domingo, 13 de septiembre de 2020

EL ÚLTIMO VALS

 

Escuchar este vals mientras se lee el final: VALS CUENTOS DE LOS BOSQUES DE VIENA, STRAUSS

 

 

 Cómo Winona Ryder fue vejada en la película que ayudó a levantar

 

Un sobrino-nieto segundo de mi abuela, que era hija de italianos, me contó esta historia de unos parientes que habían ido de Sicilia a Estados Unidos a principios del siglo pasado. Como me interesó mucho le pedí todos los detalles posibles. Finalmente ese pariente me reveló en tono confidencial, que la historia fue pasando de boca en boca a partir del relato del mismo protagonista, Carlo Ribera, el hijo de un Jefe de familia de la Cosa Nostra, que también llegara a ser Don, Jefe de Familia; que muriera anciano, por los años ochenta y pico.

Conocidas son las desavenencias entre las familias mafiosas sicilianas en Estados Unidos.

Estaba enrarecido el aire entre los clanes allá en New York en 1935. Hubo varias reuniones entre los Jefes para lograr algún acuerdo. La cosa se tranquilizó algo pero quedaron algunos puntos en el tintero….

El hijo de Don Ribera, Carlo, y Basilio, el Hijo de Don Di Sarlo, ambos jóvenes en ascenso, habían matado a Genaro, la Promesa, el hijo del capo de tutti capi, Don Orsino Malfati, porque este se había propasado verbalmente, y también algo de manos, ebrio, con la hermana de Basilio; algo penado por los códigos. Pero todas las familias coincidieron en que el castigo había sido demasiado severo al joven. Fue encontrado casi totalmente devorado en la jaula de los leones del zoológico de New York, pero pudieron aún verificar que su muerte fue por un disparo dentro de la boca con una pistola Smith and Wesson 27, y que había sido golpeado brutalmente en el cráneo.

Esa calma que quedó después de la reuniones ocultaba en realidad una condena implícita a Carlo y Basilio. Estaban marcados, y lo mejor para ellos era que no se expusieran. En realidad sería mejor que desaparecieran por un tiempo…bastante largo.

Y así lo hizo Basilio Di Sarlo, que volvió a Sicilia, triste, pero casi obligado por su familia, que temía por su vida.

No así Carlo Ribera, cuyo padre, el Jefe de la familia, lo tenía en muy buen concepto por su inteligencia y su valentía. Aunque muchas veces lo había reprendido por su osadía excesiva y su exageración en algunas vendettas. Carlo tenía veintiseis años. Era de estatura media, moreno pero caucásico, cuerpo armónico sin ser atlético, ya con una calva incipiente en la frente; ojos oscuros, muy ligeramente caídos hacia abajo, con gracia, muy vivos; cejas apenas frondosas y descendentes; nariz recta y enérgica, pero sin exceso; barba cerrada que hacía sombra a poco tiempo de afeitarse. El talante era inteligente, viril y atildado; importante, típicamente siciliano.

Don Ribera tenía cierta preocupación. Mira Carlo, eres hombre, eres inteligente…. no andaría tras el como un niño; podría tomar decisiones a piacere y hacerse cargo. Solo debía cuidarse y ser prudente, no debía ser  excesivo, como acostumbraba; que ya sabía que lo que tenía para él,  cuando el, Don Ribera,  muriera….La Jefatura de la Familia.

 El Viejo fue suave, afectuosa pero a la vez enérgico con  su hijo, después del incidente de la muerte de Genaro.

En el mismo caluroso verano aquel de la brutal muerte de Genaro, Liliana, su hermana, cumplía veinte años. Liliana Malfati, la mas bella de la comunidad itálica en la gran ciudad. Es mas, casi toda la comunidad la tenía incluso por la mas bella de New York, y de América, porqué no; incluso del mundo entero algunos. Difería fuertemente de las bellezas anglosajonas norteamericanas, las cuales al lado de ella parecían sosas y desabridas, desleídas… Ese exotismo la hacía muy interesante. Era morena, de pelo largo, negro y ondulado, grandes y vivos ojos negros, cejas algo frondosas y largas y densas y largas pestañas negras como el carbón; frente amplia, nariz femenina, graciosa apenas concava…su boca era una joya de gracia y discreción, y su sonrisa perturbaba corazones. Era inteligente y elevada en sus disposiciones; tenía valores espirituales y desechaba la vulgaridad, la violencia barata y la bajeza. Aspiraba a cosas grandes y nobles. Había leído a Santa Teresa de Avila y quedado impresionada. Le costaba asimilar las costumbres y códigos de la Cosa Nostra y siempre hablaba con sus familiares tratando de moralizarlos…

No tenía novio, pero naturalmente una nube de pretendientes en la comunidad. Su naturaleza elevada y exigente le hacía desechar uno por uno a los mejores aspirantes ante el asombro de sus padres y la misma comunidad. Sus padres la respetaban por su inteligencia y elevación moral, por eso no querían obligarla en ese punto. Era la flor siciliana de la comunidad en New York.

Se planeó una gran fiesta de cumpleaños para la bella Liliana y fueron invitados los miembros de todas las familias.

Incluso la formal invitación llegó a la familia Ribera, de la cual irían cuatro con sus novias o esposas -los que las tuvieran-, según se había conversado. El Jefe de los Ribera, Don Alonzo, padre de Carlo, había tenido un fuerte ataque de vesícula y no estaba para ir, pero irían Lorenzo, Celio, Alessio y Enrico, primos y primos segundos de Carlo.

El Viejo Alonzo no estaba bien de salud….Carlo, yo no iré porque me siento mal y además no quiero exponerme inútilmente. Irán tus primos. Carlo: esa no es tu fiesta. Entiendes lo que te digo? Se inteligente. ….

El viejo miró a su hijo Carlo con una mirada enfática…Entendía lo que le decía?

Carlo no tenía novia oficial. Carlo se comía las uñas….es peligroso; es muy arriesgado; pero quería ir a esa fiesta. Nunca había hablado con Liliana; solo la había saludado….es la mas bella…el quería  ir a esa fiesta……Aspiraba a lo mejor…No tenía  miedo…Pero puede ser para mí una trampa mortal…No debo meterme a la cueva del lobo…

Se habló del tema en la familia Ribera y a Carlos se lo notaba frustrado y fastidiado. Para la familia casi había quedado claro que Carlo no iría.

Poco antes de la fiesta Lorenzo murió presuntamente de un derrame cerebral, era el primo fiel que debía ir; la garantía de seguridad para Carlo. Quedaban Celio, Alessio y Enrico.

Yo no iré a la fiesta Carlo; no me gusta eso. Celio y Alessio no son de mi confianza; creo que debes saberlo. Enrico sorbió su vaso de vino Marsala y prendió un puro bajo una sombrilla que los protegía del fuerte sol de aquel verano,  en la terraza de un edificio del centro de la ciudad donde se reunían. Aquella fiesta no era un ambiente para un Ribera, por el momento…Carlo quedó pensativo y triste…

Llegó el primer día de Agosto, día del cumpleaños de Liliana. Carlo se consumía de ansias de estar allí, pero recordaba la advertencia de su padre, esa mirada enfática levantando las cejas…: debía cuidarse y no ser imprudente, que tenía reservado para el lo mejor para cuando el se  muriera…

Don Alonzo se descompuso en la mañana por el calor y la vesícula y debieron hospitalizarlo; se sentía muy mal y estaba amarillo.

Carlo estaba preocupado, pero lo consumía el ansia de estar frente a Liliana. En la realidad ya la había visto en una fiesta hacía un año y solo pudo saludarla nada mas. Ya esta prendado de su belleza y su discreción atildada e inteligente; su particular aire elevado y moral superior.

Habló con sus primos Celio y Alessio, aquellos de los cuales Lorenzo, su primo y también amigo íntimo, desconfiaba. Nosotros estaremos allí Carlo, y esperamos verte también, fue la lacónica respuesta que recibió de ellos.

Cuando caía el crepúsculo, Carlo habló con los médicos y su padre, Don Alonzo, seguía internado. Estaba sedado con calmantes y lo operarían de la vesícula. La familia estaba toda pendiente de la enfermedad de Don Alonzo.

Carlo, estaba pensativo y frustrado en su casa. Hasta que a las ocho de la noche, cuando el sol aún se veía tras algunos edificios bajos, su genio osado y ansioso pudo mas. Iría a esa fiesta! Acaso no era un hombre?

No se puede vivir con temor. Salía del fondo de su corazón el deseo profundo de estar frente a ella y hablar.  Seguiría el deseo profundo de su corazón, porque era noble y elevado. Se haría  cargo de su destino.

Celio y Alessio, sus primos, estarán allí, aunque en realidad tampoco le inspiraban confianza, porque no se la inspiraban Enrico.

 

A las nueve de la noche de verano, cálida y sin viento, ya casi totalmente oscuro con las luces de la ciudad a pleno, Carlo llegó caminando a la puerta del edificio donde se celebraba la fiesta. Había una limusina negra de donde bajaba un hombre bajo, moreno y totalmente calvo, con un bigotito cuidado, fumando un puro, rodeado de varios grandulones que controlaban todo; era Don Alessandro, Jefe de la familia Di Sarlo.

Un mayordomo siciliano, calvo, moreno, impecablemente vestido de frac, totalmente inexpresivo se le plantó delante con una sonrisa enyesada a Carlo. Carlo Ribera. Bien venga por acá. Lo llevaron a un pequeño cuarto dos primos de la familia Malfati, lo saludaron calurosamente con besos y abrazos, lo palparon de armas y le sacaron su pistola. Con una amplia sonrisa aquellos muchachos morenos y engominados le dieron paso:  avanti Carlo, goditi la festa!

Carlo empezó a arrepentirse de su decisión. Toda la gente de allí era mas falsa que aquellos viejos billetes de diez dólares con los cuales hizo sus primeras travesuras delictivas de niño. Debió haberlo pensado antes.

Otro mayordomo lo condujo a la gran sala y lo acercó a la mesa del Capo, Malfati, quien tomaba vino con otros grandes de las familias mientras reían discretamente. Cuando lo vieron, los hijos de Malfati, lo tomaron y lo acercaron a Don Orsino. El cual lo miró con asombro e hizo un gesto de formal amistad con su cabeza. Carlo hizo una genuflexión de cabeza, y le besó la mano, que el Capo le tendiera con cierta reticencia. Luego sonrió mirando uno por uno a sus acompañantes, quienes le retribuyeron el gesto con un movimiento de cabeza, mirándolo con seriedad. Luego de estas cortesías, Carlo caminó para cualquier lado, preocupado, quien lo habrá mandado a meterse allí…. Le ofrecieron de beber, y aceptó un vaso de vino tinto.

Tomó con mucha vehemencia aquel vino, algo nervioso.

Se había alejado hacia una mesa donde había algunas viandas. En realidad no tenía hambre. Se estaba arrepintiendo de haberse metido en la cueva del lobo.

Mientras se había servido mas vino y caminaba sin ton ni son entre la gente, miró hacia la mesa del Capo y vió a sus primos Celio y Alessio, cuchichear confidencialmente con Don Orsino, mientras este tiraba el aire de su puro y los tres lo miraban con cierto asombro, pero no sin cierto placer.

Soy hombre muerto, concluyó Carlo. Apurando aquel vaso de vino, ya un poco pálido. Se dio cuenta sin duda posible de aquello de lo que se hubiera debido dar cuenta antes: Celio y Alessio eran unos traidores. Estaba completamente solo en la casa del Enemigo. 

 

No obstante, se acercó a algunos grupos de gente y cambió formalidades, algo nervioso.

De aquí no salgo, sino para ser fusilado, tuvo la certeza inapelable.

 

Había muchas mesas con gente sentada, alrededor de la  pista de baile. También muchos grupos de gente parada y conversando. Algunos se daban vuelta y miraban a Carlo con seria curiosidad…

Después de que Carlo tomó varios vasos de vino y probó algún pedazo de sopressata con pan, comenzaron  a escucharse tarantelas que un grupo recién llegado en una punta de la pista de baile, comenzó a tocar.

Desde la mesa de Don Orsino, algunos no le perdían pisada. Y otros matones que estaban disimulados en distintos puntos del Salón, también lo tenían entre ceja y ceja, y como quien no quiere la cosa lo seguían con la mirada de manera casi permanente…

Carlo vió en una mesa a Don Egidio, un anciano tio segundo que era muy amigo de su padre y lo fue a saludar. El anciano lo beso y lo abrazó muy contento y le ofreció vino y unos pedazos de jamón con melón. Luego se acercó mucho, rostro con rostro , se borró su sonrisa, se puso serio y en voz baja….Carlo, que haces aquí? Te has vuelto loco?

Estaba aburrido tío, y decidí venir…tragó saliva y luego apuró otro vaso de vino. El anciano se quedó mirándolo serio y estupefacto. En eso se acercaron Celio y Alessio, sonrientes y distendidos..

Palmadas, sonrisas, miradas enfáticas, goditi Carlo, goditi…y se fueron sonrientes hacia otra mesa desde donde los llamaron…El anciano cambió el rostro nuevamente y sonrió señalándole a Carlo una pareja que comenzaba a bailar ante el entusiasmo de muchos…la cosa se empezaba a poner alegre…

Carlo sonrió al anciano, lo besó, se levantó con un vaso de vino lleno y se fue a caminar sin rumbo….Soy hombre muerto, soy hombre muerto…he cometido un error grave..

En ese momento se escucharon voces de asombro femeninas, aplausos, algunos vítores de voces masculinas, exclamaciones de admiración y hasta algún silbido poco siciliano.

Ella entraba. Con paso rápido y exacto se acercó sonriente a la mitad de la pista de baile, a la cual también fue su padre, El Capo, Don Orsino, que sin largar su puro, la abrazó la besó, le dio buenos deseos y le hizo una señal autorizatoria, para que dirija unas breves palabras. La doncella, algo ruborizada pudo desear muy sonriente que todos disfruten de su fiesta, que les agradecía que hubieran venido y los quería a todos.

Estaba deslumbrante. Vestida de blanco con un vestido largo, muy ajustado a la cintura y también el busto, con unos volados antiguos muy graciosos, y su pelo negro cayendo suavemente sobre su pecho, con algunos broches que le sujetaban el pelo de manera muy graciosa. Estaba un poco nerviosa y sus grandes ojos negros brillaban de una manera hermosa.

Después de todo, creo que voy a morir dándome un gusto… Carlo, apuró  otro vaso de vino.

Debía saludarla….Carlo se dirigió a sus primos Celio y Alessio, con decisión, pidiéndoles autorización para saludar a la agasajada. Y lo escuchó Don Orsino, quien le dio el gesto aprobatorio…avanti Carlo, avanti

El Capo le avisó a su hija que la querían saludar y Carlo se acercó a ella. Quedaron frente a frente. Carlo la miró con respeto y cortesía y le beso la mano. Luego la volvió a mirar pero con mayor pasión durante unos segundos. Carlo Ribera… muscitó…

Ella abrió muy grande sus ojos negros, asombrada…Algo sabía del asunto.

Pero había quedado impresionada por el aplomo y la caballerosidad de Carlo, además de su apostura; ya tenía todo el aire de Capo de tutti le capi…

Carlo la miró con sus ojos vivos y oscuros que caían suavemente hacia abajo, de manera viva y astuta, con una mirada profunda y una sonrisa inteligente pero algo trágica. Luego hizo una pequeña genuflexión de cabeza y se retiró.

Liliana quedó impresionada. Había recibido una transferencia de emociones y pensamientos de parte de Carlo, y quedó un momento pasmada. Pero al escuchar la voz de su padre, se recompuso y siguió charlando con la gente.

Debía comer un poco para que el vino no lo golpée tanto…y Carlo se acercó a una mesa donde había pequeños platos de un guiso siciliano con garbanzos, jamón crudo, papas y mucho morrón, y dio cuenta de varios de ellos, ya levantado por una especie de euforia; esa euforia tan particular que se puede sentir en momentos muy importantes, aunque sean trágicos, y a la que el buen vino tinto contribuye.

Desde la mesa de Don Orsino lo seguían con la vista y cuchicheaban confidencialmente.

No tenía la menor duda que era hombre muerto. Había hecho algo muy arriesgado y debía hacerme cargo. No había tiempo para lamentos; debía actuar con nobleza y dignidad. Debía sucumbir como un hombre.

En ese momento sintió que algo requería su persona y se dio vuelta. Liliana lo miraba con sus grandes ojos negros muy abiertos, con preocupación visible y con amor. En ese momento se produjo otra transmisión de emociones y pensamientos entre ambos.

Soy hombre muerto, escuchaba ella la voz de él en su mente. He sido muy osado y debo hacerme cargo como un hombre. Solo saldré de aquí para ser fusilado quizás en el árbol mas cercano. He matado hombres, he extorsionado a gente. Pero nunca he violado los mandamientos de la Cosa Nostra. He hecho vendettas severas. No me arrepiento. Solo me arrepiento de haber sido malo con mi madre y con aquel tendero al que le pegué una vez una paliza. Espero que Dios me perdone. Hoy me toca morir. Quizás sea el acto mas digno y noble de mi vida. Moriré como lo que soy. Como un hombre. Con dignidad. He venido para verte y conocerte. Y  la miró con una mirada lúcida y trágica, pero discreta, sin altisonancias ni exageraciones.  Ella se dio vuelta y se cubrió la cara como por instinto, como aterrada. Llamó a sus criadas y salió del salón.

La fiesta estaba llegando a su culmen. Liliana volvió a entrar y fue a la mesa de su padre. Se empezaron a escuchar compases de música siciliana, pero Don Orsino quiso bailar con su hija unos vals. Ante la admiración y el aplauso, y los vivas de todos.

Luego de bailar un par de vals, Don Orsino, la abrazó, la besó, la exhibió como un trofeo…la mas bella de Italia y de América….la aplaudió y se fue a su mesa..el vino estaba haciendo su efecto también en el Capo.

Algunos comensales se acercaron a ella y conversaban y la saludaban y felicitaban.

Carlo apuró otro vaso de vino. Este era su momento. El momento de si reivindicación. Bailaría con ella la próxima pieza, y luego se prepararía a morir.

Alguien gritó: Don Orsino, baile con Lily los bosques de Viena!

Don Orsino hizo una seña con su vaso de vino sonriendo, como que no estaba ya en condiciones de bailar.

Pero los músicos empezaron a tocar el vals de los Bosques de Viena de Strauss. Ese vals que puede parecer frívolo o superficial, pero que si se escucha bien, bajo esa capa de liviandad festiva, tiene algo de profundo y trágico.

Carlo apoyó su vaso de vino en una mesa y se acercó decidido. Se paró frente de Liliana, quien abandonó la conversación con los comensales, y fijó la vista en él. Escuchó en su mente los pensamientos de Carlos: Por favor, mi querida amiga y paisana, baila esta, mi última pieza, conmigo. Luego moriré. Pero dame este privilegio. Y la miró profundamente con esa mirada lúcida y trágica, pero a la vez discreta. Su frente algo calva estaba digna como su mirada. La dignidad especial que brinda la cercanía de la muerte asumida con virilidad.

Ella aceptó con un movimiento de cabeza y los circunstantes algo asombrados hicieron lugar.

Bailaron el vals, mirándose en cuanto lo permitía la danza. Hubo una absoluta compenetración de sentimientos y pensamientos. Ella percibió con claridad, los pensamientos de Carlo. He matado hombres, he extorsionado. He hecho vendettas severas. Pero nunca he violado los mandamientos de la Cosa Nostra. Solo me arrepiento de haber sido malo con mi madre y haberle pegado a aquel tendero. Tu hermano mereció morir…

Este será el acto mas digno de vida. Me reivindicaré. Quizás Dios me perdone. Reza por mí, querida, luego de este vals, porque mi fin está cerca.

Mientras se acercaba el fin de la pieza, Liliana vio el rostro severo de su padre sobre Carlo, y varios primos que también lo miraban ahora con indisimulado  odio.

Un valiente, un hombre noble, no es justo que muera así. Mi hermano violó los códigos…el lo mató…. Pero me he dando cuenta que lo amo. No lo dejaré morir. No dejaré que mi padre lo mate…Yo haré algo…Liliana decidió con firmeza.

El vals terminó con algunos generosos aplausos y vivas. Mientras varios matones se acercaron a Don Orsino y cuchicheaban y observaban a Carlo, quien hizo una caballerosa genuflexión de cabeza, y le besó la mano a Liliana, que se mostró conmocionada y salió apurada del salón.

Carlo fue en busca de otro vaso de vino, mientras algunos invitados lo fueron a conversar, encandilados por su atrevimiento fausto…

Liliana volvió a entrar de nuevo a la Sala ahora con un vaso de bebida, pero acompañada de un anciano cocinero, que había sido amigo del padre de Carlo. Habló brevemente con ese viejo y luego fue astutamente a hablar con su padre, para distraerlo.

Al acercarse Liliana a su padre, el Capo, las miradas se dirigieron hacia allí, ella hablaría nuevamente. El Capo estuvo muy satisfecho con ello. Entre tanto el viejo cocinero se acercó a Carlo y sin mirarlo le hizo una seña seria y discreta de que lo siga. Carlo lo siguió tomando el vino despreocupadamente; se había dando cuenta de que había una treta para liberarlo: Liliana se lo había comunicado mentalmente.

Mientras iba caminando hacia donde estaban los baños, en un pasillo, volvió a mirar a Liliana que parada al lado de su padre, el Capo, y como dispuesta a hablar, lo miró con preocupación, y con sus ojos negros muy abiertos por un segundo; los últimos instantes de esa mirada fueron de amor. Carlos le tiró un beso elegante y audaz con la mano, sin que nadie, por pura casualidad, se diera cuenta. Ella le retribuyó con una mirada rápida de amor y preocupación, y  Carlo siguió al anciano por un pasillo. Mientras se escuchaba la voz cadenciosa y femenina de Liliana que comenzaba a hablar. En ese pasillo donde estaban algunos baños, en ese momento terminó de salir un comensal despreocupado arreglándose los pantalones,  que volvió a entrar al salón. No quedaba nadie en el pasillo. El anciano sacó nervioso un manojo de llaves y se dirigió a una puerta disimulada en la pared,  cercana al baño. Probó y después de la segunda llave abrió y dio instrucciones a Carlo de que siga derecho unos cuarenta metros. Estaba todo completamente oscuro. Debía chocarse con el fin del pasillo y doblar a la derecha; al poco de caminar sentiría una escalera de madera. Debía subir con cuidado en medio de la completa oscuridad unos cinco metros y golpear con fuerza una puerta con la que terminaba el pasillo. Saldría a una terraza. Debía cerrar de nuevo la puerta con fuerza. A unos veinte metros hacia la derecha en la terraza había una escalera vertical de hierro que bajaba tres pisos y llegaba hasta el primero. Debía saltar esos cinco metros e irse lo mas rápido posible. Carlo sorbió su vaso de vino, besó  al anciano: le debía decir a ella que él Carlo, siempre la amaría y la tendría en su corazón. Emprendió su camino en la oscuridad , sintió tras el el cierre de la puerta con llave y emprendió con absoluta decisión el camino en la oscuridad. Se chocó contra una pared y viró hacia la derecha, percibiendo a los pocos metros los escalones; subió ya con euforia, hasta una puerta ruda y metálica a la que empujó con el hombro, pero esta no cedió. Un temblor de preocupación le recorrió la médula espinal. Otro golpe con el hombro mas fuerte y la puerta se movió dejando de ver algo de la luz de la terraza y las estrellas. Un tercer golpe abrió la puerta y Carlo sintió profundamente su triunfo. La noche estaba calma, tibia y estrellada. El nunca había violado los mandamientos de la Cosa Nostra, las muertes de las cuales era responsable eran necesarias y justas. Dios lo había perdonado! Porque se había arrepentido de tratar mal a su madre y de haberle pegado esa paliza al tendero.

Había hecho lo que quería. Se dio el gusto de bailar el vals con la mas bella, con la hija del Enemigo; y de ser amado por ella.

Pero no debía volver a buscarla. No encajaba con sus códigos. La seguiría amando en secreto y ella lo sabría y le retribuiría también ese amor, en secreto.

Corrió hacia la derecha y encontró la escalera, bajó con cierta dificultad, por lo estrecho de ella, y saltó los cinco metros sin problemas. El salto y el golpe fueron importantes, pero salió indemne a paso rápido, con un sentimiento de cierta melancolía.




 

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