(Fecha desconocida) - El padre de San Nazario era un oficial pagano del ejército romano, su madre, en cambio, era una cristiana muy ferviente. Nazario fue instruido en la fe por San Pedro y sus discípulos. Movido por el celo de la salvación de las almas, partió de Roma y predicó el Evangelio en varias ciudades, con el fervor y desinterés propios de un verdadero discípulo de los apóstoles. Murió decapitado en Milán, junto con Celso, un joven que le acompañaba en sus viajes. El martirio tuvo lugar al principio de la persecución de Nerón. Los mártires fueron sepultados en un huerto de las afueras de la ciudad. Poco después del año 395, San Ambrosio descubrió las reliquias. La sangre de Nazario estaba tan roja y fresca como si el santo hubiese muerto aquel mismo día. San Ambrosio trasladó los cuerpos de los mártires a la iglesia de los Apóstoles, que acababa de construir. Una mujer se vio libre de un mal espíritu en presencia de las reliquias.
Alban Butler tomó este breve relato de un sermón que San Enodio predicó en la fiesta de los mártires; también se basó en otro sermón atribuido erróneamente a San Ambrosio y en la biografía suya que escribió el diácono Paulino. No es imposible que la tradición aceptada en Milán en el siglo IV haya orientado a San Ambrosio en la búsqueda de las reliquias; pero lo único que podemos asegurar con certeza es que las encontró y las trasladó. Las versiones posteriores de la leyenda de San Nazario y San Celso son mucho más complicadas y están llenas de contradicciones y datos fabulosos. La fiesta de estos santos se celebra junto con la de los Papas Víctor I e Inocencio I (ver los artículos siguientes) y sus nombres aparecen en el canon de la misa del rito milanés.
El P. Fedele Savio estudió muy a fondo la leyenda de los Santos Nazario y Celso en Ambrosiana (volumen publicado con motivo del centenario de San Ambrosio en 1897) y en Gli antichi vescovi d´Italia, pte. I (1913). El autor prueba que los cuatro textos griegos y los dos textos latinos que poseemos, se derivan probablemente de un original escrito en África en el siglo IV. Véase también Acta Sanctorum, julio, vol. I; y Delehaye, Les origines du culte des martyrs, pp. 79-80, etc.
SAN VICTOR, PAPA Y MARTIR
(199 P. C.) - San Víctor, originario de África, sucedió en el pontificado a San Eleuterio hacia el año 189. Las virtudes que le habían preparado a tan alto puesto hicieron de él un digno sucesor de los apóstoles y le ayudaron a afrontar las dificultades de su época. Por ejemplo, ciertos cristianos del Asia que vivían en Roma, insistían en celebrar la Pascua según su propia tradición, aunque no fuese en domingo. Como ciertos obispos de Asia los apoyasen, San Víctor los amenazó con la excomunión. San Ireneo de Lyon y otros prelados protestaron contra la severidad del Pontífice, haciendo notar que hasta entonces se habían tolerado las diferencias disciplinares para conservar la paz entre los cristianos. Según parece, la protesta tuvo éxito. Pero San Víctor siguió defendiendo, con perfecta razón, su derecho a exigir la uniformidad en su diócesis, sin que los otros obispos se mezclasen en ello. Otra de las dificultades con las que el santo tuvo que enfrentarse, fue la enseñanza de cierto comerciante en cuero, originario de Bizancio, llamado Teódoto, quien sostenía que Jesucristo era simplemente un hombre dotado de poderes sobrenaturales.
San Víctor murió antes de que comenzase la persecución de Septimio Severo, y no hay ninguna razón para suponer que haya sido martirizado. Pero las persecuciones que debió sufrir a causa de su enérgico celo por la fe, le merecen el título de mártir que le da la liturgia. El nombre de San Víctor aparece en el canon de la misa ambrosiana. Según San Jerónimo, el santo Pontífice fue el primero que celebró los sagrados misterios en latín. En Escocia se le tributaba antiguamente particular devoción, debido a la leyenda de que había enviado misioneros a esa nación.
Casi todo lo que sabemos acerca de San Víctor procede de Eusebio y del Líber Pontificalis, que le califica de mártir. Véase también Acta Sanctorum, julio, vol. VI; y Duchesne, Historia de la primitiva Iglesia, vol. I, c. 16.
SAN INOCENCIO, PAPA Y CONFESOR
(417 P. C.) - Inocencio I nació en Albano, cerca de Roma, y sucedió en el pontificado a San Anastasio I el año 401. Durante dieciséis años participó activamente en los asuntos eclesiásticos. Apenas sabemos algo de la vida personal de San Inocencio, pero su obra demuestra que era un hombre muy capaz, enérgico y vigoroso. El santo Pontífice ordenó a San Victricio, obispo de Rouen, que refiriese a Roma las causas de mayor importancia y en el mismo sentido se expresó en una carta que dirigió a los obispos de España. También aconsejó a algunos prelados en el sentido de que el clero observase más rigurosamente el celibato, siguiendo la costumbre de Roma. San Inocencio apoyó a San Juan Crisóstomo, quien había sido injustamente removido de la sede de Constantinopla por el sínodo de "La Encina"; en efecto, el Pontífice no sólo se negó a reconocer a los sucesores de San Juan Crisóstomo, sino que trató en vano de persuadir al emperador Arcadio de que le restituyese a su sede. Los obispos de África que habían condenado el pelagianismo en los Concilios de Cartago y Milevis el año 416, escribieron al Papa para que confirmase sus decisiones. En su respuesta, San Inocencio les dijo que "en las cuestiones de fe, los obispos de todo el mundo deben consultar a San Pedro" y les alabó por haberlo hecho así. San Agustín anunció la confirmación pontificia en su diócesis de Hipona con estas palabras: "Dos concilios habían escrito a la Sede Apostólica sobre la cuestión. Roma ha hablado. La cuestión está zanjada." Tal es el origen del adagio: "Roma locuta, causa finita est."
Durante el pontificado de San Inocencio I, en la última noche del año 406, los bárbaros cruzaron el Rin. Cuatro años más tarde Roma fue saqueada por los godos. Inocencio se hallaba entonces en Ravena, a donde había ido a tratar de persuadir al emperador Honorio de que se ganase a los bárbaros con regalos. El santo Pontífice murió el 12 de marzo del año 417.
La vida de San Inocencio I, como la de San Víctor I, pertenece más bien a la historia general que a la hagiografía. En las cartas de San Inocencio y en los documentos de la época hay muchos datos sobre su pontificado. Véase Acta Sanctorum, julio, vol. VI; L. Duchesne, Historia de la primitiva Iglesia, vol. III; DCB., vol. III, pp. 243-247. Acerca de los decretos litúrgicos de San Inocencio, cf. R. Connolly en Journal of Theological Studies vol. XX (1919), pp. 215-226.
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