El Padre Romano Guardini es considerado, con razón, uno de los padres de la nueva liturgia. A través de sus escritos, sus experiencias litúrgicas y su influencia, marcó el movimiento litúrgico y participó en su desviación modernista.
Romano Guardini nació en Verona en 1885, una ciudad que volvió a ser italiana en 1866. Su madre era de Tirol del Sur o Trentino-Alto Adigio, territorio de habla alemana, que fue unido a Italia hasta el final de la Primera Guerra Mundial. La familia se mudó a Maguncia al año siguiente. Después de estudiar química y economía, Guardini se enfocó en la teología. Fue ordenado sacerdote en 1910. Obtuvo un doctorado en teología en 1915.
Nombrado capellán en Maguncia, se hizo amigo de Ildefons Herwegen, abad de la abadía de Maria Laach. En 1918, publicó "El Espíritu de la Liturgia", el volumen inaugural de la serie Ecclesia orans lanzada por Dom Herwegen, una obra que tendría gran fama. Después de la guerra, se involucró en movimientos juveniles, donde se dedicó a las "experiencias" litúrgicas.
A partir de 1923, comenzó a enseñar en Berlín, donde ocupó la cátedra de filosofía de la religión y de la visión cristiana del mundo, de la que se vio privado en 1939. Después de la Segunda Guerra Mundial, volvió a ocupar la misma cátedra en Tubinga y luego en Múnich. Durante el Concilio Vaticano II, fue propuesto para participar en la comisión litúrgica, pero no pudo hacerlo debido a su estado depresivo. Murió en Múnich el 1 de octubre de 1968. Dejó tras de sí numerosas obras, especialmente sobre la liturgia.
Una teoría revolucionaria sobre la Misa
Romano Guardini es uno de los primeros liturgistas en considerar la Misa primero como una comida. En su libro Essais sur la structure de la Messe (Ensayos sobre la Estructura de la Misa), escribe: "El principio explicativo, en la concepción de la Misa, es (...) la comida. Pero (la Misa) ha perdido su primera forma. No hay mesa alrededor de la cual puedan sentarse los fieles, sino un altar que está alejado de la comunidad. El sacerdote está solo frente a la iglesia y los creyentes. Sobre el altar no hay tazones, jarras, platos o tazas. Todo está reunido en la patena y el cáliz cuya forma los distingue claramente de los objetos cotidianos. El alimento sagrado se ofrece a los fieles de una manera que se diferencia claramente de la comida diaria. Y el alimento sagrado es tan diferente del cotidiano, que casi se podría decir que se corre el peligro de que la forma del alimento, es decir, del pan, se reduzca demasiado".
Por eso agrega: "El creyente tiene una tarea importante: debe ver la mesa en el altar, el Señor en el sacerdote, el pan en la hostia, la copa en el cáliz. Tiene que ver la realidad, lo que sucedió".
Y llega a la siguiente conclusión: "Entonces, ¿cuál es la esencia de la Misa? La respuesta está fuera de toda duda: una comida. Esto se desprende directamente de su institución. Jesús dijo: 'Haced esto en memoria mía'. ¡Pero lo que Él hizo fue realizado durante una comida conmemorativa! La esencia de la Misa, por lo tanto, no es el sacrificio. Esto no significa que no haya sacrificio. En la Misa reside el acto redentor, la muerte expiatoria del Salvador, y no es necesario enfatizar que esto es el corazón de toda la existencia cristiana. Pero la importancia de este sacrificio divino, por así decirlo, ha subordinado todo lo demás. El sacrificio se convirtió en el concepto a partir del cual se comprende toda la Misa. (...) La acción, por su naturaleza misma de ser una preparación de la cena, fue completamente absorbida por la idea del sacrificio".
Y se queja de esta invasión: "Para decirlo sin rodeos: en la conciencia de los fieles, la Misa no tiene una forma clara. Porque la forma de la comida se ve constantemente frustrada por la del sacrificio, y se crea algo indeterminado".
Posteriormente, explica la participación en la Misa: "Cabe señalar que el principio explicativo es el de la comida. Esto explica la importancia de la Comunión. ¿Cómo participar en una comida? Comiendo y bebiendo. La Comunión no es algo que se hace solo, sino es simplemente la forma en que se celebra la memoria del Señor. Él no dijo: "Ved esto y aquello sucederá", sino: "Tomad y comed... Bebed de él todos... Haced esto en memoria mía". Sin la Comunión, la participación en la Misa, de hecho y en su sentido más profundo, no logra su propósito fundamental. (...) La Comunión no es un sacramento de la misma naturaleza que el Bautismo o la Confirmación, sino que es el cumplimiento de la memoria".
Una práctica litúrgica de vanguardia
Como parte de su apostolado entre los jóvenes, Guardini puso en práctica su nueva concepción de la liturgia. Otros innovadores de la época hicieron lo mismo, especialmente en Francia. Los jóvenes, con su entusiasmo y su relativa falta de crítica, constituían un campo ideal para la experimentación.
Fue así que el Padre Guardini creó modelos de celebración, utilizando la lengua vernácula, celebrando de cara hacia los fieles o consagrando una gran hostia que distribuía a todos. Esta práctica tenía como objetivo mostrar el camino para el rito renovado del futuro. Guardini justificó sus innovaciones de esta manera:
"La celebración debe resaltar los grandes momentos del evento sagrado, enfatizar las características de su estructura interna, suscitar una participación más directa de los fieles, etc. Por el momento, no estableceremos el objetivo de dicho trabajo. Más bien, se trata de una especie de orden ideal, para el cual, por cierto, el trabajo preparatorio ya está muy avanzado".
Una desviación protestantizante
Esta concepción de la Eucaristía tiene una tendencia fuertemente protestante: se aparta de la doctrina católica sobre el sacrificio de la Misa. Guardini transfiere la esencia de la Misa a la comida, a la Sagrada Comunión, las partes de la liturgia que la preceden solo son preparatorias. Durante la comida, tiene lugar el recuerdo de los eventos salvíficos de Cristo.
Una tesis condenada por Pío XII
El 20 de noviembre de 1947, el Soberano Pontífice publicó su encíclica sobre la liturgia, Mediator Dei. En ella, Pío XII califica como "peligrosa" la tesis que afirma que "la Misa es sacrificio y comida a la vez". Todo el pasaje merece ser citado:
"El augusto sacrificio del altar termina con la comunión del divino banquete. Sin embargo, como todos saben, para la integridad del mismo sacrificio se requiere sólo que el sacerdote se nutra con el alimento celestial, y no que también el pueblo —cosa que, por lo demás, es muy deseable— se acerque a la sagrada comunión. Nos place reiterar a este propósito las advertencias que nuestro predecesor Benedicto XIV escribe acerca de las definiciones del concilio Tridentino: 'En primer lugar hemos de decir que a ningún fiel se le puede ocurrir que las misas privadas, en las cuales sólo el sacerdote recibe la Eucaristía, pierdan por esto el valor del verdadero, perfecto e íntegro sacrificio instituido por Cristo Señor nuestro, y que por lo mismo hayan de considerarse ilícitas. Pues los fieles no ignoran, o por lo menos pueden fácilmente ser instruidos en ello, que el sacrosanto concilio de Trento, fundado en la doctrina que ha conservado la perpetua tradición de la Iglesia, condenó la nueva y falsa doctrina contraria de Lutero (encíclica Certiores effecti, 13 de noviembre 1742, § 1) 'Si alguno dijere que las misas en que sólo el sacerdote comulga sacramentalmente son ilícitas, y que, por lo mismo, hay que suprimirlas, sea anatema' (Concilio de Trento, sesión XXII, canon 8, Dz 1758)".
"Están fuera, pues, del camino de la verdad los que no quieren celebrar el santo sacrificio si el pueblo cristiano no se acerca a la sagrada mesa; pero más yerran todavía los que, para probar que es enteramente necesario que los fieles, junto con el sacerdote, reciban el alimento eucarístico, afirman peligrosamente que aquí no se trata sólo de un sacrificio, sino del sacrificio y del convite de la comunidad fraterna, y hacen de la sagrada comunión, recibida en común, como la cima de toda la celebración. Se debe, pues, una vez más advertir que el sacrificio eucarístico, por su misma naturaleza, es la incruenta inmolación de la divina Víctima, inmolación que se manifiesta místicamente por la separación de las sagradas especies y por la oblación de las mismas al Eterno Padre. Pero la sagrada comunión atañe a la integridad del sacrificio y a la participación del mismo mediante la recepción del augusto sacramento; y mientras que es enteramente necesaria para el ministro que sacrifica, para los fieles es tan sólo vivamente recomendable".
El Papa aquí condena la explicación que se repetiría innumerables veces después del Concilio Vaticano II para defender la reforma litúrgica: la Misa Tridentina pone más énfasis en el carácter sacrificial, mientras que la nueva Misa enfatiza más el carácter de comida; ambos son importantes, porque la Misa es tanto un sacrificio como una comida. En realidad, la Tradición nunca ha planteado la comida como un principio. Cuando a la Eucaristía se le llama "comida" o "banquete sacrificial", se hace referencia a la Comunión. Pero esto no es más que el fruto del sacrificio.
La Iglesia hizo obligatoria la participación en el sacrificio de la misa dominical, pero nunca la comunión del domingo. Si la Misa es esencialmente una comida, entonces los fieles presentes necesariamente deben comulgar, ¡porque aquel que no come en una comida, no ha participado de ella! Si, contrariamente a todas las reglas de la Tradición, el nuevo derecho canónico permite a los fieles comulgar por segunda vez cuando asisten a otra Misa el mismo día, ciertamente está relacionado con el supuesto carácter de la Misa de ser una comida1.
La interpretación de Guardini sobre la comida pascual del Jueves Santo
Guardini explica: ¿No se deduce claramente de la institución de la Misa en el marco de la cena pascual que se trata de una comida? El teólogo Walter Lang responde: "La Última Cena del Antiguo Testamento es llamada una comida, pero en realidad es una celebración sacrificial, que tiene lugar en memoria de este primer sacrificio, después del cual Dios liberó al pueblo de la esclavitud de Egipto2".
En las Escrituras, la comida de la Pascua es llamada expresamente un sacrificio. La comida era parte del sacrificio, al igual que muchas ofrendas del Antiguo Testamento (excepto el holocausto) eran seguidas por la comida de la ofrenda sacrificada.
Por lo tanto, Cristo eligió el escenario de la celebración de la Pascua, porque el sacrificio del cordero pascual era la figura más clara de su propio sacrificio. Después de preparar la antigua comida pascual por última vez, preparó la nueva.
Robert d´Harcourt escribe con razón: "Guardini es más un colaborador que un maestro. Nunca hay nada definitivo, decisivo ni doctrinal en su tono; nunca hay nada fijo, definitivo... Teme las clasificaciones sistemáticas, las regulaciones, el endurecimiento. En todas partes se confirma que sus esfuerzos dejan intacta la flexibilidad de su pensamiento, la vacilación que forma parte de la naturaleza de su actitud, el miedo a lo concreto..."3
Pero esta vaguedad y esta vacilación no impidieron que el pensamiento central de Guardini sobre la Misa generara una posteridad desastrosa y contribuyera a la destrucción de la liturgia romana, así como a la desviación de la teología del sacrificio de la Misa.
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