22 de junio
SAN PAULINO DE NOLA, OBISPO Y CONFESOR
Vidas de los Santos de A. Butler
San Paulino, cuyo nombre completo era Poncio Meropio Anicio Paulino, fue uno de los hombres más notables de su época, a quien elogian, en términos de afectuoso aprecio o de admiración, san Martín, san Sulpicio Severo, san Ambrosio, san Agustín, san Jerónimo, san Euquerio, san Gregorio de Tours, Apollinario, Cassiodoro y otros antiguos escritores. Su padre, prefecto en las Galias, poseía tierras en Italia, Aquitania y España. Paulino vino al mundo cerca de Burdeos. Desde pequeño tuvo como maestro de poesía y retórica al famoso poeta Ausonio. Guiado por tan magnífico tutor, el muchacho colmó las grandes esperanzas que habían sido puestas en él y, cuando era todavía muy joven, se hizo notar y aplaudir en la tribuna. «Todos -dice san Jerónimo- admiraban la pureza y elegancia de su dicción, la delicadeza y generosidad de sus sentimientos, la fuerza y dulzura de su estilo y la vivacidad de su imaginación».
Se le confiaron numerosos cargos públicos y,
si bien no sabemos cuáles fueron, hay razones para suponer que desempeñó
un alto puesto en Campania y también fue prefecto en el Nuevo Epiro.
Sus deberes, cualquiera que fuesen, le mantenían en constante actividad,
en viajes continuos y largos y, en el curso de su vida pública, hizo
muchos amigos en Italia, las Galias y España. Se casó con una dama
española llamada Terasia y, al cabo de algunos años, se retiró a sus
propiedades de Aquitania para descansar y cultivar su espíritu con la
lectura. Fue entonces cuando entabló relaciones consan Delfino,
obispo de Burdeos, quien posteriormente convirtió y bautizó a Paulino y
a su hermano. Después de su conversión, alrededor del año 390, se fue a
vivir con su esposa en las tierras que poseía en España, donde nació su
primer hijo, luego de varios años de espera; pero aquella criatura
murió a los ocho días de nacido. Desde aquel momento, Paulino y su
esposa resolvieron llevar una vida más apegada a la doctrina cristiana,
con la práctica de la austeridad y la caridad y, sin más trámites,
comenzaron a disponer de una parte considerable de sus muchos bienes
para beneficio de los pobres. Aquella prodigalidad tuvo un resultado
que, al parecer, fue una sorpresa para el matrimonio, sobre todo para
Paulino. El día de Navidad, alrededor del año 393, como respuesta a una
espontánea, repentina e insistente petición del pueblo, el obispo de
Barcelona confirió a Paulino, en su catedral, las órdenes sacerdotales, a
pesar de que ni siquiera había llegado a ser un diácono. El caso de
conferir las órdenes sagradas por aclamación popular, tiene otros
ejemplos: aparte del bien conocido caso de la elevación de san Ambrosio a
la sede episcopal, tenemos un incidente similar que ocurrió al esposo
desanta Melania la Joven (Melania
y Piniano, no sólo eran contemporáneos, sino amigos personales de san
Paulino y, lo mismo que él, se habían desprendido de grandes sumas de
dinero para distribuirlas en limosnas).
Pero si los ciudadanos habían abrigado la
esperanza de retener con ellos a Paulino, quedaron desengañados. Ya
desde antes habían resuelto establecerse en Nola, una población pequeña
cerca de Nápoles, donde también tenía propiedades. Tan pronto como dio a
conocer sus intenciones y trató de vender sus posesiones en Aquitania,
como lo había hecho con las propiedades de Terasia en España, surgieron
las objeciones de los amigos y las oposiciones de los parientes. Pero no
se dejó arredrar por ello y llevó a cabo sus propósitos: se trasladó a
Italia, donde san Ambrosio y otros amigos le recibieron cordialmente. En
cambio, en Roma tuvo una fría recepción por parte del papa san Siricio y
sus clérigos, los cuales, probablemente, se hallaban resentidos por el
carácter anticanónico de su ordenación. Por lo tanto, la permanencia de
Paulino en Roma fue muy breve y partió hacia Nola con su esposa. Ahí
estableció su residencia en una gran casa de dos pisos, fuera de los
muros de la ciudad, no lejos del lugar donde se veneraba la tumba de san
Félix. A pesar de sus cuantiosos donativos, aún conservaba bastantes
propiedades en Italia y una fortuna considerable.
Pero de todo esto se desprendió también, poco a
poco, en obras de caridad y en el patrocinio de proyectos que
favoreciesen a la religión y a la Iglesia. Construyó una iglesia en la
población de Fondi, dotó a Nola del acueducto que tanto necesitaba y
socorrió a un ejército de pobres, deudores, vagabundos, mendigos y
enfermos, muchos de los cuales, vivían prácticamente en el piso bajo de
su casa. Paulino, con algunos amigos, ocupaba la planta alta donde todos
llevaban una existencia dedicada a la oración y la penitencia, muy
semejante a la monástica. Se supone que Terasia era el ama de llaves que
atendía a todos los moradores de aquel establecimiento. Contigua a él,
había una casa más pequeña, con jardín, que servía para hospedar a los
visitantes. Entre los que gozaron de aquella hospitalidad, se pueden
mencionar a santa Melania la Vieja y al obispo misionero san Niceto de
Remesiana, quien estuvo ahí en dos ocasiones. Es muy notable el relato
que se conserva en la biografía de Melania, la Joven, donde describe su
llegada a Nola con su esposo y otros fieles cristianos. Cuando san
Paulino fijó ahí su residencia, había ya tres pequeñas basílicas y una
capilla, en torno a la tumba de san Félix, el que fuera presbítero del
lugar; Paulino agregó una iglesia más, cuyos muros hizo adornar con
mosaicos, el propio santo escribió, en verso, una descripción del
edificio y sus ornamentos. Tres de aquellas iglesias compartían la
puerta de entrada y, seguramente estaban comunicadas por el interior, de
manera semejante a como se comunicaban las siete antiguas basílicas que
forman la iglesia de San Esteban, en Bolonia. Cada año, en ocasión de
la fiesta de San Félix, Paulino le rendía lo que él llamaba un tributo
de su servicio voluntario, en la forma de un poema. Catorce o quince de
esas obras se conservan todavía.
A la muerte del obispo de Nola, alrededor del
año 409, san Paulino fue señalado, naturalmente, como el único indicado
para ocupar el puesto vacante y, en consecuencia, se hizo cargo de la
sede episcopal hasta su muerte. Fuera del dato de que gobernó con gran
sabiduría y liberalidad, no tenemos otras informaciones que ilustren su
carrera como pastor de almas. Una vez al año, en ocasión de la fiesta de
San Pedro y San Pablo, iba de visita a Roma; pero de otra manera, nunca
abandonaba Nola. En cambio, gustaba de escribir cartas y, por
correspondencia, sostenía sus relaciones con todos sus amigos y con los
más destacados hombres de la Iglesia en su época, especialmente con san
Jerónimo y san Agustín; a este último le consultaba a menudo sobre
diversas cuestiones, incluso la aclaración de ciertos pasajes oscuros de
la Biblia. Precisamente, para responder a una solicitud de Paulino,
escribió San Agustín su libro «Del cuidado a los muertos», en el que
declara que las pompas fúnebres y otros honores ostentosos, sólo sirven
de consuelo a los deudos y no al difunto. San Paulino vivió hasta el año
431, y los últimos momentos de su existencia quedaron descritos en la
carta de un testigo, llamado Uranio. Tres días antes de expirar fue
visitado por dos obispos, Símaco y Acindino, con los cuales celebró los
divinos misterios, sin alzarse del lecho. Después se le acercó el
sacerdote Postumiano para advertirle que se debían cuarenta monedas de
plata por la compra de ropas para los pobres. El santo moribundo repuso,
con una sonrisa que, sin duda, alguien iba a pagar la deuda de los
pobres y, casi inmediatamente, llegó un mensajero portador de un
donativo de cincuenta monedas de plata. El último día, a la hora de
vísperas, cuando se encendían las lámparas en la iglesia, el obispo
rompió su prolongado silencio y, al tiempo que levantaba una mano,
musitó estas palabras: «Ya tengo preparada una lámpara para mi Cristo».
Pocas horas más tarde, los que le velaban sintieron un estremecimiento
bajo sus pies, como el de un ligero terremoto y, en aquel momento, san
Paulino entregó su alma a Dios. Fue sepultado en la iglesia que había
construido en honor de san Félix. Poco después, sus reliquias fueron
trasladadas a Roma, pero, posteriormente, en 1909, fueron devueltas a
Nola, por orden del santo papa Pío X.
De los escritos de san Paulino, que parecen
haber sido muy numerosos, se conservan treinta y dos poemas, cincuenta y
un cartas y unos cuantos fragmentos. Se le considera como el mejor
poeta cristiano de su época, después de Prudencio. Su epitalamio para
Julián, obispo de Ia y Eclanum, es uno de los poemas cristianos más
antiguos que se conocen. No existe una biografía propiamente dicha de
san Paulino, escrita en tiempos antiguos, pero en cambio contamos con la
carta de Uranio para describir su muerte y con una breve nota de san
Gregorio de Tours. Además, en la correspondencia del mismo Paulino y en
las referencias de sus contemporáneos, encontramos una cantidad
considerable de material biográfico.
Ése fue el material que se utilizó en el Acta
Sanctorum, junio, vol. V. Otra fuente de información que llegó a
conocerse en tiempos relativamente recientes, es la Vida de Melania la
Joven, en textos griegos y latinos, que se encontrarán en la edición del
cardenal Rampolla, Santa Melania Giuniore (1905). Las biografías
modernas mejores son las de A. Buse, F. Lagrange y A. Baudrillart.
N.ETF: La «Patrología» de Quasten-Di Bernardino, BAC 422, tomo III, pág
351ss. ofrece una noticia biográfica en algunos puntos divergente, y una
bibliografía un poco más actualizada que la del Butler de y sobre el
santo.
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