martes, 20 de julio de 2021

COMPARACIÓN RÁPIDA ENTRE LA MISA CATÓLICA Y EL NOVUS ORDO

 

La misa de siempre

Bien sabemos todos lo que es la misa. Así pues, el catecismo nos enseña que es el sacrificio del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo en nuestros altares bajo las especies de pan y vino en memoria del sacrificio de la Cruz, siendo substancialmente el mismo en cuanto a que el mismo Jesucristo que se ofreció en la cruz es también el que se ofrece por manos de los sacerdotes, sus ministros, sobre nuestros altares, difiriendo solamente en cuanto al modo; a saber: derramando su sangre y mereciendo por nosotros, en la Cruz, y sin derramamiento de sangre, y aplicando sus méritos en los altares, en la misa.

Asimismo hay otra relación – enseña la iglesia – entre ambos. Es decir que en la misa se representa de un modo sensible, visible, palpable, el derramamiento de la Sangre de Jesus en la Cruz porque en virtud de las palabras de la consagración se hace presente bajo las especies del pan sólo el Cuerpo, y bajo las especies del vino solamente su Sangre, si bien, por connatural concomitancia y por la Unión Hipostática, está presente Jesucristo todo entero bajo cada una de las especies sacramentales.

Nuestro señor es a su vez víctima y ministro de su sacrificio, Él es el ministro principal y nosotros sacerdotes – como enseña Santo Tomás – los ministros, las causas instrumentales; esos ministros secundarios unidos, de cuya unión les viene su eficacia, al ministro principal que es nuestro Señor. Él habla a través de nuestra boca, de nuestra lengua; pero yo no consagro mi cuerpo sino el Cuerpo de Cristo, pues hablo “in persona Christi”.

Así pues, si bien la santa misa tiene su punto culminante en la doble consagración, en donde nuestro Señor se hace presente verdadera, real y substancialmente; este punto culminante no deja de tener estrecha e íntima relación con el ofertorio de la misa, en donde, por sus oraciones, se debe manifestar y expresar aquello que le va a dar el sentido a la inmolación, aquello que viene a justificar el motivo por el cual nuestro Señor va a subir al patíbulo de la Cruz. Las intenciones expresadas en las oraciones del ofertorio, se van a identificar con aquellas intenciones que nuestro Señor albergaba en su corazón al desafío que su Padre eterno le iba a poner. De la misma manera que – si se nos permite una comparación – cuando uno hace una promesa, por ejemplo, ir a un santuario mariano, lo hace por una única o múltiple intención bien determinada, bien precisa, bien concreta.

Con este principio pasemos a ver las intenciones que tuvo cristo en la Cruz y que nos descubre la liturgia siguiendo las oraciones del ofertorio tocantes solamente a la hostia y al cáliz. Así pues, al ofrecer la hostia el celebrante debe elevar los ojos al cielo para luego posarlos en la patena diciendo:

Suscipe sancte Pater… hanc immaculatam hostiam… Recibe Padre Santo esta hostia inmaculada que yo, indigno siervo tuvo, te ofrezco a Ti, mi Dios vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, y por todos los circunstantes y por todos los fieles cristianos vivos y difuntos.

 

El Padre eterno se presenta como el término del sacrificio. El Padre a quien Adán desobedeció generando el pecado original del género humano y la ruptura de nuestra amistad con el Cielo desde el paraíso terrenal, es Aquel a quien se le ofrece el sacrificio de su Hijo de tal modo que Él lo reciba con agrado.

La Iglesia llama a este pan “hostia”, y no lo llama pan. No dice “suscipe sanctum panem” – lo podría decir – dice: “suscipe hanc immaculatam hostiam”, una inmaculada hostia porque el “hostium” para el mundo de los antiguos ¿quién era? El hostium era aquel que se entregaba para ser inmolado y ser intercambiado con aquellos que eran rehenes y estaban cautivos, próximos a su inmolación. El hostium era el “comodín”, que se entregaba a cambio de liberar a los rehenes; lo que fue el carisma tan propio de la orden de los mercedarios. De modo tal que el hostium era una víctima de inmolación por los terceros. El celebrante en el ofertorio nombrando al pan como hostia y no como pan, nos enseña que ya la Iglesia ve a Cristo que se va a inmolar por todos nosotros como hostium y no como pan, con una finalidad: por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, es decir, por un motivo propiciatorio, por un motivo de expiación, por un alcance que trasciende incluso a los que están presentes y que es abarcativo del espacio y del tiempo, que es abarcativo a los difuntos que están en el purgatorio, y por eso agrega: y por todos los circunstantes, y también por los fieles cristianos, vivos y difuntos para concluir: a fin de que nos aproveche a mí – celebrante – y a ellos – los fieles – para la vida eterna, distinguiendo de este modo, a su vez, el sacerdocio ministerial de la participación de los fieles por el simple carácter bautismal.

Al tomar el cáliz el celebrante dice:

Te ofrecemos señor el cáliz de la salvación, rogando a tu clemencia, que ascienda con olor de suavidad hasta la presencia de tu divina majestad por nuestra salvación y la de todo el mundo.

 

En primer lugar vemos como tampoco es mencionada la palabra “vino” sino “cáliz”, para marcar el aspecto sufriente: el cáliz de amargura, el cáliz del dolor; términos tan usuales en los relatos evangélicos y tan propio para designar el cúmulo de dolores, de sufrimientos; y para designar la propia sangre de Cristo vertida desde la agonía hasta su Pasión y muerte. Asimismo agrega:

Rogando a tu clemencia que ascienda con olor de suavidad hasta la presencia de tu divina Majestad.

 

Haciendo con esto una clara alusión del sacrificio del inocente Abel por su hermano homicida Caín. ¿Por qué mató Caín a Abel? En el Génesis no figura tan claramente como luego el Apóstol lo menciona: ¿Porque mató a su hermano? Caín ofrecía sacrificios, Abel ofrecía sacrificios. Caín de los frutos del campo, de sus cosechas, y Abel de sus ganados. ¿Por qué lo mató? Porque Caín era mezquino, Caín ofrecía de todo un poco, mientras que Abel sólo ofrecía lo mejor de sus ganados, de sus primicias. Esto lo llevó a la irracional envidia que terminó a precio de sangre. Por fin, la oración vuelve a remarcar como con la hostia el pedido universal de la salvación. Así pues, las oraciones mencionadas dejan de manifiesto cómo nuestro Señor se ofrece al Padre eterno por la redención del género humano a precio de sangre que va a consumar en la Cruz y místicamente la va a renovar en la doble consagración. El ofertorio da la inteligencia del porqué de la doble consagración, del porqué de la muerte de Cristo.



La misa nueva

Cuando miramos, mis queridos hermanos, el ofertorio de la misa de Pablo VI, la misa llamada “nueva”, no podemos menos de ver el contraste tan grande y la nueva realidad que hay en juego. Así pues, en una simetría perfecta, las dos oraciones rezan:

Bendito seas señor, Dios del universo, por este pan – luego dirá por este vino – fruto de la tierra – o de la vid – y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos. El será para nosotros pan – o bebida – de salvación.

 

¿Qué podemos decir al respecto? Que estas oraciones no hacen sino virar el eje central desplazándolo hacia el hombre. Lo que se ofrece, se ofrece al “Dios del Universo” – terminología tan familiar a las logias – pero ya no se ofrece explícitamente a Dios padre, a quien Adán ofendió. Lo que se ofrece es pan, y ya no es una hostia. Ya no está la noción del hostium que se va a inmolar por otros. Lo que se ofrece es algo terrenal y horizontal y no ya algo divino y vertical. Lo que se ofrece es el fruto del trabajo del hombre y ya no se ofrece más a nuestro Señor. Lo que se ofrece es para que sea un intercambio alimenticio: se da un alimento corporal en vista de uno espiritual y no ya una víctima divina que se ofrecerá por todos los hombres en expiación de sus pecados, ofensas y negligencias. Lo que se ofrece hace alusión a los presentes pero deja de lado a los ausentes, al resto de los vivos esparcidos en la extensión del mundo, y menos se hace mención de las almas de los fieles difuntos. Lo que se ofrece hace alusión a que la misa es una cena, un banquete espiritual, una reunión de comensales, una Sinaxis y no ya un sacrificio, una expiación de culpas, una inmolación del Hijo de Dios, una renovación del Calvario, una prolongación de la Cruz del Viernes Santo. De ahí que el celebrante esté de cara al resto de los invitados y no de cara hacia la cruz: “versus orientem”, tanto él como el pueblo cristiano. De ahí que tenga un marcado papel de animador en vez de desaparecer de la mirada de los fieles. De ahí que celebre sobre una mesa, sin reliquias, con un solo mantel y no ya sobre un altar en donde hay reliquias de mártires.

Mis queridos hermanos: si la misa es una prolongación del sacrificio de la Cruz de nuestro Señor, si la misa es una renovación del sacrificio expiatorio, si sólo hay un único sacrificio, el del Viernes Santo, y este guarda una unidad y una identidad esencial con la santa misa, más allá del aspecto cuantitativo; si esto es así como la Iglesia nos lo ha enseñado siempre, uno se puede preguntar: ¿Cómo es posible que nuestro Señor se haya encarnado y que haya muerto en la Cruz con la principal intención de recibir y de transformar nuestros trabajos materiales en comidas espirituales? ¿Cómo es posible que se inmole nuestro Señor en la doble consagración por una razón tan insignificante y tan ajena a la expiación de los pecados, tanto del primero como del último que se cometerá hasta el fin del mundo, con una noción tan ajena a la redención del género humano? ¿Cómo es posible todo esto?

Amadísimos hermanos: más allá de que en la misa nueva haya consagración y pueda ser válida – aunque en más de un caso lo podemos dudar por la deficiencia de la materia, de la forma, del tono narrativo; asunto para tratar en otra ocasión – es una misa que no es agradable a Dios. es una misa cual el sacrificio de Caín: mezquina, y no es pura. Esa es la razón de porqué – y ustedes lo recordarán si han visto el video un obispo bajo la tormenta – cuando el Cardenal Ratzinger convoca a Monseñor Lefebvre en nombre del papa y le dice: Monseñor, ponga su mano sobre este misal – el de Pablo VI – y diga que va a celebrar la misa, y entonces todos los problemas con Ecône, con la Fraternidad, desaparecerán, Monseñor responde: No puedo. No respondió: “no quiero; quiero mantener mis ideas; por una cuestión de orgullo no voy a dar el brazo a torcer”, no dijo eso, dijo: no puedo, porque es un problema de conciencia. La misa nueva aunque válida, no es buena; ha dejado de significar su realidad y está imbuida de un espíritu protestante. Basta ver las ceremonias, lo que son, y encima en un devenir cuyo fin no se ve, no se vislumbra. Y entonces, si tanto Monseñor como nosotros, sus hijos, estuviéramos equivocados y fuéramos unos exagerados, unos soñadores de pesadillas, cabría la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible entonces que el Cardenal Ottaviani, jefe del Santo Oficio en la época del Papa Pablo VI, y el cardenal Bacci hayan escrito un Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae que entregaron al papa mentado, en el que afirman que el rito que él se proponía promulgar:

Se aparta – cita literal – de manera impresionante, en conjunto, – en cuanto todo –, en detalle, – en cuanto a la parte –, de la teología católica de la santa misa cual fue formulada en la sesión XXIIa del concilio de Trento, el cual, al fijar definitivamente los cánones del rito levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad del misterio?

 

Entonces, ¿Cómo es posible que esta misa obligue en conciencia bajo pena de pecado grave con las deficiencias indicadas y tantísimas otras que se consignan en la obra citada y que recomendamos vivamente a las personas que son nuevas, que la puedan leer para interiorizarse del problema tan profundo que tiene? No es posible que esa misa obligue en conciencia.

Por fin, mis queridos hermanos, la predicación de hoy ha sido un poco más larga de lo común. En cierto modo, si proponemos una charla sobre estos temas, quién sabe si tuviésemos la ocasión de hablarle a toda la feligresía y no tan solo a un mínimo grupo reducido. Hemos aprovechado esto porque es necesario que todos tengamos la inteligencia bien esclarecida y podamos dar razones del porqué de nuestra adhesión a este rito multisecular que llega a los Apóstoles mismos, que llega a nuestro Señor, que llega a esos cuarenta días en su resurrección cuando se quedó con los suyos enseñándoles a administrar los sacramentos; y del porqué de nuestro rechazo al nuevo rito. Rechazo que no es ni por apegos sentimentales ni por añoranzas del pasado ni por “barroquismo espiritual” o por puras ideologías; como actualmente se podría escuchar.

La nueva misa refleja una nueva doctrina. La nueva misa refleja un nuevo sacerdocio, refleja una nueva concepción de la Iglesia que es antropocéntrica y – por desgracia – es esto lo que hoy vivimos, vemos y padecemos.

Que María Santísima, que estuvo al pie de la Cruz asistiendo a la misa de su Hijo, que sí fue acepta al Padre eterno, nos dé las gracias necesarias para asistir y para participar en ella con mayor entendimiento, con mayor piedad y con mayor respeto para que sepamos valorarla, conservarla y transmitirla con toda fidelidad.

Ave María Purísma...


(Padre Ezequiel M. Rubio, Sermón con ocasión de Preciocísima Sangre de Cristo, Julio de 2018.

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