jueves, 21 de noviembre de 2024

LA PARTIDA DE AJEDREZ DEL SIGLO

 LA PARTIDA DE AJEDREZ DEL SIGLO

Allá en la euforia de la posguerra en los finales de los sesenta, se había dado un auge del ajedrez.
Estaban los disciplinados y ceñudos grandes maestros soviéticos; verdaderas moles del tablero.
Pero también surgió un monstruo en el "país de la libertad", el genial, pero controversial y cuestionado Bill Hunter; que rompía todos los esquemas de corrección en las lides de los trebejos.
Jovenzuelo alto, degarbado, cara de loco y pelo revuelto. Vestido descuidadamente.
Estudiaba poco, pero había tenido una precocidad notable; y su estilo fresco y muy agresivo; muchas veces sorprendente, hacía "quemar los libros" a sus eruditos oponentes.
A veces pedía condiciones absurdas y extravagantes para acceder a ciertas partidas con ciertos maestros. En una partida con el invencible gran maestro de su país, Bylmer, se presentó disfrazado de guarda de tren; y terminó venciendo con una combinación espectacular con entrega de dama que quedó como una joya brillante del ataque con sacrificio.
No estaba mucho tiempo frente al tablero; pensaba mucho menos que sus oponentes y salía a distraerse en la sala y fuera de ella; incluso comía y bebía; a veces de manera abundante. Así y todo despedazaba a sus correctos y pensativos adversarios.
Tenía fama de una memoria fotográfica y capacidad para jugar varias partidas a ciegas. Cualidades que suelen ser frecuentes en grandes maestros.
En esa época también venía destacándose en estas lides el gran maestro filipino Alfonso Donoso de Clavería de Bautista. Señor maduro, mas bien bajito, de pelo negro con raya al costado y anteojos con mucho aumento. Amable y de sonrisa cortez y muy correcto. Su apariencia era insignificante. Pero su capacidad de jugar partidas a ciegas era extraordinarias: podía jugar cuarenta partidas a ciegas; posibilitado por su formidable, incomparable memoria fotográfica.
Podía calcular mentalmente 50 jugadas en varias direcciónes y no se equivocaba.
Su estilo era tranquilo, correcto, firme y algo defensivo. Y era muy difícil ganarle. Tenía muchas partidas terminadas en tablas. Estaba en las antípodas del despampanante Bill Hunter.
Tal es así, que algunos sponsors y grandes maestros tuvieron una "encendida de la lucecita", y pergeñaron el acontecimiento del siglo: El enfrentamiento estupendo entre el monstruo imprevisible, incorrecto y genial norteamericano, con el pensante, disciplinado, memorioso, respetuoso y casi invencible gran maestro filipino.
Los contendientes aceptaron. Con abulia y displicencia el estadounidense; con ceño adusto y grave, y vos suave y correcta el hombre de las islas.
Hubo gran publicidad; gran algarabía y gran espectativa en el mundo ajedrecístico. Los grandes maestros mundiales hacía previsiones dispares. El niño loco norteamericano no podría vencer a la mole erudita, correcta, experta y memoriosa del filipino.
Otros sostenían por el contrario, que Bill sacaría de quicio al duro monumento filipino y lo vencería sorprendiéndolo con su estilo de fuego de artillería impredecible.
La partida del siglo se haría en Manila; en una suerte de anfiteatro techado con butaca para gran cantidad de asistentes.
Llegó el gran día entre una espectativa tan densa que el aire se cortaba con cuchillo. El periodismo estaba ansioso y se tejían todo tipo de previsiones y resultados grandilocuentes y bizarros.
Hasta se llegaba a barruntar con que aspecto y que indumentaria tendría el loco de Bill en la gran partida.
A las 8 de la noche, en medio de un murmullo muy denso y alto estaba la mesa con las dos sillas, el reloj y el tablero con los serios trebejos en el centro del anfiteatro. Luces discretas; periodistas aquí y allá. Transmisión en muchos idiomas para radio y televisión de muchos países del mundo.
El mundo del ajedrez estaba en vilo; conmocionado. Dos potencias se enfrentaban; con estilos completamente distintos.
La madurez, la experiencia, la seriedad, la erudición, la corrección, la tranquilidad, la cortesía, la memoria fotográfica, la solidez en el estilo, contra la juventud genial y agresiva, el desembarazo, el desparpajo, la frescura, la incorrección,...y porqué no, -según muchos- la insolencia, la irrespetuosidad...y la locura del niño caprichoso.
A las 8 en punto en medio de un murmullo que subió el tono y se escucharon aplausos y algunos hurras, entró el maestro filipino; pantalón gris y camisa blanca con cuello abrochado; con una leve sonrisa y asintiendo suavemente a los saludos y elogios de la gente, se acercó a la mesa con los anteojos ya puestos y miró el tablero ceñudamente. Le habían tocado las negras en el sorteo.
Vino el escribano y puso en marcha el reloj de Hunter. Duro. Estricto.
Eran 8 y 4 minutos y el imprevisible Hunter no llegaba. El murmullo crecía. A las 8 y 5, caminando con desparpajo y mal peinado, con jean, camisa de colorinche y un saco absurdo de color violeta, se acercó a la mesa masticando algo el "monstruo" Hunter; el cual sin dejar de masticar aceptó con aburrimiento la mano que le tendía su contendiente y se sentó; mirando distraídamente hacia distintos sectores de la gente sentada; sin dejar de masticar. Se escucharon gritos, saludos, hurras e improperios del público. Un rudo celador pidió silencio.
Hunter miró el tablero con desinterés y movió con decisión su peon Rey a 4. Se rascó la cabeza y luego de unos segundos se fue al bar detraś de las butacas de la gente a comerse un hot dog con Coca Cola.
El gran maestro filipino, mas serio y ceñudo que nunca, estudió la situación, mirando el tablero fíjamente. Pasaron 5 minutos. Pasaron 10. Pasaron 20 y el murmullo aumentaba. Había consternación entre el público. Que pasaba que la institución filipina del tablero no movía? No había tenido en cuenta la apertura mas común que es P4R? Él, con su memoria fotográfica incomparable y su poder de cálculo de jugadas fabuloso?
A los treinta minutos volvió Bill terminando su hot dog; lo cual le valió algunas críticas de parte de los filipinos.
Se limpió la boca con un pañuelo arrugado que sacó del boslillo de su ridículo saco, se rascó la cabeza y miró a su absorto adversario, sumergido en el tablero, con las dos manos apoyadas a los costados de la cabeza.
El murmullo y el asombro crecían. Que le pasaba al maestro filipino, a la mole invencible que memorizaba todo, que no movía?
Por fin, a los 40 minutos, y después que Bill paseara por la sala incluso hablando con el público, y volviera a su silla, el Gran jugador filipino miró a su contendiente con gesto adusto, con un movimiento parsimonioso pero certero, inclinó su rey acostándolo en el tablero, apagó su reloj, firmó la planilla y le tendió la mano con una sonrisa al imprevisible, al incorrecto Hunter.
El gran maestro filipino abandonó la partida.
Bill aceptó el apretón de mano y sacó algo de su bolsillo que comenzó a masticar; mientras el genio filipino se retiraba.
Vino el escribano y verificó la situación; certificando la victoria por abandono de Bill Hunter.
Se escucharon gritos, murmullo conmocionado, insultos e incluso llantos.
Bill recibió aplauso de pocos y se retiró con desparpajo y masticando algo.
El Maestro filipino, con su genial previsión de muchas jugadas adelante, demostrando una vez mas que en esto era incomparable, había previsto que perdía en todas las derivaciones; y realista y caballerezco, aceptó la derrota.
FOTO 1: Bill Hunter
FOTO2: El Gran Maestro Alfonso de Clavería en su juventud.
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