Sábado a la noche. El está solo en la gran casa antigua en el páramo. La melancolía lo tiene muerto en vida. Pero esta noche revivirá. Ella vendrá, y tocará como todos los sábados a las 12 y le dará una brisa fría pero que le dará fuerzas para esperar hasta el próximo sábado a la medianoche. El está lúgubre como siempre; se acerca al piano recién lustrado sobre el cual un viejo candelabro de bronce luce con sus llamas erectas y casi sólidas. Su cabeza cae y parece estar aniquilado de melancolía. Se toma la cabeza con las manos y el tiempo pasa. La medianoche se acerca ya. Los amplios ventanales de la gran casa muestran sus cortinajes agitándose, ahora sí, suávemente, por una brisa fría que parece venir de mas allá del tiempo, de muy lejos...Las llamas del candelabro vibran y también se agitan medrosas....Suena la campana de medianoche. Y la profunda brisa fría levanta todos los cortinajes y doblega las llamas de las velas del candelabro que está sobre el piano hasta casi apagarlas. El levanta su cabeza y la dirige hacia el teclado del piano y la silla vacía delante de él, y su mirada cobra viveza. Una especie de figura blanquecina y traslúcida que llega como un silencioso y sutil rayo se aposta en la silla del piano y comienzan a sonar las notas de las Tristezas de Chopin; las teclas del piano ceden ante un ejecutante eximio. El mira con pasión; sus ojos relumbran de amor....Sí! tócala Leonor, tócala mi amor! tócala..
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