente carta de la Secretaría de Estado de Pío XII, en la
que entonces era sustituto mons. G. B. Montini:
«Vaticano, 2 de diciembre de 1944
52 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Señor profesor,
Su trilogía sobre “La philosophie et l’esprit chrétien”, de la cual ha publicado su
primer volumen, se confirma como un monumento de alta y benéfica
apologética; ¿cómo no podía ser agradable para Su Santidad [Pío XII] su filial
obsequio? Nadie puede ignorar la importancia de semejante tema, en el cual
son estudiadas con tanta sagacidad las relaciones de la filosofía y del
cristianismo, de la razón y de la fe, del natural y del sobrenatural, cuya
inconmensurabilidad subrayáis muy bien, sin excluir la “simbiosis” y el fin
único al cual el hombre no puede legítimamente sustraerse, misterio lleno de
misericordia y de bondad infinita, al cual todos los espíritus nobles y pensativos
no pueden sino unirse para su más grande progreso intelectual y moral, así
como para su más grande y verdadera felicidad.
Sus especulaciones filosóficas, que son todas ellas respetuosas de la
trascendencia del dato revelado, no dejan por ello de
aplicarse fructuosamente sobre el conjunto de los misterios de la fe, para
hacerles encontrar una mejor escucha en una generación demasiado embebida
de una autonomía de la razón, de la cual hoy se conoce incluso demasiado su
fracaso.
Usted ha realizado esto con tanto talento como fe y, salvo alguna expresión
que el rigor teológico habría deseado que fuera más precisa, Su especulación
puede y debe llevar a los ambientes cultos una preciosa contribución a la
mejor inteligencia y aceptación del mensaje cristiano, único camino de
salvación para los individuos como para la sociedad. ¡En realidad, el
atormentado mundo de hoy está de tal modo en busca de la verdad y de las vías
que conducen a ella de la manera más segura!
Y a este propósito, ¿no sería quizá oportuno recordar una vez más que,
considerándola solamente desde el punto de vista de su valor filosófico, la
especulación que procede de la philosophia perennis ofrece realmente a las
aparentes antinomias del universo soluciones positivas, altísimas para
satisfacer la inteligencia, sin pretender, bien entendido, extinguir una sed
de luz más grande? […] Su caridad intelectual de buen Samaritano,
inclinándose hacia la humanidad herida, esforzándose por comprenderla y
hablando su mismo lenguaje, contribuirá eficazmente a volverla a situar en las
indeclinables y salvadoras perspectivas de su vocación divina.
Así, alegrándose vivamente de las mejores noticias sobre Su apreciada salud, el
Santo Padre hace ardientes votos para que tenga fuerzas para llevar a buen fin
esta importante obra y Le envía de todo corazón su Bendición apostólica.
53 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Acepte con gusto, Señor Profesor, la respetuosa seguridad de mi religiosa
devoción.
fdo. Giovanni Battista Montini, sustituto».
Más Montini que Pacelli
De este modo, la obra de Blondel, «salvo alguna expresión que un rigor
teológico habría deseado que fuera más precisa», era aprobada en bloque
desde lo alto, cerrando autorizadamente la boca a sus opositores, que la
impugnaban en nombre de la doctrina perenne de la Iglesia. A estos
opositores (de Tonquedec, Labourdette, Garrigou-Lagrange, etc.), como si no
estuvieran en juego los fundamentos mismos de la Fe, sino que se tratase de
una disputa teológica en materia todavía opinable, se les contentaba con el
elogio de la philosophia perennis, en tímida forma interrogativa y sin excluir
la posibilidad de una «luz más grande», que vendría o podría venir de una
«nueva teología». ¿Y todos los estudios críticos, rigurosos y documentados
sobre las desviaciones explícitas e implícitas del pensamiento de Blondel?
Echados a la papelera con increíble desenvoltura.
Había, sin embargo, un «pero». La carta a Blondel era un reconocimiento
enviado, sí, en nombre de Pío XII, pero que llevaba la firma de Montini, con la
expresión de su «religiosa devoción».
En realidad, el contenido de la carta es más montiniano que pacelliano.
Cuando Pío XII tomará personalmente la palabra sobre la «nueva teología» y
sobre la «nueva filosofía» que subyace a ella, en el discurso a los Padres de la
Compañía de Jesús (1946) y después en la Humani Generis (1950) (véase sì sì
no no, 15 de febrero de 1993, p. 4), expresará un parecer totalmente opuesto
y ponderado de modo absolutamente contrario.
Además, sobre la falta de lealtad de G. B. Montini cuando trabajaba en la
Secretaría de Estado, existen hoy muchos testimonios concordes e
irrefutables de parte no adversa.
La «desconfianza» de Pío XII
Entre los misterios del aislamiento en el cual se cerró el pontificado de Pío
XII existe el imprevisto alejamiento de G. B. Montini de la Curia Romana. Este,
como se sabe, fue nombrado Arzobispo de Milán, pero, de manera
significativa, nunca fue creado Cardenal mientras vivió Pío XII, si bien su sede
fuera cardenalicia. De esta manera, el papa Pacelli lo alejaba de la Secretaría
de Estado y, al mismo tiempo, lo excluía del futuro cónclave, haciendo
comprender claramente a su sucesor, con la tácita negación de la púrpura,
que aquél destino había sido un «promoveatur tu amoveatur» y por motivos
muy graves.
54 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
El tiempo comenzó a retirar el velo de este misterio. En Paul VI secret, Jean
Guitton, hablando de la contestación de que fue objeto la Humanae Vitae,
escribe de Pablo VI: «El atraviesa una prueba análoga a la que él había causado
a Pío XII: la de la diffidentia [en latín y en cursiva en el texto]. En el caso de Pío
XII, la desconfianza venía de lo alto, porque Pío XII parecía haber perdido la
confianza que había depositado en él. Pablo VI advierte que la encíclica
Humanae Vitae está a punto de causarle una prueba inversa, en la cual la
desconfianza vendrá, no de lo alto, sino de la base» (Paul VI secret, cit., p. 144).
Sobre la sobrevenida «diffidentia» de Pío XII hacia Montini, escribe también
el jesuita Martina en Vaticano II – Bilancio e Prospettive. En la p. 39 habla
del «alejamiento del “sustituto” Montini, “promovido” a arzobispo de Milán,
nunca nombrado cardenal y ni una sola vez recibido por el papa (con el que,
durante años, había tenido contactos diarios) en audiencia privada». En nota,
Martina escribe: «El significativo episodio no está todavía aclarado. Influyeron
en la remoción varios factores, la escasa simpatía de la que mons. Montini
gozaba en la Secretaría de Estado, la irritación de Pío XII por una
cierta independencia de juicio de su colaborador, el retraso de Montini al
comunicar al papa algunos hechos, con la esperanza de que entre tanto las cosas
se hubieran resuelto [como si el Papa fuera él y Pío XII el… “sustituto”».
Maniobras a la izquierda
A su vez, en Pie XII devant l’histoire, mons. Roche, íntimo colaborador del
card. Tisserant, nos desvela una razón precisa de la «diffidentia» de Pío XII:
el sustituto Montini estableció, contra las directivas del Papa y a sus espaldas,
contactos con Stalin durante la segunda guerra mundial.
Pío XII fue informado de ello por el Arzobispo protestante de Upsala, que
había obtenido las pruebas del servicio secreto sueco. Sucesivamente, en
octubre de 1954, por un informe secreto del Arzobispo de Riga, encarcelado
por los soviéticos, Pío XII tuvo la confirmación de que «en su nombre, había
habido contactos con los perseguidores por parte de una alta personalidad de
la Secretaría de Estado». Por la traición de Montini, escribe mons. Roche, «La
amargura [de Pío XII] fue tan viva, que su salud se resintió y él se resignó a
gobernar solo la marcha de los asuntos exteriores vaticanos» (cfr. sì sì no no, 15
de septiembre de 1984, pp. 1 ss. Acuerdo Montini-Stalin y 15 de abril de 1986,
p. 5, Un hecho histórico: la “traición” de mons. Montini). Es cierto, por tanto,
que Montini maniobró a la izquierda en campo político, a espaldas de Pío XII,
para realizar sus utopías juveniles: «con la izquierda se puede colaborar, con la
derecha no» (véase Frappani-Molinari, Montini giovane, ed. Marietti).
55 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Y contra la Humani Generis
Es asimismo cierto que Montini maniobró a espaldas de Pío XII para realizar
sus utopías filo-modernistas, que, de joven, le habían movido a frecuentar,
como único Sacerdote, el salón del conde Gallarati-Scotti, exponente del
modernismo lombardo y del cual L’Osservatore Romano, 7 de julio de 1976,
bajo Montini convertido en Pablo VI, celebrará así «el decenio de su muerte»:
«En los últimos años [a Gallarati-Scotti], un gran consuelo le vino del Concilio
Vaticano porque sintió que las amarguras experimentadas de joven [en las
condenas del Modernismo] no habían sido sufridas en vano: la Iglesia entraba
en un camino duro y difícil, en el que, sin embargo, muchas cosas, entonces
deseadas, se convertían en realidad viva».
Esta vez es Jean Guitton el que nos descubre a Montini, todavía sustituto, en
flagrante delito de traición contra Pío XII y la Humani Generis. En Paul VI
secret, él transcribe las notas redactadas fielmente la noche misma del
coloquio mantenido con el entonces mons. Montini sobre la gran Encíclica
contra el neomodernismo a penas publicada.
A Guitton, el cual teme que la Humani Generis pueda ser interpretada como
un obstáculo para el «progreso del pensamiento», Montini, sustituto en la
Secretaría de Estado de Pío XII, le responde:
«Ha indudablemente advertido los matices introducidas en el texto pontificio.
La Encíclica, por ejemplo, no habla de errores (errores), sino solamente de
opiniones (opiniones) [¡como si los errores no sean también precisamente
opiniones!]. Esto significa que la Santa Sede intenta condenar, no errores
propiamente dichos, sino modos de pensar que podrían llevar a errores, pero
que de por sí siguen siendo respetables. Por lo demás, hay tres razones para
que la Encíclica no sea deformada. La primera, puedo confiárselo, es la
voluntad expresada por el Santo Padre. La segunda es la mentalidad del
episcopado francés, tan grande de espíritu, tan abierto a las corrientes
contemporáneas. Ciertamente, cualquier episcopado es llevado (porque tiene
un contacto inmediato con las almas, porque debe ser fiel a su encargo, que
es pastoral, como se dice…) es siempre llevado, digo, a ensanchar los caminos
de la doctrina y de la fe [en esta frase está en embrión todo el “espíritu” del
“pastoral” Vaticano II]. E indudablemente, tiene razón. Aquí en Roma, tenemos
igualmente el deber de velar sobre la parte doctrinal. Somos especialmente
sensibles a todo lo que podría alterar la pureza de la doctrina, que es verdad. El
Supremo Pontífice debe “custodiar el depósito” como dice San Pablo.
Finalmente, mi tercera razón: los franceses son inteligentes».
56 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
La traición
El comportamiento del sustituto Montini era gravísimo.
Pío XII, en la Humani Generis, había condenado con tonos graves y solemnes
la «nueva teología», había indicado su desemboque fatal para la Fe y había
ordenado, para no faltar a su «sacro deber», que los Obispos y los Superiores
generales, «cargada de manera gravísima su conciencia», vigilasen «con toda
diligencia que opiniones de tal género no sean sostenidas en las escuelas o en
las reuniones y conferencias, ni con escritos de cualquier género, ni mucho
menos enseñadas, de ninguna manera, a los clérigos ni a los fieles».
Los profesores de los Institutos católicos – continuaba el Papa – «sepan que
no pueden ejercitar con tranquila conciencia el oficio de enseñar que les ha sido
confiado, si no aceptan religiosamente las normas que hemos establecido y no
las observan exactamente en la enseñanza de sus materias». Y he aquí que a
dos pasos del Papa, en la misma Secretaría de Estado, G. B. Montini no tenía
escrúpulo de afirmar que, en cambio, los errores condenados por Pío XII eran
opiniones «respetables» y los animaba asegurando en confidencia que esta
era la «voluntad expresada» por el mismo Pío XII, el cual, en la Humani
Generis, habría desempeñado solamente y de mala gana su función, porque,
dada la tarea frenadora de la autoridad, no podía permitirse hacer otra cosa
(teoría eminentemente modernista de la autoridad, sobre la que volveremos),
sino que, en Roma, se confiaba en la «grandeza de espíritu» del episcopado
francés, para que se ensancharan «pastoralmente» los «caminos de la
doctrina y de la fe» y – guiño final – él, Montini, sabía que los franceses
eran «inteligentes», y a… buen entendedor pocas palabras bastan. Así,
mientras Pío XII cerraba las puertas al neomodernismo, el Sustituto Montini,
a sus espaldas, las volvía a abrir.
También esta vez, Pío XII supo de la traición. G. Martina S. J., en la obra citada
(pp. 56-57), tras haber hecho referencia a la interpretación de la Humani
Generis dada por el Sustituto Montini a Jean Guitton, continúa:
«Pero su [de Montini] esfuerzo por redimensionar el alcance de la intervención
pontificia no debía resultar agradable a Pío XII, que se lamentó, en cambio, con
el director de la Civiltà Cattolica de los esfuerzos por minimizar su documento,
que no era una simple advertencia, y deploró el nulo cuidado prestado por los
representantes de la Compañía de Jesús, a quienes se había dirigido en
septiembre de 1946, de seguir fielmente las directivas pontificias».
Continuaron las medidas disciplinarias contra de Lubac y su «banda» por
parte de la Compañía y contra Montini por parte de Pío XII, que lo
57 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
«promovió» a Arzobispo de Milán, pero jamás lo nombró Cardenal ni quiso
jamás recibirlo en audiencia.
Poder de la Autoridad al servicio del error
Así las cosas y volviendo a la carta «de Pío XII» a Blondel, no nos maravillaría
en absoluto descubrir uno día u otro que, de dicha carta, Pío XII, que no la
firmó, supo poco o mal y que Montini, que actuaba como Papa sin ser Papa,
puso desde entonces la Suprema Autoridad del Sucesor de Pedro al servicio
de la «nueva teología». Y desde entonces, los efectos fueron desastrosísimos.
En efecto, la Documentation Catholique, 8 de julio de 1945, col. 498-499,
publicaba la carta firmada por el Sustituto Montini bajo el título «Carta del
Papa a M. M. Blondel», acompañándola de la exposición elogiadora de
la «doctrina y principales obras» de Blondel. Deploraba los «dos exclusivismos
erróneos»: el racionalismo y la… teología católica, que por razones opuestas
habían hecho respectivamente objeto de «ostracismo» y
de «incomprensión» a la nueva «filosofía cristiana» de Blondel, que, en
cambio – concluía triunfalmente – «el testimonio de S. S. Pío XII, que tenemos
la alegría de publicar, ratifica plenamente».
A su vez, Bruno de Solages, rector del Institut Catholique de Toulouse y amigo
de de Lubac, entrando en el campo de batalla para defender a Blondel, oponía
al padre Garrigou-Lagrange el argumento de… autoridad: la carta «enviada
por Pío XII, a través de mons. Montini» con «elogios significativos» a las obras
de Blondel (véase A. Russo, Henri de Lubac…, p. 347). Gerard Philps (Lovaina),
después, en Erasmus, 1946, (pp. 202-205), hacía de ella un argumento para
defender también el sobrenatural naturalizado de de Lubac:
«Si el p. de Lubac rechaza resueltamente la posibilidad de la naturaleza pura,
no es más condenable que los autores agustinos que la Santa Sede ha acogido
más de una vez bajo su protección, como ha hecho recientemente en favor de
Maurice Blondel» (cit. por H. de Lubac en Memoria entorno alla mia opera,
Jaca Book, p. 68).
En Italia, mons. Natale Bussi, al que mons. Rossano nos ha descubierto
después como filo-modernista (véase sì sì no no, 15 de noviembre de 1991), en
la traducción italiana de la apologética de Falcon (ed. Paoline, 1951), anulaba
la confutación lúcida y rigurosa de los errores de Blondel (pp. 39 ss.) con el
siguiente asterisco añadido a la nota 1 de la p. 39:
«*Evidentemente, no se puede identificar el pensamiento de Blondel con los
desarrollos que dio al principio de inmanencia L. Laberthonnière, condenado
por el S. Oficio, mientras que Blondel, en los últimos años, obtuvo la más
autorizada garantía de la ortodoxia de su doctrina en una carta de la
58 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Secretaría de Estado del 2 de diciembre de 1944, la cual, sin embargo,
exceptúa alguna expresión del mismo Blondel, que el rigor teológico habría
deseado que fuera más precisa».
El «golpe maestro de satanás»
En resumen, la carta «de Pío XII» con firma de Montini fue como un ensayo
del desastre post-conciliar: la «nueva teología» habría destrozado toda
resistencia y se habría impuesto en el mundo católico, con sólo poder contar
con el apoyo, si bien «discreto», de la Suprema Autoridad. Esta ocasión le fue
ofrecida por la subida de G. B. Montini al solio pontificio.
Desde el exilio milanés, el Arzobispo de Milán había continuado animando a
los «nuevos teólogos» contra Pío XII y la Humani Generis y, bajo el
pontificado de Juan XXIII, pudo favorecerlos todavía mejor por el ascendente
que le era dado ejercer sobre Roncalli. Da testimonio de ello en los siguientes
términos Urs von Balthasar en Henri de Lubac – Sein organisches
Lebenswerk (traducido en italiano en la habitual Jaca Book, 1978):
«El P. Garrigou-Lagrange lanzaba contra de Lubac y sus amigos la palabra
clave “Nouvelle Théologie” (1946), el papa [Pío XII] atacó airado [adviértase la…
delicadez de la frase; ¡y muy bien también la editorial de “Comunión y
Liberación”!], el Osservatore Romano incluía el discurso; el padre general
Janssens se comportó en un primer momento leal hacia de Lubac, pero después,
conforme aumentaban los ataques desde todos los países, su comportamiento
se hacía más diplomático. Se va entre tanto a excavar lo que pueda aparecer
sospechoso también en otras obras. Con la Humani Generis el rayo cayó sobre
el escolasticado lionés y de Lubac fue indicado como el principal chivo
expiatorio… Sus libros, difamados, fueron retirados de las bibliotecas de la
Compañía de Jesús y dejaron de estar a la venta…»
Después, poco a poco, el clima – según von Balthasar – se serenó: «Del
arzobispo Montini vinieron palabras de adhesión y de ánimo (fue él quien más
tarde, convertido en el papa Pablo VI, insistió para que de Lubac, en la clausura
del congreso tomista, en la gran sala de la cancillería, hablase sobre Teilhard de
Chardin)… Hasta el nombramiento de de Lubac por parte de Juan XXIII como
consultor de los trabajos preparatorios de la comisión teológica, junto con el P.
Congar».
Creado Cardenal por Juan XXIII, que le abrió así el camino al pontificado
cerrado para él por Pío XII, G. B. Montini pudo ser finalmente Papa y poner
libremente la fuerza de la autoridad adquirida – ¡y qué autoridad! – al servicio
de la «nueva teología».
59 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
La tenacidad del «Papa-tentenna» [Papa indeciso, ndt]
Convertido en Pablo VI, Montini comenzó abriendo las puertas del Concilio a
los «nuevos teólogos» mucho más ampliamente de lo que ya había
conseguido hacer influyendo sobre Juan XXIII. «Muchos teólogos de gran
fama [es decir, sospechosos para el Santo Oficio y algunos ya condenados],
ausentes al principio, entraron progresivamente en el círculo de los expertos,
gracias a la influencia discreta de Pablo VI, que les manifestaba su favor
recibiéndoles en audiencia privada, concelebrando con ellos y alabando su
colaboración» (R. Latourelle S. J. en Vaticano II – Bilancio e Prospettive,
Cittadella ed., Assisi, obra realizada por las tres instituciones universitarias
de la Compañía de Jesús en Roma con la participación del Instituto Paolo VI
de Brescia).
La misma «influencia discreta» ejerció Pablo VI sobre los Padres conciliares
para que, ignorantes y confiados en «Pedro», ratificaran aquella misma
«nueva teología» que Pío XII había condenado en la Humani Generis.
Recuérdese lo que escribe el jesuita Henrici (¡recientemente nombrado
Obispo!): «para el “aggiornamento”, los Padres conciliares tuvieron que
apoyarse (no pudiendo hacer otra cosa, se podría decir) en el trabajo
desarrollado ya por los teólogos antes del Concilio. […] en los textos aprobados
por el Concilio, les dieron, por así decir, una especie de autenticación eclesial.
Si estos textos pudieron parecer nuevos, es solamente por el hecho de que el
trabajo de los teólogos y el estado de la teología católica al final de los años
50 eran ampliamente desconocidos para aquellos no encargados de los
trabajos (y entre estos debían citarse no pocos Padres conciliares), o
también porque, ahora, parte de los resultados de este trabajo, que hasta poco
tiempo antes habían sido objeto de censura, era reconocida como
ortodoxa» (Communio, nov-dic. 1990).
La «discreción» usada por Pablo VI, que, como da testimonio A. Bugnini,
intentaba sólo evitar previsibles e indeseables reacciones (véase A.
Bugnini, La riforma liturgica, pp. 297-299), alimentó la leyenda de un «Papa-
tentenna» [Papa indeciso, ndt], pero los hechos comprueban que Pablo VI
sabía lo que quería y actuó en aquella dirección, con «discreción» sí, pero
todavía con mayor obstinación: «Con una firmeza metódica y tenaz que
desmiente una leyenda igualmente tenaz, él [Pablo VI] maneja la
barca», escribía en 1963 de Lubac, naturalmente admirado (Memoria intorno
alle mie opere, Jaca Book, p. 420).
Hemos citado entre los grandes adversarios de de Lubac al padre Charles
Boyer S. J., rector de la Gregoriana. El mismo de Lubac nos hace saber con
cuánta «discreción» y «firmeza» este teólogo fue doblegado por Pablo VI, que
60 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
encontró la manera de rehabilitar de un solo golpe, sin otro argumento que
el de la propia autoridad, tanto a de Lubac como a Teilhard de Chardin, cuyas
obras habían sido alcanzadas por un Monitum del Santo Oficio:
«En Theilard posthume – así escribe de Lubac – hice referencia a la
conferencia que tuve que dar sobre él en Roma en 1963. La invitación me había
sido dirigida por el padre Charles Boyer, prefecto de la Gregoriana. He vuelto a
encontrar apenas su carta. Cuando se sabe que el p. Boyer fue el mayor
adversario romano de Teilhard (¡y no menos mío!), esta carta asume todo su
significado:
“Pontificia Accademia romana de Santo Tomás de Aquino y de Religión católica.
Roma, 10 de junio de 1963. Reverendo Padre, Pax Christi! Usted debe haber
recibido a su tiempo el aviso del VI Congreso Tomista Internacional.
Comprendo que otras ocupaciones no le hayan permitido prestarle interés. Pero
he aquí por lo que me atrevo a hablarle de ello de nuevo. Habiendo sido
recibido en estos días por el Santo Padre, he tenido ocasión de constatar la
gran estima que tiene por su persona y sus escritos. Al mismo tiempo, me ha
expresado, si bien con alguna reserva, un juicio sobre el padre Teilhard que
no le habría desagradado. Mis reflexiones me han llevado por ello a pensar
que en el congreso deberemos oír una exposición favorable al pensamiento del
padre Teilhard de Chardin sobre nuestro tema (‘De Deo’). Nadie podría hacerlo
mejor que usted. Le ruego, por tanto, simplemente que participe en nuestro
congreso, cuya fecha está fijada precisamente antes de la apertura de la cuarta
sesión del concilio: del 6 al 11 de septiembre. Usted podría venir sólo durante los
últimos días y conformarse, si no puede más, con una breve
comunicación”…» (Memoria intorno alle mie opere, p. 451). Así fue que de
Lubac, por deseo de Pablo VI y por invitación de uno de sus más valerosos
adversarios, podía exaltar a Teilhard de Chardin S. J. en la sala de la cancillería
como clausura del… ¡congreso tomista! El camino «del escepticismo, de la
fantasía y de la herejía» (Garrigou-Lagrange) estaba abierto.
Con la misma «firmeza metódica y tenaz», Pablo VI doblegó, desanimó y
destruyó (como en el caso de mons. Lefevre) toda resistencia y – lo que es
peor – puso las palancas del poder en las manos de los «innovadores»
asegurándoles el futuro con una serie de reformas, incluida entre ellas la
reforma de las normas para la elección del Romano Pontífice.
Ante el desastre, Pablo VI pareció tener él también su crisis personal, pero
tampoco para él, como para de Lubac y los «nuevos teólogos», fue una
conversión, sino solo un vano intento de desconocer la paternidad de tanta
ruina, responsabilizando de ella a los innovadores «abusivos». Pero de esto
hablaremos más ampliamente. Por ahora baste recordar, como demostración
61 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
de cuanto se ha dicho, que, en 1976, dos años después de los clamorosos
discursos (1974) sobre la «autodemolición» de la Iglesia y el «humo de
satanás» en el Templo de Dios y dos años antes de su propia muerte (1978),
Pablo VI escribía a de Lubac con ocasión de su ochenta cumpleaños: «Usted
ha levantado, querido hijo, un monumento más perdurable que el bronce para
la admiración y la utilidad de todos los estudiosos». ¡Qué verdad es que la
perversión modernista de la inteligencia quita toda esperanza de
arrepentimiento!
62 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
VII
Ratzinger:
un Prefecto sin fe en la Congregación para la Fe
El «teólogo» Ratzinger
La «discreción» y la tenacidad del papa Montini, aseguraron a la «nueva
teología» el predominio incuestionable en mundo católico.
El triunfo de la «nueva teología», sin embargo, no señaló el triunfo de la Fe
católica. Al contrario. «Jamás una encíclica pontificia, que tenía apenas 15
años, fue desautorizada, en tan poco tiempo y de manera tan completa, por
aquellos a quien ella condenaba, como la “Humani Generis”», escribió el
teólogo alemán Dörmann a propósito del Concilio (Il cammino teologico di
Giovanni Paolo II verso Assisi), y el cuadro de la situación actual fue trazado
por el jesuita Henrici, «nuevo teólogo»: «Mientras que las cátedras teológicas
son hegemonizadas por los colegas de “Concilium” [ala avanzada del
modernismo], casi todos los teólogos nombrados obispos en los últimos años
provienen de las filas de “Communio” [ala moderada del mismo modernismo]
[…] Balthasar, de Lubac y Ratzinger, sus fundadores, han llegado los tres a ser
cardenales» (30 Giorni, diciembre de 1991).
En las Universidades eclesiásticas, también en las pontificias, se estudian los
padres fundadores de la «nouvelle théologie» y se hacen tesis de licenciatura
sobre Blondel, de Lubac y von Balthasar. L’Osservatore Romano y La Civiltà
Cattolica exaltan su figura y su «pensamiento» y la prensa católica se adecua:
ad instar Principis, totus componitur orbis.
Un «nuevo teólogo» preside incluso la Congregación para la Doctrina de la
Fe, la que fue la suprema Congregación del Santo Oficio: el card. Joseph
Ratzinger.
Si distinguiremos en él el «teólogo» del Prefecto es sólo por comodidad de
exposición. En este caso, en efecto, dicha distinción no se sostiene tanto
porque, como veremos, nos hallamos, no en materia opinable, sino en el
campo de la Fe, y un Prefecto de la Congregación de la Fe sin fe es un
contrasentido, como porque el prefecto Ratzinger está en perfecta sintonía
con el «teólogo» Ratzinger.
Del «teólogo» Ratzinger se indica como obra fundamental su Introduzione al
Cristianesimo – lezioni sul Simbolo apostolico en venta en las librerías
católicas y que en Italia ha alcanzado su octava edición en 1986 editada – no
por casualidad – por Queriniana de Brescia, editorial exclusivamente de
obras de la «nueva teología» [trad. en castellano: Introducción al
63 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Cristianismo, Sígueme, 2001]. Introducción al Cristianismo (Einführung in das
Christentum) es presentada de esta manera en Rapporto sulla Fede [trad. en
castellano: Informe sobre la Fe]: «una especie de clásico, continuamente
reeditado, con el cual se ha formado una generación de clérigos y de laicos,
atraídos por un pensamiento totalmente “católico” y, al mismo tiempo,
totalmente “abierto” al nuevo clima del Vaticano II» (p. 14). Nos detendremos
en pocas y fundamentales consideraciones, suficientes para hacerse una idea
exacta de la «teología» del actual Prefecto de la Congregación para la Fe.
Una cuestión gravísima
Es verdad de fe divina y católica, esto es, fundada en la autoridad de Dios
revelante (Sagrada Escritura y Tradición) y también en la autoridad del
infalible Magisterio de la Iglesia, que, en Jesús, Dios se ha hecho hombre y
precisamente la segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios como el
Padre, unió a Sí una naturaleza humana, por lo que en Cristo hay dos
naturalezas (la humana y la divina) unidas en la única Persona divina (unión
hipostática o personal). Cualquiera que quiera permanecer siendo católico y
salvarse debe profesar esta verdad fundamental propuesta para ser creída
siempre y en todo lugar por la Iglesia y defendida por ella contra la herejía
(Concilios de Efeso, Calcedonia y V de Constantinopla). ¿Qué decir, por tanto,
cuando estamos obligados a constatar que el actual Prefecto de la
Congregación para la Fe, en sus libros de «teología», profesa, en cambio, que
en Jesús, no Dios se ha hecho hombre, sino que un hombre se ha convertido
en Dios? ¿Quién es, en efecto, Jesucristo para Ratzinger? Es «aquel Hombre
en el que viene a la luz la nota definitiva de la esencia humana y que,
precisamente por esto [sic!], es, al mismo tiempo, Dios mismo» (Introduzione
al Cristianesimo, p. 150; la cursiva está en el texto).
¿Qué quiere decir esto sino que el hombre, en su «nota definitiva» es Dios y
que Cristo es un hombre, el cual es, o mejor, se ha convertido en Dios por el
solo hecho de que en El ha venido a la luz la «nota definitiva de la esencia
humana»?
Dios es hombre y el hombre es Dios
La cuestión, por otra parte, es planteada con toda claridad y resuelta
afirmativamente por el mismo Ratzinger. Este, en efecto, se pregunta:
«¿podemos verdaderamente diluir la cristología (el hablar de Cristo) en la
teología (el hablar de Dios); o deberemos, en cambio, hacer una apasionada
propaganda en favor de Jesús como hombre, planteando la cristología bajo
64 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
forma de humanismo y de antropología? ¿O quizá el auténtico hombre,
precisamente por el hecho de ser integralmente tal, debería ser Dios y,
consiguientemente, Dios debería ser un auténtico hombre? ¿Sería acaso posible
que el más radical humanismo y la fe en el Dios revelante vengan aquí a
encontrarse, más aún, lleguen a confluir el uno en la otra?» (p. 165; la palabra
«hombre», en el texto original, aparece en cursiva).
La respuesta es que la lucha combatida en los primeros cinco siglos de la
Iglesia en torno a estos problemas «ha conducido, en los concilios
ecuménicos de entonces, a una respuesta positiva [sic!] a las tres preguntas»
(p. 165; también aquí, la cursiva aparece en el texto). Comprendida entre ellas,
por tanto, la pregunta central, que, por ello, sin traicionar el pensamiento del
autor, podemos trascribir como sigue: «el auténtico hombre, precisamente por
el hecho de ser íntegramente tal, es Dios y, consiguientemente, Dios es un
auténtico hombre».
Una «cristología» coherente en la herejía
Toda la «cristología» de Ratzinger se desarrolla coherentemente en torno a
este asunto fundamental y sería muy difícil dar una explicación diferente a
las afirmaciones que, en su Introdución al Cristianismo, se repiten a ritmo
vertiginoso, entre las cuales las siguientes, que transcribimos por honestidad
de documentación.
El «núcleo central» de la «”cristología del Hijo” expuesta por Juan» sería este:
«El servir no es ya considerado como una acción, detrás de la cual subsiste por
su cuenta la persona de Jesús; es admitido, en cambio, como un hecho que
inviste la entera existencia de Jesús, de modo que su mismo ser es puro servicio.
Y, precisamente porque este ser suyo no es otra cosa sino servicio, es también
un ser de hijo. Bajo este aspecto, la inversión cristiana de valores solamente
ahora ha alcanzado su objetivo; sólo en este punto resulta perfectamente claro
que el que se dedica totalmente al servicio de los demás, de manera
absolutamente desinteresada y anonadándose a sí mismo, se convierte
formalmente en el altruista por antonomasia, de manera que precisamente y
sólo él es el verdadero hombre, el hombre del futuro, el caso de incidencia en el
que confluyen juntos el hombre y Dios» (pp. 178-179; también aquí la negrita
corresponde a la cursiva del texto).
«Su [de Jesús] ser, en cambio, es una pura ‘actualitas’, compuesta de un “desde”
y un “para”. Y es, precisamente por esto, porque este ser suyo no resulta ya
disociable de su ‘actualitas’, por lo que él viene a coincidir con Dios, pero
permaneciendo al mismo tiempo el hombre ejemplar: el hombre del futuro, a
65 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
través del cual nos es concedido ver hasta qué punto el hombre es todavía un
ser ‘in fieri’, el gran ausente, constatando cómo ha comenzado apenas, se puede
decir, a ser verdaderamente él mismo [es decir… Dios]» (p. 180; aquí las
negritas son nuestras).
Fue la «primitiva comunidad cristiana» la que aplicó por primera vez a Jesús
el Salmo 2: «Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado. Pídeme y te daré en
herencia las naciones». Esta aplicación – nos explica Ratzinger – intentaba
expresar solamente la convicción de que «a quien entrevé el significado de la
vida humana, no en el poder y en la auto-afirmación, sino en el radical existir
sólo para los demás, antes bien, demostrando con la cruz que encarna el ser
para los demás, a este – digo – y sólo a este, Dios le dijo: “Hijo mío eres tú; hoy
te he engendrado”» y Ratzinger precisa: «Tú eres mi Hijo; hoy – o sea, en esta
situación [en la cruz] – te he engendrado» y concluye: «La idea del ‘Hijo de
Dios’… entró de esta manera y de esta forma en la interpretación de la cruz y
de la resurrección, basada en el Salmo 2, incluyéndose en la profesión de fe en
Jesús de Nazaret» (pp. 172-173).
Y puede ser suficiente por ahora.
El vuelco
Para Ratzinger, por tanto, Jesús no es Dios porque es Hijo natural de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos, «engendrado, no creado, de la
misma naturaleza del Padre», porque su Persona comparte ab aeterno la
infinita naturaleza divina y, por tanto, posee sus infinitas perfecciones, sino
que es un hombre que «llegó a coincidir con Dios» en el momento en que, en
la cruz, encarnó el «ser para los otros», el «altruista por antonomasia».
El, por tanto, se distingue de nosotros y de los demás hombres sólo por el
grado de desarrollo humano conseguido y no por el abismo que separa a Dios
del hombre, al Creador de la criatura. La cristología de la Iglesia es rechazada
por Ratzinger como una «triunfalista cristología de la glorificación… una
cristología despectiva que no sabría qué hacer con un hombre [sic!] crucificado
y reducido al rango de siervo, por lo que, en vez de aceptarlo, se crearía
nuevamente un mito ontológico de Dios» (p. 178). A la «cristología de la
glorificación», que crea «un mito ontológico de Dios», Ratzinger opone su
«cristología del servicio», que él afirma encontrar en el Evangelio de San Juan,
y para la cual «Hijo» significaría únicamente «siervo perfecto» (véase pp. 142-
143).
Por el contrario, el hombre Jesús, que, por su servir perfecto, ha llegado a
«coincidir» con Dios, revela al hombre que el hombre es un Dios in fieri y que,
66 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
entre el hombre y Dios, por ello, existe una identidad esencial. Y,
tergiversando incluso a Dante, Ratzinger nos dice que esta sería la
«conmovedora conclusión de la “Divina Comedia” de Dante, en el momento en
que él, contemplando el misterio de Dios, ve con extático arrobamiento su
propia imagen, o sea, un rostro humano, exactamente en el centro de un
deslumbrante círculo de llamas formado por “el amor que mueve el sol y las
demás estrellas» (p. 149).
La confirmación inequívoca
Que este es el pensamiento de Ratzinger es confirmado, una vez más, y de
modo inequívoco, por la concepción de Cristo como «último hombre»
expuesta a partir de la p. 185. Aquí, Ratzinger fuerza otro pasaje de la Sagrada
Escritura (y precisamente a San Pablo), haciendo absoluto caso omiso a que
la exégesis católica, en los pasajes que atañen al dogma debe seguir el sentido
que ha considerado siempre la Santa Madre Iglesia: «… un aspecto totalmente
diferente – escribe – presentan las cosas cuando se entiende la clave de la
argumentación paulina, que nos enseña a comprender a Cristo como el ‘último
hombre’ (eschatos Adam: Icor. 15, 45), es decir, como el hombre definitivo, que
introduce al hombre en su futuro, consistente en el hecho de que él no es
solamente hombre, sino que forma, en cambio, un todo único con Dios» (p.
185, la negrita es nuestra). E, inmediatamente después, bajo el título «Cristo,
el último hombre» prosigue:
«Hemos llegado ahora al punto en el que poder intentar exponer, de manera
resumida, qué intentamos decir cuando afirmamos: “Creo en Jesucristo, Hijo
único de Dios y nuestro Señor”. Tras las consideraciones que hemos realizado
hasta aquí, podemos decir, ante todo, esto: la fe cristiana cree en Jesús de
Nazaret, viendo en él al hombre ejemplar (así, en efecto, se puede traducir
sustancialmente, haciendo entender perfectamente la idea, el arriba citado
concepto paulino de ‘último Adán’) [que, en cambio, quiere decir solamente el
“segundo Adán”, cabeza de la humanidad redimida, en contraposición al
“primer Adán”]. Pero, precisamente en cuanto hombre ejemplar, normativo,
él traspasa los confines de lo humano; sólo así y sólo en virtud de esto, él es
verdaderamente el hombre ejemplar» (pp. 185-186; la negrita es nuestra). Y el
motivo sería este:
«la apertura hacia el Todo, el Infinito, es el componente constitutivo del hombre.
El hombre es verdaderamente tal porque se erige infinitamente alto sobre sí
mismo; y, por consiguiente, es tanto más hombre, cuanto menos está cerrado
en sí mismo, cuanto menos está ‘limitado’. Sin embargo, entonces – repitámoslo
una vez más – el hombre al máximo de su potencialidad, más aún, el
verdadero hombre, es precisamente el que está desvinculado al máximo, el
67 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
que no sólo roza el infinito – ¡el Infinito! – sino que se hace totalmente uno
con él: Jesucristo. En él, el proceso de ‘humanación’ ha alcanzado
verdaderamente su meta» (pp. 186-187; las negritas son nuestras).
El «mérito» de Teilhard
Y, como para disiparnos toda duda tanto sobre su pensamiento como sobre
sus «fuentes» de su «teología», Ratzinger apela al más triste y atrevido de los
«nuevos teólogos», Teilhard de Chardin, el jesuita «apóstata» (R. Valnève):
«Hay que reconocer el mérito de Teilhard de Chardin de haber repensado estas
conexiones en el cuadro moderno del mundo, reorganizándolas de una nueva
manera» (p. 187). Siguen numerosas citaciones textuales de las obras de
Teilhard. A nosotros nos bastará referir la última, que es además la
conclusión:
«el flujo cósmico se mueve “en dirección de un estadio inimaginable, casi
‘monomolecular’…, en el que todo Ego… está destinado a alcanzar su punto de
culminación en una especie de Super-Ego”. El hombre en cuanto ‘yo’ es, sí, un
término: pero la orientación asumida por el movimiento del ser y por su propia
existencia nos lo muestra al mismo tiempo como una figura que se encuadra en
un ‘Super-yo’, el cual no lo extingue, sino que lo abraza; ahora bien, es
solamente en este estadio de unificación donde puede aparecer la forma del
hombre futuro, en la cual el factor humano podrá decirse que habrá alcanzado
su meta [la perfecta “humanación” llamada sólo impropiamente divinización
o “sobrenatural”]» (p. 189). Y este delirio monista-panteísta sería para
Ratzinger – increíble, pero cierto – el contenido de la… ¡cristología de San
Pablo! «Creemos – concluye – que se puede admitir tranquilamente [sic!] que
aquí, sobre la base de la actual concepción del mundo y ciertamente con un
vocabulario de sabor tal vez un tanto demasiado biológico [¡sólo esto!], se
encuentra en sustancia entendida y hecho de nuevo comprensible el
planteamiento de la cristología paulina» (p. 189). E inmediatamente después:
«La fe ve en Jesús al hombre en el que – hablando en términos que derivan del
esquema biológico – es como si resultase ya actuado el próximo salto
evolutivo […]. Por ello, la verdadera fe verá en Cristo el inicio de un
movimiento en el cual la humanidad fragmentada es gradualmente
recompuesta y reabsorbida en el ser del único Adán, en el único ‘cuerpo’
del hombre escatológico. Verá siempre en él la puesta en marcha hacia el
futuro del hombre, en el que este será íntegramente ‘socializado’,
incorporado en una única entidad» (pp. 189-190).
Estamos en el perfecto vuelco de la Fe católica: no es Dios el que se ha hecho
hombre, sino el hombre el que se ha manifestado como Dios en Jesucristo.
68 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Las «fuentes»
¿Cómo ha llegado Ratzinger a semejante vuelco? Nos lo explica el card. Siri
en Getsemani – Riflessioni sul movimiento teologico contemporaneo, Roma,
1980. El «monismo cósmico» o «idealismo antropocéntrico» o
«antropocentrismo fundamental», en el cual Ratzinger disuelve la teología, es
el desemboque obligado del error de de Lubac acerca del sobrenatural
implicado en el natural, con el objetivo de que el «sobrenatural» viene
necesariamente a coincidir con el máximo desarrollo de la naturaleza
humana: «Revelando al Padre – escribe de Lubac – y siendo revelado por él,
Cristo termina de revelar al hombre a sí mismo. […]. Para Cristo, la persona
es adulta, el Hombre emerge definitivamente del universo» (H. de Lubac,
Catholicisme, ed. du Cerf, Paris, 1938, IV ed., 1947, pp. 295-296). Es
exactamente la «cristología» de Ratzinger en embrión. El card. Siri se
pregunta también: «¿Cuál puede ser el significado de esta afirmación? O Cristo
es únicamente hombre, o el hombre es divino» (Getsemani – Riflessioni sul
movimento teologico contemporaneo, p. 56). Nosotros añadimos que el
«sobrenatural» que se explica a partir del natural es también el centro de la
«nueva filosofía» de Blondel, el cual explica el «consortium divinae naturae»,
la participación del hombre de la naturaleza divina como un «restituir, por así
decir, a Dios a Dios en nosotros» (Carta a de Lubac, 5 de abril de 1932).
El error de De Lubac (y de Blondel) – demuestra Siri – madura
posteriormente en K. Rahner S. J., el cual se pregunta si «se puede incluso
intentar ver la unio hypostatica en la línea de este perfeccionamiento absoluto
de lo que existe en el hombre» (citado de Naturaleza y gracia en Getsemani, p.
73). La respuesta positiva, antes que en Ratzinger, se encuentra en el mismo
Rahner, el cual «altera radicalmente el pensamiento y la fe de la Iglesia a
propósito del misterio de la encarnación del Verbo de Dios en Jesucristo como
es expresado en el Evangelio y en la Tradición» (Siri, op. cit., p. 79) y lo altera
exactamente en el sentido en el que lo altera Ratzinger (véase Siri, op. cit., pp.
76 ss.), el cual Ratzinger fue y permanece, no obstante alguna marginal toma
de distancia, discípulo de Rahner (fue también su fiel colaborador durante el
Concilio: véase R. Viltgen, Le Rhin se jette dans le Tibre). En Rahner – escribe
el card. Siri – «aparece claramente una antropología fundamental que, no sólo
concuerda con el pensamiento del P. de Lubac, sino que lo supera de modo que
transforma, en la conciencia de sus adeptos de la nueva teología, artículos de
fe, como, por ejemplo, los de la Encarnación y de la Inmaculada Concepción»
(op. cit., p. 73). Y todavía: «cuando uno piensa y se expresa de modo que se
proponen postulados como el de la identidad de la esencia de Dios y del hombre
[precisamente es el postulado de la “cristología” de Ratzinger], que invierten
la doctrina surgida de la Revelación, no seguimos el filón de la verdad, sino el
69 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
del error [o, más exactamente, de la herejía] […]. He aquí adónde se llega si se
parte de un [erróneo] concepto relativo a un gran misterio, como el misterio
del sobrenatural, artificialmente presentado [por de Lubac y compañía] como
perteneciente a la doctrina de la Iglesia… Unos tras otros, todos los principios,
todos los criterios y todos los fundamentos de la fe han sido puestos en cuestión
y se desmoronan» (op. cit., pp. 74 s. y p. 82).
«Por el camino de la fantasía, del error y de la herejía» la vuelta al
modernismo
El card. Siri se hace eco del padre Garrigou-Lagrange O. P., que ya en 1946,
había resumido así la «cristología» de la «nouvelle théologie»:
«… el mundo material habría evolucionado hacia el espíritu y el mundo
espiritual evolucionaría naturalmente, por así decir, hacia el orden
sobrenatural y hacia la plenitud de Cristo. Así, la Encarnación del Verbo, el
Cuerpo místico y el Cristo universal serían momentos de la Evolución… He aquí
lo que queda delos dogmas cristianos en esta teoría que se aleja de nuestro
Credo en la medida que se acerca al evolucionismo hegeliano» (La nouvelle
théologie où va-t-elle?). Y el gran teólogo dominico había lanzado su grito de
alarma: «¿Dónde va la “nueva teología”? Vuelve al modernismo… por el camino
de la fantasía, del error y de la herejía» (ivi). Ratzinger afirma, repitiendo el
antiguo juego de sus «maestros», que este delirio monista-panteísta, además
de en la «cristología paulina» (interpretada por Teilhard), se podría encontrar
en las «más antiguas profesiones de fe» y en el Evangelio de San Juan (pp. 179
s.) y nos haría «claro» el verdadero «sentido» de los dogmas de Efeso y de
Calcedonia (p. 197). Esta afirmación, sin embargo, además de ser insostenible,
constituye por sí misma otra gravísima herejía. Si fuera así, en efecto,
deberíamos decir que la Iglesia, infalible por promesa divina, tras los primeros
siglos (y hasta la «nueva teología»)… ¡perdió la memoria, olvidando el sentido
de la doctrina de San Pablo, del Evangelio de San Juan, de las más antiguas
profesiones de fe y de los dogmas cristológicos y de la misma divina
Revelación!
La triste realidad es bien distinta: Ratzinger recupera, a menudo literalmente,
como hemos demostrado, a los «maestros» de la «nueva teología» y, con
ellos, abandonada la «filosofía del ser» por la filosofía del «devenir»,
rechazados la Tradición y el Magisterio, camina «tranquilamente» (para usar
un término que le agrada) «por el camino de la fantasía, del error y de la
herejía» volviendo al modernismo, que «en Cristo no reconoce nada más que
un hombre», aunque «de elevadísima naturaleza, como jamás se vio otro ni
jamás se encontrará», y, en cambio, en el hombre ve un Dios, porque «el
principio de la fe es inmanente en el hombre… este principio es Dios» y, por
70 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
tanto, «Dios es inmanente en el hombre»; para algunos modernistas en sentido
panteísta, «lo que es más coherente – escribe San Pío X – con el resto de su
doctrinas» (San Pío X, Pascendi).
Por necesidad (tenemos un sólo artículo que oponer a un libro repleto de
«fantasías», «errores» y «herejías»), hemos limitado nuestra atención a la
«cristología» de Ratzinger. El lector, sin embargo, puede comprender
perfectamente que, alterado este punto fundamental de la teología, todo el
resto resulta alterado: la soteriología (la «satisfacción vicaria» sería ¡sólo una
infeliz invención medieval de San Anselmo de Aosta!), la mariología (la
concepción virginal queda en la niebla y de maternidad divina, ni siquiera se
habla) y, sucesivamente, todos los artículos del Credo, que Ratzinger ilustra
en su Introducción al Cristianismo, que más propiamente debería titularse
Introducción a la apostasía.
El Prefecto
¿Ha desmentido quizá el Prefecto Ratzinger al teólogo Ratzinger? Todo lo
contrario. Sus obras «teológicas», comprendida la Introducción al
Cristianismo, continúan siendo reeditadas inmutadas; el prefecto Ratzinger
nunca ha considerado deber corregir o retractar nada. Sobre sus obras
«teológicas» podrán continuar formándose otras «generaciones de clérigos»,
que ignorarán la teología católica e tergiversarán las más elementales
verdades de Fe católica.
El prefecto Ratzinger hace más todavía: tiene bajo su patrocinio y colabora
oficialmente en la revista Communio, órgano de prensa de «los que piensan
que han vencido», de la cual Communio fue fundador junto a de Lubac y von
Balthasar. El 28 de mayo de 1992, Ratzinger, seguro de su prestigio de
Prefecto para la Fe, pudo celebrar su vigésimo aniversario nada menos que
en Roma, en el aula magna de la Gregoriana, ante una numerosa audiencia de
cardenales y de profesores de las facultades teológicas romanas. Communio
es editada en varias lenguas, y, bajo el patrocinio del Prefecto para la Fe,
indica oficiosa, pero claramente, al Clero de los diferentes Países, la línea
deseada por «Roma»: la de Blondel, de de Lubac y de von Balthasar, el
«camino de la fantasía, del error y de la herejía» (la «tela de araña» la llamó 30
Giorni, diciembre de 1991, sin darse cuenta, sin embargo, de la exactitud del
término).
El «juego de roles»
¿Es acaso casualidad, además, que los colaboradores de Communio hayan ido
ocupando poco a poco las sedes episcopales que quedan vacantes? Il Sabato
(6 de junio de 1992), en un artículo que celebraba los veinte años de
Communio, escribía:
71 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
«Han pasado veinte años. Communio ha vencido su partida. Al menos desde el
punto de vista de la batalla por la hegemonía eclesiástica. A los tres teólogos
“disidentes” que, aquella noche, en la via Aurelia, bautizaron la idea, la Iglesia
les ha concedido el premio de mayor prestigio: el capelo cardenalicio.
Pero ha habido gloria para todos. ¡Los mejores colaboradores de Communio han
sido promovidos a obispos! Los alemanes Karl Lehmann y Walter Kasper, el
italiano Angelo Scola, el suizo Eugenio Corecco, el austriaco Christoph
Schönborn, el francés André-Jean Léonard, el brasileño Karl Romer. Un ejército
de obispos-teólogos, cuyo influjo en la Iglesia va mucho más allá de la respectiva
jurisdicción diocesana. Verdadera think tank de la Iglesia de Karol Wojtyla».
¿Y acaso es casualidad que, en cambio, «las cátedras teológicas son
hegemonizadas por los colegas de “Concilium”»? (30 Giorni, diciembre de 1991).
¿Acaso no es el prefecto Ratzinger el que no les molesta ni les castiga? ¿Y no
corresponde perfectamente todo esto al concepto modernista de la
autoridad, expuesto por San Pío X en la Pascendi y encontrado por nosotros
en labios de mons. Montini, en el coloquio con Jean Guitton (véase sì sì no no,
15 de marzo de 1993, p. 3)? Para los modernistas – explica San Pío X – la
evolución doctrinal en la Iglesia «es como el resultado de dos fuerzas que se
hacen la guerra, de las cuales una es progresiva y la otra conservadora» y el
ejercicio de la fuerza conservadora «es el propio de la autoridad religiosa»,
mientras que a la fuerza progresiva le corresponde estimular la evolución. Es,
por tanto, lógico, según la lógica modernista, que los ultraprogresistas de
Concilium y los «moderados» de Communio se hayan repartido las tareas: a
los colaboradores de Concilium, como «fuerza progresiva», las
Universidades, el campo de la «investigación» teológica, la «hegemonía»
cultural, y a los colaboradores de Communio, como «como fuerza
conservadora», la autoridad religiosa, la «hegemonía eclesiástica». Ninguna
ilusión, por tanto: actualmente no hay ninguna lucha entre «católicos
liberales» y «católicos conservadores»; los «conservadores», o sea, los
católicos tout court, han sido eliminados del cuadro eclesiástico oficial; la
lucha es entre modernistas que sacan hasta el extremo las conclusiones de
sus erróneos principios y modernistas «moderados», y no se trata de
verdadera lucha, sino de escaramuzas o, más exactamente, de un «juego de
roles».
Roma, ocupada por los «nuevos teólogos»
Como elemento impulsor del carro de la «nueva teología», el prefecto
Ratzinger ha llenado Roma de «nuevos teólogos» y, especialmente, la
Congregación y las Comisiones presididas por él. De este modo, encontramos
«promoviendo la sana doctrina», bajo la prefectura del card. Ratzinger, en la
72 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Congregación para la Fe, a un obispo Lehmann, que niega la Resurrección
corpórea de Jesús (pero, también para Ratzinger, Jesús es «el que murió en la
cruz y resucitó a los ojos de la fe [sic!]», p. 172), un Georges Cottier O. P., «gran
experto» en masonería y «fautor del diálogo entre la Iglesia y las Logias», un
Albert Vanhoye S. J., para el cual «Jesús no era sacerdote» (pero ni siquiera lo
es para Ratzinger ni para su «maestro» Rahner), un Marcello Bordoni, para el
cual permanecer anclados al dogma cristológico de Calcedonia es un
intolerable «fixismo» (pero también lo es para Ratzinger; véase para
Lehmann, sì sì no no, 15 de marzo de 1993, para Cottier, 29 de febrero de 1992,
para Vanhoye, 15 de marzo de 1987, para Bordoni, 15 de febrero de 1993).
Del mismo modo, en la Pontificia Comisión Bíblica, resurgida de su largo
letargo y de la cual el prefecto Ratzinger es ex officio Presidente, se han
sucedido como Secretarios un Henri Cazelles, sulpiciano, pionero de la
exégesis neomodernista, cuya Introduction à la Bible fue, en su tiempo, objeto
de censura por parte de la Congregación romana para los Seminarios (véase
sì sì no no, 30 de abril de 1989), y además también el arriba alabado Albert
Vanhoye S. J., mientras que entre los miembros encontramos a un Gianfranco
Ravasi, que hace estrago públicamente de la Sagrada Escritura y de la Fe, y
un Giuseppe Segalla, que niega a Juan su Evangelio y divulga el criticismo más
avanzado (véase sì sì no no, a. IV, n. 11, p. 2).
Del mismo modo, en la comisión teológica internacional, de la que Ratzinger
es Presidente y cuyos miembros son elegidos a propuesta suya, figuran entre
otros, el obispo Walter Kasper, para el cual los textos evangélicos «en que se
habla de un Resucitado que es tocado con las manos y que come con los
discípulos» son «afirmaciones más bien groseras… que corren el peligro de
justificar una fe pascual demasiado burda» (pero tampoco a Ratzinger le
agrada una «descripción grosera y corpórea de la resurrección»: véase
Introduzione al Cristianesimo, p. 252; para Kasper, véase Gesù, il Cristo,
Queriniana, Brescia, VI ed., p. 192), el obispo Christoph Schönborn O. P.,
secretario redaccional del nuevo «Catecismo» y que, en el primer aniversario
de la muerte de von Balthasar, celebró su super-Iglesia ecuménica, la
«Catholica» no católica, en la iglesia de Santa María en Basilea (véase H. U.
von Balthasar. Figura e Opera, ed. Piemme, pp. 431 ss.), el obispo André-Jean
Léonard, «hegeliano… Obispo de Namur, responsable del Seminario de Saint
Paul a donde Lustiger envía a sus seminaristas [¡todo queda en familia!]» (30
Giorni, diciembre de 1991, p. 67), etc., etc.
Con y sin discreción
¿Qué decir, además, de los modos más «discretos», pero no menos eficaces,
con los que el prefecto Ratzinger promueve la «nueva teología»? ¿Walter
73 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Kasper es elegido Obispo de Rottenburg-Stuttgart? Su «viejo colega»
Ratzinger le escribe: «Para la Iglesia católica, en un periodo turbulento, Usted
es un don precioso» (30 Giorni, mayo de 1989). ¿Urs von Balthasar muere la
noche antes de recibir la «merecida honorificencia del cardenalato»? El
prefecto Ratzinger pronuncia personalmente el sermón fúnebre en el
cementerio de Lucerna, señalando al difunto como un teólogo «probatus»:
«lo que el Papa – dice – quería expresar con este gesto de reconocimiento, más
aún, de honor, sigue siendo válido: no ya solamente individuos privados, sino la
Iglesia, en su responsabilidad ministerial oficial [sic!] nos dice que él fue un
auténtico maestro de fe, un guía seguro hacia las fuentes del agua viva, un
testimonio de la Palabra, del cual podemos conocer a Cristo, conocer la vida»
(citado en H. U. von Balthasar. Figura e Opera, a cargo de Lehmann y Kasper,
ed. Piemme, pp. 457 s.).
El prefecto Ratzinger, además, patrocina en primera persona la apertura en
Roma de un «centro de formación para candidatos a la vida consagrada»,
formación «inspirada en la vida y en las obras de Henri de Lubac, Hans Urs von
Balthasar y Adrienne von Speyr» (30 Giorni, agosto-septiembre de 1990).
Finalmente, y para contener dentro de los límites de lo necesario nuestro
tema, el prefecto Ratzinger presentó a la prensa la «Instrucción sobre la
vocación eclesial del teólogo», subrayando que este documento «afirma –
quizá por primera vez con esta claridad – que existen decisiones del magisterio
que no pueden ser una última palabra sobre la materia en cuanto tal, sino que,
en un anclaje sustancial en el problema, son ante todo también una expresión
de prudencia pastoral, una especie de disposición provisional»
(L’Osservatore Romano, 27 de junio de 1990, p. 6) y puso como ejemplo de
«disposiciones provisionales» hoy «en los detalles de sus determinaciones de
contenido… superadas»: 1) las «declaraciones de los Papas del pasado siglo sobre
la libertad religiosa»; 2) las «decisiones antimodernistas del inicio de este siglo»;
3) las «decisiones de la Comisión bíblica de aquel tiempo»: en resumen: los tres
baluartes puestos por los Romanos Pontífices contra el modernismo en
campo social, doctrinal y exegético.
¿Es necesario añadir algo más para demostrar que el prefecto Ratzinger está
en perfecta sintonía con el «teólogo» Ratzinger? Sí, debemos añadir que Elio
Guerriero, jefe de redacción de Communio, está perfectamente de acuerdo
con nosotros en este punto. Ilustrando el victorioso avance de la «nueva
teología» en Jesus, abril de 1992, escribía: «Siempre se subraya en Roma el
trabajo desarrollado por Joseph Ratzinger tanto como teólogo como como
prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe». Tras lo cual, del
«restaurador» Ratzinger no queda sino el mito.
74 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
El mito del «restaurador»
Cómo pudo nacer este mito (si ha sido alimentado después artificialmente es
otro tema) no es difícil de comprender.
En el Prólogo a la Introduzione al Cristianesimo, por ejemplo, Ratzinger
escribe:
«El problema de saber exactamente cuál es el contenido y el significado de la fe
cristiana está hoy envuelto por un nebuloso halo de incertidumbre, que es denso
y espeso como quizá nunca antes de ahora lo fue en la historia». Y esto porque
«quien ha seguido, al menos un poco, el movimiento teológico del pasado
decenio y no pertenece al ejército de aquellos descerebrados que consideran
siempre y sistemáticamente lo nuevo como automáticamente mejor», se
pregunta preocupado si «nuestra teología… ¿no ha dado interpretaciones
progresivamente descendientes de la pretensión de la fe que a menudo se recibió
de manera sofocante? ¿Y no se tiene la impresión de que tales interpretaciones
han suprimido tan pocas cosas que no se ha perdido nada importante, y al
mismo tiempo tantas, que el hombre siempre se ha atrevido a dar un paso más
hacia adelante?» (p. 7).
¿Qué católico, que ame a la Iglesia y sufra por la actual crisis, no suscribiría
semejantes afirmaciones? Ya en este Prólogo, que ha permanecido inmutado
desde 1968, se encuentra lo suficiente para crear en torno a Ratzinger el mito
del «restaurador». ¿Pero qué opone Ratzinger a la progresiva demolición de
la Fe perpetrada por la teología contemporánea? Opone la… absolución
global de la misma teología de la cual – afirma él – «no se puede afirmar…
honestamente que… tomada en su conjunto, haya tomado un rumbo de este
tipo». Y opone sobre todo, como corrección, el mismo repudio de la Tradición
y del Magisterio, por el cual la teología de los últimos decenios ha llegado a
envolver «el contenido y el significado de la fe cristiana» en un «nebuloso halo
de incertidumbre… denso y espeso como quizá nunca antes de ahora lo fue en
la historia». La deplorada tendencia cada vez más reductiva de dicha teología,
en efecto, según Ratzinger, «no podrá remediarse obstinándose en permanecer
unido sólo al noble metal de las fórmulas fijas vigente en el pasado, que sigue
siendo, a fin de cuentas, [no pronunciamientos solemnes del Magisterio, sino]
un montón de metal: un peso que carga las espaldas, en vez de favorecer, en
virtud de su valor, la posibilidad de alcanzar la verdadera libertad [que viene
de este modo a tomar subrepticiamente el lugar del a verdad]» (p. 8). Que,
después, esta premisa lleve, de la misma manera, «seguramente» allí a donde
ha llegado la «teología» contemporánea parece escapársele a Ratzinger. Sin
embargo, su entero libro lo demuestra. Ya San Pío X advertía que no todos
75 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
los modernistas eran capaces de sacar de sus erróneas premisas sus
irremediablemente inevitables conclusiones (véase Pascendi).
Ratzinger es siempre así: a los excesos de los cuales toma (a menudo con
bromas felizmente cáusticas) distancia, no opone nunca la verdad católica,
sino un error aparentemente más moderado y que, irremediablemente en la
lógica del error, lleva a las mismas devastadoras conclusiones.
Como se expresa él mismo en Rapporto sulla Fede, Ratzinger como
«equilibrado progresista» es partidario de una «evolución tranquila de la
doctrina» sin «huidas solitarias hacia delante», pero también «sin nostalgias
anacronistas» por un «pasado irremediablemente pasado», es decir, por la Fe
católica dejada «tranquilamente» a sus espaldas (pp. 14-15-29). Si no le agrada
el progresismo avanzado, a Ratzinger tampoco le agrada la Tradición católica:
«Es al hoy de la Iglesia al que debemos permanecer fieles, no al ayer o al
mañana» (Rapporto sulla Fede, p. 29; las cursivas se encuentran en el texto).
Es por esto por lo que el católico, que tiene fe y ama a la Iglesia, podrá
suscribir algunas afirmaciones críticas de Ratzinger (y también del último de
Lubac y de von Balthasar), pero, si examina qué propone el pretendido
«restaurador» en el lugar de los deplorados «abusos», no podrá suscribir ni
siquiera una línea. Además, porque la pendiente es exactamente la misma y,
aunque dulcemente, conduce al mismo repudio total de la divina Revelación,
es decir, a la apostasía. Las obras del «teólogo» Ratzinger lo demuestran
incontestablemente.
76 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
VIII
El papado de Karol Wojtyla,
tiempo de prueba gravísima para la Iglesia
Una prueba enorme
¿Y si un «nuevo teólogo» se sienta en la cátedra de Pedro? Indudablemente
la prueba infligida a la Iglesia en tal caso es sin igual. Por muchos motivos.
Ante todo, porque, tratándose de neomodernismo, los errores teológicos
personales del Papa «no ponen ya el hacha a las ramas o a los brotes, sino a la
raíz misma, esto es, a la fe y a sus fibras más profundas» (San Pío X, Pascendi).
Además, estos errores «teológicos» están destinados a influenciar
profundamente al mundo católico: el católico está acostumbrado a pensar
que la fe personal del Papa se identifica con la de la Iglesia y, en el mundo
católico como en ninguna otra sociedad, es verdadero el dicho de que ad
instar Principis totus componitur orbis, todos se ajustan al comportamiento
del que se sienta en el solio de Pedro. Por esto, un Papa puede imponer de
facto, sin ninguna imposición formal, una orientación herética dentro del
curso eclesial. Lo hemos visto con la acción «discreta» del papa Montini en
favor del neomodernismo o «nouvelle théologie».
La prueba, por tanto, es enorme, pero no insuperable. Procedamos por
grados.
Karol Wojtyla, «nuevo teólogo»
Si el papa Montini fue un admirador entusiasta de los «nuevos teólogos», Juan
Pablo II es personalmente cultor de la nueva «teología». Lo demostró el
teólogo alemán Johannes Dörmann, apenado por la iniciativa de Asís, en un
estudio sereno, objetivo y científico sobre los escritos de Karol Wojtyla: El
cammino teologico di Giovanni Paolo II verso Assisi.
El libro, que se propone ser el primer volumen de una trilogía, examina la
«teología» que inspiró la iniciativa ecuménica de Asís y demuestra que esta
«teología» está ya presente en los textos de Wojtyla, profesor, obispo y
cardenal. El autor se propone demostrar además que la misma «nueva
teología» constituye el núcleo central de las encíclicas doctrinales de Juan
Pablo II (segundo volumen) y es la fuente inspiradora de sus viajes pastorales
a Africa y a Asia (tercer volumen). Nosotros resumiremos aquí brevísima y
libremente el contenido del primer volumen, que es fundamental y suficiente
para nuestro fin. Lo resumiremos teniendo presente la edición en lengua
francesa, a cargo de Fideliter (112 route du Waldeck – 57230 Eguelshardt,
77 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Francia), en la cual el título original alemán ha sido traducido así: La extraña
teología de Juan Pablo II y el espíritu de Asís.
El error central de la «teología» de Karol Wojtyla, error que está en la base de
su ecumenismo y, por tanto, de la iniciativa de Asís, es este: no sólo Cristo ha
muerto por todos los hombres (como enseña la Iglesia católica), sino que (y
aquí está la novedad) todo hombre, «lo sepa o no, lo acepte o no en la fe», (K.
Wojtyla, Segno di Contraddizione, Milano, 1977, cap. 11 [trad. en castellano:
Signo de Contradicción, BAC, Madrid, 1979) está, originalmente desde su
nacimiento, en un estado de redención efectiva, aunque inconsciente. Y esto
vale para todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares.
Esta tesis contradice la Sagrada Escritura, la Tradición, el dogma de la Iglesia
y, a juicio de Dörmann, no tiene una base sólida ni siquiera en los textos del
Concilio. Por el contrario, conecta con la «nueva teología», que afirma la
salvación incondicionada de todos los hombres, la redención universal, no ya
sólo objetiva, sino también subjetiva: no sólo todos pueden salvarse, sino que
todos, de hecho, ya están salvados (piénsese en el «el infierno existe, pero está
vacío» de von Balthasar).
De esta «nueva» concepción de la redención subjetiva o justificación
universal brotan una «nueva» eclesiología, un nuevo concepto de Revelación
y de Fe.
Una «nueva» eclesiología
Si el Hijo de Dios, como quiere el «teólogo» Wojtyla, por su Encarnación, se
ha unido a «todo hombre», si la «existencia en Cristo» es la «dimensión»
religiosa de todo hombre, si «cada hombre concreto, histórico» desde el
primer instante de su existencia, «lo quiera o no, lo acepte o no» (y, por tanto,
independientemente de la fe y del bautismo), está unido sobrenaturalmente
a Cristo, se sigue:
1) que todo hombre pertenece de algún modo a la Iglesia;
2) que la Iglesia coincide con la humanidad entera, la cual forma con Cristo
un organismo, por así decir, naturalmente sobrenatural.
Como es evidente, la noción de Iglesia resulta esencialmente modificada y la
distinción entre naturaleza y gracia, entre Iglesia y humanidad, radicalmente
anulada. Como querían precisamente – añadimos nosotros – Blondel y de
Lubac, que, contra el pensamiento de la Iglesia, juzgaban dicha distinción un
«dualismo» intolerable, que debía «superarse» a toda costa.
78 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Una «nueva» noción de Revelación
La Iglesia y la humanidad, por tanto, según la «nueva teología» de Juan Pablo
II, no son distinguibles en su ser profundo porque este «ser profundo» es la
misma «existencia en Cristo», pero se distinguen sólo en el grado de
conciencia que poseen de este ser profundo suyo (es sustancialmente la tesis
de los «cristianos anónimos» de K. Rahner S. J. y de los «cristianismos
anónimos» de von Balthasar). Y aquí emerge una «nueva» noción de
Revelación. Nuestro Señor Jesucristo no habría hecho otra cosa sino
«manifestar plenamente el hombre a sí mismo», no ya manifestándole, como
enseña la Iglesia católica, su estado original de pecador y, por tanto, su radical
necesidad de redención, que debe conseguir mediante la fe y el bautismo,
sino manifestando al hombre su original estado de inconsciente, pero
efectiva redención, su estado naturalmente «sobrenatural». Es sólo esta
conciencia, en efecto, lo que distingue al cristiano del «no cristiano». Esta
«revelación» exterior de Cristo es secundaria y no estrictamente necesaria
porque puede existir, más aún, existe necesariamente también una
revelación interior, común a todos los hombres (fieles e infieles) y a todas las
religiones (no distinguibles ya, por esto, entre verdadera y falsas).
Una «nueva» noción de fe
De este modo, la «fe» es sólo un tomar conciencia de lo que preexiste en el
hombre, del innato, original «sobrenatural» implícito en la naturaleza
humana, y esta toma de conciencia puede suceder, sí, gracias a la revelación
de Cristo, pero puede suceder, más aún, sucede necesariamente de algún
modo, también en la «fe» de los «cristianos anónimos» (no ya, por esto,
infieles) y en los mismos «cristianismos anónimos» (no ya, por esto, falsas
religiones).
La «teología» de Asís
De aquí el «irreversible» diálogo ecuménico, que – añadimos nosotros – es la
«nueva» noción de misión; de aquí la iniciativa de Asís, cuyo «espíritu» está
precisamente en la «nueva teología» de Karol Wojtyla.
«La redención universal subjetiva es la base común… Todas las religiones
encierran verdaderas revelaciones, conocimientos y experiencias de Dios. La fe
abraza a los “creyentes” de todas las religiones. La fe es la fe de la humanidad…
La “revelación ofrecida a los hombres en Cristo”, la fe cristiana, sin embargo,
es… la fe que explicita verdadera y definitivamente el “misterio del hombre”, la
“existencia en Cristo” [de aquí la referencia a Cristo en el discurso final de
Juan Pablo II en Asís]. Esta “oferta” no es, sin embargo, en absoluto necesaria
para la salvación, ni única ni exclusiva. También en las demás religiones, se
encuentran revelación, fe y experiencia de Dios. Sobre la base de la libertad
79 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
religiosa, el diálogo interreligioso, intercambio fraterno de experiencias
religiosas en vista de un enriquecimiento recíproco, es el camino dorado que
conduce a la paz religiosa» (Dörmann, op. cit., pp. 150-151). Hasta aquí
Dörmann, a cuyo libro, por motivos de brevedad, nos vemos obligados a
remitir para la relativa documentación.
Vuelta al modernismo
Es innegable que, con la «nueva teología» del papa Wojtyla, nos encontramos
de nuevo en el modernismo, que reduce la fe (y la misma divina Revelación o
al menos su principio) al sentimiento y a la experiencia religiosa: al
«aparecerse, aunque confuso, que Dios concede a las almas en este mismo
sentimiento religioso» (se comprende así también el favor concedido por Juan
Pablo II a los actuales movimientos eclesiales, todos más o menos
carismáticos, fundados en el sentimiento); se sigue de ello la abolición de toda
diferencia entre religión natural y religión sobrenatural y, la equiparación de
todas las religiones, que pueden llamarse todas al mismo tiempo naturales y
sobrenaturales (San Pío X, Pascendi). El Cristianismo, como las demás
religiones surgidas del subconsciente de un «genio» religioso, habría surgido,
no del Cielo, sino de la subconsciencia religiosa de Cristo, «hombre de
elevadísima naturaleza, como nunca se vio ni nunca se verá», y de la primitiva
comunidad cristiana (ivi). La Revelación se reduce a la toma de conciencia
por parte del hombre de su relación íntima con Dios y es común a todas las
religiones. La Revelación cristiana fue la toma de conciencia de dicha relación
por parte del hombre Jesús; en las demás religiones, por parte de Buda,
Mahoma, etc., etc. En cuanto a la Tradición, no es, como enseña la Iglesia, la
transmisión de verdades reveladas por Dios, sino el renovarse de esta
experiencia religiosa íntima y subjetiva en cada individuo particular a lo largo
de todo el arco de las sucesivas generaciones y, en este sentido, es una
Tradición viva (ivi). Por consiguiente, «los modernistas no niegan, antes bien,
conceden, algunos veladamente, otros muy abiertamente, que todas las
religiones son verdaderas… Como mucho, en el conflicto entre religiones
diferentes, los modernistas podrán sostener que la católica tiene más verdad»,
dada la «elevadísima naturaleza» de Cristo y «que se deba indicar al hombre
que todavía no cree, escondido en él, el mismo germen que hubo en la conciencia
de Cristo y transmitido por Cristo a los hombres» (ivi). «El estudio de la
antropología – escribía Tyrrel, corifeo inglés del modernismo – nos impide
afirmar… que Dios no se revele progresivamente, en la vida moral y social de
cada alma, aunque sobre todo en la de Cristo, en la vida de todas las religiones…,
aunque sobre todo en la vida del Cristianismo… la religiosidad del futuro será
el resultado de la reflexión inductiva sobre las formas pasadas y presentes de la
religión, de un examen de ellas en cuanto están inspiradas por la Luz de la
80 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Verdad que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, y en cuanto
representan, cada una de manera especial, el esfuerzo del Divino Espíritu de
hacerse inteligible en el hombre en armonía con los demás grados de su
desarrollo moral, mental y social» (Rinnovamento, julio-agosto de 1907, Per la
sincerità). Es exactamente este el «espíritu de Asís» y el resorte secreto de los
continuos viajes «pastorales» de Juan Pablo II en Asia y Africa (incluido el
encuentro con los brujos Vudús): «Si voy recorriendo el mundo, para
encontrarme con hombres de todas las civilizaciones y religiones, es porque
confío en las semillas de sabiduría que el Espíritu suscita en las conciencias de
los pueblos: de ahí brota el verdadero recurso para el futuro humano de nuestro
mundo» (Discurso de Juan Pablo II a los jóvenes en Ravena, 11 de mayo de
1986, citado en Tutte le encicliche dei sommi Pontefici, ed. dall’Oglio, p. 1821).
Los «maestros»
¿Por qué camino llegó el «teólogo» Wojtyla al modernismo? Por el camino de
la nouvelle Théologie.
Hoy, los que «piensan que han vencido» son menos cautelosos que en otros
tiempos y, por esto, en una de las intervenciones inaugurales del «Centre
d’Archives Maurice Blondel» en la Universidad (que fue) católica de Lovaina
(¿acaso no han «vencido»?) leemos con toda claridad que para Blondel «el
sobrenatural no es una naturaleza sobreañadida [¿y cuándo ha enseñado esto
la Iglesia?], sino que es fundamentalmente la liberación de toda la naturaleza
[y, por tanto, en cuanto parte integrante de la naturaleza, el sobrenatural es
natural], la participación [¿creada o increada?] en la libertad divina» (Centre
d’Archives Maurice Blondel, Journées d’inauguration – 30-31 mars 1973 –
Textes des interventions, p. 49).
Esta alteración de la fundamental noción católica del sobrenatural, alteración
sostenida pertinazmente también por de Lubac, lleva necesariamente allí a
donde ha llegado la «nueva teología» de Juan Pablo II: a la abolición de toda
distinción entre naturaleza y gracia (si el sobrenatural está implícito en la
naturaleza humana, todos los hombres están, por ello, en estado de gracia,
«lo sepan o no, lo acepten o no por fe») y, por consiguiente, a la herejía de la
redención universal subjetiva, a la identificación de la humanidad con la
Iglesia, a la deformación de la noción de Revelación y de fe, y así
sucesivamente. Ya para de Lubac, por ejemplo, el sobrenatural implicado en
la naturaleza humana y que a partir de ella, por ello, se explica, hace de la
Revelación de Cristo un hecho secundario, accesorio: «deriva de ello – escribe
– que, en sentido estricto, no habría necesidad para el hombre de otra
revelación para conocer a su Dios: fuera de toda intervención sobrenatural, esta
“revelación natural” sería suficiente» (Sulle vie di Dio, p. 21). Y puede bastar
81 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
para comprender que la «nueva teología» pone realmente el hacha, no «a las
ramas o a los brotes, sino a la raíz misma, esto es, a la fe y a las fibras más
profundas de ella» (San Pío X, Pascendi).
La autoridad pontificia puesta al servicio de la «nueva teología»
La iniciativa ecuménica de Asís bastaría, por sí sola, para demostrarlo. No
obstante, dada la gravedad de cuanto vamos afirmando, mencionaremos aquí
otros hechos, cuyo conjunto es suficiente para eliminar toda duda restante.
Ya en el centro de la encíclica inaugural del pontificado de Juan Pablo II
(Redemptor Hominis) aparece la tesis de la redención universal subjetiva, que
el papa Wojtyla lee en la Gaudium et Spes 22, en cuya redacción colaboró
durante el Concilio: «El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en
cierto modo, a todo hombre» (la negrita corresponde a la cursiva del texto
original; véase Tutte le encicliche dei Sommi Pontefici, dall’Oglio, ed.). Y hoy,
como para demostrar inmutada la inspiración del pontificado de Juan Pablo
II, Christoph Schönborn, desde L’Osservatore Romano, nos advierte de que el
«texto-clave» del nuevo «Catecismo» es precisamente y siempre la Gaudium
et Spes 22 (L’Osservatore Romano, 12 de enero de 1993).
Sobre los viajes de Juan Pablo II ya hemos hablado. Todas las iniciativas
ecuménicas y los discursos del actual pontificado encuentran su fundamento
y su explicación, no en la doctrina católica, sino en la «nueva teología»
ilustrada más arriba: todo está centrado en el hombre y en su desarrollo
integral, que comportaría también, de por sí, la toma de conciencia del
sobrenatural inmanente en cada hombre independientemente de la fe y del
bautismo: «lo sepa o no, lo acepte o no por fe».
Si Pablo VI hizo alabar a Teilhard de Chardin como clausura del VI Congreso
tomista internacional, Juan Pablo II ha hecho todavía más: el 12 de mayo de
1981, con ocasión del centenario del nacimiento del jesuita monista-
panteísta, la Secretaría de Estado envió «en nombre del Santo Padre» una
carta altamente laudatoria al rector del Institut Catholique de París. En ella se
exalta «el estupendo eco de sus [de Teilhard] investigaciones, junto con la
irradiación de su personalidad y la riqueza de su pensamiento», se le define
«un hombre tomado por Cristo en lo profundo de su ser, atento a honrar al
mismo tiempo la fe y la razón, respondiendo en esto, como anticipadamente, al
llamamiento de Juan Pablo II: “No tengáis miedo, abrid, abrid de par en par las
puertas a Cristo, los inmensos espacios de la cultura, de la civilización, del
desarrollo”». Un precursor, en resumen, del pontificado de Wojtyla (véase
L’Osservatore Romano, 10 de junio de 1981 y sì sì no no, 15 de junio de 1981).
82 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Y sin embargo, a penas 20 años antes, el Santo Oficio había emanado contra
Teilhard un Monitum, que, aun siendo blando (estamos bajo Juan XXIII y la
influencia de Montini se hace sentir), declara que sus obras «rebosan de tanta
ambigüedad, más aún, de graves errores, que ofenden la doctrina católica». Y
siempre en la misma e inmutada línea, recientemente, el 11 de febrero de 1993,
Juan Pablo II envió – esta vez firmado por él – un mensaje público al arzobispo
de Aix para celebrar el centenario de la publicación de L’Action de Blondel:
«recordando la obra – escribe – pretendemos, ante todo, rendir honor a su
autor, que, en su pensamiento y en su vida, supo hacer coexistir la crítica más
rigurosa y la investigación filosófica más valiente con el catolicismo más
auténtico, bebiendo de las fuentes de la tradición dogmática, patrística y
mística» (L’Osservatore Romano, 12 de mayo de 1993, p. 5). Es la ratificación
póstuma de la herética pretensión de Blondel (y después de de Lubac) de
haber descubierto, después de dos mil años, el «cristianismo auténtico»
(véase sì sì no no, 15 de febrero de 1993, p. 3). No es suficiente. De Blondel
hemos documentado su obstinado desprecio por el Magisterio de la Iglesia y
hemos recordado sus «repensamientos», es decir, sus intentos, que no
convencieron a nadie, de «explicar» en sentido ortodoxo su propio
pensamiento con el fin de no incurrir en incómodas y retardadoras censuras
(véase sì sì no no, 31 de enero de 1993). Pero Juan Pablo II, en su carta elogia
«su valor como pensador, unido a una fidelidad y a un amor indefectibles hacia
la Iglesia» y propone a los «filósofos y a los teólogos actuales» el ejemplo de
Blondel, que «continuó su obra explicando incansable y obstinadamente [sic!]
su pensamiento, sin renunciar a su inspiración» (véase L’Osservatore Romano,
cit.).
La glorificación de los «padres» de la «nueva teología» y el tácito repudio de
la Humani Generis
Bajo el pontificado del papa Wojtyla, los demás padres fundadores de la
«nueva teología» pudieron recoger su parte de gloria en vida además de
muertos. El 2 de febrero de 1983, Juan Pablo II creaba cardenal a de Lubac, en
ese momento casi octogenario. Era una rehabilitación de hecho,
absolutamente injustificada y una igualmente injustificada desautorización
de hecho de la Humani Generis de Pío XII. Era también una señal cierta de la
«nueva» orientación teológica del nuevo Papa. «Se nos ha preguntado a
menudo por qué el sacerdote Wojtyla, que realizó en Roma sus estudios
teológicos bajo Pío XII, no se ha referido seguidamente casi nunca a las
enseñanzas doctrinales de aquel gran Papa. Es que él había elegido
teológicamente a de Lubac contra Pío XII. Esto se comprende mejor hoy»,
escribió en aquella ocasión el diario parisino Present (7 de enero de 1983). En
1991, de Lubac murió y L’Osservatore Romano (5 de septiembre de 1991)
83 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
incluyó en primera página los dos telegramas enviados respectivamente por
Su Santidad Juan Pablo II al card. Lustiger, Arzobispo de París, y al General de
la Compañía de Jesús, con ocasión de la muerte del «venerado» cardenal.
En el primer telegrama se lee: «Acordándome del largo y fiel servicio realizado
por este teólogo, que supo recoger lo mejor de la tradición católica en su
meditación sobre la Iglesia y el mundo moderno, ruego con fervor a Cristo
Salvador que le conceda la recompensa de su paz eterna».
Y en el segundo telegrama:
«En el curso de los años, había apreciado vivamente la vasta cultura, la
abnegación y la probidad intelectual que hicieron de este religioso ejemplar
un gran servidor de la Iglesia, notablemente con ocasión del Concilio Vaticano
II».
Seguía, en la p. 6, el curriculum y el perfil del desaparecido, trazados por la
Redacción de L’Osservatore Romano, que repetidamente (8 y 11 de
septiembre) volvía a alabar la memoria del «padre» de la «nouvelle théologie»,
condenada por Pío XII en la Humani Generis.
Urs von Balthasar, recogió en vida la gloria de parte del papa Wojtyla, no sólo
para sí mismo, sino también para la que él mismo define su «mitad» teológica:
Adrienne von Speyr. En 1985, publicitado por L’Osservatore Romano, se
celebró en Roma un simposio sobre la «mística» Adrienne y von Balthasar en
el Prólogo de Il nostro compito (Jaca Book), nos hace saber que fue el
cumplimento de un «deseo expresado en 1983 por el Santo Padre». El mismo
von Balthasar es creado cardenal, pero muere en la víspera de la «merecida
honorificencia» (Ratzinger). Sin embargo – dirá el mismo Ratzinger en la
homilía fúnebre – «lo que el Papa quería expresar con este gesto de
reconocimiento, más aún, de honor, sigue siendo válido». ¿Cómo discutirselo?
Es un hecho, sin embargo, que el gesto de reconocimiento, más aún, de
honor, fue a la pseudoteología de un pseudoteólogo que anduvo «por el
camino de la fantasía, del error y de la herejía» (véase sì sì no no, 28 de febrero
de 1993; para la homilía de Ratzinger, véase H. U. von Balthasar – Figura e
Opera, p. 541).
La hegemonía de los «nuevos teólogos»
En 1981, Juan Pablo II nombró al «nuevo teólogo» alemán Joseph Ratzinger
Prefecto de la Congregación para la Fe y recientemente lo ha confirmado en
el cargo todavía por un tercer lustro. Es otro significativo «gesto de
reconocimiento» a la «nueva teología». Cómo, en estos años, el ex-Santo
Oficio ha defendido la ortodoxia de las agresiones más virulentas del
neomodernismo se lo dejamos decir al mismo Ratzinger:
84 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
«El mito de la dureza vaticana frente a las desviaciones progresistas se ha
revelado una vacua elucubración. Hasta hoy, se han emitido fundamentalmente
sólo amonestaciones y en ningún caso penas canónicas en sentido propio»
(Discurso a la Conferencia episcopal chilena, véase sì sì no no, 15 de octubre
de 1988). En compensación, Joseph Ratzinger ha asegurado la hegemonía
eclesial de los «nuevos teólogos». Hemos hablado ampliamente de ello en el
número de sì sì no no del 31 de marzo de 1993.
En 1985, se celebra en Roma el Sínodo por el vigésimo aniversario del
Vaticano II. Es nombrado teólogo del Sínodo otro «nuevo teólogo»: Walter
Kasper, «viejo colega» de Ratzinger. Y sin embargo, Kasper niega apertis
verbis la historicidad y la autenticidad de los Evangelios y, «a la uz de la crítica
de las formas» (o Formgeschichte), considera inventados los milagros de
Jesús, desde la tempestad calmada, a la resurrección de Lázaro, a la misma
resurrección corpórea de Jesucristo Nuestro Señor, que, para Kasper,
naturalmente no es Dios (véase W. Kasper, Jesús, el Cristo y sì sì no no, 31 de
octubre de 1985, p. 4 y 30 de abril de 1989). Cuatro años después, el mismo
Walter Kasper, que es también miembro de la Comisión teológica
internacional, sin retractar ni una coma de sus herejías, es nombrado Obispo
de Rottemburg-Stuttgart. No se trata de favores personales entre «viejos
amigos», o al menos no sólo esto, sino, siempre y ante todo, de significativos
«gestos de reconocimiento» a una corriente «teológica» muy precisa. Los
carreristas saben de este modo a qué demonio vender su alma.
El aval a «Communio»
En 1992, se celebran en Roma, bajo el patrocinio de Ratzinger, los 20 años de
la fundación de la revista Communio, órgano oficial de «los que piensan que
han vencido». El 29 de mayo, Juan Pablo II recibe en audiencia a los redactores
de los diferentes Países y pronuncia un solemne discurso, en el cual evoca
«con gratitud el recuerdo de dos de sus iniciadores, eminentes teólogos de la
catolicidad, el cardenal Henri de Lubac y el padre Hans Urs von Balthasar» y
recuerda: «Como arzobispo de Cracovia, yo había tenido ocasión de animar y
promover la edición polaca [de Communio]» (véase Communio, julio-agosto
de 1992). Podemos entonces comprender perfectamente por qué de Lubac,
en vida todavía de Pablo VI, decía a sus amigos: «… el día en que será necesario
un [nuevo] papa, yo tengo mi candidato: Wojtyla» (de Lubac, en la entrevista a
cargo de Angelo Scola, publicada por 30 Giorni, julio de 1985).
Debemos detenernos aquí para no exceder los límites de un artículo, aunque
sea amplio. Citamos solamente al teólogo de la Casa Pontificia Georges
Cottier, también él «nuevo teólogo», los nombramientos episcopales de los
diferentes colaboradores de Communio (Schönborn, Scola, Corecco, Kasper,
85 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Lehmann, Martini, Lustiger, etc.) hechos pasar puntualmente por
«conservadores», mientras que en realidad son modernistas sólo un poco
cautos (y ni siquiera siempre), y todos los nombramientos de las diferentes
Congregaciones y Comisiones romanas, que, en estos momentos, están
llenos de «nuevos teólogos» (véase sì sì no no, 31 de marzo de 1993).
¿Tiene el lector todavía alguna duda sobre la orientación que, cada vez más
decididamente, ha dado a la Iglesia el papa Wojtyla? Considere que La Civiltà
Cattolica, desde siempre indicadora autorizada de las orientaciones de la
Santa Sede, de ser órgano de la ortodoxia católica, se ha transmutado
decididamente en órgano de la «nouvelle théologie». Y la prensa «católica»,
desde Avvenire al más modesto boletín parroquial, se adecua: ad instar
Principis totus componitur orbis.
Los grandes deberes de la hora presentes
No es para sorprenderse, después de todo lo dicho más arriba, que la actual
crisis haya sido paragonada a la crisis arriana, caso típico de herejía que
«amenaza a toda la Iglesia» (San Vicente de Lerins, Commonitorio).
Quien es teólogo sabe que la infalibilidad del Papa «no significa firmeza
personal en la Fe», «no garantiza una inerrancia personal» (Bartmann,
Manuale di Teologia dogmatica) y que, en el caso presente, la infalibilidad no
debe ni siquiera cuestionarse. Además, quien es teólogo sabe que, en la
teología católica, existe también la cuestión del «papa hereje», puntualmente
disputada en los periodos más oscuros de la historia del papado. La prueba
es enorme, en cambio, para quien, no siendo teólogo, está acostumbrado a
extender erróneamente la infalibilidad a todos los actos del poder pontificio
e incluso a la persona privada del Papa.
Prueba enorme, pero – ya lo hemos dicho – no insuperable. Para superar el
escándalo de la hora presente le bastará al católico atenerse a algunas
simples verdades de fe y de razón:
1) Dios no puede contradecirse y, por esto, el Espíritu Santo no puede inspirar
hoy desarrollos doctrinales o praxis en contradicción con lo ya inspirado;
2) la Revelación divina se cerró definitivamente con la muerte del último
Apóstol y, por esto, ni siquiera la Iglesia ni el Papa pueden añadirle o quitarle
nada;
3) a la Iglesia y al Papa no les ha sido prometida la revelación de nuevas
verdades (ni mucho menos de verdades contradictorias), sino la asistencia
divina al anunciar las verdades ya reveladas o al juzgar, sobre la base de la
Divina Revelación, las eventuales controversias doctrinales y, por esto,
86 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
ningún Papa puede contradecir lo que desde siempre está contenido en el
«depósito de la Fe».
«A los sucesores de Pedro les fue prometido el Espíritu Santo, no para que, por
revelación Suya, enseñaran una nueva doctrina, sino para que, con Su
asistencia, custodiaran santamente y expusieran fielmente la revelación
transmitida por medio de los Apóstoles, es decir, el depósito de la Fe» (Vaticano
I, Const. De Ecclesia Christi, Dz. 1836);
4) la infalibilidad fue prometida no al Papa actual solo, sino a los Papas de
todos los tiempos y, por esto, ningún Papa «de hoy» puede contradecir a los
Papas «de ayer»;
5) la infalibilidad no es sólo del Papa, sino también de la Iglesia universal (esto
es, de todos los lugares y de todos los tiempos; véase Vaticano I, Dz. 1839) y,
por esto, ningún Papa puede contradecir lo que en la Iglesia ha sido creído
siempre, en todas partes y por todos («quod semper, quod ubique, quod ab
omnibus creditum est»);
6) que, en el eventual conflicto entre el Papa «de hoy» y los Papas «de ayer»,
entre el Papa «de hoy» y la Iglesia de todos los tiempos, el católico debe
permanecer con los Papas de siempre y con la fe de la Iglesia universal (en el
tiempo y en el espacio), como enseña precisamente Santo Tomás (S. Th., II-
II, q. 2 ad 3).
Estas elementales verdades son sugeridas a todo católico por el «sensus
fidei» y por el sentido común. Añadimos que, cuando un Papa, en vez de
anunciar y custodiar la Verdad revelada y enseñada desde siempre en la
Iglesia, va detrás de sus propias erróneas opiniones personales, que están en
contradicción con dicha Verdad, no actúa como Papa y no puede exigir ni se
le debe prestar obediencia.
Esto puede producir dolor, pero no debe sorprender. La exacta noción de la
infalibilidad, en efecto, no excluye en absoluto esta desgraciada hipótesis. La
infalibilidad significa que la asistencia divina impedirá ciertísimamente que el
Papa llegue a imponer formalmente ex cathedra sus errores personales a toda
la Iglesia, aunque puede permitir que, con otros medios (discursos, escritos,
actos de gobierno, etc.) intente imponerlos, no formalmente, sino de hecho.
Cuando, en el Vaticano I, fue ilustrada a los Obispos la redacción final de la
Constitución sobre la infalibilidad pontificia, el relator oficial, mons. Gasser,
Obispo de Bresanona, explicó su sentido exacto:
«Si toda la Iglesia pudiera ser inducida al error por la mala fe y por la
negligencia de un Papa… la vigilancia de Cristo… impediría un
pronunciamiento infalible» («si per malam fidem et negligentiam pontificis,
87 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
universalis ecclesia in errorem induci possit… tutela Christi… iudicium tale
[infalible] impediretur», Mansi, 52, col. 1212-1214).
La infalibilidad pontificia, por tanto, no nos garantiza en absoluto que la fe
del entero mundo católico no pueda ser puesta jamás en peligro por la
«negligencia» e incluso la «mala fe» de un Sucesor de Pedro, pero nos
garantiza que la «tutela Christi», la divina asistencia, impedirá (asistencia
negativa) un pronunciamiento infalible, ex cathedra, en circunstancias tan
adversas. Como, de hecho, ha sucedido en la actual crisis, comenzando por
el Vaticano II querido solamente «pastoral».
He aquí por qué el teólogo (el verdadero teólogo, queremos decir) sabe que,
en la actual crisis eclesial, la infalibilidad pontificia no es ni siquiera
cuestionada. Esto no quita que la hora presente sea de durísima prueba para
los fieles de la Iglesia, que, para salvarse, deben conservar intacta su propia
fe contra las adversidades de las circunstancias (y, digámoslo también, de
quien se sienta en el trono de Pedro) y dar testimonio de fidelidad a Cristo y
a la Iglesia (que no se identifica con la teología personal de un Papa). Todavía
más grave es la hora presente para las nuevas generaciones, que corren el
riesgo de conocer sólo «una falsa religión cristiana, que está a mil millas de
distancia de la única Iglesia de Cristo» (Pío XI, Mortalium animos, condena
anticipada del actual ecumenismo).
La gravedad de esta hora, por esto, impone graves deberes a todos, a cada
uno según su propio estado de laico, de sacerdote, de teólogo, de obispo y de
cardenal. Además del deber de la oración y de la penitencia (solicitadas tan
insistentemente por la Inmaculada Madre de Dios en Lourdes y en Fátima),
se impone el deber de resistir y oponerse al actual curso eclesial,
defendiendo, no sólo la propia fe, sino también la de los hermanos,
proveyendo, según las propias posibilidades, a las múltiples necesidades de
la hora presente y también recordando, si el propio estado ofrece la ocasión
de ello y todavía más si lo exige, al actual Pontífice los deberes de su cargo
(cfr. San Pablo, Col. 4, 17). Son graves deberes de caridad, a los cuales no se
puede faltar sin pecar mortalmente. Actuar de manera diferente es traicionar
a Cristo, es poner en peligro la propia salvación eterna y la de los demás, es
hacerse cómplice de la «autodemolición» de la Iglesia.
88 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
IX
La desobediencia al Magisterio infalible, distintivo de la
“nueva teología”
En esta serie de artículos, hemos demostrado que, aunque condenado y
combatido por San Pío X (Pascendi) y por sus sucesores hasta Pío XII (Humani
Generis), el modernismo sobrevivió en la Iglesia como secta. La prolongada
desobediencia, hasta aquel momento más o menos clandestina, explotó con
ocasión del pastoral Concilio Vaticano II y, hoy, la «nouvelle théologie» o
neomodernismo triunfa, seguro no por la fuerza de la verdad, sino
únicamente por el favor de la autoridad (suprema o no), con grave engaño y
daño para las almas (lo que nos impide a nosotros y a todos callar).
Hemos visto que como base del neomodernismo está la falsa «filosofía
cristiana» de Blondel, que con la ilusión de conciliar a la Iglesia con el «mundo
moderno», esto es, con la filosofía moderna enferma de escepticismo y de
subjetivismo, pervierte modernistamente «la eterna noción de verdad» (San
Pío X, Pascendi), así como la de «sobrenatural» y, por tanto, la verdadera
«restauración» en la Iglesia estará marcada por la vuelta a la filosofía perenne.
Hemos ilustrado después los errores del jesuita de Lubac, «padre» de una
«nueva teología», que «evoluciona junto al evolucionar de las cosas, semper
itura, numquam perventura, siempre en camino sin alcanzar nunca la meta»
(Pío XII, alocución del 17 de septiembre de 1946). Creemos haber dado un poco
de luz sobre la hermética pseudoteología de von Balthasar, que transfiere al
campo ecuménico el «delirio filosófico» de Hegel. Hemos considerado
después el pensamiento y el comportamiento de tres personalidades
investidas de autoridad (aunque en grado diverso) en la Iglesia y a las cuales,
por ello, debe atribuirse la principal responsabilidad del actual triunfo del
modernismo: Pablo VI (que, de manera más precisa, debe ser definido
filomodernista), Juan Pablo II (que es, en cambio, personalmente un cultor de
la «nueva teología») y el card. Ratzinger.
Nos hemos esforzado en sacar a la luz, más que los errores, el desprecio del
Magisterio infalible de la Iglesia, que es como el distintivo de la «nueva
teología», y permite que sea juzgada por lo que es y vale, incluso por aquellos
que no saben de filosofía ni de teología. Es esto, en efecto, lo que querría el
«nuevo curso eclesial»: cancelar veinte siglos de Cristianismo con el pretexto
de una «vuelta a las fuentes», al «Cristianismo auténtico», en nombre de un
Concilio pastoral (que post factum afirma ser, en cambio, dogmático) y en
nombre de un «Magisterio vivo», «de hoy», que afirma heréticamente que el
Magisterio «de ayer» está muerto. Afirmación herética porque «llevaría
necesariamente a decir que todos los fieles de todos los tiempos, todos los santos,
89 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
los castos, los continentes, las vírgenes, todos los clérigos, los levitas, los obispos,
los miles de confesores, los ejércitos de los mártires, tan gran número de
ciudades y de pueblos, de islas y de provincias, de reyes, de pueblos, de reinos y
de naciones, en una palabra, el mundo entero incorporado a Cristo cabeza
mediante la fe católica, durante tan gran número de siglos ha ignorado, errado,
blasfemado, sin saber lo que debía creer» (San Vicente de Lerins,
Commonitorium).
El mito de la «restauración»
Finalmente, hemos demostrado que la pretendida «restauración» es sólo un
mito nacido del modesto, moderado y de por sí irrelevante conflicto entre el
ala moderada (que está en el poder) y el ala extremista o «integrista» del
neomodernismo. Las eventuales ilusiones generadas por dicho conflicto
deberían haberse disipado completamente por todo lo que hemos venido
documentando desde estas páginas: ninguna «restauración» puede
esperarse de quien aún hoy anda por el «camino del escepticismo, de la
fantasía y de la herejía».
Es cierto, de Lubac, von Balthasar, el papa Montini, el card. Ratzinger y el
mismo Juan Pablo II han deplorado muchas veces algunos excesos del
postconcilio.
De Lubac escribió que «el Concilio ha sido traicionado… por la acción de lo que
se me permitirá llamar un para-concilio» (Memoria in torno alle mie opere, p.
420) y parece hacer suyas las «preocupaciones» de mons. Villepelet:
«aparente inconsciencia de nuestros obispos, desviaciones políticas de su
amada “action catholique”, desórdenes litúrgicos incontrolados, decadencia
interna de los seminarios, trato privilegiado a ex-sacerdotes, desprecio de la
Tradición, descuido doctrinal (eucaristía) y moral (matrimonio, etc.), grave
responsabilidad de algunas revistas...» (ivi, p. 389). Y los demás
neomodernistas o filomoneomodernistas, fieles, por decirlo como Henrici, a
la «línea de la théologie nouvelle de Lyon», es decir, a de Lubac, se hicieron
eco de su «maestro».
Von Balthasar deploró la «tendencia a la liquidación» del ecumenismo
postconciliar (H. U. von Balthasar – Figura e Opera, p. 435). Pablo VI, ante los
alumnos del seminario lombardo lloró por la «autodemolición» de la Iglesia:
«la Iglesia se encuentra en una hora de inquietud, de autocrítica, se diría
incluso de autodemolición. La Iglesia es como si se golpeara a sí misma» (Il
Popolo, 9 de diciembre de 1968). Después, en la intimidad, con Guitton,
lamentó que los sacerdotes «han tomado la mala costumbre de recitar sólo el
Canon II, que es el más breve y el más rápido» (J. Guitton, Paul VI secret, p. 15).
90 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Y en el último coloquio llegó incluso a decir que «en el mundo católico un
pensamiento de tipo no católico parece a veces tener ventaja y es posible que
dentro del catolicismo se haga mañana el más fuerte. Pero no representará
nunca el pensamiento de la Iglesia. Es necesario que subsista un pequeño
rebaño aunque sea pequeñísimo» (ivi, p. 168).
El card. Ratzinger, en Rapporto sulla Fede, deploró también las «huidas hacia
delante» (p. 29) y habló, como de Lubac, de «Concilio traicionado», de un
«desencadenarse, en el interior de la Iglesia, de fuerzas latentes, agresivas,
centrífugas» (p. 28). Finalmente, Juan Pablo II, con ocasión de un encuentro
para las «Misiones al Pueblo», llegó a decir:
«Hay que admitir realistamente y con profunda y dolorosa sensibilidad que los
cristianos, hoy, en gran parte, se sienten perdidos, confundidos, perplejos e
incluso desilusionados; se han esparcido a manos llenas ideas que contrastan
con la Verdad revelada y enseñada desde siempre; se han propagado verdaderas
herejías, en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones,
rebeliones; se ha manipulado la Liturgia; inmersos en el “relativismo”
intelectual y moral, y por ello en el permisivismo, los cristianos son tentados
por el ateísmo, por el agnosticismo, por el iluminismo vagamente moralista, por
un cristianismo sociológico, sin dogmas definitivos y sin moral objetiva»
(L’Osservatore Romano, 7 de febrero de 1981).
La triste realidad
Estas y otras declaraciones, tomadas aisladamente, podrían inducir, y, de
hecho, han inducido a muchos, a creer en un repensamiento e incluso a una
«restauración». Desgraciadamente no es así. Bajo la pretendida
«restauración» prosigue la autodemolición radical de la Iglesia. Debemos, en
efecto, extender a todos los «moderados» lo dicho sobre el card. Ratzinger.
Ante todo, los «abusos» son deplorados como tales, no en relación con la
doctrina católica que debe ser defendida y restaurada, sino en relación con
la propia forma más moderada (y, por ello, más peligrosa) de modernismo,
que los deploradores de los abusos no desean repudiar en absoluto y
continúan tenazmente propugnando. El contraste, ni serio ni profundo,
definido ya por nosotros como una simple escaramuza, es entre los que
consideran «superado» a de Lubac (véase Paul VI secret, p. 110) y los que están
decididos a seguir siéndole fieles. «Nuestra línea es la del extremo centro. Ni
excesiva atención al Magisterio [sic!] ni contestación. Ni derecha ni izquierda.
Unión a la Tradición en la línea de la théologie nouvelle de Lyon [cuna de la
“teología” de de Lubac], que subrayaba la no contraposición [léase:
identificación] entre naturaleza y sobrenaturaleza, [y consiguientemente]
entre fe y cultura, y que se convirtió en la teología oficial del Vaticano II», aclaró
91 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
muy bien el padre Henrici S. J., en la entrevista a 30 Giorni de diciembre de
1991. Y cuál es esta «línea» lo hemos documentado en esta serie de artículos.
Por ello, cuando de Lubac escribe que el «Concilio ha sido traicionado»,
entiende traicionado con respecto a sus personales visiones y expectativas,
no respecto a la Fe católica; cuando el card. Ratiznger defiende el «Concilio
auténtico» entiende el Concilio interpretado a la luz de la «nouvelle
théologie», no de la Tradición católica; cuando Juan Pablo II habla de Concilio
interpretado a la luz de la Tradición, pretende decir: «tradición en la línea de
la théologie nouvelle» de de Lubac, es decir, de la tradición que evoluciona
con la evolución de los tiempos, y no a la luz de la inmutable Tradición
católica. Y si de Lubac parece hacer suyas las «preocupaciones» de mons.
Villeplet, en el mismo lugar escribe:
«Nuestra época “postconciliar” es, ciertamente, aunque quizá por medio de
sacudidas un poco bruscas, visitada por el Espíritu de Dios; creo también que
los signos comienzan a hacerse ver cada vez más [sic!] y quiero hacer mía la
frase de una persona que me escribía en estos últimos días: “La esperanza no
me aparece más como un deber, sino como una primavera”» (Memoria intorno
alle mie opere, p. 389). Las ilusiones sobre la «primavera de la Iglesia» creadas
por parte de la «nueva teología» son verdaderamente duras para morir. Sobre
todo cuando su muerte exige la confesión de sus propios errores y de sus
propias responsabilidades personales del desastre actual. Y, en efecto, el
«padre» de la «nouvelle théologie» declaró hasta el final que nunca había
«encontrado el modo ni sentido la necesidad de precisar nada más» (30 Giorni,
julio de 1985) acerca de su errónea noción de «sobrenatural», que, sin
embargo, se sitúa como la base de todos los errores y las herejías de la
pseudoteología contemporánea, como demostró el card. Siri en Getsemani y
como fue reconocido irresponsablemente por el mismo L’Osservatore
Romano (8 de septiembre de 1991): «H. de Lubac es, sin sombra de duda, uno de
los mayores fundadores de la teología católica contemporánea. Ni Karl Rahner
[ y – ¿por qué olvidarlo? – Hans Küng] ni menos aún H. U. von Balthasar son
pensables sin él».
A su vez, Urs von Balthasar, si deplora la «la tendencia a la liquidación» del
actual ecumenismo, no reniega, sin embargo, mínimamente su «delirio
ecuménico», su herejía – para hablar claro – de una «catolicidad que nada
omite», de una super-Iglesia sin ninguna «delimitación confesional», en la cual
(y esto lo dice Pío XII) «todos estarán, sí, unificados, pero en la ruina común»
(Humani Generis). Y si el papa Montini llora por la autodemolición de la Iglesia
y, en Paul VI secret, deplora que los sacerdotes optan (¿y por qué no deberían
hacerlo?) por el canon «más breve y rápido», en el mismo lugar dice que, con
la reforma litúrgica, «no sólo hemos conservado todo el pasado, sino que hemos
92 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
renovado la fuente, que es la tradición más antigua, la más primitiva, la más
cercana a los orígenes. Ahora bien esta tradición había sido ofuscada en el
curso de los siglos y especialmente en el Concilio de Trento» (p. 158).
Increíble en boca de un Papa, pero desgraciadamente cierto. ¿Qué sería de la
Iglesia católica, si durante tantos siglos y en un Concilio dogmático hubiese
ofuscado o dejado ofuscar la Tradición y, sólo hoy, comenzase a
redescubrirla? Ciertamente no la Iglesia de Cristo, a la cual fue prometida la
infalibilidad al custodiar inalterado el «depósito de la Fe». Y si Pablo VI, en el
último coloquio con Guitton, profetizando como Caifás (Jn. 11, 51 ss.), previó
la apostasía general y un pequeñísimo «resto» fiel, el mismo Pablo VI mostró
de manera perfectamente clara, procesando y condenando a mons. Lefebvre,
su hostilidad hacia el «pequeño rebaño» que, por amor a la Iglesia,
desaprobaba su tenaz obra de demolición.
En cuanto a Ratzinger, si en Rapporto sulla Fede, deplora las «huidas hacia
delante», al mismo tiempo excluye «vueltas hacia atrás»: «Si por restauración
se entiende un volver atrás, entonces ninguna restauración es posible. La
Iglesia va hacia delante en dirección al cumplimiento de la historia, mira hacia
delante al Señor que viene. No, hacia atrás no se vuelve ni se puede volver» (p.
29).
¿Y qué habría deseado y desearía ahora el card. Ratzinger? Una «evolución
tranquila» de la doctrina (p. 39), donde «tranquila» no significa en absoluto
armónica y coherente con dos mil años de Cristianismo: «Es al hoy [en
cursiva en el texto] de la Iglesia al que debemos permanecer fieles, no al ayer o
al mañana: y este hoy de la Iglesia son los documentos del Vaticano II en su
autenticidad» (p. 29). También allí donde estos documentos (véase Nostra
Aetate, Dignitatis Humanae, etc.) contradicen la enseñanza perenne de la
Iglesia.
Y si Juan Pablo II, al inicio de su pontificado, deploró que se han propagado a
manos llenas verdaderas herejías en el campo dogmático y moral, ha
declarado también «irreversible» el nuevo curso eclesial, que, con tenacidad
y firmeza, dignas de la causa exactamente opuesta, continúa propugnando
actualmente.
La confirmación, si es que fuera necesaria una confirmación, de todo lo que
venimos diciendo está en el comportamiento hacia los modernistas
extremistas de aquellos que han sido o están revestidos de autoridad en la
Iglesia: ni Pablo VI, ni Ratzinger, ni Juan Pablo II, han hecho uso de su
autoridad para reprimir los deplorados «abusos», a los cuales parecen
reconocer modernistamente una función estimulante en la «evolución» de la
doctrina y de las instituciones eclesiales (cfr. San Pío X, Pascendi y sì sì no no,
31 de marzo de 1993, p. 4).
93 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Su aversión y sus procedimientos disciplinarios (desde la marginación hasta
la excomunión) son reservados para aquellos que resisten para permanecer
fieles a la doctrina católica.
No moderados, sino incoherentes
Si, por tanto, nos detenemos en la parte «destruens», esto es, en la crítica de
algunos excesos postconciliares, podemos aceptar muchas afirmaciones de
de Lubac, de von Balthasar, de Pablo VI, de Ratzinger y también de Juan Pablo
II. Pero si consideramos la parte «construens», esto es, qué pretenden a su
vez los deploradores implantar en la santa Iglesia de Dios, nos damos cuenta
de que ellos ponen e imponen las idénticas premisas de las cuales han surgido
los deplorados «abusos». Y entonces, la pretendida «moderación» se desvela
por lo que es: o táctica típicamente modernista para no suscitar indeseadas
y retardadoras reacciones, o incapacidad de sacar hasta el fondo todas las
conclusiones de sus propios errores.
Ya San Pío X, en la Pascendi, distinguiendo entre un modernismo «moderado»
y un modernismo «integrista», observaba que este segundo es más coherente
que el primero: aun poniendo todos las mismas premisas, los modernistas
«integristas» llegan inmediatamente a las conclusiones finales, en cambio, los
«moderados» no. Para eliminar la ilusión de poder quedarse a medio camino,
el mismo santo Pontífice, en su admirable encíclica, tuvo el cuidado de
desarrollar hasta el fondo todas las ruinosas consecuencias de los errores que
están a la base del modernismo, atrayéndose de los modernistas de ayer y de
hoy la acusación de haber exagerado el alcance del modernismo. En realidad,
sin embargo, la incapacidad de sacar todas y hasta el fondo las conclusiones
de sus propias falsas premisas, no quita que, una vez puestas estas premisas,
las consecuencias se sigan inevitablemente. Un error pequeño en asunto de
principios, conlleva grandes y graves consecuencias, que muchos, aun
sosteniendo el error de principio, son en absoluto incapaces de prever.
«Amonestamos – escribía por ello San Pío X – … a los profesores que se
persuadan completamente de que separarse, aunque sea poco, del Aquinate,
especialmente en cosas metafísicas, no sucede sin grave daño» (Pascendi). Y el
padre Garrigou-Lagrange se hará eco de él: «Parvus error in principio, por
decirlo con las palabras del mismo Aquinate, est magnus in fine […]. Se dirá
ciertamente que exageramos, pero un error, aunque sea ligero, sobre las
nociones primeras y sobre los principios primeros tiene consecuencias
incalculables que no preveían aquellos que incurrieron en semejante error.
Las consecuencias de las nuevas visiones, de las cuales hemos hablado [la
“nouvelle théologie”] deben, por ello, ir mucho más allá de las previsiones de
los autores que hemos citado [de Lubac, Bouillard, Fessard, etc]» (La nouvelle
94 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
théologie où va-t-elle?, cit). Y que es exactamente así lo sabemos hoy incluso
demasiado bien, por dolorosa experiencia directa.
El «pecado original» del modernismo
Ninguna moderación, por tanto, sino sólo astucia o, en la mejor de las
hipótesis, incoherencia intelectual que, sin embargo, no cancela en los
«moderados» el «pecado de origen» del modernismo, porque la humilde
obediencia al Magisterio infalible de la Iglesia les habría salvado de su propia
incoherencia lógica. Lacordaire, después de su dolorosa crisis «liberal»,
escribía: «Después de diez años de esfuerzos por concebir el verdadero papel de
la filosofía de la Iglesia… ¿dónde he llegado? A las mismas conclusiones que
poseían sin inquietud aquellos que habían confiado más en la autoridad de la
Iglesia que en su propia inteligencia…
Con cuánta admiración advertí la superioridad de la Iglesia, aquel inefable
instinto que la guía, aquel discernimiento divino que aleja de ella toda sombra
de ilusión». Y, en referencia a Lamennais, del cual había sufrido su
fascinación, confesaba con mucha humildad:
«Yo me pregunté cómo una filosofía, de la cual hoy veo tan claramente la
deficiencia, ha podido tanto tiempo mantener suspendida mi razón y
comprendí que, luchando contra una inteligencia superior a la mía y queriendo
luchar yo solo contra ella, era imposible que yo no fuera vencido. Porque la
verdad no es siempre un auxiliar suficiente para restablecer el equilibrio de las
fuerzas, de otro modo, jamás el error triunfaría sobre la verdad. Es necesario,
por ello, que exista en el mundo una autoridad que sostenga a las
inteligencias débiles contra las inteligencias fuertes y que las libre de la
opresión más terrible, la intelectual y, ya que de la libertad de la inteligencia
deriva necesariamente toda otra libertad, he visto en su verdadera luz todas las
cuestiones que hoy dividen al mundo» (Lacordaire, Considerations sur le
système philosophique de M. de la Mennais).
Está precisamente aquí el «pecado original» de los modernistas, moderados
o no: haber confiado en su propia inteligencia en vez de en la infalibilidad de
la Iglesia, la única que les habría preservado del error y de su propia debilidad
intelectual. Y es esto lo que todo hijo de la Iglesia debe incansablemente
oponer a las «novedades»: la humilde sumisión al Magisterio infalible de la
Iglesia, la única que libra a las inteligencias más débiles o menos provistas de
la opresión del error. Magisterio infalible que no debe confundirse con la
teología personal de un «Papa de hoy», sobre todo si se encuentra en ruptura
con el Magisterio de dos mil años, sino que es el Magisterio armónico y
coherente de todos los Papas de todos los tiempos y de todos los Obispos de
todos los tiempos y de todos los lugares que estuvieron en comunión con la
95 LOS QUE PIENSAN QUE HAN VENCIDO – sí sí no no (Adelante la Fe)
Sede Apostólica: lo que siempre, en todas partes y por todos fue creído y
enseñado en la Santa Iglesia de Dios.
Haec est hora vestra et potestas tenebrarum
Solamente con esta vuelta de la Cabeza (visible) y de los miembros a la
Tradición tendrá lugar la verdadera «restauración», será superada la crisis
actual de la Iglesia madurada en un prolongado clima de «resistencia pasiva,
pero real» a las directivas de la Roma católica y será finalmente reparado el
duradero «pecado difundido y general contra la luz que proviene de Roma y que
brilla por los tesoros doctrinales del pasado» (La vie spirituelle, 1923, pp. 174-
175, cit. por Aubry en L’étude de la Tradition, p. 102).
La hora luminosa de la vuelta a la Tradición católica llegará. Es de fe. Si la
actual desolación a la que se ve reducida la Iglesia no bastara para demostrar
que «los que – se dice – han vencido» han perdido, en cambio, ya desde ahora,
bastaría la divina promesa: «Portae inferi non praevalebunt», los poderes
infernales pueden desencadenarse, pero jamás prevalecerán definitivamente
contra la Santa Iglesia de Dios. Haec est hora vestra et potestas tenebrarum,
pero, pasada esta hora de tinieblas, de la «nouvelle théologie» y de sus
cultores quedará sólo el triste y lamentable recuerdo.
A nosotros, que en esta hora de tinieblas debemos de todos modos dirigirnos
al puerto de la salvación eterna, nos corresponde resistir «fortes in fide» (San
Pedro), orando, abriendo el corazón a la gracia y también socorriendo en la
necesidad espiritual de esta grave hora al prójimo que la Divina Providencia
nos ha dado en suerte.
Hirpinus
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