miércoles, 8 de marzo de 2023

LA NOUVELLE TÉOLOGÍE QUE LLEVA A LA APOSTASÍA: URS VON BALTHASAR

 V

Urs von Balthasar

Otro exponente de la «nueva teología», exaltado hoy como «piedra angular

de la Iglesia» (J. Meinvielle), es el ex-jesuita suizo Hans Urs von Balthasar.

Si Maurice Blondel encarna el tipo del modernista filósofo y apologista, si

Henri de Lubac es el tipo del modernista-teólogo, Urs von Balthasar encarna

el aspecto pseudomístico y ecuménico del modernismo.

Tenemos en las manos Hans von Balthasar – Figura e Opera (ed. Piemme) a

cargo de Karl Lehmann y Walter Kasper, miembros emergentes de la

«nouvelle théologie». El libro, «escrito – leemos en la contraportada – por sus

amigos y discípulos» [Henrici, Haas, Lustiger, Roten, Greiner, Treitler, Löaser,

Antonio Sicari, Ildefonso Murillo, Dumont, O’Donnel, Guido Sommavilla, Rino

Fisichella, Max Schönborn y… Ratzinger] «pretende hacer redescubrir toda la

importancia y el valor de su [de von Balthasar] obra y de su persona».

Descubrámosla también nosotros. Es sumamente importante.

«Brillante, pero vacío»

Fue amante de la música desde su primera juventud e, igual que Montini, de

la literatura más que de los estudios filosóficos y teológicos (ivi, pp. 29 ss.).

Sólo la filosofía «mística» de Plotino tuvo el poder de «fascinarlo». Por el

contrario, la filosofía y la teología escolástica suscitaron su «rabiosa»

aversión:

«Todo el estudio durante los años de formación en la Orden de los jesuitas fue

una lucha sin tregua con el desconsuelo de la teología, con lo que los hombres

habían hecho de la gloria de la Revelación; no podía soportar esta figura de la

Palabra de Dios, habría deseado dar golpes a derecha e izquierda con la furia

de un Sansón, habría deseado, con su fuerza, destruir el templo y sepultarme a

mí mismo allí debajo. Pero esto era (si bien la misión se animase) querer

imponer mis planes, era un vivir a partir de mi infinita indignación porque las

cosas estaban así. Todo esto yo no lo decía casi a nadie. Przywara lo comprendía

todo, aun sin palabras, por lo demás no había nadie que hubiera podido

comprenderlo. Escribí la “Apokalypse” con la saña que aspira a tirar abajo un

mundo con la violencia y reconstruirlo desde sus fundamentos, cueste lo que

cueste» (ivi, p. 35, citado por la introducción a Erde und Himmel). La «misión»

del futuro destructor se perfilaba. Por el momento, el resultado fue que sus

estudios en la Compañía de Jesús concluyeron «con la doble licenciatura

eclesiástica en filosofía y teología; Balthasar nunca obtuvo un doctorado en

estas materias» (ivi, pp. 33-34). En compensación, sin embargo, el joven von


Balthasar había aprendido a correr él también tras los sistemas y las

tendencias inquietas del pensamiento moderno, animado en esto por

los «grandes animadores de la época de sus estudios» (Figura e Opere, cit., p.

35): Erich Przywara en el estudiantado de Pullach-Munich, que le «obligó» «a

confrontar a Agustín y Tomás con Hegel, con Scheler, con Heidegger» (Urs von

Balthasar, Prüfet alles, p. 9), y Henri de Lubac en el estudiantado de Lyon-

Fourvière. «Por fortuna y para consuelo – escribe von Balthasar – Henri de

Lubac vivía en casa con nosotros. Fue él el que, además del material de estudio

escolástico, nos dirigió a los Padres de la Iglesia y, con magnanimidad, nos

prestaba a todos [Balthasar, Daniélou y Bouillard] sus propios borradores y

extractos» (ibidem). Fue así que von Balthasar, «durante las lecciones, con los

oídos tapados con algodones, se leyó todo Agustín» y aprendió de los apuntes

magnánimamente prestados por de Lubac a contraponer artificiosamente la

patrística y la escolástica, cuyo lenguaje riguroso no permitía los juegos

interpretativos a los cuales los «nuevos teólogos» se entregaban con los

textos de los Padres de la Iglesia (véase Figura e Opera, cit., p. 36).

Contemporáneamente, von Balthasar tomaba conocimiento de la poesía

francesa: Péguy, Bernanos, Claudel, en cuya traducción trabajará durante

veinticinco años.

Al término de sus estudios, el que, en palabras de de Lubac, sería «el hombre

más docto de nuestro siglo» (otro sistema de los modernistas es crearse

recíprocamente un halo de inexistente grandeza: véase San Pío X, Pascendi),

lleva consigo sólo una noción, tan vasta como superficial en campos elegidos

por afición por él. El padre Labourdette O. P., con una «estocada» que dejará

su marca, definirá a uno de los primeros artículos de von Balthasar «una

página brillante, pero vacía» (ivi, pp. 47-48).

Con este «defecto de origen», von Balthasar estaba preparado para engrosar

el número de los eclesiásticos modernistas «que, fingiendo amor por la Iglesia,

carentes de todo sólido presidio de saber filosófico y teológico, antes bien,

penetrados todos de las venenosas doctrinas de los enemigos de la Iglesia, se las

dan, sin ningún timo de pudor, de reformadores de la Iglesia misma» (San Pio

X, Pascendi).

Privado de una firme formación filosófico-teológica, cultor apasionado de

poesía y de música, von Balthasar mezclará con increíble superficialidad

teología y literatura y creerá poder «crear» una teología «suya» con la misma

inventiva con la cual un artista crea su obra de arte: «Solamente mucho más

tarde, – escribe él – cuando el rayo de la vocación se encontraba ya desde años

atrás tras de mí y hube terminado los estudios filosóficos en Pullach

(acompañado de lejos por Erich Przywara) y los cuatro años de teología en Lyon

(inspirado por Henri de Lubac), con mis condiscípulos Daniélou, Varillon,

Bouillard y otros muchos, comprendí qué gran ayuda para la concepción de mi


teología debía llegar a ser el conocimiento de Goethe, Hölderlin, Nietzsche,

Hofmannstahl y sobre todo de los padres de la Iglesia, a los cuales me había

encaminado de Lubac. El postulado fundamental de mi obra Gloria fue la

capacidad de ver una “Gestalt” [forma complexiva] en su coherente totalidad: la

mirada goethiana debía ser aplicada al fenómeno [sic!] de Jesús y a la

convergencia de las teologías neotestamentarias» (Il nostro compito, Jaca Book,

p. 29).

«El conquistador de (mal) convertidos»

El 26 de julio de 1936, von Balthasar es ordenado sacerdote en la iglesia de

San Miguel de Munich. En 1939, hace una vez más los ejercicios espirituales

de treinta días, pero con el padre Steger, que «era, en el ámbito alemán, uno

de los primeros que entendió la espiritualidad ignaciana no tanto ascética como

místicamente» (ivi, p. 37). Esta propensión hacia la mística, manifestada ya a

contacto con la filosofía de Plotino, se revelará mucho más dañina para von

Balthasar «carente de todo sólido presidio de saber filosófico y teológico».

Inmediatamente después lo encontramos como capellán de los estudiantes

de Basilea, donde cultiva música y poesía (esta vez alemana). Organiza

también cursos para los estudiantes y llama, entre otros oradores, a Karl

Rahner, Congar y de Lubac; al término de aquellas veladas, «se sentaba al

piano y – de memoria – tocaba el Don Giovanni de Mozart» (ivi, pp. 39 ss.).

En Basilea se encuentra con el protestante Karl Barth, que «se convierte [tras

Przywara y de Lubac] en el tercer gran inspirador de la teología de Balthasar».

La teoría de la predestinación de Barth – escribe él – «me atraía poderosa y

constantemente» (Unser Auftrag, p. 85), pero el influjo más decisivo lo ejerció

el «radical cristocentrismo de Barth» (Figura e Opera, cit., p. 43): de aquí la

idea de un ecumenismo que los reúna a todos en torno a un Cristo, separado

de su inseparable Iglesia, que es, a fin de cuentas, el «solus Christus» de

Lutero, aunque filtrado, como veremos, a través de Hegel.

El Vaticano II estaba, sin embargo, todavía lejos y, por ello, «el encuentro con

los protestantes tenía lugar en aquellos años en Suiza casi

inevitablemente [sic!] bajo la perspectiva de la conversión» (Henrici S. J., ivi, p.

44).

Fue así que, en 1940, von Balthasar bautizó (¿a pesar suyo?) al izquierdoso

Beguin, que en 1950 sucederá al filo-comunista Mounier en la dirección de la

revista Esprit (y L’Osservatore Romano del 3 de marzo de 1979, p. 3, escribirá

que Beguin y Esprit prepararon el Vaticano II). Hecho todavía más


importante, von Balthasar bautizó a la «convertida» Adrienne von Speyr,

médico, casada en segundas nupcias con el prof. Kaegi, «mujer llena de humor

y de espíritu, de lengua mordaz, bien vista en sociedad» (ivi, p. 45).

Von Balthasar tuvo muy pronto en Basilea fama de «conquistador de

convertidos» (op. cit., p. 44). A nosotros nos parecería más exacto decir de

malconvertidos. De Beguin hemos hablado. De von Speyr nos toca hablar más

ampliamente, dado que, como de Lubac estuvo en «simbiosis intelectual» con

Blondel, von Balthasar estuvo en «simbiosis teológica y psicológica» con

Adrienne von Speyr (op. cit., p. 147).

El tándem con Adrienne

«Inmediatamente después de su conversión [de Adrienne], comenzaron a

surgir voces de milagros, que sucedían manifiestamente en los coloquios y

visitas a ella, y se murmuraba de visiones que ella habría tenido». Son

«chismorreados» también sus «regulares y largos encuentros con su director

espiritual [von Balthasar]» (ivi).

Para publicar los escritos «místicos» de Adrienne, von Balthasar funda la

editorial «Johannes» y, siempre por Adrienne, dado que los Superiores no

veían claro el «misticismo» de von Speyr, von Balthasar, en la víspera de la

profesión solemne, sale de la Compañía de Jesús, eligiendo «la obediencia

inmediata» a Dios.

Desde entonces, von Balthasar trabajará a la sombra de Adrienne, huésped en

la casa de su marido, ocupándose de literatura, teología «estética» (y

estetizante), dictados «místicos» de ella, hasta que, en 1960, la movilización

neomodernista para el Concilio lo empleará en la «febril» preparación del

Vaticano II: «Radio, televisión: ¡cuánta prisa y solicitudes para escribir sin

fin!» (ivi, p. 59).

«En Dios no es posible la contradicción»

«Este no es el lugar – leemos en la p. 51 – para someter los carismas de

Adrienne a un examen teológico-crítico». Y, en cambio, habría sido

precisamente el lugar y el caso, dado que el mismo von Balthasar afirma: «Su

obra y la mía no son separables ni psicológica ni filológicamente. Son las dos

mitades de un todo que tiene en el centro una única fundación» (p. 60, cit.

por Recehschaft o, en italiano, Il filo di Arianna attraverso la mia opera), e

inicia «Il nostro compito» (Jaca Book) escribiendo: «Este libro tiene sobre todo

el fin de impedir que, después de mi muerte, se intente separar mi obra de la de

Adrienne von Speyr» (p. 13).


Nuestros lectores recordarán el clamoroso testimonio dado por las dos

«gobernantas» italianas de von Speyr; testimonio publicado el pasado verano

por Avvenire e Il popolo de Pordenone (véase sì sì no no, 15 de octubre de

1992, p. 7: Infortuni estivi: H. Urs von Balthasar e Adrienne von Speyr). Aquí,

sin embargo, prescindiremos de ellos. Es suficiente, en efecto, como hubiera

sido suficiente para von Balthasar, aplicar los criterios que la Iglesia aplica en

casos semejantes para rechazar como falso el «misticismo» de Adrienne.

Dejaremos a parte también la rareza de los «carismas» de Adrienne, como los

«estigmas» recibidos cuando era todavía protestante, la «posibilidad dada a

su confesor [von Balthasar] de “transferir hacia atrás” a Adrianne a toda época

suya para recorrer su biografía» (Il nostro compito, p. 13, nota 1), la virginidad,

dicho por ella, recuperada después de dos matrimonios y cosas por el estilo.

Nos será suficiente, como habría sido suficiente para von Balthasar, aplicar el

criterio fundamental para juzgar toda pretendida «revelación» en la

Iglesia: «Es necesario considerar como absolutamente falsas las revelaciones

que se oponen al dogma o a la moral. En Dios no es posible la contradicción».

A la luz de este criterio fundamental, examinemos aquí, entre muchos, dos

puntos que están en el origen de dos gravísimas desviaciones conciliares y

post-conciliares:

1) la «teología de la sexualidad» de Adrianne von Speyr

2) su concepción de la Iglesia, es decir, la «Catholica».

Pero, para Adrienne y von Balthasar, Dios puede contradecirse

Según von Speyr o según von Balthasar (estamos de acuerdo con von

Balthasar en que es imposible separarles), Adrienne habría recibido del Cielo

la tarea de «repensar» el «valor positivo de la corporeidad [es decir, de la

sexualidad] dentro de la religión de la encarnación» (H. U. von Balthasar, Il

nostro compito, p. 25). Salvo que este «valor positivo» es tan «positivo» que

anula las… consecuencias del pecado original y la advertencia del Espíritu

Santo «el que ama el peligro, perecerá en él». «Las recetas de mantenerse lejos,

de no ver, en cuanto se refiere a la esfera de lo corpóreo, están hoy

agotadas» escribe Adrienne en su Diario (p. 1703; véase Il nostro compito, p.

91). Lo que está claramente contra el dogma del pecado original y la

enseñanza tradicional de la Iglesia en campo moral.

Fiel a su «revolución sensual», Adrienne concibe y expresa su relación

«espiritual» con von Balthasar mediante las categorías más crudas de la

sexualidad. Así, la génesis del instituto secular «Johannes» «es descrita como


un periodo de gestación en el que el instituto es el niño, Adrienne su madre y

Balthasar el padre» (Communio, mayo-junio de 1989, p. 91). He aquí pues

cómo «Ignacio» (que sería San Ignacio) explica a Adrienne que recibió los

estigmas (siendo protestante) para von Balthasar: «si bien [Adrienne y

Balthasar] fueran vírgenes [Adrienne prodigiosa e independientemente del

«valor positivo» de la sexualidad], esta era una manera con la que la mujer

podía ser marcada por el hombre» (Commnunio, mayo-junio de 1989, pp. 91

ss., citado de Erde und Immel, la obra póstuma de Adrienne, II, par. 1645). Y

para que no existan dudas sobre el lenguaje atribuido por la «mística»

Adrienne a «Ignacio» se lee todavía lo que sigue:

«La fecundidad espiritual del hombre será puesta en la carne de la mujer, para

que pueda llegar a ser fructífera. En este sentido, la fecundidad de Hans Urs von

Balthasar fue puesta en los estigmas que Adrienne había recibido para él» (ivi,

citado también de E. u. I., II, par. 680). Y puede ser suficiente para

preguntarse fundadamente si no nos encontramos ante un caso de

sensualismo pseudo-místico.

Aquí, sin embargo, nos interesa sobre todo indicar, en la «inteligencia del

valor positivo de la corporeidad» por parte de Adrienne, una de las causas, si

no la causa determinante de la actual exaltación de la sexualidad, en auge

desgraciadamente también entre los religiosos siguiendo el eslogan de la

«integración afectiva».

¿Y von Balthasar? Tampoco admitía que «pueda ser disminuido el significado

del cuerpo masculino y femenino (y, por tanto, del sujeto humano masculino y

femenino) [¡de aquí el «Queridos hermanos y hermanas» y los discursos sobre

la «masculinidad» y la «feminidad» de Juan Pablo II!] precisamente allí donde

se habla de una seria encarnación del Hijo de Dios» (A. Sicari O. C.

D., Communio, nov-dic. de 1991, p. 89). Y en su concepción estetizante de la

teología, deploraba: «¿Dónde ha ido a parar el eros en la teología y el

comentario al Cantar de los cantares [entendido como poema erótico,

naturalmente], que hace parte del centro de la teología?» (Figura e Opera, cit.,

pp. 58 s.).

Existe, sin embargo, algo peor. Von Balthasar sabe perfectamente que la

«teología mística» de la visionaria no cuadra con la doctrina católica. «En la

obra teológica complexiva de Adrienne – escribe – existen algunas partes que,

sacadas de contexto, podrían resultar tal vez extrañas [y así siguen siendo en

su contexto]» (Il nostro compito, p. 14). En el Prólogo, además, admite

claramente que las obras de Adrienne son «a primera vista asombrosas y

quizá desorientadoras [sic!] para algunos lectores» (ivi, p. 9). Esto, sin

embargo, en von Balthasar no suscita dudas sobre el carisma de Adrienne,


sino que, si bien en la… ¡doctrina católica! «Las cosas – escribe – están a

menudo de manera que la teología actual no llega (o no llega todavía) [sic!] a

comprender lo que se indica [en las visiones y en los dictados de

Adrienne]» (ivi, p. 16). Lo que no puede decirse si no admitiendo que la

doctrina católica pueda evolucionar en contradicción consigo misma, dado

que la «teología mística» de Adrienne no es oscura o, mejor, solamente

oscura, sino que es también la antítesis de la teología católica.

Desgraciadamente, von Balthasar no sólo no aplicaba (quizá no los poseía) los

criterios teológicos necesarios para ver con claridad el «misticismo» de von

Speyr, sino que compartía con Blondel y de Lubac la nueva noción vitalista y

evolucionista de la verdad, por la cual en Dios y, por tanto, en el desarrollo

de la doctrina católica, «es posible la contradicción». Esto aparecerá todavía

más evidente por el segundo punto que vamos a empezar a examinar y que

nos permitirá comprender la bocanada de locura ecuménica que embistió a

algunos responsables de la Iglesia católica, extendiéndose sin ningún freno.

La «Catholica» no católica

Adrienne afirma que, para ella, a von Balthasar le fue confiada por el Cielo una

«misión eclesial». Urs von Balthasar habla de ello en Il nostro compito, p. 61

(Unser Auftrag, p. 78; véase también Communio, mayo-junio de 1989, p. 102,

que da, entre paréntesis, las necesarias explicaciones del texto). Adrienne, en

una visión «mariana» dice a Dios: «nosotros [Adrienne y von

Balthasar] deseamos ambos amarte, servirte y darte gracias por “la Iglesia que

nos confías”». En el texto, estas palabras están en francés: «Nous voulons tous

deux t’aimer, te servir et te remercier de “l’Eglise que tu nous confies”». «Estas

últimas palabras – continúa Adrienne – fueron improvisadamente

pronunciadas y dictadas por la Madre de Dios, esto es, nosotras [la Madre de

Dios y Adrienne] las dijimos las dos juntas, y al niño (el nuestro [de Adrienne

y de von Balthasar], ya sabes) me lo entregó, durante una fracción de segundo,

en mis brazos, pero no era sólo el niño, era la Una Sancta en miniature [en

miniatura], y así me parece que exista una justa unidad de todo lo que nos ha

sido asignado, es trabajo en Dios para la Catholica».

¿Qué es este otro «niño» de Adrienne y von Balthasar, esta «Iglesia» llamada

la «Catholica», que Dios les habría confiado?

En la introducción a la Mística objetiva de Adrienne von Speyr, a cargo de

Barbara Albrecht (Jaca Book, p. 72), leemos sobre la «mística» Adrienne esta

asombrosa afirmación:


«Aunque [Adrienne] se separó clara y decididamente de la forma protestante

del cristianismo por una necesidad interior, falta en su concepto de ‘católico’

cualquier delimitación confesional». Por tanto, si la separación del

protestantismo en Adrienne fue clara y decidida, todo lo contrario que clara

y decidida fue su conversión al Catolicismo. A menos que no se dé al término

«católico» un significado absolutamente diferente del usual.

Debe advertirse incidentalmente que cuanto escribe Albrecht corresponde

perfectamente al testimonio de la gobernanta italiana de von Speyr, que,

como buena católica véneta, afirma decididamente: «Leí yo también

esta historia de la “mística”. Pero no me gusta nada; ¿para qué escribir tantas

estupideces? La Señora no era de iglesia: ¿sabe que iba a Misa dos veces al

año, en Navidad y en Pascua?» (Il Popolo di Pordenone, 16 de agosto de 1992,

p. 3, las cursivas aparecen en el texto original; véase también sì sì no no cit.).

El mismo concepto de «católico», carente de «cualquier determinación

confesional», lo encontramos en von Balthasar, el cual afirma ser deudor de

él también de von Speyr. Sobre Katolisch (Cattolico, 1975), en efecto,

escribe: «la pequeña obra es al mismo tiempo un homenaje a mis maestros E.

Przywara y H. de Lubac como también a Adrienne von Speyr, todos los cuales,

frente a una angosta teología escolástica, me mostraron la dimensión de la

realidad católica vasta como el mundo» (Il nostro compito, Jaca Book, p. 67).

Y en esta «catolicidad que nada omite» (ivi, p. 32), todo encuentra su lugar y

su justificación: la verdadera y las falsas religiones, la Iglesia católica y las

sectas heréticas y/o cismáticas, lo sagrado y lo profano, la religión y el

ateísmo; en resumen: el error y la verdad, el bien y el mal. Exactamente como

en la dialéctica hegeliana.

El iceberg

Profundicemos el tema: Urs von Balthasar – admite Communio – es exaltado

como «teólogo de la belleza» y «al mismo tiempo es criticado por su estilo

hermético y complicado» (mayo-junio de 1989, p. 83). Además – escribe

también Communio – cuanto de él es conocido y se dice «representa – honni

soit qui mal y pense — sólo la punta del iceberg». Echemos un vistazo, por

tanto, a lo que navega bajo el agua, es decir, más allá de metáforas, a lo que

se esconde bajo el estilo hermético y complicado, para ver si existe o no razón

para pensar mal.

Aparentemente, los escritos de von Balthasar son abstrusos y herméticos y

su comportamiento incomprensible. Por ejemplo, trabaja para demoler la

teología católica y la Roma católica, pero critica duramente a Karl Rahner y

el «complejo anti-romano»; quiere un ecumenismo lo más latitudinario


posible, que abrace también las religiones paganas e idólatras, pero critica la

«tendencia a la liquidación» de los católicos post-conciliares. Basta, sin

embargo, con poseer la adecuada clave interpretativa de su teología y todo

se hace claro. Esta clave interpretativa es el idealismo en general y la lógica

hegeliana en particular, que – como se sabe – es diametralmente opuesta a

la lógica aristotélica y tomista, como también al sentido común.

Mientras que la lógica aristotélica, en efecto, tiene como fundamento suyo el

principio de identidad o de no contradicción, según el cual los opuestos se

excluyen, la lógica hegeliana está fundada sobre el principio exactamente

contrario: los opuestos no sólo no se excluyen, sino que son el alma de la

realidad, siendo momentos necesarios, aunque abstractos, de la realidad, la

cual es una «síntesis» de opuestos en la cual dichos opuestos (afirmación y

negación, «tesis» y «antítesis») encuentran su superación y su verdadera

realidad.

Urs von Balthasar aplicó a la eclesiología esta lógica abstrusa y hermética,

porque ignora el «terror a la contradicción» connatural a todo hombre de

sentido común, y de ello salió el actual… ecumenismo: las muchas «Iglesias»,

las varias «religiones», los mismos «ateísmos» con sus contradicciones no

asustan a von Balthasar ni, a su juicio, deben asustar a nadie, porque sólo son

momentos (tesis y antítesis, afiramaciones y negaciones) del proceso que

conducirá inevitablemente, por intrínseca necesidad, a la síntesis que es la

«Catholica» («la catolicidad que nada omite», la universalidad sin exclusiones

de ningún tipo), en la cual se realizará (finalmente, después de dos mil años)

la verdadera Iglesia de Cristo.

Una vez en posesión de esta «clave», la teología de von Balthasar de

«hermética» se vuelve transparente y todos pueden ver la enormidad del

iceberg que navega bajo el agua contra la santa Iglesia de Dios.

Del «delirio filosófico» al delirio ecuménico

Del «delirio filosófico» de Hegel (así lo definió Schopenhauer) no podía sino

nacer el actual delirio ecuménico.

Con esta clave interpretativa, en efecto, es posible comprender todos los

enigmas de von Balthasar y del actual ecumenismo, del cual es el «maestro»

y el «autor». Se comprende, en efecto, por qué en el diálogo

ecuménico «permanece una sola cosa: confiarse a las configuraciones

eclesiales y teológicas y a la rivalidad entre ellas» (Figura e Opera, cit., p. 417).

Es el necesario juego de los opuestos que solamente conducirá a la

síntesis: «Si se toma en serio esta indicación [“confiarse… a la rivalidad”] –


escribe von Balthasar –, ella exige entonces mucho a aquellos que luchan

cristianamente por la catolicidad: sobre todo no fijarse [los católicos no menos

que los otros] en ningún sistema, del cual, a priori, se suponga que sería

omnicomprensivo; que ofrecería la visual más amplia, dejaría a sus espaldas

los puntos de vista contrapuestos» (ivi, citado de Aunspruch auf Katolizität, p.

66). Esta omnicomprensividad, en efecto, será dada sólo a la «Catholica», que

es la síntesis, y no a los actuales sistemas (incluido entre ellos el «sistema»

católico), que son tesis y antítesis destinadas a superarse anulándose en la

síntesis.

A los «sistemas» actuales se les piden sólo dos cosas: por una parte, para

favorecer la síntesis, la «relajación y el deshielo» de su propia rigidez en torno

a un punto de vista que excluya los puntos de vista opuestos; por otra,

la «competición», dejar jugar a la «rivalidad» con los demás sistemas,

incluidas entre ellos las «formas de cristianismo anónimo» (ivi, pp. 69-70). La

síntesis, en efecto, surge precisamente del juego de los contrarios. Todo ello

es incomprensible para la lógica aristotélico-tomista, que es la lógica del

sentido común, pero no para la lógica hegeliana.

Se comprende entonces por qué el actual ecumenismo (véase Asís) pone en

el mismo plano y, sin embargo, mantiene separadas a las varias «religiones»

(«no queremos sincretismos» y es verdad) y, aun promoviendo el «diálogo»

más diseminado, quiere que los budistas sean buenos budistas, los católicos

buenos católicos (según la «nueva teología», se entiende), los protestantes

buenos protestantes y así sucesivamente: la «competición», el juego de

las «rivalidades», de las condiciones y de las contraposiciones es esencial al

proceso que conducirá a la super-Iglesia ecuménica, la «Catholica», síntesis

de todas las religiones, solamente en la cual las contradicciones y las

contraposiciones serán superadas.

Se comprende perfectamente también por qué von Balthasar tuvo, como de

Lubac, su personal «crisis» post-conciliar, que, sin embargo, tampoco fue

para él una conversión (véase Figura e Opera, cit. pp. 434 ss.). No entraba, en

efecto, en su lógica, tomada prestada de Hegel, que los católicos liquidaran

sic et simpliciter su identidad: la Catholica es también ella, más aún, sobre

todo ella «communio [comunión] entre lo que aparentemente parece

excluirse» (Communio, julio-agosto de 1992, H. Urs von Balthasar, Communio:

un programma) y, por tanto, los contrastes son esenciales a la realización de

dicha «comunión», exactamente como, en la lógica hegeliana, la tesis y la

antítesis son esenciales a la realización de la síntesis, por lo cual si la tesis

deja la «competición» y se vuelve también ella antítesis, no se dará nunca la

síntesis (véase Figura e Opera, cit., pp. 417 s.).


He aquí por qué la Iglesia católica no debe «poner entre paréntesis», sino que

debe «integrar» (es la «palabra clave» para von Balthasar) en el «todo

católico» (= la Catholica) lo que es juzgado actualmente como «extra

católico» (ivi, p. 446). En su cacareado y mayoritariamente mal entendido

libro El complejo antirromano, que lleva el subtítulo increíble y significativo

(y mayoritariamente no apreciado): «¿Cómo se puede integrar el Papado en al

Iglesia universal [= Catholica]?», von Balthasar sugiere precisamente el modo

de integrar «este elemento que aparece engorroso en el todo católico», que

claramente no es la Iglesia católica. Y he aquí el modo sugerido: la Iglesia debe

ser no sólo petrina, sino también paulina, mariana y joánica (ivi, p. 447). Y así,

el primado de jurisdicción, definido por el Vaticano I se desvanece tras un

vago primado de la caridad, inventado por von Balthasar (y por sus

«hermanos separados»), por lo cual Juan Pablo II viaja desde hace años por el

mundo como San Pablo explicando a los periodistas que ¡él ha recibido no

sólo el carisma petrino, sino también el paulino!

La apostasía

Sin embargo, basta conocer el Catecismo de la Iglesia católica (no el nuevo,

se entiende) para comprender que el ecumenismo de von Balthasar es una

verdadera propuesta de apostasía.

Cristoph Schönborn, secretario redaccional (¡el que lee contemple!) del

nuevo «Catecismo», con ocasión del primer aniversario de la muerte de von

Balthasar, ilustró su ecumenismo en la iglesia de Santa María en Basilea

(véase Figura e Opera, cit., pp. 431 ss.; Il contributo di Hans Urs von Balthasar

all’ecumenismo).

¿Qué es el ecumenismo para von Balthasar? la «integración en el todo de la

Catholica» (ivi, p. 448), la cual Catholica no existe todavía, es por

ahora «prometida, esperanza escatológica». He aquí, en efecto, cómo

Schönborn explica el «alcance ecuménico» de la «figura» de María en von

Balthasar: «en María aparece la Iglesia como la ecclesia sancta et immaculata,

en la que la figura plena de la Iglesia, su “catolicidad”, es no

sólo promesa, esperanza escatológica, sino plenitud ya realizada». Por tanto,

en contra de la Fe constante e infalible de la Iglesia, reafirmada por Pío XI en

la Mortalium animos, en contra del dogma que todo católico tiene el deber

de profesar («Credo Ecclesiam unam, sancta, catholicam»), la catolicidad de la

Iglesia no es una realidad realizada desde hace dos mil años, sino una realidad

que debe todavía realizarse, una simple «promesa, esperanza

escatológica» (que no se ve por qué tendremos que esperar, dado que, si fuera

así, habrían fracasado todas las promesas de inmediata realización hechas

por Nuestro Señor Jesucristo).


Y la actual Iglesia católica ¿qué es para von Balthasar? Un «sistema» entre

tantos, una de las muchas «configuraciones eclesiales», tesis o antítesis (según

rechace o sea rechazada) que será superada y anulada por la «Catholica», al

igual que las sectas, que las religiones paganas e idólatras y que los

diversos «marxismos».

En el Catolicismo, en efecto, no menos que en el protestantismo, para von

Balthasar, «la negación del otro, el rechazo de la comunión» habría

producido «una unidad que, en el fondo, era solamente reunirse en torno a un

punto de vista rígido» (véase Figura e Opera, cit., p. 407).

La Iglesia católica es «la realización romana de la Catholica» (ivi, p. 405); la

Iglesia católica, al igual que las sectas heréticas y/o cismáticas, que el mismo

judaísmo y que las demás «formas anónimas de Cristianismo», es «el todo en

el fragmento», en el que el todo es la Catholica y la Iglesia católica es uno de

tantos fragmentos, que inevitablemente remiten al todo: «Cada fragmento –

escribe von Balthasar – suscita el pensamiento del sagrado vaso del cual

provenía, cada cuerpo es leído por el espíritu, a partir de la intacta obra

entera» (citado en Figura e Opera, p. 409) y la Iglesia católica es

un «fragmento», un «cuerpo» entre tantos otros.

¡Y entonces aparece claro por qué no se enseña ya que la Iglesia de

Cristo «es» la Iglesia católica, sino que se continúa enseñando con el Vaticano

II (véase en nuevo «Catecismo») que la Iglesia de Cristo «subsistit

in», «subsiste» en la Iglesia católica, exactamente como «el todo en el

fragmento»! He aquí por qué, en el «diálogo ecuménico», el católico, en

materia de fe (estése atentos) debe aprender no menos de los demás:

«para los católicos es extraordinariamente imperativo escuchar atentamente

la voz de quien nos sugiere y nos remite a algún pedazo que falta [sic!] o es

escasamente valorado de la integridad de la fe» (H. Urs von Balthasar, en Kleine

Fibel, p. 92, citado en Figura e Opera, p. 444).

He aquí por qué hoy – como escribe Romano Amerio – «se profesa

abiertamente que la unión no se debe hacer por conversiones individuales, sino

por acuerdo de grandes colectivos [las varias tesis y antítesis] como son las

Iglesias», y esta unión debe hacerse no ya por un retorno de los separados a

la Iglesia católica, sino «por un movimiento de todas las confesiones hacia un

centro que está fuera de cada una [la síntesis en devenir]» (R. Amerio, Iota

Unum, Ricciardi ed., Roma-Napoli, I ed., p. 473). Y aquí, la propuesta de

apostasía, esto es, de abandono de toda la doctrina de la Fe, se hace patente.

¿Dónde se encuentra la Divina Revelación en su integridad y pureza sino en


la Iglesia católica? Proponer más o menos larvadamente a los católicos el

éxodo de la Iglesia católica es proponer la apostasía:

«La fe en Jesucristo no permanecerá pura e incontaminada si no será sostenida

y defendida por la fe en la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (I Tim. III,

15)» (Pío XI, Mitt brennender sorge).

El desprecio del Magisterio

Como conclusión, nos interesa subrayar que von Balthasar, al igual que

Blondel y de Lubac, cultivó «su» teología con evidente desprecio del

Magisterio de la Iglesia, en particular de San Pío X, que, en la Pascendi (1907),

condena el ecumenismo, en el cual desemboca inevitablemente el

naturalismo de los modernistas, y de Pío XII, que, en la Humani Generis,

condena tanto el intento de conciliar el idealismo, y, por tanto, Hegel, con la

teología católica, como el ecumenismo, en el cual todos habrían estado «sí,

unificados, pero en la ruina común».

«¿Dónde va la nueva teología con los nuevos maestros en que se inspira?

¿Dónde sino por la vía del escepticismo, de la fantasía y de la herejía?» escribía

en 1946 el padre Garrigou-Lagrange. Y los nuevos «maestros» eran Hegel y

Blondel, al que Fessard (de la «banda» de de Lubac), no sin razón,

llamaba «nuestro Hegel» (véase A. Russo, H. de Lubac: teologia e dogma nella

storia – L’influsso di Blondel). Hoy, en campo ecuménico, más que en la

fantasía, estamos en el delirio.

En uno de los más escandalosos documentos «ecuménicos», «Subsidios para

una correcta presentación del judaísmo», a cargo de la Comisión para las

relaciones con el judaísmo, presidida por el card. Willebrands (véase sì sì no

no de agosto de 1985, pp. 1 ss.), se lee que católicos y judíos tienden, «aunque

partiendo de dos puntos de vista distintos [léase: opuestos], hacia fines

análogos [sic!]: la venida o el retorno [¡es lo mismo!] del Mesías». Es,

exactamente, el pensamiento (si así se le puede llamar) de von Balthasar, que,

como Hegel, encuentra la manera de conciliar todos los opuestos, haciendo

violencia a la realidad de los hechos: «Pedro, el negador, abandona el juicio al

Señor y se solidariza [sic!] con los judíos [cucificadores de Cristo]… junto a

vosotros judíos, también nosotros cristianos esperamos la (re-) venida [sic!] del

Mesías» (H. U. von Balthasar, Communio: un programma, retomado

en Communio, julio-agosto de 1992, p. 57).

Von Balthasar, sin embargo, y sus compañeros de la nueva teología, no

habrían conseguido imponer en la Iglesia sus nebulosas elucubraciones, que

no tienen de su parte ni a la fuerza de la verdad de razón ni a la fuerza de la

verdad revelada, si no hubiera ascendido a la cátedra de Pedro, J. B. Montini,

mal teólogo y filo-modernista, que puso al servicio de la «nouvelle théologie»

su altísima autoridad, y si su sucesor no fuera su continuador y su eufórico

divulgador. Pero de esto volveremos a hablar.




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