sábado, 1 de agosto de 2020

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS: FERVOR VERDADERO, FERVOR HUMANO, MEDIOCRIDAD




Concluimos el boletín pasado con la idea de que una de las
gracias propias de la devoción al Sagrado Corazón a sus devotos era la victoria
sobre la tibieza. No es otra cosa la tibieza que ese envejecimiento del alma que ya
no se admira de lo admirable, que ya no se interesa por lo interesante, que mira el
bien sin atracción y el mal sin horror. Nuestra vida mediocre pasa al lado de
enormes abismos sin percibirlos, sin mirarlos. La tibieza es un cansancio de la
Verdad.
Y dijimos también que esta disposición puede llegar a ser un callejón sin
salida. ¿Qué le diremos para sacarlo de su apatía al que ya lo escuchó todo? ¿Qué
argumento le moverá al indolente a la vida interior cuando ya siguió a todos los
razonamientos y ya no le convencen más? ¿Qué ejemplo le remecerá al que es
presa de la inercia y le sacará de su inacción, él que ya mira a los santos doctores
y mártires, al mismo Crucificado, con indiferencia? Parece que le escuchamos
decirnos lo que mismo que los antiguos atenienses le dijeron entre burlas a San
Pablo que les predicaba los misterios más insondables: - “¡Te escucharemos otro
día acerca de esto!”
Y sin embargo el Sagrado Corazón de Jesús puede hacer de las piedras hijos
de Abraham, puede llamar a la vida el que yace en la oscuridad de la muerte.
“Venid a Mi vosotros que estáis agobiados y cansados y Yo os aliviaré”. Nuestro
Señor promete sacar el alma de la vejez de su tibieza y hacer reverdecer el tronco
rugoso ya decrepito con flores de inesperado perfume y frutos de dulzura

desconocida. “Las almas tibias se tornarán fervorosas por la práctica de esta
devoción”.

Pero permítanme una observación que puede causar cierta perplejidad:
¡Tengamos cuidado pues el fervor es algo muy peligroso!
Me explico. El fervor es cierta vehemencia en la devoción. Pero entonces,
¿qué es la devoción? Es – enseñan los teólogos – una prontitud de la voluntad en el
servicio de Dios. Es no solo tener la virtud sino tenerla siempre lista para
responder al llamado de Nuestro Señor. Como un valiente soldado que no solo
tiene su arco bien armado, sino que lo tiene siempre tenso para soltar la flecha a la
menor indicación de su rey. El fervor es precisamente una impetuosidad ardiente
en esa misma prontitud de la devoción. El alma fervorosa no solo está siempre
preparada para actuar, como devota que es, sino que se adelanta a las intenciones
y deseos de Dios.
Pero entonces, ¿dónde está el peligro?
Un primer peligro en la noción de fervor es el de consistir su vehemencia en
una disposición afectiva, pasional. Hay hombres que son por naturaleza ardorosos.
Eso no tiene nada que ver con lo que el Sagrado Corazón nos prometió. Este ardor
pasional es en general causa de grandes dificultades en la vida. Fácilmente
conduce a actitudes exaltadas y a reacciones precipitadas. Este tipo de fervor si se
dedica a la práctica de la Religión será superficial e inconstante cuando no
inconveniente y fuera de lugar.
Pero aunque se trate de un fervor que esté por encima de los afectos, que
urja a la voluntad, solo será algo noble en la medida en que esté unido, asociado,
identificado con las intenciones y deseos de Dios. Hace un deservicio a su rey el
soldado que se adelanta a lanzar flechas en la dirección equivocada, aunque lo
haga por amor y entusiasmo. ¡El fervor sin esta docilidad y dependencia de Dios es
como una navaja muy afilada y cortante en la mano de un mono!
¡Así presentado el fervor no atrae, antes bien nos causa miedo! ¿Cómo puede
ser entonces que Nuestro Señor lo incluyó entre los dones y regalos de su
amantísimo Corazón a sus devotos? Un padre atento no hace regalos peligrosos a
sus hijos.
El punto a que quiero llegar con este curioso ataque en contra del fervor
para ser auténtico supone una luz mayor en la inteligencia. Y cuanto mayor el
fervor tanto más intensa debe ser la clareza de las ideas. La vehemencia en la

devoción se funda en una Fe tanto más esclarecida. El camino seguro para llegar
hasta el ardiente servicio de nuestro divino Rey es el estudio paciente y
perseverante de las verdades de nuestra Santa Religión. Es la contemplación de la
doctrina sagrada en su armonioso conjunto o en su delicadísimo detalle que puede
mover nuestras voluntades apáticas al bien, que puede sostenerlas en la práctica
de las exigentes virtudes, que puede llevarnos a la devoción, y finalmente prender
fuego a todo eso con las llamas de la caridad y hacernos abrazar la locura de la
Cruz.
Buscar el fervor sin el fundamento del estudio de la doctrina es querer
construir el techo de la casa sin sus paredes. Es peligroso. En general se cae todo
y aplasta al pobre incauto.
Cuando Nuestro Señor nos ofrece como un regalo suyo hacernos un alma
fervorosa está diciendo que nos llevará por estos caminos de la Verdad y de la
virtud, que iluminará de tal modo nuestra inteligencia y nos asistirá de tal modo
en nuestros esfuerzos de conocerlo que llegaremos hasta la devoción, hasta el
fervor.
Es a esto que llamaba de modo tan insistente la gran reformadora del
Carmelo:

“Todos los que militáis debajo de esta bandera, ...
“¡Ya no durmáis, no durmáis, pues Dios falta de la tierra!

¡No haya ningún cobarde! ¡Aventuremos la vida! Pues no hay quien mejor la

guarde que el que la da por perdida.
Pues Jesús es nuestra guía, y el premio de aquesta guerra.
Ya no durmáis, no durmáis, porque no hay paz en la tierra.
Ofrezcámonos de veras a morir por Cristo todas y en las celestiales bodas

estaremos placenteras.

Sigamos esta bandera, pues Cristo va en delantera.
No hay qué temer, no durmáis, pues que no hay paz en la tierra.”

Que Dios los bendiga,

Padre Luis Camargo, Prior Priorato Buenos Aires, FSSPX Argentina.


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